COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE

Marcello de C. Azevedo

http://www.arches.uga.edu/~rjudd/main.htm

 

Las comunidades eclesiales de base son hoy, en América latina, un componente eclesiológico significativo desde el punto de vista teológico, pastoral a institucional. Teológicamente explicitan y valoran bajo nueva luz elementos bíblicos y aspectos de la tradición y de la doctrina de la Iglesia. Pastoralmente crean y agilizan un proceso de evangelización y desarrollo de la fe y de la vida cristiana que responde a las necesidades de la mayor parte de la población. Institucionalmente representan un paradigma de organización eclesial que se distingue de los modelos anteriores y que tiende a repercutir cada vez más en la totalidad institucional de la Iglesia. Las comunidades eclesiales de base son, pues, un elemento clave para la vida eclesial latinoamericana y para su adecuada comprensión en el actual momento histórico.

Existen en la actualidad un gran número de publicaciones sobre las comunidades eclesiales de base. Algunas son analíticas y sectoriales. Enfocan aspectos precisos. Ofrecen documentación de ejemplos de su realidad. Otros trabajos estudian el asunto con dimensiones definidas, de cuño teológico, eclesiológico o pastoral. Hay ensayos que surgen de las propias comunidades eclesiales de base. Hay investigaciones y documentos emanados de la Iglesia jerárquica. Y hay también amplio material mimeografiado, orientado a la comunicación, a la motivación o a la discusión en las mismas comunidades o en seminarios y encuentros sobre las mismas.

Aparte de su variado tenor y calidad, esta multiplicidad de publicaciones tiene un gran valor hermenéutico. Es como un tapiz que permite situar el tejido espontáneo del diario y real caminar de las comunidades eclesiales de base. Al intentar clasificar esta vasta producción pienso que se la puede agrupar en tres grandes categorías: estudios descriptivos de la fenomenología de las comunidades eclesiales de base; trabajos que revelan su metodología; estudios que reflexionan sobre las comunidades y elaboran su fundamentación o significación teológica bajo múltiples aspectos.

Del contacto directo con las comunidades eclesiales de base, con las personas que a ellas se dedican, y del análisis de la bibliografía, se infiere una constante en la conciencia eclesial actual: las comunidades eclesiales de base son un nuevo modo de vivir la Iglesia, de ser Iglesia y de actuar como Iglesia. Este modo no es nuevo en cuanto que en las comunidades eclesiales de base se recogen y reviven elementos de la más auténtica tradición de la Iglesia desde los inicios. Pero sí es nuevo este modo de ser Iglesia si se le compara con el modelo antes existente de Iglesia y en vigor durante los casi cinco siglos de presencia eclesial en América latina. Este modelo, vigente aún en gran parte, es tributario de la evangelización, institucionalización y acción pastoral de la Iglesia que se consolidó en América latina. Fue el paradigma que dirigió la difusión misionera coincidente con los descubrimientos de la edad moderna y el mismo que permaneció a lo largo del período colonial y, después de la independencia, incluso durante la etapa de la «romanización», en la segunda mitad del siglo XIX. Los orígenes a inspiración de este modelo se enraízan en el contexto del concilio de Trento, con la organización de un cuerpo de doctrina, de un universo litúrgico y disciplinar homogéneo, y con una formación y cualificación específica del clero para ponerlos en práctica y cultivarlos. En términos de expresión y estructura simbólica, continúan manejándose elementos típicos de la precedente configuración del cristianismo en España y Portugal; elementos, a su vez, fruto de diversas influencias.

En las huellas del concilio Vaticano II y de su lectura contextualizada en Medellín y Puebla, así como en el cuadro complejo de la realidad latinoamericana, las comunidades eclesiales de base conllevan nuevas opciones fundamentales de Iglesia.  Enraizadas en la tradición, las comunidades eclesiales de base nos ofrecen, con todo, algo muy creativo. No basta, pues, el verlas solamente en su pasado y presente. Es importante abrirse a sus perspectivas de futuro.

Como se puede verificar en 1a reflexión subyacente a los documentos de la II y III Asambleas Generales del Episcopado, en Medellín (1968) y Puebla (1979) respectivamente, la teología en América latina tiene una relación directa con las comunidades eclesiales de base. Dicha teología ofrece un conjunto válido de instrumentos para el análisis a interpretación de estas comunidades. Lo mismo se puede decir de las diferentes teologías de la liberación. Aunque en una a otra de sus versiones el universo teológico de la liberación pueda no coincidir plenamente con las fronteras teológicas, sobre todo de Puebla, las teologías de la liberación son una significativa mediación para la comprensión de las comunidades eclesiales de base.

I. ¿QUE SON LAS COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE?

Hay algunas características fundamentales comunes en ese fenómeno eclesial, presente en varias partes del mundo y designado como comunidades de base, comunidades cristianas de base, comunidades eclesiales de base. En el actual estado de la conciencia y reflexión eclesiológica es difícil hablar de las comunidades eclesiales de base de un modo unívoco. A pesar de tener un fondo común, son, de hecho, una realidad diversificada, de la cual se puede inferir un concepto análogo. Incluso en el contexto más homogéneo de América latina, hay diferencias notables entre las comunidades eclesiales de Brasil, Perú, El Salvador y Nicaragua, por ejemplo. Esto dificulta escribir sobre ellas con rigor analítico, sin una cualificación específica. De ahí la necesidad de un punto de referencia concreto que permita la ulterior verificación de los casos análogos. Este punto referencial será aquí el de las comunidades eclesiales de base de Brasil, teniendo presente, sin embargo, que en lo que se dirá estoy privilegiando también lo que parece ser válido para otros países de América latina.

