358. El día del Señor

I. El sábado judío dio paso al domingo cristiano desde los mismos comienzos de la Iglesia. Desde entonces, cada domingo celebramos la resurrección del Señor. Las fiestas de Israel, y particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina y de un modo de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su elección y amor. Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el precepto divino, e implantaron una serie de minuciosas y agobiantes prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto sobre el sábado. Aquellas fiestas sólo contenían la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar. Con la Resurrección de Jesucristo, el sábado deja paso a la realidad que anunciaba. Con Cristo surge un culto nuevo y superior, porque tenemos también un nuevo Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.

II. Después de la Resurrección, el primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles como el día del Señor, dominica dies, cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la victoria sobre el pecado y la muerte. El precepto de santificar las fiestas regula un deber esencial del hombre con su Creador y su Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente con la participación en el Sacrificio de la Misa. Ninguna otra celebración llenaría el sentido de este precepto. Nuestras fiestas no son un mero recuerdo de hechos pasados, sino que son un signo que manifiesta y hace presente a Cristo entre nosotros. Hemos de procurar, mediante el ejemplo y el apostolado, que el domingo sea “el día del Señor, el día de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la intimidad de la familia” (PÍO XII, Alocución)

III. El precepto de santificar las fiestas responde también a la necesidad de dar culto público a Dios, y no sólo de modo privado. El domingo y las fiestas determinadas por la Iglesia son, ante todo, días para Dios y días especialmente

propicios para buscarle y para encontrarle. Las fiestas tienen una gran

importancia para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la gracia. En estos días se exige también que el creyente interrumpa su trabajo para dedicarse al Señor. Indicaría poco sentido cristiano plantear el domingo de manera que se hiciera imposible o muy difícil ese trato con Dios. No es un hacer nada, sino ocasión de ocupación positiva y enriquecimiento personal y familiar, cultivar el trato social y las amistades, o hacer una visita a algunas personas necesitadas, que están solas o enfermas.

 

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre