La Dirección en la obra de Juan Pablo II[1]

 


Horacio Téllez Téllez
Ernesto Barrera Duque

 

 

El Papa Juan Pablo II publicó en mayo de 2004 parte de su autobiografía en el libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”. De las reflexiones allí realizadas es posible, brevemente, tomar algunos puntos importantes aplicables a la Dirección. Este libro está impregnado, desde el comienzo hasta el final, por una vida interior impregnada de servicio a los demás[2] y que denotan su motivación trascendente.

 

            Para comenzar el análisis, nos dice Juan Pablo II

 

El obispo está siempre en lo alto de un monte, en el candelero, visible a todos. Debe darse cuenta de que todo lo que sucede en su vida tiene importancia para la comunidad: “todos tenían los ojos fijos en él” (Lc 4, 20)[3].

 

            En términos de Dirección es claro el mensaje para quien se encuentra en el vértice de las organizaciones, es decir, al Gerente General o Presidente. Todas las personas están pendientes de sus decisiones, de su comportamiento, de su manera de ejecutar los planes de acción, de su voluntad, de su pasión por el trabajo, de su entrega a la misión corporativa, y lo más importante, de su compromiso con los criterios éticos en su día a día. Por su visibilidad, el Directivo es un modelo a seguir por los demás y, en consecuencia, deberá actuar, de manera consistente, en términos de virtudes y valores en todas las dimensiones de su rol, especialmente en la toma de decisiones. Juan Pablo II afirma

 

            Se puede decir que una diócesis refleja el modo de ser de su obispo[4].

 

            A manera extensiva podríamos ampliar esta frase, tan aguda y rica en su significado de la siguiente manera: cada organización refleja el modo de ser de su Director General.

Los hombres han tenido siempre necesidad de modelos que imitar. Tienen necesidad de ellos sobre todo hoy, en este tiempo nuestro tan expuesto a sugestiones cambiantes y contradictorias[5].

 

Hace parte de la naturaleza humana observar modelos de conducta para incorporarlos a su propia vida. Por este motivo es fundamental para el progreso organizacional el ejemplo del Director General en cuanto a sus virtudes y valores en su vida personal y directiva.

 

Con su ejemplo, el Directivo señala el camino a otros dentro de su organización proponiendo y construyendo en conjunto una misión trascendente que propulse la energía intelectual y emocional de las personas; no se trata de comprometer sólo a los cerebros... sino también los corazones. Y la manera de hacerlo es mediante una visión clara (“dónde”) y con su comportamiento en consistencia con los valores y virtudes cristianos.

 

Así como un padre de familia educa en la fe a sus hijos sobre todo con el ejemplo de su religiosidad y de su oración, así también el obispo edifica a sus fieles con su comportamiento[6].

 

Y no sólo es aplicable a la vida Directiva sino también a la vida familiar, donde los padres también deben ejercer su papel de modelo de comportamiento para sus hijos. Lo importante de ver en estos pasajes del libro del Papa Juan Pablo II es que la actitud, los valores y los comportamientos del vértice son siempre la fuente esencial de la cultura en una organización y en la familia. Condicionan y modelan la riqueza humana y la convivencia de un grupo de personas. Se trata de impulsar y servir a los demás con el propio ejemplo de vida práctica e interior. De allí la importancia fundamental de la fuerte formación ética en quienes tienen este tipo de misiones: Directivos y Padres de Familia.

 

Con base en estos postulados, el mensaje para las personas que viven en medio del mundo es el siguiente

 

Los laicos pueden realizar su vocación en el mundo y alcanzar la santidad no solamente comprometiéndose activamente a favor de los pobres y los necesitados, sino también animando con espíritu cristiano la sociedad mediante el cumplimiento de sus deberes profesionales y con el testimonio de una vida familiar ejemplar[7].

 

La fuerza interna que lo irradia es la capacidad de servicio a los demás. Un auténtico líder tiene una mentalidad clara de servicio a los demás. Así lo deja claro en el libro analizado: “¡Levantaos! ¡Vamos!”.

