Autor: P. Miguel Ángel Fuentes , IVE
Fuente: Ediciones del Verbo Encarnado
¿De dónde sacan los católicos que Pedro fue el primer Papa?
Fundamento bíblico del primado de Pedro
Algunas de las
consultas/objeciones que he recibido sobre este tema son las siguientes:
Jesucristo le dijo a Pedro: Sobre esta piedra
edificaré mi iglesia, queriendo decir que sobre el fundamento de que
Jesucristo era el Mesías, el salvador del mundo, se basaría la doctrina
cristiana; y más adelante Jesús le dice a Pedro que nadie era mayor ni menor
que los otros... entonces ¿por qué se le considera a Pedro el primer “Papa”?
Las Sagradas Escrituras afirman que nadie puede poner
otro fundamento al que ya está puesto, el cual es Jesucristo; el mismo apóstol
Pedro en una de sus cartas proclama que Cristo ha venido a ser piedra angular
de la Iglesia. Por otra parte, en Mateo 16,18, Cristo habla con Pedro y le
dice: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En la versión
de la Biblia en griego, Pedro se traduce como pequeña piedra, y a la piedra
donde se edificará la Iglesia se traduce de manera diferente. ¿Es entonces
Pedro la base de la Iglesia?
Quisiera saber... acerca de la veracidad de que San
Pedro estuvo en Roma y fue el primer Papa y cómo podría yo decirles o
demostrar que esto es cierto a quienes lo cuestionan.
Son varias preguntas muy relacionadas entre sí, y que
encierran cuestiones que afectan no sólo a la exégesis de los textos bíblicos,
sino también a la historia (por ejemplo, la
última sobre si Pedro estuvo en Roma) y a la
interpretación tradicional. Antes de responder este tipo de cuestionamientos,
ha de tenerse presente la Nota Introductoria con la que empezamos cada una de
nuestras respuestas, y también que en el primer capítulo hemos indicado cómo
la Biblia misma nos dice que ella no es la única fuente de autoridad y
revelación, enviándonos a la Tradición (con mayúsculas); por tanto, no
necesariamente todo lo que creemos ha de contenerse exclusivamente en la
Biblia. Pretender esto no es bíblico y sería ir contra la Biblia misma. De
todos modos, po demos adelantar que las objeciones principales pueden
responderse adecuadamente con la Biblia bien interpretada.
El Primado de Pedro
Para los católicos es una verdad de fe que Cristo
constituyó al apóstol San Pedro como primero entre los apóstoles y como cabeza
visible de toda la Iglesia, confiriéndole inmediata y personalmente el primado
de jurisdicción.
El Concilio Vaticano I definió y lo repitió con fuerza
el Concilio Vaticano II1; sin embargo, esta verdad fue reconocida desde los
primeros tiempos, como podemos constatar apelando a la historia y a los textos
de los primeros escritores cristianos (algunos de ellos llamados Padres de la
Iglesia). Éstos, de acuerdo con la promesa bíblica del primado, dan testimonio
de que la Iglesia está edificada sobre Pedro y reconocen la primacía de éste
sobre todos los demás apóstoles. Tertuliano (fines del siglo II y comienzos
del III) dice de la Iglesia: “Fue edificada sobre él”2. San Cipriano dice,
refir iéndose a Mt 16,18s: “Sobre uno edifica la Iglesia”3. Clemente de
Alejandría llama a San Pedro “el elegido, el escogido, el primero entre los
discípulos, el único por el cual, además de por sí mismo, pagó tributo el
Señor”4. San Cirilo de Jerusalén le llama “el sumo y príncipe de los
apóstoles”5. Según San León Magno, “Pedro fue el único escogido entre todo el
mundo para ser la cabeza de todos los pueblos llamados, de todos los apóstoles
y de todos los padres de la Iglesia”6.
En su lucha contra el arrianismo, muchos padres
interpretaron que la roca sobre la cual el Señor edificó su Iglesia era la fe
en la divinidad de Cristo, confesada por San Pedro, pero sin excluir por eso
la relación de esa fe con la persona de Pedro, relación que se indica
claramente en el texto sagrado. La fe de Pedro fue la razón de que Cristo le
destinara para ser fundamento sobre el cual habría de edificar su Iglesia.
