Cuarta parte: el misterio del perdón
2. ¿Cómo perdonar?
Las personas que se dejan dominar por su imaginación e
inventan agravios o exageran los que reciben, lo mismo que
no distinguen lo que se debe excusar de lo que se debe
perdonar, se consideran obligadas a perdonar lo innecesario,
con lo que la tarea del perdón se hace mucho más difícil.
Pero también es equivocado el camino contrario, el de aquel
que no quiere reconocer las bondades del perdón ante la
ofensa real y pretende olvidar para no tener que perdonar.
En este caso la herida permanece porque no se ha perdonado.
Por ello es importante siempre que recibimos o sentimos una
ofensa, analizarla para eliminar la exageración y lo que
puede ser imaginario de nuestra forma de interpretar la
ofensa y si ver que es lo verdadero en ella. En otras
palabras para perdonar hay que ser realistas, cruelmente
realistas.
Para poder perdonar debemos ser valientes para mirar de
frente al horror, a la injusticia, a la maldad de la que
fuimos objeto. No debemos distorsionar, ni sólo disculpar,
ni mucho menos ignorar. Hay que ver la ofensa frente a
frente y llamarla por su nombre. Sólo si somos realistas
podremos perdonar.
Dicho de otro modo, el perdón verdadero implica mirar sin
rodeos el pecado, la parte inexcusable y reconciliarse a
pesar de todo con la persona que lo ha cometido. Esto y nada
más que esto es el perdón y siempre podremos recibirlo de
Dios, si lo pedimos.
En la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor no puede
perdonar a su hermano por una sencilla razón: porque él no
se considera necesitado de perdón. Siempre se ha portado
bien, ha permanecido en la casa paterna y no tiene nada de
qué arrepentirse. Cuando uno comprendemos que somos
pecadores y necesitamos del perdón de Dios, nos será fácil
perdonar a los demás.
Tenemos que ser perdonados para poder perdonar. San Juan
Crisóstomo decía que “aquél que considere sus propios
pecados estaré más pronto al perdón de su compañero”.
Reconocer nuestras ofensas no es otra cosa que ser humildes,
y la humildad es la base para cualquier acción buena,
especialmente cuando la acción ha de estar movida por el
amor, como ocurre con el perdón. El soberbio sólo se ama a
sí mismo, no se considera necesitado del perdón y, en
consecuencia, no puede perdonar.
Para perdonar se requiere también fortaleza, tanto para que
la decisión de liberar al otro, de perdonar a la otro, sea
firme, a pesar del tiempo. Recordemos que la decisión de
perdonar no hace que desaparezca automáticamente la herida,
ni desaparece de la memoria, por esto se debe reiterar la
decisión de perdonar cada vez que la herida se sienta o la
ofensa se recuerde.
Pero a pesar de las disposiciones anteriores (humildad y
fortaleza, hay ocasiones en que perdonar supera la capacidad
personal. Es entonces el momento de recordar que el perdón,
en su esencia más profunda, es divino, por lo que se hace
necesario acudir a Dios para poderlo otorgar. De la acogida
del perdón divino brota el compromiso de perdonar a los
hermanos.
II. ¿Qué actitudes nos disponen a perdonar?
Después de aclarar, en grandes líneas, en qué consiste el
perdón, vamos a considerar algunas actitudes que nos
disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y
también libera a los demás.
1. Amor
Perdonar es amar intensamente. El verbo latín per-donare
lo expresa con mucha claridad: el prefijo per intensifica el
verbo que acompaña, donare. Es dar abundantemente,
entregarse hasta el extremo. El poeta Werner Bergengruen ha
dicho que el amor se prueba en la fidelidad, y se completa
en el perdón.
Sin embargo, cuando alguien nos ha ofendido gravemente, el
amor apenas es posible. Es necesario, en un primer paso,
separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo
interiormente. Mientras el cuchillo está en la herida, la
herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el cuchillo,
adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su
rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para
poder perdonar de todo corazón, y dar al otro el amor que
necesita.
Una persona sólo puede vivir y desarrollarse sanamente,
cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere
verdaderamente, y le dice: “Es bueno que existas.” Hace
falta no sólo “estar aquí”, en la tierra, sino que hace
falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el
mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación
propia y ser capaz de relacionarse con otros en amistad. En
este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona
la obra de la creación.
Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su
propio valor, de su propia belleza.
Una persona amada es una persona aprobada, que puede
responder al otro con toda verdad: “Te necesito para ser yo
mismo.”
Si no perdono al otro, de alguna manera le quito el espacio
para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se aleja, en
consecuencia, cada vez más de su ideal y de su
autorrealización. En otras palabras, le mato, en sentido
espiritual. Se puede matar, realmente, a una persona con
palabras injustas y duras, con pensamientos malos o,
sencillamente, negando el perdón. El otro puede ponerse
entonces triste, pasivo y amargo. Kierkegaard habla de la
“desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él
mismo”, y no llega a serlo, porque los otros lo impiden.
