Víctor Manuel Fernández

 

Cuando la intimidad empapa la tierra y el mundo
penetra el corazón

 

Oración y acción pastoral vuelven a cruzarse y a implicarse mutuamente en las reflexiones y miradas que el autor nos propone.

 Hoy frecuentemente nos brota el deseo de una relación con Jesús
más cercana y más generosa. Pero últimamente advierto que en los agentes pastorales también suele surgir la nostalgia porque sienten que su actividad apostólica no es generosa y porque se apaga el fervor. De hecho, hay orantes poco disponibles, retaceando siempre su tiempo y su entrega. Porque no cualquier oración personal influye directamente en el modo de vivir las tareas. Sabemos que hay algunas formas de orar que nos vuelven huraños, antisociales, negativos, desganados en las tareas. Por eso veremos ahora de qué maneras concretas una oración personal puede incidir positivamente en la calidad de las tareas y en la profundidad del encuentro con los demás.

Esa calidad espiritual del trabajo se prepara y comienza a ejercitarse en la oración solitaria, aunque luego deba arraigarse y hacerse carne en la actividad. Por ejemplo, no será fácil contemplar la Palabra de Dios mientras la predico si antes no la contemplé en la soledad, en mi oración personal. No será fácil perdonar a otro que me hizo mucho daño cuando lo encuentre por la calle, si antes no me he detenido a perdonarlo o a motivar ese perdón en la soledad y en el silencio de mi corazón. Este es un dato innegable que muestra la necesidad de ciertos espacios de soledad adecuadamente vividos.

Si en la oración privada no preparamos detenidamente un modo más profundo de vivir y de actuar, será muy difícil adquirir los reflejos que nos permitan reaccionar descubriendo a Jesús y entregándonos en sus brazos en medio de una tarea.

También es cierto que si eso que se ha bebido en la oración no se ejercita luego en actos cotidianos, ese hábito tampoco se arraiga, no cambia de verdad el corazón y la vida. Pero no hay que saltear el punto de partida, que está en el silencio del corazón. Allí se toman las decisiones más importantes, y se crean las condiciones para vivir la actividad de otra manera.

Para evitar confusiones y equívocos, ante todo hay que insistir en esto: lo que debe ser vivido en la actividad hay que "vivirlo" antes en la misma oración. Es decir, no se trata sólo de "prepararlo" en la oración para vivirlo después. De alguna manera hay que lograr vivirlo ya en la oración misma. Si no es así, nos quedaremos sólo en los buenos propósitos. Esta es una clave fundamental en el cambio de hábitos espirituales y pastorales.

Pues bien, ¿cómo se logra "vivir" en la oración un nuevo modo de hacer las cosas? Veamos ahora cómo puede ser concretamente esa oración que anticipa y prepara un modo más espiritual de vivir las actividades y el encuentro con los demás.

El valioso recurso de la imaginación

Una manera es utilizar la imaginación, procurando despertar un deseo. Los seres humanos no podemos pretender orar como seres celestiales o desencarnados. Por eso, lo mejor es usar la imaginación a favor de la oración. La imaginación tiene un gran valor: ayuda a despertar el deseo de algo. Si pensamos una cosa, y logramos cargarla con imágenes positivas y atractivas, esa imaginación nos ayudará para que brote un deseo a favor de ese pensamiento o de ese propósito.

Concretamente, si queremos que nuestra oración personal nos ayude a vivir mejor nuestra misión y cada una de nuestras tareas, la imaginación puede ayudarnos de la siguiente manera:

a) Recordemos una de las tareas que realizamos habitualmente y reconozcamos en la presencia del Señor esos momentos en que no la hemos vivido bien, porque nos dejamos llevar por la ansiedad, la impaciencia, la vanidad, la pereza, etcétera. b) Luego imaginemos cómo sería esa actividad si hiciéramos presente a Jesús allí, e imaginemos al mismo Jesús realizando esa tarea. c) Imaginemos que nosotros mismos realizamos así esa tarea, con alegría, serenidad, generosidad, confianza. Así dejamos que se despierte el deseo de vivirla de esa manera. d) Terminamos suplicando a Jesús e invocando al Espíritu Santo para poder llevar a la realidad ese modo sano de trabajar que hemos imaginado.

