Contradicciones de los santos
Contradicciones que han sufrido los santos y los hombres
de Dios a lo largo de la historia
Autor: José Miguel Cejas | Fuente: www.conelpapa.com
INTRODUCCIÓN
En recuerdo del Gris,
aquel perro (?)
oportuno
y magnífico.
Debo aclarar a los lectores a los que haya sorprendido la dedicatoria con la
que se abre este libro, que el Gris no es ningún animalito de compañía. El
Gris es aquel perrazo imponente que surgía en defensa de san Juan Bosco cuando
se encontraba en apuros, y al que el Santo comparaba, por su aspecto terrible,
con un lobo enfurecido.
El Gris tenía más de un metro de altura y una peculiaridad sorprendente: se
presentaba en los momentos más oportunos -por ejemplo, con ocasión de un
atentado- y desaparecía luego como por encanto. ¿Quién era el misterioso Gris?
Cuando se lo preguntaban, Don Bosco eludía, riendo, la respuesta.
Gheón, al referirse a la naturaleza de este misterioso animal al que aludía
san Juan Bosco en sus Memorias del Oratorio, decía que "la Providencia puede
servirse de un perro. Un ángel tiene posibilidad de hacer surgir su forma. Lo
menos que se puede decir es que este animal supo rastrear la santidad y
ponerse decididamente a su favor".
Durante estos últimos años he añorado en algunas ocasiones la presencia
poderosa del Gris. Se han prodigado los ataques contra algunas figuras de la
iglesia y pocas voces han acudido en su defensa; y con frecuencia los
afectados han sufrido la indefensión en la que el infamante suele sumir a su
agredido.
No es fácil responder a la calumnia. ¿Qué actitud tomar? El que opta por no
defenderse corre el riesgo de reconocer con su silencio la calumnia; y ya se
sabe, "el que calla, otorga". Y el que se defiende, da pábulo a nuevas
calumnias y escándalos periodísticos, que son los efectos -con frecuencia
comerciales- que precisamente busca el agresor.
Los ataques que han sufrido algunas personalidades de la Iglesia contemporánea
no son, desde el punto de vista histórico, excesivamente novedosos. Muchas de
las acusaciones que escucho ahora contra cardenales, obispos y fundadores, me
evocan viejas lecturas escolares.
Con acusaciones semejantes aguijonearon sus contemporáneos a dos grandes
santos, San José de Calasanz y San Juan Bosco, fundadores de los dos colegios
en los que estudié -un colegio de escolapios primero, y de salesianos
después-, y de los que guardo tantos gratos recuerdos, al igual que de la
Universidad de Navarra, donde conocí a san Josemaría, canonizado en el 2002.
Con el paso de los años he ido leyendo la vida de muchos hombres y mujeres
santos, y he tenido oportunidad de tratar a algunas personalidades
contemporáneas de la Iglesia que posiblemente veamos en el futuro en los
altares. He observado que prácticamente todos, de un modo u otro -desde san
Pío de Pietrelcina a la Beata Teresa de Calcuta- han tenido que morder la
fruta amarga de la incomprensión o del escándalo.
Esto me ha llevado a acometer la tarea de analizar y comparar las diversas
contradicciones que han sufrido algunos santos a lo largo de la historia.
Afortunadamente, aquellas antiguas hagiografías que nos presentaban a los
santos envueltos en un haz de luz, avanzando pacíficamente hacia la beatitud
entre la admiracióny el aplauso de los contemporáneos, reposan desde hace
mucho tiempo entre las telarañas de las bibliotecas. Bien merecido tienen su
letargo: son tan falsas desde el punto de vista histórico como desvirtuadoras
del concepto mismo de santidad.
Sin leyendas doradas
Ya no es tiempo de las leyendas doradas: es necesario recordar que los hombres
y mujeres santos de todas las épocas no caminaron jamás como ángeles alados
sobre nubes de purpurina: fueronlabrando su santidad día tras día, paso a
paso, a fuerza de dificultades y tropiezos.
Cayeron y se levantaron una y otra vez, entre los barrancos y el fango; se
lastimaron -porque eran hombres- con las piedras de las miserias humanas y de
sus propios defectos y limitaciones; y soportaron por amor a Dios, hasta
llegar al heroísmo, la polvareda que formaron a su alrededor, con sus insultos
y calumnias, algunos de sus contemporáneos.
Es posible que, tras la lectura de estas páginas, algún lector se plantee la
posible veracidad de determinadas acusaciones contra los hombres y mujeres
santos. Es comprensible: la calumnia juega astutamente con esa tendencia
humana a conceder, al menos, un punto de razón al ofensor, -siguiendo el
conocido dicho popular: "cuando el río suena...".
Pero a veces suena el río y sólo lleva piedras: murmuración, despecho,
trapisonda y, con frecuencia, intereses inconfesables. Los católicos conocen
el rigor y la prudencia con la que actúa la autoridad de la Iglesia a la hora
de llevar a sus fieles a los altares. Porque, por muy grande que sea la
devoción popular hacia una determinada persona, por muy extendida que esté la
fama de sus virtudes, antes de reconocer su santidad públicamente -es decir,
antes de proponer a esa persona como objeto de culto y de intercesión-, la
Iglesia procede a una minuciosísima investigación sobre su vida -un proceso,
un juicio en toda regla- donde, entre otras cuestiones, se analizan, una tras
otra, con gran rigor, todas las imputaciones, acusaciones, denuncias,
etcétera, que sus enemigos le hicieron en vida.
San José de Calasanz
La Causa de Canonización de san José de Calasanz es un ejemplo entre muchos.
Como la sombra de la calumnia es tristemente alargada, muchas de las
falsedades que se dijeron contra el Santo en vida le persiguieron tras su
muerte y la Iglesia tuvo que ir aclarándolas, una tras otra, a lo largo de un
proceso que duró un siglo.