Cuando, en cambio, concedemos el perdón, ayudamos al otro a
volver a la propia identidad, a vivir con una nueva libertad
y con una felicidad más honda.
2. Comprensión
Es preciso comprender que cada uno necesita más amor que
“merece”; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y
todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener
la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo
el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar.
Significa creer en la posibilidad de transformación y de
evolución de los demás.
Si una persona no perdona, puede ser que tome a los demás
demasiado en serio, que exija demasiado de ellos. Pero
“tomar a un hombre perfectamente en serio, significa
destruirle,” advierte el filósofo Robert Spaemann. Todos
somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no
somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos:
“no sabemos lo que hacemos”. Cuando, por ejemplo, una
persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo, no
piensa ni quiere decir. Si la tomo completamente en serio,
cada minuto del día, y me pongo a “analizar” lo que ha dicho
cuando estaba rabiosa, puedo causar conflictos sin fin. Si
lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona,
acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más
encantador.
Tenemos que creer en las capacidades del otro y dárselo a
entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse
una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le
trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay
muchas personas que saben animar a los otros a ser mejores.
Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello
dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas.
Actúan según lo que dice la sabiduría popular: “Si quieres
que el otro sea bueno, trátale como si ya lo fuese.”
3. Generosidad
Perdonar exige un corazón misericordioso y generoso.
Significa ir más allá de la justicia. Hay situaciones tan
complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha
robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye.
¿Pero si alguien pierde un órgano, un familiar o un buen
amigo? Es imposible restituirlo con la justicia.
Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la
pérdida, es donde tiene espacio el perdón.
El perdón no anula el derecho, pero lo excede infinitamente.
A veces, no hay soluciones en el mundo exterior. Pero, al
menos, se puede mitigar el daño interior, con cariño,
aliento y consuelo. “Convenceos que únicamente con la
justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la
humanidad -afirma San Josemaría Escrivá... La caridad ha de
ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo.” Y Santo
Tomás resume escuetamente: “La justicia sin la misericordia
es crueldad.”
El perdón trata de vencer el mal por la abundancia del bien.
Es por naturaleza incondicional, ya que es un don gratuito
del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el
que perdona no exige nada a su agresor, ni siquiera que le
duela lo que ha hecho. Antes, mucho antes que el agresor
busca la reconciliación, el que ama ya le ha perdonado.
El arrepentimiento del otro no es una condición necesaria
para el perdón, aunque sí es conveniente. Es, ciertamente,
mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a
veces hace falta comprender que en los que obran mal hay
bloqueos, que les impiden admitir su culpabilidad.
Hay un modo “impuro” de perdonar, cuando se hace con
cálculos, especulaciones y metas: “Te perdono para que te
des cuenta de la barbaridad que has hecho; te perdono para
que mejores.” Pueden ser fines educativos loables, pero en
este caso no se trata del perdón verdadero que se concede
sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico: “Te
perdono porque te quiero –a pesar de todo.”
Puedo perdonar al otro incluso sin dárselo a entender, en el
caso de que no entendería nada. Es un regalo que le hago,
aunque no se entera, o aunque no sabe porqué.
4. Humildad
Hace falta prudencia y delicadeza para ver cómo mostrar al
otro el perdón. En ocasiones, no es aconsejable hacerlo
enseguida, cuando la otra persona está todavía agitada.
Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla
y enfadarla aún más. En efecto, la oferta de la
reconciliación puede tener carácter de una acusación. Puede
ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo
razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la
paz, no es la obstinación del otro, sino mi propia
arrogancia.
Por otro lado, es siempre un riesgo ofrecer el perdón, pues
este gesto no asegura su recepción y puede molestar al
agresor en cualquier momento. “Cuando uno perdona, se
abandona al otro, a su poder, se expone a lo que
imprevisiblemente puede hacer y se le da libertad de ofender
y herir (de nuevo).” Aquí se ve que hace falta humildad para
buscar la reconciliación.
Cuando se den las circunstancias -quizá después de un largo
tiempo- conviene tener una conversación con el otro. En ella
se pueden dar a conocer los propios motivos y razones, el
propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los
argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final,
y esforzarse por captar también las palabras que el otro no
dice. De vez en cuando es necesario “cambiar la silla”, al
menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la
perspectiva del otro.
El perdón es un acto de fuerza interior, pero no de voluntad
de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No quiere
dominar o humillarle. Para que sea verdadero y “puro”, la
víctima debe evitar hasta la menor señal de una
“superioridad moral” que, en principio, no existe; al menos
no somos nosotros los que podemos ni debemos juzgar acerca
de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que
evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre
de nuevo. Quien demuestra la propia irreprochabilidad, no
ofrece realmente el perdón. Enfurecerse por la culpa de otro
puede conducir con gran facilidad a la represión de la culpa
de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos, no
como justos, por lo que el perdón es más para compartir que
para conceder.
Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los
demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta.
Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y
comenzar de nuevo. Es importante que cada uno reconozca la
propia flaqueza, los propios fallos -que, a lo mejor, han
llevado al otro a un comportamiento desviado-, y no dude en
pedir, a su vez, perdón al otro.
5. Abrirse a la gracia de Dios
No podemos negar que la exigencia del perdón llega en
ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede
perdonar cuando el opresor no se arrepiente en absoluto,
sino que incluso insulta a su víctima y cree haber obrado
correctamente? Quizá nunca será posible perdonar de todo
corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia
capacidad.
Pero un cristiano nunca está solo. Puede contar en cada
momento con la ayuda todopoderosa de Dios y experimentar la
alegría de ser amado. El mismo Dios le declara su gran amor:
“No temas, que yo... te he llamado por tu nombre. Tú eres
mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los
ríos, no te anegarán... Eres precioso a mis ojos, de gran
estima, yo te quiero.”
Un cristiano puede experimentar también la alegría de ser
perdonado. La verdadera culpabilidad va a la raíz de nuestro
ser: afecta nuestra relación con Dios. Mientras en los
Estados totalitarios, las personas que se han “desviado”
-según la opinión de las autoridades- son metidas en
cárceles o internadas en clínicas psiquiátricas, en el
Evangelio de Jesucristo, en cambio, se les invita a una
fiesta: la fiesta del perdón. Dios siempre acepta nuestro
arrepentimiento y nos invita a cambiar. Su gracia obra una
profunda transformación en nosotros: nos libera del caos
interior y sana las heridas.
Siempre es Dios quien ama primero y es Dios quien perdona
primero. Es Él quien nos da fuerzas para cumplir con este
mandamiento cristiano que es, probablemente, el más difícil
de todos: amar a los enemigos, perdonar a los que nos han
hecho daño. Pero, en el fondo, no se trata tanto de una
exigencia moral –como Dios te ha perdonado a ti, tú tienes
que perdonar a los prójimos- cuanto de un imperativo
existencial: si comprendes realmente lo que te ha ocurrido a
ti, no puedes por menos que perdonar al otro. Si no lo
haces, no sabes lo que Dios te ha dado.
El perdón forma parte de la identidad de los cristianos; su
ausencia significaría, por tanto, la pérdida del carácter de
cristiano. Por eso, los seguidores de Cristo de todos los
siglos han mirado a su Maestro que perdonó a sus propios
verdugos. Han sabido transformar las tragedias en victorias.
También nosotros podemos, con la gracia de Dios, encontrar
el sentido de las ofensas e injusticias en la propia vida.
Ninguna experiencia que adquirimos es en vano. Muy por el
contrario, siempre podemos aprender algo. También cuando nos
sorprende una tempestad o debemos soportar el frío o el
calor. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a
comprender mejor el mundo, a los demás y a nosotros mismos.
Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino
también la noche oscura tiene sus milagros. ”Hay ciertas
flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que
solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen
algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven
cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al
borde de la desesperación.”
Reflexión final y cuestionario
personal
Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un acto
liberador. Es un mandamiento cristiano y además un gran
alivio. Significa optar por la vida.
Sin embargo, no parece adecuado dictar comportamientos a las
víctimas. Es comprensible que una madre no pueda perdonar
enseguida al asesino de su hijo. Hay que dejarle todo el
tiempo que necesite para llegar al perdón. Si alguien le
acusara de rencorosa o vengativa, engrandecería su herida.
Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media,
aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se
rompan la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes
que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo.
En un primer momento, generalmente no somos capaces de
aceptar un gran dolor. Necesitamos tranquilizarnos; seguir
el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar mucho. Sólo
una persona de alma muy pequeña puede escandalizarse de
ello.
Perdonar puede ser una labor interior auténtica y dura. Pero
con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la ayuda de
la gracia divina, es posible realizarla. “Con mi Dios, salto
los muros,” canta el salmista. Podemos referirlo también a
los muros que están en nuestro corazón.
¿Quiero realmente perdonar? ¿Estoy dispuesto a hacerlo?
¿Soy sincero para reconocer que también tengo faltas?
¿Me arrepiento de las faltas y pecados que he cometido?
¿Acudo al sacramento de la reconciliación para recibir el
perdón de Dios?
¿He puesto ya los medios para reparar mis ofensas a Dios y
al prójimo?
Preguntas que pueden servirte para estructurar tus
conclusiones
¿Qué me ha parecido el tema?
¿Qué aplicaciones prácticas encuentro para mi vida?
Algún comentario particular…