No pretendo dar una definición estricta, ni siquiera una descripción de las comunidades eclesiales de base. Esto llevaría a perder una de sus características fundamentales, esto es, la flexibilidad y apertura hacia el cambio y la transformación, desde la sintonía con la realidad y los signos de los tiempos, signos de Dios y de los hombres que se traducen a través de esa misma sensibilidad. Todo esto es parte de la vida de las comunidades y difícilmente se deja conceptualizar. Pero hay algunos elementos característicos contenidos en la propia semántica de su nombre: comunidades eclesiales de base.

Son comunidades. Tienden a un estilo de vida cristiana que está en nítido contraste con el cuño individualista y egoísta, privatizado y competitivo, que marca tanto la cultura occidental moderno-contemporánea como la fisonomía eclesiástica que se ha ido afirmando en dicho contexto hasta hace bien poco tiempo. En su evolución, pues, en estos veinticinco o treinta años, las comunidades eclesiales de base han venido subrayando, antes y después de Puebla, el binomio comunión y participación. Al enfatizar la comunión- única raíz que hace viable una comunidad auténtica- las comunidades eclesiales de base desean vivir la fe como una experiencia compartida, mutuamente alimentada y apoyada por sus miembros. Es una dimensión que recupera la inspiración común a las tradiciones del Antiguo y Nuevo Testamento, en el sentido de que la fe se expresa en la alianza entre Dios y los hombres y se vive en la conciencia de que es el legado común de todo un pueblo: el pueblo de Dios. Enraizada en el individuo y vivida al nivel de la persona, la fe, por eso mismo, se explícita también en el nivel socio-relacional. Este plano profundo de comunión en la fe debe conducir a una creciente cualificación de las relaciones interpersonales de la comunidad. Esto hace posible la dimensión de participación, sobre todo en la elaboración e implementación corresponsable de las decisiones. Es una característica que supera la actitud pasiva o puramente sumisa en relación a la iniciativa y al ejercicio de la autoridad de parte del clero, de los religiosos o de los laicos en el seno de la comunidad.

Las comunidades eclesiales de base son eclesiales. Este adjetivo tiene un alcance, de hecho, sustancial en la designación de las comunidades. Los catalizadores de esta eclesialidad han sido, en la perspectiva brasileña de las comunidades, la unidad de fe y en la fe, por un lado, y el sentido de pertenencia a la Iglesia como realidad institucional visible, por otro. Aun cuando abiertas al diálogo ecuménico, la experiencia de las comunidades eclesiales de base ha mostrado lo importante que es el partir de una misma fe para el crecimiento consciente de las comunidades de fe. Este rasgo es fundamental por el alcance a importancia de la palabra de Dios y de la lectura, reflexión y oración bíblica en las comunidades eclesiales de base, como veremos. Al subrayar, por otra parte, la ligazón con los pastores y con la realidad visible de la Iglesia, como un dato de su eclesialidad, las comunidades quieren invertir el modelo hostil, reivindicativo y en pie de confrontación, que caracterizó a las comunidades de base de los años sesenta, especialmente en países como Italia, Francia, o la underground church de Estados Unidos. Esto no significa que las comunidades eclesiales de base tengan su origen necesariamente en la iniciativa del clero, aunque ello acontezca también. Independientemente, por lo tanto, del factor originante, lo cierto es que las comunidades eclesiales de base han buscado y encontrado reconocimiento y apoyo en los obispos, disfrutando, al mismo tiempo, de una amplia autonomía.

El ser de base es el tercer elemento característico de las comunidades eclesiales de base. Siendo predominante una activa comunidad de laicos, éstos se entienden como «base», desde un punto de vista eclesiástico, en relación a la estructura jerárquica de la Iglesia. Pero en América latina, las comunidades eclesiales de base con de base también en una perspectiva social y sociológica. Sus varios millares o millones de miembros son personas pobres. No se trata de una postura excluyente sino de un fenómeno comprensible. Los pobres sienten con mayor fuerza la necesidad de mutuo apoyo y de comunidad. En su sencillez son menos exigentes y sofisticados a la hora de entablar, modelar y cultivar relaciones interpersonales. Bajo la presión de necesidades comunes y urgentes, ellos son también más abiertos a la participación. Los pobres, en fin, son más sensibles al don, porque son también más conscientes de sus carencias personales y sociales y de la necesidad de recibir. Rara vez piensan las cosas y las relaciones como algo debido a ellos o merecido. Hay en ellos una humildad que se hace verdad en la sencillez. Esto les abre el corazón a la fe, realidad que forma parte de la economía del don de su salvación y liberación. El hecho de estar eclesial y socialmente en la base hace más fácil para los miembros de las comunidades eclesiales de base la integración de fe y vida, palabra y acción. A la luz del evangelio, esto les permite percibir su situación en el contexto de opresión, violencia e injusticia de una organización social que es preciso transformar.  El ser de base les lleva a una fe que no es sólo escucha o conocimiento del mensaje, ni sólo traducción litúrgica de la palabra, sino que es todo esto y mucho más, orientado a acciones concretas y conscientes, a acciones efectivamente transformadoras.  Sensibles al imperativo de cambio social, el ser de base les permite captar también que serán ellos, marcados tan a fondo y por tanto tiempo por la injusta inspiración y estructura de la sociedad, los autores principales de esta irreversible transformación. De hecho, no se puede esperar que la misma venga de los beneficiarios del actual estado de cosas. Los sujetos naturales a inmediatos del cambio social son las víctimas que sufren de hecho las consecuencias de la realidad y que constituyen la inmensa mayoría de la población. En este sentido las comunidades eclesiales de base, por la fuerza intrínseca de la encarnación histórica de la fe cristiana y por las indeclinables consecuencias éticas que se deben traducir en la praxis cristiana, tienen una dimensión y un alcance social y político. En efecto, su fe vivida lleva consigo el imperativo de una inspiración evangélica de cara a la estructuración y organización de la sociedad y del bien común de sus miembros y la exigencia de una presencia activa en la construcción de este proyecto. De esta íntima vinculación entre fe y vida, entre fe y acción, entre fe y su proyección ética, entre proyecto evangélico y acción transformadora de una sociedad opresora a injusta, emerge la importancia de la praxis liberadora de las comunidades eclesiales de base en el contexto de una realidad que es violenta y que oprimen.
 

