Comentarios sobre la nueva fe del materialismo

Atilio González Hernández
Ingeniero de telecomunicaciones

Universidad de Navarra
Grupo Ciencia, Razón y Fe (CRYF)

 

Índice

Resumen: El materialismo dominante tiene características de fe, aunque se presente como una metafísica hermanada con la ciencia. Su auge en las sociedades occidentales puede relacionarse con diversos factores culturales, así como con errores en la aplicación del método científico. Se argumenta que el dualismo ontológico -desde un enfoque filosófico- o la evolución inteligente -como planteamiento de fe- son más consecuentes con una argumentación racional que el materialismo.

Volver al índice1. Materialismo

Propone el materialismo que la realidad está constituida por materia y que nada existe fuera de la materia y la energía. Para él no hay más mundo que el mundo físico y el ser humano es solamente una máquina biológica muy compleja. En oposición a este planteamiento filosófico se encuentran el dualismo, para el cual la realidad está compuesta de materia y de espíritu y el inmaterialismo o idealismo radical, para el cual la realidad es interiormente de naturaleza espiritual.

Al considerar que la realidad se reduce al mundo físico, que es auto-contenido, el materialismo tiene especial dificultad para resolver las grandes cuestiones del origen:

El materialismo no proporciona contestaciones satisfactorias a esas cuestiones, aunque tiene diversas hipótesis con tal propósito:

Para justificar el origen del Universo, cree que en el futuro se hallará alguna teoría que demuestre con todo rigor que la materia pudo originarse a sí misma, o aún mejor, que la materia existe y existirá siempre gracias a una especie de topología hipercircular del espacio-tiempo.

Por lo que se refiere al origen de la vida, también confía en que el futuro demostrará concluyentemente, que la vida pudo sintetizarse a partir de la materia de forma autónoma y espontánea.

La diversidad biológica se atribuye según el materialismo a la acción pura y simple del azar, combinado con el mecanismo de la selección natural. La evolución en su conjunto carecería de cualquier finalidad u orientación.

La conciencia humana sería simplemente un paso adicional en la evolución animal, cuyo mecanismo y propiedades tendrían una naturaleza puramente física.

Como veremos en las páginas siguientes, el materialismo no se encuentra firmemente anclado en la experiencia, aunque tienda a atribuir la condición de verdad científica a sus convicciones importantes. Pretende interpretar el conjunto de la realidad -como una metafísica- mediante unas teorías que implican la creencia en cualidades no demostradas de la materia y en una supuesta capacidad del azar para modelar la biosfera. Un sistema de creencias de tales características me parece que está lejos de la ciencia, que supera los límites de la filosofía y que se adentra claramente en los terrenos de la fe, ya que se basa en creencias que no pueden probarse lógicamente o conocerse de forma objetiva.

Hay un materialismo de hecho -sin contenido teórico- cuyo auge tiene relación con el modo de vida actual de las sociedades occidentales. Será nuestro punto de partida para intentar desentrañar los diferentes componentes del conjunto de creencias que he llamado fe materialista.

Volver al índicea) El realismo ingenuo

Son muchas las personas que consideran que no hay otra realidad que la que ellos conocen directamente en su quehacer diario. Dicha realidad está constituida en su mayor parte por las percepciones sensoriales y por situaciones que ocurren en su medio social, las cuales también se perciben o pueden llegar a percibirse a través de los sentidos. Es una actitud que sin duda estuvo presente desde el despertar de la conciencia humana, ya que guarda un cierto paralelismo con la forma de vivir de las criaturas del reino animal.

El realismo puede justificarse con las opiniones de diversos filósofos. Sin embargo, en este apartado nos referimos solamente a las personas que desarrollan un realismo de andar por casa, sin aspiraciones filosóficas, que se califica habitualmente como “realismo ingenuo” y que yo prefiero denominar “el reino de lo obvio”.

