Ana María Tepedino

Las discípulas de Jesús

 

 

Una mujer entre la multitud dijo gritando:

– ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!

Pero él repuso:

– Mejor: ¡Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!» (Lc 11,27-28).

…La corrección de Jesús demuestra que la vocación fundamental de la mujer es la de ser discípula y de este modo se realizará como persona…

A las mujeres, mis hermanas, que van descubriéndose como personas a través de la experiencia de la igualdad, en la medida en que siguen a Jesús y se convierten en discípulas suyas.

Con el deseo de que mis hijos e hijas Renato, Leonardo, Ana Paula y Cristiana realicen esta experiencia.

 

 

Agradecimiento

 

Al Prof. Dr. D. Alfonso García Rubio, maestro y amigo, que me introdujo en los caminos de la teología y de la vida y me orientó en este trabajo con paciencia y exigencia.

A mis hermanas, Tereza Cavalcanti, Maria Clara Bingemer, Maria Laura Gorgulho y Maria Conceiçao Corrêa Pinto, por su compañía calurosa y, de modo especial, a Margarida Luiza Ribeiro Brandão, por su disponibilidad en la revisión y corrección del texto.

A la hermana María José Rosado Nunes (Zeca), que me despertó en relación con la problemática de la mujer.

A Vera y Luisa, por su cariño y estímulo en los momentos de desánimo.

A mi familia, para quien muchas veces fui una presencia ausente durante la elaboración del trabajo.

A la iglesia de Caixas (RJ), en donde viví una experiencia de igualdad, comunión y participación.

A los amigos que me enviaron y prestaron libros, haciendo posible esta reflexión sobre la igualdad.

 

 

Indice

Presentación a la edición ecuatoriana

Introducción

Capítulo I

Elementos esenciales del discipulado

Introducción

Mathetés: Discípulo

Akolouthein: Seguir

Diakonein: Servir

Orao y Akouo: Ver y escuchar

Apostello: Ser enviado

Resumen

Capítulo II

Situación de la mujer en el antiguo Oriente próximo

Introducción

La mujer en el antiguo Creciente Fértil

La mujer en Egipto

La mujer en Grecia

La mujer en Roma

La mujer en Israel

Las mujeres y Jesús

Resumen

Capítulo III

Textos importantes en relación con el discipulado de la mujer

Introducción

Seguidoras del principio al fin

¿Quiénes son esas mujeres?

Testigos de la muerte y anunciadoras de la vida nueva

En memoria de ella

Gracias a ella creemos

Marta de Betania: teóloga y profeta

María de Betania: praxis de la auténtica discípula

María Magdalena: testigo de primera hora

Resumen

Capítulo IV

Algunas consecuencias teológicas y pastorales

Consecuencias para el movimiento de Jesús y la Iglesia naciente

Consecuencias pastorales para la Iglesia de hoy en América Latina

 

 

 

 

La teología y la vida de la Iglesia experimentan incesantemente el impacto de la evolución de la historia humana. Al final del siglo XX, el gran impacto está constituido por el clamor de los pobres que se alza a los cielos (cf. Puebla 87-88) y, de entre este clamor, emerge la voz de la mujer que trata de hacerse oír, para poder ser considerada como persona y participar en la sociedad.

El papa Juan XXIII saludó la emancipación de la mujer como uno de los signos de los tiempos que desafían a los sectores más sensibles de la sociedad y de la iglesia en el sentido de superar la antiquísima discriminación sexual que siempre existió contra ellas.

Las mujeres fueron siempre muy religiosas. En el movimiento de Jesús tenían una participación igualitaria, lo que suponía un refuerzo importante en el inicio de la Iglesia. Percibimos esto a través de los hechos de los Apóstoles (cf. Hch 1,14-15; 2,17-18; 8,12) y en algunas cartas de Pablo (cf. Rom 16,1.5.6.7.12; 1 Cor 16,19; Flp 4,2-3). Pero bajo el peso de la cultura y quizás por la dilación de la parusía, este igualitarismo fue cediendo a la discriminación, hasta llegar a quedar prácticamente invisible la participación activa de las mujeres ya en el siglo II.

Algunos autores plantean la hipótesis de que había tantas dificultades para proponer la novedad de Jesús que se imponía seleccionar los combates para promover lo esencial, dejando de lado una lucha que provocaría grandes protestas, como era el caso de la igualdad de las mujeres2. La mayoría de los investigadores está de acuerdo en que las actitudes respecto a ellas fueron volviéndose cada vez más opresoras hacia finales del siglo I dC. ¿Podríamos atribuirlo a la influencia de la filosofía griega, con su antropología dualista?

Esa situación perduró durante siglos hasta que, a partir del siglo XIX, las mujeres abrieron espacios en la sociedad civil y conquistaron el acceso a todas las ramas del saber, comenzando de este modo a tener mayor participación en la vida pública.

Como veremos, la religión constituyó un espacio intermediario entre lo público (tradicionalmente masculino) y lo privado (tradicionalmente femenino) que hizo posible la participación activa de la mujer. En concreto, una experiencia eclesial consiste en que, a través de la vivencia de la fe bíblica, los seres humanos van descubriendo que el sometimiento y la pasividad no están en el plan de Dios para ninguno de sus hijos. La experiencia de Dios que la Biblia presenta como prototípica es el Exodo, en el que se relata que Yahweh no puede soportar la esclavitud de su pueblo y suscita la jefatura de Moisés para liberarlo del sufrimiento (cf. Ex 3,7.8).

En nuestros tiempos, en la medida en que se va profundizando en la experiencia de Dios, las mujeres, que siempre fueron mayoría de la Iglesia3, sienten la necesidad de estudiar, de prepararse para entender mejor su fe, para oír mejor y más eficazmente a Dios4. Al mismo tiempo que crecen en la fe, crecen también como personas y adquieren el valor para participar con más confianza.

Comienzan, entonces, a cuestionar su propia identidad. ¿Acaso las mujeres son inferiores a los hombres, desde el punto de vista ontológico, y peores, desde el ético, además de ser inmaduras, emotivas, irracionales, ilógicas, débiles y volubles? ¿O ésta es la concepción patriarcal5 y androcéntrica que busca una protección sagrada para proyectar esta imagen? ¡El hombre creó el estereotipo de ser inferior, pasivo y dependiente que fue interiorizado incluso por ella!

Por eso, hoy día, percibiendo este proceso con toda claridad, ellas quieren «desconocer» este estereotipo y tratan de descubrir su propia identidad6. Para ello, comienzan a releer la Biblia y perciben que también ha sido utilizada como arma contra ellas pero que, al mismo tiempo, puede ser fuente de valor y esperanza en la lucha. El punto de partida de la relectura de la Biblia en la óptica de la mujer es la experiencia de la opresión personal y colectiva, así como la experiencia de otros oprimidos que van descubriendo al Dios libertador que es amor, vida, ternura y compasión y quiere que todos sus hijos tengan vida y vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Y que, para demostrar su pasión por los hombres, envía a su Hijo con la misión de enseñar el camino de la vida plena.

Estudiando la Biblia en el contexto en el que fue escrita, percibimos que, en el judaísmo, las mujeres estaban equiparadas a los niños y los esclavos, consideradas objetos, pues podían ser vendidas (cf. Decálogo: «no codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo…», Ex 20,17); por tanto, su situación era subordinada e inferior, a efectos religiosos y legales.

Por otra parte, en las historias bíblicas aparecen mujeres osadas y valerosas, a quienes no se consideraba menores ni esclavas, que tienen una actuación decidida en beneficio de su pueblo (cf. María, Julda, Ester, Débora, Judit, Rut y Noemí, la madre de los siete hermanos Macabeos).

Por eso, nos parece en extremo importante estudiar la Sagrada Escritura, porque no solo es un libro religioso, sino que tiene una dimensión cultural, social y política, pues constituye una matriz formadora de la sociedad occidental y cristiana (y sigue informando la auto-comprensión de las sociedades secularizadas europeas y americanas).

Dios se revela en formas y lenguajes humanos que están condicionados por una cultura y una época concretas; en el caso de la Sagrada Escritura, una sociedad patriarcal. Por tanto, es un hecho histórico que la revelación bíblica asumió la forma y se expresó mediante estructuras y expresiones androcéntricas y patriarcales.

Según algunas teólogas feministas, «una interpretación crítica feminista de la Sagrada Escritura puede contribuir a la subversión del antifeminismo, por negar cualquier autoridad divino-religiosa a los pasajes de la Biblia y por considerar y constituir a las mujeres en la iglesia como la comunidad del "discipulado de iguales" que desde dentro podría contribuir a romper el sistema patriarcal cerrado de la iglesia y de la sociedad»7.

Para ello, las mujeres tendrán que elaborar una hermenéutica feminista8 que trate de recuperar la actuación de sus hermanas, pues, al ser la Biblia un texto androcéntrico, es probable que los hombres sólo permitan que aparezca muy poco de lo que ellas realicen, que es lo que tenemos que procurar revelar.

La teología feminista comienza con la experiencia de las mujeres de la iglesia y en la iglesia. A partir de ahí, algunas teólogas elaboraron una «teología crítica de la liberación que no se basaba en el carácter de la mujer como mujer, sino en sus experiencias históricas de sufrimiento, en su opresión psíquica y sexual, en su infantilización y en su invisibilización estructural, como consecuencia del sexismo de las iglesias y de la sociedad»9.

Los pasos metodológicos considerados más importantes para la hermenéutica feminista son:

1) sospechar: no aceptar pasivamente el texto escrito. Suscitar una sospecha hermenéutica, aplicada a las interpretaciones contemporáneas de la Biblia, así como al propio texto bíblico;

2) proclamar: desarrollar una hermenéutica de la proclamación (de lo que debe ser), en vez de una hermenéutica de la concreción histórica (de lo que es), porque el texto bíblico es fuerza de salvación y, por eso, es preciso proclamar en él lo que es liberador;

3) redescubrir el texto bíblico a partir de la reconstrucción de la historia de las mujeres, es decir, comparar uno con otra;

4) reelaborar críticamente, basándose en el contexto histórico en el que fue elaborado el texto10. Para que no se pierda el recuerdo, es necesario registrarlo y seguir adelante.

Como resultado de esos pasos metodológicos, salieron a la luz algunos hechos fundamentales:

1) en el movimiento de Jesús, las mujeres tenían el estatuto de discípulas, igual que los hombres (cf. Mc 15,40-41), que es lo que procuraremos demostrar;

2) en numerosas comunidades de la iglesia primitiva, compuestas por hombres y mujeres, éstas asumían posiciones de dirección y de apostolado (cf. 1 Cor 16,19; Rom 16,1.5.6.7.12; Col 4,15);

3) la forma de transmisión de la teología cristiana está nítidamente marcada por características de tipo patriarcal, según las cuales los hombres y los rasgos de carácter «presuntamente» masculinos –de racionalidad, voluntad y poder– son características difundidas en la iglesia, que influyeron e influyen sobre los hábitos de pensamiento, los modelos de religión y las formas de vida11;

4) al releer hoy los textos en los que se menciona a las mujeres en los evangelios, las mujeres perciben que los hombres no les prestan atención (incluso los especialistas). Esto pone en evidencia el sexismo, no sólo al escribir la Sagrada Escritura, sino también al interpretarla, pues los textos en los que aparece la mujer, no tienen importancia.

Algunos pasajes bíblicos pueden utilizarse en contra de la lucha de la mujer por la liberación, porque son patriarcales y, por tanto, sirven para legitimar el papel subordinado de las mujeres y su categoría secundaria en la iglesia y en la sociedad (cf. 1 Cor 14,34-35; 1 Tim 2,11-12; determinada relectura de Gn 2 y 3). «Así como la Palabra de Dios fue utilizada para legitimar la opresión de todas las mujeres: libres, esclavas, blancas, negras, ricas, pobres, de clase trabajadora, de clase obrera, de clase media, mujeres del primer y del tercer mundo, también proporciona fundamento y autorización para que las mujeres rechacen la esclavitud, el racismo, la explotación colonial y económica, el antisemitismo, la misoginia como antibíblicos y contra la voluntad de Dios»12. La Sagrada Escritura ha inspirado y sigue inspirando a gran número de mujeres para que luchen contra la injusticia, la explotación y los estereotipos.

La encarnación de Jesucristo, Hijo de Dios, que vivió en la Palestina del siglo I, hace que los hombres y mujeres experimenten lo que significa ser persona humana, criaturas llamadas a vivir en la igualdad, en la libertad, en la solidaridad, en la hermandad (fraternidad y sororidad13), como hijos queridos del mismo Padre14.

Esa experiencia da fuerza para luchar, por todos los caminos de la vida, contra todo y cualquier cosa que impida ser una persona humana en plenitud, ya sea la pobreza, el machismo o la falta de libertad. Da fuerza para sobrevivir con dignidad y seguir luchando cuando parece que no hay esperanza de éxito. Esta lección se aprende cuando estudiamos la relación con Jesús con los marginados (entre ellos, las mujeres). Estos seres que, en la sociedad de Israel, eran los desheredados desheredadas, los y las que nada podían esperar se descubren como herederos y herederas y los preferidos y preferidas de Dios, porque a ellos y ellas los prefiere Jesús, realizando así la revelación teológica más profunda: su Padre es un Dios de amor, de misericordia, de ternura, de vida, que no soporta situaciones de menos vida para ninguno de sus hijos15, y como madre amorosa, ama más a los que más sufren, los más débiles, los más dolientes, los más marginados y que padecen mayor opresión. El no puede soportar esta situación, así como Jesús no la soportó y pasó la vida luchando contra toda institución, situación o persona que oprimiese o marginase a los demás. De este modo, la relación con Jesús hace que todos experimenten lo que significa ser persona humana, criatura amada de Dios.

La Sagrada Escritura dice que las personas quedaban «curadas» de sus enfermedades (que, para los judíos, significaban la muerte, segregando a las personas e impidiéndoles participar en la sociedad16). Al contacto con Jesús, las personas se sienten recuperadas, reintegradas a la comunidad, restituida su dignidad humana, lo que provoca eclosión de las potencialidades de cada una para ponerlas al servicio de los demás.

Esa ha constituido también mi experiencia existencial. Educada en la fe católica, fui viviendo poco a poco una experiencia de Dios en la que me fui descubriendo como persona, descubriendo a los otros y la comunidad. De la experiencia de una iglesia ceñuda y clerical, llegué a la experiencia de la participación y comunión como la describen los Hechos de los Apóstoles y, en ese itinerario, lo que más me marcó fue la experiencia de la igualdad que nos libera y nos recrea, actualizando nuestras potencialidades. Por eso, tratamos ese tema: el discipulado de la mujer, tal como aparece en los textos de los evangelios.

No es un trabajo exegético, sino sistemático-pastoral. Aunque se utilicen reflexiones exegéticas, el método es distinto del exegético. Utilizamos una lógica hermenéutica y no una lógica exegética, entendiendo por lógica hermenéutica una interpretación de lo que está presente en la estructura de significación del texto, aunque no pertenezca necesariamente a la intención de la obra.

El texto está descrito desde hace casi 2.000 años. Hoy, a partir de nuestras coordenadas sociopolíticoreligiosas, lo vemos de otra manera, tratando de descubrir el sentido real de lo que surge y el sentido del silencio en relación con las mujeres. Queremos descubrir «el sentido que Dios nos revela hoy, por su Espíritu, a través del antiguo texto de la Biblia»17.

El hecho actual de la salida a la luz de la problemática de la mujer nos hace buscar en la Sagrada Escritura el fundamento de su participación en la sociedad y en la iglesia en igualdad con los hombres.

En vista de ello, algunos autores desarrollan argumentos para demostrar por qué es políticamente necesaria la interpretación feminista de la Biblia.

1) A través de la historia e incluso hoy, la Sagrada Escritura se ha utilizado para mantener sometidas a las mujeres, así como para impedir su emancipación.

2) No sólo los hombres, sino también las mujeres son fieles creyentes en la Biblia como Palabra de Dios (¿nos atreveríamos a decir, en especial las mujeres?). La Biblia es una autoridad no sólo para los hombres, sino también para las mujeres.

3) No hay posible reforma en el terreno de la sociedad si no se avanza en todos los demás campos. Nadie puede reformar la ley ni otras instituciones culturales sin reformar también el modo de entender la Palabra de Dios. Dado que todas las reformas son interdependientes, una interpretación críticofeminista constituye una empresa política necesaria que influirá en la vida de las mujeres, en las iglesias y en la sociedad18.

La reflexión teológica sobre la igualdad entre hombre y mujer como discípulos y discípulas de Jesús se inspira en los intereses prácticos de la liberación de las mujeres de estructuras y doctrinas bíblico-patriarcales interiorizadas y servirá para fundamentar la participación y el papel de la mujer en la iglesia de manera igualitaria.

En consecuencia, hoy día, cuando se debate el papel de la mujer en la iglesia y en la sociedad y, sobre todo su papel en la construcción de la nueva sociedad y en el nuevo modo de ser iglesia, la importancia del tema es indiscutible.

Tratamos de reunir datos elaborados a partir de una óptica feminista que se basen en una relectura histórico-crítica de la liberación. En cuanto teología crítica de la liberación, la teología feminista articula como su problema central la forma según la cual el lenguaje androcéntrico, las estructuras teóricas y la ciencia teológica funcionan para sancionar y concretar las estructuras patriarcales de la iglesia y de la sociedad19.

La intención de la investigación fue estudiar:

1) los elementos principales del discipulado;

2) algunos datos sobre la situación de la mujer en el Oriente próximo;

3) los textos pertinentes relativos al discipulado de la mujer.

Por tanto, en el capítulo primero, tratamos del discipulado de modo genérico20, trabajando sobre los elementos característicos del discipulado de Jesús, comparándolo con el de los rabinos y los filósofos, que también tenían discípulos. En concreto, examinamos la llamada (klésis) a ser discípulo (mathetés); el seguimiento (akoloutheo), el servicio (diakoneo) se convierten en términos teológicos, caracterizando al discípulo discípula de Jesús. A continuación, profundizamos en las actitudes que se perciben en aquellos y aquellas que siguen a Jesús: ver y escuchar (orao y akouo), que permitían penetrar en el misterio y reunir fuerzas para emprender la misión de difundir el Reino de Dios, que constituye el último elemento; ser enviado (apostello) aquel que, habiendo tenido la experiencia de plenitud de la vida con Jesús, parte para ir a compartirla con los demás, anunciando que el Reinado de Dios sobre la realidad ya ha comenzado y convocando a otros para realizar la misma experiencia y trabajar juntos para implantar el Reino de Dios, que es don y tarea.

Para mostrar la «novedad» de la relación de Jesús con las mujeres, procuramos describir un rápido panorama de la situación de las mujeres en el Oriente antiguo en el capítulo segundo.

La investigación pone en evidencia que, en los tiempos en los que predominaba el nomadismo, parece que la situación entre hombre y mujer era más igualitaria. A medida que fue produciéndose el proceso de sedentarización, el hombre fue adquiriendo una posición principal, colocando a la mujer en una situación subalterna. Veremos brevemente esta cuestión:

- en el Creciente Fértil;

- en Egipto;

- en Grecia;

- en Roma;

- en Israel (en el Antiguo Testamento, en la diáspora, en el judaísmo tardío);

- las mujeres y Jesús.

La novedad surge con Jesús en muchos aspectos; en nuestro caso, en la relación igualitaria con las mujeres. El trataba a todos y a todas sin prejuicio de ninguna especie. Esta actitud en relación con las mujeres provocaba sorpresa e incluso revueltas. Sin embargo, él las acogía, conversaba con ellas (cf. Mc 7,24-30) y se compadecía de sus sufrimientos (cf. Mc 5,25-34; 7,24-30; Lc 8,40-42), las buscaba para cultivar su amistad, dejaba que estuvieran a sus pies, escuchándolo (cf. Lc 10,38-42), se revela a ellas (cf. Jn 4,4.42), se deja querer por ellas y, reconociéndolas como fieles seguidoras y servidoras que no lo abandonan, se les aparece para enviarlas como mensajeras de la vida nueva.

En el capítulo tercero discutiremos los textos más importantes en relación con el discipulado de las mujeres.

• El punto de partida es Mc 15,40-41, en donde el evangelista afirma que las mujeres «seguían a Jesús y le servían», términos que se aplican a los discípulos, como estudiamos en el capítulo primero. Este mismo texto dice que ellas estuvieron con Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, o sea, durante toda la misión.

• Dan testimonio de la muerte de Jesús, como discípulas fieles y valerosas y permanecen con él hasta el fin.

• Y son recompensadas porque se convierten en las anunciadoras de la vida nueva.

• Estudiamos el papel predominante de María Magdalena en el movimiento de Jesús.

• Iniciamos una espiral de profundización, pues las mujeres que lo seguían por haber sido «curadas» y le servían, van descubriendo en esta convivencia quién es este hombre tan extraordinario y reconocen en él al Mesías esperado por Israel. Y lo proclaman simbólicamente Cristo, ungiendo su cabeza (cf. Mc 14,3-9).

• Más tarde, el propio Jesús se revela como Mesías a una mujer samaritana y la envía como apóstol para anunciarlo a la comunidad (cf. Jn 4,4-42).

• A continuación del reconocimiento en el plano simbólico (unción) y explícito (revelación y envío), el reconocimiento en el plano teológico, en la magistral síntesis teológica elaborada por Marta de Betania.

• Por fin, la praxis de la auténtica discípula: María de Betania (que escucha la palabra y la pone en práctica, ungiendo los pies de Jesús, simbolizando el lavado de los pies que será la actitud «agápica» de los discípulos de Jesús, por la que se les reconocerá como tales).

Para finalizar, procuraremos centrarnos en algunas consecuencias para la iglesia primitiva y para la pastoral en la América Latina de hoy.

Nuestro objetivo es, partiendo del significado del discipulado en general, estudiar y articular los textos específicos con respecto al discipulado de las mujeres, que prueban que ellas cumplieron realmente las exigencias precisas para ser discípulas, tanto las propuestas por Lucas (cf. Hch 1,21) como por Pablo (cf. 1 Cor 9,4). Ellas estuvieron con Jesús desde los orígenes de su misión, participaron en sus trabajos y dieron testimonio de la Resurrección. Nuestras preocupaciones no son historiográficas; aunque muy interesantes, no constituyen el centro de atención del presente trabajo. No tenemos en cuenta si los personajes son o no históricos. El texto, tal como está escrito, es mensaje de salvación y sobre el texto se ha procurado realizar la interpretación.

Por último, me gustaría explicar por qué no se estudia en esta investigación la figura de María.

María tiene una relación única con Dios y con Jesús, por lo que ocupa un lugar muy especial.

Sabemos que la relación de Jesús con el Padre lo hace más abierto hacia las personas, hacia la vida, a la misión. María también tenía esa relación de apertura hacia Dios, que le hacía acoger su misión, las personas y la vida. Ella es corresponsable, junto con el Padre, de esta apertura de Jesús hacia todos, siendo también, junto con Jesús, pre-cursora para todos los discípulos y discípulas teniendo, mediante su vida vivida para los otros y para Dios, una actitud de «discípula» por excelencia, así como Jesús es el discípulo por excelencia de Dios.

 

 

Capitulo I

Elementos esenciales

del discipulado

Introducción

En este primer capítulo, investigaremos las características de los discípulos de Jesús. Veremos que para convertirse en mathetés, es necesario un llamamiento (klésis) y que existen diferencias entre los discípulos de Jesús y los de los rabinos y filósofos, así como también hay condiciones para pertenecer al grupo. A continuación, nos detendremos en el akolouthein y trataremos de descubrir su importancia para ser discípulo, cuya actitud típica será el diakonein, el servicio. Este será el rasgo característico de los discípulos de Jesús.

En este seguimiento y servicio, los discípulos van conociendo al maestro, para lo que son necesarias dos actitudes: orao y akouo (ver y escuchar), que les permitirán penetrar en la comprensión de aquel a quien seguirán.

Por último, comprobamos que el discípulo no sigue a Jesús para dedicarse a la mutua contemplación, sino para cumplir la misión de anunciar y hacer signos de la Buena Nueva, como hace Jesús. Dedicaremos la última parte al apostello, la actitud de ser enviado al mundo como representante del maestro.

Procuraremos fundamentar cada uno de esos aspectos desde el punto de vista cristológico, mostrando que lo que debe hacer el discípulo tiene su justificación última en el mismo Jesús, el Cristo.

 

Mathetes: discípulo

Significado del término «discípulo»

En el griego profano, mathetés es la persona que se vincula a otra para apropiarse de sus conocimientos y experiencias: un aprendiz, un estudiante. Solo se puede ser mathetes cuando hay un didáskalos, un maestro o profesor, al que el discípulo ha de pagar sus honorarios1.

En el Antiguo Testamento, en la versión de los Setenta, esta palabra no se utiliza con frecuencia, pues el único maestro es Yahweh, en cuyo nombre hablaban los profetas. Se utilizaba la palabra lámad, que significa aprender a orientar toda la existencia humana según la voluntad de Dios.

En el judaísmo rabínico, aparece el talmid, que es el que se ocupa de la tradición escrita y oral. Está vinculado a un maestro como si fuese su esclavo.

Más tarde, el término mathetés (discípulo) servirá para expresar la pertenencia a una escuela filosófica.

Por su parte, el sustantivo «discípulo» encuentra su centro de gravedad en el Nuevo Testamento. Aparece 264 veces2 y se refiere a los «hombres»3 que rodeaban a Jesús en cuanto maestro4. Los evangelios toman este término de los usos lingüísticos del judaísmo helenista, dándole un carácter totalmente nuevo, un sentido diferente a partir de la relación con Jesús.

El término era ya muy utilizado, pues se designan con él a los discípulos de Juan el Bautista (cf. Mt 12,2p; Mc 2,18p; Lc 5,33; 11,1; Jn 1,35), a los discípulos de Moisés (cf. Jn 9,28), así como a los de los fariseos (cf. Mt 22,16; Mc 2,18).

 

La característica especial de los discípulos de Jesús es la llamada (klésis) a su «seguimiento». Este aspecto aparece en todos los relatos que se refieren a quienes siguen a Jesús5.

Algunas veces, Jesús se dirige de manera explícita a las personas con la expresión «ven y sígueme», como en el caso de Pedro y de Andrés (cf. Mc 1,17; Mt 4,19) o en el de la llamada de Leví (cf. Mc 2,14). Estos pasajes están marcados por la iniciativa de Jesús. Lo mismo ocurre en Lc 9,57-60 y en Mc 5,18. El relato de Lucas sobre la vocación de los primeros discípulos no expresa una vocación formal, sino que concluye con la indicación de que Pedro y Andrés obedecieron a Jesús, dejándolo todo y siguiéndolo. Así, pues, en este punto, la tradición es unánime: se trata siempre de la iniciativa de Jesús. Aunque difieran las informaciones sobre las particularidades de las primeras vocaciones de los discípulos (cf. Mc 1,16sp; Mt 4,18s; Lc 5,1s), todos reconocen la iniciativa de Jesús. Incluso la tradición joánica (cf. Jn 1,35s; 15,16) concuerda con la de los demás evangelistas6.

Por tanto, los discípulos siempre se unen a Jesús por iniciativa de él, lo que los diferencia de los discípulos de los filósofos o del talmid rabínico. Estos tienen que tratar de acercarse al maestro (que es una regla para iniciarse en el rabinato y deber expreso del hombre piadoso). Dicho de otro modo, los discípulos del filósofo griego o del talmid rabínico buscan en todas sus relaciones con el maestro unas enseñanzas efectivas, con el fin de llegar a ser, a su vez, maestros o rabinos7. De este modo, su relación es provisional, mientras asimilan la doctrina. En cambio, la llamada al seguimiento de Jesús no significa que él se sitúe con respecto a los discípulos en una relación de mera docencia, que se mantendría hasta que se convirtieran, a su vez, en maestros (cf. Mt 23,8)8.

El seguimiento supone una entrega sin reservas de toda la existencia (cf. Mt 10,37; Lc 14,26; Mc 3,31-35; Lc 9,59-62), para toda la vida (cf. Mt 10,24; Jn 11,16). La relación entre Jesús y sus discípulos constituye una situación permanente: los discípulos están ligados a la persona de Jesús por la fe y la obediencia. El elemento decisivo no es, por tanto, una adhesión intelectual, sino una acogida voluntaria de la palabra de Jesús y la voluntad de ponerla en práctica (cf. Mt 7,24s), lo que Juan llamará «obediencia» (cf. Jn 8,31; 15,1s).

Ser discípulo significa hacer, en unión con Jesús, la voluntad de Dios, (cf. Mt 12,46-50; Mc 3,31-35). Durante la vida terrena de Jesús, significa que el discípulo sigue al maestro en un sentido literal. El va al frente de todos caminando en dirección a Dios, su Padre. El discípulo sigue y acepta para sí el mismo destino de privaciones, de tener que ir predicando de un sitio para otro (cf. Mt 8,20).

Los evangelios nos dicen que la iniciativa de Jesús demuestra su falta de prejuicios y el tratamiento igualitario mediante el que se relaciona con todas las personas. A diferencia de lo que ocurría en el rabinato, él acaba con las separaciones existentes entre puros e impuros, pecadores y cumplidores de la ley. Llama, para que lo sigan, a hombres que no podrían satisfacer las condiciones de la comunión con un maestro, como el publicano Leví (cf. Mc 2,13) quien, a causa de su oficio, era considerado pecador y alejado de los hombres piadosos (cf. Lc 15,15), a los zelotas (cf. Lc 6,15; Hch 1,13) o a los pecadores (cf. Mc 1,16s)9, así como a las mujeres (cf. Mc 15,40-41).

En una sociedad marcada por la estratificación social, en la que la pureza era tan importante para el culto, tenía que causar asombro la selección de tales compañías.

Jesús llama a los recaudadores de impuestos, a quienes se consideraba vendidos al poder extranjero, al pueblo que, por ignorancia, desconocía la ley y era considerado pecador por los escribas y los fariseos, a los marginados, entre quienes estaban las mujeres, como veremos más adelante. Tal actitud pone de manifiesto su apertura sin restricciones para todos, lo que demuestra el carácter singular de su personalidad, así como expresa una revelación de Dios como Padre que ama con deferencia especial a sus hijos más sufridos (pobres) y marginados (recaudadores, mujeres, etc.).

Para comprender la condición de mathetés de Jesús, es importante tener presente que ese llamamiento lleva siempre consigo una llamada al servicio. Según Mc 1,17 y Lc 5,10, deben convertirse en pescadores de hombres. Jesús demuestra su «encarnación» y su sensibilidad utilizando imágenes de la realidad que le rodea. Los pescadores, a quienes llama para que le sigan, comprendían así a qué servicio les llamaba: los discípulos deben atraer a los hombres al Reino de Dios que ven, que alborea, al anunciar el evangelio y actuar en nombre de Jesús
(cf. Mt 16,15s)10.

El discípulo realiza este servicio en medio de los mismos peligros a los que se vio expuesto el maestro (cf. Mc 10,32). Jesús va siempre en cabeza, incluso en el sufrimiento. El discípulo no puede esperar una suerte mejor que la de su señor (cf. Mt 10,24.38; 16,24).

En la tradición evangélica, tropezamos siempre con la incomprensión de los discípulos, no sólo con respecto al mensaje (cf. Mc 4,10p; Mt 13,36), ni con relación a la acción de Jesús (cf. Mt 10,18; 10,48) ni a la finalidad del seguimiento (cf. Mc 10,35), sino, ante todo, en lo que se refiere a la pasión (cf. Mt 16,22s; Mc 14,47; Lc 18,34; 22,37). La recompensa prometida a los seguidores es la comunión con Dios a través de Jesús, la participación en su poder y la esperanza de la vida nueva (cf. Mt 16,25; Jn 14,6)11.

Aunque hayamos insistido en la llamada explícita de Jesús a los discípulos, parece que algunos se unieron a Jesús sin esta vocación. Sobre este punto, el uso lingüístico de los evangelistas no es unívoco, aunque quizá no dependa de la imprecisión del lenguaje, sino que tenga motivos más profundos. Se aprecia cierta falta de claridad de la palabra mathetés a la hora de dilucidar si habría que considerar que todos los discípulos de Jesús tendrían que haber sido llamados personalmente por él, teniendo en cuenta la situación efectiva de los primeros tiempos de su actividad, cuando el pueblo acudía a él de todas partes. Sobre todo, puede haber contribuido a ello el hecho de que, al principio, Jesús daba la impresión de ser un rabí didáskalos. Cabe señalar que la tradición concuerda al decir que, en última instancia, siempre decidía Jesús respecto a la pertenencia a su grupo12.

El pueblo seguía a Jesús. Y la llamada del pueblo no se produjo en primer lugar por la palabra de Jesús, sino por sus acciones (curar y perdonar los pecados). Sin embargo, no pueden separarse su palabra y sus acciones, pues su palabra cura y el contenido de ambas es el Reino de Dios (cf. Lc 7,18s), que es Buena Nueva para todos.

En algunos pasajes (cf. Lc 9,57-61; Mc 5,18), aparecen personas que manifiestan a Jesús su disposición para entrar en su comunidad, sin haber sido invitadas. Pero, en definitiva, es él quien decide si acepta o no.

Por tanto, quizá tengamos que distinguir dos grupos entre los mathetés de Jesús: un círculo mayor de personas que creen en él y otro más restringido que está asiduamente con él. Una característica que se aplica a los «discípulos» parece ser la de met’autou peripatein, la de caminar a su lado (cf. Jn 6,66).

Según el cuadro joáneo, en los primeros tiempos había gran número de discípulos, pero este grupo se reduce cuando algunos se escandalizan ante las afirmaciones que Jesús hace sobre sí mismo (cf. Jn 6,52-66).

Algunos autores quisieron ver un rasgo griego en la iniciativa de Jesús en relación con la llamada o con la pertenencia a su grupo13. Pero, en realidad, la relación de Jesús con sus discípulos es por completo diferente del modelo helénico. No se debe a la afinidad de Jesús con el helenismo, sino que es una característica propia suya.

La expresión oi dódeka, fue utilizada por la tradición posterior. Este círculo de los doce. que representa simbólicamente a las doce tribus de Israel y, en ellas, a todo el nuevo pueblo de Dios, debe haber constituido una parte del círculo más amplio de sus partidarios14.

En realidad, hoy día es imposible delimitar de manera exacta el círculo de los discípulos. Sin embargo, es cierto que no se trataba de una élite ascética con una ética especial que pudiera exigir Jesús a unos pocos, sino de un círculo al que se le encomendó un servicio especial en el seguimiento directo de Cristo15.

Para la comprensión del mathetés, es decisiva la singularidad de la relación entre Jesús y sus discípulos, siempre personal y recíproca. El factor esencial es siempre la persona de Jesús. Así como decide la admisión a su círculo, también él da forma y contenido a la relación entre ellos. La llamada al seguimiento es una llamada a convertirse en colaborador suyo (cf. Lc 5,1s.10). Esto no constituye un hecho accidental, sino que es algo esencial en el discipulado de Jesús.

En la medida en que la vida de Jesús está por completo dedicada a su misión de inaugurar el Reino de Dios, su relación con los discípulos está marcada por la misma misión. No se trata de una amistad para permanecer en mutua contemplación, sino para anunciar la Buena Nueva del Reino que se está realizando en medio de los hombres16. La participación de los discípulos en la obra de Jesús encontró su expresión clásica en el envío (apostello) de los apóstoles, según Lc 10,1s, a modo de colaboración con él.

La fidelidad (fe) del discípulo ante su maestro es decisiva (cf. Mc 16,16; Lc 17,5; 22,32). Parecen instructivas las circunstancias en las que se producen las llamadas. Los relatos de Lucas demuestran que la palabra sólo vincula a quienes ya se sentían atraídos por él. Por ejemplo: el evangelista parece suponer que Jesús no era un desconocido para Pedro y los hijos del Zebedeo, cuando subió a la barca (cf. Lc 5,1s), pues esta escena va precedida por la predicación en la sinagoga de Cafarnaúm y por la curación de la suegra de Pedro (cf. Lc 4,31s). No obstante, solo la fuerte y directa impresión que Jesús provoca en Pedro y sus compañeros, junto con la palabra personal que los convoca a seguirlo, les mueve a decidirse a ser sus discípulos. El acento recae por completo en los efectos interiores que la acción de Jesús produce en Pedro (cf. Lc 5,8-9); la llamada a Natanael sucede de forma paralela (cf. Jn 1,45s). Jesús provoca una impresión tan fuerte en estos hombres que dejan todo y lo siguen. Los relatos de Mc 1,16s; Mt 4,18s hacen suponer una impresión semejante17. La relación personal de los discípulos con Jesús queda confirmada por su comportamiento en los días de la muerte-resurrección. El profundo abatimiento que domina en esos días se debe al destino que sigue la persona de Jesús.