No negamos –sino que es parte esencial de nuestra fe–
que la cabeza invisible de la Iglesia es Cristo glorioso. Lo que sostenemos es
que Pedro hace las veces de Cristo en el gobierno exterior de la Iglesia
militante, y es, por tanto, vicario de Cristo en la tierra.
Se opusieron a este dogma la Iglesia ortodoxa griega y
las sectas orientales, algunos adversarios medievales del papado (Marsilio de
Padua y Juan de Jandun, Wicleff y Hus), todos los protestantes, los galicanos
y febronianos, los viejos católicos (Altkatholiken) y los modernistas7.
Fundamento bíblico
No puede negarse esta verdad si tenemos ante los ojos
los Evangelios y el resto de los escritos del Nuevo Testamento (salvo que
tengamos partido tomado de antemano en contra del primado de Pedro y forcemos
los textos o les hagamos callar lo que dicen a voces).
Cristo distinguió desde un principio al apóstol San
Pedro entre todos los demás apóstoles. Cuando le encontró por primera vez, le
anunció que cambiaría su nombre de Simón por el de Cefas, qu e significa
“roca”: Tú eres Simón, el hijo de Juan [Jonás]; tú serás llamado Cefas (Jn
1,42; cf. Mc 3,16). El nombre de Cefas indica claramente el oficio para el
cual le ha destinado el Señor (cf. Mt 16,18). En todas las menciones de los
apóstoles, siempre se cita en primer lugar a Pedro. En Mateo se le llama
expresamente “el primero” (Mt 10,2). Como, según el tiempo de la elección,
Andrés precedía a Pedro, el hecho de aparecer Pedro en primer lugar indica su
oficio de primado. Pedro, juntamente con Santiago y Juan, pudo ser testigo de
la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración (Mt 17,1)
y de la agonía del Huerto (Mt 26,37). El Señor predica a la multitud desde la
barca de Pedro (Lc 5,3), paga por sí mismo y por él el tributo del templo (Mt
17,27), le exhorta a que, después de su propia conversión, corrobore en la fe
a sus hermanos (Lc 22,32); después de la resurrección se le aparece a él solo
antes que a los demás apóstoles (Lc 24,34; 1Co 15,5).
A San Pedro se le prometió el primado después que hubo
confesado solemnemente, en Cesarea de Filipo, la mesianidad de Cristo. Le dijo
el Señor: Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no es la carne ni la
sangre(Mt 16,17-19).
Estas palabras se dirigen inmediata y exclusivamente a
Pedro. Ponen ante su vista en tres imágenes la idea del poder supremo en la
nueva sociedad que Cristo va a fundar. Pedro dará a esta sociedad la unidad y
firmeza inquebrantable que da a una casa el estar asentada sobre roca viva (cf.
Mt 7,24 y siguientes). Pedro ha de ser también el poseedor de las llaves, es
decir, el administrador del reino de Dios en la tierra (cf. Is 22,22; Apoc
1,18; 3,7: las llaves son el símbolo del poder y la soberanía). A él le
incumbe finalmente atar y desatar, es decir (según la terminología rabínica):
lanzar la excomunión o levantarla, o también interpretar la ley en el sentido
de que una cosa está permitida (desatada) o no (atada).
De acuerdo con Mt 18,18, donde se concede a todos los
apóstoles el poder de atar y desatar en el sentido de excomulgar o recibir en
la comunidad a los fieles, y teniendo en cuenta la expresión universal (cuanto
atares... cuanto desatares), no es lícito entender que el pleno poder
concedido a Pedro se limita al poder de enseñar, sino que resulta necesario
extenderlo a todo el ámbito del poder de jurisdicción. Dios confirmará en los
cielos todas las obligaciones que imponga o suprima San Pedro en la tierra.
Algunos han tratado de interpretar este pasaje en el
sentido de que Cristo habría dicho: tú eres Pedro y (señalando ahora no a
Pedro sino a sí mismo) sobre esta Piedra (Jesucristo) edificaré mi Iglesia.
Según éstos, esta interpretación se deduce de que en el texto griego la
palabra usada para Pedro es Petros y la palabra usada para piedra es petra.