Al ciudadano del reino de lo obvio no le gusta la incertidumbre y no valora mucho el conocimiento filosófico o teológico. En un mundo no desprovisto de amenazas y dificultades, necesita reafirmarse en la sencillez de lo cotidiano y lo conocido, mirando con profundo escepticismo cualquier teoría que pueda cuestionar su forma de vivir.

En la primera parte del Fausto, J.W. Goethe parecía referirse metafóricamente, por boca de Mefistófeles, a algún ciudadano del reino de lo obvio cuando decía de los clientes de una taberna: “...Con un poquito de agudeza y mucho agrado, cada uno gira en su estrecho círculo, como los gatitos al jugar con su cola. Cuando no se quejan de dolor de cabeza, viven alegres y exentos de cuidado, mientras les fía el tabernero ...”

Cuando se comenta el caso de alguna persona de extraordinaria espiritualidad, es fácil que alguien diga, con cierta picardía: ¿Y qué haría ese gran místico si le mordiese un perro? Es una pregunta que dice mucho sobre quién la formula, revelando que su interpretación de la realidad se encuentra firmemente anclada en el reino de lo obvio y que le gustaría que los demás siguieran su mismo criterio. Pero ese reino está construido sobre una base engañosa y la realidad que muestra es claramente insuficiente, aunque sea cautivadora y sirva perfectamente para seguir viviendo.

Los sentidos del ser humano son una herencia biológica que compartimos con infinidad de especies animales. Están diseñados para buscar alimento, reproducirse y luchar con especies rivales. Cumplen admirablemente su objetivo sin tener unas prestaciones excepcionales, ya que en el mundo animal hay ejemplos para cada sentido que superan claramente la eficacia de la dotación humana. Incluso hay sentidos en el mundo animal de los que el hombre carece; como el “radar” sonoro de murciélagos y delfines, los receptores de campos eléctricos que tienen los tiburones, el sistema químico de comunicación que utilizan las hormigas, o la percepción de campos magnéticos por parte de ciertas aves.

La percepción sensorial en el cerebro humano es un proceso de increíble complejidad, en el cual se produce una divergencia entre las señales producidas por los órganos receptores y las percepciones conscientes 1. Los sentidos solo funcionan correctamente después de un proceso de aprendizaje, en combinación con la memoria, a través del cual se constituye un modelo con los elementos que componen la realidad sensible. En ese modelo se van encajando los diversos objetos o seres que se ponen al alcance de los sentidos, caracterizados por las propiedades percibidas: color, olor, etc., y también las palabras que los simbolizan. En palabras de Damasio2: “.. Los patrones neurales y las imágenes mentales correspondientes de los objetos y acontecimientos fuera del cerebro son creaciones de éste relacionadas con la realidad que provoca su creación, y no imágenes especulares pasivas que reflejen dicha realidad

Me parece evidente que los sentidos del hombre, al igual que los de los animales, no están diseñados para reflejar detalladamente la compleja naturaleza de los elementos materiales que nos rodean. Invito al lector a que coja una naranja en su mano y la contemple intentando trascender la apariencia convencional. Abarcando, al mismo tiempo que la imagen percibida, su textura y olor; la estructura interna de la fruta, con sus células perfectamente constituidas y agrupadas, funcionando cada una de ellas como una fábrica repleta de máquinas moleculares. Que descomponga esas células en la prodigiosa variedad y número de moléculas que las constituyen, muchas de ellas con una estructura tridimensional sumamente compleja. Que dé un paso más abajo e imagine los átomos de dichas moléculas, como tenues nubes de partículas y energía, separados por distancias mayores que su tamaño. Y que siga descendiendo al interior de los átomos, universos diminutos donde la realidad material se convierte finalmente en algo dudoso cuya existencia, según la mecánica cuántica, dependería de variables muy sutiles que no pueden verificarse localmente 3.