La reflexión sobre la condición de discípulo cobra un acento muy especial en el evangelio de Juan.

El término técnico mathetés no sólo designa a los seguidores de Jesús, sino que engloba a todos los cristianos (cf. Jn 8,31; 13,35; 15,8). En Juan, no aparece la palabra ekklesia para designar la comunidad. Aparece el término mathetai para designar la comunidad reunida o, en terminología joánica, los que pasaron de la esfera «de las tinieblas a la esfera de la luz» (cf. Jn 3,21; 13,17).

En los evangelios sinópticos, el seguimiento siempre hace referencia al Jesús terrestre. Juan va más allá: los discípulos no se reducen ya a quienes están vinculados al presente del Jesús terreno; la permanencia «en la palabra» (cf. Jn 8,31) y «en el Espíritu» (cf. Jn 14,15-17; 15,26) establece una comunión plena con él.

 

Conclusión

Es claro que, para ser discípulos de Jesús, tiene que producirse una llamada directa o indirecta, mediante la palabra o la acción del maestro, pero dependiendo siempre de la iniciativa de Jesús.

La llamada a ser discípulo no establece una relación provisional hasta la adquisición de unos conocimientos adecuados o durante un tiempo determinado, sino que la relación con Jesús es para toda la vida y supone dejarlo todo (familia, trabajo) para seguir al maestro. Esa entrega sin reservas se acrecienta ante la inseguridad de tener que ir de una parte a otra, caminando con Jesús, pues su misión es itinerante. Para la comprensión del mathetés es decisiva la relación absolutamente particular entre Jesús y sus discípulos, siempre personal y recíproca, aunque no orientada a la mutua contemplación, sino dirigida a la misión de anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios que inaugura Jesús.

Discípulo es aquél que cree en el maestro y está existencialmente vinculado a él, en su seguimiento y teniendo presente la misión.

Su tarea no consiste tanto en conservar y transmitir una doctrina especial del maestro, sino, sobre todo, en ser testigo de su Señor en toda la existencia.

La forma de dar testimonio de la relación con Jesús consiste en la praxis del servicio, expresión visible del amor, lugar de reconocimiento del discipulado (cf. Jn 13,34).

Akolothein: seguir

Significado del término «seguir»

El discípulo de Jesús está llamado a seguirlo. Ir tras él y hacer de sus opciones la orientación de la vida.

Ya en el mundo griego, el significado profano de seguir, ir detrás de, se deriva de seguir en sentido espiritual, moral y religioso.

En el Antiguo Testamento, en la versión de los Setenta, el verbo seguir carece de valor religioso. El guerrero sigue al jefe (ejemplo: Abimelec, Jue 9,4.49), la esposa sigue al esposo (cf. 1 Re 19,20)18.

En numerosas narraciones tradicionales se describe cómo los rabinos preceden a pie o montados en un asno, y el discípulo sigue detrás a la debida distancia.

Entre los rabinos se hizo normal el seguimiento, de tal manera que la sociedad rabínica se caracteriza por la relación maestro-discípulo.

En el Nuevo Testamento, akoloutheo se utiliza con los siguientes significados:

a) caminar con alguien, acompañar;

b) Ir detrás de, seguir.

El término aparece cincuenta y nueve veces en los Sinópticos, dieciocho veces en Juan, cuatro en los Hechos, una en Pablo, seis en el Apocalipsis; por tanto, se utiliza en los escritos más próximos al mundo rabínico19.

Este gran número de citas demuestra la importancia del vocablo, que pertenece a los conceptos con los que se describe la empresa existencial de los cristianos e indica el aspecto activo y dinámico de la fe. «Aquel que sigue a Jesús debe estar siempre caminando para no perder de vista al que va al frente»20.

En realidad, la expresión akoloutheo no proviene del idioma de Palestina y los primeros cristianos, tomando la imagen rabínica del discípulo que sigue al maestro, le darán un sentido y una perspectiva nuevos: la «sequela Christi». «Entre Jesús y los rabinos no había una diferencia de grado en relación con mathetés, como la que pudiera haber entre dos maestros, sino una diferencia de principios. Jesús enseñaba como quien tenía plena autoridad y plenos poderes de Dios y a los que los hombres no podía sustraerse»21.

Cuando el cristianismo penetra en el mundo helénico, ya se utilizaba el concepto de akoloutheo (seguimiento) aplicado a Jesús.

Según Kittel, la investigación estadística muestra que akoloutheo, en sentido amplio, expresa la «sequela Christi»22. Además de referirse a la relación con respecto a Jesús, se utiliza para designar la realización de la fe en la vida.

El grupo akoloutheo designa la acción del hombre mediante la que responde al llamamiento de Jesús, que es el nuevo ajuste de toda la existencia humana en la obediencia23.

En boca de Jesús, aparece con frecuencia el término en forma imperativa (por ejemplo, en la vocación de los discípulos, en Mt 9,9p; 8,22p; Jn 1,43; 21,19). De esta forma, akoloutheo representa siempre la llamada a la condición de discípulo del Jesús terreno y designa el principio de esa condición de discípulo (en Juan, se observa una cierta espiritualización en el sentido de una comunión con quien fue especialmente exaltado: Jn 12,26s, y también Ap 14,4).

Respecto al status theologicus de la cuestión, conviene hacer dos observaciones importantes:

a) en primer lugar, el simple akoloutheo nunca aparece en el Nuevo Testamento en sentido metafórico, sino que se refiere a la idea concreta de «ir detrás de»24. Jesús va al frente de todos (precursor) con arreglo a la voluntad de Dios, su Padre. El es el discípulo de su Padre por excelencia, en comunión con todos los hombres. Seguir a Jesús significa, ante todo, predicar la Buena Nueva del Reino de Dios25;

b) en segundo lugar, akoloutheo, aparte de en Jn 21,19 y Ap 14,4, sólo se utiliza en relación con el Jesús terreno. Esto lo acerca, en cierto modo, a la relación rabínica maestro-discípulo.

No obstante, el seguimiento como característica del discipulado, tratándose de Jesús, se diferencia de la condición de los discípulos de los rabinos.

En los relatos, se ve que Jesús toma la iniciativa de llamar con plena autoridad, como Dios llama a los profetas del Antiguo Testamento (Jr 1,4-7; Is 8,11-18). El discípulo «lo deja todo» para ir en pos de Jesús (cf. Mt 8,9; Mc 1,18; Mc 10,28; Lc 5,11). Los discípulos son llamados a compartir el trabajo de Jesús, a asociarse a su vida itinerante y a sufrir también su destino (cf. Mc 10,22-45). Las condiciones del seguimiento son: renunciar a sí mismo y tomar su cruz. «El abandono y la renuncia al propio yo llega a su plenitud en la entrega al sufrimiento y a la muerte como criminales, que es la voluntad de Dios»26.

Es obvio que el seguimiento significa adhesión personal a Jesús en un sentido que denota una nueva relación de vida (cf. Mt 8,20; Lc 9,21s) y exige la entrega total hasta la muerte.

Jesús no llama para que se aprenda un modo de conducta transmitido, sino que orienta hacia el futuro del Reino de Dios que él inaugura (cf. Lc 9,62p).

«La llamada akoloutheo moi de Mc 21,4p es una llamada mesiánica»27. Ser discípulo de Jesús es una «vocación escatológica», una colaboración con el Reino que se acerca (cf. Mc 1,15). «Por eso, quienes son llamados al seguimiento participan de su poder: son enviados a los hombres (cf. Mt 15,24; 10,55) para difundir la predicación de la Buena Noticia (cf. Mt 4,17; 10,7) y están llamados a hacer signos (cf. Mc 3,14s)»28. En una palabra, participan de la salvación que se ofrece en Jesús (cf. Lc 9,64s)29.

Quien acepta la llamada, deja de lado la vida antigua. Esto no es una condición previa, sino una consecuencia lógica (cf. Mc 1,16s; Mt 9,9), que aparece con toda claridad en la figura del joven rico (Mc 10,17s), quien «retrocede ante la oferta inaudita de la vida eterna y se pierde en la tristeza de sus bienes terrenos»30. No consiguió liberarse de lo que lo amarraba.

Tampoco el discípulo que ya se encuentra en el camino está libre del peligro de poner reservas a su seguimiento (cf. Mt 8,21p), lo que pone de manifiesto la dinámica y evidencia con mayor claridad la diferencia entre el seguimiento y la contemplación. «Kierkegaard expone esta cuestión al comparar al que sigue con el que admira y al comprobar la siguiente diferencia: un seguidor se esfuerza por ser quien admira, un admirador se mantiene personalmente al margen y no descubre, o no quiere descubrir, que lo admirado lleva consigo una exigencia: la de ser lo que se admira o de esforzarse por llegar a serlo»31. El admirador no se deja mover por el objeto de su admiración, sino que se contenta con mantener la actitud distante del observador. La admiración le sirve como «sustituto del seguimiento». No es ésta la actitud que corresponde a la llamada de Jesús.

La expresión muestra con toda claridad que no se trata de una imitación tendente a emular al modelo, sino exclusivamente de una comunión de vida y sufrimiento con el Mesías y, sobre todo, una comunidad de salvación32.

Es importante señalar que akoloutheo aparece en el Nuevo Testamento en forma verbal y nunca como sustantivo, pues expresa una acción y no un concepto. Por este motivo, el seguir se limita a los cuatro evangelios y expresa una relación concreta con el Jesús histórico, aunque no desvinculada de la fe pascual33.

En principio, Juan adopta el uso lingüístico de los Sinópticos (cf. Jn 1,43s), pero después lo despoja con mayor intensidad de su propio condicionamiento histórico y lo sitúa en el contexto de su visión de conjunto: Jesús apareció en el mundo de las tinieblas como luz y vida. Quien lo «sigue» (cf. Jn 8,12) camina en la luz, está salvado. Por tanto, aquí «seguir» significa la aceptación de la revelación en la fe.

Así, pues, «el seguir» no designa otra cosa que «creer», idea confirmada por el hecho de que, en Jn 12,44, pisteuo sustituye a akoloutheo. En el seguimiento, la existencia del hombre está determinada de nuevo por una vida de amor efectivo. El llamamiento del pastor a «seguir» (cf. Jn 10,4.27) significa protección y seguridad, pero también comunión en los padecimientos de Cristo (cf. Jn 12,26) que, al mismo tiempo, es «elevación con él» (Jn 12,32). «Así como, para Jesús, la elevación en la cruz es, al mismo tiempo, doxastenai, la promesa del seguimiento y de estar donde él está es la promesa de participación en su doxa»34. De este modo, en Juan, la llamada al seguimiento adquiere, al mismo tiempo, el carácter de convite (cf. Jn 8,12) y de promesa (cf. Jn 13,36).

En general, el término akoloutheo se circunscribe a los evangelios. En los demás escritos del Nuevo Testamento se nota un esfuerzo para hablar de la relación con el Señor que quizá Pablo exprese como «estar en Cristo» o, en sentido ético, como «imitar a Cristo» (mimeonai) (por ejemplo: Flp 2,5-11)35.

 

Valor cristológico del seguimiento

En el concepto de seguimiento se produce una «concentración cristológica» porque la iniciativa es de Jesús; incluso cuando tratan de pertenecer a su grupo, él es quien decide; por su causa se abandona todo (familia y trabajo). Lo decisivo es «estar con él», seguirlo, participar en su misión y de su destino36.

Los discípulos fueron descubriendo quién era el Maestro al seguirlo. Y en el interior del seguimiento comenzaron a proclamarlo Mesías, Kyrios, Hijo de Dios, Dios. Las confesiones cristológicas se forjaron al caminar tras él.

«La relación entre Jesús y los discípulos constituye el contexto en el que fue perfilándose la imagen cristológica prepascual, como integración entre el carácter mesiánico del acontecimiento Jesús y la articulación de su figura en los discípulos, como paso de la conciencia de Jesús a la fe de sus seguidores. El seguimiento, como dimensión existencial de la confesión, es inseparable del esjato-logos que es Jesús, por tanto, de su persona, por lo que forma parte de la cristología»37.

Fundamentación cristológica de seguimiento

San Pablo, en la carta a los Filipenses (cf. Flp 2,5), dice que los cristianos deben observar en sus vidas la misma actitud que orientó toda la existencia de Jesucristo (cf. Flp 2,6-11). Pablo explica esa actitud mediante el himno cristológico, anterior a la redacción de la carta los Filipenses.

Jesucristo, existiendo en la condición divina, se aniquiló a sí mismo, sin despojarse de esa condición, sino de la gloria correspondiente a ella. Sólo es posible este abandono por la libertad y el amor de Dios. El resultado de este movimiento de desprendimiento es la existencia de un hombre entre los hombres, una existencia «según la carne», que desemboca en la muerte y una muerte de cruz. Dios, que exalta a Jesucristo, asume esta realidad, este desconcertante empobrecimiento-desprendimiento que se realiza en la encarnación, la existencia como siervo y la muerte de cruz. La resurrección, palabra interpretativa del Padre, le confiere el Nombre sobre todo nombre (expresión que el judío reservaba a Dios). Así, toda la creación ofrece su homenaje y adoración al Señor Jesús.

El texto de 2 Cor 8,9 resalta con gran sencillez este desprendimiento-encarnación. Jesucristo, rico por su condición divina, se hizo pobre voluntariamente y se encarnó para enriquecernos y mostrarnos, a través del servicio, que éste es el camino agradable a Dios.

La dinámica de desprendimiento, encarnación, servicio tiene una absoluta prioridad en la vida de los discípulos, de la Iglesia, así como en toda existencia cristiana. En consecuencia, sus seguidores no pueden permanecer instalados, esperando que los demás, el mundo, vayan a su encuentro. En el seguimiento, deben salir de sí mismos para encontrar a los otros allí donde se encuentren. Sólo en el desprendimiento-encarnación-servicio será la Iglesia fiel a sí misma38. En la obediencia a esta dinámica, cumple verdaderamente su misión.

Conclusión

El seguimiento consiste en ir tras Jesús, andar su mismo camino. Se trata de una relación personal, una respuesta a la llamada de Jesús que exige la renuncia a la vida antigua y a uno mismo y una entrega total. Es una respuesta a la llamada para colaborar con Jesús en el servicio a los demás, en la obediencia (ob audire: escuchar las llamadas de Dios), en la praxis amorosa a favor de los menos favorecidos y marginados, sabiendo que esta práctica tiene un camino: el de la cruz y la resurrección.

El seguimiento de Jesús no se fundamenta en primer lugar en la comprensión de Jesús (adhesión intelectual).

Cristo llama a todo el hombre, con todos sus dones y facultades, para que le sirva en el mundo (adhesión existencial).

Según Conzelmann, «el seguimiento no es el camino hacia la perfección, sino la propia perfección que se exige. Esta aguda afirmación indica que, en el seguimiento, no se trata sobre todo de la relación de un hombre con Cristo que va delante. Estar cerca de él es ser perfecto: la cercanía constituye aquí la medida de la perfección: "seguir" significa caminar con Cristo como hicieron en otro tiempo los apóstoles»39.

Y como la permanencia junto a él no puede referirse al Jesús terreno, «seguir» significa que los discípulos deben situarse donde él se situó, en el mundo de los pobres, y adoptar como suyas las opciones de Jesús, transformando de ese modo la vida, colaborando para que el Reino de Dios, que es don y servicio, se realice en medio de nosotros.

 

Diakonein: Servir

Significado del término «servir»

La palabra «servicio» despierta aversión. Tanto en las lenguas clásicas como en las modernas, el concepto de servicio está devaluado como algo humillante. Normalmente, el servicio es una actividad impuesta por otra persona, que es el señor; la actitud que corresponde al servicio es de humildad. Quien sirve está en relación de dependencia opresiva, lo que impide que se realice como persona, quedando limitada su libertad. En Grecia, las tareas de menor valor se consideraban indignas del hombre libre40.

En griego, existen tres grupos de palabras que expresan los distintos matices de servicio:

Leitourgueo: su raíz está constituida por laos (pueblo) y ergon (obra); por tanto: obra del pueblo, servicio voluntario en la comunidad política; a partir de ahí, el sentido evolucionó para designar más tarde el ministerio cultual del sacerdote.

Latreuo: al principio se pone el acento en el ministerio cultual, pasando después el vocablo a designar la actitud interior del hombre religioso (oración).

Diakoneo: tanto el término como sus derivados, de acuerdo con su significado originario, se emplean para expresar la ayuda personal y no sólo físico-material, a los demás hombres41.

Es interesante señalar que Jesús transforma el contenido de este último término que para el griego profano es poco honroso y carente de valor. Se convierte en un término característico con el que se designa la actividad del amor al hermano y al prójimo. Este amor, que procede del amor de Dios, es la realización de la koinonia: comunión y solidaridad. Se convertirá en el término preferido como señal de la existencia cristiana.

En el griego profano, diakoneo significa:

1) Servir a la mesa (en cuanto servicio personal, es algo indigno y deshonroso para un hombre libre).

2) Ganar el sustento (de donde se pasa al concepto genérico de servicio).

3) Servir (en relación con el bien común; por ejemplo, en la polis de Platón o a una divinidad; se convierte en una tarea y en actividad digna del hombre libre).

Sin embargo, la entrega espontánea de la propia persona al servicio del prójimo es desconocida en el ambiente griego, pues, para ellos, la meta más elevada del hombre consistía en el desarrollo de la propia individualidad42. El sustantivo diakonéin designa las actividades antes descritas y más adelante significará progresivamente servicio, ministerio y función.

Aunque el Antiguo Testamento hable de servicio, contenga el mandamiento del amor (cf. Lv 19,18) e Israel, como todo el Oriente, conozca las obras de caridad, en la versión de los Setenta nunca aparece el vocablo diakoneo. Diakonos aparece siete veces, siempre en el sentido de criado al servicio de la corte (cf. Est 1,10) y de verdugo (cf. 2 Mc 7,29).

En el judaísmo tardío, el término aparece tanto en Filón como en Josefo y, en este último, se encuentra sobre todo en relación con los esenios. Aunque el judaísmo de la época de Jesús conozca y practique la asistencia social, parece que es más en forma de limosna que de servicio (cf. Lc 10,30s).

En el Nuevo Testamento, diakoneo aparece con relativa frecuencia en los Sinópticos y en Pablo. Diakonia, en cambio, no se encuentra en los evangelios, salvo en Lc 10,40, pero es muy significativa en Pablo y en los Hechos.

Diakoneo, servir, se utiliza en el sentido de:

a) servir a la mesa: cf. Mc 1,31p; Lc 10,40; Jn 12,2; Lc 17,8; Hch 6,2;

b) ayudar a personas concretas: cf. Mc 15,41; Lc 8,3; Mt 4,11; 25,44;

c) en la comunidad: cf. 2 Tim 1,18; Heb 6,10; 1 Pe 4,10.11; 1 Tim 3,10.13;

d) en relación con la colecta a favor de los «santos» de Jerusalén: cf. Rom 15,25; 2 Cor 8,19;

e) para expresar la predicación del evangelio: cf. 2 Cor 3,8; 1 Pe 1,12;

f) referido a Jesús, se emplea para designar su humillación y entrega por los demás en la pasión y la muerte: cf. Mc 10,45; Lc 22,26.27;

g) seguimiento: cf. Jn 12,25.26 (así entendido, el término amplía el campo semántico que abarcaba. La declaración escatológica de Lc 12,37 significa ya una inversión radical de la norma vigente).

Lo mismo puede decirse de Lc 22,27, unido al versículo 26, en donde la humildad de Jesús se convierte en regla de vida para sus discípulos.

 

Fundamentación cristológica del servicio

Jesús lleva a cabo una inversión: el sentido de servir a la mesa como algo despreciado, el servicio pasa a ser la actitud del discípulo. Lo que es poco honroso ante los hombres recibe el máximo valor, pues Jesús habla de su práctica como quien sirve a la mesa (cf. Lc 22,26). El acto de Jesús en relación con la dignidad del servir es revolucionario, en la medida en que efectúa una mutación moral radical entre servir y hacerse servir. Por ejemplo interrogado un griego a este respecto, consideraría sin duda alguna superior al que es servido. Jesús no se limita a una mera distinción conceptual sobre si el servir es más que el hacerse servir, sino que hace de ello una realidad práctica: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve». Quien esto dice es Jesús, el rabbí, el Hijo del Hombre, el Kyrios, que inaugura el Reino de Dios. Así, pues, es obvio que Jesús «no sólo introduce retóricamente una reciprocidad que modifica la valoración del ser y del hacer humanos, sino que inaugura como realidad una nueva configuración de todas las relaciones entre los hombres»43. Jesús muestra que el camino para corresponder a Dios es el servicio que completa el desprendimiento y la encarnación antes vistos: él mismo es el auténtico «siervo».

De este modo, establece el concepto de servir purificado de la adulteración sufrida en el judaísmo, demostrando que servir no es algo humillante, hecho por coacción o dependencia social o económica, sino por gratitud hacia la autodonación de Dios en amor y misericordia.

En Mt 25,42-44, Jesús agrupa muy diversas actividades en el concepto de servir, como dar de comer y de vestir, alojar, visitar a los enfermos y presos, mostrando que ese concepto designa la plenitud de la demostración cristiana del amor al prójimo; al mismo tiempo, pone en evidencia que en esto consiste la verdadera pertenencia al círculo de sus discípulos, pues lo mínimo que hagan los cristianos a los pequeños, se lo hacen al Señor. El servicio a los pequeños es el camino para participar en la obra de Jesús.

Servir no es una metáfora. Es una exigencia imperiosa que no sólo significa la práctica del amor al prójimo, sino que surge de la realización de un sacrificio completo: el don de la vida de Jesús, «que sirvió y dio la vida en rescate de muchos» (cf. Mt 20,28; Mc 10,45). El don de la vida es la esencia del servir, del existir para los otros, tanto en la vida como en la muerte. De aquí extrae Juan la siguiente consecuencia: «Nosotros también debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16).

De este modo, el concepto de diakoneo alcanza su máxima profundidad teológica.

Por tanto, servir debe ser la actitud voluntaria del discípulo en su seguimiento: amar y dar la vida por los demás, como hizo Jesús.

Servir al prójimo, a Cristo, a Dios son aspectos de una única comunión con el Padre, que es el premio de este servicio sacrificial44.

La evolución del contenido de diakonia

Para comprender la diakonia en el Nuevo Testamento, no podemos olvidar que:

El término significa:

a) suministrar alimentos: cf. Hch 6,1; 1 Cor 16,15; Ap 2,19. Esta cuestión de la comida de hermandad y del servicio a la mesa o abastecimiento diario es extremadamente importante. Tenemos que pensar también en la fracción del pan en las casas, en los agapés, en los que los ricos subvenían a las necesidades de los pobres (cf. 1 Cor 11), en las comunidades domésticas (por ejemplo: la familia de Esteban, que se dedicó a la diakonia: cf. 1 Cor 16,15);

b) el paso del servicio genérico a la caridad en forma de colectas: cf. Hch 11,29; 12,25; Rom 15,31; 2 Cor 8,4; 9,1.12.13. En el servicio en el que se pone todo a disposición de los demás aparece el elemento fundamental y la prueba de la koinonia, de la solidaridad (cf. 2 Cor 9,13; Hch 2,44; 4,34). No obstante, debe realizarse en justa libertad (cf. Hch 5,4). Este servicio se extiende más allá de las fronteras de la propia comunidad a todas las que necesiten ayuda (cf. Hch 11,29; 12,25; 2 Cor 8,3; 9,1).

Esta diakonia material y espiritual en la que todos dan y reciben al mismo tiempo es una señal de la «mesa» y del sacrificio de Jesús (cf. 2 Cor 9,12s; 8,9). La diakonia de la comunidad es la verdadera liturgia. Lo decisivo no es el servicio al altar, sino el servicio a los hombres a partir del altar. Este servicio que no sólo abarca el dinero y los bienes, sino también el cuerpo y la vida (cf. 2 Cor 8,5), se convierte en una fuerza que afecta a todo el organismo del cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12);

c) la tarea de la predicación de la palabra o el servicio del mensaje: cf. 2 Tim 4,11; Hch 6,4; 20,24; 21,19; 2 Cor 11,8.

Pablo, que considera la obra total de salvación como una diakonia de Dios en Cristo entre los hombres, cuyos realizadores son ante todo los discípulos, amplía aún más este concepto. Ya en el Antiguo Testamento existía una diakonia de Dios, aunque bajo la forma de ley, que en el lenguaje paulino significa muerte y condenación (cf. 2 Cor 3,7). Pero en Cristo irrumpió el servicio del espíritu de justicia, de reconciliación (cf. 2 Cor 3,8.9). A partir de ahí, la palabra diakonos se convierte en una expresión específica del trabajo evangélico (cf. Rom 11,13; 2 Cor 4,1; 6,3; 2 Tim 4,5). Más aún, toda la comunidad es un organismo de servicio en el mundo (cf. Ef 4,1-16) que se edifica a partir de sus miembros, los «servidores», y se orienta en dirección al Señor que viene45.

 

El diácono como ministro de la comunidad

A partir de 2 Cor 3,6, el término diakonos adquiere el sentido de servidor de la nueva alianza. El diácono es siempre un servidor de Cristo que continúa la misión de Cristo en el interior de la comunidad y, hacia el exterior, se preocupa de la salvación de los hombres. De este modo, Pablo se ve a sí mismo como servidor del evangelio (cf. Ef 3,7; Col 1,23), servidor de la nueva alianza (cf. 2 Cor 3,6), servidor de Cristo (cf. 2 Cor 11,23; Col 1,7; 1 Tim 4,6), servidor de Dios
(cf. 2 Cor 6,4), servidor de la comunidad ( cf. Col 1,25). Este servicio de salvación tiene una dimensión material y otra espiritual; por eso Pablo se preocupa de la colecta (2 Cor 8,4; 9,1.12s), tanto como de la predicación del evangelio. La predicación y la solidaridad constituyen un todo.

También a los compañeros y auxiliares de Pablo se les llama diakonoi (cf. Ef 6,21; Col 1,7; 1 Tes 3,2) e incluso synergoi, colaboradores (cf. Rom 16,3.9.21; 2 Cor 8,23; Flp 2,25; 4,3; Col 4,11). A este contexto pertenece también Hch 6,1s, aunque sólo se hable de diakoneo y diakonia. Lucas aplica el término a los siete hombres que aparecen al lado de los apóstoles, encargados de la asistencia a los pobres dentro de la comunidad, aunque seguramente también tenían funciones espirituales (cf. Esteban, Hch 6,8-10, y el «evangelista» Felipe, Hch 21,8; cf. 2 Tim 4,5)46.

Por último, el diaconado se convierte en servicio especial. Por su constante actividad, estos miembros de la comunidad son designados por primera vez como diáconos en Flp 1,1 (cf. también 1 Tim 3,8s).

Originariamente, las múltiples funciones internas de la comunidad podían denominarse «servicios» (cf. 1 Cor 3,5; Col 1,25). «Poco a poco, el concepto se reduce cada vez más hasta llegar a designar, más tarde, la tutela de la comunidad, que está ligada al oficio de los obispos (cf. 1 Tim 3,1s; 3,8s)»47.

Por tanto, un concepto que abarcaba a todos los seguidores de Jesús y señal por la que se les reconocía como discípulos, se transforma en oficio, en función que se va consolidando dentro de la Iglesia junto con la de los obispos (en la época de la carta a los Filipenses, ya aparecen en el seno de la comunidad como dos oficios coordinadores). De la fraternidad en el servicio de todos, que desde el principio fue algo natural, se pasó a la imposición de una gradación jerárquica, al desaparecer la primera generación carismática48.

«La capacidad de asumir el oficio de diácono era una gracia (cf. 1 Cor 12,28), pero es significativo que, en el versículo 29, los carismas recién enumerados se relacionen de nuevo para decir que no pertenecen a todos los miembros de la comunidad»49.

En la Iglesia oriental se conservó el diácono; en la Iglesia romana, el diaconado pierde su identidad y entra en declive a partir del siglo IV50.

En el Nuevo Testamento, aparece también la función de diaconisa (cf. Rom 16,1 y quizá también en 1 Tim 3,11). Pablo aplica también la palabra synergoi a las mujeres (cf. Rom 16,3.9.21). Posteriormente, esa función gozó de cierta estabilidad en la iglesia, aunque ligada al estado de chera (viuda), cuyo oficio se limitaba casi a bautizar a las mujeres y orar con ellas, lo que suponía ya una restricción en relación con las funciones ejercidas en la época de Pablo.

 

Conclusión

Podríamos decir que Jesús invirtió el sentido del servicio, que era algo humillante, para convertirlo en expresión de solidaridad y de fraternidad de sus discípulos. El servicio, la diakonia constituía la expresión privilegiada del amor a Dios, pues significaba el amor efectivo a los hermanos y, por tanto, la liturgia verdaderamente agradable a Dios. En consecuencia, lo que, ante los hombres, es poco honroso, es precisamente lo valorado por Dios, pues no sólo mostró en Cristo que el servir precede al reinar en sentido temporal, sino también que la soberanía sólo es legítima cuando se entiende como servicio (cf. Mc 10,42-45). «Pues el hombre sólo adquiere la libertad cuando sirve al otro, cuando existe para el otro»51.

Con el tiempo, el servicio de todos se convierte en un cometido material y espiritual de algunos, caracterizado por el servicio a través del culto, la asistencia a los pobres y la dirección de la comunidad. El término padece una restricción y pasa a significar un oficio vinculado a los obispos hasta convertirse hoy día en un grado para llegar al sacerdocio.

Orao y Akouo: ver y escuchar

Significado de orao: ver

En griego, hay varias palabras que significan «mirar», «ver», lo que pone en evidencia su gran importancia. Esas diversas palabras no son meros sinónimos, sino que indican distintas formas de ver o ponen de relieve algún aspecto concreto52.

a) Orao: ver, mirar, percibir; ver significa también «estar vivo», «participar de la vida» (cf. Mt 28,7; Mc 16,7; Jn 16,6; Hch 20,25). El sentido evolucionó con rapidez para denotar una «visión mental»: conocer, considerar, comprehender53; ver, en el sentido de testimonio ocular, significa «estar presente», «tomar parte».

b) Ideín: ver, ojear, indicando la función del ojo (cf. Mt 12,22; Lc 7,21); puede indicar también la percepción intelectual: conocer, comprehender, discernir54.

c) Optanomai: sólo se utiliza en forma pasiva: hacerse visible, aparecer; normalmente, se refiere a las visiones del resucitado (cf. Hch 1,3).

d) Theanomai: ver en visión (cf. Mt 22,11; Lc 23,55)55.

e) Theoreo: quien está atento al espectáculo o solemnidad religiosa (cf. Mt 27,55; Lc 14,29); significa también contemplar, la visión de tipo espiritual (cf. Jn 4,19).

Para un pueblo como el griego, cuyo ideal consistía en la contemplación del orden cósmico y del mundo, la vista era muy importante y tenía un sentido religioso muy fuerte. Los griegos fueron el «pueblo del ojo»56. Se contempla el mundo para poder imitarlo. Y de esta contemplación del mundo, el hombre extrae las normas para su conducta.

Es verdad que la vista y el oído constituyen las fuentes principales de la percepción y de los sentidos, pero, para los griegos, la vista era más importante. La vista es el órgano de la inteligencia y del conocimiento.

En el Antiguo Testamento, «ver» equivale también a la percepción profética. Esa percepción que, a veces, adquiere el carácter de visión, está ampliamente atestiguada. Así, también se designa al profeta como vidente (cf. 1 Cr 21,9; 2 Cr 9,29). Lo primero que se busca en estas visiones proféticas es la revelación de Dios, de su palabra: Dios da a conocer lo que desea o lo que quiere hacer y muestra o revela los medios que escoge para ello57.

En los Setenta:

a) Orao y eidon: ocurre cuando se habla del acto de ver;

b) Optanomai: el hombre se pone delante de Dios en el sentido de un encuentro espiritual-religioso58. Es una palabra que pertenece a la terminología del acontecimiento revelador: ver la doxa de Dios (cf. Is 26,10; Ex 16,7; 24,15s). En las teofanías se manifiesta el kabod, la doxa: gloria de Dios que se deja ver por el hombre (cf. Ex 33,18; Nm 14,22)59.

Las visiones oníricas son de tipo puramente óptico; las imágenes y símbolos que se ven deben ser interpretados por personas especialmente dotadas (por Dios) para esta tarea. Las visiones oníricas se consideran (aunque con reservas) como revelaciones, comunicación de la voluntad y del conocimiento divino60.

En el Nuevo Testamento, orao y eidon significan «ver», «percibir», «sentir», «notar», «experimentar», «conocer», «llegar a saber», «comprobar».

En muchas ocasiones, la asociación de la vista y del oído pretende indicar todo el complejo de percepción sensorio-mental sobre el que se fundaba el testimonio ocular, la experiencia o la convicción personal (cf. Mc 4,12p; Mt 13,14s; Mc 8,18; Hch 28,26; Rom 11,8).

Theoreo: «ver en visión», «contemplar». Cf. Mc 3,11; 12,41; 15,47; Lc 10,18; Jn 6,2. En Mt 27,55; Mc 15,40; Lc 23,35-48.

En el cuarto evangelio, «ver» tiene un significado del todo especial: quien ve (orao), ve, en el Hijo preexistente, al Padre (cf. Jn 3,11.32; 6,46; 8,38).

Theaomai: contemplación de la doxa de Jesús (cf. Jn 1,14) y la experiencia de la irrupción del Espíritu (cf. Jn 1,32).

«La concepción del ver en Juan se orienta en tres direcciones distintas:

a) la percepción corriente, accesible a todos, de cosas y fenómenos humanos (cf. Jn 1,38-47; 9,8);

b) la percepción de cosas y fenómenos sobrenaturales, de la que sólo participan determinados hombres. Así, Juan Bautista ve bajar al Espíritu en forma de paloma (cf. Jn 1,32s); de todos modos, aquí se trata aún de una visión corporal;

c) Juan también entiende el ver como el descubrimiento de un acontecimiento de la revelación.

1) No se trata, por tanto, de una visión interna de tipo místico y, mucho menos, de la visión platónica de las ideas, sino de un acto de visión espiritual, ‘la visión de la fe’.

2) Los discípulos ‘contemplan’ la gloria del Hijo (cf. Jn 1,14) que se les manifiesta en sus señales (cf. Jn 2,11)»61.

La realidad del hijo, es decir, su doxa, es «vista» por la fe: lo que se había anunciado en el Antiguo Testamento se manifiesta allí por medio de señales y es ahora una realidad histórica en la Palabra hecha carne62.

La fe que reconoce por la vista y por el oído responde a la revelación de Dios en Jesucristo.

Ver significa creer, encontrar a Jesús. Quien no cree, no reconoce. La ceguera espiritual se percibe cuando no se reconocen las señales de Jesús que, por otro lado, se convierten respuesta para el hombre de fe
(cf. Jn 9,40).

Quien cree en el Hijo ve también al Padre que lo envió. Oír y ver son sinónimos de creer. El creyente es aquel que ve y oye. Para poder seguir y servir, el discípulo tiene que ver y oír, tiene que estar en constante comunión con el Padre y con su Hijo Jesús.

Tanto ver como oír provocan la fe (cf. Jn 2,4; 20,8), llevan al conocimiento (cf. Jn 14,9) y sirven para la percepción interior (cf. Jn 4,19: veo que es un profeta).

La fe reconoce al Mesías que veo. Existe aquí también una situación de decisión. En síntesis, el «ver» es un encuentro existencial con Jesús. No obstante, la fe que se basa en la visión no tiene la primacía; Jesús espera, en cambio, que se crea sin haber visto (cf. Jn 20,29)63.

Abordando ahora el significado teológico de este conjunto de palabras en el resto del Nuevo Testamento, resaltamos que:

En los Sinópticos, «ver» expresa la participación en la salvación (cf. Lc 2,26); al ver se le atribuye un carácter de decisión (cf. Mt 21,32; Mc 8,18); la falta de fe hace que, por más que oigan, no vean (cf. Mc 4,12; Mt 13,13). «Benditos los ojos que ven y los oídos que oyen» (Mt 13,16). Benditos quienes estén atentos y vigilantes para cumplir la voluntad de Dios. Dios no es visible y sí revelable.

