Autor: Germán Sánchez Griese

¿Cómo percibe Benedicto XVI el Concilio Vaticano II?

En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien?, ¿qué ha sido insuficiente o equivocado?, ¿qué queda aún por hacer?

 

Las dificultades de afrontar un Concilio.
Toca a Benedicto XVI dirigir la barca de la Iglesia en momentos de gran dificultad, pero también de gran esperanza. Han pasado ya los tiempos de exaltación, cuando a raíz del Concilio se pensaba, quizás en forma irreflexiva y guiados solamente por la emotividad de la nueva situación, que el trabajo de la Iglesia a partir de ese momento, sería sólo el de cambiar una cierta fachada, ya obsoleta, para introducir estructuras más sólidas, de acuerdo con los tiempos actuales.

A Pablo VI le tocó, de alguna manera, frenar esos ímpetus reformistas que no tenían ningún fundamento teológico pero que, desgraciadamente se fueron infiltrando en la Iglesia. Dos son los documentos que atestiguan las direcciones y los canales que Pablo VI había dado a la vida consagrada, con el fin de evitarla verla caer en una adaptación demasiada apegada a los criterios del mundo: el Motu propio E cclesia sanctae y la exhortación apostólica Evangelica testificatio. En dichos documentos se nota claramente algunas desviaciones que comenzaban a darse en la interpretación de las normas conciliares para la vida consagrada. Vale la pena reportar en estos renglones la insistencia de Pablo VI por hacer que los lineamientos dados por el decreto Perfectae caritiatis pudieran llevarse a cumplimiento. “Gli Istituti avranno cura che i principi stabiliti nel n. 2 del Decreto Perfectae caritatis guidino realmente il rinnovamento della loro vita religiosa; per cui:
1. Lo studio e la meditazione dei Vangeli e di tutta la Sacra Scrittura siano promossi più intensamente presso i membri, fin dal noviziato; parimenti bisogna fare in modo che partecipino con mezzi più adeguati al mistero e alla vita della Chiesa;
§ 2. La dottrina della vita religiosa sia studiata e presentata sotto i diversi aspetti (teologico, storico, canonico,ecc.); § 3. Per procurare il bene stesso della Chiesa, gli Istituti perseverino nello sforzo di conoscere esattamente il loro spirito d´origine, affinché, mantenendolo fedelmente negli adattamenti che dovranno fare, la loro vita religiosa sia purificata dagli elementi estranei e da quelli caduti in disuso. Bisogna considerare caduti in disuso gli elementi che non costituiscono la natura e i fini dell´Istituto e che, avendo perduto il loro senso e la loro forza, non aiutano più realmente la vita religiosa; si terrà fermo tuttavia che c´è una testimonianza che lo stato religioso ha il dovere di portare” . 1

Podemos afirmar que a Juan Pablo II le tocó poner en práctica todos los lineamientos y las directrices propuestas por el Concilio Vaticano II. Durante su largo y proficuo Pontificado tuvo la oportunidad de conocer los problemas que aquejaban a la vida consagrada, la insidia de la secularización en la misma vida consagrada y el camino desviado que algunas Congregaciones habían ya tomado. Famoso en este aspecto es su intervención en el caso de la vida consagrada en Estados Unidos, al inicio de los años ochentas, que desembocará en la redacción de una carta 2 y del documento Elementos esenciales de la vida consagrada.

Benedicto XVI recibe en herencia un panorama nada halagüeño de la vida consagrada. El envejecimiento, la falta de vocaciones y la pérdida, en algunas congregaciones, del sentido de la consagración, se unen a la insidia de la secularización y la falta de esperanza por parte de muchas religiosas que viven su vida consagrada, más con resignación, que con verdadera pasión por Cristo y por la humanidad. Pasados cuarenta años de la clausura del Concilio, toca a Benedicto XVI tomar el pulso a la vida consagrada y dar las directrices más oportunas para el momento actual. Este momento lo describe Benedicto XVI, tomando pie de la descripción que hace San Basilio sobre la situación de la Iglesia después del Concilio de Nicea: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe…” .3

El panorama descrito por el santo se asemeja bastante a la situación por la que atravesamos en nuestros días, y Benedicto XVI no tiene empacho en decirlo. Son momentos de una gran confusión en la Iglesia, en donde parece ser que cada teólogo se erige como sumo pontífice y nadie tiene el derecho de contradecirlo. En dónde para muchos la verdad no existe o es inalcanzable. En dónde cada quien puede hacer lo que le parezca, cobijado con una supuesta libertad que está terminando por ser libertinaje. En dónde la mentalidad secularizada interpreta los votos en formas más parecidas a un organismo gubernamental que a una obra querida por Dios. En dónde el sentido de la misión se diluye en obras de carácter eminent emente social.