II. COMO SURGE UNA COMUNIDAD ECLESIAL DE BASE

El proceso de formación de las comunidades eclesiales de base revela tres vertientes.

Primera: Renovación de la parroquia. La preocupación más antigua, ya anterior a Medellín, es la dinamización de la parroquia. ¿Cómo superar el individualismo y el anonimato, la conciencia y las actitudes de una religión privatizada o solamente devocional y cúltica, características tan frecuentes en las parroquias latinoamericanas, tan vastas territorialmente y tan numerosos. Las comunidades eclesiales de base, como primera célula eclesial (Medellín), fueron vistas en esta perspectiva, primordialmente sociológica, es decir, de dinamización interna de la parroquia. Todavía hoy, la intención de multiplicar pequeños grupos intraparroquiales está en la raíz de la creación ulterior de las comunidades eclesiales de base en muchas partes.

Segunda: Grupos bíblicos, Más allá de los límites jurisdiccionales de la parroquia, irán surgiendo un poco por todas partes, entre Medellín y Puebla, los grupos de oración y reflexión a la luz de la palabra de Dios. Fue ésta una fase intensa, post-conciliar, de nuevas traducciones de la Biblia, de amplia difusión del texto sagrado, a través del «mes de la Biblia», de cursos, introducciones y, sobre todo, popularización de la Escritura. En algunos países se dio un notable esfuerzo en el sentido de explicitar los contenidos bíblicos implícitos en las tradiciones populares de la religiosidad y espiritualidad del pueblo. En Brasil es inestimable la colaboración de Carlos Mesters en la elaboración de una pedagogía popular de acceso a la Biblia. Desde los años sesenta hasta hoy, los círculos bíblicos han sido una fase precursora de las comunidades eclesiales de base, así como en éstas ha sido central la escucha y la lectura de la palabra de Dios. Y así, la perspectiva que caracteriza a las comunidades eclesiales de base en el tratamiento de la Biblia es la articulación de to que se lee con to que se vive. Es la ligazón entre la palabra y la realidad, la identificación en la Biblia de situaciones vividas hoy y sufridas por el pueblo. A través de ello los miembros de las comunidades eclesiales de base se introducen en una visión nueva de Dios, del mundo y de sí mismos, que es decisiva en la fundamentación bíblica que anima la vida de las comunidades.

Tercera: Conciencia social y política. Preocupaciones y problemas coincidentes, ideas y aspiraciones relacionadas con to cotidiano de la vida, desarrolla en y entre las personas una conciencia de unidad y un sentido de solidaridad. Se descubren unas a otras en su suerte común. La experiencia de la fragmentación y el empobrecimiento, de la opresión y la impotencia individual, cede el lugar a la percepción de las posibilidades de un esfuerzo integrado por muchos. Muchas comunidades eclesiales de base han tenido ahi su punto de partida. El grupo se forma de cara a objetivos precisos: construir un puente, abrir o mejorar una carretera, garantizar una producción mínima de alimentos para subsistencia, conseguir escuela, agua o luz para el lugar, luchar por la posesión o propiedad de la tierra. Progresivamente, el darse cuenta de la unión en la fe, el unirse en la oración y la celebración y, sobre todo, el descubrirse a sí mismos en los textos y pasajes bíblicos, hacen surgir una comunidad eclesiástica de base a partir de un grupo ocasional o funcional.

Cualquiera que haya sido la vertiente inicial y originaria -la renovación parroquial, los grupos bíblicos o la concientización socio-política-- la experiencia ha mostrado que la creación de las comunidades eclesiales de base supone siempre una articulación de la vertiente religiosa con la social. Originariamente una a otra puede haber sido la dominante o haber tenido la precedencia. Pero la comunidad eclesial de base sólo emerge realmente cuando se da la integración entre una y otra. Cuando perdura o domina sólo to social, se camina hacia un movimiento popular. Cuando permanece sólo to religioso, se tiene una asociación o movimiento, un grupo bíblico o de oración. La comunidad eclesial de base supone «fe y lucha del pueblo, evangelio y realidad social»; es una realidad eclesial fundada sobre una fe que abraza la totalidad de la vida.

Hay, por tanto, dos coordenadas que se entrecruzan para que se geste una comunidad eclesial de base. Por un lado el énfasis en la palabra de Dios, en la centralidad de Jesucristo, en el alcance de su misión de salvación y liberación. Hay una conciencia de comunión en la fe, un sentido de ser pueblo y de asumir en conjunto la realización del proyecto evangélico. Por otra parte se da la conciencia de inserción en el mundo, de atención a los signos de los tiempos, de impulso para la transformación social, de compromiso con la construcción del futuro. Hay una percepción crítica del contexto de lucha, de las formas ideológicas actuantes y de los inevitables conflictos. Ese doble eje encuentra su intersección en una fe personalizada y adulta, enraizada en la vida y comprometida con la superación de la opresión y la violencia, de la marginalización y de la discriminación. Las comunidades eclesiales de base quieren tener esa fe vivida en la esperanza, sustentada en la verdad y animada por el amor. Esta es la base firme de una sociedad justa, forma incoada de la presencia y de la implantación del Reino.