Por otra parte, en los relatos pascuales, se pone de relieve la visibilidad de la resurrección. Se trata de un encuentro personal del Resucitado con los discípulos, que estaban desanimados y despavoridos. Este encuentro reanuda la relación que existía antes de la muerte de tal manera que hace posible hablar desde la experiencia personal64. En la descripción de este contacto personal con el Resucitado, los evangelios utilizan un vocabulario rico y variado (cf. Mt 28,17; Lc 24,31.36s; Jn 20,14-29).

Se reconoce al Resucitado por su forma de actuar (cf. Mt 28; Lc 24). En los relatos de la Resurrección, ese reconocimiento se describe con los verbos «ver» y «percibir con los ojos». Lo nuevo es la experiencia de la persona del Resucitado y de la prueba de su realidad. En todos los textos se hace hincapié en que Jesús toma la iniciativa de aparecerse a los discípulos de ser de nuevo reconocido. «En todas las apariciones, la presencia del Resucitado es una presencia en la corporeidad transfigurada»65.

Jn 20,25 nos dice que los discípulos llegaron a creer66 porque vieron al Resucitado. «Hemos visto al Señor» (Jn 20,25). Los encuentros con él conducen a la fe, al compromiso, al testimonio, a la misión 67.

 

Significado de akouo: escuchar

«El término abarca tanto el fenómeno de la percepción acústica sensible como la aceptación espiritual»68.

En el Nuevo Testamento, el uso de akouo y de sus derivados dice mucho respecto a la importancia que la palabra pronunciada u oída tiene en la relación entre Dios y el hombre, tal como se concibe en el Nuevo Testamento.

«El oír del hombre es su respuesta a la revelación de la palabra y representa la forma por la que la religión bíblica se apropia de la revelación divina»69.

 

Oír la revelación fuera del Nuevo Testamento

a) En los misterios griegos y en la gnosis oriental cobra sobre todo gran relieve la percepción de la divinidad mediante la vista. No era absolutamente desconocido el concepto de «oír» en el sentido religioso, pero el ver se considera más importante y esencial.

b) Para el Antiguo Testamento, «oír» tiene un sentido diferente y la religión judaica está substancialmente impregnada de la palabra oída. Cuanto más difícil resulta «ver» a la divinidad, más se acentúa la importancia del concepto «oír». A este propósito, parece sintomático que la teofanía de Moisés se defina siempre y de forma reiterada como un «hablar cara a cara» (cf. Ex 33,11). Cuando Dios se manifiesta visiblemente en la teofanía, sólo lo hace para enviar al profeta a difundir su palabra, en último término, para hacerse oír directa o indirectamente. El principio religioso fundamental es éste: «Escucha la palabra del Señor» (cf. Is 1,10; Jr 2,4; Am 7,16).

En esta prevalencia del escuchar se expresa la esencia más profunda de la religión bíblica. Es la religión de la palabra porque es la religión de la acción, que significa obedecer a la palabra. El profeta se hace portavoz de la palabra que ha oído de Yahweh. El hombre piadoso es el que escucha el mandamiento de Dios y se esfuerza por cumplirlo
(cf. Jr 29,13)70. El hombre piadoso sabe también que lo recíproco es verdadero: Dios oye y escucha las oraciones (cf. Sal 84,9).

 

Oír la revelación en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, la revelación es palabra que se pronuncia, «mensaje», «anuncio».

Es preciso observar que, en flagrante antítesis con el judaísmo, cuya intención era enseñar con la palabra, ahora la «palabra» es el propio hecho, Jesús. Tanto en Juan (cf. Jn 1,14) como en los Sinópticos (cf. Mt 11,4s; 20s), «la revelación concreta, que es Jesús, no sólo se percibe con el oído, sino que intervienen todos los sentidos»71 (cf. Jn 1,14; 1 Jn 1,1).

El fin de la misión de Jesús consiste en que sea vista y oída (cf. Lc 7,8s). Jesús se presenta con sus obras y su predicación. El fin del anuncio consiste en ser visto y oído. Para Marcos, unirse a Jesús es asegurar la plena unidad entre lo que dice el profeta de Nazaret y quien oye atentamente su palabra72.

En el Nuevo Testamento, aparece fuertemente subrayada la función de oír (cf. Mc 4,24; Mt 11,4; 13,16; Lc 2,20). El objeto de escuchar está determinado por el contenido del mensaje que se anuncia. Si el mensaje del Nuevo Testamento es, al mismo tiempo, oferta de salvación e imperativo moral, escucharlo quiere decir acoger la gracia y la invitación a la penitencia; o sea, la escucha efectiva e interior (ob audire) se diferencia de la simple percepción auditiva, porque conduce a la fe (cf. Mt 8,10; 9,2; 17,20) e induce a la acción (cf. Mt 7,16.24.26; Rom 2,13).

Debe quedar claro que, en el Nuevo Testamento, el «oír», como percepción de la voluntad divina, se realiza verdaderamente cuando el hombre obedece, con la fe y la acción, aquella voluntad en la penitencia y la santificación.

Como coronación del oír, nace el concepto de obedecer, que consiste en creer y del creer que consiste en obedecer (cf. Rom 1,5; 16,26).

En su existencia, Jesús demuestra la importancia de oír al Padre y a los otros, para ir descubriendo cada vez más su misión, para conocer cada vez mejor al Padre, así como su propia identidad.

La imagen joánea de Cristo nace del ver (cf. Jn 1,14; 1 Jn 1,1) y del oír (cf. 8,4; 18,37; 1 Jn 2,7) y describe al Jesús histórico y terreno desde la perspectiva de la Resurrección. Esta visión, a la que Juan da un relieve particular y un preciso valor temático, es sustancial y también está presente en los demás evangelios (cf. Mt 11,4; 13,16; Mc 4,12)73.

El «oír» siempre está presente con un relieve no menos importante que en los profetas. Pero al oír se asocia el «ver» y, en esta comprensión del ver y el oír, cuyo centro es la persona de Jesús, se encuentra el rasgo fundamental que distingue la nueva realidad descrita por los evangelios, sea el judaísmo, para el que sólo tiene valor la enseñanza, sea del profetismo, que recibe y manifiesta una relación verbal.

El ver y el oír se extienden igualmente a los acontecimientos de Pascua y Pentecostés. Pablo será testigo de lo que vio y oyó (cf. Hch 22,14-15). Lo mismo ocurre con los demás discípulos: ver al Resucitado se asocia al oír la misión apostólica que Jesús les confiere (cf. Mt 28,18s; Mc 16,15; Lc 24,46p; Jn 20,21; Hch 1,8). Según Hch 2,2.3, Pentecostés, cuya amplia repercusión en las comunidades percibimos en 1 Cor 12,14, también consistió en ver y oír74.

Podemos decir que en el Nuevo Testamento percibimos la gran importancia del ver y del oír para poder vivir el seguimiento de Jesús en la fidelidad a la misión por El encomendada de anunciar (por la palabra y por la acción) la Buena Nueva.

Ver y oír constituyen la verdadera actitud de los discípulos, que deben estar siempre atentos y vigilantes, abiertos a las llamadas de Dios y a los desafíos que les plantea la realidad, tratando de articular ambos de acuerdo con las opciones y el camino recorrido por Jesús de Nazaret.

El discípulo oye al Maestro, se pone a la escucha del Padre y del pueblo, ve y contempla lo que le rodea y los «signos de los tiempos» que emergen de esta realidad para ir cumpliendo su servicio transformador del mundo.

 

Fundamentación cristológica del ver y del oír

El Antiguo Testamento consideró siempre que Dios no es visible y sí revelable (en las palabras y en los acontecimientos). Esa revelación se concretó en Jesús de Nazaret: «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14).

A través de esa persona concreta, visible y palpable (1 Jn 1,1-4), se hace posible «ver» a Dios, pues, quien ve a Jesús, ve al Padre (cf. Jn 14,9). «Nadie ha visto nunca a Dios» (Jn 6,46), «sólo el Hijo que El envió» (Jn 12,45).

¿Cómo ver y oír a Jesús puede enseñar a sus discípulos?

La singular relación de Jesús con Aquel que lo envió fundamenta el anuncio del Reino y el «ver» al Padre.

Los evangelios nos dicen que Jesús se retiraba para rezar, para entrar en comunión con el Padre, para realizar un encuentro existencial con El; podríamos decir, para «ver», «contemplar». En esta contemplación, un adentrarse en el misterio, oía al Padre (ob audire) y este oír hacía que pusiera en práctica su voluntad (obediencia). Escuchando al Padre, Jesús va teniendo cada vez mayor conciencia de su relación con el Reino y la proximidad definitiva de Dios. La obediencia es, pues, la consagración definitiva de Jesús a su misión al servicio del Reino. Es un comportamiento totalmente referido al Padre, actitud activa y dinámica de apertura, confianza, abandono, búsqueda de su voluntad75.

La obediencia no es solamente el hilo conductor que nos permite leer la existencia histórica de Jesús, sino la síntesis constitutiva de su persona. En la obediencia de Jesús como Hijo se integran el acto de recibir sin cesar su ser del Padre (movimiento descendente, el enviado, la misión) y el acto de dar y de responder sin reservas (movimiento ascendente, disponibilidad, ejecución humana)76.

Por tanto, es la clave para comprender al hombre, como apertura y disponibilidad constitutivas o como lenguaje y expresión de Dios. «La raíz filosófico-antropológica de la obediencia es la estructura responsiva del hombre, la Palabra de Dios nos constituyó de antemano (pro-puesta), el hombre es, por tanto, oyente, es un ser que busca e interroga hasta encontrar la res-puesta, que encuentra en la obediencia. Lo cual sólo se entiende desde la indisoluble unidad que es Jesucristo: expresión y figura del acto por el cual Dios se dice al dirigirse al mundo»77.

 

Conclusión

Jesús llama: «Ven y sígueme». A esta llamada, los discípulos responden con el seguimiento y el servicio. En este caminar, ven lo que hace Jesús y oyen sus palabras. Ver y oír se transforman en acciones propias del discípulo, que significan, superando el sentido del discípulo, que significan, superando el sentido material, una manera de penetrar en el misterio, una aceptación, una comprensión de lo que habían hecho, es decir, dejarlo todo, por una llamada mayor.

Todo seguimiento se inicia con un encuentro con el Señor, con una experiencia, con un ver, oír, toca que, como nos relata 1 Jn 1,1-4, es fundamental para que podamos colaborar en la continuación de la misión de Jesús, es decir, en la construcción del Reino, anunciándolo para que otros entren en comunión con nosotros y descubran la plena alegría de la vida, vida que se manifestó en plenitud en Jesús (cf. Jn 10,10).

Como dijimos antes, descubriremos a Jesús siguiéndole; creyendo en él, comprenderemos su proyecto, sus opciones, su existir-para-los-otros. «Contemplando» y oyendo sus palabras, descubriremos el camino para ir cumpliendo la misión que nos dejó.

Los evangelios representan la experiencia que los discípulos tienen de Jesús por la proximidad que implican los verbos ver y oír (cf. Jn 1,40). A la pregunta de los dos discípulos de Juan que siguieron a Jesús: «Señor, ¿dónde vives?», Jesús respondió: «Venid y ved». A los discípulos de Juan que preguntaron a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?» (Lc 7,19), Jesús les respondió: «Id a decir a Juan lo que visteis y oísteis» (Lc 7,22).

El cuarto evangelista nos muestra que a través del ver, oír, tocar, o sea, del testimonio de experiencia del Señor (cf. Jn 19,35), penetramos en su misterio.

El anuncio es lo que se oyó, vio, contempló y se tocó con las manos. «Vivencias directas e inmediatas, anunciadas para hacer compartir la alegría de haber encontrado al Señor»78.

Por último, podemos decir que la obediencia no es una actitud cualquiera y, sobre todo, no es la palabra detestable que revela la concepción malsana en la que se transformó: sumisión ante el autoritarismo. Es un modo de existir que caracteriza la relación histórica del hombre Jesús con Dios, el Padre, y que, a partir de ahí, caracterizará también la existencia cristiana como obediencia, que es fe (cf. Rom 1,5; 16,26). Se insinúa, pues, que ésa es la relación más profunda y constitutiva del hombre ante Dios79.

A través de la obediencia, el hombre, como Jesús, descubre cuál es su misión al servicio del Reino, quién es él y quién es el Dios del Reino. Haciendo esa experiencia, percibe que Dios es amor, misericordia, ternura, corazón, poder, lo que configura una imagen materna y paterna intrínsecamente unidas.

 

Apostello: ser enviado

Significado de apostello: ser enviado

En el griego profano, esta palabra significa enviar a personas o cosas, despachar, remitir.

La autoridad del enviado para representar personalmente a su señor crea una estrecha relación entre el que envía y el que recibe80. «El enviado se convierte en el representante de aquel que lo envió en misión, significa una persona que tiene plenos poderes para tratar en nombre de otra»81. Podemos encontrar su carácter religioso en la filosofía popular estoica: el maestro cínico ambulante se considera enviado como mensajero y modelo por Dios. De este modo, apostello aparece también como expresión técnica para indicar una autorización divina82.

La versión de los Setenta entiende de dos maneras la expresión «ser enviado»:

a) siguiendo el texto hebreo, no entendió el significado de «apóstol» y las formas de ella derivadas como investidura de alguien en un cargo, sino de manera funcional, como un encargo con una misión concreta y bien determinada;

b) si el envío está cualificado por su «encargo», tiene la consecuencia real de que, en las afirmaciones en las que se emplea el verbo «ser enviado», el peso principal recae sobre quien confiere autoridad al enviado83.

En el judaísmo rabínico de los tiempos de Jesús, existía la función de enviado (saliah), «persona que tiene plenos poderes para tratar en nombre de otra»84. Esos enviados no son misioneros. El judaísmo no conocen el concepto de misión en el sentido de un envío especial, con el objetivo de ganar adeptos.

Para la versión de los Setenta, ni apostello ni saliah significan un oficio continuado, sino que designan el ejercicio de una función delimitada real y temporalmente por una tarea concreta que, en consecuencia, cesa cuando se cumple.

En el Nuevo Testamento, apostello aparece 131 veces, ya con el sentido de misión, de participación de los discípulos en el trabajo de Jesús85.

La llamada al seguimiento de Pedro (cf. Lc 5,1s) coincide con su llamada a colaborar con Jesús (cf. Lc 5,10). No se trata, como vimos, de un hecho accidental, sino que corresponde a la llamada dirigida a los discípulos para colaborar en la misión. La participación de los discípulos en la obra de Jesús encontró su expresión clásica en el envío (apostellein) referido en Lc 10,1s, como preparación de los discípulos para colaborar con Jesús.

Jesús envía a los discípulos de dos en dos (cf. Mc 6,7; Lc 10,1), de acuerdo con la fórmula judaica (prescripción de la Torah) que exige la presencia de dos testigos, porque uno sólo no es digno de crédito (cf. Dt 17,6; 19,15).

El evangelio de Juan, más que los otros, emplea pempo casi como sinónimo de apostello. El cuarto evangelio utiliza ambos términos indistintamente y sin distinguirlos de manera precisa. Esto podría deberse a otros motivos y no sólo a los usos lingüísticos del helenismo contemporáneo. «¿Acaso no querría subrayar conscientemente el carácter funcional del hecho en contra del sentido institucional que ya había tomado la expresión apostolos y al mismo tiempo, destacara de forma más rigurosa la autoridad del Señor, del Kyrios86.

 

Fundamentación cristológica del enviado

El cuarto evangelio elabora su cristología sobre la idea de Jesús, enviado del Padre. Esta expresión aparece 41 veces. La teología de Jesús como enviado del Padre es la respuesta de Juan a la pregunta por su identidad. Jesús se presenta viniendo del Padre y habiendo sido enviado por El: «De El vengo y El fue quien me envió» (cf. Jn 7,18).

Jesús, el enviado del Padre, viene al mundo: «Vino a los suyos» (Jn 1,11), «pues tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo» (cf. Jn 1,29; 4,42; 6,33; 10,36; 12,47; 17,21). Sin embargo, «los suyos no le recibieron» (Jn 7,7), prefirieron las tinieblas a la luz (Jn 16,19), pues Jesús es un juicio para el mundo (Jn 9,34), en el sentido de demostrar que las obras del mundo son más. A partir del capítulo 12, la concepción del mundo (significando a los judíos que se oponen a Jesús) adopta una connotación peyorativa87.

«Enviado» es el nombre que permite identificar a Jesús. «La vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, verdadero y único Dios y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3). Los discípulos lo conocen cuando llegan a saber que fue enviado: «ellos conocerán que Tú me enviaste» (Jn 1,25). Del mismo modo, Jesús se da a conocer al mundo: «Y así el mundo creerá que Tú me enviaste» (Jn 1,21).

Jesús dice siempre: «El Padre que me envió» (Jn 5,24.30.38; 6,38.39s); hace el trabajo que su Padre le envió a hacer (15,36; 9,4; 17,4; 19,28,30): «Porque no he bajado del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió…» (Jn 6,39)88.

De este modo, el cuarto evangelio, como los Setenta, pone el peso principal en quien envía: éste es el que tiene autoridad. «El ser misionero de Jesús es la transparencia de la autoridad del Padre»89.

El enviado tiene una misión, un encargo: realizar la obra del Padre; ya en los Sinópticos se le define por su misión: instaurar en la realidad el reinado de Dios, revelar quién es el Dios del Reino, quién es este Padre que lo envió: «Quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14,9) y al revelar al Padre, Jesús se revela, pues él es la propia imagen de Dios, la palabra de Dios hecha carne.

La misión de Jesús consiste en ser enviado entre los hombres, el intermediario del Padre en el mundo y el mediador de los hombres junto al Padre.

La realidad que los Sinópticos nos muestran sobre Jesús, se refuerza en el cuarto evangelio: no existe para sí, sino que existe-para-los-otros. El conjunto de la narración evangélica muestra que Jesús no se centra en sí, sino que es un ser «excentrado». Su centro está en el Padre y en los otros. El está siempre hablando o escuchando, habla con los hombres o habla con Dios, escucha a los hombres o escucha a Dios. Nunca permanece sin relacionarse, cerrado. Está siempre abierto a las relaciones; fuera de las relaciones, no existe. Por eso puede ser llamado logos, palabra90.

Este constante salir-de-sí-para-ir-al-encuentro-de-los-otros que lo caracteriza, esa constante acción en beneficio de los demás nos muestra cuál debe ser la actitud del discípulo o discípula: «…al mundo los envío yo también»; (Jn 17,18), para que el mundo crea en Jesús y conozca su misión que viene del Padre (Jn 17,21.23)91.

Debemos entender en su sentido más pleno y radical las palabras de Jesús después de su resurrección: «Como el Padre me ha enviado, les envío yo también» (Jn 20,21). De este modo, Jesús envía a los discípulos al mundo como continuadores de su misión de ayuda a instaurar el reinado de Dios en la realidad.

 

Conclusión

El discípulo enviado en misión al servicio del Reino tiene que estar siempre a la escucha del Padre, permanecer atento y vigilante, tener los ojos y los oídos bien abiertos.

La vida del discípulo de Jesús también tiene que estar excentrada, de manera que el centro sea Dios. A medida que se libera de sí y se apega a Dios, va descubriendo qué decir y qué hacer, pues, como a Jesús, nada le es propio, sino que lo que tiene lo ha recibido. «Un hijo no puede hacer nada de por sí, primero tiene que vérselo hacer a su padre» (Jn 5,19). Lo que recibe el enviado es la posibilidad de transformar la condición humana: de un mundo de enemigos a un mundo de hermanos, en el que impere el amor y la justicia.

Jesús pretende hacer de sus enviados personas que sepan que, a través de su actuación, se transmite el mensaje del Padre. Los discípulos conocen a Jesús en la experiencia que tuvieron de él, en la convivencia, mirando lo que él hacía, escuchando sus palabras y, en esta convivencia, perciben la ternura que Jesús revela hacia los seres humanos más frágiles y marginados. Por esta experiencia, el evangelista Juan puede afirmar que el Dios Padre de Jesucristo es amor (1 Jn 3,8).

Jesús vive en función del Padre, de quien recibe la totalidad de su ser y vive en función del mundo al que debe transmitir la misma totalidad de su ser. «Igual que mi Padre me amó les he amado yo» (Jn 15,9); «Este es el mandamiento mío: que se amen unos a otros como yo les he amado» (Jn 15,12). El amor del que habla el cuarto evangelio, lejos de ser un círculo cerrado y excluyente, es corriente y comunicación. Amar es dar de sí, es dar aquello que fue dado por Otro, recibir y comunicar lo recibido, a fin de que el movimiento continúe.

 

Resumen

Descubrimos en este capítulo que los discípulos de Jesús siguen al Maestro para realizar la voluntad del Padre, para hacer signos de que el Reino de Dios se inauguró con Jesús, por medio de sus palabras y obras. A través del servicio de amor al mundo, continúan la obra iniciada por Jesús. El servicio, agapan, es una actitud que caracteriza a los verdaderos discípulos, una realización de Dios en el mundo.

Los seguidores van conociendo mejor poco a poco a Aquél que los llamó a una opción totalizadora, a un nuevo camino de vida, dejando todo, familia y trabajo. A través del ver y del oír, van conociendo mejor quién es Aquél a quien siguen, así como van percibiendo lo que deben hacer.

El seguimiento no es para la mutua contemplación, sino para la misión. Jesús es el enviado del Padre que vino al mundo a revelar la vida verdadera. Los discípulos son enviados por Jesús para anunciar y hacer signos de la Buena Nueva.

De este modo, correspondiendo a la vocación al seguimiento y al servicio, aprendiendo a través de la observación y de la escucha, demuestran, mediante la obediencia, que son verdaderos discípulos, enviados al mundo para transformarlo de manera que Dios sea visible en la realidad.

Como tratamos del discipulado de la mujer, en el tercer capítulo veremos cómo los textos evangélicos fundamentan la actitud de las mujeres dentro de cada una de las características estudiadas en este capítulo.

En el próximo capítulo procuraremos hacer un breve resumen de la situación de la mujer en el Oriente próximo para compararla con la forma nueva y revolucionaria constituida por la relación que Jesús establece con las mujeres.

 

 

 

Capitulo II

Situación de la mujer

en el antiguo oriente

próximo

Introducción

Sólo podemos entender un acontecimiento humano dentro de su contexto histórico. Para aproximarnos a nuestro objeto de estudio, a saber, Jesús y las mujeres, y a la «novedad» que su modo de relacionarse supone para la situación de la mujer, necesitamos tratar de comprender cómo era la posición de las mujeres en los medios vecinos de la sociedad judía.

Algunos estudiosos plantean la posibilidad de un período de matriarcado1, tesis basada en los estudios de Kramer sobre los sumerios y en los de Heugon sobre los etruscos, en donde la situación de la mujer es bastante discutida2.

En general, desde la antigüedad clásica, dominó el patriarcado, y según algunos especialistas, quizá haya constituido la manifestación más destructiva, permanente e insidiosa de deshumanización de la historia3, porque asume que «las verdaderas personas» son los hombres. Los hombres hacen las leyes, proclaman valores y controlan la vida de sus subordinados (mujer, niño y otros hombres excluidos del grupo dominante). Hacen negocios, realizan el culto, participan en reuniones, o sea, tienen una vida pública, religiosa, social y política.

Las mujeres, en mayor o menor grado, eran consideradas personas sin identidad pública, vistas normalmente como criaturas inferiores a los hombres («una anomalía»)4, intelectualmente deficientes y físicamente débiles. Sus capacidades la limitan a la esfera doméstica y su único papel alabado es la función reproductora. Asimismo, por considerarla tentadora, seductora, tenía que permanecer recluida para tener la certeza de la «legitimidad» de los hijos. La forma de comportamiento que se les atribuía era irracional e histérico5.

En este capítulo, trataremos de presentar algunos datos sobre la situación de la mujer en la región limítrofe con Israel, en el antiguo Creciente Fértil, en Egipto, en el mundo griego, en Roma y en Israel.

Una investigación profunda de esta cuestión desborda las intenciones de este trabajo. Nos limitaremos a una presentación muy sumaria.

 

La mujer en el antiguo creciente fértil

Por regla general, la categoría de las mujeres en el antiguo Creciente Fértil era inferior a la de los hombres aunque entre los sumerios, en el período primitivo (2400 aC), eran consideradas iguales a los hombres social y económicamente, por lo menos las de la clase dirigente. «Se permitía la poliandria, así como ellas podían poseer y controlar propiedades, recibían el mismo salario por el mismo trabajo, eran letradas e influían en la religión»6. Las diosas eran veneradas desde el principio hasta el final de la existencia de los sumerios.

En el período posterior, la influencia masculina creció dominando los hombres: gobernaban, manejaban la economía, administraban los tribunales y las escuelas, manipulaban la teología y los rituales y, desde el 2000 aC aproximadamente, las mujeres fueron tratadas, en general, como ciudadanas de segunda clase, sin poder, prestigio ni categoría social. El matrimonio pasó a ser monógamo, aunque sólo con respecto a la mujer, porque al hombre se le permitía tener concubinas, mientras que la mujer debía permanecer fiel a su único marido7. En el código de Hammurabi (1792-1750 aC), «aunque se permitía la poligamia, el matrimonio era en cierto sentido monógamo; sólo la primera mujer podía tener el título y los derechos plenos de la esposa. Para tomar una segunda esposa era preciso que la primera hubiera abandonado la casa (§ 141) o no hubiera podido tener hijos (§ 145) o hubiera contraído alguna enfermedad contagiosa (§ 148). Se percibe una gran preocupación del legislador por proteger los derechos de la mujer contra la arbitrariedad del marido y de los hijos»8.

 

La mujer en Egipto

La situación de la mujer en Egipto fue bastante diferente de lo corriente en Oriente. En el Reino Antiguo, en la época de las pirámides (2778 aC), hasta el final del período helenístico (30 aC), las mujeres poseían una elevada categoría social. Durante las dinastías 3ª, 4ª y 5ª (2778-2423 aC), el período de superior nivel cultural del Reino Antiguo, las hijas tenían los mismos derechos a la herencia que los hijos, los matrimonios eran monógamos (salvo entre la realeza), la mujer era igual al marido en cuanto a derechos, aunque su puesto en la sociedad no fuera idéntico al de él9.

Al declinar el Reino Antiguo (2270 aC), desaparece el control centralizado y aparece el feudalismo, lo que llevó consigo al declive de los derechos individuales, con el aumento consiguiente de los corporativos en el derecho privado, lo que supuso la pérdida de la igualdad de derechos de la mujer y su subordinación a padres y maridos. Esto se produjo tanto entre la nobleza como en el campo. En las ciudades, el comercio seguía basándose en el individualismo y en el derecho privado, persistiendo la igualdad de sexos como bajo el derecho clásico del Reino Antiguo. En las ciudades, las mujeres siguieron teniendo una personalidad legal independiente10.

Es curioso señalar que en el período de centralización del poder, las mujeres gozan de mayor libertad, mientras que al dividirse ocurre lo contrario.

En el Reino Nuevo (1580-1085 aC: 18ª, 19ª y 20ª dinastías), cambió la situación y de nuevo y en general, las mujeres adquirieron la igualdad de categoría social, sobre todo en la 18ª dinastía (1580-1341). Esto se debió a la centralización del poder de la monarquía, en la medida en que en el derecho privado imperaba el individualismo. En consecuencia, en la 18ª dinastía, las mujeres recuperaron su completa independencia y su personalidad jurídica. Comenzaron a desempeñar los mismos papeles que habían ejercido al lado de sus maridos en el Reino Antiguo11.

De nuevo, en 1085 aC, el imperio egipcio se desintegra en un estado feudal, empeorando la situación de las mujeres.

Con la inauguración de la 26ª dinastía (663-525) y la centralización de la monarquía, se produce el cambio definitivo a favor de la igualdad de la mujer. Las mujeres se encontraban en una situación de independencia jurídica y, de ahí en adelante, dispusieron de sí mismas con libertad. En el matrimonio existía una absoluta igualdad entre los esposos. Estrictamente monogámica, la unión conyugal se basaba en el consentimiento mutuo de los esposos, que tenían idénticas obligaciones: tanto la infidelidad del marido como la de la mujer constituía motivo de divorcio. Algunos autores, como J. Pirenne, llegaron a encontrar en esta época la «total emancipación jurídica de la mujer»12. Esta situación continuó hasta la llegada de los Ptolomeos a Egipto.

Como conclusión podemos decir, de acuerdo con Pirenne, que la situación de las mujeres en el Antiguo Egipto era de igualdad con los hombres en las épocas individualistas. En las épocas feudales, se las consideraba como menores y estaban sometidas a tutela. A pesar de ello, los especialistas consideran que en ningún lugar de la antigüedad gozó la mujer de tanta independencia como en Egipto.

 

La mujer en Grecia

Algunos especialistas argumentan que al casi omnipresente patriarcalismo le precedió un largo y benéfico período de matriarcado, como ya dijimos antes. Aunque sea discutible, V. Bullough argumenta que la situación de las mujeres de los poemas homéricos (siglo X aC) en la sociedad griega era mejor que la que tuvieron posteriormente13.

Es difícil dar una opinión global sobre la situación de la mujer en el mundo griego.

En Atenas, su situación era de gran desprestigio. Se la mantenía en la parte interior de la casa, en el gineceo (de gyné: mujer)14. La opinión que se tenía de la mujer era la de que era inferior al hombre, intrigante, infiel, «el monstruo más infame que existe sobre la tierra». «Quien enseña a una mujer no hace sino aumentar el veneno de una terrible serpiente»15, por lo que las mujeres no tienen derecho a la cultura, con la excepción de las hetairas16.

Salvo raras excepciones, las mujeres eran despreciadas y oprimidas, sobre todo aquellas que carecían de la protección de un hombre.

En Esparta, la situación era diferente: las mujeres estaban más significadas, tenían más libertad y se las consideraba fieles y heroicas17. Tomaban parte en los deportes, en la política y en los negocios18.

En la poesía aparecen mujeres a las que se menciona por sus dotes físicas y espirituales. En las artes se alaba su belleza.

En Esparta, las mujeres poseían el 40% del Estado, lo que aumentaba la alta estima en las que se las tenía en la ciudad19.

Las mujeres que tenían posesiones gozaban de una posición independiente y de cierto peso en la vida pública.

La socióloga Elise Boulding se valió del estudio de las estructuras privada y pública para tratar de reconstruir sin sesgos sexuales la historia de las mujeres20. La esfera pública y política estaba dominada por los hombres; las estructuras privadas correspondían al dominio doméstico, considerado generalmente como propio de las mujeres. Las estructuras públicas son estructuras sociales dominantes en las que, a veces, pueden irrumpir las estructuras privadas (como, por ejemplo, «familias» regidas por mujeres). En realidad, según Boulding, las mujeres gozan de libertad de movimientos en el dominio público cuando pertenecen a familias aristocráticas dirigentes, mientras que las mujeres de clase media suelen estar confinadas en su casa21. Así, cita los siguientes grupos de mujeres que no estaban prisioneras en los barrios de mujeres: troyanas, esclavas, extranjeras (sobre todo, las comerciantes y las «intelectuales» o hetairas, muchas de ellas nacidas en el extranjero). Las mujeres que no eran de la ciudad vivían fuera de la «familia» y de las disposiciones relativas al patrimonio, pudiendo moverse libremente en la esfera pública. Esas informaciones están confirmadas por una especialista de la antigüedad clásica: Marylin Arthur, que muestra que en la sociedad aristocrática griega así como en la romana, la «familia» está relacionada con el dominio público y gubernamental y que las mujeres de la aristocracia tenían cierta libertad y estaban en posesión de sus derechos22. Todos los especialistas insisten en que esa relativa emancipación estaba limitada a determinadas clases.

En la Atenas democrática, en la que los dominios privado y público se separaron de manera más nítida, la familia constituía la unidad básica de producción. El orden público y social de la polis quedaba asegurado por los elementos masculinos de las familias, los únicos ciudadanos verdaderos (completos) de aquel estado democrático.

Esta hipótesis queda confirmada por el análisis filosófico de la Política de Aristóteles y pone en evidencia que la familia dirigida por los hombres, más que por el adulto individual, es la unidad básica de su análisis y de su teoría política23.

En la democracia clásica, las mujeres de los ciudadanos de clases medias, propietarios, estaban confinados al dominio de la casa, a la generación de los hijos legítimos, a controlar a los esclavos, su trabajo y sus servicios. Los hombres decían: «Tenemos a las hetairas para el placer (intelectual y sexual), a las concubinas para las relaciones carnales y a la esposa para madre de nuestros hijos legítimos»24.

A finales del siglo IV aC, poco después de la época de los grandes filósofos, se produjo un gran cambio en el sentimiento general de la sociedad, en Grecia primero y después en todo el mundo helenístico: la aparición de una especial sensibilidad en relación con las otras personas, esclavos, mujeres, niños, así como respecto a los animales. Esta mutación se expresó de muchas maneras: en pintura, poesía, valorando la belleza de la naturaleza25.

¿Y por qué emerge esta nueva sensibilidad al final del siglo IV aC? Aparece una generación después de que Alejandro acabase con el mundo griego de las ciudades-estados, implantando el vasto mundo imperial del helenismo. Las energías que, hasta entonces, habían dedicado los ciudadanos griegos a la política podían dedicarlas a sí mismos, a las personas y cosas que les rodeaban, a muchas de las cuales no habían tenido tiempo ni energía para observarlas y apreciarlas antes. Las personas podían tener tiempo para unas relaciones nuevas, sintiendo la necesidad de descubrir una comunidad más humana (valga como ejemplo la popularidad de las religiones de los misterios, del judaísmo y después del cristianismo).

En la sociedad griega antigua, se tenía a las mujeres como inferiores, niñas y esclavas. Al desarrollarse la nueva sensibilidad, se elevó la categoría de los esclavos, de los niños y de las mujeres. Podemos hablar de la mejoría gradual de la situación de la mujer desde Alejandro hasta Constantino.

En la Grecia posterior, se llama señor (kyrie) al hombre y señora (kyria) a la mujer, lo que influyó en el latón dominus y domina y, de ahí, donna26. Las mujeres participaban en los deportes, en las olimpiadas incluso, llegando a convertirse en atletas profesionales. Algunas eran músicas, viajando por toda Grecia dando recitales; otras fueron médicas en Asia Menor27.

En la época helenística, el imperio cobró mayor importancia que la «familia» y la polis. La ciudadanía deja de basarse en la pertenencia a una familia y las leyes dejaron de considerar a las mujeres como las que debían dar a luz una descendencia legítima. Por tanto, dejó de definirse exclusivamente a las mujeres por su función reproductora con el fin de dar herederos al patrimonio de la familia, convirtiéndose ellas mismas en propietarias28. En la época helenística, las mujeres tenían acceso a la ciudadanía por los servicios prestados a la ciudad, confiándoseles determinadas funciones.

 

El paradigma de la mujer griega de esta época fue Hipparchia, la mujer del filósofo cínino Crates, que tuvo que defenderse contra las críticas por participar en simposios públicos29.

También conviene señalar el importante papel desempeñado por la religión en relación con la relativa libertad de la mujer, porque le ofrecía oportunidades de aprendizaje y de acción social. La participación de las mujeres en las religiones de los misterios, en los cultos extáticos y en las escuelas filosóficas se aceptaba sin problemas porque en estos grupos no se consideraba el mundo de la naturaleza como la antítesis de la cultura y de la racionalidad30. En el Olimpo griego existen diosas que, en general, no representan características femeninas (caza, guerra, etc.), lo que quizá dé una idea de la época en que la mujer tenía que ser identificada con el hombre (mujer con cabeza de hombre)31.

En relación con el matrimonio, los juicios eran muy variados. Existían dos tipos de relación. Uno se vivía en el ámbito del matrimonio; el otro se vivía a través de relaciones sexuales más libres.

Las relaciones entre los cónyuges eran cordiales y afectuosas y las separaciones podían producirse por mutuo acuerdo o por decisión de cualquiera de las partes, sin que hiciera falta poco más que enviar una carta o la simple declaración de un juez32. La esterilidad constituía un motivo de divorcio. Las separaciones sucesivas conducían a una especie de poligamia sucesiva.