Benedicto XVI sin alarmismos no niega la realidad que debe afrontar. Como gran académico, es conocedor de la historia y constata, sin sobresaltos o vanas emociones, que el momento por el que atraviesa la Iglesia no es nada fácil. Esta situación, generada no por el Concilio, sino por la recepción del mismo, debe ser enfrentada con calma y con trabajo. En sus reuniones con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, no cesa de invitar al trabajo sereno. Se da cuenta que no existen recetas mágicas para salir de esta situación, sino que es el trabajo inteligente el que dará las respuestas necesarias. Es una constante en sus numerosos discursos a la vida consagrada, del que señalamos el dirigido a los superiores y superioras generales reunidos en Roma el 22 de mayo de 2006: “Los consagrados y las consagradas hoy tienen la tarea de ser testigos de la transfigurante presencia de Dios en un mundo cada vez más desorientado y confuso, un mundo en el q ue colores difuminados han sustituido a los colores claros y nítidos. Ser capaces de ver nuestro tiempo con la mirada de la fe significa poder mirar al hombre, el mundo y la historia a la luz de Cristo crucificado y resucitado, la única estrella capaz de orientar al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática.” 4


El papel de la ideología en recepción del Concilio.
Benedicto XVI en su calidad de sumo pontífice, no cesa de invitar a la vida consagrada a poner en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia. Una lectura atenta de la Perfectae caritatis, de Ecclesiam sanctae II parte, de Vita consecrata y de todos los documentos emanados por el dicasterio para la vida consagrada, nos hace pensar que las directrices para la adecuada renovación de la vida consagrada se fueron dando en forma paulatina, como correspondía a una sana pedagogía.

Se comenzó con Religiosos y promoción humana en abril de 1978, para guiar los nuevos impulsos apostólicos de la vida consagrada y para dirigir aquellas congregaciones que comenzaban a desviarse principalmente por olvidarse de su carisma o por dedicarse a un trabajo demasiado horizontal, perdiendo de vista la dimensión sobrenatural de la misión .5
Tenemos también la cuestión de las relaciones entre los Obispos y los religiosos en el documento Mutuae relationes del 14 de mayo de 1978 y la reafirmación del valor de la vida contemplativa de la vida religiosa en el documento que lleva precisamente el título de La dimensión contemplativa de la vida religiosa, del mes de marzo de 1980.

En este recuento de documentos se habla incluso de las características esenciales de la vida consagrada, en un momento de gran confusión, donde muchos sectores de la Iglesia contestaban los votos, la vida fraterna en comu nidad y otros elementos esenciales de la vida consagrada. “La Iglesia considera ciertos elementos como esenciales para la vida religiosa: la vocación divina, la consagración mediante la profesión de los consejos evangélicos con votos públicos, una forma estable de vida comunitaria, para los institutos dedicados a obras de apostolado, la participación en la misión de Cristo por medio de un apostolado comunitario, fiel al don fundacional específico y a las sanas tradiciones; la oración personal y comunitaria, el ascetismo, el testimonio público, la relación característica con la Iglesia, la formación permanente, una forma de gobierno a base de una autoridad religiosa basada en la fe. Los cambios históricos y culturales traen consigo una evolución en la vida real, pero el modo y el rumbo de esa evolución son determinados por los elementos esenciales, sin los cuales, la vida religiosa pierde su identidad.” 6

En 1984, a los seis años de haber subido a la cáted ra de San Pedro, Juan Pablo II regala al mundo de la vida consagrada la encíclica Redemptionis donum , 7que si bien es una revisión de la consagración a la luz de la redención, precisamente para celebrar el Año jubilar de la redención, se convertirá en guía de los siguiente documentos magisteriales.

Y en la línea de la formación, el magisterio dio a conocer en el documento Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos (2.2.1990) los lineamientos para formar las personas consagradas precisamente en estos elementos esenciales. Uno de estos elementos, la vida fraterna en comunidad, por la importancia que tiene para la vida consagrada, y por ser uno de los elementos más golpeados después del Concilio, requirió la elaboración de todo un documento dedicado a él: Vita fraterna en comunidad, del 2 de febrero de 1994.

Un punto y aparte merece el tratamiento del documento de Vita consecrata de Juan Pablo II, qu e el 25 de marzo de 1996 deja para la posteridad lo que bien podríamos definir como un manual de teología de la vida consagrada para la adecuada renovación. Sin descuidar ninguno de los campos de la vida consagrada, profundiza en cada uno de ellos y no sólo. Invita a la vivencia plena y gozosa de esos elementos, dando directrices claras y objetivas para ponerlo a cabo. Es una síntesis de lo que el período de renovación ha aportado a la vida consagrada y es un plan de trabajo para el futuro de cada congregación, para cada comunidad y para cada persona consagrada.

Para la pastoral vocacional en 1997 se escribió en documento Nuevas vocaciones para una nueva Europa ,8 que si bien dedica su atención al problema de la escasez del cultivo de las vocaciones en Europa, se puede aplicar toda la parte de la pastoral a todas las zonas del mundo.