III. CONTEXTO HISTORICO DEL SURGIMIENTO DE LAS COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE

En la coyuntura histórica de la aparición de las comunidades eclesiales de base tres factores fueron particularmente decisivos en América latina. El primero fue el concilio Vaticano II, una experiencia eclesial global sin lugar a dudas. Pero visto desde la perspectiva de las comunidades eclesiales de base, el Concilio fue el acontecimiento, de hecho, que las hizo viables. En contraste con un modo de ser Iglesia que había cristalizado desde la Edad Media se organizó de modo uniforme desde el concilio de Trento, el Vaticano II asumió y legitimó diferentes tendencias que se venían afirmando y madurando desde la primera mitad de nuestro siglo. Los movimientos bíblico y litúrgico, la renovación en la eclesiología y en la doctrina social de la Iglesia, la creciente participación de los laicos y la sensibilidad hacia el mundo moderno, son elementos decisivos en esta fundamentación remota de la posibilidad misma de existencia de las comunidades. Ahí están las raíces de muchos aspectos de este nuevo modo de ser Iglesia que son las comunidades eclesiales de base.

El segundo factor es también intraeclesial. Con la colegialidad episcopal, enfatizada en el Concilio, resurgió la valorización y la conciencia de las Iglesias locales. La lectura contextualizada del Concilio en Medellín y Puebla se hace atendiendo a nuestra dramática realidad, marcada por la pobreza y la injusticia. La nueva conciencia del submundo de los pobres, la identificación de éste como reverso de la historia y la consecuente opción preferencial por los pobres, hilo conductor de esta sensibilidad, irían gradualmente transformando la fisonomía eclesiológica y la praxis pastoral de muchas de nuestras iglesias locales. Constituidas, sobre todo, por pobres, que son la inmensa mayoría de nuestro pueblo, las comunidades eclesiales de base son una implementación específica y vivencial de la preferencia eclesial por los pobres. Viendo y pensando la realidad a partir de ellos, estando con ellos y sirviéndoles, la Iglesia retorna hoy a la forma, inspiración a identidad de la misión del propio Cristo. El vino para evangelizar a los pobres...

El tercer factor se encuentra en la coyuntura histórica que se vive en varios países latinoamericanos. La permanente situación de una sociedad estratificada y discriminadora, que proviene del pasado colonial, la consolidación de oligarquías nacionales privile-giadas que se afirmaron en el período de la postindependencia, la invasion predatoria y generalizada del capital internacional en nuestras regiones, fue seguida, a partir de los años sesenta, de la implantación de los modelos político-económicos de la Seguridad Nacional. Todo esto amalgamaba a los poderes militares y oligárquicos nacionales con el poder económico internacional en un modelo concentrador y dependiente, opresivo y represor. Ese modelo dejó fuera precisamente a los pobres, sin voz y sin oportunidad, sin participación en los beneficios de su trabajo, que cimentaba como mano de obra explotada el esfuerzo simultáneo de modernización y desarrollo material de los sectores productivos. El factor económico, dominante y determinante, que pervertía la concepción cristiana del hombre y del mundo, hizo que el modelo fuese inaceptable para la Iglesia. Tras una larga historia de tácita o patente participación en el poder y de alianza con él a lo largo de los siglos, la Iglesia, en varios de nuestros países, se encontró, esta vez, del otro lado, asumiendo el convertirse en voz de los que la perdieron o de los que jamás la tuvieron. En ese contexto crítico y desafiante, en el cual la Iglesia pagó un alto precio de persecución y martirio, surgieron las primeras comunidades eclesiales de base. Ellas se nutrirán de esta participación en la cruz de Cristo experimentada en el drama diario de sus vidas. La fase histórica de la represión actuó, en varios países, como un factor pedagógico y profundo, aunque doloroso, de una doble dimensión concientizadora. Por un lado, como maduración de una Iglesia realista y solidaria con los pequeños y empobrecidos. Por otro, como constatación de una situación de injusticia social que clama al cielo y como identificación, cada vez más lúcida, de las causas y procesos que producen dicha injusticia. Uno de los resultados integrados de esta coyuntura histórica fue este modo de ser, de vivir y de actuar como Iglesia, que son precisamente las comunidades eclesiales de base. Si algún día se concretizara la eventual democratización de nuestros regímenes políticos, la justicia social y la participación real en los beneficios económicos, así como el acceso creciente a una participación de todos en la configuración de los destinos nacionales, las comunidades eclesiales de base, y la Iglesia que en ellas vive, tendrían, a un tiempo, la conciencia de haber sido parte significativa en la construcción de esta nueva sociedad y el desafío de cómo continuar siendo Iglesia en el contexto de una sociedad más justa y participativa, más igualitaria probablemente y ciertamente más democrática. No podemos vislumbrar hoy, en el horizonte latinoamericano, la posibilidad de concretización de este ideal. Pero es innegable el camino que se viene haciendo en esta dirección.

IV. POTENCIAL EVANGELIZADOR DE LAS COMUNIDADES

Una confrontación estructural entre el paradigma de evangelización que las comunidades eclesiales de base representan y el que marcó el rumbo durante casi cinco siglos a la evangelización del pueblo sencillo y pobre en el interior de nuestros países y en las periferias urbanas muestra la relevancia del potencial evangelizador de las comunidades eclesiales de base. El modelo anterior a las comunidades eclesiales de base se centraba en el sacerdote, en la parroquia y en sus capillas dispersas, en el sacramento, en la persona individual y en la salvación del alma. Debido a la crónica escasez de sacerdotes la concretización del modelo se realizaba, sobre todo, en el vasto interior, a través de la pastoral de misión y del énfasis en la fiesta. La misión, visita infrecuente, corta e intensa del sacerdote, permitía a los fieles recibir los sacramentos y explicitar su conciencia de pertenencia a la Iglesia. La fiesta, del patron o de otros santos populares, cataliza a un tiempo las dimensiones religiosas, sociales, lúdicas y políticas de las personas y los grupos. La repetición regular de este esquema y la fidelidad del pueblo al mismo, si bien no esclarecía ni enriquecía el contenido racional de la fe, ni otorgaba a los fieles una posición activa en el contexto eclesial, contribuía sin embargo a la conciencia y la afirmación formal de la fe. El intervalo entre las visitas del padre quedaba cubierto por devociones (novenas, tríduos, mes de mayo, prácticas religiosas ligadas al ciclo de la vida -nacimiento, matrimonio y muerte-, o de la naturaleza -plantas, animales, clima-). Zonas remotas del interior, casi en estado de hibernación y resignadas, no sacudidas por la dispersión de la vida moderna, permitieron la transmisión de la fe a to largo del tiempo con una impresionante fidelidad a sí mismas.