Quisiera responder a esto usando las palabras de un
significa ‘piedra grande’. La declaración: ‘Tú eres
Pedro []’ debería ser interpre tada como una frase que subraya la
insignificancia de Pedro.
Los evangélicos creen que lo que Cristo quiso decir
es: ‘Pedro, tú eres una piedrita, pero yo edificaré mi Iglesia en esta masa
grande de piedra que es la revelación de mi identidad’. Un problema con esta
interpretación, que muchos estudiosos protestantes de la Biblia admiten, es
que mientras que protestante convertido, James Akin: “Según la regla de
interpretación anticatólica, petros significa ‘piedra pequeña’ mientras que
petra Petros8petros y petra tuvieron estos significados en la poesía griega
antigua, la distinción había desaparecido ya en el primer siglo, cuando fue
escrito el evangelio de Mateo. En ese momento, las dos palabras significaban
lo mismo: una piedra. Otro problema es que cuando Jesús le habló a Pedro, no
le habló en griego sino en arameo. En arameo no existe una diferencia entre
las dos palabras que en griego se escriben petros y petra. Las dos son kêfa;
es por eso que Pablo a menudo se refi ere a Pedro como Cefas (cf. 1Co 15,5;
Gal 2,9). Lo que Cristo dijo en realidad fue: ‘Tú eres Kêfa y sobre esta kêfa
edificaré mi Iglesia’. Pero aun si las palabras petros y petra tuvieran
significados diferentes, la lectura protestante de dos ‘piedras’ diferentes no
encuadraría con el contexto. La segunda declaración a Pedro sería algo que lo
disminuye, subrayando su insignificancia con el resultado que Jesús estaría
diciendo: ‘¡Bendito eres tú Simón hijo de Jonás! Tú eres una piedrita
insignificante. Aquí están las llaves del reino’. Tal serie de incongruencias
hubiera sido no sólo rara sino inexplicable. (Muchos comentaristas
protestantes reconocen esto y hacen todo lo posible para negar el significado
evidente de este pasaje, a pesar de lo poco convincentes que puedan ser sus
explicaciones).
También me di cuenta de que las tres declaraciones del
Señor a Pedro estaban compuestas por dos partes, y las segundas partes
explican las primeras. La razón porque Pedro es ‘bienav enturado’ fue porque
‘la carne y sangre no te han revelado esto, sino mi Padre que está en los
cielos’ (v. 17). El significado del cambio de nombre, ‘Tú eres Piedra’ es
explicado por la promesa, ‘Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los
poderes de la muerte no prevalecerán contra ella’ (v.18). El propósito de las
llaves es explicado por el encargo de Jesús: ‘Lo que ates en la tierra será
atado en el cielo’ (v.19). Una lectura cuidadosa de estas tres declaraciones,
poniendo atención en el contexto inmediato y en interrelación, muestra
claramente que Pedro fue la piedra de la cual habló Jesús. Éstas y otras
consideraciones me revelaron que las interpretaciones estándar anticatólicas
de este texto no podían quedar en pie después de un cuidadoso estudio bíblico.
Habían arrancado a la fuerza la segunda declaración de
Pedro de su contexto. Yo ratifiqué mi interpretación, concluyendo que Pedro
era verdaderamente la piedra sobre la cual Jesús edificó su Iglesia. Creo que
esto es lo que un lector sin prejuicios concluiría después de un cuidadoso
estudio gramatical y literario de la estructura del texto. Si Pedro era, de
hecho, la piedra de que hablaba Jesús, eso quería decir que él era la cabeza
de los apóstoles (...) Y si Pedro era la cabeza terrenal de la Iglesia, él
reflejaba la definición más básica del Papado”. 9
Contra todos los intentos por declarar este pasaje
(que aparece únicamente en San Mateo) como total o parcialmente interpolado en
época posterior, resalta su autenticidad de manera que no deja lugar a duda.
Hasta se halla garantizada, no sólo por la tradición unánime con que aparece
en todos los códices y versiones antiguas, sino también por el colorido
semítico del texto, que salta bien a la vista. No es posible negar con razones
convincentes que estas palabras fueron pronunciadas por el Señor mismo. No es
posible mostrar tampoco que se hallen en contradicción con otras enseñanzas y
hechos referidos en el Evangelio.