En ese intento de aproximación a la verdadera naturaleza de la realidad hay que tener la capacidad de distanciarse del reino de lo obvio. Desechar la naranja que vemos y utilizar otra del llamado mundo 3 de Popper 4, constituido por los productos de la cultura humana. Por último, prescindir temporalmente de los cinco sentidos y utilizar en su lugar la capacidad de reflexión. Con este planteamiento no digo nada novedoso, pues ya Platón lo exponía con toda claridad en su Fedón, hace 2.400 años. La diferencia es que ahora tenemos unos conocimientos sobre la naturaleza de la materia y sobre el funcionamiento del cerebro que lo justifican.

La realidad es inabarcable por la mente humana en su profundidad y complejidad. Lo que normalmente interpretamos como realidad es solo una representación personal, simbólica y limitada, de la inmensidad de lo real. Para los ciudadanos del reino de lo obvio, su visión de la realidad es de poco alcance, ya que desaprovechan las posibilidades adicionales que proporcionan el patrimonio cultural y la curiosidad intelectual característica del ser humano. En consecuencia, no construyen una verdadera teoría de la realidad, sino que tenderán a utilizar un materialismo práctico.

Volver al índiceb) El consumismo

El auge de la sociedad de consumo ha sido paralelo al crecimiento del materialismo y es muy probable que exista una relación entre ambos fenómenos.

Como sabemos, la sociedad de consumo fomenta la satisfacción inmediata de los deseos materiales, estimulando nuevos deseos por medio de la publicidad. El consumista considera que necesita comprar bienes y servicios, tanto para obtener placer como para reforzar su identidad respecto a los demás. Normalmente debe dedicar casi todo su tiempo al trabajo, necesario para poder satisfacer la interminable cadena de deseos. No dispone de tiempo libre para su enriquecimiento cultural, ni para realizar actividades creativas o comunitarias no remuneradas, limitando por ello sus capacidades para construir una personalidad robusta y autosuficiente, que le permita decidir con libertad.

 

El sistema de valores de la sociedad consumista antepone el tener al ser (siguiendo la terminología de Erich Fromm) y tiende a arraigar a las personas en el reino de lo obvio. Estigmatiza al que no quiere o no puede alcanzar un nivel suficiente de consumo, considerándolo inferior desde el punto de vista social. En esa sociedad, los valores espirituales se consideran generalmente una excentricidad pasada de moda.

Volver al índicec) Materialismo dialéctico

El materialismo fue revisado, reformado y apoyado por el marxismo. Engels y Lenin, que estaban familiarizados con la teoría de la selección natural, trabajaron para adaptar a su conveniencia política el materialismo mecanicista (el cual explica la realidad como una interacción entre objetos materiales acorde con las reglas de la física clásica) y la dialéctica de Hegel, creando el materialismo dialéctico y convirtiéndolo en eje de su filosofía.

Durante muchos años, en su empeño para implantar el materialismo, la propaganda marxista ha presentado a las filosofías duales y a la religión, como simples instrumentos para el sometimiento y explotación de las clases trabajadoras por parte de los capitalistas. Al mismo tiempo exaltaba a la ciencia, al considerar que el verdadero conocimiento de este mundo es el conocimiento científico 5, llamado a sustituir al conocimiento ficticio, representado por la religión. Teniendo en cuenta los valores presentes en sectores de la sociedad actual, da la impresión de que en esa tarea de adoctrinamiento los regímenes marxistas tuvieron cierto éxito, a pesar de la evidente discrepancia entre su propaganda y la realidad.

La historia se ha encargado de demostrar que la puesta en práctica del marxismo ha conducido en muchos casos a la opresión, el desprecio a los derechos de las personas e incluso a brutales genocidios. Que es un engaño interesado equiparar el mat e rialismo al progreso y el espiritualismo al atraso y la opresión. Que los sistemas políticos (y hasta cierto punto, las personas) deben valorarse por sus obras y por su respeto a la vida, la libertad y los derechos humanos, evitándose los prejuicios y las descalificaciones por motivos ideológicos.