Cuidar y preparar el corazón

La oración personal tiene la misión fundamental de "cuidar el corazón". De hecho, dice la Palabra de Dios que "lo que más hay que cuidar es el corazón" (Prov 4, 23), porque "el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón"(1Sam 16, 7).

Recordemos qué es el corazón en la Biblia. Es mucho más que los sentimientos. Es el conjunto de intenciones más profundas que mueven nuestras vidas. Es el verdadero por qué y para qué de todo lo que hacemos. En definitiva, es lo que realmente estamos buscando cada día, aunque pretendamos ocultarlo detrás de las apariencias. La oración tiene que llegar a transfigurar ese mundo de los deseos e intenciones. Si esa oración privada es sincera y verdadera, tiene que llegar a lo profundo del propio mundo vital, a las verdaderas intenciones y a los móviles más intensos de nuestras decisiones y búsquedas. Toda relación con Dios auténtica y bien llevada llega a transformar los deseos reales y su fuerza vital, de manera que se orienten a otorgarle entusiasmo y ganas al cumplimiento de la propia misión y a las tareas concretas.

La oración cuida el corazón cuando alimenta las intenciones buenas y bellas que ennoblecen nuestra vida, y así todo lo que hacemos tiene un sentido profundo. Una oración que cuida el corazón es una oración al servicio de una misión bien vivida, porque alimenta las intenciones que le dan valor y belleza a nuestras tareas. Ya decía san Juan de la Cruz: "No pienses que el agradar a Dios está tanto en obrar mucho, sino en hacerlo con buena voluntad" (Avisos y sentencias, 56).

Veamos ahora más detalladamente cómo es una oración personal que cuida el corazón:

a) En primer lugar, se trata de ser completamente sinceros con Dios y reconocer las motivaciones no adecuadas que tenemos para hacer las cosas. Reconocemos, por ejemplo, que hacemos las cosas sobre todo por vanidad, para obtener reconocimientos, para ser aprobados, para tener un lugar en la sociedad, para ser aceptados. Entonces sufrimos mucho cuando nos rechazan o nos contradicen. O reconocemos que en el fondo siempre estamos deseando algún placer oculto, y entonces tratamos mejor a las personas más atractivas o agradables, y dedicamos menos tiempo y amabilidad a las personas menos bellas o poco interesantes. Para reconocer esas motivaciones, es bueno orar con la Palabra de Dios y dejar que ilumine la propia vida, preguntándonos: ¿qué quieres decirme a mí, Señor, con esta Palabra?, ¿qué estás queriendo tocar y cambiar de mi vida?, ¿qué esperas que te entregue? Algunos textos muy útiles para esta oración pueden ser: Flp 2; Rom 12; 1Cor 3; Gál 5; Ef 4; 1Tim 6, 3-10. Una vez que reconozcamos las motivaciones inadecuadas que a veces o frecuentemente se apoderan de nosotros, hay que lograr lo más importante: abandonarlas, echarlas fuera. Le pedimos al Señor la gracia de reconocer la fealdad, la indignidad y la inconveniencia de esas motivaciones, y tratamos de dar el paso de renunciar a ellas.b) En segundo lugar, cuidar el corazón en la oración es buscar y alimentar las motivaciones más bellas y adecuadas para nuestras tareas. Veamos un listado de motivaciones nobles, de manera que se vaya despertando el deseo profundo y encarnado de desarrollarlas y de vivirlas en medio de las tareas. Por ejemplo, podemos hacer las cosas buscando sinceramente: la gloria de Dios, la justicia en la sociedad, la difusión del Evangelio, la venida del Reino, la felicidad de los demás, el crecimiento de los hermanos, una vida digna para los pobres, el embellecimiento de la Iglesia, el mejoramiento del mundo, que se cumpla la voluntad de Dios, realizar una misión que Dios nos confía, ser instrumentos del Espíritu, etcétera. En la oración privada podemos meditar acerca de estas motivaciones tan altas y pedirle al Señor que las infunda y desarrolle en nuestro corazón. c) Además de las grandes motivaciones que nos mueven a hacer las cosas, están las actitudes, los valores, las virtudes que ejercitamos en las tareas, pero que pueden ser alimentadas en la oración. La oración personal puede ayudarnos a hacer crecer el deseo sincero de vivir estas actitudes para que luego podamos ejercitarlas en las tareas. Veamos algunos textos bíblicos que podrían utilizarse para esta oración: 1Cor 13; 2Cor 6, 1-10; 11, 24-33; 1Tim 3, 2-3; 4, 13-15; 5, 1-2; 6, 11-15; 2Tim 1, 8; 2, 3-5. 9-10. 22-24. También es sumamente útil buscar testimonios atractivos, acudir a las vidas de algunos santos, leer libros, escuchar canciones o ver películas que exalten esos valores, etcétera. Además de buscar estos estímulos a la vida virtuosa, sobre todo se trata de permitirle al Espíritu Santo que nos lleve en esa dirección. Y si ese valor no nos atrae, al menos podemos rogar al Señor que nos ayude a reconocer su hermosura. Veamos algunos ejemplos de los grandes valores que podemos alimentar en la oración para poder ejercitarlos en la acción: generosidad / fe / disponibilidad con los demás / humildad / amor a la gente / solidaridad / confianza en Dios / sentido de misterio / docilidad / la creatividad del amor / empeño / sacrificio / libertad interior / espíritu de equipo / flexibilidad / amplitud / receptividad / acogida / paciencia / detención / capacidad de escucha / perseverancia / alegría / pureza / desprendimiento/ coraje, etcétera.d) Finalmente, madurar el corazón en la oración privada es aprender a contemplar al hermano como un misterio sagrado para poder mirarlo así en medio de las tareas. Ya dijimos que en medio de la actividad uno debe aprender a detenerse ante las personas y a orar en el encuentro con el otro, porque el otro es un misterio de inmenso valor. Pero para adquirir esa capacidad es necesario hacer un aprendizaje en la oración privada, en la cual, al mismo tiempo que contemplamos a Dios, contemplamos al hermano bajo otra luz. Es importante aprender a mirar así al hermano en la oración para no pretender aferrarlo, clasificarlo o controlarlo a partir de los propios esquemas, y para permitir que sea el Espíritu Santo quien lo configure de acuerdo al proyecto divino y respetando sus límites, sus tiempos y su historia. En el fondo es dejar que en la oración Jesús nos vaya prestando su mirada, que vaya transformando nuestros ojos interiores para contemplar a los demás de otra manera. A partir de una relación íntima y contemplativa con el Señor amante, aprendo a mirar a "la otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo [...] Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias. Puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita" (Benedicto XVI, Deus caritas est, 18). El Papa, citando a San Gregorio Magno, sostiene que cuando alguien está anclado en la contemplación "le será posible captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, para hacerlas suyas" (Deus caritas est, 7). Sin embargo, no se puede decir que la dimensión interna que alimenta los actos del amor fraterno sea sólo la relación personal con Dios. Hay algo más que es necesario vivir en la oración personal. Cuando ese amor fundante toca nuestro mundo de relaciones con los demás, entonces surge un dinamismo amoroso interno orientado a ese hermano. Es más que un mero sentimiento. Se trata precisamente de lo siguiente: de una atención afectiva puesta en el otro "considerándolo como uno consigo" (ST II-II, 27, 2). Esta atención amante al otro es el inicio de una verdadera "inclinación" hacia su persona, a partir de la cual buscamos efectivamente su bien a través de obras externas. Pero las obras externas sin esta inclinación amorosa y contemplativa del amor fraterno no valen nada (ver 1Cor 13, 3). Se trata de una profundidad contemplativa que ejercitamos en la oración y hace posible que luego, al encontrarnos con los demás, podamos mirarlos con la mirada de Cristo, no ya como objetos de nuestra actividad o como instrumentos para realizar nuestros proyectos, sino como seres sagrados, inmensamente valiosos. Eso le dará mucha "calidad" a nuestras tareas. Para que la oración verdaderamente alimente esta mirada, es necesario que nos detengamos, no sólo a interceder, no sólo a agradecer a Dios por esa persona, sino también a contemplar a esa persona, a valorarla profundamente en esa oración privada, hasta que descubramos que nuestra forma de mirarla se ha transformado con la luminosidad, el amor, la valoración de la mirada del Señor. De este modo, la oración solitaria no alimenta el aislamiento o resentimiento, sino que anticipa y prepara un encuentro con los seres humanos que será mucho más intenso y profundo.

