¿Cómo enfrentar la pérdida de un hijo?

 

Abrazar el sufrimiento para dejar de sufrir. Es lo que hacen los padres que han experimentado el indescriptible dolor de perder un hijo.

Entender el proceso del duelo ayuda a revalorar la hermosa experiencia de seguir viviendo.


Las lágrimas, sus grandes compañeras, no dejan de caer por su rostro. María quiere contar su pena, pero prefiere mantener el anonimato. Pide que cambiemos los nombres... pero sabe y entiende, que su dolor es compartido por muchas familias que han perdido a uno de sus hijos. Contándola, dice, ella puede ayudar. Y de paso, ayudarse a entender su propio duelo.

Son ya seis meses desde que su pequeña Mariana murió. Ella nació con un problema genético y los doctores dijeron que no iba a vivir más de un año. Pero al mes y medio, dejó de respirar. Estaba en mi cuarto, en mi cama. Me acompañaba la enfermera y mi hija Andrea, de sólo 4 años. María llora al recordar esos primeros momentos de incertidumbre. Su marido no estaba en casa y ella sólo atinó a correr hacia el Hospital Inglés. Allí me explicaron que ya no había nada que hacer. Y me indicaron los pasos a seguir. Sé que fue un poco irracional llevarla ya muerta, pero quise hacer todo por ella hasta el final. Recuerdo vagamente que después, mis papás se llevaron a Andrea a su casa y yo regresé por la pijamita con el que la iban a cremar...

Esa noche apenas durmió, pero quiso ir a la funeraria y acompañar por última vez al pequeño cuerpecito de Mariana. Me entregaron el cofre con sus cenizas y mi esposo lo cargó todo el tiempo. Luego, se ofició la Misa y la depositamos en la cripta familiar, recuerda entre sollozos.

Dolor devastador
María, como muchas madres que pierden a sus hijos, reconoce que en esos momentos no dejaba de preguntarme ¿por qué tengo yo que sufrir este dolor? Cuenta que se sentía muy sola, aunque la acompañaran su esposo y familia. Nada humano te ayuda. Es un dolor tan devastador, que te pulveriza.

Es que sobrevivir a la muerte de un hijo es algo para lo que no estamos preparados. Una pérdida tan fuera del libreto de la vida provoca un verdadero terremoto emocional en los padres.

Hablar de duelo y de sus fases es algo que los especialistas vienen manejando desde hace unas cuatro décadas. Sin embargo, nuestra cultura poco a poco comienza a entender y aceptar lo que este doloroso proceso implica.

Por esto, muchas veces, frente a una situación como la que está viviendo María, los familiares y amigos cercanos quieren ayudar, pero no saben cómo. Frases como tienes que salir adelante por tus hijos o sé valiente y ya no llores, definitivamente no ayudan.

Acompañar, abrazar y escuchar son la mejor medicina, aconsejan padres que han pasado por este dolor. Muchos, hoy se juntan para compartir sus experiencias en grupos de apoyo (ver recuadro).

¿Qué es el duelo?
Los especialistas diferencian. Una pena, es el conjunto de emociones que sentimos al perder una persona, cosa o evento importante en nuestras vidas. El duelo, en cambio, es el proceso por el cual lidiamos con esos sentimientos y emociones después de la pérdida.

Lo importante es entender que un proceso de estas características es individual; ninguno es igual a otro y es diferente el duelo que vive un papá, una mamá, los hijos y los abuelos. En términos generales, un duelo normal puede durar entre 6 meses y tres años. Cuando se sobrepasa este lapso, se habla de un problema patológico y se recomienda acudir a una terapia con un profesional.

De hecho, en todo duelo se pueden distinguir cinco fases, aclara la psicoterapeuta Claudia Tarasco. La primera etapa es la del shock: cuando se recibe la noticia. Se caracteriza por un bloqueo mental y emocional. Literalmente se deambula por la vida y pueden darse episodios de amnesia, de no llorar o de permanecer como sonámbula.