El estoicismo antiguo muestra gran estima por el valor moral del matrimonio. Antíparo de Tarso (151-50 aC) lo define como la unión perfecta del hombre y la mujer. Pero ya Epicteto consideraba el celibato como condición de vida moralmente superior al matrimonio. El neoplatonismo es rigurosamente ascético, tendencia creciente a causa de la influencia de las religiones mistéricas. Como reacción frente a los muy frecuentes abusos dentro y fuera del matrimonio, se afirma en diversos estratos sociales el ideal de la castidad perfecta. El matrimonio «espiritual» se practica en el mundo pagano antes que en el cristianismo33.

La lucha más fuerte a favor de la liberación de la mujer se produjo en la disciplina en la que más destacaron los griegos, la filosofía. Con Pitágoras estudiaron varias mujeres. Los sofistas y Sócrates criticaron la posición subordinada de la mujer en la sociedad. Platón, en su estado ideal, pretende la completa equiparación de la mujer al hombre. Son conocidas dos discípulas de Platón. Aristóteles también defiende la igualdad, aunque supone que dar mucha libertad a la mujer constituye un mal político. Los filósofos cínicos y los estoicos luchaban para mejorar la situación de la mujer34.

Como conclusión podemos decir que el mundo griego, en general, bastante ambiguo en relación con la mujer. Desde el punto de vista de las clases sociales, las altas (por instrucción y por bienes) y las clases bajas (por la necesidad de trabajar) tienen más libertad, al tiempo que las clases medias permanecen en el gineceo.

En relación con la religión, ésta constituye una forma de participación de las mujeres.

Respecto al matrimonio, la situación también es confusa. Era valorado como forma de dar hijos legítimos pero, al mismo tiempo, las relaciones sexuales extraconyugales eran muy normales. El divorcio fácil y las nuevas uniones reiteradas dan la impresión de una poligamia sucesiva. En algunos lugares, se valoraba más el celibato que el matrimonio, situación comprensible por la antropología dualista que valora el alma, lo racional y, por tanto, al hombre.

 

La mujer en Roma

Nos parece importante decir algo sobre la situación de la mujer etrusca pues, junto con la griega, influyó en la mujer romana.

Algunos especialistas atribuyen a las mujeres etruscas una posición privilegiada, pues participaban con los hombres en la vida social, en los negocios, en los banquetes, los conciertos, los deportes, los bailes y, al morir, ocupaban un lugar preeminente, a juzgar por la disposición de los túmulos, situados de manera que les confirieran prioridad, significando que eran de esencia superior y más susceptibles de divinización que los hombres35.

Sostienen que esta influencia de la cultura etrusca y la creciente presión del movimiento por la «igualdad» de la mujer en el helenismo hicieron que la condición de la mujer romana evolucionara hasta poder tener propiedades, aunque existiera el concepto tradicional del pater familias y la tutela legal36.

Esta tutela, ejercida por el padre, hermano, marido, controlaba en cierto modo la vida social y económica de la mujer adulta37. Hasta pasada la II Guerra Púnica, con la aparición de una «clase media» que se introdujo en la aristocracia tradicional mediante los matrimonios entre clases38, los derechos de dote permanecían bajo el control paterno. Esta medida se orientaba a mantener intacto el patrimonio familiar; sin embargo, tuvo el efecto colateral de proporcionar a las mujeres un control mayor sobre sus propiedades y mayor independencia en su relación conyugal, llegando a permitir que una mujer se divorciase, aunque no se hubiera liberado por completo de la dominación masculina. A pesar de permanecer bajo la vigilancia paterna, muchas mujeres consiguieron un poder considerable sobre sus propiedades y riquezas. Legalmente, podían heredar, ser parte en contratos legales, ser testigos, otorgar testamentos y divorciarse39.

La legislación de Augusto, en vez de reforzar el matrimonio y el poder patriarcal del pater familias, dio a las mujeres la posibilidad de emanciparse de hecho de esta tutela legal sobre ellas. A partir de ello, las mujeres romanas participan libremente en las manifestaciones públicas (juegos y teatros) y en los banquetes40. De este modo, llegaron a tener más libertad que en Grecia y en Oriente41.

Podemos decir que, en el imperio romano, en el siglo I dC, muchas mujeres fueron educadas y algunas participaron y ejercieron su influencia en la vida pública.

Esto se debe también a los filósofos estoicos y epicúreos que, como vimos en Grecia, estimulaban la educación pública de las mujeres y defendían las relaciones igualitarias entre hombres y mujeres, una misma educación y formación cultural42.

El incentivo y el apoyo de esta élite intelectual no sólo contribuyó a los cambios habidos en la categoría jurídica de las mujeres, sino que también ayudó a hacer posible que a algunas mujeres de clase alta, al menos, se las reconociera como poetisas, escritoras e historiadoras, teniéndose noticia incluso de alguna ingeniera43.

Tan importante fue esta ayuda que podemos comprobar cómo las mujeres contribuyeron a la vida intelectual de Roma, ejemplo de lo cual son las obras de la poetisa Sulpicia, que se leían en la Galia hasta el siglo V dC, así como las Memorias de Agripina, utilizadas como referencia por el historiador romano Tácito44.

A pesar de la existencia de una fuerza a favor de la emancipación femenina, las mujeres sufrieron a manos de escritores romanos, como Tácito y Juvenal, que fueron los primeros en darse cuenta de que constituían una amenaza para la cultura y se apresuraron a escribir diatribas contra ellas45. Según su modo de ver, esta libertad de las mujeres estaba asociada con el libertinaje, la dominación femenina y la ruina de los principios morales. Esa literatura misógina, junto con la legislación de Augusto, parecen haber constituido una tentativa de los hombres de «clase media» para limitar la libertad económica, jurídica y pública de las mujeres, así como su derecho de propiedad y para fijar fronteras más definitivas entre el dominio público de los hombres y el privado de las mujeres. Esa literatura colocaba a la mujer en posición subalterna, poniendo de manifiesto de este modo cómo les gustaría a los hombres que fuese y no como era en realidad. Por tanto, tales tentativas deben entenderse como perspectivas y no como descriptivas de la situación real y de la vida en el mundo grecoromano46.

Diversos historiadores encontraron inscripciones en monedas en las que se mencionaba a mujeres como beneméritas y funcionarias públicas, tanto en Italia como en las provincias de lengua griega. Por las inscripciones, sabemos que las mujeres actuaban en el comercio y en las manufacturas, comerciando algunas con productos de lujo47.

Los filósofos estoicos —Séneca, Musonius Rufus y Epicteto— luchaban por la igualdad en las relaciones entre hombre y mujer. Séneca afirmaba que la mujer tenía «la misma forma interior, la misma capacidad para la nobleza que el hombre»48. A pesar de ello, entendían que el lugar en el que la mujer debería ejercer su igualdad era en el ámbito familiar, tradicional, pues, según Musonius, «sólo una mujer preparada filosóficamente es capaz de ser una buena ama de casa».

A pesar de esta observación ambigua y reveladora, él mismo eleva al máximo la concepción del matrimonio: «Condena cualquier relación sexual fuera o antes del matrimonio, garantiza a la unión física la función de generar nuevos ciudadanos para el Estado, pero sostiene que la unión corporal debe fundarse sobre la unión espiritual de los cónyuges y que entre ellos debe subsistir una completa igualdad de derechos»49.

El matrimonio romano siempre fue monógamo, aunque se consideraran normales las relaciones con las esclavas y las prostitutas. Por eso, el derecho romano reconoce a la mater familias. Aún así, el divorcio se hizo cada vez más frecuente en la romanidad tardía.

Entre lo privado y lo público, la religión aparece como una «zona media» que se sitúa entre ambos. Las mujeres tenían en ella como un espacio de participación, emancipación y libertad activa, lo que amenazaba el orden de la casa patriarcal y del Estado, dado que escoger la religión dependía de una decisión personal. Hay inscripciones que conmemoran a sacerdotisas de cultos antiguos (en una lista de 26 funcionarios a los que se denomina sacerdos, aparecen seis mujeres)50. Las religiones mistéricas y sobre todo el culto de Isis atraían mucho a mujeres de todas las clases sociales. En una oración se dice que, la diosa Isis «hizo el poder de las mujeres igual al de los hombres»51. Isis conjuga el ideal de la esposa y madre con el de divinidad amorosa y victoriosa. En vista de la atracción que ejercía el culto de Isis sobre las mujeres, pero también sobre los hombres, las autoridades comenzaron a considerarlo sospechoso, siendo proscrito y reprimido por Tiberio52.

Por tanto, en la literatura romana helenística surgen numerosa polémicas en relación con tales cultos, acusándoseles de corromper la moralidad de las mujeres y de permitirles salir solas de noche. Al mismo tiempo, estas asociaciones religiosas ofrecían a las mujeres, independientes jurídica y económicamente y marginadas en los planos cultural y religioso, un medio de superar su diferencia de categoría social53.

Como conclusión podríamos decir que, en general, la mujer romana consiguió un grado mayor de libertad y de emancipación, participando en cierto modo en la vida intelectual, social y religiosa de su época. Este impulso renovador fue consecuencia de la expansión cultural del período helenístico, en el que, gracias a la nueva sensibilidad, la mujer encontró también más espacio y pudo participar en diversos sectores, sobre todo en el intelectual, el deportivo y el artístico.

 

La mujer en Israel

En el Antiguo Testamento

Como hemos visto, en Oriente predominaba una mentalidad llena de prejuicios en contra de la mujer. En Israel, esta concepción se refleja en múltiples ocasiones, tanto en los libros sagrados y en los comentarios de los rabinos como en la tradición oral. Por eso, parece importante completar los datos bíblicos con las explicaciones del rabinato y con los modernos estudios sociológicos sobre el movimiento de Jesús.

Las tradiciones rabínicas se transmitieron de forma oral por la tradición palestina y babilónica denominada mishná, que se fijaría por escrito posteriormente en el Talmud, en el siglo II dC. Ha de tenerse en cuenta también el comentario piadoso de la Escritura, denominado midrash, realizado por los rabinos posteriores. Todas estas fuentes son insustituibles por la cantidad y la calidad de los datos que ofrecen sobre el problema de la mujer54.

La discriminación sexual existente en el pueblo judío aparece en todas las formas imaginables: literarias, históricas, simbólicas, religiosas y políticas. Sus raíces son múltiples, pero quizás la más originales sean de índole sexual andromórfica.

La primera de ellas consiste en la proyección del género masculino en Dios, así como también son masculinos los atributos de Dios, como el poder, el honor, etc. En la historia bíblica, los personajes importantes son varones: reyes, profetas, sacerdotes, jueces y sabios. El Hijo de Dios se encarna como varón y trata a Dios como Padre55. Ante tal dominación simbólica, ¿cómo puede pretender la mujer tener un lugar propio?

La segunda discriminación parece producida por la biología y fisiología defectuosas de la época, según las cuales, la participación de la mujer en el acto generador se consideraba secundaria y accidental. Aunque la unión de ambos sexos fuese imprescindible para el origen de la vida, se creía que sólo el varón tenía potencia sexual y poder creador y que sólo él generaba la vida. La mujer está especialmente relacionada con la fertilidad, pero sólo de forma pasiva (como la tierra que recibe la simiente). Su valor y su dignidad únicos se basan en la función maternal (cf. Dt 25,5; Gn 24,60; Lv 19,31; 1 Sm1,6; Sal 113,9); la esterilidad es una maldición (cf. Gn 29,21-30,24).

La tercera discriminación es la circuncisión, que desempeñó, sin duda un importante papel, limitada al sexo masculino entre los judíos (ya que algunos pueblos conocerán una circuncisión femenina del clítoris) y, con independencia de su significado inicial (rito de purificación o de iniciación), se interpretaba como señal de aceptación de la fe mosaica.

La cuarta discriminación surge de una lectura parcial del libro del Génesis.

Aunque aún hoy algunos autores digan que los relatos de la creación colocan a la mujer en una situación subordinada, la mayoría de los exegetas –mujeres y hombres– prueba que la intención de los autores sagrados, tanto el sacerdotal (P) como el yahvista (J) era mostrar la igualdad de los sexos56. No obstante, durante siglos, la mujer fue considerada ontológicamente inferior al hombre por haber sido creada después.

Además, el relato de G 3 parece poner a la mujer como pecadora que induce a pecar al hombre. De este modo, la entrada del pecado en el mundo se carga sobre las espaldas de la mujer, por lo que pasó a ser considerada inferior al hombre desde el punto de vista ético como tentadora y seductora, a la que el hombre tendría que dominar, no para humillarla sino porque Dios le confirió ese poder57.

La quinta discriminación viene dada por los aspectos legales.

El retrato de la mujer que surge de las leyes del Antiguo Testamento es el de una persona sin derechos legales.

Se la consideraba en todo inferior al hombre, como objeto (cf. Ex 20,17) y por eso tenía que estar sometida a su dominio (padre, hermano o marido). De ese modo, aparece como dependiente de una sociedad centrada en los hombres y dominada por ellos.

Podemos decir que, en general, la mujer se veía afectada por todas las prohibiciones de la ley y sometida a todas las prescripciones de índole civil o penal.

La mujer estaba excluida de todos los ministerios cultuales (cf. 1 Sm 1,35; Ex 23,17) porque se la acusaba de inclinarse con facilidad a la idolatría. No tenía obligación de rezar tres veces al día, ni de habitar en cabañas en la fiesta de las Tiendas, ni peregrinar a Jerusalén en las fiestas de Pascua y de la cosecha (cf. Ex 34,23). Tampoco estaba obligada a participar en la fiesta del Purim (cf. 2 Mac 15,35) ni en la del día de la Reconciliación, ni a tocar el shofar en el día de año nuevo. Tal vez por eso, en el Antiguo Testamento no existen los adjetivos femeninos hebreos correspondientes a hasid (piadoso), saddiq justo) y qados (santo)58.

A consecuencia de esta legislación discriminatoria, en la vida cotidiana, la mujer no podía por ser analfabeta, estudiar la Torah, ser sacerdotisa ni participar en el servicio del santuario.

La sexta discriminación venía dada por las prescripciones en relación con la pureza. Su menstruación la dejaba impura durante siete días, afectando a su vida y a la de la familia, pues los objetos y personas por ella tocados se convertían en impuros (cf. Lv 15,19-24). Lo mismo ocurría con cualquier posible hemorragia (cf. Lv 15,25-30). Con respecto al parto, la situación era aún peor, pues, en el caso de que el hijo fuese varón quedaban impuras durante cuarenta días y el doble si fuese mujer (cf. Lv 12,2-8)59. Sólo el nacimiento de un niño llevaba la alegría al hogar. El de la niña provocaba tristeza y preocupación.

«Una hija es tesoro engañoso para su padre; le quita el sueño por la preocupación: si es joven, no se le quede en casa; si casa, no se la repudien; si doncella, no se la seduzcan; si casa, no sea infiel; en la casa paterna, no quede encinta; en casa del marido, no quede estéril»
(Eclo 42,9-10).

La legislación matrimonial constituye también un elemento importante de discriminación: hasta los doce años, se considera menor a la niña pero a los doce años y medio ya es mayor. Como es inconcebible que una mujer no se case, al entrar en la adolescencia el padre le busca un marido (que ella no puede rechazar aunque el elegido tenga algún defecto físico). Hacen un contrato por el que el novio paga al padre de la muchacha determinada cuantía, comenzando entonces el período de noviazgo que dura un año, transcurrido el cual ella va a vivir con la familia del novio consumándose el matrimonio. Pasa a ser posesión del marido a quien trata de «señor» (ba’al). Sus obligaciones consisten en las tareas domésticas. Todos deben descansar el sábado, excepto las mujeres (cf. Ex 20,8s; Dt 5,12s).

Sólo podrá salir de casa en casos de necesidad y en ese caso con el velo tapándole la cabeza y el rostro para que nadie pueda identificarla. No podrá hablar con ningún hombre, so pena de ser acusada de adulterio. Sólo la mujer debe observar la fidelidad conyugal; lo único vedado al hombre es el adulterio con una mujer casada. El hombre podía divorciarse por los motivos más fútiles, desde el hecho de que no le gustase la comida hasta el de encontrar una mujer más joven que le interesara. A veces no lo hacía porque tenía que pagar cierta cantidad de dinero estipulada en el contrato de matrimonio, por lo que se casaba con otras, ya que estaba permitida la poligamia; la mujer tenía que soportar dicha situación.

También es discriminatoria la ley del levirato (cf. Dt 25,5-10) que obligaba a la cuñada soltera a casarse con el cuñado viudo para que no se extinguiese el apellido en Israel60. La cuñada viuda también tenía que casarse con el cuñado, salvo que éste no quisiese (cf. Dt 25,5s).

Sólo pueden heredar los hombres. En caso de que no hubiese hijos varones, las hijas podrían heredar desde el momento en que se casaran con alguien del mismo clan. Si el marido muriese, asumiría la tutela el hijo mayor.

El retrato que se obtiene es el de un ser social y religiosamente inferior.

 

Algunos aspectos de relectura bíblica actual

En la Biblia hay dos textos fundamentales para conocer la concepción véterotestamentaria de la mujer: los dos relatos de la creación: el yahvista (J): Gn 2,18-25 (ss. X-IX aC), más antiguo, y el sacerdotal (P): Gn 1,26-30 (ss. VI-V aC), más moderno.

Aunque los dos textos hablen de igualdad ontológica y biológica entre hombre y mujer, el relato J se interpretó de forma subordinacionista, teniendo en cuenta el argumento de que la mujer fue creada a partir de la costilla del varón, dependiendo, por tanto, de él. Sin embargo, «la costilla extraída del varón es símbolo de la igualdad absoluta de los sexos y no la materia prima de la mujer»61. La probable significación del texto consiste en que la atracción fundamental existente entre los dos sexos está unida al hecho de que, inicialmente, eran una sola carne, o sea, una unidad62.

No obstante, la tradición dio al texto una interpretación masculinizante de dependencia y subordinación. Del hecho de que la mujer procediera del costado del varón, se dedujo una realidad de inferioridad y subordinación: la mujer no sólo no fue hecha a imagen de Dios como el varón, sino que está sometida a su dominio. Este relato y el del pecado (Gn 3,1-9) son los dos textos fundamentales de todo el sexismo cristiano63.

La exégesis moderna atribuye el texto de Gn 3,1-9 a autores del siglo X aC, del reinado de Salomón, por tanto. Era una época de florecimiento de la monarquía, al estilo egipcio: sociedad rica, muy desarrollada64. Concepciones más antiguas (por ejemplo, Ex 17, capítulo escrito en el XIII, y el Dt, de los siglos VI y V) revelan ya la situación de sumisión de la mujer.

Los relatos J, Gn 2 y 3, están entrelazados y ambos revelan la forma de pensar en la prehistoria vigente en Israel. Gn 2 presenta la creación del hombre y de la mujer por Dios en un plano de igualdad y Gn 3, la sucesión pecado-culpa. Por textos paralelos de otras literaturas, se sabe que una función importante de las narraciones de los tiempos primeros consiste precisamente en explicar las limitaciones y carencias de la existencia humana por medio de los acontecimientos primitivos65.

El castigo del relato original (cf. Gn 3.20) es el mismo para los dos: la expulsión del Paraíso. El interrogatorio y las distintas sanciones que aparecen en Gn 3,14-19 parecen interpolaciones posteriores66 de carácter deuteronomista (época de crisis exílica, en la que existía una gran preocupación moralizante y por el orden en Israel). Se acrecentaron las sanciones diferentes para los dos sexos. No obstante, la que después se explotó fue la del dominio del hombre sobre la mujer (cf. Gn 3,16b).

Es interesante la afirmación de la igualdad en el orden de la creación, mucho más si tenemos en cuenta que el autor pertenecía a una cultura patriarcal.

En realidad, aunque la práctica fuera la subordinación, en los documentos siempre se mantuvo esa igualdad. Por ejemplo, el mandamiento de honrar al padre y madre (cf. Ex 20,12; Dt 5,16) reconoce a la mujer como igual al hombre en su papel de madre. Ese papel tiene la máxima importancia, porque su función esencial en la sociedad está representada por la función procreadora. El bienestar de la familia y de la sociedad y la categoría del marido dependen de la forma de desempeñar esa tarea. En consecuencia, se premiaba con esta honra, protegiéndola la ley y las costumbres, «exenta» del servicio militar y «descargada» de algunas obligaciones civiles y religiosas67.

En el libro de los Proverbios, a la madre se la describe sólo en términos positivos. Pero aquí el término «madre» no se refiere a la función reproductora, sino a su papel en la alimentación y educación de la prole. Ella no sólo es el útero que genera, sino también la fuente de sabiduría esencial de la vida.

Una buena esposa, una mujer de calidad es una corona para su marido (cf. Prov 31,10), en contraste con la mujer que avergüenza y degrada la reputación de su marido (cf. Prov 12,4). Se la describe también como prudente (cf. Prov 19,14) y graciosa (cf. Prov 11,16). Conseguir una mujer de ese estilo es un don de Dios (cf. Prov 18,22; 19,14).

En el libro de los Proverbios, las mujeres no son simples objetos sexuales, sino personas con inteligencia y voluntad que ayudan a construir o a destruir al hombre.

El hombre debe aprender a reconocer los dos tipos de mujer y abstenerse de relaciones peligrosas.

En los escritos históricos hay una amplificación del retrato de la mujer. En las descripciones que hacen de la mujer del momento y de las figuras legendarias de tiempos anteriores, presentan un retrato complejo, variado y ambiguo. La inmensa mayoría de las mujeres que aparecen en los escritos históricos parecen más bien «tipos» que «reales», alcanzando una altura legendaria, cuya fortaleza de carácter o la peculiaridad de su vocación o posición le otorgan un lugar único. Aún así, los papeles desempeñados por las mujeres en estos escritos son casi exclusivamente subordinados, relegándolas al puesto de ayudantes69. Las mujeres son adjuntas respecto al hombre: personajes menores necesarios para el argumento que interpretan los hombres: son madres, enfermeras y salvadoras de los hombres, objetos o receptoras de los milagros realizados por y para los hombres, confesoras del poder de la sabiduría70. Son necesarias para el desarrollo del drama y, en ocasiones, pueden atraer toda la luz, pero es raro que la historia se refiera a ellas como protagonistas.

No obstante, si examinamos con detenimiento el Antiguo Testamento, podemos descubrir que hubo mujeres que desafiaron de algún modo el carácter subordinado que la cultura hebrea les otorgaba. Ejemplos destacados de estas mujeres fuera de serie son las cuatro llamadas profetisas: María (cf. Ex 15,20-21) y Débora (cf. Jue 4,4-6), en el período premonárquico; Julda (cf. 2 Re 22,14-20), en el período monárquico posterior (siglo VII aC), consideradas como canales autorizados de la verdad divina. También se menciona a Noadías (cf. Neh 6,14) (en el período postexílico; siglo V aC) como falsa profetisa, pero en ninguno de estos casos se presta especial atención al hecho de que las profetisas fueran mujeres71.

La descripción de sus palabras y actividades coinciden con la de sus colegas masculinos de la misma profesión. No obstante, sus colecciones de oráculos no entraron a formar parte de los libros proféticos del Antiguo Testamento. Es probable que no tuvieran relación con escuelas y discípulos que pudieran haber recogido y conservado sus palabras72. En la historia de Israel, la única profesión religiosa abierta a la mujer fue la profecía.

Sin embargo, hay indicios de que, en el período primitivo, las mujeres ejercieron funciones cultuales: el relato de María al lado de la figura sacerdotal de Aarón (cf. Nm 12,1-2) y la referencia al «servicio de las mujeres» en la fiesta de las Tiendas (cf. Ex 28,8; 1 Sm 2,22). Pero la fuerte reacción provocada por las prácticas religiosas de los cananeos, sobre todo los ritos de fertilidad que implicaban a personas femeninas en el culto, durante el período de la monarquía, acabó con esta apertura a las funciones cultuales de las mujeres. Así, las mujeres relacionadas con el culto y asociadas a él, durante el período monárquico, se presentan como practicantes ilícitas de cultos no israelitas73.

En realidad, la cuestión de la prostitución sagrada y la de la magia constituyen dos pesadillas en la vida de Israel74. Las frecuentes y variadas citas del Antiguo Testamento relativas a la prostitución, desprovistas de una valoración moral explícita, hacen pensar que, en Israel, no se consideraba denigrante aquel comercio (cf. Jos 2,1; Is 16,1; 2 Re 3,16). La prohibición del Levítico (19,29) de no profanar a la propia hija prostituyéndola puede indicar cierta generalización de una costumbre indigna. Sólo a los sacerdotes se les prohibe casarse con tales mujeres (cf. Gn 34,31), así como con las violadas y repudiadas (cf. Lv 21,7).

La literatura sapiencial alude a los estilos de prostitución. Por su parte, los profetas utilizan con frecuencia la imagen de la prostitución para expresar la infidelidad y el pecado del pueblo con respecto a Yahweh (cf. Jr 3,3; Os 1,2). El pueblo de Israel es la esposa amada por Dios que, aún siendo infiel, el Señor no abandona.

No obstante, para Israel el auténtico problema fue la prostitución sagrada, fenómeno muy extendido en Oriente medio, desde Pesia a Egipto. También se infiltró en Israel, quizá por la convivencia durante la época premosaica en la tierra de los faraones y, más tarde, en la etapa del exilio babilónico. Sin embargo, la infiltración más contundente provino de la tierra de Canaán y de sus cultos a Baal y Astarté.

«No habrá prostitutas sagradas entre las israelitas ni prostitutos sagrados entre los israelitas. No entregarás a la casa del Señor, en cumplimiento de un voto, paga de prostituta ni salario de prostituto, porque los dos son abominable para el Señor, tu Dios» (Dt 23,18-19)75.

Las prostitutas sagradas llegaron a introducirse en el mismo templo de Jerusalén. La actividad de prostituta sagrada parece haber deteriorado aún más el estereotipo femenino.

También se acusaba a las mujeres de practicar artes ocultas (médiums y hechiceras), por lo que algunas fueron desterradas de Israel con sus compañeros (cf. 1 Sm 28,7; Ex 22,18; Dt 18,10; 2 Cr 33,6). La magia ejerció siempre una gran fascinación en todo Oriente y el pueblo de Israel no escapó a ella. Por eso, la legislación la condena, considerándola una forma de idolatría (cf. Dt 18,9-12)76.

El prejuicio contra de la mujer era tan grande que, en el siglo II, el rabí Simeón ben Jochai lo cifró en esta máxima: «La más virtuosa de las mujeres es una bruja»77.

Para finalizar, busquemos una visión más positiva de la mujer en el Antiguo Testamento. Para ello, trataremos de hacer un examen cuidadoso que nos permita descubrir a mujeres que mostraran un juicio independiente y ejercieran una influencia significativa.

Podemos mencionar a algunas: Atalía, que gobernó como reina sobre Judá desde 842 hasta 839 aC. Sus métodos eran duros y su devoción se refería más a Baal que a Yahweh, pero, como Jezabel, demostró iniciativa, valor e independencia.

Samuel describe dos incidentes en los que se consultó a mujeres significativas por su sabiduría, en tiempos críticos de la historia política y militar de Israel (cf. 2 Sm 14,1-20 y 2 Sm 20,14-20). El pequeño Moisés se salva por la cooperación de su madre y de su hermana con las mujeres de la casa real de Egipto (cf. Ex 2,1-16).

Las historias de Vasti, Ester y Rut tuvieron una significativa reinterpretación condicionada por la concepción contemporánea sobre la categoría de la mujer y en la Iglesia y en la sociedad. La tradición judeocristiana posterior alaba a Vasti por desobedecer a su marido (cf. Est 1,10-12), al tiempo que demuestra un valor notable al negarse a adulterar ante un grupo de hombres ebrios. Por otra parte, se alaba a Ester por utilizar su belleza y comportamiento como esposa ejemplar para salvar al pueblo judío. En ambos relatos, nos estimula la postura de las mujeres, que se arriesgan por sus convicciones, desobedeciendo unas a sus maridos y otras no78.

Con Ester, se cita con frecuencia a Rut como modelo adecuado para una mujer. Pero es importante fijarse menos en su dependencia de Booz y más en su forma de utilizar los medios necesarios para configurar su propio destino, haciendo opciones radicales y desafiando las costumbres. En esta importante historia, al optar por quedarse con su suegra, «escogió a otra mujer, en un mundo en el que la vida depende de los hombres. No hay decisión más radical en la memoria de Israel»79.

La historia de Rut, así como en la misma época patriarcal, la de Tamar (Gn 38), nos ayudan a descubrir el papel crucial y controvertido de las mujeres como partícipes de la Alianza.

Podemos decir para concluir, que en general, la mujer era considerada en Israel como inferior al varón; desde los puntos de vista legal, social y religioso, no contaba como persona, salvo en su función de madre y de ayudante del varón. A pesar de la «omnipotencia» masculina en la vida cotidiana, podemos percibir la presencia significativa de la mujer en la vida del pueblo por medio de algunas mujeres que ejercieron un liderazgo, político incluso, no en beneficio propio, sino en el de la comunidad.

No podemos ocultar que algunos autores contemplan la existencia de dos tradiciones en la Biblia: una mayoritaria, en contra de la mujer, y otra favorable a ella que, de vez en cuando, pone en evidencia algún retrato positivo y de participación.

 

En la diáspora

Muchos judíos de los siglos anteriores al nacimiento de Jesús estaban dispersos por el antiguo Oriente próximo. La vida religiosa era cultivada en la sinagoga por los rabinos que enseñaban la ley y los profetas procurando aplicarlos a la vida cotidiana.

Los distintos lugares y culturas produjeron algunas variaciones en relación con la categoría social de las mujeres judías, pero la situación siguió siendo muy ambigua.

Parece que algunas comunidades, influidas por las culturas griega y romana, comenzaron a permitir a las mujeres mayor libertad en la vida social y religiosa. Hay pruebas de que algunas se convirtieron en dirigentes de las sinagogas en algunos lugares80 y existen indicios de que, en algunas ocasiones, pidieron y consiguieron el divorcio de sus maridos.

Por otra parte, los judíos se «internacionalizaban» mediante las relaciones comerciales y jurídicas, aunque, para mantener su identidad y unidad, segregaban más a la mujer y la familia; de ese modo, persistió el sistema patriarcal, haciéndose incluso más rígido en la enseñanza de los rabinos. La literatura rabínica contempla a la mujer como inferior al varón desde los puntos de vista social y religioso, expresando a veces desprecio hacia ella. Un rabino del siglo I aC escribió: «Mejor es dejar que se queme la Torah a que la enseñe una mujer»81.

Filón, el filósofo judeo-alejandrino (20 aC - 54 dC), resume sintéticamente esta situación: «Los negocios, los consejos, los tribunales, las procesiones, los festivales, las reuniones sobre la vida pública, con sus discusiones y asuntos, en paz o en guerra, son cosas de hombres; a la mujer le corresponde quedarse en casa y llevar una vida retirada»82.

«El alma está compuesta por una parte masculina y una parte femenina. La parte masculina es experta, profunda, justa, prudente, piadosa, llena de libertad y bondad y amante de la sabiduría. La parte femenina es irracional y dispuesta a las pasiones bestiales, al miedo, placer y deseo, de donde brota una flaqueza incurable y enfermedades indescriptibles»83. Con esta fundamentación, Filón establece la interpretación de que el hombre es la imagen de Dios. «La mujer debe someterse al hombre, no para ser humillada, sino porque a él le dio Dios el poder»84. Por tanto, su libertad debe estar limitada y puesta bajo la tutela del hombre, como una eterna menor de edad.

Esa explicación ideológica de la inferioridad femenina divulgada por el exégeta y filósofo Filón, constituyó, sin duda, el legado antifeminista más importante que el judaísmo transmitió a la tradición cristiana85. La misoginia de los Santos Padres tiene aquí una de sus fuentes. Sobre tales prejuicios, elaborarán sus teorías. No podemos pasar por alto que dejaron de lado el comportamiento de Jesús para interpretar la realidad a partir de una lectura del Gn 2 y 3 elaborada por el judaísmo tardío86, basándose antropológicamente en esta interpretación de Filón de que sólo el hombre es imagen de Dios.

Elisabeth Schüssler Fiorenza plantea la hipótesis de que las afirmaciones negativas de Filón y de Josefo pueden inscribirse en el prejuicio de los hombres instruidos de «clase media» contra las mujeres, como ya mencionamos cuando expusimos la situación de las mujeres en Roma87.

Estos datos correspondientes a los judíos de la diáspora se interrelacionan con el judaísmo tardío, provocando un gran prejuicio en contra de la mujer, como veremos a continuación.

 

La mujer en el judaísmo tardío

A medida que el pueblo va haciéndose sedentario y construyendo ciudades, el varón asume cada vez más instrumentos de poder social, empeorando aún más la situación de la mujer. No podemos ocultar que esta evolución está en parte vinculada con la desaparición de un tipo de civilización agraria en la que la mujer, a causa del trabajo en el campo, goza de cierta libertad. Lo mismo ocurrió en Grecia, por ejemplo, en donde la urbanización condujo progresivamente al encierro de las mujeres en el gineceo. Aunque en el conjunto de la historia de Israel la mujer nunca gozó de gran libertad, su situación había sido bastante más favorable en épocas más antiguas88. Esta situación social se vio reforzada por motivos religiosos. La estructura teocrática del pueblo judío proporcionaba a la segregación de la mujer una «carga» religiosa muy dura, como vimos antes.

En realidad, esto es consecuencia de la creciente influencia de los sacerdotes y doctores de la ley que señala el judaísmo tardío89. El culto, esencial para los israelitas, estaba por completo en manos de los hombres90. Las mujeres no tenían derecho a penetrar en la parte central del templo. Es más, en la misma estructura del templo de Jerusalén reconstruido por Herodes (siglo I aC), se percibe la evolución antifeminista pues en los templos antiguos no había separación entre hombres y mujeres, mientras que en el reconstruido, que conoció Jesús, las mujeres quedaban relegadas pura y simplemente al exterior del atrio de los varones91. Este patio constituía el símbolo del auténtico lugar que ocupaban en el conjunto de la sociedad: posición secundaria, situación inferior.

Efectivamente, en el judaísmo de la época de Jesús, tenemos que dar de lado imágenes antiguas y proclamar que la condición femenina merecía muy poca consideración, teniéndose a la mujer en escasa estima y al margen de la vida social y religiosa92.

Los libros sapienciales muestran, en general, ese exacerbado espíritu antifeminista: «Pocas maldades como la de la mujer; que le toque en suerte un pecador… Mejor es la dureza del marido que la indulgencia de la mujer…» (Eclo 25,17; 42,14).

En realidad, las mujeres seguían estando prácticamente excluidas de la vida religiosa, tan importante para los judíos. Por una parte, estaban sometidas a los mismos preceptos; por otra, incluidas en la trilogía «mujeres, esclavos, niños», dispensadas de la mayoría de las actividades religiosas93.

Por eso se comprende el desprecio a las mujeres reflejado en la oración del rabino del siglo II dC ben Jehuda, que los israelitas debían hacer a Yahweh tres veces al día:

¡Alabado seas por no haberme hecho gentil!

¡Alabado seas por no haberme hecho mujer!

¡Alabado seas por no haberme hecho ignorante!

La mujer casada era considerada como un obstáculo para la oración del marido, aunque Tobías rece con su esposa en la noche de bodas. Las prescripciones rabínicas reflejan una concepción decididamente antifeminista. «Hay un tiempo para estar junto a la esposa y un tiempo para separarse de ella para rezar»94.

Ya hemos dicho que sólo los hombres, los niños incluso, podías leer la Ley y los Profetas. De hecho, las mujeres no contaban para nada en las sinagogas. Para celebrarse un oficio bastaba la presencia de diez hombres. Ellas podían entrar con los hombres y los niños en la parte de la sinagoga utilizada para el culto, pero el lugar que ocupaban estaba separado por vallas y gradas (cf. Dt 31,12)95.

Esta exclusión de la mujer de la vida religiosa que configuraba la vida cotidiana se traducía en numerosas prohibiciones e incapacidades en la vida social: puesto que era impensable que una mujer hablase en la sinagoga, estaba prohibido que actuara como testigo. Sólo se aceptaba su testimonio en casos excepcionales muy concretos, en los mismos casos en los que se aceptaban los testimonios de los esclavos y de los niños96.

El rabinismo más reciente prohibía incluso cualquier conversación con la propia esposa que no fuera estrictamente necesaria97.

Mientras que el judaísmo antiguo era más liberal, el tardío prohibía a las mujeres hasta que sirvieran la comida en las refecciones con invitados, por miedo a que pudiesen ejercer alguna influencia al escuchar las conversaciones.