Los problemas originados por la escasez en el cultivo de las vocaciones, la falta de formadores de dicados a tiempo completo a la formación de sus miembros, el aprovechamiento de los recursos escasos de la formación y la puesta en marcha de iniciativas que involucraban a varios institutos de vida consagrada dieron origen al documento La colaboración entre los Institutos para la formación, del que se proponía resolver algunas cuestiones concretas, como: “la relación entre la identidad de cada instituto y a la comunión en la diversidad, entre el propósito de los centros de ofrecer un servicio a todos y la legítima libertad de los institutos de servirse de ellos o no. Otros se refieren a la visión de la vida religiosa apostólica que está en la base del proyecto pedagógico y, por lo mismo, de la articulación de los programas y de los criterios de elección del personal docente. Otros, en fin, se refieren a la participación efectiva de los responsables de la formación de los institutos, a la verificación de la formación, a las condiciones reales que permiten transformar la conviv encia temporal en los centros en una experiencia de profunda comunión eclesial y de auténtica formación espiritual y apostólica, abierta a las necesidades de la evangelización” . 9

Para recoger los frutos del año jubilar de inicios del tercer milenio, se redactó el documento Caminar desde Cristo que con fecha del 19 de mayo del 2002, aborda el tema del renovado empeño por vivir la santidad en la consagración, como fruto del jubileo.

Por último el tan difícil tema de la autoridad es tratado con maestría por el cardenal Franc Rodé en el documento que lleva por título El servicio de la autoridad y la obediencia del 11 de mayo de 2008.

Los temas tratados por el Magisterio de la Iglesia en estos últimos más de cuarenta años abrazan una gran variedad de situaciones y circunstancias de la vida consagrada, que comprenden su esencia y su vida en el mundo actual. Benedicto XVI no cesa de pedir constantemente la actuación de dicho s principios, tomándolos como punto de referencia para sus enseñanzas a la vida consagrada: “Deseo que las indicaciones fundamentales ofrecidas entonces por los padres conciliares para el camino de la vida consagrada sigan siendo también hoy fuente de inspiración para quienes comprometen su existencia al servicio del Reino de Dios. Me refiero ante todo a esa que el decreto «Perfectae caritatis» califica como «vitae religiosae ultima norma», «la suprema norma de vida religiosa», es decir, «el seguimiento de Cristo». No se puede lograr una auténtico relanzamiento de la vida religiosa si no es tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de fundadora. Otra indicación de fondo que dio el Concilio es la del generoso y creativo don de sí a los hermanos, sin ceder nunca a la tentación de replegarse en sí mismo, sin conformarse con lo ya hecho, sin c aer en el pesimismo y el cansancio. El fuego del amor, que el Espíritu infunde en los corazones lleva a interrogarse constantemente sobre las necesidades de la humanidad y sobre cómo responder a ellas, sabiendo que sólo quien reconoce y vive la primacía de Dios puede realmente responder a las auténticas necesidades del hombre, imagen de Dios.” 10

Todo este arsenal de documentos viene a representar lo que podría considerarse la teología de la vida consagrada. Como parte de la teología, es un saber sistemático y ordenado de la verdad revelado sobre las cuestiones de la vida consagrada. “El objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe.” Al cabo de estos cuarenta años, el esfuerzo del magisterio de la Iglesia y de muchos teólogos de sana doctrina, ha sido el de presentar en forma sistemática el pensamiento de Dios sobre la vida consagrada, formando el intellectus fidei de la vida consagrada, que no es sino “la comprensión de la verdad revelada.” 12 Para llevar a cabo esta labor se necesita aceptar el hecho de que podemos conocer la verdad, y más aún, la verdad revelada. Juan Pablo II lo afirmaba en la Encíclica Veritatis splendor y ponía en guardia contra las nuevas tendencias que negaban esta posibilidad: “Como se puede comprender inmediatamente, no es ajena a esta evolución la crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana puede conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientado a conceder a la conciencia del individuo e l privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás. El individualismo, llevado a sus extremas consecuencias, desemboca en la negación de la idea misma de naturaleza humana.” 13

Pero frente a esta posibilidad se da un cierta postura, incluso en la Teología de la vida consagrada, que opina lo contrario, es decir, que no es posible conocer la verdad, dando origen por tanto a verdades parciales o subjetivas. Esta postura, la de relativizar la verdad revelada y exaltar los puntos de vista personales, ha dado origen a no pocas confusiones y desviaciones en la vida consagrada. Si la verdad no se puede conocer, o es inalcanzable, como muchos suponen, entonces cada opinión tiene un gran peso, porque forma parte de la verdad. En lugar de tener como punto seguro la verdad revelada, c ondensada en el Magisterio de la Iglesia, no pocas personas consagradas se lanzan a construir su propia teología de la vida consagrada, basándose en sus muy particulares puntos de vista.

Esta postura da origen a una ideología, en donde ciertos valores se exaltan y se proclaman como los valores supremos que deben conseguirse, valores que muchas veces no tienen nada que ver con la verdad revelada. La ideología, en tiempos del posconcilio se explica por distintas circunstancias que se acumulan y dan pie a su nacimiento.