Con razón afirma Giner, que ha analizado detenidamente todas las peripecias
del complicado proceso del santo aragonés, que "el camino que lleva a la
verdadera santidad es estrechísimo y las biografías de los santos nos lo
prueban sobradamente. Pero no es menos difícil, estrecho y complicadísimo el
sendero marcado por la Iglesia para conducir a los santos, en una especie de
peregrinaje póstumo, hasta los altares, en donde reciban legítimamente el
culto público hacia ellos destinado".
Pido disculpas a a los que pueda molestar este desescombro histórico.
¡Bastante tuvieron que soportar en vida estos hombres y mujeres de Dios
-podrían argumentar- como para airear de nuevo toda esa podredumbre!El
conjunto de acusaciones y calumnias contra los santos compone, con el paso de
los siglos, una buena carretada de inmundicias. ¿Para qué sacar a la luz de
nuevo este conjunto maloliente de falsedades, insultos y chismorreos?
No ha sido mi propósito exhumar viejas calumnias, cuya falsedad en la mayoría
de los casos ha sido puesta en evidencia desde hace siglos; sino mostrar la
actitud heroica de los santos frente a esas contradicciones, y recordar -ante
algunos sucesos de la vida cotidiana- que no hay nada nuevo bajo el sol.
Además, por muy graves que hayan sido esas acusaciones, no han logrado empañar
las figuras excelsas de los hombres y mujeres de Dios: al contrario; bajo toda
esa miseria arrojada sobre sus rostros, su imagen se nos muestra aún más noble
y más digna, más amable y atractiva, y resplandece en ellos, como se ha
afirmado recientemente, "aún más el heroísmo que comporta la identificación
con Cristo a la que llegan. La basura que algunos hombres de su tiempo les
arrojaron fue el abono para llegar a la plenitud de su vida cristiana; y,
paradójicamente, hace de los santos un irresistible polo de atracción hacia
Cristo para muchos hombres y mujeres de todos los tiempos"
Una provocación al conformismo
Ya recordaba san Alfonso María de Ligorio que "quien quiera ser glorificado
con los santos del Cielo necesita, como ellos, padecer en la tierra, pues
ninguno de ellos fue querido y bien tratado por el mundo, sino que todos
fueron perseguidos y despreciados, verificándose lo del propio Apóstol: ´Todos
los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos´
"Los santos -recordaba el Siervo de Dios Pablo VI el 3 de octubre de 1976 en
la homilía de Canonización de santa Beatriz de Silva- representan siempre una
provocación al conformismo de nuestras costumbres, que con frecuencia juzgamos
prudentes sencillamente porque son cómodas. El radicalismo de su testimonio
viene a ser una sacudida para nuestra pereza y una invitación a descubrir
ciertos valores olvidados".
Espero que al lector le suceda lo mismo que a mí al redactar estas páginas, y
que al contemplar la actitud de estos hombres y mujeres de Dios ante la
persecución y la calumnia, crezca su veneración hacia ellos. Ése ha sido mi
único deseo.
I. A LO LARGO DE LA HISTORIA
¡Crucifícalo!
Uno de los pasajes más desconcertantes del Evangelio es el que recoge el
plebiscito popular sobre Jesús. El Evangelista Mateo nos pone en antecedentes:
"Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso
testimonio contra Jesús para darle muerte; pero no lo encontraron a pesar de
los muchos falsos testigos presentados. Por último se presentaron dos que
declararon: Éste dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y edificarlo en
tres días" (Mt, 26,59-61).
Hasta aquí todo resulta comprensible: se entiende que dos calumniadores a
sueldo declaren falsamente ante un tribunal; se entiende que por despecho o
por ambición, haya jueces corruptos: son realidades que se han dado -y que se
seguirán dando- a lo largo de la historia.
Lo que cuesta entender es la ira que provoca Jesús en unas gentes que tenían
tantas razones para estarle agradecidas, y su inesperada simpatía hacia un
criminal como Barrabás.
Ese furor desconcertó también al procurador romano, aunque "sabía -apunta el
Evangelio- que le habían entregado por envidia".No hubo, entre todo el gentío,
ni una vacilación, ni una voz discordante.
"¿A quién de los dos queréis que os suelte? Ellos dijeron: A Barrabás. Pilato
les dijo: ¿Y qué haré con Jesús, el llamado Cristo? Todos contestaron: ¡Sea
crucificado! Les preguntó: ¿Pues qué ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte:
¡Sea crucificado!" (Mt, 27,21-23. 3 Ibid 27, 20)
La escena -por mucho que el Evangelista explique que "los príncipes de los
sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidiese a
Barrabás e hiciese morir a Jesús" resulta incongruente. Esas multitudes se
habían beneficiado de los milagros de Jesús; muchos de aquellos hombres le
habían seguido, años atrás, por los campos de Judea; y posiblemente ellos, o
sus mujeres, o sus hijos, habían alfombrado el suelo a su paso, pocos días
antes, durante su entrada triunfal en Jerusalén.
Los estudios acerca de la mentalidad de aquella sociedad no logran explicar de
un modo definitivo esa trágica incoherencia de actitudes, ese ¡crucifícalo!
irracional y furioso. Porque no hubo ni tan siquiera uno que alzara su voz
para defenderle.
Esa ira casi irracional -que se da en culturas y mentalidades muy diversas-
traspasa la frontera de la lógica humana: se adentra en el misterio del mal,
en ese mysterium iniquitatis que rodeó la vida terrena de Jesús, yla vida de
los santos en muy diversas latitudes de la tierra.
Las acusaciones que se han ido escuchando a lo largo de la historia de la
Iglesia contra los hombres y mujeres de Dios, son un eco lejano de ese grito y
sus consecuencias han sido las mismas: la crucifixión, física o moral, de los
seguidores de Cristo.