De ahí el progresivo encierro de las mujeres en el interior de las casas, con mayor rigor para las hijas solteras, lo que sólo era posible en las ciudades, sobre todo en Jerusalén98.

De acuerdo con «las reglas y los comportamientos en vigor en esa época, el hombre constituía la norma, mientras que la mujer era considerada de alguna manera como una anomalía»99. No sólo una anomalía, sino una amenaza al orden sagrado. Por eso, se desarrolló el sistema de la Mishná, para controlar los aspectos anormales y no regulados de la situación de las mujeres, no sólo en la tierra, sino también en el cielo, pues se excluye a las mujeres del orden sagrado siempre que no se encuentren bajo el control patriarcal. O sea, las mujeres sólo tienen acceso a lo sagrado por las acciones de los hombres. «Como la tierra y el tiempo, el fruto de las tropas y el de los campos, la cama, carne, la mesa y, sobre todo, las mujeres»100.

E. Schüssler Fiorenza cuestiona esta visión partiendo de algunas consideraciones, por ejemplo: la reina Alejandra tiene en sus manos, con prudencia y energía, las riendas del poder durante nueve años (78-67 aC), sin diferenciarse en nada de las princesas de los Ptolomeos ni de los Seleúcidas, o en la guerra de Antígono (último rey macabeo: 40-37 aC), defendiendo la fortaleza de Hircania contra las tropas de Herodes el Grande 101.

Nuestra autora dice que, si hacemos un análisis de los datos sobre la mujer limitándonos a las informaciones de los textos, permanecemos en el marco de la perspectiva androcéntrica.

En la crítica que hace a Neusner, que habiendo descubierto aparentes contradicciones entre la imagen de las mujeres que proyecta la Mishná como bien inmobiliario o como animal mudo, dice que esto no concuerda con las actividades que desarrollaban tal como nos lo revelan los documentos de Babata que se refieren a ellas102. Sin embargo, no confronta estos descubrimientos con los análisis sistemáticos de la mujer que proyectan los autores de la Mishná.

Señala Schüssler Fiorenza que necesitamos salir del texto androcéntrico para analizar la vida religiosa y social que produjo dichos textos. Manifiesta la sospecha de que la estructura de la realidad que elaboran los rabinos y su proyección androcéntrica en la Mishná constituyeron una respuesta a la corriente sociopolítica de los siglos I y II, que permitió a la mujer poner en tela de juicio y desafiar la hegemonía tradicional del orden patriarcal103.

El argumento en que se basa fue el sostenido por las especialistas feministas de la historia norteamericana que analizaron los discursos y sermones éticos del clero sobre la naturaleza de las mujeres, su lugar y su comportamiento en los dos últimos siglos. Sus trabajos mostraron que las recomendaciones androcéntricas se hacían cada vez más numerosas y precisas a medida que cobraba mayor importancia el movimiento de las mujeres en la sociedad. Por tanto, sería un error metodológico tomar los textos androcéntricos patriarcales como la exposición de la realidad objetiva104. Revelan, en cambio, lo que los judíos querían para las mujeres que, muchas veces, no correspondía a la realidad.

La biografía heroica de Judit nos pone de manifiesto algo sobre la situación y el papel desempeñado por las mujeres en el momento en que el libro fue escrito y leído. Judit heredó a su marido propiedades. Era libre y se negó a contraer matrimonio y como los Terapeutas, podía consagrar su vida a la oración, a la ascesis y a la celebración del Sabath. Tenía autoridad para convocar a los ancianos de la ciudad, se rebelaba contra sus errores de juicio y su forma de conducirse ante el enemigo (cf. 8,11). En ningún lugar se dice que usara velo cuando salía, sino que, al contrario, todos se quedaban encantados de su belleza (cf. 10,7), que utilizó contra sus enemigos venciéndolos (cf. 11,21). La marcha victoriosa sobre Jerusalén es una fiesta de las mujeres de Israel cantando a Judit y siguiéndola (cf. 15,13). De esa manera, se presenta en el texto como una persona sabia e inteligente, fiel a la piedad y con una dedicación profunda a la causa de su pueblo105. La victoria de Judit aparece como la victoria de todo el pueblo. Ella pone en evidencia que el Dios de los oprimidos y desesperados es el Dios con nosotros (cf. 13,11). De este modo, el libro de Judit nos hace descubrir un rasgo de una tradición y de una situación totalmente distintas de las del judaísmo del siglo I dC.106.

Por eso, el análisis sistemático de los textos androcéntricos no es suficiente. Es preciso colocarlos en su contexto sociopolítico y cultural para establecer su función, y por último completarse con la hermenéutica feminista de la sospecha que concibe los textos androcéntricos como articulaciones ideológicas de la opresión de los hombres y de su forma de mantener las condiciones históricas patriarcales107. Basándonos en esas reglas metodológicas, podemos sospechar que las recomendaciones prescriptivas a favor de la sumisión y del comportamiento «femeninos» eran más numerosas cada vez que la auténtica categoría socioreligiosa de las mujeres aumentaba en el interior del sistema patriarcal.

Esto sucede en la medida en que aumenta su grado de autonomía económica y su papel social108.

Por tanto, en el mundo griego y romano, la independencia y autonomía de las mujeres no sólo se definían por su papel sexual, sino también por su categoría social y por su pertenencia a una clase. Consiguieron avances y podemos suponer que las mujeres judías compartían esos privilegios, así como los límites fijados a las mujeres en la cultura dominante de la época. Además de los ejemplos antes citados, podríamos aducir también el de la colonia judía de Elefantina, en donde las mujeres eran consideradas iguales a los hombres: hacían el servicio militar, donaban dinero al templo y participaban de los derechos que la legislación egipcia reconocía a la mujer109.

Para concluir podemos decir que probablemente la situación de la mujer judía empeoró en el judaísmo tardío, quedando más marginada y reducida a los privado. Su situación de inferioridad era comparable a la del esclavo o el menor. Por otra parte, la mujer de la clase dominante, así como la mujer del campo y la más pobre (como en el mundo griego y en el romano) mantenían una cierta autonomía.

 

Las mujeres y Jesús

Los modernos estudios sobre el movimiento de Jesús lo sitúan como un movimiento de renovación dentro del judaísmo110, así como el fariseísmo se considera otro movimiento de renovación del judaísmo de la misma época111.

Todos predicaban la venida del Reino de Dios, aunque de formas diferentes.

Jesús y su movimiento compartían con otros grupos de Palestina ese símbolo y el conjunto de esperanzas que evoca.

El movimiento de Jesús era un movimiento carismático itinerante en el que se admitían hombres y mujeres en igualdad de condiciones112. No hace acepción de personas en sus relaciones con ellas. A todos y a todas acoge y con todos y todas se relaciona de la misma forma. Esto fue verdaderamente revolucionario.

Esta realidad forma parte del contenido del Reino de Dios, del reinado de Dios que se acerca con Jesús (cf. Mc 1,15; Lc 4,18s), que es una intervención gratuita de Dios dentro de la realidad para invertirla: los últimos serán los primeros y los marginados los herederos.

El Reino de Dios que se inaugura con Jesús es un Reino de vida, simbolizado en el banquete, un reino al que todos están invitados; los primeros (Israel: las personas religiosas) no aceptan la invitación, mientras son convocados quienes normalmente están excluidos de las fiestas de la vida (cf. Lc 14,15-24).

Un dato común a los cuatro evangelios es la pertenencia de las mujeres a la asamblea del Reino convocadas por Jesús, no como componentes accidentales, sino como participantes activas. A juzgar por los relatos, parecen también beneficiarias privilegiadas de sus milagros (cf. Mc 1,29-31; 5,23-34; 7,24-30; Lc 8,2, etc.). Los evangelios refieren curaciones de mujeres; quizá con ello Jesús quiere llamar la atención sobre la situación infrahumana en la que vivían. El las cura para que, de ese modo, siendo seres humanos completos, puedan participar de su comunidad.

Jesús tomaba en serio a las mujeres judías (fuesen o no pecadores), a las que la sociedad de su tiempo marginaba de toda vida pública, social o religiosa. Conocía sus sufrimientos y avatares y sabía hablarles y escucharlas, enseñándoles y conviviendo con ellas, dando así una respuesta a su profunda expectativa, a su sed de vida. Su actitud con las mujeres causaba estupor y asombro. Habla públicamente con ellas, hasta con las extranjeras (cf. Jn 4,27), aunque, como sabemos, los extranjeros eran discriminados en Israel. No comparte los prejuicios de su tiempo sobre ellas. Las trata con respeto y cariño, como hijas queridas del Padre. vive una especial alianza con ellas, haciendo surgir lo "nuevo" a través de esa relación.

Las cura (ejemplo: la suegra de Pedro, que se levanta, convirtiéndose, por tanto, en un ser humano de nuevo apto y capaz, que para demostrarlo se pone a servirles) (cf. Mc 1,29-31p).

Rompe el prejuicio de la «impureza legal», dejándose tocar por la hemorroísa que queda curada (cf. Mc 5,25-34p). Relacionado con este relato está el de la curación de la hija de Jairo, donde una vez más, infringe el precepto de la pureza legal y toca el cadáver (cf. Mc 5,21-24.36-43p).

Habla con una extranjera, la sirofenicia, y se deja convencer por ella curando por fin a su hija (cf. Mc 7,24-30).

Jesús levanta a todas estas personas sacándolas del estado «de muerte», pues las enfermedades les impedían participar, como la mujer encorvada dieciocho años a la que cura en la sinagoga en sábado, para que puesta en pie pueda alabar y dar gracias a Dios. La llama incluso hija de Abraham, oponiéndose a la concepción judía (cf. Mt 13,19-27), así como reconoce el don mayor de otra mujer: la fe (cf. Mt 15,28; Lc 1,28). Para protegerla de la precipitación con la que a veces la abandonaba su marido, Jesús interpreta el texto de Gn 1,26s y lo lleva hasta sus últimas consecuencias (cf. Mt 19,1s). De esa forma, las mujeres experimentarán la dynamis (fuerza) del Reino que viene a inaugurar.

Jesús se solidariza con todos los que sufren. Sufre con ellos (syn patein), tiene compasión de ellos y, de ese modo se revela, al tiempo que revela la misericordia del Dios del Reino, del Dios de la Vida, que no puede soportar una situación de «menos vida» para ninguno de sus hijos. Por eso tenía una especial predilección por los pobres, entre quienes estaban las mujeres, que no sólo sufrían por ser mujeres sino también por su situación económica de gran pobreza.

Jesús no duda en desafiar las prohibiciones legales, como dijimos, para curarlas y dirigirles su mensaje hasta el punto de aparecer como inmoral o escandaloso (cf. Mt 11,6.15; Mc 2,15-17; Jn 6,61)113.

Era inconcebible que un rabí entrara en casa de mujeres solteras, como nos relata Lc 10,38-42, que hubiera mujeres que siguieran a un rabí abandonando sus hogares para acompañarlo en su misión itinerante (cf. Lc 8,3, en donde se menciona a Juana, mujer de Cusa, funcionario romano). De este modo, las mujeres desafiaban el respeto humano y las prohibiciones legales para seguir a Jesús (cf. Mc 15,40-41; Lc 8,1), viajando con él 114.

Las mujeres, junto con los demás marginados: enfermos, pobres, pecadores, publicanos, los despreciados e infravalorados, se descubren como seres humanos a quien Jesús valora y les restituye su dignidad de criaturas de Dios, recuperándolos y recuperándolas, recreándolos y recreándolas, constituyendo su comunidad con todos ellos. Esa recuperación, esa integridad de las personas y la mutua integración entre ellas son signos del Reino que se instaura.

Este grupo social marginado por distintas razones en el que se incluyen las mujeres que aparecen como auténticas discípulas, como trataremos de demostrar en el próximo capítulo, se convierte en seguidor de Jesús.

 

Resumen

Tras este rápido estudio de la situación de la mujer en el Oriente próximo, en Grecia y en Roma, podemos apreciar que, con algunas excepciones, como entre los sumerios, los egipcios y los etruscos, que en ciertas épocas concedieron una posición igualitaria a las mujeres, permitiendo su participación legal, social y económica, la situación de la mujer siempre fue subordinada y dependiente del varón.

Tanto en Grecia como en Roma, la situación es compleja; las mujeres de clase alta tenían posibilidad de educarse y algunas se distinguían en diversas profesiones. Por necesidades de trabajo, las mujeres pobres también tenían cierta independencia, mientras que las que hoy llamamos de clase media, las que permanecían al cuidado de la casa y de los hijos, tenían una posición dependiente y subordinada y vivían recluidas.

La religión ocupó siempre un espacio intermedio entre lo privado (femenino) y los público (masculino), que permitió la participación de las mujeres, por lo que siempre fue muy importante.

La situación de la mujer en el judaísmo era más dura porque había una serie de discriminaciones religiosas y legales en su contra. Podemos deducir que esta situación empeoró en el judaísmo tardío y en la diáspora. Para mantener la unidad y la identidad de los judíos, se reprimía más a las mujeres, confinándolas por completo en las casas, aunque hubiera algunas que sobresalieran luchando en beneficio del pueblo.

Sólo cuando situamos los relatos en los que aparece Jesús con las mujeres en la historia conjunta de Jesús y su movimiento y consideramos la situación de la mujer en el Oriente, podemos descubrir su carácter subversivo.

En consecuencia, de este cuadro general surge, en calidad de muy revolucionaria, la relación igualitaria de Jesús restituyendo a las mujeres su auténtica dignidad de hijas amadas de Dios, con la posibilidad de ser sus discípulas, como veremos a continuación.

 

 

 

Capitulo III

Textos importantes

en relación con el

discipulado de la mujer

Introducción

En el Nuevo Testamento, la llamada de Jesús tiene como objetivo hacer discípulos a fin que colaboren con el Reino de Dios.

Después de haber examinado las características del discipulado y tras presentar la situación de la mujer en Oriente, como telón de fondo que contrasta con la actitud de Jesús, procuraremos demostrar ahora cómo cumplen las mujeres las características mencionadas y cómo Jesús, una vez más, introduce en la realidad lo nuevo, lo inusitado, e invierte la forma de proceder habitual en su tiempo (Mc 10,31). «Los últimos serán los primeros»: las mujeres, los pecadores, los niños, los marginados, en fin, por distintas razones son acogidos. Con esta acogida, tienen la experiencia de la igualdad, se sienten respetados en su dignidad, lo que los recupera, los «cura». Comienzan a seguir a Jesús y se convierten en sus discípulos y discípulas, dando prueba de que viven el servicio en la dimensión de existir-para-el-otro. Son los primeros y las primeras en seguir a Jesús y él mismo dice que nos «precederán en el Reino de los cielos» (cf. Mt 22,31).

Como vimos en el capítulo anterior, dada la situación de la mujer en el judaísmo, un rabí que hablaba con las mujeres y dejaba que le siguiesen, enseñándoles, causaba estupor. Los evangelistas no pueden ocultar este hecho, pero, debido al gran escándalo que provocaba, procuran quitarle importancia. En este capítulo procuraremos mostrar cómo las mujeres seguían a Jesús, desde Galilea a Jerusalén, cómo le servían, escuchaban y veían lo que él decía y hacía. No huyeron cuando lo detuvieron, permaneciendo fieles y arriesgando sus propias vidas: fueron al sepulcro, lo encontraron vacío y, porque creían y permanecían siendo fieles, se convirtieron en las primeras testigos de la Resurrección.

 

Seguidoras del principio al fin

«Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que cuando él estaba en Galilea lo seguían y lo atendían: y además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (Mc 15,40-41).

Sabemos hoy, por los modernos estudios de exégesis, que los relatos de la Pasión constituyeron la primera parte de la tradición puesta por escrito1.

Para comenzar el estudio sobre el discipulado de la mujer, escogemos el texto de Mc 15,40-41, que aparece al final del evangelio, exactamente en el relato de la Pasión.

En él, las mujeres sirven de paradigma y simbolizan el discipulado, apareciendo como seguidoras de Jesús durante todo su ministerio, desde los orígenes de su misión en Galilea hasta el final en Jerusalén2.

El texto escogido es fundamental por varias razones:

1) El hecho de que se nombren tres mujeres revela que eran conocidas y reconocidas en la comunidad como personas que ejercían algún tipo de liderazgo en el movimiento cristiano de Palestina.

2) Por la utilización de los términos técnicos diakonein y akolouthein, servicio y seguimiento, aplicados a ellas, se las identifica como discípulas, ya que estos términos caracterizan el discipulado, como vimos en el anterior capítulo3.

Es interesante señalar que, en los libros en los que se estudia a los seguidores de Jesús, ni siquiera se menciona a las mujeres, aunque se dedique mucho espacio a los términos técnicos diakonein y akolouthein, con los que Marcos alude aquí a las mujeres4.

3) El texto se refiere a las mujeres diciendo que ellas siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, hasta la cruz. Jesús había anunciado que tal itinerario formaba parte de la condición del discípulo: «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga» (Mc 8,34), por lo que el relato, presentándolas fieles hasta la cruz, las califica como discípulas.

El grupo de los discípulos huye en el momento de la muerte de Jesús. Las mujeres son las únicas discípulas que acompañan al maestro hasta el fin de su camino en la cruz5.

El narrador nos informa de la presencia y de la forma de actuación de las mujeres en un momento crucial, después de la muerte de Jesús (cf. Mc 15,37), después de la rotura del velo del templo (cf. Mc 15,38), después de la confesión del centurión, que proclama a Jesús Hijo de Dios (cf. Mc 15,39), en el momento en que los «Doce» lo habían abandonado. Permaneciendo fieles, ellas no lo dejan y se convierten en las únicas testigos oculares de la ejecución del Maestro. Tal vez el narrador tuviese la intención de mostrarnos la apertura del movimiento de Jesús a los grupos antes excluidos a los que ahora se les acoge (gentiles y mujeres).

La exegeta W. Munro, en su artículo sobre las mujeres discípulas, comenta que la «impresión dominante en Marcos hasta 15,40 es la de un Jesús que iba en misión rodeado de un pequeño grupo de hombres, encontrándose a veces con mujeres concretas»6. Parece que hasta ese momento del evangelio, las mujeres quedaban ocultas entre el pueblo, en medio de la multitud7. Y de repente, se hacen visibles y prominentes en este final del evangelio.

Teniendo en cuenta que el relato de la Pasión es el más primitivo de los evangelios y que en éste se conoce el papel desempeñado por las mujeres, resulta extraño su anonimato en los capítulos anteriores, habida cuenta de que fueron escritos posteriormente. Quizá haya que atribuir este hecho a un condicionamiento cultural del redactor a causa del cual menciona los encuentros entre Jesús y las mujeres dentro de las casas y manteniendo a aquellas en el anonimato (cf. Mc 1,28-31; 5,25-34; 5,21-24.35-43; 7,24-30; 14,3-9)8.

En el capítulo anterior vimos que a los rabís judíos sólo les acompañaban hombres, causando extrañeza el hecho de que Jesús contase con mujeres entre sus seguidores. Quizá por eso, el narrador retrasara esta referencia a las mujeres como discípulas hasta casi el final del evangelio, lo que sugiere a Munro que «Marcos conoce la presencia femenina en el ministerio de Jesús, pero la mantiene en la penumbra»9.

Algunos autores no están de acuerdo con esta última afirmación alegando que, a veces, algo que aconteció en un momento anterior se relata más tarde con el fin de aclararlo y valorarlo y no para oscurecerlo10. En este caso, Mc 15,40-41 sería una sección retrospectiva que completa un elemento que faltaba11. Estos autores se basan en el hecho de que el narrador del evangelio de Marcos retrasa el reconocimiento de Jesús como «Hijo de Dios» por una persona corriente hasta el momento en que pueda comprenderse el verdadero sentido de la filiación: el momento de la muerte en la cruz (cf. Mc 15,37-39). De acuerdo con este razonamiento, el narrador de Marcos retrasa la referencia explícita a las mujeres como discípulas y seguidoras hasta aquel momento en el que puede comprenderse el auténtico sentido del discipulado y del seguimiento: la muerte de Jesús en la cruz, pues, como vimos antes, una de las características del discipulado es el itinerario de la cruz (cf. Mc 10,42-45).

Parece una tremenda ironía que precisamente en este momento de sufrimiento, desapareciesen los hombres, estando presentes sólo las mujeres; sólo ellas siguen a Jesús desde el principio hasta el fin, corriendo el riesgo de ser reconocidas por su relación con él, siendo como de costumbre condenadas a muerte también.

Por tanto, las mujeres son sus discípulas más valerosas. Algunos autores llegan a decir que se las presenta como modelos de discipulado12.

 

¿Quiénes son esas mujeres?

El narrador nos presenta dos categorías: «muchas otras», que estaban en medio de la multitud que acompañaba a Jesús en su jornada de Jerusalén, y un grupo menor: María Magdalena, María madre de Santiago y José, y Salomé. Por la frase están representadas como grupo aunque sin nombrarlas: «Allí estaban algunas mujeres. Entre ellas María Magdalena, María y Salomé».

Algunas autoras entienden que este pequeño grupo de las tres mujeres mencionadas correspondería al círculo menor de discípulos, constituido por Pedro, Santiago y Juan13. El hecho de que sean nombradas tres confirma que pertenecen al círculo interior y que seguían habitualmente a Jesús, como lo indica el imperfecto ekolouthoun y la frase «cuando él esta en Galilea». Por tanto, Mc 15,40-41 no se refiere a un seguimiento reciente, en ausencia de los hombres que habían huido, sino que tiene un significado retroactivo, como ya dijimos antes. Los orígenes de este seguimiento se sitúan en el comienzo mismo de la misión de Jesús y en su residencia central en Galilea. En el contexto del esquema geográfico de Marcos, esto significa que el grupo interior de mujeres estaba con Jesús desde el inicio de su misión.

Más aún, Mc 15,41 las identifica con esa misión en sus aspectos propios, «seguimiento y servicio», incluido el acceso al grupo interior de enseñanza y al secreto del Reino de Dios (cf. Mc 4,11)14.

Según J. Mateos la palabra akolouthein, en la forma de imperfecto ekolouthoun, aparece tres veces15.

1) En Mc 2,15, la primera cena de Jesús en casa de Leví, en donde el autor desarrolla la idea de que comer con Jesús significa estar dentro de su comunidad16, aparece la palabra ekoluthoun aplicada a los recaudadores de impuestos y a los pecadores que seguían a Jesús.

2) En Mc 5,24b, una multitud de no israelitas sigue a Jesús.

3) En ambos casos están presentes los discípulos que había seguido a Jesús (cf. Mc 1,18-20).

Por desgracia, J. Mateos no se percata de que en Mc 15,41, se utiliza el mismo verbo y en el mismo tiempo para referirse al seguimiento de las mujeres.

Si Marcos consideraba que estas mujeres están junto a la cruz pertenecían al grupo menor de discípulos, ¿por qué, hasta ese momento, quedan prácticamente ocultas en el evangelio?

Un argumento frecuentemente utilizado contra ellas se basa en que los evangelios no relatan ninguna vocación de mujeres. La forma de relacionarse Jesús con ellas, respetando su dignidad y tratándolas con ecuanimidad era suficiente para que lo siguiesen. Es como si Jesús no tuviera que ordenarles «sígueme». Parece que el seguimiento de las mujeres se basa en la gratuidad y en la gratitud. Algunos especialistas hacen hincapié en que el «mensaje de Jesús debió tener un especial impacto sobre las mujeres de Israel»17.

Del mismo modo, el pueblo que seguía a Jesús no recibe ninguna invitación especial. Su forma de actuar, su práctica de hacer el bien, su acogida a todos sin prejuicios de ninguna especie, suponía una invitación más atractiva que cualquier orden.

Jesús, que con su comportamiento ponía de manifiesto que consideraba iguales a todos los seres humanos, no ve dificultad en que las mujeres, como los pobres y los pecadores, sean discípulos y discípulas suyos, como nos revela Marcos. En este sentido, Schüssler Fiorenza va más allá y dice que las mujeres no eran figuras marginales en el movimiento cristiano, sino que ejercían un liderazgo como apóstoles, en pie de igualdad con los Doce. Según ella, ése es el testimonio de las Escrituras18, pues, según las tradiciones de los evangelios, las mujeres fueron las primeras testigos apostólicas de los acontecimientos fundamentales de la predicación primitiva: siguieron a Jesús desde el principio, presenciaron sus padecimientos, así como su sepultura y Resurrección.

Nuestro relato presenta a las mujeres utilizando también el término diakonein que, como vimos antes, tiene diversos significados, desde servir la mesa hasta el servicio a la comunidad. En nuestro texto, parece que Marcos no tiene presente el servicio a la mesa, pues emplea dos veces el término y siempre vinculado al seguimiento19. Parece difícil creer que el seguimiento y el servicio de las mujeres se narre con tanto énfasis si se trata de tareas domésticas. El énfasis revela exactamente lo contrario. Es más, si el autor no pretendiera hablar del discipulado, ¿por qué emplear la misma frase ekolouthoun autó, como la que describe la respuesta de Simón y Andrés, así como la de Leví, a la llamada de Jesús (cf. Mc 1,18; 2,14)? Para él, diakonein no significa específicamente servir la mesa, pues su sentido varía con el contexto. El pasaje en el que aparece más claro este sentido es el de la curación de la suegra de Simón que, habiendo sido sanada, se levantó y se puso a servirles (cf. Mc 1,31).

En Mc 10,45, en donde el término «servicio» se aplica al ministerio total de Jesús como donación de sí mismo al servicio de los demás, aparece con toda claridad lo que el evangelista pretende decir con dicha palabra. En un contexto en el que dos apóstoles piden la gloria de estar al lado de Jesús, el narrador de Marcos muestra a Jesús invirtiendo la forma de actuar del mundo: la finalidad del poder no es subordinar ni oprimir a los otros (cf. Mc 10,42), sino ser su servidor (diakonos) y dar su vida por la libertad de todos (cf. Mc 10,44-45). Cobra aquí una luz nueva la palabra diakonesai, mostrando la esencia del ministerio mesiánico: poder como servicio a los demás. En este ministerio, entendido de este modo, los discípulos son llamados a participar. Por tanto, el servicio a los otros pertenece a la esencia del discipulado.

La interpretación tradicional que se ha hecho del papel de las mujeres que nos presenta Mc 15,40-41 ha sido reductora, como si las mujeres siguiesen a Jesús para servirle en las tareas domésticas. Como ya señalamos, este seguimiento provocaba extrañeza, hecho que se observa en la suavización del texto que lleva a cabo Mateo inspirándose en Marcos: «Habían acompañado a Jesús desde Galilea para servirle» (Mt 27,56)20.

No obstante, el marco de referencia no es de servicio doméstico21. Al contrario, la cena representa un corte con la costumbre usual de la representación que Marcos hace de las mujeres. Por primera vez se las presenta aquí en un número considerable, no en la intimidad de la casa, sino en una zona pública, relacionadas con Jesús y su misión, lo que contradice la interpretación de diakonoun limitada al ámbito doméstico.

En la versión de este mismo material que aparece en Lc 8,1-3, se nota que Lucas sigue a Marcos, aunque coloque la perícopa en medio del ministerio en Galilea, pues encajaba mejor ahí, teniendo en cuenta las palabras «cuando él estaba en Galilea», de Mc 15,41. La idea de seguimiento aparece también al vincular a las mujeres con los Doce (cf. Lc 8,1c.2a). Al mismo tiempo, parece que tiene acceso a una tradición independiente que le permite nombrar a Juana y a Susana, no mencionadas en ningún otro evangelio canónico, e incluir algunos detalles personales22: «Las mujeres poseen medios y categoría social, con lo que su presencia implica en cuanto significación moral, así como soporte material. Teniendo en cuenta lo que nos dice en los Hechos, se percibe que Lucas nos está revelando que al mensaje de Jesús se habían adherido mujeres de clases media y alta»23.

La idea que tiene Lucas del «servicio» nos brinda Hch 6,16, en donde se convierte en palabra técnica utilizada en relación con el ministerio de la distribución de alimentos. No obstante, dos de los nombrados en este pasaje (cf. Hch 6,8; 7,60, en relación con Esteban, y Hch 8,26-40, respecto a Felipe) participaban en las actividades de predicar, enseñar y bautizar, de modo que su concepción es ambigua. ¿Se trataría, quizá en un primer momento, de la distribución de alimentos, mientras que, en un segundo momento, evolucionaría hacia un sentido más global? Parece que sí, como vimos en el capítulo en el que nos ocupamos del asunto.

Por tanto, la esencia del discipulado consiste en el servicio a los demás, incluida la distribución de alimentos.

Como ya mencionamos antes, la presencia femenina en el movimiento de Jesús provocaba extrañeza24. Para disminuir el escándalo que ello causaba, se procura explicar colocando a las mujeres en el único servicio que tradicionalmente se les reservaba: hacer la comida. El malestar por el tratamiento igualitario de Jesús con las mujeres era grande, como lo atestiguan los evangelios canónicos (cf. Jn 4,27), así como los no canónicos (cf. Evangelio de María Magdalena)25, pues, en la época de Jesús, ningún rabí se dejaba acompañar por mujeres. Por eso, probablemente el peso cultural influye en la relativización que Mateo hace del servicio de las mujeres, del mismo modo que influyó en Marcos, quien, conociendo el discipulado de la mujer, sólo lo menciona al final del evangelio.

Podríamos entonces plantear la siguiente cuestión: si el seguimiento de las mujeres resulta embarazoso, ¿por qué se menciona?

Las opiniones son bastante divergentes: Bultmann declara que la presencia de las mujeres como testigos en Mc 15,40-41.47; 16,1-8, no es histórica, sino que «ellas eran necesarias, porque los discípulos que habían huido no podían aparecer»26.

¿Acaso se colocó en la narración a las mujeres, aún con los nombres citados, sólo para establecer que había testigos de la muerte y sepultura de Jesús y del sepulcro vacío?

Por lo que dijimos antes, podemos afirmar que, aunque las mujeres se introduzcan en un giro típico de Marcos, esto no quiere decir que sean ahistóricas.

Una idea básica de la teología de Marcos es la de la inversión: los de fuera se convierten en los de dentro, los últimos serán los primeros (cf. Mc 10,31). En esta perspectiva, con la rotura del velo del templo dejan de existir las restricciones en contra de la plena participación tanto de los gentiles, cuyo paradigma es el centurión (cf. Mc 15,39), como de las mujeres (cf. Mc 15,40), pues, desde el punto de vista del judaísmo y del judeocristianismo del siglo I, no podría haber nadie tan externo al drama central de la fe y de la práctica religiosa que un centurión romano o la mujer. Ciertamente, ellos se encontraban entre los últimos. Pero el comienzo del evangelio de Jesucristo, hijo de Dios (cf. Mc 1,1) es, según Marcos, «el principio del fin de aquel orden viejo»27.

Concluyendo, los versículos estudiados son extremadamente pertinentes para poner en evidencia el discipulado de la mujer, tras presentarlas con toda claridad como seguidoras y servidoras que, según comprobamos, son términos técnicos para referirse al discípulo. Además, las presentan como seguidoras de Jesús desde Galilea, desde el comienzo de la misión, por tanto, en el transcurso de la misma, acompañándolo hasta Jerusalén, hasta la Cruz. En consecuencia, no sólo estuvieron cerca de él desde el comienzo, sino que lo acompañaron en su itinerario de sufrimiento, que es otro argumento para demostrar el discipulado de la mujer. Y, por último, ellas son las únicas que no huyen cuando lo hacen los discípulos, permaneciendo fieles y valerosas y convirtiéndose en testigos de la tortura y de la muerte del Maestro querido.

Este texto nos revela que las mujeres participaron en el movimiento de Jesús como verdaderas discípulas y el hecho de que se nombre a tres de ellas demuestra su liderazgo, así como el colocarlas en paralelo con el círculo menor de los tres discípulos más allegados a Jesús.

 

Testigos de la muerte y anunciadoras de la vida nueva

Mc 15,40: Había también unas mujeres mirando desde lejos.

Mc 15,47: María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían (el imperfecto significa duración).

Mt 27,55: Estaban allí mirando desde lejos muchas mujeres.

Mt 27,61: Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.

Mt 28,1: Pasado el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.

Lc 23,49: Sus conocidos se mantenían a distancia, y también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y que estaban mirando.

Lc 23,55: Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo.

Las mujeres discípulas no huyeron tras el prendimiento de Jesús, sino que permanecieron en Jerusalén para asistir a la ejecución y al entierro del Maestro.

Es interesante que Lucas insista dos veces en que habían venido de Galilea (cf. Lc 23,49.55), lo que lleva a pensar que, en vez de traducir «mujeres mirando de lejos» (cf. Mc 15,40), debería ser «mujeres que lo seguían desde lejos mirando»28, lo que supondría un cambio importante, pues no se trataría de distancia espacial y psicológica de las mujeres, sino de una distancia geográfica29.

Otros autores, no obstante, opinan que este «de lejos (o «desde lejos») relativo a las mujeres es paralelo al «de lejos» referido al seguimiento que Pedro hace de Jesús (cf. Mc 14,54), para demostrar que no existe ningún discípulo perfecto durante la vida terrestre de Jesús30.

Lo que aquí nos importa es que las mujeres de lejanas tierras que observaban fueron decisivas para el anuncio de la Buena Nueva de Jesús, así como para la continuidad de su movimiento después de su prendimiento y ejecución.

Podemos descubrir la insistencia de los evangelios en las palabras orao y theoreo que, como comprobamos antes, demuestran la profundización de la actitud de discípulo.

El «ver» constituye un modo de percibir la revelación31. El contemplar es adentrarse en el misterio, y por eso, ver y contemplar es adentrarse en el misterio, y por eso, ver y contemplar se convierten en sinónimos de creer. Creyente es quien vio. Por tanto, cuando los evangelistas hacen hincapié en que las mujeres miraban y contemplaban están valorando su fe, están significando simbólicamente que querían penetrar en el misterio que se desarrollaba ante ellas. Lucas insiste en la idea de que contemplar es conseguir conocimiento, es saber y entender el misterio.

Las mujeres contemplan aquellas cosas (tauta: término vago) porque es difícil expresar la revelación. Del texto de Lucas surge una atmósfera de contemplación y revelación: ellas contemplan un misterio que las supera. Fieles en el seguimiento de Jesús, capaces de servirle, las mujeres están presentes en el momento de su muerte; permanecen contemplativas32.

Lucas las asocia con un grupo de amigos, de conocidos de Jesús. De este modo, prepara la ampliación de la noción de discípulo, fiel al propósito de su evangelio (la expresión «amigos» se refiere al Sal 38,12)33.

La primitiva confesión cristiana: «Jesús el Nazareno…, y ustedes, por mano de paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó…» (Hch 2,22-24) es, según la historia de la Resurrección de Mc 16,1-8, la revelada en una primera visión a las mujeres galileas, discípulas de Jesús34.

El «ángel» declara que el sepulcro está vacío. Las mujeres sirven para constatar que en ese sepulcro había sido enterrado Jesús crucificado. Como vimos, los cuatro evangelios hacen hincapié en la presencia de las mujeres en cuanto testigos de la muerte de Jesús y del lugar en el que fue enterrado. De este modo, ellas proporcionan el vínculo indispensable entre el que había sido enterrado y que ahora ha resucitado.

Ellas establecen que aquél a quien verán (ópsesthe) en Galilea (cf. Mc 16,7), el Hijo del Hombre que será visto (ópsontai) bajando de las nubes con gran poder y majestad (cf. Mc 13,26), es el mismo a quien seguían y servían en Galilea, a quien vieron (theoroúsai) muriendo en la cruz (cf. Mc 15,40) y a quien vieron (etheoroún) depositado en la tumba35.

Una vez más, observamos el énfasis puesto en el ver, que califica a las mujeres como testigos autorizados, como discípulas que desde el principio, habían participado en la misión de Jesús, presenciaron su muerte y darían testimonio de su Resurrección.

De seguidoras en la misión y testigos de su muerte, pasan a ser mensajeras de la Buena Nueva (¡Jesús está vivo!).

¿Por qué fueron las mujeres las primeras que tuvieron noticia de la Resurrección? Este hecho las confirma como discípulas y les confiere una gran dignidad. Más adelante, surge un argumento para devaluarlas: las mujeres estaban allí porque eran las encargadas de los muertos. ¿Acaso basta esta afirmación para devaluar lo que hicieron?