Aceptar las novedades que acaban con los propios esquemas

Aceptar las tareas y enamorarse de ellas no es lo mismo que obsesionarse con los éxitos actuales y futuros. Es sumamente importante advertir la diferencia. Cuando una persona sustenta su identidad en los logros y proyectos personales, se vuelve muy rígida, porque establece anticipadamente cuáles son los logros que le harán sentir que su vida es algo positivo, y se obsesionará por conseguirlos. De otra manera, cuando la realidad vaya por otro lado y no se cumplan esos proyectos, sentirá que no vale nada y caerá en tristeza y mal humor. Ese es un modo de construir la propia identidad altamente dañino para la identidad pastoral, porque la misión se convierte en algo que uno pretende controlar férreamente, sin plasticidad, sin libertad, sin disponibilidad ante los demás y ante las novedades del Espíritu.

Esto hace que en la práctica la persona realice sus tareas a la defensiva, con el temor de que algo o alguien le cambie los planes. Por eso es tan importante que en la oración personal alimentemos una identidad dinámica y abierta, que nos vuelva disponibles y confiados ante el misterio de la vida y de los caminos de Dios. La identidad pastoral es firme y estable, pero su realización funcional es siempre variable.

Tener proyectos abiertos y flexibles no significa que tendremos menos satisfacciones. Al contrario, muchas veces nos privamos de muchas experiencias de gran profundidad e intensidad que la vida nos ofrece a causa de nuestra rigidez, porque consideramos que no estaban previstas en los proyectos que nosotros hicimos. En definitiva, es como si nos hubiéramos dicho a nosotros mismos "Yo soy este plan y esta estructura, y no me entiendo a mí mismo sin esto, y no seré feliz ni estaré seguro sin esto".

Olvidamos que la vida y la propia identidad son más que los planes que nosotros podamos elaborar y controlar. Estamos sumergidos en el misterio de Dios que nos exige estar siempre abiertos a lo nuevo, y permite que muchas cosas nos rompan los esquemas o nos obliguen a mirar más allá. La oración personal donde nos confiamos humildemente al proyecto de Dios sobre nuestra vida, suele ser la mejor manera de adquirir flexibilidad y apertura, aunque muchas veces es la vida misma la que nos interpela con fuerza y nos exige postrarnos ante Dios para aceptar que él modifique nuestros caminos. Se trata de llevar a la oración estas rupturas en la propia tarea, conversándolas hasta el fondo con el Señor y pidiendo la libertad interior hasta que se pueda dar el paso de entregar algo, de aceptar su fin, y de reconocer la novedad que el Señor quiere imprimir a la propia misión.

Si la propia identidad es algo dinámico, que se vuelve a construir a partir de las experiencias importantes de la vida, eso necesariamente debe ser orado, debe ser llevado a la presencia de Dios y conversado con total sinceridad, pero ante todo debe ser objeto de una súplica confiada, porque ninguna nueva etapa dependerá exclusivamente de nuestra habilidad, de nuestros planes y controles. Hace falta siempre la luz, la guía y la gracia del Espíritu.

Desarrollar y cuidar el amor a los destinatarios

Los cansancios, las desilusiones y los fracasos pueden desnudar una oscura realidad: que en realidad uno está demasiado pendiente de sí mismo y poco del bien de los demás. Es decir, el bien de los demás le preocupa sólo en la medida en que tenga que ver con su propia fama y su propia gloria.

La falta de fervor suele estar unida a un escaso interés real por el bien de los otros o a un debilitamiento de ese interés. Pero cuando hablamos de una "identidad pastoral" el bien de los otros es parte integrante de esa identidad, ya que la identidad pastoral es en el fondo "ser de Dios para los demás".