Las comunidades eclesiales de base, como dijimos, se sitúan igualmente en esta moldura ambiental. Sus miembros proceden de este mismo sector poblacional. Más que de la aplicación de un modelo alternativo de cuño teórico, diseñado de antemano, fue emergiendo otro paradigma de evangelización, lentamente, pero brotando de la realidad vivida por las comunidades y de su experiencia cotidiana, seguida a incluso incentivada por los pastores. Este modelo está centrado sobre el laico, la comunidad, sobre la Palabra, la salvación y la liberación integral de la persona humana total, a nivel individual y social. De destinatarios del proceso, espectadores en buena parte pasivos de la iniciativa y el desempeño del clérigo, los fieles se convierten en sujetos activos de su propia evangelización. Esta se alimenta sobre todo de la constante referencia a la palabra de Dios en la Escritura, leída, reflexionada y orada, en relación directa con la vida concreta de los miembros de la comunidad y del pueblo. La coherencia con los postulados de la fe suscita la urgencia de la necesaria conversión individual. Y en no menor medida, además, en presencia de la realidad concreta en la que se vive, conduce a percibir como imperativa la transformación estructural. Eucaristía, reconciliación, unción de los enfermos, en su vinculación directa con el ministro ordenado, ponen de relieve la significación de éste para las comunidades. Los laicos, sin embargo, se convierten en elementos clave de la preparación y del acompañamiento de la vida sacramental, en la iniciación al bautismo y la confirmación, en la preparación para la primera comunión, la confesión y el matrimonio. Mucho de to que antes era hecho, de modo episódico e improvisado, por el padre, to realizan hoy los laicos, dentro de una pedagogía madurada en las comunidades, promovida por los obispos y por los agentes de pastoral (sacerdotes, religiososo/as, catequistas laicos/as) y llevada adelante por la propia comunidad. De esta forma surgirán nuevas formas de servicio, como expresión de nuevos ministerios. Estos no son necesariamente sucedáneos precarios del ministro ordenado, escaso y ausente. Son, sobre todo, respuesta activa al ritmo de la vida y de la fe del grupo, confrontado siempre con nuevas situaciones, violentado por el contexto social en su modo propio de ser y de vivir, y cada vez más consciente de la fragmentación de su universo cultural. Esta última se realiza por los medios de comunicación social (radio transistor y televisión), por la movilidad intensa que permiten los transportes y por la presencia creciente, en el interior, de proyectos industriales, de minería, agricultura y otros, con consecuencias inexorables.

La aproximación comparativa a esos dos paradigmas de evangelización explica por qué en el Brasil, por ejemplo, los obispos dedican a las comunidades eclesiales de base una especial atención y hacen de ellas una prioridad pastoral:

Las comunidades eclesiales de base constituyen hoy, en nuestro país, una realidad que expresa una de las características más dinámicas de la vida de la Iglesia y que, por diversos motivos, van despertando el interés de otros sectores de la sociedad. Podemos hacer nuestras las palabras de los obispos en Puebla: «Las comunidades de base, que en 1968 (Medellín) eran apenas una experiencia incipiente, han madurado y se han multiplicado. En comunión con sus obispos, se han convertido en centros de evangelización y en motores de liberación y desarrollo» (Puebla 96). Fenómeno estrictamente eclesial, las comunidades eclesiales de base en nuestro país nacieron en el seno de la Iglesia-institución y se han convertido en un nuevo modo de ser Iglesia. Se puede afirmar que alrededor de ellas se realiza y se desarrollará cada vez más, en el futuro, la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia.

V. DIMENSIONES ECLESIOLOGICAS

La elaboración de una eclesiología completa y coherente en el contexto de la teología en América latina es algo bastante más amplio que el enfoque eclesiológico de las comunidades eclesiales de base. Pero, de momento, tal como se comprenden ellas mismas y el episcopado, las comunidades eclesiales de base son parte del cuerpo de una eclesiología que se viene gestando en América latina en los últimos veinte años. La existencia y desarrollo de las comunidades eclesiales de base no son un producto de esta elaboración teológica. Históricamente los dos fenómenos se han alimentado recíprocamente, al tiempo que se definían a sí mismos. Cronológicamente las comunidades eclesiales de base surgían ya incluso antes de que se divulgase la expresión refleja de una teología de la Iglesia en el contexto del continente. Pero la realidad de las comunidades eclesiales de base y la experiencia de los teólogos, obispos y otros agentes de pastoral, vividas y aprehendidas durante la evolución de la reflexión y de la acción teológico-pastoral, ha sido un factor significativo para el proceso en sí mismo. La realidad de las comunidades eclesiales de base, efectivamente, alimentó, concretizó y confirmó principios y desarrollos de esa eclesiología y le definió sus rumbos. Significó para ella una ocasión de trabajo de campo. Suficientemente elaborada hoy, esta teología -y la eclesiología en ella- se revela como una de las mejores claves de lectura del sentido y alcance de las comunidades eclesiales de base. Recordar, aunque brevemente, algunos aspectos del contexto originante de dicha reflexión teológica en América latina nos podrá ayudar, por ello, a comprender y evaluar el alcance eclesiológico de las comunidades eclesiales de base.

