¿Quién nos hará comprender el pecado? Quisiera, oh Señor, que me lo hicieras comprender. Lo quisiera para aprender, por fin, a odiarlo en mí y en los demás. Quisiera que grabaras tan profundamente en mi alma la comprensión de lo que es el pecado, que brotara de mí, oh Señor, una perenne fuente de lágrimas y una sed insaciable de reparar también el que cometen los otros [...]. Comprendo también que si no tengo la comprensión del pecado es porque no tengo amor. Sólo a la luz del amor puede ser comprendido [...]. Tu amor abraza, de manera perenne, a todas las criaturas: éstas están sumergidas, aunque lo ignoran o lo niegan o no lo quieren, en este océano de tu caridad y se mueven en él. Y mientras el amor las rodea por todas partes para atraerlas a sus profundidades, ellas lo odian, lo repudian, quisieran salir de sus aguas dulcísimas [...]. Y tú, omnipresente, omnividente, abarcas con tu mirada todos sus pecados pasados y futuros, sientes subir hacia ti su rebelión, la nuestra, y detestas con una detestación perenne esta locura colectiva, esta injuria inconcebible. Pero hemos de acercarnos al Verbo para comprender la profundidad de este dolor divino por el pecado. Es preciso verte cubierto, Señor Jesús, del sudor de sangre para comprender lo que es no corresponder al amor, rebelarse contra el amor [...]. Es sobre todo el Amor el que pagará el pecado contra el Amor (1. Mela, In un mare di luce, Casale Monf. 1999, pp. 107ss).