Después de unas tres semanas, se empiezan a experimentar las siguientes fases que no guardan un orden estricto y que pueden repetirse más de una vez. Es decir, después del shock que impacta y aturde, puede pasarse a una etapa de defensa psicológica. Esta fase es un período caracterizado por depresión (que es una tristeza profunda, con cambios hábitos de sueño y de comida); o bien, se puede caer en una racionalización (intentar explicar racionalmente la pérdida y que es la que suele afectar más a los hombres); también, se puede manifestar como una negación de la realidad o proyección del dolor en los demás, pero sin aceptar que es uno el que está sufriendo.

Otra fase es la del enojo-culpa. Aquí aparece la rabia y se buscan culpables: el personal médico, Dios o uno mismo. Abundan los sentimientos de impotencia y los si hubiera... Junto a la ira, aparece el sentimiento de culpa por sentir lo que se está sintiendo. Me da mucha envidia ver a las mamás que trepan a sus hijos en las camionetas cuando voy a buscar a mi hija al kinder. Pero al mismo tiempo, me siento mal de ser tan egoísta, reconoce María.

Al mismo tiempo, antes o después, se vive una fase de aislamiento emocional y social. De hecho, es un lapso de tiempo en el que la persona está como invernando, procesando lo que le ocurrió.

Por último, se llega a la fase de recuperación, también llamada de reorganización. Se da cuando ya se aceptó la pérdida y se puede hablar de ella, aunque siga doliendo.

En busca de un sentido
María confiesa que después de preguntarse mucho tiempo ¿por qué yo?, logró encontrar una respuesta que la dejó más tranquila. Me dije, ¿y por qué no podía pasarme esto a mí, si soy como toda la gente? Ahora, me pregunto ¿para qué este dolor? Y en eso estoy... No niego que siento cierto alivio de saber que Mariana está descansando, que su cuerpecito no era para este mundo, que está en el Cielo... pero todavía me enojo con Dios y me dan ganas de tenerla conmigo, de abrazarla.

En cambio, para Carla Hoffmann, mamá de César, Josephine y Carlota, muertos antes de nacer, algunas preguntas siguen sin respuesta. Ella trabaja como voluntaria de Fundación Esperanza, creada en 1998. Yo creo que el para qué de mi dolor lo respondí con el servicio que presto a la Fundación. Me propuse, como misión de vida, ayudar a otras mamás para que no sufrieran solas el dolor de perder un hijo antes de nacer o recién nacido. Y de cambiar las mentalidades que nos niegan el derecho de sufrir la muerte perinatal. Muchas personas creen que por el hecho de que los bebés viven menos tiempo, es como si no existieran. Y esas vidas sí fueron importantes. Lo que no entiendo es por qué no están vivos.

Carla reconoce, eso sí, que un duelo lleva a una opción fundamental de vida: o te quedas hundida o aceptas que tienes una herida en el corazón, una cicatriz que siempre va a doler y sales adelante. Y es cuando se quiere ayudar a otros. Como le sucedió a la periodista chilena, Susana Roccatagliata. Ella perdió a su hijo de 5 años tras un inesperado accidente. Al visitar el panteón un Día del Niño, vio muchos globos y juguetes en lápidas cercanas. Sólo entonces caí en la cuenta que yo no era la única. Y fue cuando entendió que tenía en sus manos el privilegio de transmitir a los demás su experiencia de seguir viviendo. Al poco tiempo escribió el libro Un hijo no puede morir (Editorial Grijalbo), en el que recoge testimonios de padres que han sufrido la muerte de sus hijos. Luego, creó la Fundación Renacer que ofrece apoyo a padres en duelo en su país.

Los dolientes olvidados
Por lo general, la mamá en duelo acapara la atención. Al papá se les exige proteger a su esposa y mantener el control de la situación. Además, al hombre en nuestra cultura, le cuesta más expresarse. Y como lo comenta Carla Hoffmann, el duelo es algo que tarde o temprano debe vivirse. Y mientras más se retrase, peor.