 

Hay siempre un problema en la relación entre autoridad y servicio. Tal vez deba reprocharme a mí mismo por no haber intentado lo suficiente para mandar. En cierta medida es debido a mi temperamento. Pero de algún modo hace referencia también al deseo de Cristo, que pidió a sus Apóstoles servir, más que mandar[8].

 

Al adoptar una actitud de servicio, el líder, el vértice de la familia o de la organización, tendrá de sus seguidores, empleados e hijos una actividad activa para escucharlo y seguir sus lineamientos, pues en el fondo esto se refleja; sin esfuerzo irradia la transparencia de sus intenciones: el beneficio para los demás y no el suyo propio[9]. La motivación del líder habrá de ser siempre el servicio a los demás y no él o ella misma.

 

En el tema de la selección para tareas específicas, nos dice el Papa Juan Pablo II

 

Encontrar la motivación religiosa para actuar y la persona adecuada para llevar a cabo una determinada tarea era un buen comienzo, que daba buenas esperanzas de éxito a las iniciativas pastorales[10].

 

En los resultados de una investigación de 5 años en empresas de Estados Unidos, Jim Collins (2001), estableció que la primer criterio de las empresas que sobresalen es de “primero quién y después qué”[11]. Consiste en contratar personas disciplinadas que se motiven a sí mismas y realicen de manera apasionada su trabajo. Personas dispuestas a encender el mundo con sus acciones, imparables, fuertes de carácter, con un gran sentido trascendente. Este postulado, incorporar personas disciplinadas, coincide con el estilo del Papa Juan Pablo II, quien centra la calidad de sus propias motivaciones[12] y observa y fomenta la de sus colaboradores. Está muy pendiente de las personas, de sus capacidades y de su compromiso con la misión encomendada. Pero lo más importante, es el mensaje de mantener una fuerte voluntad y humildad en el desempeño del trabajo profesional:

 

Debéis exigiros a vosotros mismos, aunque los otros no os exijan[13].

 

Continuemos con un bello texto del Papa Juan Pablo II en relación con la importancia del contacto personal y la preocupación por el otro, como persona única e irrepetible.

 

Cada hombre es una persona individual, y por eso yo no puedo programar a priori un tipo de relación que valga para todos, sino que cada vez, por así decir, debo volver a descubrirlo desde el principio[14].

 

Estas palabras hablan por sí mismas, son impresionantes... su mensaje para la vida directiva es claro y contundente. Para ello planteamos la reflexión en forma de preguntas: ¿Considero que puedo motivar a todos mis colaboradores de la misma manera? ¿Todo el mundo se motiva por el dinero? ¿Todo el mundo es perezoso? ¿Mi función esencial es el control del desempeño de mis colaboradores? ¿Cuál es mi concepción sobre la persona humana? ¿Considero a cada persona como valiosa, única e irrepetible?

 

La concepción que cada Directivo tenga de la naturaleza humana le forjará necesariamente su estilo de dirección. Si parte de una visión mecanicista, egocéntrica y pesimista de la persona humana, en sus comportamientos irradiará siempre la desconfianza en los demás y lo más grave, medirá a todos bajo el mismo prisma. Si su concepción es antropológica, optimista, basada en la consideración de que las personas son únicas e irrepetibles, dirigirá siempre bajo prismas distintos en función de la persona que tiene al frente, distinguiendo en cada una sus propias motivaciones, capacidades, actitudes y necesidades. Al respecto Juan Pablo II agrega

 

Apreciaba mucho los encuentros con Pablo VI. Aprendí mucho de él, incluso sobre su modo de llevar a cabo estos encuentros. Sin embargo, después he trazado mi propio esquema: primero recibo a cada obispo personalmente, luego invito a comer a todo el grupo y, al final, celebramos juntos la Santa Misa por la mañana y tenemos una reunión colectiva[15].

 

Aquí nos describe el Papa la manera de acercarse a las diferentes reuniones con sus colaboradores: los obispos. Se ve claramente su inclinación por la personalización de los encuentros.