Jesús lo anunció claramente: "Si el mundo os odia, sabed que antes de vosotros
me ha odiado a mí" y sus palabras se han ido cumpliendo, siglo tras siglo. Al
igual que la de Jesús, la presencia de los santos ha sido un signo inquietante
y muchas veces incómodo para sus contemporáneos. Las mujeres y los hombres de
Dios han experimentado, de un modo u otro, la soledad, la incomprensión o la
infamia; la persecución, la calumnia o el desprecio; la Cruz, en definitiva.
"Éstos son los que de generación en generación han seguido a Cristo -recordaba
Juan Pablo II en la ceremonia de Beatificación de Josemaría Escrivá y Josefina
Bakhita-: a través de muchas tribulaciones han entrado en el reino de Dios".
Los primeros cristianos
Los seguidores de Jesús han ido recorriendo ese camino doloroso desde el
primer siglo de la historia del Cristianismo. "Ya puede el cristiano vivir
como todo el mundo -afirma Hamman en su libro La vida cotidiana de los
primeros cristianos-, frecuentar las termas y las basílicas, ejercer los
mismos oficios que los demás, que siempre hará las cosas con ciertos matices,
incluso a veces actuará con reservas. Su fe es tachada de fanatismo, su
irradiación es proselitismo, su rectitud es reproche".
Al principio era sólo un rumor, una murmuración en voz baja. "Circulan los
cotilleos más inverosímiles -recuerda Hamman-, las acusaciones están calcadas
de la imagen de la sociedad que las hace, es una proyección sobre los
cristianos de los propios vicios"´.
Del cotilleo se pasó a la denuncia pública; y de ésta, a las persecuciones
encarnizadas.
Las primeras persecuciones anticristianas fueron una desproporcionada
explosión de odio, que aún hoy día resulta difícil de explicar
satisfactoriamente, en todos sus extremos, desde el punto de vista histórico.
Comenzaron muy pronto, en la segunda mitad del siglo I, pero no todas tuvieron
el mismo signo. En el siglo II se persiguió a los cristianos como personas
privadas y sólo en la primera mitad del siglo I el objetivo fue ya la Iglesia
como institución.
Al principio fue una persecución irregular y poco organizada, que se convirtió
en pocos años en una represión sangrienta y ferozmente sistemática que se
cobró millares de vidas. Aunque no poseamos cifras globales, las Actas de los
Mártires revelan documentadamente el heroísmo de los primeros confesores de la
fe y la refinada brutalidad de las torturas a las que fueron sometidos.
"En las provincias asiáticas de Capadocia y el Ponto -escribe Jedin, al
relatar la persecución de Diocleciano-, los cristianos perseguidos fueron
entregados a verdugos de tan refinada inventiva que arrancarles un ojo o
paralizarles la pierna izquierda con hierro candente era por ellos presentado,
sarcásticamente como trato humanitario, y competían entre sí en la invención
de nuevas brutalidades.
”Al comprobarse que los habitantes de una pequeña ciudad frigia eran
cristianos en su totalidad, se le pegó fuego con todos sus moradores. Eusebio
introdujo en su descripción el relato del Obispo mártir Fileas de Tumis sobre
el refinamiento de las torturas empleadas en Egipto, que explotaban todas las
posibilidades de la técnica del tiempo".
Las torturas que se describen en las Actas de los Mártires rozan lo
inverosímil. ¿Cómo es posible semejante crueldad? La duda se disipa,apunta
Jedin, que conoció los horrores de las guerras contemporáneas, al recordar
"acontecimientos recientes de un pasado recentísimo".
Felices seréis cuando...
La actitud de los cristianos ante las persecuciones sorprendía profundamente a
los paganos de los primeros siglos. Aquellos hombres de fe, lejos de
considerarlas un mal, las recibían como la bienaventuranza predicha en el
Evangelio: "Felices seréis cuando os insulten y os persigan, y digan toda
clase de calumnias contra vosotros por mi causa" .
En la actualidad, esa actitud -que nace de esa paradoja cristiana que
encuentra la felicidad en la Cruz y la paz en la persecución-, sigue
sorprendiendo también a los que se reconocen miembros de una sociedad post-cristiana,que
se autoproclama pluralista y tolerante, pero en la que no falta, con
frecuencia, la animadversión y la represión más o menos solapada contra la
Iglesia y lo religioso.
Desde los primeros cristianos hasta nuestros días la Iglesia no ha dejado
nunca de padecer persecuciones de un modo u otro, de propios y ajenos. Baste
recordar -por limitarnos a los últimos siglos- el calvario de la Iglesia en
los países asiáticos de misión, los episodios sangrientos de la Revolución
francesa, o los ataques que ha padecido la Compañía de Jesús a lo largo de su
historia.
"Las contradicciones que ha habido y hay -escribía San Ignacio de Loyola a
Pedro Camps- no son cosa nueva para nosotros; antes, por la experiencia que
tenemos de otras partes, tanto esperamos se servirá más a Cristo nuestro Señor
en esta ciudad, cuantos más estorbos pone el que procura siempre impedir su
servicio".
"No es nuestro propósito -se lee en un manifiesto de unos padres de familia
mexicanos en defensa de la Compañía de Jesús fechado en 1855- debatir ahora la
cuestión que desde hace siglos se agita en el mundo sobre el instituto de la
Compañía de Jesús. La existencia de esa cuestión por tan largo espacio de
tiempo, el calor con que se ha seguido, la calidad de las personas que en ella
han tomado parte, prueba sin duda que en el instituto hay algo verdaderamente
grande y que sale del orden común; y desde que esa observación se hace, deja
de parecer extraño que los jesuitas hayan tenido notables y señalados
adversarios; porque ¿qué institución de elevado carácter hubo jamás en la
tierra que no fuese blanco de duras contradicciones?".