En primer lugar no podemos olvidar el hecho de que nuestra sociedad y nuestra cultura cambian con una rapidez nunca antes vista en la historia de la humanidad. Las innovaciones tecnológicas, la rapidez con la que la información llega a todos los puntos del planeta, la proliferación de una cultura de masa en dónde la opinión individual se opaca para dar paso a la opinión pública, originan cambios en la cultura con una rapidez que hace d ifícil, sino imposible, su asimilación a un código de valores previamente establecidos. Estos códigos son saltados, con el fin de asimilar lo más pronto posible los cambios que se dan en la cultura y así no aparecer como desfasado, atrasado o fuera de lugar de este mundo.

Estos cambios no son únicamente de orden tecnológico, sino que afectan en lo más hondo el interior de las personas, su escala de valores, su concepción de sí mismo y del mundo. Son cambios que afectan lo más hondo de las personas, su aspecto moral. En la vida consagrada este aspecto moral se puede equiparar a la dimensión sobrenatural de la misma vida consagrada. Los cambios cuestionan profundamente el sentido del seguimiento de Jesucristo. Y como muchos de estos cambios se refieren a la secularización del mundo, la esencia de la vida consagrada, el seguimiento más cercano de Jesucristo, viene constantemente confrontado, cuestionado e interpelado. Para dar una respuesta a estos estímulos, a estas provocac iones, debería iniciarse un proceso de investigación de la verdad, basado en el Magisterio de la Iglesia sobre la vida consagrada. De esta manera, podría tenerse una válida opinión, fundamentada en la verdad revelada. Sin embargo muchas de estas respuestas se dan en la superficie, es decir, en la parte subjetiva. Como tocan aspectos morales e íntimos de la persona, si no se está preparado a afrontar con espíritu sobrenatural las consecuencias morales de la verdad revelada, se corre el riesgo de dar respuestas subjetivas que tienden a hacerse universales. Se defiende entonces no tanto la verdad revelada, sino la opinión o la postura personal, máxime cuando quien proclama dichas verdades subjetivas tiene un buen conocimiento sobre la materia en la que se está investigando y presenta su opinión personal como resultado de una investigación científica. De esta manera se ha dado paso al nacimiento de una ideología. La verdad revelada queda escondida al hombre por estas posturas personales.

En tiempos inmediatamente posteriores al postconcilio se inició una ideología propia y verdadera del Concilio. Dicha operación se realizó a través de distintos pasos, como son la lectura discriminatoria de ciertos textos del Concilio. Textos de los documentos conciliares previamente seleccionados para fundamentar las posturas personales. Es curioso que sean conocidos sólo unos textos de los documentos y otros permanezcan en el más completo olvido.

El siguiente paso es el de desconocer la validez de los textos conciliares, argumentando que lo que se dijo ahí no fue lo que se quería decir, sino que se dijo lo que se podía decir. Lo escrito no refleja la mente de los padres conciliares, sino la opinión de aquellos padres conciliares más retrógrados o menos progresistas. Habrá por tanto que interpretar los textos conciliares siempre a la luz de lo que no se dijo ahí, sino de lo que ahí se quiso decir. Esto es un verdadero monumento al relativismo.

Benedicto XVI, siendo aún cardenal Ratzinger, se da cuenta del problema de la ideología, cuando, unas pocas horas antes de entrar en el Cónclave que lo elegiría Sumo Pontífice, y haciéndose eco de todos los cardenales que habían participado en los trabajos preparatorios de dicho cónclave, no duda en dictaminar el estado del mundo como afligido por el relativismo. Eco de esta intervención son los innumerables mensajes en los que denuncia la dictatura del relativismo. De esta forma, al cabo de un poco más de 40 años de historia post-conciliar, Benedicto XVI puede hacer un balance sobre la forma en que ha sido acogido el Concilio Vaticano II.

La hermenéutica de la ruptura y la hermenéutica de la continuidad.
El evento llamado Concilio Vaticano II ha significado para muchos un trauma al dejar en el pasado ciertos esquemas, ya obsoletos según ellos, y haberse lanzado, según también su propio pensamiento, a una aventura sin metas claras y por lo tanto, sin lineamientos seguros. Aparece por tanto el Vaticano II como un parte aguas en la historia de la Iglesia, en dónde todo lo pasado no tiene nada que ver con el futuro de la Iglesia. Dicho pasado debe por fuerzas ser superado si se quiere lograr la adecuada renovación,sugerida por el mismo Concilio.

En un discurso que Benedicto XVI dirigió a la curia romana con ocasión de la navidad del 2005 14quedará para la historia la percepción que tiene del Concilio Vaticano II. Para entender mejor dicha percepción, conviene partir de algunas premisas, propias de quien conoce la historia de la Iglesia.