La oración puede prestar una inmensa ayuda al desarrollo de esa identidad si alimenta el amor a los demás, un amor sincero capaz de preocuparse de corazón por el bien de los otros. En definitiva, esa oración puede llevarnos a una convicción del corazón: "los demás merecen la entrega de mi vida, esta persona que me espera merece una atención excelente, este pequeño grupo que me va a escuchar merece que le ofrezca lo mejor". Por otra parte, el narcisismo ególatra puede llevarnos a pensar lo contrario: "esta gente imperfecta no me merece, no es digna de mi entrega y de mis sacrificios". Sólo detectando y destruyendo en la oración personal ese pensamiento dañino es posible aceptarse a sí mismo como un ser para los demás.

Concretamente, lo que podemos hacer en la oración es recordar en la presencia de Dios a las personas que tratamos en nuestra tarea, y volver a desarrollar un sentido espiritual de profunda valoración de esas personas, más allá de su apariencia física, de sus capacidades y de las satisfacciones que puedan brindar al propio ego. Las motivaciones básicas que pueden ayudar en esta oración son: recordar que esas personas concretas son obra de Dios, criaturas suyas, que él las creó a su imagen, y por eso reflejan algo de su gloria, que son objeto de la ternura infinita del Señor, que él mismo habita en ellas, que Jesucristo dio su sangre en la cruz por cada una de ellas, que somos hermanos, que en definitiva esas personas son inmensamente sagradas y lo merecen todo.

Estas verdades hechas oración pueden llevarnos a decirle al Señor algo así:

"Sí, claro que merecen la entrega total de mi vida. Ellos sí que son dignos de que les ofrezca cariño y atención. Corresponde que les brinde lo mejor de mis esfuerzos y lo más excelente de mis obras. Lo merecen todo. No por sus méritos, no por sus logros personales o capacidades, no por sus obras, no por su belleza física. Son inmensamente dignos de que yo les entregue lo mejor de mí porque están en el corazón de Dios, infinitamente amados. Son obra del amor sin límites del Padre que los sostiene. Fueron creadas a su imagen. Fueron salvados por las llagas de Jesucristo y cualquiera de ellos vale la sangre del Cordero inocente. Fueron llamados a participar de la plenitud eterna de Dios en su gloria, y el Señor espera que compartamos el banquete celestial por toda la eternidad, transfigurados y embellecidos maravillosamente. Por eso lo merecen todo".

También puede ayudarnos releer en oración algunas palabras de Pablo a sus comunidades, que ya mencionamos anteriormente, para reconocer esa mirada del pastor que ama y valora, y dejar nacer el deseo de mirar así a nuestra gente. Particularmente vale la pena rumiar y meditar aquellas palabras de Pablo a los corintios: "En vida y muerte están unidos en mi corazón" (2Cor 7, 3). "Celoso estoy de ustedes con celos de Dios, porque los tengo desposados con un solo esposo" (2Cor 11, 2). "¿Quién desfallece sin que desfallezca yo, quien sufre escándalo sin que yo me abrase?" (2Cor 11, 29). "Por mi parte con gusto gastaré y me desgastaré entero por ustedes" (2Cor 12, 15). La oración con estos textos puede ayudar a verme a mí mismo como enteramente orientado hacia ellos, y a gozarme en esa identidad, para que de verdad pueda intentar una vez más vivirlo de un modo concreto con esas personas de carne y hueso que son parte de mi vida. También hay muchos otros textos bíblicos que podrían llevarse a la oración para alimentar la conciencia y el gusto de "ser de Dios para los demás".