El pasado siglo xx fue especialmente pródigo en persecuciones contra la
Iglesia: los nombres de san Maximiliano Kolbe o santa Teresa Benedicta (Edith
Stein) -muertos en campos de concentración- están ligados para siempre con la
persecución nazi; y las figuras del Cardenal Primado de Hungría Jozsef
Mindszenty, o la del Primado de Polonia Stefan Wyszynski -ahora en proceso de
Beatificación-, evocan todos los padecimientos de la Iglesia tras el telón de
acero.
Una de las más virulentas persecuciones europeas fue la que sufrió la Iglesia
Católica en toda España desde el mes de mayo de 1931 hasta el 31 de marzo de
1939.
"Durante los cinco meses de gobierno del Frente Popular -escribe Cárcel Orti
en La persecución religiosa en España durante la Segunda República
(1931-1939)- varios centenares de iglesias fueron incendiadas, saqueadas o
afectadas por diversos asaltos; algunas quedaron incautadas por las
autoridades civiles y registradas ilegalmente por los Ayuntamientos. Varias
decenas de sacerdotes fueron amenazados y obligados a salir de sus respectivas
parroquias, otros fueron expulsados de forma violenta; varias casas rectorales
fueron incendiadas y saqueadas y otras pasaron a manos de las autoridades
locales; la misma suerte corrieron algunos centros católicos y numerosas
comunidades religiosas; en algunos pueblos de diversas provincias no dejaron
celebrar el culto o lo limitaron, prohibiendo el toque de las campanas, la
procesión con el viático y otras manifestaciones religiosas; también fueron
profanados algunos cementerios"
El rumor
Esta persecución comenzó utilizando un antiguo medio denigratorio: el rumor.
Se difundieron por todo el país las especies anticlericales más absurdas, como
que unas religiosas salesianas habían distribuido en Madrid caramelos
envenenados (sic) a sus alumnos, que eran hijos de obreros; se aseguró además
que uno de esos niños agonizaba en el Colegio de La Paloma en medio de atroces
sufrimientos...
Era sólo una excusa para lanzar al populacho contra esas religiosas, herirlas
gravemente, e incendiar el colegio, como sucedió más tarde.
Fue tristemente tópica: se expulsó a los jesuitas, se abolió la enseñanza
religiosa y se llegó, como recuerda Mondrone en su biografía sobre san Pedro
Poveda, a provocar situaciones ridículas que recordaban escenas de siglos
anteriores: "algún maestro exigió el saludo: `no hay Dios´, al que había que
responder: `ni nunca lo ha habido´".
Las víctimas eclesiásticas fueron 6.832, desde el día 18 de julio de 1936, en
el que comenzó el conflicto, hasta el final de la guerra. De este total, 4.184
pertenecían al clero secular, incluidos doce Obispos, un Administrador
Apostólico y varios seminaristas; 2.365 eran religiosos y 283 religiosas.
A estas cifras hay que añadir las de los millares de laicos, hombres y
mujeres, que murieron por el puro hecho de declararse católicos.
Una dificultad añadida
La historiografía contemporánea empieza a disponer de estudios rigurosos sobre
gran parte de las persecuciones que ha sufrido la Iglesia. Sin embargo en
ocasiones los historiadores se encuentran con una dificultad que proviene,
curiosamente, de la propia voluntad de los afectados.
Las exigencias de la caridad han llevado a muchos santos a padecer en silencio
las ofensas y los ultrajes, y es frecuente -por ejemplo, en el caso de los
Fundadores-, que hayan prohibido a sus seguidores consignar siquiera el nombre
de los que los difamaron.
Eso explica que en muchas hagiografías no se consigne el nombre de los
perseguidores hasta que no ha transcurrido un tiempo prudencial. Sin embargo,
a pesar del esfuerzo de los santos por borrar la memoria de las ofensas, en un
ejercicio heroico de la caridad y el perdón, en la mayoría de los casos los
historiadores están logrando desvelar, no sin dificultades, como sucede en el
caso de san Juan Bautista de la Salle, la identidad de los ofensores.
Saturnino Gallego, en su libro Vida y pensamiento de San Juan Bautista de la
Salle, investiga la identidad del perseguidor del Santo. Blain, el biógrafo de
san Juan Bautista, evita citar su nombre, utilizando datos confusos o
ambiguos, porque afirma que obraba de buena fe, y era"de piedad sólida y
probada".
San Juan de Ávila constituye un ejemplo entre muchos. Cuando se encontraba en
la prisión de la Inquisición de Sevilla, a consecuencia de unas denuncias
falsas, le insistía al Padre Párraga, uno de sus inquisidores, que tachase los
testigos que habían depuesto en su contra. Estaba "muy confiado en Dios y en
su inocencia, y que éste le salvaría" y no quería que la historia conociese
aquel pecado que habían cometido contra él.
María Milena Toffoli testifica en su Introducción a la Autobiografíade la
Madre Sacramento, la dificultad de los biógrafos contemporáneos de la Santa:
"el hecho de que vivieran todavía muchas personas que intervienen en la
historia, le obliga a callar sobre sucesos delicados y graves relacionados con
las mismas".
"Pero después de más de cien años -escribe Toffoli-, cuando ya los hechos han
pasado a formar parte del acervo de la historia, es preciso descorrer el velo
para que la figura de la mujer, de Fundadora y de Santa, cual es María Micaela
del Santísimo Sacramento adquiera su verdadera dimensión en el plano humano,
sociopedagógico y espiritual".
Leer entre líneas
Del mismo modo, en su biografía sobre san Pedro Poveda, Mondrone tiene que
"leer entre líneas" para intuir las maledicencias que forzaron a este santo
sacerdote a abandonar, después de años de intensa dedicación apostólica, a sus
queridos gitanos de Guadix.
En sus Memorias del Oratorio San Juan Bosco vela caritativamente el nombre de
sus ofensores. Omite el nombre de Luis Nasi y Vicente Ponzati que intentaron
-de buena fe, ya que estaban convencidos de su falta de salud mental-
internarle en un manicomio, y alude a ellos llamándoles "algunas personas
respetables".
Con la misma caridad habla de aquel sacerdote "respetable por su celo y su
doctrina" que manifestó, en contra del criterio del Santo, su opinión política
ante los jóvenes del Oratorio y de todos aquellos que mantuvieron una conducta
infamante contra él.
Por su parte, san Juan de la Cruz disculpó siempre a los que le recluyeron en
una cárcel improvisada y le sometieron a múltiples vejaciones: "lo hacían
-comentaba el Santo, comprensivo- por entender acertaban".
"Jamás le oí -recordaba un compañero suyo- quejarse de nadie ni decir mal de
los que le habían así tratado".
La actitud de los santos ante las contradicciones
Ésta es la actitud de los santos ante las contradicciones. "Los baldones e
injurias -escribía san Alfonso María de Ligorio- son las delicias que anhelan
los santos. San Felipe Neri padeció en su casa de San Girolamo, en Roma,
treinta años de malos tratamientos que algunos le dirigían, razón por la cual
no quería abandonarla e ir al nuevo oratorio de la Chiesa Nuova, por él
fundado, en que vivían sus queridos hijos, que le invitaban a retirarse allí
con ellos".
Los santos están convencidos, como recuerda san Alfonso, de "que todos los
trabajos nos vienen de la mano de Dios, o bien directa o indirectamente por
medio de los hombres. Por tanto -recomienda Ligorio- cuando nos veamos
atribulados, agradezcámoselo al Señor y aceptemos con alegría de ánimo cuanto
Él se sirva disponer para nuestro bien. Dios hace concurrir todas las cosas al
bien de los que le aman".
El beato Juan XXIII, antes de ordenarse sacerdote, escribe en sus notas
personales sobre Jesús, “tachado de ignorante, falseadas sus doctrinas,
expuesto a los escarnios y las burlas de todos, calla humildemente, no
confunde a sus calumniadores, se deja golpear, escupir en el rostro, azotar,
tratar como loco, y no pierde su serenidad, no rompe su silencio. Yo, pues,
permitiré que se diga de mí cuanto se quiera, que se me relegue al último
puesto, que se echen a mala parte mis palabras y mis obras, sin dar
explicaciones, sin buscar excusas, antes bien aceptando gozosamente los
reproches que pudieran venirme de los superiores, sin decir palabra".
Tribulaciones sorprendentes
Entre las diversas tribulaciones soportadas por los santos, quizá una de las
más sorprendentes fue las que padecieron, entre otros, san Juan Bautista de la
Salle, la beata Juana Jugan, santa Rafaela María de Porras. Son sólo un
ejemplo entre muchos de este tipo, como el de la beata Bonifacia Rodríguez,
beatificada en 2003.
San Juan Bautista de la Salle
A finales de 1702 atribuyeron falsamente a san Juan Bautista de la Salle unos
errores ajenos y tras un procedimiento tortuoso, lo destituyeron del cargo de
Superior de los Hermanos de la Doctrina Cristiana.
Saturnino Gallego analiza en su biografía sobre el Santo los diversos pasos de
esa insidia en la que latía, junto con la incomprensión, un deseo por influir
en el gobierno y dirección propia de los Hermanos por parte de otras personas:
"Su gran pecado -escribía La Grange, refiriéndose al Santo-, por lo que he
podido descubrir, es que no se deja gobernar por el señor párroco de San
Sulpicio".
San Juan Bautista aceptó enseguida la destitución; pero los Hermanos no, y el
Santo no conseguía convencerlos. Sólo después de muchas humillaciones y
desaires para el Fundador se llegó a una curiosa solución: de la Salle
continuaría como Superior y el que habían nombrado en su lugar quedaría como
Superior oficial, aunque "externo".
El tal "Superior oficial externo" sólo hizo acto de presencia una vez en tres
meses y no regresó.
Juana Jugan
Lo que en la vida de san Juan Bautista fue un episodio, ocupó casi toda la
existencia de Juana Jugan. Tras fundar el germen de las futuras Hermanitas de
los Pobres y tras doce años de intensa actividad apostólica, fue despojada de
todos sus cargos y relegada durante veintisiete años, hasta su muerte.
Juana Jugan había sido reelegida como Superiora por la comunidad el 8 de
diciembre de 1843, pero un sacerdote, el padre Le Pailleur, dos días antes de
la Navidad de ese mismo año, anuló por su cuenta la elección y nombró en su
lugar como Superiora a una religiosa de 23 años.
Es más; Le Pailleur suplantó a Juana como Fundador de la Congregación y
procedió a una sorprendente "reescritura" y falsificación de la historia de la
propia fundación", intentando hacer creer a todos que Juana había sido la
tercera religiosa en incorporarse.
La falsificación llegó hasta la propia tumba: cuando Juana murió en 1879, se
escribió sobre la lápida, al lado de su nombre: "tercera Hermanita de los
Pobres".
Esta leyenda, creada deliberadamente por el Padre Le Pailleur, aparecía en los
textos oficiales de la época. "La primera vez -escribe Milcent- en la carta
escrita por el Obispo de Rennes a la Santa Sede, para presentar a la
Congregación y pedir la aprobación pontificia. La fecha del comienzo de la
obra se ha convertido en el 15 de octubre de 1840 (en realidad Juana entonces
ya había recogido a dos mujeres pobres desde hacía casi un año).