En primer lugar debemos de ser conscientes que la Iglesia es la misma antes y después del Concilio Vaticano II, que no hay una ruptura entre una y la otra, sino un normal constante desarrollo. Tal vez pueda parecer esta aseveración un poco de Perogrullo, pero para muchos no lo es. Se piensa que después del Concilio Vaticano II la Iglesia tenía que d ejar lo que había sido para lanzarse a buscar una nueva identidad que la hiciera más eficaz en la transmisión del mensaje de salvación y en su inserción en el mundo, como si no hubiera estado antes inserida en él durante poco menos de dos mil años. Deberá entonces hablarse siempre de un crecimiento en la Iglesia, desarrollo, crecimiento, dinamismo, características esenciales de cualquier ser con vida. A semejanza del hombre que mantiene su identidad a pesar de los cambios físicos o psicológicos que lo llevan a la plenitud, de la misma manera la Iglesia debe desarrollarse para lograr su eficacia en la misión que Cristo, su fundador y esposo le ha encomendado. Pero conviene que expliquemos detenidamente en qué consiste y cómo se da el desarrollo de la Iglesia.

La Iglesia está siempre en desarrollo, fiel a Cristo, su esposo, buscando aplicar los medios más adecuados para cumplir con la misión que Cristo le ha encomendado. “Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su F undador, observando fielmente sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino. Ella en tanto, mientras va creciendo poco a poco, anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas, y desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria.” 15 No puede por tanto renunciar a su esencia, a pesar de que deba desarrollarse, ya que desarrollo significa el estudio y la reflexión que sobre ella misma hace la Iglesia para que, conociéndose más y mejor, pueda adaptarse a las cambiantes circunstancias de nuestro tiempo, iniciando así un dinamismo que o la aleja de su identidad, sino que la hace ser cada vez más Ella misma en su esfuerzo por acercarse al hombre.

Para que este dinamismo se lleve a cabo dentro de un concierto y no caiga en manos de una ideología, de posturas dispares a su esenc ia, es necesario que tenga una meta, una tendencia, unos medios y un tiempo suficiente. 16

La meta a la que debe llegar la Iglesia está ya marcada por su Fundador y está constituida por objetivos precisos, fines que son atractivos y actuales, así como un proyecto de ser y de vida. “No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.” 17Por ello tiene una meta clara marcada por Cristo y de ahí nacen sus planes, sus propósitos. Sabe que tiene el mandato de cooperar con Cristo en la salvación de la humanidad, y que siendo su misión eminentemente religiosa, no puede desapegarse de ella 18, si no quiere traicionarla.
La tendencia orientada hacia la meta, es la fuerza que une y concentra las energías, con el fi n de alcanzar las metas. Se refiere a una constante que gravita en todas las acciones de la Iglesia en una época determinada. No debemos olvidar que la Iglesia realiza su misión salvadora dentro de un tiempo determinado. Tiempo que muchas veces viene señalado por las circunstancias precisas por las cuales atraviesa el mundo en un momento determinado. No es lo mismo encontrarse frente a los desafíos del modernismo a inicios del siglo XX, que frente al relativismo al inicio del siglo XXI. La Iglesia cumplirá la misma misión en forma distinta frente a cada una de estas circunstancias. Por ello, con el fin de no disipar las fuerzas, es necesario marcar una tendencia clara, de tal manera que todas las fuerzas que se desenvuelvan dentro de la Iglesia tengan la misma dirección.

Los medios para lograr la meta son las herramientas que puestas en manos de la Iglesia ayudan a alcanzar las metas. Los medios pueden darse dentro del orden de las capacidades como dentro del orden de las energías. Pueden ser medios externos o medios internos. Para comprender bien los medios con los que cuenta la Iglesia para llevar a cabo la meta que le ha encomendado Cristo, su Fundador, debemos analizar la forma en que está constituida la Iglesia, pues cada una de esas partes forma una riqueza de medios, que aplicado adecuadamente, ayudan a conseguir la meta. “Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asu mida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cf. Ef., 4,16).” 19

Los medios internos serán por tanto todos los elementos que forman la Iglesia, entendida como un todo: la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de los bienes celestiales. Estos medios, puestos en servicio de la meta, son riquezas que deben utilizarse siempre en función de la meta y no dispersarse en acciones o trabajos que no llevan a tal fin.

