Autor: P. Cipriano Sánchez |
Dios pide el sacrificio de nuestro corazón
¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros?
“El que en Ti confía no queda defraudado”. Esta oración del Antiguo Testamento
podría resumir la actitud de quien comprende dónde está la esencia fundamental
del hombre, dónde está lo que verdaderamente el hombre tiene que llevar a su
Creador: un corazón contrito y humillado, como auténtico y único sacrificio,
como verdadero sacrificio.
¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?
¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El
mensaje de la Escritura es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental,
básico e ineludible que nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios
nuestro Señor.
“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser
también una expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos:
Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te
he seguido, son tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los
momentos en los que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero
seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.
Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de
nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón
hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que
estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin
posibilidad de ser defraudados.
¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón
el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias
tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre
con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese,
si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que
podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu
abundante miser icordia”.
También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede
haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el
corazón humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia
de Dios. Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma;
hagamos de esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra
decisión por Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en
sí misma.
Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un
sacrificio de carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de
responder a ese Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de respoder a
ese Dios que nos invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en
nuestra vocación cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin
embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de
fuerza, el suplemento de generosidad, el suple mento de entrega y el
suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar en nuestro
corazón.
Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo,
de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás
pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos
según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi
corazón, si tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame
según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no
hay esa firme decisión de seguirte , tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro
concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu
abundante misericordia”.
Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio
que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le
interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos,
cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro
Señor.
Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico
sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en
nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora
hemos reservado para nosotros.
Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total de disponibilidad que, a lo
mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente en nuestras manos.
Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante
Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de
Cuaresma logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita
abrir nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en
esa obra hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de
nosotros.