Las crisis y los retiros "salvadores"

A veces, cuando una persona ha perdido el fervor o ha entrado en crisis, se le sugiere que haga un retiro espiritual para "cargar la batería". Quizás en el retiro logre hacer un camino espiritual y asuma un nuevo compromiso con Dios. Quizás se sienta bien y decida seguir adelante. Hasta el último día del retiro parece haber una luz de esperanza. Pero luego vuelve a sus tareas y pronto descubre que siente el mismo desagrado que sentía antes del retiro. No obstante, para cumplir sus buenos propósitos se empeña y persevera en el trabajo. Poco tiempo después las tareas se le vuelven insoportables y quiere llevar otro tipo de vida. La persona dice que en realidad está bien con Dios, que tiene su tiempo de oración, y que todo está bien, menos las tareas pastorales, que no le atraen. Las vive con mucha tensión interna. Por eso no dice que no quiere servir a Dios, sino que quiere servirlo de otra manera y en otro estado de vida.

Esto significa que la relación con Dios, la oración, y el modo de llevar los retiros espirituales no son del todo correctas, porque establecen una separación entre la vida espiritual y la misión. Las tareas no se integran en la oración y la oración no se realiza de tal manera que alimente la entrega generosa, feliz y convencida en las tareas. Esa oración quizás sana algunas perturbaciones del corazón, que ayudan a que la persona se sienta en paz con Dios, pero no llega a sanar la actividad.

¿Cómo vivir los retiros espirituales de manera que preparen una entrega más convencida y fervorosa? Creo que hay dos caminos complementarios:

a) Por una parte es necesario vivirlos integrando adecuadamente la misión en los momentos de oración personal dentro del retiro, en la Misa, en el diálogo con el guía espiritual, etcétera. Los ejercicios espirituales bien llevados se plantean como un espacio de discernimiento, a la luz del amor de Dios, acerca de la propia misión, particularmente sobre el modo como uno la está viviendo. Si a uno verdaderamente "le duele" la misión que Dios mismo le ha encomendado, sería inconcebible que en un retiro esa misión se colocara entre paréntesis, se olvidara, se apartara. Eso sería negar que la misión es parte esencial de la propia vida e inseparable de un buen camino espiritual. Necesariamente habrá que dialogar íntimamente con Dios sobre todo acerca del modo de vivir las tareas, y alimentar en la oración las motivaciones espirituales que permitan darle más calidad espiritual al trabajo. En el retiro habrá que enfrentar las motivaciones torcidas que uno tiene en las tareas, el modo de asumir los fracasos y contrariedades, el modo de relacionarse con las personas, y en general el modo de vivir interiormente las tareas. Descubriendo los puntos débiles que causan amargura, tedio, mediocridad y tensión, habrá que penetrar en sus raíces y sanarlas en la oración, alimentando nuevas motivaciones, actitudes y reacciones que puedan prolongarse luego en la actividad.b) Pero esto no basta si no se busca un modo práctico de vivir esto en la experiencia concreta de trabajo. Lo que uno profundiza en la oración debe ser inmediatamente llevado a la vida cotidiana antes que se diluya en el olvido. Porque en el trajín cotidiano inmediatamente recuperamos los mecanismos conscientes e inconscientes que nos llevan a obrar de maneras poco sanas y edificantes. Por eso, cuando se hace un día de retiro, inmediatamente hace falta otro espacio equivalente (otro día) en el cual se intente explícitamente vivir en medio de la actividad ordinaria aquello que uno ha orado. Este día de trabajo debería terminar con un discernimiento sincero. Si se ha hecho una semana de retiro, habrá que establecer una semana de trabajo ordinario donde se verifique el nuevo modo de trabajar y de realizar las diversas tareas. Finalizada esta semana, tendría que haber un nuevo espacio de diálogo y discernimiento con un guía espiritual. Este segundo momento, donde uno intenta vivir la tarea del modo renovado que ha surgido en la oración, y luego lo revisa en un nuevo discernimiento, es parte integrante esencial del retiro de un agente pastoral. Porque esta segunda instancia permite arraigar en la vida cotidiana las convicciones espirituales profundizadas en la soledad. Esta verificación activa es indispensable para asegurar que verdaderamente se asuman profundamente nuevas convicciones interiores que transfiguren el cumplimiento de la propia misión. Recordemos que lo que se profundiza en la oración sólo se arraiga en la acción. (Un desarrollo más amplio de estas cuestiones puede encontrarse en mi libro: La oración pastoral. Intimidad espiritual y misión en la tierra, San Pablo, Buenos Aires, 2006).