Los medios externos de la Iglesia serán todas aquellas herramientas, que si bien no conforman la Iglesia, la ayudan en su misión. Algunos de estos elementos externos pueden ser los bienes materiales puestos a disposición de la Iglesia, que nunca deben ser desdeñados, sino aprovechados para obtener el máximo beneficio. Medios externos son también los planes pastorales que cada dió cesis pondrá en pie para alcanzar la meta. La planificación dentro de la Iglesia está siendo cada vez más un medio externo que resulta imprescindible, máxime en un tiempo en dónde se pide eficacia y en dónde, por la pobreza y escasez de los medios humanos, resulta imprescindible asignar en forma eficiente dichos recursos hoy por hoy muy escasos. 20
Por último, debemos considerara el tiempo,cuando estudiemos el dinamismo de la Iglesia. El tiempo convierte en dinamismo el proceso gradual e histórico de la Iglesia. El tiempo permite que la Iglesia pueda discernir lo que es esencial de aquello que es accesorio, en el cumplimiento de la meta que su Fundador le ha encargado. No se trata de permanecer inmóvil de frente a los grandes retos, pero tampoco se trata de correr apresuradamente con el fin de adaptarse en forma indiscriminada a los tiempos actuales. Si bien la Iglesia realiza su misión en el tiempo, no puede renunciar a sus elementos esenc iales. Es necesario un tiempo de reflexión con el fin de que vengan decantados los elementos espurios y puedan así mejor brillar los elementos esenciales. Este tiempo es necesario para un desarrollo gradual de la Iglesia, desarrollo necesario para su inserción en las circunstancias actuales, sin dejar de ser ella misma en su esencia.

Todos estos elementos, una meta, una tendencia, unos medios y un tiempo suficiente, hacen posible que la Iglesia cumpla con la misión que le dejó Jesucristo. En los tiempos actuales, a un poco más de cuarenta años del Concilio Vaticano II, seguimos aún viviendo la influencia de este gran movimiento eclesial. Ha marcado una tendencia muy concreta, utilizando los medios de la Iglesia en una forma muy específica. Sin embargo, no todos lo han acogido de esa manera, asistiendo hoy a un singular momento en dónde tal parece ser que existen tendencias dispares dentro de la misma Iglesia.

Como mencionábamos renglones arriba, Be nedicto XVI en su discurso a la curia romana del 22 de diciembre de 2005 expone la situación que se da en estos momentos al interno de la Iglesia, debido a la disparidad en la acogida del Concilio vaticano II. En primer lugar él llama las cosas por su nombre, señalando los hechos, sin poner adjetivos a ninguna de esas tendencias. Constata un hecho que se está dando y lo da a conocer, contrariamente a la tendencia que en muchos ambientes de la Iglesia se da, cuando, por una mala entendida tolerancia, o en aras de una cierta libertad de expresión, se permite decir cualquier cosa en teología. Benedicto XVI anota. “En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien?, ¿qué ha sido insuficiente o equivocado?, ¿qué queda aún por hacer? Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil.” 21

Esta es ya una postura innovadora y valiente. Y no es que antes no se hubiera ya constatado este he cho. Pero Benedicto XVI sorprende porque sabe poner el dedo en la llaga, con suma caridad, casi sin molestar a las posturas contrarias a la buena recepción del Concilio, pero no deja pasar esta desviación que es causa de tantos problemas en la Iglesia.

Casi a renglón seguido, el Papa se cuestiona el origen de esta discrepancia en el modo de aplicar el Concilio: “¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?” 22 Si se quiere poner remedio a esta discrepancia, es necesario ir al origen. Descubrir el porqué de los errores ha sido siempre la postura sapiencial de la Iglesia. Benedicto XVI no juzga a nadie, tan sólo quiere entender emporqué se dan estos errores, conocer sus causas. De tal forma que conociendo dichas causas, se pueda intervenir en forma adecuada. Le interesa corregir la inadecuada recepción del Concilio, y para ello es necesario ir a la raíz del problema.

Y la raíz la encuentra en la forma en que se lee el Concilio, lo que él llama la hermenéutica del Concilio: “Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos.” 23La raíz del problema se encuentra por tanto en la interpretación que se hacen de los textos del Concilio Vaticano II, siendo dos tendencias claras, opuestas, en la interpretación de dichos textos. Una forma de interpretar el Concilio Vaticano II es aquella de ver el Concilio como un medio para cambiar la Iglesia, para re-hacerla. Esta postura será conocida como la hermenéutica de la ruptura o hermenéutica de la discontinuidad. La otra clave de lectura será conocida como la hermenéutica de la reforma o la hermenéutica de la continuidad. Para llevar a cabo un análisis ordenado y así conocer mejor el pensamiento de Benedicto XVI, iniciemos con ésta última.

La hermenéutica de la reforma, es decir leer el Concilio Vaticano II en forma tal que permite ver un desarrollo linear de la Iglesia, sin ruptura con el pasado, requiere partir del hecho del objetivo del Concilio. Dice Benedicto XVI, citando a Juan XIII que el objetivo del Concilio no era otro que el de “transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones.” 24A esta misma conclusión llega Pablo VI en el momento de la clausura del Concilio: “Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra vener able doctrina, y otra distinta el modo como se enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado.” 25Es necesario por tanto partir de un presupuesto que será de suma importancia para leer los documentos del Concilio y que hará la diferencia entre las dos posturas que menciona Benedicto XVI. El Concilio Vaticano II no quería cambiar nada de la doctrina de la Iglesia. No era su cometido. A diferencia de otros Concilios, en los que venía debatido algún punto de la doctrina para ser aclarado o explicado en una mejor forma, la mayoría de las veces para rebatir alguna herejía o algún punto incierto o vago, el Concilio Vaticano II daba por sentado todos los puntos doctrinales. Su objetivo primordial era el de transmitir sin atenuaciones ni deformaciones la integridad de la doctrina, verdadera e inmutable.