Parece que no. Por la experiencia que Schüssler Fiorenza llama «extático-visionaria», las mujeres que permanecieron en Jerusalén llegaron a la convicción de que Dios había confirmado el valor de la vida, de la misión y de la muerte de Jesús. Entonces recibieron el poder para continuar el movimiento y el trabajo de Jesús, el Señor resucitado36.

Nuestra autora, que además de exegeta y teóloga es historiadora, elabora una reconstrucción históricamente plausible de los acontecimientos después de la muerte y resurrección de Jesús, a saber: las mujeres galileas fueron las primeras que articularon su experiencia de la poderosa bondad de Dios, que no dejó a Jesús crucificado en el sepulcro, sino que lo levantó de entre los muertos. Para reorganizar el movimiento, procuraron reunir a los discípulos que, probablemente después del prendimiento de Jesús habían huido de Jerusalén y regresado a Galilea; los amigos de Jesús que vivían en Jerusalén o sus alrededores; las mujeres discípulas, como María y Marta de Betania, las mujeres que ungieron a Jesús, la madre de Juan Marcos, que tenía una casa en Jerusalén, María la madre de Jesús, así como algunos discípulos como Lázaro, Nicodemo o el discípulo amado. Algunas de estas mujeres volverían luego a Galilea, su tierra natal. Y Schüssler Fiorenza concluye diciendo que paras las mujeres discípulas debió ser más fácil moverse sin que se dieran cuenta las autoridades37.

Al tratar de reunir a todas estas personas, «ellas pudieron continuar el movimiento y la obra de Jesús»38.

Pero, ¿por qué fueron escogidas estas mujeres para tal misión? Dice González Faus que «en la antigüedad (y pide perdón a las feministas), la mujer estaba descalificada como testigo. Presentar a una mujer como testigo de un hecho era carecer de testigos. Y los evangelios sólo presentan como testigos del sepulcro vacío a mujeres. Parece evidente que una narración que hubiese sido compuesta totalmente con fines apologéticos no había caído en un desliz tan grosero y contraproducente, sobre todo teniendo en cuenta las diferencias existentes respecto a los nombres de las mujeres. Magdalena es la única común a los cuatro evangelios». Pero, continúa, «aunque cambien los otros nombres, siempre se trata de un grupo de mujeres (Juan, que parece hablar sólo de Magdalena, pone inmediatamente en sus labios un plural: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto", Jn 20,2)». Más aún, en los mismos evangelios se nota muy bien la tremenda incomodidad que les produce el hecho de presentar como únicas testigos a mujeres, y de ahí los desesperados esfuerzos para suavizar el dato: al ángel se le llama «un hombre, cosa bastante rara, y en los evangelistas posteriores se narra ya la marcha de algunos apóstoles hacia el sepulcro con la idea de suplir la falta de autoridad del testimonio de las mujeres. En Lucas aparece con claridad esta dificultad: "…se negaban a creerlas. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro" (24,11-12)». Pero esos esfuerzos, continúa González Faus, «no hacen sino subrayar esa terrible incomodidad, tan diferente de lo que habría imaginado una mentalidad apologética: el dato del sepulcro vacío estaba allí y se expone a pesar de algunos testimonios sin valor»39.

Para reforzar su argumento, agrega como curiosidad, con el fin de dar una idea más precisa de la dificultad de presentar a una mujer como testigo: «Les presento el fragmento de un apócrifo que, ciertamente, carece de valor histórico, pero tiene el valor de reflejar una mentalidad. El llamado apócrifo de María Magdalena, del que sólo se conserva un pequeño papiro (griego y copto).

María Magdalena está explicando a los apóstoles algo que el Señor le dijo y cuyo texto prácticamente no se conserva. Pero sus palabras provocan, en el fragmento que conservamos, la siguiente reacción de Pedro, que se dirige a los otros apóstoles y les dice, ultrajado en su honra machista (es González Faus quien habla): «¿Qué les parece, hermanos? ¿Acaso el Señor, preguntado sobre estas cuestiones, hablaría a una mujer de forma oculta y en secreto, para que todos la escuchásemos? ¿La presentaría quizá como más digna que nosotros?»

Continúa el autor: «Dios perdona a este Pedro o al autor de este papiro a quien otro apóstol le corrige luego diciéndole: "Si el Señor la juzgó digna, ¿quién eres tú para despreciarla?" Y termina diciendo: "Pero lo que aquí nos interesa es la mentalidad que traduce sobre el valor de la mujer como testigo y que hará que los evangelios acaben por transmitir el dato del sepulcro vacío y de la proclamación de la Resurrección sin desautorizar a las mujeres (no se atrevieron a tanto), pero haciendo que mediase la autoridad de los apóstoles»40.

Ante tales afirmaciones, nos preguntamos de nuevo: ¿Por qué fueron escogidas las mujeres para dar testimonio de un acontecimiento tan importante? La única razón posible es que había un dato firme de la tradición, pues, según la nada sospechosa argumentación anterior, ellos no habrían podido inventar, no podían haber creado ex nihilo una narración que contrariaba de un modo tan visceral sus prejuicios androcéntricos.

Los cuatro evangelistas narran de manera extremadamente semejante la visita de las mujeres al sepulcro de Jesús (cf. Mc 16,1-8; Mt 28,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-18). Como concordancias, en todas las narraciones aparecen el nombre de María Magdalena, la piedra retirada del sepulcro y el día de la semana.

Terminado el descanso del sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. El primer día de la semana, muy de mañana, recién salido el sol, fueron al sepulcro. Se decían una a otras:

–¿Quién nos correrá la losa de la entrada del sepulcro?

Al levantar la vista observaron que la losa estaba corrida; y era muy grande.

Entraron en el sepulcro, vieron a un joven vestido de blanco sentado a la derecha y se espantaron. El les dijo:

–No se espanten. Buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el sitio donde lo pusieron. Y ahora, marchense, díganles a sus discípulos y a Pedro que va delante de ellos a Galilea; allí lo verán, como les dijo.

Salieron huyendo del sepulcro, del temblor y el desconcierto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían. (Mc 16,1-8).

Pasado el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajó del cielo y se acercó, corrió la losa y se sentó encima. Tenía aspecto de relámpago y su vestido era blanco como la nieve. Los centinelas temblaron de miedo y se quedaron como muertos.

El ángel habló a las mujeres:

–Ustedes no teman. Ya sé que buscan a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, como tenía dicho. Vengan a ver el sitio donde yacía, y después vayan a prisa a decir a sus discípulos que ha resucitado de la muerte y que va delante de ellos a Galilea; allí lo verán. Esto es todo.

Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos. (Mt 28,1-8).

El sábado guardaron el descanso de precepto, pero el primer día de la semana, de madrugada, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la losa, entraron y no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de aquello, cuando se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes; despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron:

–¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Acuérdense de lo que les dijo estando todavía en Galilea: "Este Hombre tiene que ser entregado en manos de gente pecadora y ser crucificado, pero al tercer día resucitará".

Recordaron entonces sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago; también las demás que habían ido con ellas les decían lo mismo a los apóstoles, pero ellos lo tomaron por un delirio y se negaban a creerlas. (Lc 24,1-12).

El primer día de la semana, al amanecer, cuando aún estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada. Fue corriendo a donde estaba Simón Pedro con el discípulo preferido de Jesús, y le dijo:

–Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Los dos corrían juntos, pero como el otro discípulo corría más que Pedro, se le adelantó y llegó primero; asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, pero no entró. Simón Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio las vendas en el sueño, el sudario en que le habían envuelto la cabeza no estaba en el suelo con las vendas, sino enrollado aparte. Entonces entró también el discípulo que había llegado primero y, al ver aquello, creyó, porque hasta entonces no habían entendido lo que dice la Escritura: que tenía que resucitar de la muerte.

Los dos discípulos se volvieron a casa. (Jn 20,1-8).

Se han llevado a cabo diversos estudios sobre las mujeres en el sepulcro, especulando sobre los distintos nombres que aparecen. Algunos se preguntan si no se trataría de la misma persona nombrada de forma diferente por los distintos evangelistas. Por ejemplo: ¿Sería Salomé, en Marcos, la misma persona que la madre de los hijos de Zebedeo, en Mateo, y la hermana de la madre de Jesús, en Juan?

Para una mejor comprensión de las narraciones de cada uno de los evangelios, sería más pertinente la posible identificación de dos grupos de mujeres entre las que tienen alguna vinculación con la vida de Jesús: las primeras, relacionadas con la familia de Jesús; las segundas serían las convertidas41.

Entre las relacionadas con la familia de Jesús, menciona a: María, la madre de Santiago y Juan; la hermana de la madre de Jesús; María, la madre de Cleofás y tal vez Salomé. Entre las convertidas estarían: María Magdalena; Juana, la mujer de Cusa, y Susana.

Posiblemente, los nombres de las mujeres reflejen diversas tradiciones en torno a algunos nombres fijos, como María Magdalena y la otra María42.

Otro especialista, Sheppard43, encuentra cuatro visitas diferentes de cuatro grupos distintos de mujeres. Cada evangelio se ocupa de un grupo, pero desconoce a los otros.

1) María Magdalena, en el evangelio de Juan.

2) La otra María, la madre de Santiago y José, junto con algunas mujeres, en el evangelio de Mateo.

3) Juana y otras, en el evangelio de Lucas.

4) Salomé y otras, en el evangelio de Marcos.

La segunda visita de María Magdalena (Jn 20,11-18). El autor dice que ninguno de los cuatro grupos se encontró con Pedro y Juan, lo que podría explicarse por la oscuridad y por las distintas calles utilizadas para acercarse al sepulcro44.

Se aprecia cierto énfasis al nombrar a las mujeres: Marcos identifica a las mujeres tres veces: en 15,40, como testigos de la crucifixión; en 15,47, como testigos de la localización del sepulcro, y en 16,1, como testigos del sepulcro vacío45. Esa triple referencia, ¿no será acaso una intención marcana de disculparse por el silencio anterior y de mencionar el discipulado de la mujer?

Lo que todo esto nos indica es que ni la tradición sinóptica ni la del cuarto evangelio seleccionaron ni inventaron a las mujeres. Pero la tradición de la resurrección a la que tuvieron acceso, que era más antigua, se refería a las mujeres que habían estado vinculadas a Jesús durante su vida y estas tradiciones, que habían sido escritas por hombres, expresan de forma unánime que esas mujeres estaban íntimamente relacionadas con los orígenes de la fe en la resurrección y con su proclamación46.

No obstante, Marcos termina su evangelio diciendo: «Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían» (Mc 16,8b). Algunos autores interpretan tal procedimiento como fidelidad a un motivo que se utiliza siempre en su evangelio: el secreto mesiánico. Por eso, las mujeres guardan silencio sobre Jesús-Mesías.

Otros especialistas afirman con respecto a Mc 16,8b que el miedo de las mujeres tiene relación con la reacción humana normal ante una teofanía (cf. Ex 3,6b). Se trata del miedo y del silencio, señales de los límites de la humanidad en presencia de lo divino. Las mujeres tienen miedo y tiemblan como cuando se está en presencia de Dios47.

Malbon interpreta el silencio de las mujeres en el texto en cuestión, comparándolo con Mc 1,44. En ese pasaje, Jesús advierte al leproso que no diga nada, sino que vaya al sacerdote y ofrezca por su curación lo determinado por Moisés. Pero, con certeza, al presentarse al sacerdote, el leproso le diría algo. No obstante, éste no sería un cualquiera, sino el único al que el leproso debía informar. Según esto, nuestra perícopa puede significar: no dicen nada a nadie en general, sino que van a decírselo a los discípulos, pues, ¿quién, sino un discípulo seguidor de Jesús podría aceptar y entender la historia de las mujeres?48.

Ya en el evangelio de Lucas, los ángeles preguntan a las mujeres: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado»49. No objetan que lo busquen, sino que lo hagan en un lugar erróneo50.

Lucas, más que Marcos y Mateo, pone el acento en el anuncio hecho por Jesús cuando estaba en Galilea. La primera parte del discurso reproduce las palabras de Jesús. El evangelio nos dice que ellas recordaron las palabras de Jesús y comenzaron a creer, no porque vieran a los ángeles y el sepulcro vacío, sino porque su recuerdo confirmaba las palabras que habían escuchado a Jesús. Ellas recuerdan, vuelven y se lo cuentan a los Once y a los demás, lo que nos proporciona otro argumento sobre el discipulado de las mujeres: oír la palabra, meditarla, conservarla viva e ir a anunciarla a los otros forma parte de la vida de todo discípulo, como vimos antes.

Según Juan, María Magdalena, tras hallar retirada la losa del sepulcro, vuelve y dice a Pedro y al discípulo amado que se habían llevado el cuerpo del Señor.

A pesar de las variaciones, la historia básica es la misma: Al llegar las mujeres al sepulcro de Jesús y encontrarlo vacío, reciben el mensaje celeste y actúan en consecuencia. Podemos concluir, por tanto, que cada evangelio toma buena nota de que las mujeres no refieren la novedad en cualquier sitio: «Evitan la dispersión entre las multitudes, que son inconstantes y están sujetas al delirio»51. Las mujeres transmiten estos acontecimientos a testigos seguros que podían aceptarlos y entenderlos.

Las mujeres que dieron testimonio de la muerte mantuvieron viva la Buena Nueva de la manifestación del poder de vida que Dios revela en la Resurrección de Jesús de Nazaret. Ellas, que habían recibido de él más vida, se convierten en sus mensajeras para anunciar el poder de la vida sobre la muerte, el poder del amor sobre la destrucción, y lo anuncian a los amigos y seguidores de Jesús.

Se ha dicho muchas veces que las mujeres «prepararon» el camino a quienes se convirtieron en apóstoles. Ellas no preparan el camino sino que proclaman el fundamento de la vocación de todo apóstol. No desempeñan un papel secundario, sino principal, decisivo52. Las mujeres galileas continuaron el movimiento iniciado por Jesús.

Al escoger al sustituto de Judas, la exigencia para ser apóstol era haber participado en la misión terrestre y haber sido testigo de la Resurrección (cf. Hch 1,21). Los datos del evangelio muestran que las mujeres cumplían esas condiciones y sin embargo ¡parece que ni siquiera se pensó en ellas para esa función!

No obstante, E. Schüssler Fiorenza no duda en proponerlas como apóstoles, seguidoras de la misión, testigos de la muerte y mensajeras de la vida53.

María Magdalena: Testigo de primera hora

Fuera, junto al sepulcro, estaba María llorando. Se asomó al sepulcro sin dejar de llorar y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.

Le preguntaron:

–¿Por qué lloras, mujer?

Les contestó:

–Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no se daba cuenta de que era él.

Jesús le preguntó:

–¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?

Tomándolo por el hortelano, le dijo ella:

–Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, que yo lo recogeré.

Jesús le dijo:

–María.

Ella se volvió y exclamó en su lengua:

–Señor mío (que equivale a «Maestro»).

Le dijo Jesús:

–Suéltame, que aún no estoy arriba con el Padre. Anda, ve a decirles a mis hermanos: «Subo a mi Padre, que es su Padre; a mi Dios, que es su Dios».

Fue María y anunció a los discípulos:

–He visto al Señor y me ha dicho esto y esto. (Jn 20,11-18).

María Magdalena parece haber desempeñado un papel prominente entre los discípulos de Jesús: Es la única mujer citada por los cuatro evangelistas en primer lugar, acompaña a Jesús desde el inicio de su misión (cf. Lc 8,3), es la primera que reconoce la visión del Señor resucitado (cf. Jn 20,11-18)54.

Brown, al comentar la aparición a María Magdalena, argumenta a favor de la antigüedad del relato, diciendo que la primacía que todos los evangelistas le otorgan entre las mujeres seguidoras de Jesús siempre que las relacionan, se debe a que ella fue la primera que vio a Jesús resucitado. Continúa diciendo que Juan y el apéndice de Marcos son más correctos que Mateo, al ponerla como única testigo de la cristofanía55.

En Marcos, aparece acompañada por María, madre de Santiago, y por Salomé. En Mateo, aparece acompañada por la otra María. En Lucas, por una cierta María, además de Juana y otras mujeres. En Juan y en la conclusión posterior de Marcos aparece sola56.

También los evangelios apócrifos de los siglos III y IV, los evangelios de Tomás, Pistis Sofia, el evangelio de Felipe, el diálogo del Salvador, el evangelio de Pedro, el evangelio de María Magdalena (textos encontrados en Nag Hammadi, en Egipto, en 1945)57 se refieren a ella como a quien ejerce un papel de liderazgo en la comunidad primitiva.

«El apócrifo evangelio de Pedro, en el número 51, recuerda que María Magdalena llevó a mujeres amigas al sepulcro. Siempre se la menciona en primer lugar. En el número 50, se le llama discípula (mathetes)58. En el evangelio de Felipe y en el diálogo del Salvador se la presenta como "portadora de la Revelación y encarnación de la Sabiduría, como a la mujer que conoce el universo"»59.

Aunque de forma distinta, todos los evangelistas la presentan en la misión: mientras en Lucas y en la conclusión posterior de Marcos (cf. 16,1-8) anuncia a los discípulos estrictamente lo que presenció, en Marcos y en Mateo recibe del ángel con otras mujeres el encargo de anunciar la Resurrección a los discípulos y en Juan recibe el mandato del mismo Cristo resucitado60.

No obstante, ¿cómo presentan a María Magdalena? Lucas 8,2 la presenta entre las mujeres que acompañaban a Jesús desde Galilea: «María, de la ciudad de Magdala (en la parte nordeste del lago de Galilea, aproximadamente a siete millas al sudeste de Cafarnaúm)»61, mujer de la que Jesús había expulsado siete demonios.

Cuando el evangelio habla de la posesión diabólica, normalmente se refiere a una enfermedad mental, probablemente epilepsia. Por tanto, se nos dice que sufría una enfermedad mental. No se la caracteriza como pecadora, sino como alguien que experimentó en su propia vida el poder liberador sin límites del Reino62.

El número «siete» significa simbólicamente plenitud. En este caso, la mención de los siete demonios expulsados quiere decir que quedó curada por completo, convirtiéndose en una persona sana e integrada, que podía participar en la sociedad. La enfermedad significaba la muerte, pues impedía a la persona participar activamente en la sociedad, de la que se la excluía y marginaba63. Si esto era cierto en relación con la ceguera, la mudez, sordera, mucho más con la epilepsia, considerada como posesión diabólica. Se la marginaba por partida doble, por ser mujer y por estar enferma. Jesús la cura, dándole, por tanto, la salvación. Ella comenzó a seguirlo, como muchas otras mujeres curadas.

E. Moltmann llama la atención sobre el hecho de que no se conoce ningún caso de curación de un discípulo varón precedente a su vocación. Eran llamados para que dejasen su servicio y comenzaran una vida itinerante como discípulos de Jesús. Se ha dicho siempre que el evangelio no relata ninguna vocación de mujer y que, por eso, no puede tenérselas como «apóstoles», como «discípulas». Como ya señalamos en la primera parte de este capítulo, parece que no necesitaban una vocación explícita, sino que seguían espontáneamente a Jesús (llevando consigo incluso sus bienes, como dice Lucas a propósito de María Magdalena, Juana y Susana), ya que encontraban en él la fuerza que les devolvía la dignidad de seres humanos, porque las trataba igual que a los hombres y porque, a través de la extraordinaria experiencia de la igualdad, se convertían realmente en personas humanas. La relación de subordinación, de dependencia, de pasividad adormece a las personas deshumanizándolas, mientras que las relaciones igualitarias, personalizadoras, las curan y hacen eclosionar las potencialidades ocultas de todos los seres humanos.

E. Schüssler Fiorenza comenta que el evangelio dice que María Magdalena servía a Jesús igual que «él vino a dar la vida y a servir» (cf. Hch 3,13.26; 4,27-30). Su ser está penetrado por este estado del discípulo; nunca se dice de los discípulos varones que sirvieran a Jesús como Jesús les había servido64.

Al acentuar los evangelios unánimemente la presencia de María Magdalena al pie de la cruz y en el entierro, al subrayar que ella fue la primera en ir al sepulcro en la mañana de Pascua, la primera en ver al Señor Resucitado y en recibir de él el mandato, indican su particular relación con Jesús y su liderazgo en la comunidad primitiva65.

Los evangelios apócrifos nos relatan la creciente autoridad de María Magdalena, animando incluso a los desanimados apóstoles ante la misión a los gentiles66. Conviene señalar que, cuando los apóstoles se encuentran desanimados, Lucas pone a un ángel que los anima… (cf. Hch 5,19)67.

Entre los discípulos se le atribuyó a María Magdalena una situación privilegiada: tanto en el texto de Jn 20,11-18 como en el apéndice de Marcos (Mc 16,1-8) se trata de su encuentro particular con Jesús, relatos a partir de los cuales se afirma su lugar único en la historia cristiana68.

Algunos escritos cristianos que forman parte de la tradición católica dominante otorgan a María Magdalena un lugar de honor. En un comentario bíblico del siglo II, así como en un relato de su vida escrito en el siglo IX, se la describe como apóstol69.

Los relatos nos dicen que fue dos veces al sepulcro. La primera vez, comprueba que está vacío y hace que vayan los discípulos (cf. Jn 20,1-8). Después vuelve; Jesús resucitado se le aparece y le encarga comunicar a sus hermanos que ha resucitado; ellos creen por su medio (cf. Jn 20,11-18). También ella recibe el mandato de ir a hablar a sus hermanos de su ascensión al Padre (cf. Jn 20,17) y es depositaria de la revelación de que, con la muerte de Jesús, su Padre se convierte en nuestro Padre, no por naturaleza, sino por gracia.

«En los evangelios apócrifos, María Magdalena aparece como superior a los hombres, justamente a causa del papel de primacía como primera testigo de la Resurrección»70.

Según E. Schüssler Fiorenza, la desesperación de María Magdalena caracteriza la situación del discípulo ante la pérdida del maestro. Este aspecto predominaría sobre el personal: la desesperación de haber perdido a la persona a la que tanto amaba71.

Recibe el mandato de ir a hablar a sus hermanos de la ascensión al Padre. Por tanto, Jesús envía a María Magdalena (cf. Jn 20,17) con la misión de anunciarlo como él había anunciado al Padre.

La palabra «enviar» (apostello) aparece como palabra técnica referida al enviar en misión, tal como lo hace en Jn 4,38 y Jn 17,18, cuando envía a los apóstoles72. De este modo, Jesús le confió una misión apostólica. En consecuencia, Jesús envía a mujeres (cf. Jn 4,38; 20,27) y a hombres (cf. Jn 17,18) con la misión de anunciarlo, como él había anunciado al Padre.

"El enviado se convierte en el representante de quien lo envió en misión; significa una persona que tiene plenos poderes para tratar en nombre de otra»73.

Como vimos en el capítulo anterior, el término sufrió una institucionalización, pasando de la categoría de función a la de cargo.

¿Acaso Juan quiere subrayar conscientemente el carácter funcional del hecho en contra del sentido institucional que ya había tomado la expresión «apóstol» y, al mismo tiempo, destacar vigorosamente la autoridad del Señor, del Kyrios (Señor que envía)?74.

María Magdalena fue enviada por el Señor resucitado. Le darán el título de Apostola apostolorum; E. Schüssler Fiorenza dice que lo es por partida doble:

1) porque descubre el sepulcro vacío va a llamar a los apóstoles;

2) porque fue la primera testigo de la resurrección y va a anunciar a los hermanos que Jesús vive75.

Nuestra autora argumenta que el evangelio la presenta como fiel discípula de tres maneras:

1) Jesús la llama «mujer y le pregunta: ¿a quién "buscas"?» «El verbo griego (zetein: buscar) tiene un rico significado para la comunidad joánea, que conocía su sentido técnico de "ocuparse en las actividades de discípulo"»76.

2) Ella conoce a Jesús en el momento en que la llama por su nombre. En la parábola del buen pastor (cf. Jn 10,3-5), el cuarto evangelista compara a los discípulos con las ovejas que conocen la voz del pastor cuando las llama por su nombre77. Así como el pastor da la vida por sus ovejas, Jesús, el buen pastor, amó a los suyos hasta el fin. María Magdalena queda caracterizada como discípula suya porque Jesús la llama por su nombre y ella reconoce su voz.

3) Su respuesta es de una verdadera discípula: Rabbonni (según Brown, «mi querido maestro»), que es el título rabbí que el discípulo da al maestro78.

Por tanto, ella es la primera discípula en la mañana de la Pascua.

Los textos de la pasión y la resurrección son como los textos del nacimiento. María Magdalena realiza el paso de la muerte de Jesús a su resurrección. Como una parturienta, da a luz la Buena Nueva: ¡Jesús vive! Los textos hablan del nacimiento de la comunidad cristiana. Ella realiza la gestación de la comunidad de los discípulos y da al mundo la posibilidad de «ser discípulo»79.

Posteriormente, se produce una fusión o confusión de María Magdalena (cf. Lc 8,2) con la gran pecadora (cf. Lc 7,33-38). Su vaso de alabastro hizo que también se la identificara con María de Betania, que ungió los pies de Jesús (cf. Jn 12,3)80.

Según E. Moltmann, de este modo «se efectuó, bajo la influencia de mentalidades patriarcales, la más dramática de las deformaciones de la historia de Europa occidental. María Magdalena fue transformada en monstruo ejemplar y en pecadora modelo porque su historia única, conmovedora y privilegiada, ofrecía a la imaginación posibilidades de representaciones descontroladas»81. No obstante, continúa, la asimilación de estas tres mujeres de la Biblia era desconocida por los Padres de los comienzos de la Iglesia (por ejemplo, Ireneo, Orígenes, San Juan Crisóstomo). Ellos honraban a María Magdalena como «apóstol de los apóstoles».

Parece que la confusión de estas tres mujeres se remonta a Agustín82 y «se fija con las homilías del papa Gregorio Magno, alrededor del año 600, que asocia en una sola imagen a la pecadora arrepentida, a la ardiente María de Betania y a la amante María Magdalena»83. E. Moltmann añade que, desde entonces, con la autoridad papal, María Magdalena se convierte en «la más famosa ilustración de la ayuda de la gracia divina que conduce a la penitencia y a la esperanza»84; transformada en la «gran pecadora», aparece personificando el fin del pecado y la regeneración por la gracia. En contrapartida, los teólogos de la iglesia ortodoxa griega manifestaron con rigor la distinción entre las tres mujeres, de manera que poseen imágenes de la mujer diversas y coloridas85.

Hasta hace poco, esta imagen deformada de María Magdalena era corriente. Hoy día, se reconoce su inexactitud y se busca una representación más acorde con el dato bíblico.

Podemos concluir diciendo que María Magdalena, curada, se convirtió en una persona humana completa, por lo que seguía y servía a Jesús, transformándose en una de las discípulas que lo acompañaban desde Galilea; fiel, no huyó ni negó a Jesús por miedo, corriendo el riesgo de acompañarlo en sus padecimientos y muerte. Siendo citada siempre por los cuatro evangelistas como la primera testigo de la resurrección, recibió el mandato de ir a anunciar a los otros discípulos que Jesús estaba vivo. Por tanto, su lugar privilegiado resultaba difícil de aceptar para la mentalidad androcéntrica vigente.

Por eso, procuraron reducir su papel e importancia relativizándolo, pues declaraban que ella había sido enviada a los apóstoles, pero no al mundo, del mismo modo que la transformaron en el símbolo de la doctrina del pecado rescatada por la gracia.

En un mundo patriarcal con categorías androcéntricas, debe haber sido muy difícil aceptar que una mujer tuviera la primacía de ser la primera testigo del sepulcro vacío, la primera testigo de la resurrección, la primera enviada por el Señor resucitado. Esa situación ha debido provocar bastantes conflictos en la iglesia primitiva, como lo atestiguan los evangelios apócrifos86.

 

En memoria de ella

Estando Jesús en Betania, reclinado a la mesa en casa de Simón el leproso, llegó una mujer llevando un frasco de perfume de nardo auténtico muy caro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza.

Algunos comentaban indignados:

–¿A qué viene ese derroche de perfume? Podía haberse vendido por un dineral y habérselo dado a los pobres.

Y le reñían, pero Jesús replicó:

–Déjenla, ¿por qué la molestan? Está muy bien lo que ha hecho conmigo. Porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; en cambio, a mí no me van a tener siempre. Ella ha hecho lo que podía: ha embalsamado de antemano mi cuerpo para la sepultura. Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se pregone la buena noticia se recordará también en su honor lo que ha hecho ella. (Mc 14,3-9).

Según Elisabeth Schüssler Fiorenza, Marcos presenta tres grandes figuras en su evangelio: Pedro, Judas y la mujer anónima que ungió a Jesús. Causa asombro que el nombre de quien traicionó a Jesús sea conocido mientras que el nombre de la fiel discípula se haya olvidado. Es probable que la razón estribe en que era mujer87.

Lo que ella hizo debió ser importante para que la comunidad de Jesús haya conservado esa frase. Y esta afirmación atestigua la importancia concedida a la mujer y a su acción en la proclamación primitiva88.

Los especialistas consideran histórico el relato de la unción89. En realidad, no es posible que tal tradición relativa a una mujer pudiera surgir en la comunidad cristiana sin una firme base histórica.

En su comentario, Taylor afirma que es peculiar de Marcos la unción en la cabeza como señal de dignidad real. El autor comprueba que Jesús alaba la buena obra de la mujer, censura a los que la critican y declara que la unción tiene relación con la muerte. Continúa diciendo que el texto encierra también una profecía: «En cualquier parte del mundo donde se pregone la buena noticia se recordará también en su honor lo que ha hecho ella» (Mc 14,9). Parece raro que una afirmación tan especial no le suscite más que esta información: «Encuentro discutible que se vea aquí algo más que el esbozo de una predicación de que la obra de la mujer se recordaría continuamente», y termina diciendo: «No hay nada más que decir, pues el relato ya ha alcanzado su cumbre natural»90. Nos parece una clara reducción de la importancia del texto pues, como veremos a continuación, esta frase es bastante reveladora.

Los profetas ungían en la cabeza cuando entronizaban a los reyes. Por tanto, el acto efectuado por la discípula anónima es una acción-señal profética, reconociendo a Jesús como Mesías.

Al seguir a Jesús, al convivir con él, al observar su forma de actuar y al escuchar sus palabras, las mujeres van descubriendo su identidad y lo reconocen como el Mesías esperado.

Con su sensibilidad e intuición, son las primeras en reconocerlo y, tímida, simbólicamente, lo proclama ungiéndolo en la cabeza, como se les hacía a los reyes.

El reconocimiento de Jesús y su proclamación como Mesías convierten a esta mujer anónima en paradigma del auténtico discípulo que sabe quién es aquél a quien sigue. En este caso, la mujer está cualificada como discípula por su conocimiento de Jesús como Mesías, del mismo modo que Bartimeo, cuando llama a Jesús hijo de David (cf. Mc 10,46-52).

En vista de ello, su anonimato es problemático porque, evidentemente, debería ser conocida en las comunidades palestinenses. No obstante, esto concuerda con la tendencia de Marcos de omitir los nombres de las mujeres, así como de evitar reconocer a las mujeres como discípulas antes de la muerte de Jesús91.

Nada en el relato indica que la mujer fuera una extraña que entrara desde la calle. Es, pues, una de las discípulas de Jesús que lo acompañaron a Jerusalén o un miembro de la casa que brinda su hospitalidad. Podemos presumir que esta historia se refiere a una mujer asociada de manera prominente con Jesús y con su misión. Sólo alguien que hubiese convivido con él y experimentado su poder podría reconocerlo y proclamarlo simbólicamente Mesías.

Para realizar la unción-señal-acción profética, ella gastó mucho dinero92 y los discípulos varones de Jesús la reprenden con vehemencia e indignación. Estos discípulos, que proyectaron en el maestro sus sueños mesiánicos de grandeza y dominación, usan a los pobres como argumento contra ella. Pero Jesús la defiende: «Porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; en cambio, a mí no me van a tener siempre» (Mc 14,7). La comunidad que cuenta esta historia sabe que Jesús ya no está presente en ella. Ya no «tienen» a Jesús con ellos. Sin embargo, los pobres siguen estando presentes entre ellos. Ahora es el momento de decidir hacer el bien. Así, al recordar que una mujer profeta sin nombre ungió a Jesús como instaurador mesiánico del Reino, la comunidad recuerda también que el Dios de Jesús está al lado de los pobres y que el futuro de Dios, el Reino, pertenece a los pobres. El recuerdo comunitario de la mujer evocará siempre el recuerdo del Reino prometido a los pobres y hambrientos. Por otra parte, en cualquier lugar en el que se predique la buena nueva del Reino –el evangelio–, se recordará siempre lo que hizo la mujer profeta93.

Mateo 26,8-13 habla de la unción de Jesús en Betania, pero su relato depende por completo del de Marcos, por lo que no nos ocuparemos aquí de él.

Concluyendo, la unción nos muestra a la mujer discípula realizando, consciente o inconscientemente, el acto profético de reconocer a Jesús como Mesías. Este hecho profundiza la realidad del discipulado de la mujer. Ellas seguían a Jesús viviendo en el servicio, atentas a sus acciones y palabras y a través de esa convivencia, descubren su identidad y profesan en un nivel simbólico-profético, que aquel Jesús era el Mesías esperado de Israel.

 

Gracias a ella creemos

Tenía que atravesar Samaría y llegó a un pueblo que se llamaba Sicar, cerca del campo que le dejó Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob.

Jesús, agotado del camino, se sentó sin más junto al pozo. Era casi mediodía. Una mujer de Samaría llegó a sacar agua, y Jesús le dijo:

–Dame que beba.

(Es que sus discípulos habían ido al pueblo a comprar provisiones).

La samaritana le preguntó:

–¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).

Jesús le contestó:

–Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y él te daría agua viva.

La mujer le preguntó:

–Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar agua viva? ¿Vas a ser tú más que nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, donde bebían él, sus hijos y sus ganados?

Jesús le contestó:

–El que bebe agua de ésta vuelve a tener sed; el que beba el agua que yo voy a dar nunca más tendrá sed: porque esa agua se le convertirá dentro en un manantial que salta dando una vida sin término.

La mujer dijo:

–Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.

El repuso:

–Ve a llamar a tu marido y vuelve acá.

La mujer le contestó:

–No tengo marido.

Jesús le dijo:

–Muy bien dicho que no tienes marido, porque hasta tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.

La mujer contestó:

–Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres celebraban el culto en este monte; en cambio, ustedes dicen que el lugar donde hay que celebrarlo está en Jerusalén.

Jesús le dijo:

–Créeme, mujer: se acerca la hora en que no darán culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Ustedes adoran lo que no conocen, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación sale de los judíos. Pero se acerca la hora, o mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad.

La mujer le dijo:

–Sé que va a venir el Mesías, el Ungido; cuando venga él no los explicará todo.

Jesús le contestó:

–Soy yo, el que hablo contigo.

En aquel momento llegaron sus discípulos y se quedaron extrañados de que hablase con una mujer, aunque ninguno se atrevió a preguntarle qué deseaba o por qué hablaba con ella.

La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y le dijo a la gente:

–Vengan a ver a un hombre que ha adivinado todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?

Salieron del pueblo y se dirigieron a donde estaba él.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían:

–Maestro, come.

El les dijo:

–Yo tengo un alimento que ustedes no conocen.

Los discípulos comentaban:

–¿Les habrá traído alguien de comer?

Jesús le dijo:

–Para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra. Dicen que faltan cuatro meses para la siega, ¿verdad? Pues yo les digo esto: levanten la vista y contemplen los campos; ya están dorados para la siega. El que siega cobra ya salario y recoge cosecha para una vida sin término; así se alegran los dos, el que siembra y el que siega, porque en eso tiene razón el refrán, que uno siembra y otro siega. Yo les envié a segar lo que no habían labrado; fueron otros los que labraron y ustedes han entrado en su labor.

Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por lo que les dijo la mujer, declarando que había adivinado todo lo que ella había hecho. Por eso, cuando llegaron los samaritanos a donde estaba él le rogaron que se quedara, y se quedó allí dos días. Muchos más todavía creyeron por lo que les dijo él, y decían a la mujer:

–Ya no creemos por lo que tú cuentas; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es realmente el salvador del mundo (Jn 4,4-42).

El profesor R. Brown fue el primero que llamó la atención sobre el papel que las mujeres desempeñan en el cuarto evangelio94. Las mujeres aparecen como las heroínas de la comunidad, que se percatan de que Jesús es el Cristo y se lo transmiten a los demás. Aparecen en calidad de discípulas, de enviadas, como ya vimos en el caso de María Magdalena y ahora en el de la samaritana.