E l primado se lo concedió definitivamente el Señor a
Pedro cuando, después de la resurrección, le preguntó tres veces si le amaba y
le hizo el siguiente encargo: Apacienta mis corderos, apacienta mis corderos,
apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17). Estas palabras, lo mismo que las de Mt
16,18s, se refieren inmediata y exclusivamente a San Pedro. Los “corderos” y
las “ovejas” representan todo el rebaño de Cristo, es decir, toda la Iglesia (cf.
Jn 10). “Apacentar”, referido a hombres, significa lo mismo que gobernar (cf.
Hch 20,28), según la terminología de la antigüedad profana y bíblica.
Pedro, por este triple encargo de Cristo, recibió el
supremo poder gubernativo sobre toda la Iglesia.
Después de la ascensión a los cielos, Pedro ejerció su
primado. Desde el primer momento ocupa en la comunidad primitiva un puesto
preeminente: Dispone la elección de Matías (Hch 1,15ss); es el primero en
anunciar, el día de Pentecostés, el mensaje de Cristo, que es el Mesías muerto
en la cruz y resucitado (2,14 ss); da testimonio del mensaje de Cristo delante
del Sanedrín (4,8 ss); recibe en la Iglesia al primer gentil: el centurión
Cornelio (10,1 ss); es el primero en hablar en el concilio de los apóstoles
(15,17 ss); San Pablo marcha a Jerusalén “para conocer a Cefas” (Gal 1,18).
Pedro, obispo de Roma y Primer Papa
Una antigua tradición, basada en los anales de la
Iglesia y de la Arqueología romana, nos indica que Pedro muere en Roma, donde
fue obispo. Éste es el origen de la preeminencia del obispo de Roma sobre los
demás obispos sucesores de los Apóstoles.
Tiene fundamento escriturístico en el texto de 1Pe
5,13: La Iglesia que está en la Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y
Marcos mi hijo, os saludan. La expresión “Babilonia” se refiere a Roma, como
notan todos los exegetas: “casi todos los autores antiguos y la mayor parte de
los modernos, ven designada en esta expresión a la Iglesia de Roma.. . El
nombre de Babilonia era de uso corriente entre los judíos cristianos para
designar la Roma pagana. Así es llamada también en el Apocalipsis (14,8;
16,19; 17,15; 18,2.10), en los libros apócrifos y en la literatura rabínica.
La Babilonia del Éufrates, que en tiempo de San Pedro era un montón de ruinas,
y la Babilonia de Egipto, pequeña estación militar, han de ser excluidas”10.
Esto lo reconocen incluso los autores protestantes
serios. Por ejemplo, Keneth Scott Laturet, prestigioso historiador, escribe en
su libro “Historia de la Iglesia”: “Pedro viajaba, porque sabemos estuvo en
Antioquía, y lo que parece una tradición digna de confianza, sabemos que
estuvo en Roma y allí murió”11.
La Enciclopedia Británica da la referencia de todos
los obispos de Roma, comenzando por San Pedro y terminando por Juan Pablo II,
264 Obispos en sucesión sin interrupción12. Si ya ha sido actualizada,
figurará Benedicto XVI como el número 265.
La “New American Ency c lopedia” dice en su sección
sobre los Papas: “Cuando San Pedro dejó Jerusalén vivió por un tiempo en
Antioquía antes de viajar a Roma donde ejerció como Primado”.
10
Muy fuerte es también el testimonio de la tradición
que manifiesta la enorme importancia que tuvieron los primeros obispos de Roma
sobre la naciente Cristiandad, justamente por ser sucesores de Pedro. Así, por
ejemplo, en el año 96, o sea 63 años después de la muerte de Cristo, ante un
grave conflicto en la comunidad de Corinto, quien tomó cartas para poner orden
fue el Obispo de Roma, el Papa Clemente, y esto a pesar de que en ese tiempo,
todavía vivía el Apóstol Juan en la cercana ciudad griega de Éfeso. Sin
embargo, fue una carta de Clemente la que solucionó el problema y aún
doscientos años después de este hecho se leía esta carta en esa Iglesia. Esto
sólo es explicable por la autoridad del sucesor de Pedro en la primitiva
Iglesia.