La teología en la Iglesia se hace, en general, a partir de dos vertientes principales: el recurso directo a las fuentes -Biblia, tradición a interpretación y enseñanzas del magisterio sobre las mismas- para una mejor comprensión de la revelación y de la Iglesia en cuanto ésta es también parte de aquella; y el apoyo fiiosófico, de inspiración griega principalmente, a través del influjo predominante de Platón y Aristóteles, y a través, sobre todo, de san Agustín y santo Tomás de Aquino. Hasta los años sesenta la teología en América latina repitió o reflejó el pensamiento teológico europeo, a partir de esta misma matriz. Y to hacía, antes del concilio Vaticano II, en términos neoescolásticos, que predomina ban en la formación del seminario. Después del Concilio se abrió al influjo no escolástico, pero siempre europeo, y sobre todo transpuso para el continente el enfoque conciliar de la relación Iglesia-Mundo. «Mundo» era entendido aquí como el producto de los tiempos modernos, antes del cual, y a través de los tiempos, la Iglesia asumió una postura agresiva, defensiva o condenatoria. Ese mundo pasaba ahora a ser interlocutor, visto desde un ángulo optimista, compendiado en la Gandium et sees. 

Con esa aproximación conciliar positiva quedó en la penumbra un análisis menos etnocéntrico y más riguroso de to «moderno» y de su impacto negativo, no sólo ni sobre todo en el plano de las ideas, sino en sus efectos reales y destructores con respecto a la organización estructural del mundo y de la mayoría de la población, como lo explicitó el Sínodo Mundial de los Obispos sobre la justicia en 1971. Tales efectos se manifiestan en los problemas del hambre, del desequilibrio ecológico y de la violencia institucionalizada, de la cual la carrera armamentista y la amenaza nuclear son elementos dramáticos, pero no to son menos las dependencias políticas y el mercado internacional productor y financiero.

En este contexto se sitúa la experiencia liminar y fundante de la reciente reflexión teológica en América latina: la constatación de una pobreza radical y estructural en el propio continente y en vastas regiones del mundo. Esta ha sido producida, reproducida y asimismo constantemente agravada, por la propia organización social, política y económica a escala mundial. No es novedad en la Iglesia la sensibilidad frente a la pobreza. Bajo todas sus formas -de pobreza material o espiritual, de enfermedad o ignorancia, de carencia o rechazo, de soledad o inseguridad, de discriminación u opresión- la pobreza y sus distintos aspectos, percibida concreta-mente en la vida de los hombres, fue no raras veces punto de partida de grandes vocaciones, instituciones y movimientos en la Iglesia de todos los tiempos. Lo que surge ahora en América latina, a partir de los años sesenta, es una nueva sensibilidad hacia los pobres y la pobreza del mundo. Existe un dinamismo interno en esta experiencia que la convierte en impulso de transformación de las personas en el contexto eclesial. Y por ahí va a tomar una nueva dirección la reflexión teológica.

¿De dónde surge este nuevo enfoque y por qué es nuevo? Viene de una percepción más amplia y completa del mundo en que vivimos en términos de correlación causal. Se objetiva, por un lado, la paradoja de un mundo que toca el culmen histórico de un conocimiento cientifico, en el plano humanístico y tecnológico, pero que esta muy marcado por la deshumanización del hombre. Y esta se traduce en hambre, ignorancia, desempleo y enfermedad, afrenta a la libertad, violencia institucional, pobreza en macro-escala vivida por individuos o por sociedades enteras. ¿Qué es nuevo en este fenómeno? Podemos agrupar la respuesta en tres grandes perspectivas que son interdependientes.

1. La intuición de que el mundo, a despecho de las convicciones y posibilidades actuales de los hombres, se ha organizado de modo que produce y reproduce esta pobreza. En base a las premisas sobre las que operan muchos estados, no se ve esperanza de salida, sino certeza y constatación del agravamiento del problema.

2. Se capta que esta pobreza no es episódica ni coyuntural. Se aprecia como sistemática y estructural. Resultado de un largo proceso evolutivo, se abate hoy, por la voluntad de unos pocos, sobre una gran parte de la humanidad de un modo inexorable e incontrolable. Uno después de otro, se van frustrando los llamados a y los intentos de detener este proceso o de darle un nuevo rumbo.

3. La evidencia de que esta pobreza es producto del irrespeto al hombre en sus derechos reconocidos. Es el resultado de la opresión sobre muchos, menos tal vez al nivel consciente de acción de los individuos, pero claramente en la trabazón férrea y en la dinámica interna de los sistemas económicos y políticos que el hombre ha creado para sí mismo. Estos operan, empapándolo todo, a través de la injusticia estructural que es, al mismo tiempo, presupuesto y principio de realimentación.

Es la propia naturaleza global del mundo de hoy la que permite esta lectura del mismo. Los profetas de Israel o los cristianos santos de la Iglesia de otros tiempos no podían sentir ni percibir de este modo, a un nivel mundial a interrelacionado, la pobreza de su tiempo, por más que convivieran con la pobreza cotidiana de muchos, de esos muchos «que siempre tendrán con ustedes» a los que Jesús se refería. Es triste la certeza de pobrezas inevitables. Pero es trágica la organización de producción de la pobreza de Cantos hombres a escala planetaria y la destrucción irreversible del hombre que en ellos vive y que tiene en su propia realidad su única e irreductible riqueza.

La apertura consciente hacia la humanidad concreta como un todo y la comunión real con la verdadera historia de los hombres, dos tendencias que van señalando cada vez mas la reciente posición de la Iglesia en muchas partes del mundo, nos convencen de que esta pobreza no puede ser vivida como una fatalidad. Es más bien el resultado del egoísmo que se traduce en injusticia activa y eficaz. Y es, por eso mismo, no sólo desequilibrio en la equidad debida, sino inequívoca negación del amor y de la verdad. En la perspectiva cristiana tal injusticia pervierte y subvierte tanto el plan de Dios como la dignidad y el destino de los hombres. La realidad terminal que en ella se gesta, la pobreza que es fruto de la injusticia, trae consigo la marca del pecado. La agudeza y la densidad en la percepción de estas articulaciones dio precisamente a la Iglesia esa sensibilidad nueva hacia la realidad de la pobreza en el mundo y hacia todo to que ésta implica de desafío a la vivencia plena y coherente de la fe. Esta pobreza, que la Iglesia en todas partes va percibiendo cada vez más bajo esta luz, era y es todavía la experiencia diaria y dominante en prácticamente toda América latina.