Por esto, aunque es bueno respetar los tiempos de duelo del hombre y de la mujer, conviene empezar a cambiar la mentalidad de muchos padres frente a la pérdida de un hijo. Todd Pitock, de la Fundación SHARE, en La fortaleza masculina, aconseja a los papás:
El ser estoico es una expresión falsa de la fortaleza. La masculinidad es ser un hombre completo, no una estatua. La valentía es mostrar con palabras, lágrimas o cualquier medio no violento lo que sientes. Es pedir ayuda y dejar que te ayuden. Es la voluntad de admitir tu vulnerabilidad. Finalmente, reconoces el dolor de tu esposa al reconocer tu propio dolor y honras a tu hijo al honrar tus sentimientos.

También, hay que recordar a los hermanos del niño o joven que muere. Ayudar a los niños pequeños a entender sus pérdidas y no marginarlos de lo que está sucediendo en la familia es prioritario para la sana recuperación. Fundación Esperanza distribuye el libro Caleidoscopio del duelo para guiar a los padres durante el proceso que enfrentan los menores. Con actividades sugeridas, el niño puede ir abrazando su dolor y evitar que sus sentimientos puedan afectar su autoestima.

Por su parte, los abuelos también viven una doble pena: perder a su nieto y ver con impotencia cómo sufre su hijo o hija. Ella era mi primera nieta; yo la esperaba incluso antes de que sus papás se conocieran, escribió una abuela. Los abuelos pueden revivir pérdidas anteriores, pero por lo general, tienden a inhibir sus recuerdos ya que centran su atención en los padres del hijo muerto. Y aquí también se recomienda demostrar lo que se siente. No creas que tienes que ser fuerte. Si necesitas llorar, hazlo. Nuestros hijos siempre agradecerán nuestra solidaridad, recomienda Emilia Rodríguez, del grupo Padres Despojados. Su hijo de 20 murió hace ya 14 años y ella sigue ayudando a otros que sufren esta pérdida.

Abrazar una esperanza
Hay que reconocerlo, el duelo de los padres es todavía una dimensión desconocida para los que no han pasado por lo mismo. Y, como lo destaca Carla: ni siquiera hay una palabra para definir nuestra situación. Hay viudos y huérfanos, pero nosotros sólo somos padres sin hijos. Sin ese hijo al que se desea abrazar.

Quedarse con los brazos vacíos es la realidad con la que se enfrentan los padres que han pasado por este dramático e inevitable trance de la vida, aunque ellos reconocen que peor es quedarse vacío por dentro. Perder la ilusión de vivir es sepultar cualquier intento de superar el duelo.

En su libro Cuando la gente buena sufre (Editorial Emecé), Harold Kusher explica que el sentido de la trascendencia, para los creyentes, es fundamental. Dios puede aparecer en un primer momento como el que nos quita al hijo... pero no se puede olvidar que Él nos hizo dos promesas: respetar nuestra libertad y estar a nuestro lado, acompañándonos siempre que se lo pidamos. En momentos de duelo, afirma María, sólo la fe te da fuerzas. Te peleas con Dios, pero en el fondo entiendes que tu hija llegó antes adónde sabes que querías llevarla.

Que sí y que no ayuda
- Traten a la pareja igual. Los papás necesitan tanto apoyo como las mamás.
- Estén disponibles para oir, hacer mandados, ayudar con los otros hijos, o para lo que se necesite.
- Permítanles hablar del hijo muerto cuando ellos lo necesiten.
- Brinden especial atención a los hermanitos, durante el funeral y en los meses siguientes. Ellos están confundidos y necesitan atención que sus padres ahora no pueden brindarles.
- Anoten la fecha de nacimiento y de muerte del hijo y recuerden dichos aniversarios.
- No piensen que la edad del hijo determina su valor e impacto para la familia.
- No tengan miedo de abrazar a los padres.
- No digan que saben cómo se sienten, si no han pasado por algo similar.
- No sugieran que vendrán otros hijos o que agradezcan los que tienen.
- No piensen que la muerte prohibe volver a reir.

(Fuente: Extracto de consejos ofrecidos por Fundación Esperanza)

Grupos de apoyo
Poco a poco, comienzan a surgir en México grupos que ofrecen ayuda a quienes atraviesan alguna pérdida y que desean compartir sentimientos para sanar sus heridas. Hay que aclarar que un grupo de apoyo no reemplaza una terapia profesional individual y se recomienda acudir a un especialista en el tema, cuando así se estime necesario.