”Se presenta al Padre como Fundador. A Juana sólo se la nombra entre `cuatro
jóvenes de humilde condición´. Se ha encontrado el borrador de esta carta en
los archivos del obispado de Rennes: tiene dos correcciones que modifican
sensiblemente el texto: probablemente han sido introducidas por una mano
cómplice, después de que el Obispo aprobase el texto. Se ha tachado el
adverbio praesertim (= en particular, especialmente) que subrayaba el papel de
Juana; y se ha añadido la palabra fundatoris al lado del nombre de Le Pailleur".
El autor recuerda otras falsificaciones, que fueron posibles en el interior de
la Congregación porque los primeros testigos fueron desapareciendo poco a
poco, no sin ocasionar algunos asombros en las nuevas vocaciones "ya que
muchas de ellas habían oído en sus familias otra versión de los hechos".
Al final, los hechos se aclararon, tras una encuesta apostólica realizada por
la Jerarquía. En 1880 Le Pailleur fue llamado a Roma, donde murió en un
convento, sin recobrar el cargo que se había atribuido.
Pocos años después, la Santa Sede comenzó a descubrir la verdad histórica de
los sucesos. La joven religiosa que sustituyó a Juana Jugan -Mane Jamet-
conoció este final, ya que ella murió en 1893; posiblemente esto la consoló.
Su buena fe no puede ponerse en duda: a menudo debía sentirse desgarrada entre
lo que creía la obediencia y el respeto a la verdad. Una religiosa había oído
de ella la siguiente confesión: ´no soy yo la primera hermanita ni la
Fundadora de la obra. Juana Jugan es la primera y la Fundadora de las
Hermanitas de los Pobres´".
Para entender la actitud de Juana Jugan durante este proceso, hay que tener en
cuenta, como apunta Garrone, que la Fundadora sabe durante ese periodo "que la
barca está en buena ruta; la elección de la superiora que la substituye de
oficio, a pesar del voto de las hermanas, no le parece contraria al bien de la
comunidad y de los ancianos a quienes hay que servir”. Contempló a lo largo de
su vida, durante su postergación, el gran desarrollo de la Congregación que
había fundado, que contaba, pocos años antes de que muriera, con más de cien
casas en diversos países y con 2.400 religiosas.
Postergada, humillada, injustamente olvidada, Juana Jugan no tuvo nunca
ninguna reacción de rencor. "Nunca le oí decir -recuerda una religiosa- la
menor palabra que pudiera hacer suponer que ella había sido la primera
Superiora General. Hablaba con tanto respeto, con tanta deferencia de nuestras
primeras buenas madres (= las superioras). Era tan pequeña, tan respetuosa en
sus relaciones con ellas...".
Santa Rafaela
Ésa fue también la actitud de santa Rafaela María Porras, una de las
Fundadoras del Instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, a la
que unas religiosas de su Congregación desposeyeron de todos los cargos de
gobierno, tras dieciséis años de Fundadora y Superiora General de su
Instituto, alegando que se había vuelto loca.
La Santa vivió así hasta su muerte: fueron treinta y dos años de "aniquilación
progresiva y de martirio en la sombra", como diría Pío XII el día de su
Beatificación.
Santa Rafaela conservó siempre, ante estas contradicciones -como afirmaba su
director espiritual, un religioso jesuita que ignoraba que aquella humilde
monja a la que dirigía espiritualmente fuese la Fundadora- una "serenidad de
espíritu, manifestada en su mirada límpida y en la característica sonrisa en
sus labios".
No hubo en ella el mínimo movimiento de crítica. "Yo bendigo cada día más mi
inutilidad -decía-; ojalá que acabe de lograr que nadie, se acuerde de mí".
San Alfonso
“¡Cómo se consuelan los santos, cuando son injuriados -escribía san Alfonso-
recordando las ignominias que padeció Jesucristo por nosotros!".
En su vejez el propio san Alfonso tuvo que aplicar éstas a su propia vida:
cuando volvió de Santa Águeda, donde le había nombrado Obispo el Papa,
descubrió que "la Congregación atravesaba entonces una crisis profunda. Había
rivalidades, intrigas y ambiciones y en la misma Curia Romana se seguía un
proceso en el cual los cismáticos tenían todas las probabilidades de triunfar.
”El mismo Fundador estaba en peligro: se le acusaba de haber cambiado las
Constituciones del Instituto, de haberse dejado engañar por el regalismo.
dominante, de haber hecho más caso de la corte de Nápoles que de la autoridad
pontificia. Y llegó la sentencia de Pío VI: Alfonso y sus más fieles
compañeros eran separados de la Congregación.
”Al recibir la noticia, sólo dijo estas palabras: hace seis meses que hago
esta sola oración: `Señor, lo que Vos queréis lo quiero yo también.´ Pero tan
delicada era su conciencia, que pensó en emprender un largo viaje para
manifestar su sumisión al Papa." Esto provocó el asombro de los que le
rodeaban porque ni siquiera era capaz, a sus años, de tenerse en pie.
La Beata María de la Pasión
La Beata María de la Pasión, Fundadora de las Franciscanas Misioneras de
María, sufrió una humillación semejante, aunque durante menos tiempo. Fue
depuesta del gobierno de, su Instituto en 1883 y rehabilitada al año
siguiente.