Viviendo en este precario mundo y teniendo en los hombres de este mundo su razón de ser y sus propios miembros, la Iglesia de este continente no encontraba en la doble vertiente, antes mencionada, de las fuentes matrices de la reflexión teológica el instrumental suficiente para dar presencia y alcance a su propia misión en la historia y para realizar la lectura del sentido y de la historicidad de los hombres y del mundo. No conocidos en general en la teología de otros tiempos y lugares, se presentaban dos problemas centrales, cuya solución formará parte del proceso de elaboración teológica, reflejándose en la acción evangelizadora y pastoral.

1. ¿Cómo leer y analizar más a fondo esta realidad percibida así empíricamente de un modo contundente? Las teologías precedentes también reflejan, por cierto, el cuadro socio-cultural en el que fueron producidas, y se diversifican también a partir de él. Pero el .análisis de la realidad no es en esas teologías ni la preocupación mayor ni, menos todavía, el punto de partida de su reflexión y de su referencia a las fuentes. En base al instrumental hoy disponible, las ciencias sociales, como ayer la filosofía, han llegado a ser utilizadas para enfocar, analizar a interpretar la realidad, convertida ella misma en lugar teológico de primera importancia.

2. ¿Cómo leer la historia de la salvación, la acción de Dios, su designio redentor de toda la humanidad en y por Jesucristo, la igualdad y dignidad fundamental de las personas, la paternidad universal de Dios, cómo leer todo esto frente a nuestra realidad dramática y frente a la creciente conciencia que de la misma realidad se va teniendo en nuestros países? ¿Cómo anunciar a los pobres, en su situación de aplastamiento, lo que es en ellos elementalmente humano, un Dios que es Padre y que es justo? ¿Cómo pretender alcanzar en ellos un crecimiento de la fe y la esperanza ante la inviabilidad liminar de su propia existencia y condición humana?.

La respuesta a este segundo problema -ligado no tanto al análisis a interpretación de la realidad, cuanto a la evangelización consecuente de los hombres dentro de esta realidad- se dio a través de otro elemento fundamental, incorporando también al proceso de reflexión teológica. ¿Será posible abordar la Biblia partiendo primordialmente no del misterio de Dios en sí mismo, ya sistematizado y elaborado por los hombres (lectura descendente), sino de la aprehensión directa de la constante acción de Dios entre los hombres? ¿Cómo descubrir en la Biblia la postura de Dios frente a la pobreza de los hombres, frente a la violencia de Unos contra otros, frente a la opresión inscrita en el tejido mismo de las organizaciones sociales humanas? ¿Cómo a partir de ahí, llegar a intuir en el misterio de Dios, radicalmente acogido, otros rasgos menos percibidos y teológicamente menos escrutados ante-riormente? ¿Cómo, a partir de ahí, escudriñar el misterio del hombre, el sentido de su vida en la respuesta a Dios y en la construcción libre de su propio mundo?

Este nuevo enfoque es parte de to que se vino a llamar cambio de lugar social. «Lugar social» es el punto a partir del cual se percibe, se comprende, y se interpreta una realidad o se actúa sobre ella. Todos nosotros estamos situados, tenemos nuestro lugar social. La novedad aquí, en términos de reflexión teológica, se da en el paso hacia una visión significativa de los pobres. Por su misma existencia, ellos dan testimonio de la dinámica del pecado individual y del pecado social y de la íntima correlación entre ambos. Tomados como punto de partida y como referencia de fondo en la lectura y comprensión tanto del hombre y de la historia como de Dios y de su acción sobre el mundo, los pobres abren una nueva perspectiva a la Iglesia que evangeliza. Sólo este cambio de lugar social, en la percepción teológica del misterio de la salvación y en la concepción de la evangelización que de ella se deriva, hace hoy posible el encaminar a los hombres y al mundo hacia su necesaria conversión y transformación. Consecuentemente, a11í se capta to que perciben y sufren quienes no benefician de la actual organización de este mundo y quienes no tienen sobre la misma ningún poder de decisión. Ahí se descubre también el lastre de pecado subyacente a esta realidad. Y ahí también se descubre el sentido radical de la historia de los hombres que es el llegar a ser, por la fuerza del misterio total de Jesucristo, construcción incoada, en la verdad y el amor que realizan la justicia del reino definitivo que no puede ser alcanzado aquí. La transformación del mundo es, como la conversión de la persona, postulado radical para la coherencia plena con el contenido y la teleología de la fe cristiana.

VI. DIMENSION POLITICA DE LAS COMUNIDADES

La percepción integral del hombre en el plano individual y social, así como la comprensión del enraizamiento histórico y encarnacional del misterio de Jesucristo y, por tanto, de la fe cristiana, llevan a las comunidades eclesiales de base y a las teologías de la liberación a ser conscientes de la importancia de la dimensión política, tanto para la persona humana como para la perspectiva apostólica de la misión en la edificación del reino. Por una parte, la naturaleza relacional de la persona humana y la organización de las relaciones humanas en el plano social, orientadas hacia la justicia y hacia el bien común, configuran las raíces y orientan las expresiones políticas del individuo y de la sociedad. En ese sentido, nuestras acciones a omisiones, nuestra palabra o nuestro silencio, tendrán siempre un alcance político, sobre todo en una sociedad de conflictos y contradicciones, de injusticia y opresión. En la perspectiva de la fe cristiana, que establece una relación tan estrecha entre el proyecto histórico y el destino escatológico de la vida humana, to político no puede menos de formar parte necesariamente del empeño humano por configurar, según la inspiración y los valores evangélicos, la propia realidad social. Las comunidades eclesiales de base han crecido en la conciencia del alcance político de su fe y del significado político de su presencia y acción en el mundo. Por otra parte, en una sociedad conflictiva y pluralista es inevitable que el juego de fuerzas a intereses, de ideologías y objetivos, se haga presente en el ejercicio humano de su dimensión política.

