El discernimiento de espíritus
P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.
Capítulo 1: Naturaleza
El “discernimiento” es
fundamentalmente un acto de dos realidades: un acto de la virtud de la prudencia
y un carisma del Espíritu Santo.
1) El discernimiento como acto de la prudencia
La prudencia, llamada por los antiguos “diákrisis”,
discreción o discernimiento, tiene como acto propio el distinguir las cosas
buenas de las malas. La Carta a los Hebreos se refiere a esto cuando habla del
discernir lo bueno y lo malo (Hb 5,14). Santo Tomás recuerda las palabras de San
Agustín quien afirmaba que “la prudencia es un amor que disciern e bien aquellas
cosas que ayudan a tender a Dios de aquellas que nos impiden ir a Él”, es decir,
comenta el Aquinate, “amor que mueve a discernir” .
Este juicio discretivo no es un acto puramente intelectual y especulativo sino un juicio eminentemente práctico que se realiza en gran medida por connaturalidad, es decir, por cierta comparación con la propia naturaleza perfeccionada por la gracia. De aquí la necesidad de tener en uno mismo los hábitos virtuosos que nos connaturalizan con el bien (natural y sobrenatural). En este sentido explica Santo Tomás aquellas palabras de San Pablo: El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente. Al contrario, el espiritual juzga de todo, pero a él nadie puede juzgarlo (1 Cor 2,14-15).
En cuanto parte de la prudencia
el discernimiento es un “arte” difícil de adquirir, especialmente por el origen
sobrehumano de algunas mociones que agitan el al ma. Aun cuando se juzgue a
partir de reglas infalibles (por estar, por ejemplo, inspiradas en la Sagrada
Escritura), el juicio siempre es falible, pues es un juicio sobre circunstancias
concretas, variables, sujetas a error por parte nuestra. De aquí la obligación
grave para todo director espiritual de poner los medios necesarios para adquirir
este discernimiento y luego para llevarlo a madurez. Los medios son:
–El primero, la oración ante cualquier juicio y dictamen que
se deba realizar.
–El segundo, el estudio de la Sagrada Escritura, de los
Padres y teólogos, de la teología moral, ascética y mística. Estudio significa
también la permanente preocupación por mantener en acto los conocimientos y por
profundizarlos.
–El tercero, la experiencia que, si no es totalmente
personal, al menos debe apoyarse en la ajena, es decir, en los escritos de los
grandes maestros de la vida espiritual (como San Juan de la Cruz, San Ignacio,
Santa Teresa, etc.).
–El cuarto, la práctica de las virtudes, pues el juicio
discrecional es un juicio por connaturalidad. El que no es virtuoso no tiene
connaturalidad con la virtud ni con el bien, y se engaña en los intrincados
caminos del Espíritu Santo.
–El quinto, evitar los obstáculos que impiden el verdadero
discernimiento: la falsa confianza en sí mismo, el juicio propio, la falta de
humildad por la que no se consulta a los demás, la necedad.
–El sexto, gran prudencia al emitir cualquier juicio,
evitando tanto la fácil credulidad cuanto la terca incredulidad.
2) El carisma de discernimiento
San Pablo enumera entre los carismas que distribuye el
Espíritu Santo en su Iglesia, el discernimiento de espíritus (1 Cor 12,10). Este
carisma es ordinariamente reservado a los santos y excepcionalmente puede ser
acordado a algunos pecadores. Es una gracia gratis data, y como tal se da, según
Santo Tomás y el Magisterio de la Iglesia, para la utilidad común de la Iglesia
.Da al que discierne una luz, una “manifestación cognoscitiva” de lo que se
refiere a los espíritus por los que somos inducidos al bien o al mal. El carisma
de discernimiento se relaciona con el del profecía y lo completa. Por el de
profecía se revela la existencia de los secretos del corazón; por el de
discernimiento se descubre la fuente última de cada uno de esos secretos o
movimientos del alma (es decir, si vienen de Dios, de la carne o del diablo).