Olvido y perdón
La respuesta de todos estos hombres y mujeres de Dios fue siempre el olvido y
el perdón. "Yo dejo a Dios que me defienda -comentaba Santa María Micaela,
conocida como la `Madre Sacramento´, cuando oía a los Obispos hacerse ecos de
las calumnias que propalaban contra ella- porque si lo hago yo, le quito a
Dios el derecho de que lo haga y yo fío más en su defensa que en la mía"
"Este año he sido muy calumniado -escribía a su director espiritual san
Antonio María Claret y perseguido por toda clase de personas, por los
periódicos, por folletos, libros remedados, por fotografías y por muchas otras
cosas, y hasta por los mismos demonios. Algún poquito a veces se resentía la
naturaleza; pero me tranquilizaba luego y me resignaba y me conformaba con la
Voluntad de Dios. Contemplaba a Jesucristo, y veía cuán lejos estaba de sufrir
lo que Jesucristo sufrió por mí, y así me tranquilizaba. En este mismo año he
escrito el librito titulado El consuelo de un alma calumniada”
“No puede usted formarse una idea -le escribía san Antonio María al P. José
Xifre, el 15 de enero de 1864- de cuánto trabaja el infierno contra mí:
calumnias las más atroces, palabras, obras, amenazas de muerte; todo lo pone
en juego para ver cómo me desprestigia y me espanta; pero con la ayuda de
Dios, no hago caso".
La actitud de los santos podría resumirse en los consejos que daba san
Josemaría Escrivá: "callar, rezar, trabajar, sonreír." "No olvidéis que estar
con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las
manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la
soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por
dentro y por fuera; porque quiere conformarnos, a su imagen y semejanza y
tolera que nos llamen locos y que nos tomen por necios".
"Nunca le oí -recordaba un amigo de san Josemaría que está camino de los
altares, el Siervo de Dios José María García Lahiguera- una palabra de mal
humor, ni frases hirientes, ni siquiera quejas".
“Lo mejor es reírse de ellos -escribía santa Teresa a la Madre María de San
José en 1577, a propósito de sus atacantes- y dejarlos decir" . La Santa
alababa al Señor por esas persecuciones que permitía contra las carmelitas.
"Sea con vuestra paternidad, mi padre, el Espíritu Santo -le escribía al Padre
Gracián-, y déle fuerzas para pasar esta batalla, que pocos hay ahora en
nuestros tiempos que con tanta furia permita el Señor que los acometan los
demonios y el mundo. Bendito sea su nombre, que ha querido merezca vuestra
paternidad tanto y tan junto".
Se podrían citar numerosos ejemplos, desde la antigüedad cristiana hasta
nuestros días. Basta recordar la vida de san José Benito Cottolengo Fundador
de la Pequeña Casa de la Divina Providencia. Escribe uno de sus biógrafos: "Estremecíase
de gozo por los dolores que le permitía (Dios), dichoso por poder sufrir
alguna cosa por Él".
San Pedro Poveda comentaba: "He sido el tema de las tertulias, se me ha puesto
en solfa; he tenido enemigos de todas clases; he recogido muchas
ingratitudes."
Sin embargo, en medio de tantas penalidades, estos hombres y mujeres fueron
profundamente felices, porque supieron encontrar en la Cruz el amor de Dios.
"Desead sufrir injurias -le aconsejaba san Ignacio al P. Nadal-, trabajos,
ofensas, vituperios, ser tenido por loco, ser despreciado de todos, tener cruz
en todo por amor de Cristo nuestro Señor..."
Una lógica sobrenatural
Estas actitudes sólo se explican desde una lógica sobrenatural: más que la
ofensa personal que se les hace, a los santos les duele la ofensa que esos
ataques suponen contra Dios. Porque, como recuerda santa Teresa, esa ofensa
"primero se hace a Dios que a mí, porque cuando llega a mí el golpe ya está
dado a esta Majestad por el pecado" .
Por esa razón la Santa de Ávila no quería lamentos del tipo "razón tuve", "
hiciéronme sinrazón", "no tuvo razón quien hizo esto conmigo". "De malas
razones nos libre Dios -escribía con energía-. ¿Parece que había razón para
que nuestro buen Jesús sufriese tantas injurias y se las hiciesen, y tantas
sinrazones?"
Comentando este pasaje teresiano, san Alfonso recordaba la respuesta de Jesús
a un mártir que se lamentaba por la injusticia que sufría, sin haber hecho mal
alguno:
"-Y yo, ¿qué mal hice, preguntóle el Señor, para verme crucificado y muriendo
por los hombres?"
Nunca el mundo ha recibido con gusto...
"Nunca el mundo ha recibido con gusto, desde un principio -afirmaba Campanella
en su Libro apologético contra los impugnadores de las Escuelas Pías en San
José de Calasanz- a los que Dios ha suscitado como Fundadores de grandes obras
útiles para beneficio de los mortales: casi siempre lo ha hecho con
indignación y repugnancia."
Tras citar a Moisés, los Profetas, los Apóstoles y al mismo Jesucristo,
continuaba el dominico:
"Los que siguiéndole a Él han fundado órdenes religiosas nuevas han sufrido
oposiciones no pequeñas de parte de los mismos cristianos. Testigos de ello
son Santo Tomás y San Buenaventura, en los opúsculos que escribieron contra
los impugnadores de la Orden dominicana y franciscana. Ni los jesuitas ni
otras órdenes posteriores se vieron libres de persecuciones.
"No es pues de admiración que en nuestro tiempo el Instituto de las Escuelas
Pías, utilísimo a la república y a la religión, sea perseguido por los
seglares y religiosos. Nosotros que, no solamente por la historia de los
demás, sino por las tribulaciones propias, hemos aprendido que no son
acusaciones sino calumnias las que se lanzan contra los bienhechores del mundo
(...), hemos querido acallar las murmura ciones de entrambos. Por lo cual
refutaremos con razones primero a los seglares, ayunos de verdadera ciencia y
verdadero celo; y después a los religiosos movidos por el celo sin ciencia"
La apasionada defensa que hace el dominico Campanella de las Escuelas Pías y
de su Fundador en un momento crítico de la historia de esta Institución, pone
de manifiesto que rara ha sido la institución de la Iglesia que no se ha visto
envuelta, en algún período de su historia -habitualmente en el de su
fundación-, por el temporal de la contradicción externa o interna.