 

La interacción entre Directivo y colaboradores es el momento de la verdad en el mundo de las organizaciones, es el punto crítico para generar confianza y para construir una convivencia profesional adecuada. Deberá propiciar la personalización de los encuentros, transmitir transparencia en sus intenciones, criterios éticos en la toma de decisiones, preocupación e interés por los demás, con un diálogo constructivo adecuado a las circunstancias y personas que rodean la situación.

 

De todos modos, mi preocupación constante ha sido la de cuidar en cada caso el carácter personal del encuentro. Cada uno es un capítulo aparte. Me he movido siempre según esta convicción[16].  

 

Continúa más adelante

 

El interés por el otro comienza en la oración del obispo, en su coloquio con Cristo, que le confía “a los suyos”. La oración le prepara a estos encuentros con los otros[17].

 

Vuelve el tema de la preparación personal previa para afrontar los retos de la vida, nadie puede ir por el mundo familiar, social o directivo sin una fuerte formación ética y de práctica continua de la reflexión personal sobre sus actos y sobre su propia vida. No se puede guiar y servir a los demás si no hemos definido claramente nuestra misión personal única e irrepetible[18] y nuestro sentido trascendente como persona humana. Por este motivo una pregunta y reflexión necesaria para un directivo es: “¿Cuál es mi misión en la vida?”[19]. Al final, la vida interior es la clave[20].

 

El darse a los otros es una dimensión existencial para quien ejerce la función de vértice. El autismo directivo no es el camino. La apertura y la preocupación por el bienestar de los demás es el inicio. En sus propias palabras lo ha expresado Juan Pablo II

 

Cuando encuentro una persona, ya rezo por ella, y eso siempre facilita la relación[21].

 

Se trata de mantener una actitud positiva frente al encuentro con los demás. Cuántas veces no nos ha pasado que nos decimos a nosotros mismos “qué pereza ir a hablar con tal persona”, es decir, de entrada ya estamos predisponiendo nuestro encuentro con elementos negativos: menospreciamos la interacción. Miremos el ejemplo del Papa... ¡reza por cada persona con la que se encuentra! Desea el bienestar del otro, lo mira con amor, valora la relación, la interacción con los demás. Esta reflexión es muy profunda: en la medida que cada encuentro es único por la persona y las circunstancias, debemos valorarlo con una actitud positiva y de riqueza personal. ¿Será importante pensar en lo valioso que es mi colaborador o par, previamente al momento del contacto? La respuesta siempre será positiva.

 

Juan Pablo II hace énfasis en la importancia de dirigir mediante el trato personal con los demás. No se concibe un Directivo que no dialogue de manera permanente con las personas de la organización. No puede esconderse en su “castillo de cristal” sin que la gente lo vea e interactúe con él o ella, es importante que la organización tenga acceso al vértice, que convivan con él, que aprendan de él, que lo puedan palpar, escuchar directamente, que le puedan comunicar sin barreras sus ideas... Se trata de personalizar los encuentros y dirigir mediante el contacto personal. Aplicado al contexto de la Dirección de Empresas podríamos utilizar la vieja frase: “managing by wandering around[22]. Nos dice el Papa

 

El señor me ha dado las fuerzas necesarias para poder visitar muchos países, diría que la mayor parte. Esto tiene gran importancia, porque la estancia personal en un país, aunque sea breve, permite ver mucho. Además, estos encuentros dan la oportunidad de tener un contacto directo con la gente, que es de suma utilidad, tanto en el ámbito personal como eclesial. También San Pablo estaba constantemente en camino. Por eso, cuando se lee que escribió a las distintas comunidades, se advierte que había estado con ellas, que conocía a la gente del lugar y sus propios problemas. Lo mismo vale para todos los tiempos, también para el nuestro.

 

Me ha gustado siempre viajar. Estoy convencido de que, en cierto sentido, es un cometido que Cristo mismo ha encargado al Papa. Ya como obispo diocesano me gustaban las visitas pastorales y consideraba que era muy importante saber lo que sucede en las parroquias, conocer a las personas y tratarlas directamente. La visita pastoral, que es una norma canónica, ha sido en realidad dictada por una experiencia de vida. El modelo es San Pablo. También Pedro, pero sobre todo Pablo[23].