Los padres conciliares se habían reunido no para cambiar, modificar o aclarar la doctrina, sino para dar las direc trices necesarias con el fin de que dicha doctrina pudiera quedar mejor explicada ante las cambiantes situaciones del mundo actual. Benedicto XVI se detiene a explicar el origen de dichos cambios y la necesidad para la Iglesia de estar al día, con el fin de dar siempre una respuesta actual a las distintas interrogantes del hombre. Lo que conviene subrayar sin embargo, es el hecho de que el Concilio se reunió para meditar sobre la realidad de la Iglesia y sobe las formas en que dichas realidades pudieran ser mejor expresadas al mundo de hoy.

Frente a la hermenéutica de la discontinuidad, que como dice el Papa “ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna” , es necesario subrayar, con el fin de que quede claro y así contrarrestar la mala difusión que los medios de comunicación han hecho sobre los objetivos del Concilio, que los padres conciliares no querían ni podrían cambiar nada de la doctrina de la Iglesia. No habían recibido ningún mandato explícito para hacerlo: “Los padres no tenían ese mandato y nadie se lo había dado; por lo demás, nadie podía dárselo, porque la Constitución esencial de la Iglesia viene del Señor y nos ha sido dada para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna y, partiendo de esta perspectiva, podamos iluminar también la vida en el tiempo y el tiempo mismo.” 27 Por ello, los trabajos conciliares tenían como único objetivo la reflexión sobre la verdad de la Iglesia y las formas más adecuadas para proponerlas al hombre de hoy.

Este es un trabajo que ha seguido hasta nuestros días, ya que la situación del mundo, cultura, y la situación del hombre siguen cambiando. Podemos por tanto afirmar con Benedicto XVI que el gran trabajo del Concilio es y seguirá siendo el de expresar de modo nuevo una determinada verdad, lo cual exige una reflexión y una relación vital, nueva con dicha verdad. No se trata de suprimir, de aniquilar o de modificar dicha verdad, sino presentarla en forma tal que las nuevas generaciones y la nueva cultura puedan hacerla propia. Dicho esfuerzo viene expresado en un programa exigente. “En este sentido, el programa propuesto por el Papa Juan XXIII era sumamente exigente, como es exigente la síntesis de fidelidad y dinamismo.” 28

Toda este razonamiento entre hermenéutica de la ruptura y hermenéutica de la discontinuidad lo podemos aplicar a la vida consagrada. Ella, como parte de la Iglesia, debe también reflexionar sobre sí misma para poder presentarse al mundo en una forma que la cultura y los hombres actuales puedan entenderla. Es un principio que Paulo VI había ya señalado en la exhortación apostólica Evangelica testificatio29 y que Juan Pablo II sintetizaba con el término de fidelidad creativa 30. Se trata por tanto de reflexionar sobe la identidad de la vida consagrada para que, descubriendo su esencia, se busquen los medios más adecuados con los cuales deba ser presentada al mundo.

Si un sector de la Iglesia se ha empeñado durante cuarenta años en leer los textos del Concilio Vaticano II en clave de ruptura, haciendo ver que la Iglesia del postconcilio era diversa a la pre-conciliar, no es de extrañarnos que ahora muchas culturas, especialmente en Occidente, han quedado completamente al margen del evangelio. Culturas y pueblos que fueron los evangelizadores del mundo, se empeñaron durante 40 años en desconocer sus raíces y en no seguir los lineamientos del Concilio Vaticano II. Ahora se presentan como tierra de misión dentro de una sociedad neo-pagana. Benedicto XVI se da cuenta de los resultados de esa postura que ha alejado a tantos de la verdadera Iglesia, fundando una concepción de Iglesia distinta a la que ha fundado Jesucristo. La percepción que tiene del Concilio Vaticano II es clara, un movimiento que quería reformar a la Iglesia, y que deberá continuar con el fin de desarr ollarla y hacerla más eficaz en la transmisión del mensaje de salvación. “Por otra parte, está la "hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.” 31