Volver al índiced) Problemas del método científico

Volver al índiceLa creación de hipótesis

Se considera al empirismo inglés de los siglos XIII al XVI, con las figuras de Roger Bacon, Guillermo de Ockham y Francis Bacon, como los iniciadores del método científico, que adquirió su madurez con Galileo en el siglo XVII. Rechazaban la deducción como herramienta para la obtención de conocimiento y partían de la experiencia como fuente del mismo. Así fueron construyendo una metodología según la cual las reglas generales se obtendrían de lo particular: de los datos experimentales, mediante un proceso de inducción.

Existía una contradicción en las pretensiones iniciales método científico: de una parte se rechazaban las “ideas innatas”, progresando de lo particular a lo general a partir de los resultados experimentales y evitando la deducción. Por otra se encuentra la realidad, ya que esa metodología tan rígida no se adapta al modo de funcionamiento de la mente ni a la características de los procesos naturales que se pretende explicar.

Nadie sigue habitualmente el proceso inductivo puro, puesto que la estructura de la mente humana obliga a trabajar con hipótesis previas 6. La actividad científica está sujeta también a esa servidumbre y el mérito científico reside tanto en inventar hipótesis afortunadas como en demostrar la falsedad de las hipótesis incorrectas, enfrentándolas con los datos obtenidos de la realidad.

La historia de la ciencia contiene muchos casos en los que esa creación de hipótesis se produce intuitivamente, de modo repentino; en palabras de Einstein “Los conceptos y principios fundamentales de la física teórica son invenciones libres del intelecto humano ”.

En una formulación moderna, el método científico se conoce también como “experimental hipotético-deductivo” y tiene la siguiente descripción, que tomamos de la versión actual en inglés de la Wikipedia:

Conjunto de técnicas para la investigación de los fenómenos y la adquisición de nuevo conocimiento del mundo natural, así como la corrección e integración del conocimiento previo, basadas en evidencias experimentales observables y medibles, y sujetas a las leyes de la razón. ... Se forman hipótesis específicas para proponer explicaciones de los fenómenos naturales, las cuales se prueban mediante estudios experimentales. ... Un conjunto de hipótesis pueden quedar ligadas lógicamente mediante una teoría.

La palabra “natural” empleada en la definición, es sinónimo de “material”, según la misma fuente.

No conviene por consiguiente, considerar al científico como un ser libre de convicciones y prejuicios, cuya única inspiración son los datos experimentales que obtiene. El científico, como cualquier otra persona, tiene su mente llena de modelos e hipótesis que están imbricadas en la estructura de su personalidad y se compaginan perfectamente con su concepción de la realidad; de ese banco de hipótesis se extraen o se generan las que utiliza en su actividad científica.

El riesgo de subjetividad inherente al proceso de creación de hipótesis no siempre es percibido por los científicos, ya que implicaría reconocer que sus convicciones filosóficas personales pueden llegar a influir en la orientación y el resultado de sus investigaciones.

Volver al índiceEl alcance del método

El método científico, según expuse anteriormente, no es resultado de una actividad científica, sino un producto de la filosofía que forma parte de la epistemología. El método científico se creó para estudiar los fenómenos que pueden ser objeto de experimentación y medida; esto es, los fenómenos materiales. No es una teoría, sino una herramienta de trabajo neutral ante cualquier teoría, que permite asegurar la validez de un resultado, dentro de unos márgenes de error, si se utiliza correctamente.

Dada su naturaleza, el método científico tiene un alcance limitado: solo puede aplicarse para estudiar fenómenos aptos para la medida y que sean reproducibles o repetitivos. Las conclusiones que pueden validarse según el método son aquellas que se refieren exclusivamente al proceso objeto del experimento y a otros procesos equivalentes, siguiendo el principio de inducción. Aquellas teorías que pretendan validarse como ciencia, no deberían incluir en su alcance cuestiones diferentes de los fenómenos que puedan estudiarse y probarse según el método científico.