Esa interacción contrastante de personas y grupos, de metas y mediaciones, relacionadas con la visión y construcción de una sociedad, implanta la práctica política. Esta adquiere un carácter profesional a través de instrumentos concretos de asociación (partidos) y de representación (cámaras y gobiernos), de acción y participación política y de representación sindical o profesional. De uno a otro modo, el ciudadano siempre estará implicado de alguna forma en la práctica política, aunque sólo sea a través del ejercicio del derecho al voto o a través del impacto de las consecuencias políticas de la actuación de quienes ejercen la política directamente.

Las comunidades eclesiales de base en algunos países no han expresado su participación en ese segundo nivel de la participación política.  En otras regiones han estado activas también en ese campo.  En un tercer grupo de países, finalmente, el problema de la expresión y participación política de los miembros de las comunidades eclesiales de base como tales ha sido un tema intensamente vivido y discutido.  Este es el caso de las comunidades eclesiales de base en Brasil. La Iglesia jerárquica de este país, a través de documentos a nivel nacional o de cartillas y orientaciones a nivel diocesano, se ha esforzado explícitamente por despertar y educar críticamente la conciencia política de un pueblo que fue, por décadas y siglos, manipulado, sometido, reprimido o ignorado en el proceso político. En la medida en que los miembros de las comunidades eclesiales de base, por la propia dinámica interna de su participación, se concientizan sobre su aporte político en la transformación de la realidad y ven surgir liderazgos activos, el proceso exigirá mayor discernimiento y claridad. Hay una tensión patente o latente, según las ocasiones, entre la naturaleza eclesial de las comunidades eclesiales de base (evitando en cuanto tales involucrarse directamente en la política partidista) y una concien-cia creciente de la urgencia a importancia de la presencia y participación política de sus miembros, en cuanto cristianos laicos, en las luchas políticas, sindicales y gremiales, en favor de la transformación estructural de la sociedad. Tampoco siempre es fácil trazar, en la práctica, la línea, conceptualmente más nítida, que distingue a las comunidades eclesiales de base de los movimientos populares de distinta naturaleza. Sin poder profundizar aquí el problema, es importante tenerlo presente en el contexto general de las comunidades eclesiales de base, como realidad viva y como tema teológico-eclesiológico.

CONCLUSION

Las comunidades eclesiales de base hoy, en el Brasil y en otros países de América latina, ofrecen, a un tiempo, el marco propicio y la vitalidad necesaria para este enfoque eclesiológico que caracteriza la evangelización propugnada por las Asambleas Episcopales Latinoamericanas de Medellín y Puebla, y fundamentalmente en el concilio Vaticano 11, así como en varios documentos pontificios de los últimos años, especialmente en la Exhortación Apostólica de Pablo VI, Evangelü nuntiandi. La Iglesia jerárquica de Brasil y de algunos otros países las ha alabado como decisivas pastoralmente en el proceso de evangelización. En efecto, las comunidades eclesiales de base recapitulan en realidad las intuiciones que la teología ya había tematizado a partir de la misma realidad. El paradigma eclesiológico inherente a las comunidades eclesiales de base concretiza avances cualitativos de gran significación para la evangelización. Explicito algunos más sugerentes.

- El paso de la hegemonía eclesiástica del clérigo , a su inserción específica y cualificada en la comunidad, y la significación y presencia eclesial y activa del laico y de la religiosa en el proceso evangelizador y apostólico de la Iglesia.
- El paso del enfoque claramente espiritualizante y devocional a la concepción total de la persona humana en cuanto destinataria de la evangelización: la totalidad material y espiritual, alma y cuerpo, individuo y comunidad, sociedad y cultura. Todas las dimensiones del ser humano y de la humanidad deben ser evangelizadas a fondo, sobre sólidas raíces bíblico-teológicas.
- El paso del fiel cristiano, considerado como objeto terminal del esfuerzo evangelizador, al fiel cristiano como sujeto iniciador y continuador de su propia evangelización y de su irradiación hacia e1 mundo.
- El paso de una Iglesia jerárquica a institucional, orientada a tutelar y mantener, a defender y conservar, al modelo de una Iglesia que, fiel a sí misma, se dispone a acoger y, con frecuencia, a animar y conducir a cambios; una Iglesia abierta a transformarse, al nivel de las personas y de las estructuras, dispuesta a refrendar y legitimar en su seno la vitalidad de las pequeñas comunidades, entreviendo en ellas una promesa y reconociendo su fecundidad eclesial.
- El paso de concebir la transformación efectuada siempre de arriba a abajo, o sólo en el plano jurídico y organizacional a valorar seriamente la creatividad que viene de abajo a arriba. Surgen aquí nuevos comportamientos en las relaciones sociales, al nivel de las comunidades dentro de la Iglesia, fundados sobre la participación y la comunión. Desde ahí se dinamiza no sólo el proceso de evangelización, sino la propia vida interna de la institución eclesial.
- El paso del primado de la elaboración teórica, como requisito previo y propedéutico en el proyecto de evangelización, a prestar atención a la realidad y a la experiencia vivida, como punto de partida de la reflexión o como referencial prioritario y permanente de la vivencia ulterior y de la asimilación constante y siempre nueva de los elementos teóricos adquiridos o anteriormente establecidos y ofrecidos por la revelación, por la tradición, por el magisterio y por la teología.

Todos estos pasos se han dado, en concreto, por diversos caminos, para confluir en la realidad eclesial y eclesiológica de las comunidades eclesiales de base, una forma fecunda de presencia de la Iglesia en el mundo actual, una extraordinaria mediación para la evangelización de nuestros pueblos, una fuente dinámica de revitalización interna de la propia Iglesia.