El relato del diálogo con la samaritana se desarrolla de acuerdo con la técnica joánea, mediante el recurso a la incomprensión, para poder efectuar nuevas reorganizaciones, con el fin de profundizar en el tema, es decir, la percepción del revelador. El capítulo alcanza su clímax en la confesión de los samaritanos de que Jesús es el «salvador del mundo». Es probable que el dramático diálogo se base en la tradición misionera que otorgaba un papel principal a la mujer samaritana en la conversión de estos gentiles95. Los exegetas concuerdan en que la comunidad joánea sufrió una fuerte influencia de los samaritanos convertidos, que pueden haber sido los catalizadores del desarrollo de la elevada cristología del evangelio96.

La mujer que ungió a Jesús lo reconoce simbólicamente como el Mesías esperado. Ahora, la samaritana recibe la revelación de que él mismo es quien había de venir (cf. Jn 4,26).

¿Por qué se revela Jesús como Cristo a una mujer, más aún, a una samaritana? El evangelista nos refiere la sorpresa y la admiración de los discípulos al verlo hablando con una mujer (cf. Jn 4,17). La sorpresa fue grande, pero el respeto era aún mayor y no tuvieron el valor de preguntarle: ¿Qué deseas? o ¿de qué hablas con ella? Tales preguntas ponen de manifiesto el prejuicio y la falta de costumbre de hablar en público con una mujer, lo que hace aún más fuerte el relato del cuarto evangelio.

Desde el punto de vista cultual, los judíos consideraban impuros y enemigos despreciados a los samaritanos porque «eran descendientes de dos grupos:

a) el resto de los israelitas nativos que no habían sido deportados a la caída del reino del norte en el 722 aC;

b) extranjeros traídos de Babilonia y de Media por los conquistadores asirios de Samaría (cf. 2 Re 17,24s).

Existía una oposición teológica entre estos nórdicos y los judíos del sur a causa de la negativa de los samaritanos de ir a adorar a Jerusalén. Esta situación se vio agravada por el hecho de que, después del exilio babilónico, los samaritanos pusieron obstáculos en el camino de la restauración judaica de Jerusalén y, en el siglo II aC, los samaritanos ayudaron a los monarcas sirios en sus guerras contra los judíos. En el 128 aC, el sumo sacerdote judío quemó el templo samaritano del Garizim»97.

No obstante, el cuarto evangelio presenta a la samaritana con una fe mayor que la de los judíos del capítulo 2 y que la de Nicodemo, en el capítulo 3 98. En la sucesión de reacciones ante Jesús que encontramos en los diálogos de los capítulos 2, 3 y 4, parece darse un cambio, partiendo de la increencia, pasando por la creencia insuficiente, hasta llegar a una creencia más suficiente. Los «judíos» de la escena del templo son abiertamente escépticos a las señales de Jesús (cf. Jn 2,18-20); Nicodemo es un fariseo, uno de los que creen a causa de las señales de Jesús, pero carecen de un concepto adecuado de él (cf. Jn 2,23s); la samaritana, al demostrar una fe suficiente, es llevada a creer que Jesús es el Cristo (Mesías) (cf. Jn 4,25-26.29) y a transmitirlo a los demás.

Los samaritanos creen a causa de la palabra de la mujer (cf. Jn 4,39.42: diá ton lógon pisteuein). Esta expresión es significativa porque aparece en la «oración sacerdotal» de Jesús a los discípulos. «No te pido sólo por éstos, te pido también por los que van a creer en mí mediante su mensaje» (diá ton lógon pisteuein: Jn 17,20). De este modo, el evangelista muestra tanto a la mujer samaritana como a los discípulos en la última cena o a María Magdalena dando testimonio de Jesús mediante la predicación, llevando así al pueblo a creer en él en virtud de la palabra de ellos. Podría objetarse que, en el capítulo 4, los samaritanos llegan, en último término, a la fe por la palabra de Jesús, con independencia de la palabra de la mujer (cf. Jn 4,42). Sin embargo, dice el profesor Brown, esto no se debe en absoluto a algún tipo de inferioridad por ser mujer, sino de la inferioridad en cualquier testimonio humano frente al encuentro con el mismo Jesús99. En el capítulo 17, encontramos una actitud semejante, cuando Jesús ora para que quienes crean por la palabra de sus discípulos puedan al fin estar con él para poder ver su gloria.

El diálogo entre Jesús y sus discípulos (cf. Jn 4,17-24), que precede al final del relato de la samaritana, deja bien claro, según Brown, que la samaritana tenía una función misionera real. En Jn 4,38 tenemos uno de los más importantes usos del verbo apostellein en Juan. Jesús había acabado de hablar de los campos que estaban maduros para la cosecha –referencia a los samaritanos que salían de la ciudad para encontrarse con él por lo que la mujer les había transmitido (cf. Jn 4,35, que sigue a 4,30)–. Se trata de un lenguaje misionero –dice Brown–, como vemos en el paralelo Mt 9,37-38: «La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies». Curiosamente, la cosecha de los samaritanos confirma las palabras: «uno siembra y otro siega» (Jn 4,38).

En Jn 4,38, Jesús utiliza el verbo paulino kopían (trabajar), para referirse al servicio misionero de ella. Jesús se lo explica así a los discípulos (varones); "Yo los he enviado a segar donde ustedes no se han fatigado. Otros se fatigaron y ustedes se aprovechan de su fatiga" (Jn 4,38). Dado que este verbo (kopían) se utiliza aquí en sentido técnico misionero, la mujer es presentada como representante de la misión samaritana»100. La mujer sembró la simiente, preparando la cosecha apostólica. La comunidad joánea recoge el trigo que hizo posible el trabajo misionero de la mujer, que inició la conversión del sector samaritano de la comunidad.

Según Schüssler Fiorenza, hay que entender la conversión misionera por analogía con la llamada al discipulado. «Como Andrés llama a su hermano Pedro al seguimiento de Jesús diciéndole: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41), así el testimonio de la mujer anima a los samaritanos a creer en él (cf. Jn 4,38). Así como Natanael se hace discípulo porque Jesús sabía lo que él había hecho bajo la higuera (cf. Jn 1,48-49), así la mujer se convierte en discípula testimonial porque me "Ha dicho todo lo que he hecho"» (Jn 4,29)101.

La narración dramática está dominada por dos motivos: la fe y la revelación. La interacción dialéctica entre revelación y fe se percibe por la progresión de las afirmaciones cristológicas: «judío» (v. 9), «Señor» (v. 11), «más que nuestro padre Jacob» (v. 12), «profeta» (v. 19), «la salvación sale de los judíos» (v. 22), «Mesías» (v. 25), «soy yo» (v. 26), «Cristo» (vv. 25), «salvador del mundo» (v. 42).

Comentando el hecho de que Jesús se revelara como Mesías a una mujer, Schnackenburg y Brown argumentan explicando la expectativa samaritana de un Mesías, que no tenía el sentido de un rey ungido de la casa de David. Ellos esperaban al ta’eb, que quiere decir «el que vuelve». El profeta –como Moisés– que aparecerá al final (cf. Dt 18,18) y que sería esperado para resolver cuestiones legales, así como para restaurar el verdadero culto, y no para restaurar la monarquía en el sentido de David102.

«Jesús se da a conocer a la mujer como el Mesías esperado mediante la fórmula de revelación ego eimí: yo soy. Según el contexto, es obvio que esta afirmación completa "el Mesías". No obstante, en el sentido del evangelista, podría resonar aquí la forma de hablar absoluta con la que Jesús revela el ser divino (cf. Jn 8,20; 8,24.28.58; 13,19)»103.

Jesús no se ve obligado por la situación a dar esta respuesta (cf. Jn 9,37), sino que concede esta revelación a la mujer con plena deliberación y por propia iniciativa. Con ello se llega al punto culminante del diálogo, en el que Jesús quiere conducir a la mujer, como miembro y representante del pueblo samaritano, a la fe en él, el Mesías.

«Los temas del agua de vida y de la adoración en espíritu y en verdad tampoco quedan aislados junto a la revelación de sí mismo. El es quien da el agua viva, así como también es el "lugar" del nuevo culto de Dios, por el que éste se hace posible y se realiza ya desde ahora»104.

Comentando esta revelación de Jesús a la mujer samaritana, Brown encuentra interesante que Jesús, que responde de forma negativa a los judíos, que quieren reconocerlo como Mesías, acepte este reconocimiento de la samaritana. Cree que tal vez la respuesta tenga que ver con las connotaciones nacionalistas que el término tiene en el judaísmo, mientras que el ta’eb samaritano (aunque no sin acentos nacionalistas) adopte un sentido más próximo al de maestro y legislador105.

En este texto, Jesús aparece de nuevo deshaciendo un prejuicio. Ya dijimos cómo acoge a la mujer que, por ser mujer, ya estaba marginada. A continuación, se nos pone de manifiesto cómo sostiene una relación similar con una mujer prostituta, lo que constituía un grado aún mayor de marginación. Ahora, aparece una mujer que muestra una actitud positiva de fe que Jesús valora hasta tal punto que se le va revelando progresivamente hasta confirmarse como Mesías, revelación negada a los hombres. En este caso, la mujer está todavía más marginada, pues era extranjera y, peor aún, samaritana, pueblo por el que los judíos sentían un gran desprecio, como vimos.

Pues bien, Jesús se revela a una mujer despreciada por tantos conceptos y la envía a su comunidad, para que también crea que él era realmente el Salvador del mundo.

 

Marta de Betania: Teóloga y Profeta

Había caído enfermo un tal Lázaro, natural de Betania, la aldea de María y su hermana Marta. Fue María la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con el pelo; Lázaro, el enfermo, era hermano suyo, y por eso las hermanas le mandaron recado a Jesús:

–Señor, mira que tu amigo está enfermo.

Jesús, al oírlo, dijo:

–Esta enfermedad no es para muerte, sino para honra de Dios, para que ella honre al Hijo de Dios.

(Jesús era muy amigo de Marta, de su hermana y de Lázaro).

Pues cuando se enteró de la enfermedad esperó dos días donde estaba; sólo entonces dijo a los discípulos:

–Vamos otra vez a Judea.

Los discípulos le replicaron:

–Maestro, hace nada querían apedrearte los judíos, y ¿vas a ir allí otra vez?

Contestó Jesús:

–¿No hay doce horas de luz? Si uno camina de día, no tropieza, porque hay luz en este mundo y se ve; uno tropieza si camina de noche, porque le falta la luz.

Dicho esto, añadió:

–Nuestro amigo Lázaro se ha dormido; voy a despertarlo.

Los discípulos replicaron:

–Señor, si duerme se curará.

Jesús se refería a la muerte, pero ellos lo interpretaron del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claro:

–Lázaro ha muerto. Me alegro por ustedes de no haber estado allí para que tengan fe. Ahora vamos a su casa.

Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a sus compañeros:

–Vamos también nosotros a morir con él.

Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania dista poco de Jerusalén, unos tres kilómetros, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a recibirlo, mientras María se quedaba en la casa. Marta le dijo a Jesús:

–Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero, así y todo, sé que Dios te dará lo que le pidas.

Jesús le dijo:

–Tu hermano resucitará.

Marta respondió:

–Ya sé que resucitará en la resurrección del última día.

Jesús le dijo:

–Yo soy la resurrección y la vida: el que tiene fe en mí, aunque muera vivirá; y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá nunca. ¿Crees esto?

Ella le contestó:

–Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo.

Dicho esto fue a llamar a su hermana María y le dijo en voz baja:

–El Maestro está ahí y te llama (Jn 11,1-28).

Muchas mujeres se identifican con la Marta del relato de Lucas (cf. Lc 10,38-42), aquella ama de casa que recibió a Jesús en su casa y trabajaba en la cocina mientras su hermana María escuchaba las palabras de Jesús sentada a sus pies.

El texto opone a las dos hermanas y la tradición lo entendió en el sentido de una oposición entre la vida contemplativa, representada por María, y la vida activa, representada por Marta.

Pero, ¿acaso ésta es la única imagen bíblica de Marta? No; en realidad, el retrato que nos pinta el cuarto evangelio (cf. Jn 11,10-44) es en extremo positivo. Nos la presenta como una discípula de fe muy fuerte106.

Según el cuarto evangelio, en las comunidades cristianas, la categoría fundamental es la del discipulado. Discípulo es aquél que sigue al maestro, cree en Jesús y debe vivir en el servicio gratuito y en el amor, dando testimonio de Jesús, que nos amó hasta el último instante de su vida (cf. Jn 16,1). Por la práctica del agapé, todos sabrán que son discípulos de Jesús. Para la comunidad, la máxima autoridad era el «discípulo amado» que habría sabido amar y, por tanto, vivir la fe de forma adecuada107.

Como vimos anteriormente por el relato de la samaritana, la idea de discípulo incluye tanto a hombres como a mujeres. Schüssler Fiorenza dice que «las mujeres mencionadas en el cuarto evangelio son modelo de discípulos, tanto para los hombres como para las mujeres»108. Y Brown entiende que debía ser escandaloso que el evangelio de Juan diese un papel tan prominente a las mujeres109. (cf. Jn 2: María (madre); Jn 4: la samaritana; Jn 11: Marta; Jn 12: María de Betania; Jn 20: María Magdalena).

Es interesante ver cómo nos presenta el cuarto evangelio la familia de Betania: Jesús amaba (agapán) a Marta, a su hermana y a Lázaro. Parece que, cuando iba a Jerusalén, se hospedaba en esta casa (cf. Mc 11,11; 14,3)110. Allí se sentía en familia, en la «nueva familia» de quienes hacen la voluntad del Padre (cf. Mc 10,28-30). Ellos son sus discípulos y Jesús es su Maestro.

El evangelio nos cuenta que cuando Jesús sabe de la muerte de Lázaro a quien amaba (aquí el evangelista utiliza la palabra agapán), se puso tan triste que lloró (cf. Jn 11,35), lo que demuestra la profunda amistad y la sensibilidad de Jesús111.

En esa experiencia de amistad, de amor, se va produciendo un encuentro basado en la revelación y en la acogida de las personas, que proporciona un conocimiento mutuo, un reconocimiento de lo que cada una de ellas es en el fondo de sí misma. De este modo, se va revelando el misterio de cada uno. En este ambiente de Betania, en compañía de esas personas a las que amaba y que lo amaban, Jesús hablaba de sí mismo, del Reino, de las alegrías y dificultades que iba experimentando, así como también escucharía a sus amigos.

Tal vez esa historia de convivencia, esa historia familiar, esa experiencia de diálogo que profundiza la comunión sea la que prepara la revelación de Jesús a Marta, así como la profunda fe que ella manifiesta.

El texto nos dice que, al saber que Jesús llegaba, ella corre a su encuentro, en contra de las reglas de la hospitalidad, que imponían esperar a que el huésped llegara a la casa. A pesar de que hacía tres días que Lázaro había fallecido, espera ansiosa y confiada, que Jesús actúe (Marta revela aquí que participa de la fe de su pueblo en la resurrección de los muertos en el último día). En el diálogo con Jesús se produce una profundización de su fe.

En contra del estilo del cuarto evangelio, en el que Jesús lleva siempre la iniciativa del diálogo, es ella quien lo inicia. Se nos presenta como una persona llena de vida, de fe, con iniciativa, decidida, llena de esperanza.

Aunque en la fuente original el centro del relato estuviese ocupado por el milagro de la resurrección de Lázaro, el evangelista situó el diálogo y la confesión de fe de Marta en el centro del texto112. En realidad, lo más importante de la narración no es la resurrección de Lázaro, sino la afirmación de que aquél que va a morir (Jesús) es la resurrección y la vida y que quien cree en él y ama a los hermanos ya ha pasado de la muerte a la vida. Así entendida, la resurrección de Lázaro es un signo de la resurrección de Jesús.

Después de decirle a la samaritana que era el Mesías esperado, pone de manifiesto a Marta de qué tipo de Mesías se trata: el que da la vida y la vida nueva: «Yo soy la resurrección y la vida: el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá…; no morirá nunca» (Jn 11,25).

Esta revelación que hace Jesús a una mujer es el culmen de su ministerio público.

«La cuestión de la plenitud de vida que da y promete el revelador se aclara a lo largo del evangelio. El vino, el agua, el pan, la luz, el camino, la vida, la puerta, la palabra, son esenciales para la vida humana, pues sin ello la gente parece»113.

Marta no confiesa su fe mesiánica como reacción ante un milagro (cf. Bartimeo) ni como reacción ante una afirmación sobre ella (cf. Jn 4: la samaritana), sino como respuesta a la revelación y al desafío que Jesús plantea a su fe: «¿Crees esto» (Jn 11,25b)114.

Siendo la teología el discurso racional sobre la fe, el sentido reflexionado de la fe, la respuesta de Marta ante la revelación de Jesús sintetiza la cristología de los evangelios: la elección, la filiación, la encarnación, el denso núcleo de la fe: Jesús es el revelador que bajó del cielo, el enviado del Padre para que los hombres tengan vida (cf. Jn 10,10).

En su forma de proclamar la fe, ella revela el proceso de reconocimiento de Jesús: «Sí, Señor (kyrios); yo creo que tú eres el Cristo (Mesías)…», títulos que los Sinópticos atribuyen a Jesús hasta reconocerlo como Hijo de Dios, en lo que el cuarto evangelio funda su elevada cristología del enviado: el Hijo de Dios que vino al mundo. Ella sintetiza la fe mesiánica de la comunidad, así como es su portavoz en calidad de «discípula amada» de Jesús.

El cuarto evangelio pone la profesión de fe que los Sinópticos adjudican a Pedro (cf. Mt 16,15-19: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo») en boca de una mujer. Es el clímax de la revelación y de la proclamación de fe. Marta aparece como una persona de fe adecuada. «Representa la fe apostólica plena de la comunidad joánica, papel análogo al desempeñado por Pedro en la comunidad de Mateo»115.

Al expresar su profesión de fe, además de realizar una poderosa síntesis teológica, Marta hace una profecía trinitaria, pues el soplo del Espíritu hace posible el reconocimiento de Jesús y su proclamación como Señor (cf. 1 Cor 12,3), lo que permite la comprensión y la expresión del significado de Jesús; por eso, cuando ella dice: «Tú eres el Mesías», se refiere al Hijo; cuando dice hijo de Dios, se refiere al Padre, y por último, cuando dice que vino al mundo, se refiere al Espíritu, por cuya acción existe vida en el mundo y se encarnó Jesús116.

Lo más importante es que su confesión de fe se repite al final del evangelio en Jn 20,31, cuando el evangelista expresa la finalidad por la que escribe el evangelio: «Hemos escrito éstas (las señales) para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y con esta fe tengan vida gracias a él».

Esta declaración resumida, tal vez sea la conclusión de la fuente de las señales. De ahí puede imaginarse que el evangelista colocara deliberadamente esas palabras provenientes de su fuente en boca de Marta, como clímax de la profesión de fe de la «discípula amada con la intención de identificarla como autora del libro»117. Como hasta la fecha no sabemos quién es el autor o autora del cuarto evangelio, se trata de una suposición que no puede ser demostrada ni refutada, históricamente hablando118.

Para concluir, podríamos decir que el cuarto evangelio no conjuga oposiciones, sino complementariedad. De la historia de la convivencia de la familia de Betania, Marta y María no se oponen entre sí, como indica Lucas (cf. Lc 10,38-42), sino que ambas manifiestan actitudes de discípulas.

Marta, tras recibir la revelación y después de expresar su fe en Jesús, comparte esa alegría con su hermana María (cf. Jn 11,20), así como Andrés y Felipe llaman a Pedro y a Natanael.

El cuarto evangelio presenta a Marta como diákonos (cf. Jn 12,1). Algunos exégetas encuentran que la única función establecida en la comunidad joánea era la diakonía, por lo que «se presenta a Marta ejerciendo este ministerio»119.

Marta, primera teóloga, escucha la revelación, responde con su fe en una profesión magistral y parte para servir a la comunidad. Esa articulación del escuchar y del hacer, quedará más clara a continuación.

 

María de Betania: práxis de la auténtica discípula

Como vimos antes, el cuarto evangelio no muestra una oposición entre ambas hermanas, como hace el texto de Lucas (cf. Lc 10,38-42), sino la complementaridad. Aunque, en el texto de Jn 11,1-44, María quede en segundo plano, en Jn 12,1-8 aparece en primero. «Mientras Marta de Betania es la responsable de la primera expresión de la fe cristológica de la comunidad, María de Betania ejemplifica la praxis correcta del discípulo»120.

El relato de Lc 10,38-42 la presenta como discípula sentada a los pies de Jesús, escuchando sus enseñanzas121. Esta era la actitud propia de los discípulos de los rabinos, del mismo modo que Pablo aparece sentado a los pies de Gamaliel, escuchando sus enseñanzas (cf. Hch 22,3).

El texto nos dice que Jesús no sólo acepta que ella esté a sus pies, sino que aprueba su actitud, como vemos en la respuesta que da a Marta: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará» (Lc 10,41-42). Esa parte consiste en escuchar la palabra y ponerla en práctica. De este modo, se participa en la vida de Jesús, en lo que es definitivo y que nadie puede quitar. J. Dupont nos dice que la actitud de María está vinculada a quienes consagran su tiempo y sus fuerzas al estudio de la Palabra de Dios122.

La palabra que escucha María es comprometedora y exige que salga de sí para ponerse al servicio de los demás.

Esto parece ser lo que nos revela el relato de Juan (cf. Jn 12,1-8). El texto dice que María unge los pies de Jesús con sus lágrimas y los enjuga con sus cabellos. Esa actitud tan extraña debe tener alguna explicación. Normalmente, se ungía el rostro de una persona para perfumarla, pero la unción de los pies sólo se hacía después de la muerte, como ya vimos; por eso, ¿tendría acaso otro significado este hecho tan extraño en apariencia?

Como vimos, el cuarto evangelista toma elementos del relato de la pecadora (cf. Lc 7,22-28) que moja los pies de Jesús con sus lágrimas y los enjuga con sus cabellos, del mismo modo que toma elementos de la unción de Mc 14,3-9, en donde la mujer anónima unge la cabeza de Jesús. María moja los pies de Jesús con perfume y los enjuga con sus cabellos, quedando la casa llena del aroma de este perfume123. De este modo, ella expresa de forma radical su amor y su humildad. ¿Acaso con este gesto el evangelista quisiera hacer un anuncio de la última cena de Jesús, en la que él lava los pies de los discípulos y los seca con una toalla? Así, ella se anticiparía a la recomendación que Jesús hace a los discípulos para que se lavasen unos a otros los pies, con el fin de significar la praxis del agapé, que debe ser la práctica de todo verdadero discípulo.

Llevando a cabo esa acción, por la que se reconocería a los discípulos de Jesús, el autor quiere presentarla como discípula amada que supo creer y amar.

Podemos resaltar también que parece haber un paralelo entre la posición de María y la de Judas en las cenas de unción. Parece que el evangelista procura poner en evidencia la diferencia entre la auténtica discípula María de Betania, y la infidelidad del discípulo Judas Iscariote124.

Para concluir, los relatos estudiados sobre Marta y María nos revelan que, para ser discípulos, necesitamos escuchar la revelación y actuar, de acuerdo cada uno con su identidad y sus carismas.

Marta aparece como diákonos, preocupada por las necesidades de la comunidad y de los huéspedes, persona decidida que actúa e interpela, siempre confiada y llena de esperanza. Al mismo tiempo que recibe la suprema revelación de Jesús, profesa su fe y la fe de la comunidad creyente. Y, no pudiendo guardar para sí algo tan grande, llama a su hermana, para que lo comparta con ella y, de ese modo, su felicidad sea completa (cf. 1 Jn 1,1-4).

María, de temperamento más tímido, se pone a escuchar, ejecutando después una acción profética que será el símbolo de lo específico cristiano: el servicio, agapé, a los hermanos. Ambas ilustran la forma integral de ser discípulo, articulando el oír y el hacer, irradiando así la fragancia por toda la casa, de modo que lo que hiciera fuera conocido en todo el mundo.

Sabían que escogían la mejor parte y ésta, hicieran lo que hicieran, no les sería quitada.

 

Resumen

Al releer estos textos, nos damos cuenta de que las mujeres desempeñaron un papel esencial en el movimiento de Jesús. Tienen, por tanto, una historia y una tradición que no puede pasarse por alto.

Los textos de los evangelio ponen en evidencia que cumplen los criterios formulados por Lucas (Hch 1,21) y por Pablo (cf. 1Cor 9,4) para ser discípulos: estuvieron con Jesús desde los orígenes de su misión en Galilea y fueron testigos de la Resurrección.

Las mujeres realizaron una experiencia transformadora mediante su relación con Jesús, convirtiéndose en personas realmente humanas, recuperadas y dignificadas, que descubrieron sus potencialidades y las pusieron al servicio del Reino con toda alegría, esperanza y pasión.

La promoción de la mujer constituye un aspecto particular del evangelio en lo que tiene de más esencial, la Buena Nueva anunciada a los pobres: los desheredados, los rechazados, los enfermos, los marginados: las mujeres, los niños, los paganos y los pecadores. Aquéllos y aquéllas que aparentemente carecían de futuro, a quienes nadie ama, son los preferidos de Jesús y a partir de él, comienzan a tener esperanza.

Por eso, las mujeres lo seguían y le servían y, en esta experiencia, fueron descubriendo quién era Jesús y profundizando en el descubrimiento de su propia identidad: profeta, Mesías, Kyrios. Comienzan a proclamarlo tímidamente a través de las unciones, para hacerlo después de forma explícita bajo el soplo del Espíritu. Ellas lo aman y ponen en peligro su vida por él, en una entrega y desprendimiento totales. Parten para anunciarlo a los otros, amigos y extranjeros, pues la alegría de haberlo encontrado era tan grande que tenían que comunicarlo para que otros compartieran esa misma alegría. Le acompañan en sus sufrimientos y en su muerte, y descubren que está vivo. Se convierten en las primeras mensajeras de la buena nueva: el amor es más fuerte que la muerte. ¡Jesús vive! La muerte ya no es la última palabra. La vida vivida con amor es más fuerte que la muerte. Por eso, dedican sus vidas al anuncio de aquél que es la vida. Dedicación desprendida de quienes tienen la convicción profunda de haber escogido la mejor parte que nadie puede quitarles.

 

 

 

Capítulo IV

Algunas consecuencias

teológicas y pastorales

Consecuencias para el movimiento

de Jesús y la Iglesia naciente

A través de todas estas lecturas, descubrimos que el sexismo de la Sagrada Escritura no es inherente al mensaje. Ponen de manifiesto que la revelación bíblica asumió la forma y se expresó mediante estructuras y expresiones androcéntricas y patriarcales. Pero el Dios que revela Jesucristo es un Dios liberador, aspecto que queda desvelado por su comportamiento. La forma de relacionarse Jesús, revelando la igual dignidad de todos los seres humanos llamados a una idéntica vocación de hijos de Dios no podía dejar de sacudir todas las segregaciones vividas en Palestina. Dios no puede soportar la opresión, la minusvaloración, la marginación y la segregación de ninguno de sus hijos. Ante él, todos son iguales. Esa experiencia de igualdad que vivieron las personas con Jesús se cifrará en la fórmula que San Pablo expresa en Gal 3,28: «Ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón y hembra, pues ustedes hacen todos uno, mediante el Mesías Jesús». En el mundo de Dios, los hombres y las mujeres dejan de estar en las relaciones de dominación y dependencia patriarcales para ser personas que viven en presencia del Dios vivo.

Si para Dios existe esta igualdad, esa misma debería existir en la comunidad que quiere ser su anunciadora, que debería ser una comunidad sin opresiones ni marginaciones.

En realidad, así parece haber ocurrido en la iglesia naciente, como nos revela Hch 1,14-15, narrando la experiencia de la primera asamblea cristiana en Pentecostés, en la que todos, hombres y mujeres, reciben el bautismo del Espíritu.

También en Hch 8,12, se comprueba que el rito de iniciación cristiana es tanto para hombres como para mujeres, difiriendo del judaísmo, como vimos antes, en el que la circuncisión estaba reservada a los varones.

Por tanto, en la primera fase de la actividad misionera de la comunidad recién formada, dentro de la esfera cultural grecoromana, la concepción del ministerio como servicio no está restringida a un solo sexo. La difusión del mensaje es tan importante que toda ayuda es bienvenida (cf. Hch 2,17-18, en donde se muestra de manera explícita que «sus hijos e hijas…, mis siervos y siervas… profetizarán»). Es interesante señalar que incluso cambia el lenguaje: No se utiliza «hombres» en el sentido genérico en el que lo emplean los evangelios, sino «hombres y mujeres» (cf. Hch 1,14; 5,14; 8,3.12).

En realidad, los textos nos muestran que, en la iglesia primitiva, hombres y mujeres «han trabajado tanto por el Señor» (cf. Rm 16,6.12), así como «luchando» lado a lado para colaborar en la construcción del Reino (cf. Fil 4,2-3).

Tenemos testimonios que acreditan que las mujeres desempeñaban funciones de liderazgo (cf. Rm 16,7: Junia, a quien Pablo llama «apóstol»; Rm 16,1-3: Febe, llamada diakonos y prostatis, o coordinadora, títulos que Pablo atribuye a Apolo y a sí mismo: cf. 1 Cor 3,5-9). Ejercieron funciones misioneras de acuerdo con el precepto de Lucas de ir de dos en dos a anunciar, como Prisca y Aquila (cf. 1 Cor 16,19 y Rm 16,5). Prisca y Aquila participaron en la misión entre los gentiles junto con Pablo, Bernabé, Timoteo y Apolo. Prisca aparece mencionada cuatro veces delante de su marido, lo que atestigua su liderazgo. Pablo llama al matrimonio cooperadores. Su casa era un centro misionero en Corinto (1 Cor 16,19), Efeso (Hch 18,18), Roma (Rm 16,5).

Además de éstas, aparecen mencionadas mujeres que eran jefas de iglesias domésticas, como Lidia de Tiatira (cf. Hch 1,4), Ninfa de Laodicea (cf. Col 4,15), Cloe (cf. 1 Cor 1,11).

Por estos detalles descubrimos que en la iglesia naciente, seguía vigente la situación igualitaria inaugurada por Jesús. Pero el proceso de adaptación cultural, el retraso de la Parusía y la institucionalización eclesial limitaron el papel y la influencia de las mujeres. En el siglo II, la situación era ya diferente.

No obstante, el redescubrimiento de lo que ellas hicieron sirve para estimular a las mujeres en la lucha contra cualquier tipo de opresión: pobreza, machismo o estereotipo. El texto bíblico es fuerza de salvación. Por eso, es preciso redescubrir y proclamar lo que tiene de liberador.

La lucha de la mujer para conseguir un puesto de compañera, hombro con hombro con el hombre, no puede desarrollarse ya en situación de inferioridad y de sometimiento, sino que tiene fundamento y legitimidad teológicos. Podemos interpretar la praxis de Jesús, en la que imperaba la igualdad entre hombre y mujer. Con Jesús, la mujer se redescubre cara a cara como compañera del hombre, en cuanto a su dignidad de ser, su actuar con él en pie de igualdad, a imagen de Dios.

 

Consecuencias Pastorales

para la Iglesia de Hoy en América Latina

En la América Latina hoy, la teología, relee la Biblia y la Tradición con la finalidad de descubrir una luz para la realidad que padecemos. En nuestro caso, la situación de opresión y marginación en la que siempre han vivido nuestras mujeres.

Nuestro pueblo es extremadamente religioso y las mujeres de forma especial. Para ellas, Dios se experimenta en la realidad de cada día y en las esperanzas de un futuro mejor. La catequesis tradicional transmitió que quien sufre en esta vida, disfrutará de una vida mejor en la eternidad. Hoy día, tratando de vivir la fe de modo más encarnado, se hace hincapié en que, para corresponder al Dios de vida que se reveló en Jesucristo, tenemos que luchar para transformar esta vida y este mundo en algo más digno para la persona humana, pues esto es lo que agrada a Dios, en esto consiste la correspondencia al plan de amor de Dios.

Una práctica religiosa que ha ayudado mucho en esta encarnación de la fe está constituida por los Círculos Bíblicos, en los que las personas comparten la vida y la fe y articulan ambas mediante la lectura y la relectura de la Palabra de Dios.

Es interesante señalar el papel de liberación religiosa y de toma de conciencia personal y social que se comprueba en las mujeres de los medios populares (las más oprimidas entre las oprimidas) a medida que, participando en los Círculos Bíblicos, así como en los Clubes de Maes («Clubes de Madres»), van descubriéndose como personas y comienzan a participar más en la comunidad.

En realidad, empiezan a hacer una experiencia de igualdad. La igualdad es un fruto del Espíritu Santo pues el ser humano tiende a dominar (cf. Mc 10,42-45). Esta experiencia tiene su referencial simbólico en la experiencia que las mujeres judías hicieron en el movimiento de Jesús.

A través de la lectura de la Biblia y de la vida, descubren que pueden pensar por sí mismas y expresar sus opiniones. Se dan cuenta de que tienen los mismos problemas y pueden ayudarse mutuamente. De esa solidaridad nace la unión que va a permitir que comiencen a luchar para mejorar su vida, reclamando centros de salud, guarderías infantiles comunitarias, material escolar, etc.

En la interrelación que se establece a través de los encuentros se van descubriendo como personas, seres humanos con dignidad, criaturas amadas de Dios.

En lenguaje bíblico, diríamos que «se levantan», «se sienten curadas» y salen «para servir» (cf. Mc 1,23-28).

Las mujeres se descubren como personas en la convivencia dentro de las comunidades y comienzan a «servir» en pie de igualdad con los hombres, asumiendo muchas veces papeles de liderazgo. Vemos esto en las Comunidades Eclesiales de Base, en las que tienen un papel fundamental en su organización y en la animación de la comunidad. Participan en los encuentros comunitarios, en las asociaciones para la construcción de viviendas, en los movimientos de los sin-tierra, en los sindicatos y en los partidos.

El hecho de que la mujer conserve nueve meses dentro de sí a una criatura parece que amplía su cuerpo. La imagen de la mujer latinoamericana es la de un ser con un hijo en la barriga, un niño en brazos, otro llevado de la mano, otro agarrado a la falda… Es una imagen de vida abundante. El quehacer teológico de la mujer quiere ser solidario, fruto de la compasión, de la total identificación con la situación del otro, quiere ser un servicio para que esta vida abundante sea una vida en abundancia, una vida digna de ser vivida por todos los hijos e hijas de Dios. Como María Magdalena, la mujer está llamada a ser testigo de la resurrección y a desmentir el triunfo final de la muerte que limita la vida. Ser testigo de la vida en medio de la desesperanza y de las derrotas, proclamando y construyendo caminos de esperanza.

La mujer que genera la vida, acoge la vida, protege la vida y lucha por la vida de todas las formas para que todos puedan «tener vida», como nos vino a mostrar aquél que es el «camino, la verdad y la vida» (cf. Jn 14,6), y de este modo, es verdadera discípula que sigue al Maestro.

Además de descubrir al Dios liberador, al llegar a conocer el papel que las mujeres desempeñaron en la Biblia1, tanto en el Antiguo Testamento como en el movimiento de Jesús y en la comunidad primitiva, se sienten estimuladas y descubren una dignidad nueva que redobla sus fuerzas para luchar a favor de una vida más plena para todos. Es como si brotara una nueva esperanza de este rescate del pasado, de la reflexión sobre el papel de sus hermanas en el Pueblo de Dios (Israel e Iglesia), mostrando que ellas tienen un lugar en el plan de Dios, lugar que no es secundario ni de pecadoras por excelencia, sino un lugar y un espacio igual al que siempre tuvieron los hombres. Esto les da fuerza y energía para luchar con el fin de modificar el presente y sirve de muelle propulsor para crear un futuro nuevo.

Ese futuro será gestado mediante la colaboración de hombres y mujeres iguales, partícipes y compañeros, que conseguirán transformar el mundo, la iglesia y la teología a través del amor, del agapé, que hace que se establezca la fraternidad y la comunión que permiten el retorno de la humanidad al propio seno de amor que es Dios. El amor fraterno completa el círculo de las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu y sus seguidores e instituye entre ellos una comunión cuyo fundamento es el amor de Dios, como ley intrínseca, la permanencia en este amor. El amor es la visibilización de Dios en este mundo2.