Y del mismo modo que los verdugos han ensayado a lo largo de los tiempos, como
recordaba Hamman, la práctica totalidad de las. posibilidades de martirio que
la mente humana pueda imaginar, determinados verdugos morales han llevado´ a
cabo, a lo largo de estos veinte siglos de historia de cristianismo, todas las
posibilidades denigratorias y todas las modalidades de "linchamiento moral"
conocidas en contra de los hombres de Dios, en especial contra los santos.
¿Por qué contra los santos?
¿Por qué se dirige la denigración principalmente contra los hombres santos,
cuando podría encontrar en el seno de la Iglesia, de origen divino pero
compuesta por hombres, todas las miserias humanas imaginables? Parecería más
lógico que en la diana de las críticas estuviesen aquellos cristianos
-corruptos, falsarios, crueles, inmorales, perversos...- que deshonran con sus
actuaciones la fe recibida en el Bautismo.
Sin ánimo de desentrañar el misterio, se vislumbran algunas de las razones de
ese ensañamiento histórico contra los santos, al reflexionar sobre su función
en el seno de la Iglesia.
"El escándalo -escribe Romano Guardini en El Señor-, es la expresión violenta
del resentimiento del hombre contra Dios, contra la esencia misma de Dios,
contra su santidad. En lo más profundo del corazón humano dormita, junto a la
nostalgia de la fuente eterna, ... la rebelión contra el mismo Dios, el
pecado, en su forma más elemental que espera la ocasión propicia para actuar.
Pero el escándalo se presenta raramente en estado puro, como ataque abierto
contra la santidad divina en general; se oculta dirigiéndose contra un hombre
de Dios: el profeta, el apóstol, el santo, el profundamente piadoso.
Un hombre así es realmente una provocación. Hay algo en nosotros que no
soporta la vida de un santo, que se rebela contra ella buscando como pretexto
las imperfecciones propias de todo ser humano, sus pecados, por ejemplo. ¡Éste
no puede ser santo! O sus debilidades, aumentadas malévolamente por la mirada
oblicua de los que le rechazan... En una palabra, el pretexto se basa en el
hecho de que el santo es un hombre finito.
La santidad, sin embargo, se presenta más insoportable y es objeto de mayores
objeciones y recusaciones intolerantes en ´la patria de los profetas´. ¿Cómo
va a admitirse que es santo un hombre cuyos padres se conocen, que viven en la
casa de al lado, que debe ser `como los otros´. El escándalo es el gran
adversario de Jesús".
Como recuerda el teólogo español José Luis Illanes, la Iglesia "tal y como
ella se entiende a sí misma, no es un simple grupo de creyentes que mantiene
vivo a lo largo de los siglos la memoria o recuerdo de Cristo, sino una
comunidad que participa de la vida de Cristo y que, en Cristo y por Cristo,
tiene acceso a la intimidad con Dios, es decir, a la santidad´. Hablar de
santidad, concluye el teólogo español es, en definitiva, hablar de la razón de
ser de la Iglesia, de lo que la define y constituye.
"La historia de la Iglesia no es otra cosa -explica Illanes-, en su substancia
última, que la historia de la santidad realizándose en el tiempo. Por eso ha
podido decirse que la historia cristiana debería escribirse y estructurarse a
partir de la historia de sus santos: los jalones decisivos de la historia de
la Iglesia no están constituidos por las grandes gestas culturales o por la
confrontación de unas u otras civilizaciones, ni tampoco por la construcción
de grandes templos o por la celebración de concilios de alcance universal,
sino por la real y efectiva promoción de santidad."
Desde esta perspectiva teológica se entiende mejor que cualquier ataque contra
la Iglesia se dirija a los santos como a su punto álgido: los santos son dones
de Dios a su Iglesia, mediante la cual impulsa su caminar; son una síntesis
feliz de una iniciativa de la gracia divina con la respuesta libre y generosa
del hombre a esa iniciativa. Atacar a los santos es atacar el fruto más
precioso de la Iglesia.
Los ataques contra los santos y las instituciones de la Iglesia han sido
"múltiples, variados y constantes", como recordaba Campanella. En los
siguientes capítulos se alude sólo a las contradicciones que guardan una mayor
actualidad.
-la llamada "contradicción de los buenos", en su doble versión de
incomprensión por parte de las almas rectas, pero confundidas;
-la incomprensión de miembros de la Jerarquía;
-las que acaban provocando denuncias ante los Tribunales eclesiásticos y
civiles;
-las que provienen de acusaciones de determinados ex-miembros de algunas
instituciones hacia sus propios Fundadores.
Trataré más tarde de las persecuciones por parte del poder político, de las
controversias que suscitan a veces las vocaciones jóvenes; de las acusaciones
de locura contra los hombres de Dios; y de las ridiculizaciones y las
difamaciones acerca del carácter de los santos.
No acaba aquí el elenco de tribulaciones: podrían citarse también los
atentados y las agresiones físicas, los encarcelamientos, las torturas y las
deportaciones que han sufrido los hombres de Dios a lo largo de todas las
épocas.
Muchos de estos sufrimientos han tenido lugar en fechas muy recientes: están
saliendo a la luz los relatos de los padecimientos morales y fisicos que ha
soportado la Iglesia en los países del Este.
Madjansky refiere algunas de esas penalodades en su libro Un Obispo en los
campos de exterminio. Sin embargo, estos aspectos se encuentran más próximos
al martirologio, y en estas páginas se analizan sólo las contradicciones más
habituales de los hombres y las mujeres de Dios.
José Miguel Cejas,
"Piedras de escándalo"