 

Estas palabras hablan por sí mismas. No requieren mayor explicación, simplemente, podríamos trasladarlo a un lenguaje más coloquial: ¡hay que pisar el barro! Como vértice tiene el compromiso de estar cerca de la gente. Debe propiciar el contacto personal permanente, y su deber consiste en conocer a cada una de las personas que lo rodean en la organización, pues cada persona es distinta, única e irrepetible y, por tanto, exige un trato específico.  Después de este punto de partida, las personas y la actitud, el Santo Padre desarrolla claramente un compromiso con la visión antropológica de la Dirección.

 

No obstante, como pastor, no puede desinteresarse en esta componente de su grey y tiene la responsabilidad de recordar a los intelectuales el deber de servir a la verdad y de promover así el bien común[24].

 

Es un deber claro del Directivo comprometerse con las personas, y con una misión trascendente bajo una actitud ética, de servicio a los demás. Es la compenetración, la sincronización entre pensamiento y corazón. Por ese motivo, la verdad y el bien común, son las turbinas sobre las cuales debe girar el desarrollo del oficio Directivo, especialmente en la toma de decisiones. Y la pregunta fundamental, bajo la experiencia autobiográfica de Juan Pablo II, será: ¿Qué tengo que hacer para lograr estas condiciones? La respuesta es clara, y además, muy sencilla: vida interior y un sentido trascendente a las acciones, pensando siempre en términos de su impacto y beneficio en los demás (idea vinculada a la mencionada actitud de servicio).

 

            Otro punto importante en la obra de Juan Pablo II es su idea sobre la obligación del vértice para construir su organización desde un modelo de promoción y protección de valores[25]. Deberá buscar que ésta permanezca en el tiempo bajo sus principios fundamentales. La flexibilidad es importante para adaptarse a los cambios del entorno; pero en términos de principios, de “ideología básica” (Collins y Porras, 1995)[26] es inamovible y se constituye en la garantía fundamental para la perdurabilidad. En este sentido la sucesión en el “mando” (o mejor... en el “servicio”) es una actividad de largo plazo crítica para este fin: la perdurabilidad.

           

También esto es una tarea del Obispo: preparar a quien eventualmente pueda sustituirle[27].

 

                El Director General debe buscar sucesores dentro de la misma organización que garanticen la perdurabilidad de los principios y valores que han generado y potenciado el desarrollo exitoso de la organización. Parte de su tarea fundamental es formar a otros para que lo reemplacen cuando deba retirarse. Un buen Directivo se conoce por la calidad y condiciones desarrolladas en cada uno de sus colaboradores y subordinados. Cuando éstos tienen el potencial para sustituirlo, se podría decir que aquél ha hecho una buena labor como mentor.

 

De otro lado, para el Papa Juan Pablo II, las adversidades hacen parte de la vida ordinaria, hay que levantarse permanentemente, no desfallecer ante las dificultades.

 

Seguramente nos encontraremos con dificultades. Nada tiene de extraordinario. Forma parte de la vida de fe[28].

 

Frente a las adversidades el Papa recomienda un modo de pensar que también se ha visto reflejado en la historia de muchos líderes

 

Cada uno de vosotros, jóvenes, encuentra en su vida un “Westerplatte”[29]. Unas obligaciones que debe asumir y cumplir. Una causa justa, por la que se debe combatir. Un deber, una obligación, a la que uno no puede sustraerse; de la que no es posible desertar. En fin, hay que “mantener” y “defender” un cierto orden de verdades y de valores dentro de sí mismo y en su entorno. Sí: defender, para sí mismo y para los otros[30].

 

Se observa la importancia de imprimirle un sentido trascendente a la vida, de tener una causa superior y valiosa por la cual luchar en conjunto con otros y una misión personal única e irrepetible. En este pasaje, el Papa también envía el mensaje de la importancia del ser frente al tener. La persona humana no puede dejarse vencer sólo por el tener más, pues debemos ir más allá, hacia lo fundamental: el ser más.  Esto se logra mediante la construcción de una sólida vida interior que integre la propia misión personal con el servicio y el interés por el otro.

