Autor: P. Carlos
Miguel Buela, I.V.E.
Fuente:
www.iveargentina.org
El mundo sacramental
Las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas
Juan
Pablo II dice bellamente: «La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del
cielo que se abre sobre la tierra... Es un rayo de gloria de la Jerusalén
celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre
nuestro camino». (Carta Encíclica Ecclesia de Eucaristía, sobre la Eucaristía
en su relación con la Iglesia, 19)
Debemos hacer una reflexión sobre lo que es el mundo fascinante y sobrenatural
propio de los sacramentos. Y lo quiero hacer por medio de una comparación.
a. El mundo visible, sensible
En primer lugar nos encontramos en el mundo visible, sensible. Es este mundo
que vemos, creado por Dios, y en él vivimos sumergidos en miles de formas
distintas, agradables a los ojos con colores distintos sin número, cientos de
perfumes deleitables al olfato, sonidos variadísimos que recrean el oído,
tersuras de las más variadas que percibe el tacto deleitándose, multiformes
comidas y bebidas que sa cian el gusto.
Es el mundo de la creación visible: Multitud de seres bellos pueblan la
tierra, el mar y el aire.
Debemos hacer rápida y brevemente una suerte de descripción, como para captar
más la belleza de ese mundo visible.
Tenemos árboles con su variedad de formas de colores, unos se yerguen altos
hacia el cielo, otros son bajos y achaparrados, y también observar la variedad
de colores que tienen ¡La variedad de hojas verdes (que se puede apreciar
aquí)!, con maderas de distinta fuerza, vetas, dureza, tersuras, formas y
perfumes: el roble, el cedro, el pino, el álamo, los plátanos, los eucaliptos,
las araucarias, el algarrobo, el jingo biloba (árbol de China), el quebracho,
los abedules, las sequoias, las magnolias, el laurel... Y los árboles frutales
en su inmensa variedad, de formas, colores, gustos (que pareciera sirven a los
enólogos para clasificar todos los gustos conocidos)... Los arbustos
ornamentales: las glicinas, la flor china, el fa rolito japonés, la Santa
Rita...; las madreselvas, los jazmines del país, las hiedras, las retamas,
helechos... Las demás flores orgullosas de sus olores y de sus colores: la
rosa, reina de las flores, el jazmín, los claveles, siemprevivas, gladiolos,
narcisos, orquídeas, azucenas, hortensias, calas, etc. Los granos: trigo,
maíz, cebada, centeno... Las verduras... ¡Cuántos vegetales son curativos o se
les da usos gastronómicos! Los distintos tipos de animales: vacuno, porcino,
caprino, ovino, equino... El ganado selvático... Las aves de corral... El
mundo viscoso de las sierpes... (si van alguna vez a un serpentario verán que
no hay dos víboras iguales: más grandes, más chicas, unas de un color, otras
de otro...).
Si miramos al aire veremos multitud de pájaros de variadas formas, colores,
así la tijereta, el jilguero, los canarios, los zorzales, los horneros,
benteveos... y vemos que unos tienen copete, otros no; unos tienen pico
grande, otros pequeño...; o la diferente fo rma de cantar, como el zorzal, la
calandria, o de volar, los gorriones; o de hacer sus nidos, como los de urraca
u hornero, o como los que hacen las catas; o ponen huevos de distinto tamaño y
color, así el de la urraca es redondo y con pintas, pero otros son ovalados o
más pequeños, diferentes formas de empollar, de criar sus pichones...
Así en los insectos encontramos las variopintas mariposas, las abejas
laboriosas, las molestas moscas y los mosquitos, los San Antonio apacibles...
Vemos en el cielo las nubes –agua en estado gaseoso– cambiantes de color y
forma, eternas peregrinas que llevan en sus odres la lluvia para fecundar los
campos y que son las que dinámicamente convierten en distinto un mismo paisaje
salido de la paleta del Divino Pintor, y cambiante no sólo de día en día, sino
de minuto en minuto. A veces esas mansas nubes nos ensordecen con sus truenos
y deslumbran con sus rayos y relámpagos. Las montañas con «su blanco poncho de
nieves» –agua en e stado sólido–, grandes y bellos tanques de agua destilada
que, según las variables meteorológicas, se van derritiendo de a poco,
formando ríos y lagos, que luego de regar la tierra van a dar en el mar. Allí
vemos el sol, la luna, las estrellas de distintas magnitudes, los planetas,
las galaxias, las nebulosas, los quasar, los agujeros negros...
Y los ríos, lagos y mares –agua en estado líquido–, ¡cuán poblados de seres
vivos, variadísimos! Peces de todo tipo, forma, color, gusto, costumbre... los
moluscos (entre ellos los mariscos), grandes animales: ballenas, focas, lobos
marinos, tiburones (con más de 340 especies conocidas y demás de la familia
como los pez espada y las carpas...), delfines, cocodrilos, hipopótamos...
Debemos incluir aquí las obras de las manos del hombre... arte... Todo lo que
el hombre hace... Las manifestaciones culturales en el baile, ballet...
ciencia... la técnica... así los autos, aviones, barcos, submarinos, naves
espaciales... los m edios de comunicación... las industrias de todo tipo...
Y el hombre puede hacerlo porque Dios le dio el poder, la capacidad....