NOTAS
1 Pablo VI, Motu proprio Ecclesia Sanctae, , 6.8.1966, II, n. 16 y 17.
2 Juan Pablo II, Carta “On April the 3rd”, 3.4.1983.
3 S. Basilio, De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524.
4 Benedicto XVI, Discursos, 22.5.2006
5 “"Evangelizar", para la Iglesia, es llevar la Buena Nueva a todos los estratos de la humanidad y, gracias a su influjo, transformar desde dentro a la humanidad misma: criterios de juicio, valores determinantes, modos de vida, abrié ndolos a una visión integral del hombre. El cumplimiento de esta misión requiere de la Iglesia que escrute los signos de los tiempos y los interprete a la luz del Evangelio, respondiendo así a los perennes interrogantes que se plantea el hombre. De esta dimensión profética los religiosos están llamados a dar un testimonio especial. La continua conversión del corazón y la libertad espiritual, que los Consejos del Señor estimulan y favorecen, les ayudan a recordar a sus contemporáneos que la edificación de a ciudad terrestre no puede hacerse sin fundamentarse en el Señor y dirigirse a El. Y puesto que la práctica de los Consejos une a los religiosos con la Iglesia de modo especial, a ellos se dirige con más viva insistencia y mayor confianza, la exhortación a una renovación sabia, abierta a las necesidades de los hombres, a sus problemas y sus anhelos. Más allá de los dramas sociales y políticos, en efecto, la Iglesia es consciente de tener como mandato supremo el dar una respuesta def initiva a los interrogantes profundos del corazón humano. Por eso los documentos más recientes del Magisterio, queriendo promover una integración adecuada entre evangelización y promoción humana, declaran cuán fecunda es para la misión de la Iglesia la relación entre evangelización y vida religiosa y cuánto ha contribuido en todo tiempo la obra de los religiosos a la elevación humana y espiritual de los pueblos.” Sagrada Congregación para los religiosos e Institutos seculares, Religiosos y promoción humana, abril 1978, Introducción.
6 Sagrada Congregación para los religiosos e Institutos seculares, Elementos esenciales de la vida religiosa, 31.5.1983, n. 5. Hay que hacer notar que este documento había tenido su origen en la Carta de Juan Pablo II escrita a los obispos estadounidenses, con motivo del Año Jubilar, en la que invitaba al episcopado de aquel país a atender con solicitud las necesidades de los religiosos en aquel país. En dicha carta constata la dife rencia que se da en la vida de muchos religiosos, al desapegarse de la vivencia de los elementos de la vida consagrada: “The essential elements are lived in different ways from one Institute to another. You yourselves deal with this rich variety in the context of the American reality. Nevertheless, there are elements which are common to all forms of religious life and which the Church regards as essential. These include: a vocation given by God, an ecclesial consecration to Jesus Christ through the profession of the evangelical counsels by public vows, a stable form of community life approved by the Church, fidelity to a specific founding gift and sound traditions, a sharing in Christ´s mission by a corporate apostolate, personal and liturgical prayer- especially Eucharistic worship, public witness, a lifelong formation, a form of government calling for religious authority based on faith, a specific relation to the Church. Fidelity to these basic elements, laid down in the constituti ons approved by the Church, guarantees the strength of religious life and grounds our hope for its future growth.” Juan Pablo II, Carta “On April the 3rd”, 3.4.1983.
7 25 de marzo de 1984.
8 Obra Pontificia para las vocaciones eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 6.6.1998.
9 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, La colaboración entre los Institutos para la formación, 8.12.1998, n.5.
10 Benedicto XVI, Carta con motivo de la plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9.2005.
11 Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, 14.9.1998, n. 93.
12 Ibídem., n. 96.
13 Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor, 6.8.1993, n.32.
14 Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005.
15< /sup> Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21.11.1964, n. 5.
16 Federico Ruíz, Le vie dello spirito, sintesi di Teologia spirituale, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 2004, p. 368.
17 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 7.12.1963, n. 3.
18 “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más aún, donde sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la Iglesia puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes.” Ibídem., n. 42.
19 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21.11.1964, n. 1.
20 Juan Pablo II había previsto la importancia de la programación, cuando a final del grande Jubileo del año 2000 invita a todos los bautizados a poner la santidad como una prioridad en la planeación de la pastoral: “Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: « Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación »(1 Ts 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: « Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor ». Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede « programar » la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? (…)Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este « alto grado » de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.” Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, 6.1.2001, n. 31.
21 Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005.
22 Ibídem.
23 Ibídem.
24 Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11.10.1962.
25 Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC, Madri d 1993, pp. 1094-1095.
26 Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005.
27 Ibídem.
28 Ibídem.
29 “Cari figli e figlie in Cristo, la vita religiosa, per rinnovarsi, deve adattare le sue forme accidentali ad alcuni cambiamenti che toccano, con una rapidità ed un’ampiezza crescenti, le condizioni di ogni esistenza umana. Ma come giungervi mantenendo quelle " forme stabili di vita ", riconosciute dalla chiesa, se non mediante un rinnovamento dell’autentica ed integrale vocazione dei vostri istituti? Per un essere che vive, l’adattamento al suo ambiente non consiste nell’abbandonare la sua vera identità, ma nell’affermarsi, piuttosto, nella vitalità che gli è propria. La profonda comprensione delle tendenze attuali e delle istanze del mondo moderno deve far zampillare le vostre sorgenti con rinnovato vigore e freschezza. Tale impegno è esaltante, in proporzione delle difficoltà.” Pablo VI, Exhortación apos tólica Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 51. (No existe traducción en español).
30 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
31 Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005.