 

La autobiografía del Papa Juan Pablo II, plasmada en el libro “¡Levantaos! ¡Vamos!” es un testimonio de su amor apasionado por el mundo[31], y nos deja un modelo en forma de trípode muy claro para el desarrollo de la vida ordinaria y Directiva: una misión personal, imprimir un sentido trascendente a las acciones[32] y la personalización de los encuentros. Pero este modelo está cruzado, soportado, sustentado y justificado por la construcción de una fuerte vida interior.
 


[1] Copyright © Junio de 2004, INALDE – Escuela de Dirección y Negocios, Colombia.

Nota técnica elaborada por Ernesto Barrera Duque y el Padre Horacio Tellez Tellez, como base de discusión y no como ilustración de la gestión, adecuada o inadecuada de una situación determinada.

 

Prohibida la reproducción, total o parcial en cualquier medio, sin autorización escrita del INALDE. Revisión: 10/2004.

 

[2] Definida en términos directivos como predominancia de la motivación trascendente como eje del modelo antropológico de la Dirección de Empresas. El beneficio de las propias acciones en otros: servicio a los demás. Para ampliar este concepto: Autores Varios del IESE, Paradigmas de Liderazgo. Ed. Mcgraw-hill, Madrid, 2001, cap. I.

[3] Juan Pablo II. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ed. Plaza y Janés, Bogotá D.C., 2004, p. 49.

[4] Ibíd., p. 118.

[5] Ibíd., p. 166.

[6] Ibíd., p. 49.

[7] Ibíd., p. 107.

[8]  Ibíd., p. 53.

[9]  En la actitud predomina la llamada motivación trascendente, donde lo fundamental es el impacto de nuestras decisiones en los otros. Pérez López, Juan Antonio. Fundamentos de la Dirección de Empresas, Ed. Rialp, Madrid, 1993.

[10]  Ibíd., p. 54.

[11]  Collins, Jim. Empresas que sobresalen, Ed. Norma, Bogotá D.C., 2001.

[12]  Chinchilla, Nuria y León, Consuelo. La ambición femenina, Ed. Aguilar, Santiago de Chile, 2004, p. 204

[13]  Juan Pablo II, op.cit., p. 165.

[14] Ibíd., p. 68.

[15] Ibíd., p. 143.

[16] Ibíd., p. 69.

[17] Ibíd., p. 69.

[18] Chinchilla, Nuria y León, Consuelo. Op.cit., pp. 193-217 y pp. 232-240.

[19]  Barrera Duque, Ernesto. Liderazgo es genialidad artística, Ensayo, 1998.

[20]  Entendiendo por vida interior ese diálogo permanente con Dios y consigo mismo para servir a los demás. Que requiere la definición de una misión personal.

[21]  Ibíd., p. 69.

[22] Otra expresión es “dirigir caminando alrededor”.

[23]  Juan Pablo II, op.cit., pp. 143-144.

[24]  Ibíd., p. 87.

[25]  Idea desarrollada por Peters, Thomas y Waterman, Robert. En busca de la excelencia, Ed. Norma, Bogotá, 1982.

[26]  Collins y Porras. Empresas que Perduran. Ed. Norma, Bogotá D.C., 1995.

[27]  Juan Pablo II, op.cit., p. 122.

[28]  Ibíd., p. 164.

[29]  Se refiere a un lugar en Polonia donde unos jóvenes polacos enfrentaron con éxito en 1939 a las fuerzas nazis, dando un testimonio de coraje, perseverancia y fidelidad.

[30]  Juan Pablo II, op.cit., p. 165.

[31] Concepto desarrollado por San Josemaría Escrivá de Balaguer. Conversaciones, Ed. Procodes, 1968, pp. 229-244.

[32] Derivado de la actitud de servicio, considerando el impacto y beneficio de nuestras acciones en otros y en su adecuación a la propia misión y a la vida interior, con fundamento en una calidad motivacional centrada en lo contributivo.