¡Es la belleza del mundo visible! ¡El cielo canta la gloria de Dios! (Sl
18,2).
b. El mundo invisible, no–sensible
Pero hay otro mundo, que ya no es visible. Es el mundo invisible. No sé si
recordarán aquello del Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos» (1),
que de alguna manera ya lo había dicho san Pablo cuando dice: no ponemos
nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas
visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas (2Cor 4,18). El mundo
invisible es bello, y podemos decir ¡infinitamente bello!, porque a él
pertenece Dios que es infinito y es espíritu infinito. Es el mundo de Dios
increado, el mundo de las tres divinas personas. Pero también hay criaturas
creadas espirituales: los ángeles y las almas humanas con su inteligencia y
voluntad racionales. Y lo que nuestra alma produce, y que no siempre sale al
exterior: sus pensamientos, su querer, cosas realmente extraordinarias.
c. El mundo visible–invisible
Y ese mundo sacramental del todo especial, que es creado por Dios, y que toma
algo del mundo visible, pero que también tiene mucho del mundo invisible. Toma
algo del mundo visible, como nuestro Señor, que quiso ser bautizado con las
aguas del río Jordán. ¿Qué es lo visible? El agua, que es un signo sensible.
El mundo sacramental tiene leyes propias, consistencia propia, un obrar propio
y sentido propio. Ese signo sensible cuando se une a la palabra que determina
el porqué de esa agua, hace el sacramento. Como dicen hermosamente San Agustín
y Santo Tomás: «La palabra se une al elemento (la materia) y se hace el
sacramento» (2) . La materia indeterminada, por ejemplo, agua. ¡Cuánta agua
hay!, pero por ella sola no hay bautismo, porque si no hay palabra, no hay
determinación, y por eso no hay ba utismo. Pero si hay agua y hay
determinación, o sea, la palabra «yo te bautizo», ahí si hay sacramento. «Se
une la palabra al elemento y se hace el sacramento». Ese signo sensible
produce lo que significa, que es la característica propia del sacramento
cristiano. No es un mero signo, como cuando uno va por la ruta y una flecha
hacia la izquierda indica que hay una curva hacia la izquierda. No es eficaz,
porque si uno no mueve el volante sigue de largo. El mundo sobrenatural es un
mundo del todo particular, porque lo que significa, eso produce. Y por eso el
agua significa limpieza, en el bautismo lava el alma de los pecados. Y
significa fecundidad. Fíjense, donde hay algo verde, es porque hay agua o
porque hay una acequia. Si no hay acequia, el árbol muere, como sucedió con
este árbol seco del patio: No le llegaba el agua, y se secó.
Produce lo que significa. Tenemos la Eucaristía. Pan y vino: materia del
sacrificio. La palabra se une al elemento: «Esto es mi cuerpo ... Ést a es mi
sangre». Ese pan y ese vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Porque pertenecen al mundo sacramental, que produce eficazmente lo que
significa. Por un lado tenemos la Sangre, por otro el Cuerpo. Sangre por un
lado, Cuerpo por otro: Sacrificio. Produce lo que significa: perpetúa el
sacrificio de Cristo en la Cruz. En el cual la Sangre se separó del Cuerpo. Y
así con todos los demás sacramentos. Por eso es que debemos nosotros valorar
lo que es el mundo sacramental, superior a este mundo físico. Parecido, porque
tiene elementos en común, elementos sensibles, pero que lo supera
infinitamente porque produce lo que significa y obra efectos invisibles.
Y no caigamos nosotros en esa falsa dialéctica que ya viene de la época del
pontificado de Pablo VI, y que él refuta en la «Evangelii nuntiandi», porque
hay algunos ahora que, siguiendo la tendencia protestante dicen: «lo que
importa es la palabra, no los sacramentos». Sí, importa la Palabra, que
también e s un sacramento en sentido amplio, porque uno escucha una cosa y en
la mente se forma un concepto que es invisible. Pero es que la palabra tiene
que llevar de suyo al sacramento, como dice el Papa en la «Evangelii nuntiandi»:
«Sin embargo, nunca se insistirá bastante en el hecho de que la evangelización
no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina. Porque aquella
debe conducir a la vida: a la vida natural a la que da un sentido nuevo
gracias a las perspectivas evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural,
que no es una negación sino purificación y elevación de la vida natural. Esta
vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete sacramentos y en la
admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen.
La evangelización despliega de este modo toda su riqueza cuando realiza la
unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la
Palabra y los sacramentos. En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se
hace a vec es, la evangelización a la sacramentalización.
Porque es seguro que si los sacramentos se administraran sin darles un sólido
apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por
quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la evangelización es
precisamente la de educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cristiano
a vivir –y no a recibir de modo pasivo o apático– los sacramentos como
verdaderos sacramentos de la fe» (3).
Toda la actividad de la Iglesia tiende como hacia una cumbre hacia la
Eucaristía, y brota de la Eucaristía como de una fuente, como dice el Concilio
Vaticano II, en varios lugares.
Notas:
1 Antoine de
Saint–Exupery, El Principito (Fernández Editores, México 21960) 66.
2 San Agustín, Super Io 15,2: ML 35,1840; cit. en S. Th., III, 60, 4: «accedit
verbum ad elementum, et fit sacramentum».
3 Pablo V I, Exhortación apostólica «Evangelii Nuntiandi», n. 47 (Ediciones
Paulinas, Buenos Aires) 43ss.