Ireneo, obispo de Lyon, y Padre de la Iglesia de la
segunda ge neración después de los Apóstoles, escribía pocos años después:
“Pudiera darles si hubiera habido espacio las listas de obispos de todas las
iglesias, mas escojo sólo la línea de la sucesión de los obispos de Roma
fundada sobre Pedro y Pablo hasta el duodécimo sucesor hoy”.
Según el primer historiador de la Iglesia, Eusebio de
Cesarea (año 312), esta sucesión es una señal y una seguridad de que el
Evangelio ha sido conservado y transmitido por la Iglesia Católica.
Bibliografía: Hubert Jedin, Historia de la Iglesia,
Herder, Barcelona, tomo I; Llorca-García Villoslada, Montalbán, Historia de la
Iglesia Católica, Tomo I, Edad Antigua, BAC, Madrid 1976, pp. 112-122 (en las
notas a pie de página puede verse una abundante bibliografía bíblica,
histórica y arqueológica referida a estos hechos); Vizmanos-Riudor, Teología
Fundamental, BAC, Madrid 1966, pp. 594-624; M. Schmaus, Teología dogmática,
Rialp, Madrid 1962, T. IV: La Iglesia, 448-484 y 764-785; C. Journet, L´É
glise du Verbe incarné, T. I: La hiérarchie apostolique, 2ª ed. 1955; G. Glez,
Primauté du Pape, “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 344 ss.;
E. Dublanchy, Infaillibilité
du Pape, en “Dictionnaire de Théologie Catholique”,
VII, col. 1638-1717; J. Madoz, El primado romano, Madrid 1936; O. Karrer, La
sucesión apostólica y el Primado, en: “Panorama de la teología actual”, Madrid
1961, 225-266; G. Philipe, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II,
Barcelona 1969, T. I, pp. 363-380; C. Fouard, Saint Pierre et les premiéres
années du Christianisme, 10ª ed. París 1908; P. De Ambroggi, S. Pietro
Apostolo, Rovigo 1951; A. Penna, San Pedro, Madrid 1958; R. Leconte, Pierre,
en DB (Suppl.) IV,128 ss.; G. Glez, Pierre (St.), “Dictionnaire de Théologie
Catholique”, XIII, col. 247-344; E. Kirschbaum, E. Jynyent, J. Vives, La tumba
de S. Pedro y las catacumbas romanas, Madrid 1954; G. Chevrot, Simón Pedro,
Madrid 1970.
Notas
1 Cf. DS 3055; Concil io Vaticano II, Lumen gentium,
n.18; etc.
2 Tertuliano, De monog. 8.
3 San Cipriano, De unit. eccl. 4.
4 Clemente Alejandrino, Quis dives salvetur 21,4.
5 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, 2,
19.
6 San León Magno, Sermón 4,2.
7 Según la doctrina de los galicanos (E. Richer) y de
los febronianos (N. Hontheim), la plenitud del poder espiritual fue concedida
por Cristo inmediatamente a toda la Iglesia, y por medio de ésta pasó a San
Pedro, de suerte que éste fue el primer ministro de la Iglesia, designado por
la Iglesia (“caput ministeriale”). Según el modernismo, el primado no fue
establecido por Cristo, sino que se ha ido formando por las circunstancias
externas en la época postapostólica (DS 3452 ss).
8 El autor indica en nota: “Por ejemplo, D.A. Carson
confiesa esto en su comentario sobre Mateo en: “Expositor’s Bible Commentary”,
Frank Gaebelein, ed. (Grand Rapids: Zondervan, primera edición)”.
9 James Akin, Un triunfo y una tragedia, en: Patrick
Madrid, op. cit., p. 77-82.
10 José Salguero, O.P., Biblia Comentada, tomo VII,
BAC, Madrid 1965, p. 145.
11 Keneth Scott Laturet, Historia de la Iglesia, Ed.
Casa Bautista de Publicaciones, Tomo I, p. 112.
12 Cf. Enciclopedia Británica, tomo IX.