 

 

 

Notas

1 Cf. L. SWILDER, cit en R. RUETHER Religión and Sexism. Nueva York, Simon and Schuster, p. 19. El autor dice: «Poco a poco, la Iglesia pierde su esperanza de la llegada del Reino de Dios y se adapta a las costumbres del mundo. La Iglesia de siglos después, cuando pierde de vista la visión de que la parusía esté próxima, pierde también la teología que permitía vivir en igualdad».

2 Cf. R. LAURENTIN, «Jesus e as mulheres, uma vevoluçao ignorada». Concilium, 154, 1980, p. 84.

3 Cf. TACITO, cit. en J. M. AUBERT, La mujer. Antifeminismo y cristianismo, Barcelona, Herder, 1976, p. 42.

4 E. SCHÜSSLER FIORENZA: «Quebrando o silêncio: a mulher se torna visivel», en Concilium, 202, 1985, p.9, en donde la autora elabora el tema de que la Sagrada Escritura presenta a la Iglesia como «esposa de Cristo», como madre y, aunque presentada como femenina, la Iglesia es personificada y gobernada por padres y hermanos. Por eso, cuando decimos «Iglesia católica», ¡tenemos presentes al Papa, a los obispos, los párrocos, cardenales y monseñores!

5 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA: Bread not stone, Boston, Beacon Press, 1984, p. XIV. «El patriarcado, entendido en el sentido aristotélico, no sólo es el dominio del hombre sobre la mujer, sino un sistema masculino de dominación y subordinación, autoridad y obediencia, gobernantes y gobernados en la familia y en el estado. Mujeres, niños, esclavos y propiedades eran posesiones y estaban a disposición del cabeza de familia griego libre».

6 Elza TAMEZ e Ivone GEBARA se ocupan de estos aspectos desde la perspectiva de América Latina.

7 A. DWORKIN, cit en E. SCHÜSSLER FIORENZA: Bread… p. XIII.

8 La palabra «feminista» pretende poner de manifiesto una ruptura con el estereotipo creado por el hombre.

9 E. SCHÜSSLER FIORENZA, «Quebrando o silêncio…», p. 9.

10 Cf. Id., Bread…, p. 15.

11 Cf. ibíd., p. XIII.

12 Ibíd.

13 El término «sororidad» es español, aunque su significado no se corresponde con el de «fraternidad», sino con: «asociación de mujeres». No obstante, lo utilizamos porque traduce a la perfección el mensaje que pretende comunicar la autora y no disuena en español ni por su raíz latina ni por la misma existencia del vocablo. Mary Daly utiliza sisterhood de sister, hermana y no brotherhood de brother, hermano. Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1989 p. 60 (N. de T.).

14 Cf. L. SWIDLER, en «Jesus was a feminist», en Cathlic World, 212, enero 1971, pp. 177-183, dice que Jesús fue el primer feminista de la historia, si entendemos por feminismo lo que defiende la igualdad fundamental de la mujer con el hombre, considerándola como persona humana igual al hombre y oponiéndose a los mecanismos que la hacen o transforman en objeto.

15 Cf. J. SOBRINO: «O aparecimiento do Deus da vida em Jesus de Nazaré», en VV.AA.: A luta dos deuses, São Paulo, Paulinas, 1984, p. 106.

16 Cf. Ibíd., p. 108.

17 C. MESTERS: Flor sem defesa, Petrôpolis, Vozes, 1983, p. 59.

18 Cf. E. CADY en STANTON, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA: En memoria… p. 37.

19 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA: «Quebrando o silêncio…», p. 10.

20 Nos gustaría llamar la atención sobre el dato siguiente: los exegetas entienden gramaticalmente los términos masculinos como «elegidos», «santos», «hermanos» o «hijos» en cuanto expresiones genéricas, que designan a todos los miembros de la comunidad cristiana, tanto hombres como mujeres. Sin embargo, cuando se refieren a títulos de dirigentes, por ejemplo, «apóstoles», «profetas», «instructores», «diáconos», suponen de antemano que estos términos sólo se aplican a los hombres, a pesar de los casos evidentes que aparecen en el Nuevo Testamento en los que esos títulos se aplican a mujeres (cf. Rm 16,1, en donde se alude a Febe como diakonos), cf. E., SCHÜSSLER FIORENZA: En memoria…, p. 81.

1 Cf. O. MULLER, artículo «seguimiento», en Diccionario teológico del Nuevo Testamento. (D.T.N.T.) vol. IV, p. 176.

2 Cf. KITTEL, artículo «mathetés», en Grande Lessico Nuovo Testamento (G.L.L.N.T.), vol. VI, p. 1.194.

3 En los diccionarios revisados sólo se consideran discípulos casi exclusivamente a los «hombres».

4 Cf. ibíd., p. 1.188.

5 Cf. ibíd., p. 1.194. Cf. B. RIGAUX. «O radicalismo do Reino», en VV.AA.: A pobreza evangélica, São Paulo, Paulinas, 1976. p. 140.

6 Cf. ibíd., p. 1.195.

7 Cf. ibíd.

8 Cf. O. MÜLLER, op. cit., p. 176.

9 Cf. ibíd., p. 175; cf. C. PALÁcio: Jesus Cristo: História e interpretaçao, São Paulo, Loyola, 1979, p. 117.

10 Cf. ibíd., p. 118.

11 Cf. O. MÜLLER, op. cit., p. 179.

12 Cf. KITTEL, op. cit., p. 1.196.

13 Cf. E. WECHSLER, cit. en KITTEL, op. cit., p. 1.197.

14 O. MÜLLER, op. cit., p. 179. Esta cuestión de los «doce» es muy importante, pero en este trabajo no nos ocupamos del ministerio ordenado.

15 Cf. BORNHAMM, cit. en O. MÜLLER, op. cit., p. 188.

16 Cf. C. PALÁCIO, op. cit., p.120.

17 Cf. KITTEL, op. cit., p.1.199.

18 Cf. KITTEL, artículo «akoloutheo», en G.L.N.T., vol. I, p. 567.

19 Cf. MOULTON y GEDEN, cit. en T. MÜHLING: O seguimento e seu significado cristológico, tesis de licenciatura, PUC/RJ, 1979.

20 O. MÜLLER, op. cit., p. 183.

21 M. HENGEL, cit. en B. RIGAUX, op. cit., p. 138.

22 Cf. KITTEL, op. cit., p. 568.

23 Cf. O. MÜLLER, op. cit., p. 167. Cf. C. PALÁCIO, op. cit., p. 116.

24 Cf. O. Müller, op. cit., p. 168 y C. Palácio, op. cit., p. 117.

25 Cf. B. RIGAUX, op. cit., p. 141 y C. PALÁCIO, op. cit., p. 118.

26 GRUNDMANN, cit. en MÜHLING, op. cit., p. 37.

27 KITTEL, op. cit., p. 570.

28 O. MÜLLER, op. cit., p. 170.

29 Cf. KITTEL, op. cit., p. 571.

30 G. BORNKAMM, Jesús de Nazaret, Salamanca, Sígueme, 4ª ed., p. 156.

31 S. KIERKEGAARD, cit. en DAHN, vol. IV, D.T.N.T., p. 105.

32 Cf. KITTEL, op. cit., p. 574.

33 Cf. ibíd., p. 578.

34 BULTMANN, cit. en O. MÜLLER, op. cit., p. 185.

35 BLENDIGER, cit. en DAHN, op. cit., p. 174.

36 Cf. PALÁCIO, op. cit., p. 119.

37 Id., cit. en T. MÜHLING, op. cit., p. 7.

38 Cf. A. GARCÍA RUBIO, Unidade na puralidade, en presan.

39 CONZELMANN, cit. en O. MÜLLER, op. cit., p. 199.

40 Cf. HESS, artículo «servicio» en D.T.N.T., vol. IV, p. 212.

41 Cf. ibíd.

42 Cf. KITTEL, artículo «diakoneo», en G.L.N.T., vol. II, p. 957.

43 Ibíd., p. 958.

44 Cf. ibíd., p. 960.

45 Cf. HESS, op. cit., p. 214.

46 Cf. ibíd.

47 Cf. ibíd.

48 Cf. Constituciones Apostólicas, cit. en W. CROCE, «Histoire du diaconat», en WINNINGER y CONGAR, Le diacre dans l’Eglise et le monde d’aujourd’hui, París, Cerf, 1966, p. 29.

49 KITTEL, op. cit., p. 980.

50 Cf. W. CROCE, op. cit., p. 61.

51 L. COENEN, artículo «servicio», en D.T.N.T., vol. IV, p. 221.

52 Cf. KITTEL, artículo «orao», en G.L.N.T., vol. VIII, p. 886s.

53 Cf. id., p. 888; cf. también K. DAHN, artículo «ver, aparecerse», en D.T.N.T., vol. IV, p. 325.

54 Cf. ibíd., p. 891.

55 Cf. ibíd., p. 892.

56 RUDBERG, cit. en KITTEL, id., p. 896.

57 Cf. DAHN, op. cit., p. 327.

58 Cf. KITTEL, op. cit., p. 914.

59 Cf. DAHN, op. cit., p. 327.

60 Cf. KITTEL, op. cit., p. 925.

61 BULTMANN, cit. en K. DAHN, op. cit., p. 329.

62 Cf. ibíd.

63 Cf. ibíd., p. 330.

64 Cf. C. PALÁCIO, op. cit., p. 145.

65 MICHAELIS, cit. en DAHN, op. cit., p. 331.

66 Creer de modo adecuado, ya que todo el cuarto evangelio plantea el problema de la fe inadecuada e insuficiente.

67 Cf. ibíd.

68 W. MÜNDLE, en D.T.N.T., artículo «oir», vol. III, p. 205.

69 KITTEL, en G.L.N.T., artículo «akouo», vol. I. p. 588.

70 Cf. MÜNDLE, op. cit., p. 25.

71 B. RIGAUX, op. cit., p. 142.

72 Cf. W. MÜNDLE, op. cit., p. 591.

73 Cf. ibíd., p. 594.

74 Cf. KITTEL, op. cit., p. 209.

75 «Ob audire sería la traducción, en términos existenciales, de la dependencia ontológica en el interior de la Trinidad, del acto por el cual el Hijo recibe sin interrupción su ser de amor del Padre». Cf. BALTHASSAR, cit. en PALÁCIO, «Tipologías de obediência em algumas cristologias atuais», en Concilium, 159 (noviembre 1980), p. 1.167.

76 Cf. PANNENBERG, cit. en PALÁCIO, art. cit. p. 1.163.

77 Cf. ibíd., p. 1.168s.

78 Cf. G. GUTIÉRREZ, Beber en su propio pozo, Salamanca, Sígueme, 1984, p. 60.

79 Cf. PALÁCIO, «Tipologías…», p. 1.169.

80 Cf. EICKEN/LINDNER, cit. en D. Müller, artículo «apóstol», en D.T.N.T., vol. I, p. 139. Cf. también KITTEL, artículo «apostello», en G.L.N.T. vol. I, p. 1.064.

81 KITTEL, op. cit., p. 1.065.

82 Cf. ibíd., p. 1.065.

83 Cf. O. MÜLLER, op. cit., p. 139.

84 SCHMITALS, cit. en O. MÜLLER, op. cit., p. 139.

85 No obstante, para Lucas, esta palabra se refiere sólo a los Doce, mientras que, para Pablo, el grupo es más amplio, incluyéndose a sí mismo en él, así como a Apolo, Junias y Andrónico (Rm 16,7).

86 Cf. ibíd., p. 140. «En sus orígenes, el mandato misionero estaba esencialmente unido al apostolado de la iglesia primitiva. Según opinan algunos autores, es difícil creer que los doce discípulos, con su significación escatológica como representantes de las doce tribus de Israel, estuvieran vinculados con Jesús de modo casi fijo. Es, pues, muy poco probable que el mismo Jesús, antes o inmediatamente después de su resurrección, los constituyera en apóstoles, en el sentido en el que se entendió posteriormente este oficio. Argumentan diciendo: ¿cómo es posible que un grupo de discípulos que recibiera de Jesús tal autoridad perdiera su posición de superioridad después de la época del concilio de los apóstoles, de manera que no se supiese quiénes eran los Doce? ¿Cómo habrían podido silenciarlo Marcos, Mateo y Juan?» (Cf. ibíd., p. 145).

87 Cf. R. BROWN, La comunidad del discípulo amado, Salamanca, Sígueme, p. 64. Cf. también The Gospel according to John, vol. XX, App. I.

88 Cf. J. COMBLIN, O enviado do Pai, Petrôpolis, Vozes, 1979, p. 16.

89 Ibíd., p. 9.

90 Cf. ibíd., p. 12.

91 Cf. R. BROWN, The Gospel… Apéndice I.

 

1 Cf. J. J. BACHOFFEN, cit en L. SWIDLER, Women in Judaism, Metuchen, Scarecrow Press, 1976, p. 7.

2 Cf. ibíd.

3 Cf. CLARK y RICHARDSON, Women and Religion, Nueva York, Harper and Row, 1977, prefacio.

4 Cf. J. NEUSNER, Le judaisme à l’aube du christianisme, París, Cerf, 1986, p. 71.

5 Cf. CLARK y RICHARDSON, op. cit., p. 2.

6 S. N. KRAMER, cit. en L. SWIDLER, op. cit., p. 4.

7 Cf. A. FALKENTEIN, en ibíd.

8 E. BOUZON, O código de Hammurabi, Petrópolis, Vozes, 1980, pp. 17-18, 66-67-68.

9 PIRENNE, en L. SWIDLER, op. cit., p. 7.

10 Cf. L. SWIDLER, op. cit., p. 6.

11 Cf. ibíd.

12 Ibíd.

13 Ibíd.

14 Cf. ARISTOFANES, cit. en OEPKE, artículo «gyné», en G.L.N.T., vol. II, p. 696.

15 Cf. CAF, Commicorum Atticorum Fragmenta, cit. en OEPKE, op. cit.

16 Las hetairas o compañeras eran educadas y participaban del mundo de los hombres. Eran como cortesanas que debían entretener a los hombres con conversaciones interesantes y placeres sexuales. Cf. SWIDLER, op. cit., p. 7.

17 Cf. PLUTARCO, cit., en OEPKE, op. cit., p. 969.

18 Cf. L. SWIDLER, op. cit., p. 8.

19 Cf. E. BOULDING, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 129.

20 Ibíd.

21 Ibíd.

22 Cf. S. MOLLER OKIN, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, op. cit., p. 131.

23 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, op. cit., p. 130.

24 PSEUDO-DEMOSTENES, cit., en OEPKE, op. cit., p. 699.

25 De esta época proceden los extraordinarios frescos de Pompeya. También aparecen en la literatura relatos que expresan alegría y dolor hasta el llanto. Cf. LEIPOLDT, cit. en L. SWIDKER, op. cit., p. 11.

26 FREDIANOEL, en id., p. 14.

27 Cf. PLINIO, en id., p. 15.

28 Cf. L. SWIKLER, op. cit., p. 15.

29 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 131.

30 Sólo al hombre se le consideraba ser racional y sólo él podría crear cultura. Por ser considerada infrarracional por naturaleza, la mujer no podía participar en estos círculos.

31 Cf. el personaje de Atenea en las Euménides de Esquilo, cit. en CLARK y RICHARDSON, op. cit., p. 16.

32 Cf. OEPKE, op. cit., p. 700.

33 Cf. REITZENSTEIN, en id., p. 703.

34 Cf. L. SWIDLER, op. cit., p. 21.

35 Cf. J. HEUGON, cit. en id., p. 22.

36 Cf. L. SWIKLER, op. cit., p. 23.

37 Cf. R. FABRIS y V. GOZZINI, La donna nella esperienza della prima chiesa, Roma, Paoline, 1982, p. 26.

38 Cf. M. ARTHUR, cit., en E. SCHÜSSLER FIORENZA, p. 131.

39 Cf. C. PARVEY, «Women in the New Testament», en R. RUETHER, Religion and Sexism, p. 119.

40 Ibid. Cf. también E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 132.

41 Cf. OEPKE, op. cit., p. 703.

42 Cf. MUSONIUS RUFUS, en id., p. 704.

43 Cf. P. KETTER, cit. en PARVEY, art. cit., p. 118.

44 Cf. S. DILL, en ibíd.

45 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 132.

46 Cf. ibíd.

47 Cf. W. MEEKS, The First Urban Christians, Londres, Yale University Press, 1983, p. 24.

48 C. PARVEY, art. cit., p. 118.

49 MUSONIUS RUFUS, cit. en OEPKE, op. cit., p. 704.

50 Cf. MEEKS, op. cit., p. 24.

51 R. FABRIS y V. GOZZINI, op. cit., p. 26. Cf. también C. PARVEY, op. cit., p. 118.

52 Cf. R. FABRIS y V. GOZZINI, op. cit., p. 28.

53 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 133.

54 Cf. M. ALCALÁ, La mujer y los ministerios en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1982, p. 127.

55 En relación con esta cuestión, véase: L. BOFF, El rostro materno de Dios, Madrid, Paulinas, 1977.

56 Cf. G. von RAD, Genesis, Londres, S.C.M. Press, 1961, p. 95.

57 Cf. M. ALCALÁ, op. cit., p. 129. Puede consultarse, en relación con la relectura de los relatos del Génesis desde el punto de vista de la mujer, el excelente artículo de Phyllis TRIBLE: «Eve and Adam: Gn 2 and 3 Reread», en C. CHRIST y J. PLASKOW (eds.): Womenspirit Risign, Nueva York, Harper and Row, 1979, 74-83.

58 Cf. M. ALCALÁ, op. cit., p. 140; cf. también J. JEREMÍAS, op. cit., pp. 480-488.

59 Cf. P. BIRD, «Images fo women in the Old Testament», en RUETHER, op. cit., p. 56.

60 Cf. J. JEREMÍAS, op. cit., pp. 467-468; MORIN, Jesus e as estructuras do seu tempo, São Paulo, Paulinas, 1984, p. 40.

61 F. DATTLER, en Génesis, São Paulo, Paulinas, 1984, p. 49.

62 Cf. G. von RAD, op. cit., p. 85.

63 Cf. P. TRIBLE, art. cit., p. 74.

64 Cf. G. von RAD, op. cit., p. 98.

65 Ibíd., p. 65.

66 Ibíd., p. 99. Cf. M. NAVARRO, Barro y aliento, Madrid, Paulinas, 1993.

67 Cf. P. BIRD, art. cit., p. 56.

68 Ibíd., p. 60.

69 Ibíd.

70 Ibíd.

71 Ibíd., p. 67; cf. también B. MAC HAFFIE, Her Story. Women in Christian Tradition, Fortress Press, Filadelfia, 1986, p. 9.

72 Cf. P. BIRD, art. cit., p. 68; cf. también MAC HAFFIE, op. cit., p. 8. Véase T. CAVALCANTI y L. WEILER, «As mulheres profetisas no AT», en REB, 46, octubre 1985.

73 Cf. MAC HAFFIE, op. cit., p. 9.

74 Cf. M. ALCALÁ, op. cit., p. 141.

75 Ibíd., p. 142.

76 Con respecto a la magia, véase M. ALCALÁ, op. cit., pp. 142-147.

77 Ibíd.

78 Cf. MAC HAFFIE, op. cit., P. 10.

79 Ibíd.

80 Cf. J. M. AUBERT, Mujer, antifeminismo y cristianismo, Barcelona, Herder, 1976, p. 18. J. JEREMÍAS, op. cit., p. 492, afirma que «en ciertas sinagogas en ambientes paganos, las mujeres recibieron el título honorífico de arquisinagogos –madres de la sinagoga– por el hecho de que las mujeres constituían la mayoría de los miembros de la comunidad judía local».

81 Cit. en MAC HAFFIE, op. cit., pp. 8-9.

82 M. ALCALÁ, op. cit., p. 143. Cf. también J. JEREMÍAS, op. cit., p. 475.

83 C. PARVEY, art. cit., p. 121.

84 Cf. JOSEFO, cit. en J. M. AUBERT, op. cit., p. 20.

85 Cf. J. M. AUBERT, op. cit., p. 21.

86 De esta época es la relectura de Gn 2-3 en la que se da una interpretación extremadamente peyorativa de la mujer. Y esta interpretación inspirará a los Santos Padres y su misoginia. Cf. el excelente artículo de PRUSAK, «Women seductive siren and source of sin», en REUTHER, op. cit., pp. 89-116.

87 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, op. cit., p. 157. Cf. PRUSAK, art. cit., y L. SWIDLER, op. cit., p. 29.

88 Cf. J. M. AUBERT, op. cit., p. 140. Cf. también J. NEUSNER: Method and meaning in Ancient Judaism, Missoula, Scholar Press, 1979, p. 42.

89 Cf. J. JEREMÍAS, op. cit., p. 492, en donde afirma que, en épocas antiguas, las mujeres eran llamadas para leer la Torah, pero es esta época, dicha costumbre había caído en desuso.

90 Cf. J. M. AUBERT, op. cit., p. 18.

91 Cf. J. JEREMÍAS, op. cit., p. 489.

92 Diversos autores llaman la atención respecto a la tendencia a transferir a la época de jesús la imagen de la mujer políticamente influyente de la que hablamos antes: Ester, profetisas, etc.

93 Cf. J. JEREMÍAS, op. cit., p. 489; cf. también J. NEUSNER, op. cit., p. 42.

94 Testamento de Neftalí, cit. en J. J. AUBERT, op. cit., p. 491.

95 Cf. J. JEREMÍAS, op. cit., p. 491.

96 Ibíd., p. 492.

97 Cf. J. M. AUBERT, op. cit., p. 19.

98 Cf. ibíd., Cf. también JEREMÍAS, op. cit., p. 474.

99 J. NEUSNER, op. cit., p. 42; a este respecto E. SCHÜSSLER FIORENZA, op. cit., p. 94, dice que, aunque Neusner plantea preguntas acertadas, no analiza de manera crítica el modelo androcéntrico, pues lo acepta como propio de la naturaleza de las cosas.

100 NEUSNER, cit., en E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 94.

101 Ibíd., p. 150.

102 Ibíd., p. 97.

103 Ibíd.

104 Ibíd.

105 Ibíd.

106 Ibíd., p. 159.

107 Ibíd.

108 Ibíd., p. 150.

109 Cf. J. B. SEGAL, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, p. 162, que afirma que el estatuto de la mujer en la sociedad judía debe haber sido objeto de discusión en los siglos I a.C. y I d.C., y quizá la polarización de las actitudes de los judíos constituyan el ejemplo dicho.

110 Cf. G. THEISSEN, Sociología del movimiento de Jesús, Santander, Sal Terrae, 1979, p. 7.

111 Cf. NEUSNER, op. cit., p. 36.

112 Cf. ibíd., p. 42.

113 Cf. J. M. AUBERT, op. cit., p. 23.

114 Cf. MAC HAFFIE, op. cit., p. 15.

 

1. Cf. V. TAYLOR, Evangelio según San Marcos, Madrid, Cristiandad, 1979, pp. 43 y 633.

2 Cf. E. MALBON, «Fallible followers: Women and men in the Gospel of Mark», en Semeia 28, 1993, pp. 29-48.

3 En conversación con dos exegetas respecto a las mujeres que seguían a Jesús, citaron de inmediato Lc 8,2-8 y me confesaron que nunca se habían fijado en el texto de Mc 15,40-41. Esta circunstancia pone de manifiesto la lectura sexista de la Biblia, inconsciente naturalmente, porque se pasa por los textos en los que se mencionan a las mujeres sin verlos siquiera.

4 Cf. J. MATEOS, Los doce y otros seguidores de Jesús en el Evangelio de Marcos, Madrid, Cristiandad, 1982.

5 Cf. M. MORGEN, «A la naissance de la foi pascale les femmes», en Christus 129, 1986, p. 83.

6 W. MUNRO, «Women disciples in Mark?», en CBQ 44 (1982), pp. 225-241.

7 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 81, en donde la autora llama la atención sobre el hecho de que la Biblia habla más de las mujeres de lo que lo hacen los textos explícitos en que se las menciona, puesto que están incluidas en los términos «pueblo», «multitud», «muchos».

8 Es cierto que lo privado, el interior de las casas, constituía el dominio de la mujer y quizá sólo fuera posible que Jesús las encontrase allí. Resulta interesante que el evangelista mencione tantos encuentros.

9 W. MUNRO, art. cit., p. 234.

10 Cf. J. SCHMITT, «Women in Mark’s Gospel: an early christian view of woman role», en The Bible Today 19, 1981, pp. 228-233.

11 Cf. E. MALBON, art., cit., p. 41.

12 Por ejemplo, M. SCHIERLIF, «Women as leaders in the Marcan Communities», en Listening 15, 1980, pp. 250-256; y J. SCHMITT, art. cit., pp. 228-233, que afirman que las mujeres presentan un modelo positivo de discipulado, en contra del modelo constituido por los discípulos varones, que huyen.

13 Cf. W. MUNRO, art. cit., p. 320; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 187.

14 Cf. E. MALBON, art. cit., p. 29.

15 Cf. J. MATEOS, op. cit., p. 724.

16 Ibíd., p. 187, nota 308.

17 M. HENGEL, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 187.

18 Cf. id., «Women-Apostles: the testament of Scriptures», en A. M. GARDINER, Women and Catholic Priesthood, Nueva York, Paulist Press, 1976, pp. 94-102.

19 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 187.

20 Cf. V. TAYLOR, op. cit., pp. 164, 324, 350-360.

21 Cf. W. MUNRO, op. cit., p. 234.

22 Por ejemplo, la información que nos proporciona sobre María Magdalena, que se reflejará más adelante.

23 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 187. Aunque la utilización de las expresiones «clse media» y «clase alta» sea un anacronismo, en realidad no hacemos sino repetir lo que dicen los autores.

24 Cf. R. LAURENTIN, «Jesus e as Mulheres: uma revolação ignorada», en Conciliu, 145, 1980 (4).

25 Cf. J. ROBINSON (ed.), The Nag Hammadi Library, San Francisco, Harper and Row», 1978, p. 473.

26 BULTMANN, The History of the Synoptic Tradition, Oxford, Blackwell, 1963, p. 274.

27 Cf. W. MUNRO, op. cit., p. 235.

28 Hemos tratado de reproducir de alguna manera lo que pretende comunicar la autora. Nótese que la traducción que damos en este párrafo al texto de Mc 15,40 («mujeres mirando de lejos») difiere algo de la que aparece al principio de la sección («mujeres mirando desde lejos»). En efecto, la traducción de la Nueva Biblia Española transmite el sentido de distancia espacial, mientras que la que aquí damos deja abierta la interpretación de distancia psicológica a la que alude la autora. Con respecto a las frases, tal como aparecen en el original, la traducción al portugués de Mc 15,40 es mulheres olhando de longe, que la autora opone a mulheres de longe olhando. El sentido de la primera sería ambiguo: distancia espacial y psicológica; el de la segunda, sería unívoco: distancia geográfica. La autora conjetura, teniendo en cuenta la perícopa de Lc 23,49, que el autor sagrado aludiría a la distancia geográfica entre Galilea y Jerusalén, recorrida junto a Jesús por las mujeres protagonistas. (N. del T.).

29 Cf. SELVIDGE, cit., en E. MALBON, op. cit., p. 43.

30 Ibíd.

31 Cf. M. MORGEN, op. cit., p. 86.

32 Ibíd.

33 El Sal 38,12 dice: «Mis amigos y compañeros se alejan de mí, mis parientes se quedan a distancia». (N. del T.).

34 Cf. H. PAULSEN, cit., en E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, nota 86, p. 186.

35 Cf. W. MUNRO, op. cit., p. 236.

36 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 186.

37 Ibíd., p. 187.

38 Ibíd.

39 J. I. GONZÁLEZ FAUS, Acceso a Jesús, Salamanca, Sígueme, 1979, p. 104.

40 Ibíd., p. 102.

41 Cf. J. DANIELOU, cit. en L. BODE, «The first Easter Morning», en Analecta Biblica 45, Biblical Institute Press, Roma, 1970, p. 13.

42 Cf. M. COGNEL, cit., en LYNN BODE, op. cit., p. 12.

43 Cf. L. SHEPPARD, cit. en id., p. 14.

44 Cf. L. BODE, art. cit., p. 20.

45 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 207.

46 Ibíd., p. 187.

47 Cf. D. CATCHPOLE, cit. en MALBON, art. cit., p. 44.

48 Ibíd., p. 46.

49 Cf. M. MORGEN, art. cit., p. 87.

50 Ibíd.

51 F. QUERÉ, op. cit., p. 82.

52 Cf. M. MORGEN, art. cit., p. 88.

53 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, «Women-Apostles…», p. 94.

54 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 187; cf. E. y J. MOLTMANN, Dieu homme et femme, París, Cerf, 1984, p. 22.

55 Cf. R. BROWN, The Gospel according to John, The Anchor Bible, vol. XX, Nueva York, Doubleday, 1966, p. 1003.

56 Cf. E. MOLTMANN, «Maternidade ou amizade», en Concilium 188, 1983, p. 41., en donde la autora comprueba que en los evangelios existe una tradición que privilegia la amistad, que se olvida posteriormente, valorándose sólo la maternidad.

57 Cf. J. ROBINSON (ed.), The Nag Hammadi Library, San Francisco, Harper and Row, 1978.

58 Cf. R. BROWN, op. cit., p. 981.

59 Cf. E. PAGELS, The gnostic Gospels, Weidenfeld an Nicholson, Londres, 1979, p. 22. Cf. también MAC HAFFIE, op. cit., p. 18.

60 Cf. E. MOLTMANN, «Maternidade…», p. 41.

61 R. BROWN, op. cit., p. 981.

62 E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 171.

63 Cf. J. SOBRINO, op. cit., p. 98, en donde desarrolla este punto de vista de la enfermedad como muerte que impide la participación, a propósito del discurso programático de Jesús en Lc 4,18s.

64 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 126. Cf. también E. MOLTMANN, en Dieu homme…, p. 21.

65 Cf. MOLTMANN, p. 22.

66 Cf. Nag Hammadi, p. 473. Esa autoridad indignaba a los hombres, como muestra el evangelio apócrifo de María Magdalena: «Pedro cuestiona cómo puede el Señor haberle dicho a ella cosas que no les había dicho a ellos. Leví responde: Pedro, tenemos que revestirnos del «hombre nuevo» para aceptar que el Señor le haya revelado cosas que no nos dijo a nosotros…» Sólo en Cristo Jesús no nos devorarán las convenciones culturales, históricas y sociales y conseguiremos descubrir y vivir la extraordinaria posibilidad de la igualdad para todos: «judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer» (cf. Gal 3,28).

67 Cf. E. MOLTMANN, Die homme…, p. 23.

68 Cf. R. BROWN, The Gospel…, p. 973.

69 Cf. MAC HAFFIE, op. cit., p. 18.

70 E. MOLTMANN, Die…, p. 23. Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, «Women-Apostles…», p. 96.

71 E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 398.

72 Cf. R. SCHNACKENBURG, El evangelio según San Juan, Barcelona, Herder, 1980, p. 520; cf. también R. BROWN, A comunidade…, nota 333, p. 196.

73 Cf. D. MÜLLER, artículo «apóstol», en D.T.N.T., vol. I, Sígueme, Salamanca, p. 136.

74 Cf. V. EICKEN/LINDMER, cit. en id., p. 140.

75 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 397.

76 R. A. CULPERPPER, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, nota 159, p. 398, dice que Juan 13,33-35 supone que «aun cuando los discípulos no pudieron "buscar" a Jesús con éxito antes de la resurrección, después (en la escuela joánica), al observar el nuevo mandamiento y recordar sus palabras (15,20; 16,4); se distinguieron de los judíos y fueron capaces de buscar (y encontrar) a Jesús».

77 Cf. también R. BROWN, A comunidade, p. 193s.

78 Cf. Id., The Gospel…, p. 973, comentando este pasaje, dice que María Magdalena podría servir de ejemplo para los cristianos de la comunidad joánica del final del siglo I, cuyo contacto con el Cristo resucitado se producía través del Paráclito.

79 Cf. M. MORGEN, art. cit., p. 95.

80 Cf. E. MOLTMANN, Die…, p. 26.

81 Ibíd.

82 Cf. H. K. KUNSTLE, cit. en E. MOLTMANN, op. cit., p. 27.

83 E. MOLTMANN, Die…, p. 29.

84 Ibíd., p. 27.

85 Ibíd.

86 Ibíd.

87 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 15; cf. también R. BROWN, The Gospel, p. 454.

88 Cf. W. MUNRO, art. cit., p. 239.

89 Cf. BULTMANN, cit. en V. TAYLOR, op. cit., p. 592.

90 V. TAYLOR, op. cit., p. 592.

91 Cf. W. MUNRO, art. cit., p. 240.

92 Es interesante señalar que, para referirse a la enorme cantidad de dinero necesaria para alimentar a cinco mil hombres, sin contar a las mujeres ni a los niños, los apóstoles dicen: «Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo» (Jn 6,7). Imaginemos un perfume de 300 denarios.

93 Cf. W. MUNRO, art. cit., p. 450.

94 Cf. R. BROWN, «Papéis das mulheres no 4º evangelho», en id. A comunidade do discipulo amado, São Paulo, Paulinas, 1984, pp. 193-209.

95 Cf. R. BULTMANN, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, op. cit., nota 148, p. 392.

96 Cf. R. BROWN, A comunidade…, pp. 35-37.

97 R. BROWN, The Gospel…, p. 170.

98 J. TUÑI VANCELLS, El testimonio del evangelio de Juan, Salamanca, Sígueme, 1983, p. 173, en donde el autor declara que el cuarto evangelio parte de una fe insuficiente (de la que son paradigma los judíos del capítulo II), pasando por una fe más satisfactoria (capítulo III), hasta llegar a una fe adecuada (capítulo IV) y al evangelio de la fe por excelencia.

99 Cf. R. BROWN, A comunidade…, p. 197.

100 Ibíd., p. 198. Cf. también E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 392.

101 Ibíd., p. 392.

102 R. BROWN, The Gospel…, pp. 171-172. R. SCHNACKENBURG, op. cit., p. 510.

103 Ibíd., p. 511.

104 Ibíd.

105 Cf. R. BROWN, The Gospel…, p. 173.

106 Cf. R. BULTMANN, cit. en E. MOLTMANN, op. cit., p. 36: «La respuesta de Marta manifiesta la auténtica estatura de la fe».

107 Cf. R. BROWN, A comunidade…, pp. 205 y 218. Cf. también J. TUÑI VANCELLS, op. cit., p. 172.

108 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 390.

109 Cf. BROWN, A comunidade…, p. 193.

110 Cf. A. JAUBERT, Leitura do quarto evangelho, Paulinas, São Paulo, 1984, p. 24, dice que la actitud de Jesús era inaudita, pues ningún judío entraba en casa de mujeres solteras, como relata Lc 10,33-42.

111 Es interesante señalar el énfasis que supone el empleo de las palabras agapán y filein, queriendo señalar con ello un tipo de relación de proximidad muy grande. A causa de esta descripción, surgión la hipótesis de que Lázaro fuese el «discípulo amado», teoría ya abandonada.

112 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 393.

113 Ibíd., p. 393.

114 Cf. A. JAUBERT, op. cit.; en donde la autoria indica que la idea de fe en San Juan nunca se evoca mediante el sustantivo pistis (fe), sino mediante el verbo pisteuein, lo que manifiesta el carácter dinámico del creer como adhesión vital que se profundiza en el seguimiento.

115 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 394.

116 Cf. F. QUERÉ, op. cit., p. 105.

117 R. FORTNA, cit. en E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 394.

118 Ibíd.

119 A. CORELL, cit. en ibíd., p. 395.

120 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 395.

121 Nos gustaría insistir en lo inusitado de esa actitud, pues ningún rabí de la época habría aceptado ni aprobado como discípula a una mujer en tal actitud.

122 J. DUPONT, «Marta e Maria: o serviço e a escuta (Lc 10,38-42)», en Liturgia e Vida, 149, 1978.

123 En la literatura judía, este hecho fue comparado con el brillo de una vida cristiana.

124 Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria…, p. 395.

 

1 En los dos últimos años, han tenido lugar en numerosos lugares de Brasil cursos sobre la «Mujer en la Biblia» y grupos de reflexión sobre el mismo asunto. Cada vez son más solicitados y más numerosos, mostrando exactamente el relieve del tema en relación con el momento existencial vivido por las mujeres.

2 Cf. KITTEL, artículo «agapé», en G.L.N.T., vol. I, p. 141.