Las restricciones en el alcance del conocimiento creo que podrían expresarse, de forma gráfica y simplificada, mediante la expresión A x P = 1/K; donde P representa la precisión atribuible al conocimiento adquirido sobre un fenómeno, A es el alcance o extensión de dicho conocimiento y K es un parámetro arbitrariamente grande, que no me puedo resistir a bautizar como “constante de ignorancia”. Si el alcance del conocimiento que se desea adquirir sobre un fenómeno determinado es muy pequeño (puede aplicarse el método experimental hipotético-deductivo) se obtendría conocimiento de una precisión razonablemente alta: estaríamos así en los dominios de la ciencia. Si por el contrario, pretendiéramos adquirir conocimiento total sobre un fenómeno, o adquirir conocimiento sobre el conjunto de la realidad, la precisión del resultado obtenido sería virtualmente cero: nos moveríamos entonces en los dominios de los grandes sistemas metafísicos.

La ciencia está sujeta a las restricciones del método que le ha dado su autoridad y su grandeza. Por ese motivo tiene un alcance limitado y creo que no debería aspirar a convertirse en una teoría de la realidad. Sin embargo, el biólogo y premio Nóbel Jacques Monod no era de la misma opinión, pues afirmaba 7 que “la ambición última de la ciencia entera es fundamentalmente, dilucidar la relación del hombre con el universo”. Esta tesis implica que toda la relación del hombre con la realidad en la que vive puede analizarse según el método científico. ¿Pueden expresarse en términos científicos la intuición que genera la lectura un poema, los sentimientos producidos por una sinfonía de Beethoven, la contemplación serena de la magia de un cuadro?. ¿Pueden realizarse experimentos reproducibles sobre personas que sacrifican su vida por amor o por lealtad?

Otro planteamiento discutible sería interpretar “ad libitum” el método científico para ponerlo al servicio de una metafísica determinada. Por ejemplo, Monod afirma 8 sobre el método: “.. postulado base del método científico: la Naturaleza es objetiva y no proyectiva”. Teniendo en cuenta el contexto de la frase, quiere decir que según el método científico, la Naturaleza no puede ser consecuencia de un proyecto o intención preexistente, sino que tiene el carácter de objeto natural y es “resultante del juego gratuito de las fuerzas físicas”. Si esa opinión sobre el método científico fuera correcta, este no sería realmente un método, sino una teoría en sí mismo.

No hace falta deformar el método científico para negarle al creacionismo un lugar dentro de la ciencia: no lo tiene porque las hipótesis creacionistas no pueden verificarse experimentalmente. Pero tampoco tiene cabida dentro de la ciencia la metafísica materialista. Tanto una como otra quedan fuera, y la ciencia debería contemplar esa polémica sobre la proyectividad de la Naturaleza con total indiferencia: no está al alcance del método experimental hipotético-deductivo y, como decía Wittgenstein en la última línea de su Tractatus, “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.

Volver al índicee) Supersticiones

En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, edición electrónica de 1.995, encontramos para la palabra “Superstición” los siguientes significados:

1. Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón.

2. Fe desmedida o valoración excesiva respecto de una cosa. Superstición de la ciencia.

En los párrafos siguientes se verá que la segunda acepción puede ser útil y aplicable en ciertos casos.

Volver al índiceLa selección natural

En un documento de Alfred Russel Wallace, presentado a la Sociedad Linneana de Londres en Julio de 1.858 y en el libro de Charles Darwin “Sobre El Origen De Las Especies”, impreso en 1.859, se explica que la vida progresa por dos causas:

Como consecuencia de los dos principios anteriores, la acumulación de pequeños cambios sucesivos conduciría a la aparición de nuevas especies, sin más influencia importante que el origen de los pequeños cambios y la selección natural. Darwin rechazaba la posibilidad de que se produjeran rápidamente grandes cambios, formulando el principio “Natura non facit saltum”.

Darwin adoptó el concepto biológico de evolución que otros, como Lamarck y su propio abuelo Erasmus Darwin, propusieron y defendieron antes que él, con la denominación de “transformismo”. La importancia de su contribución, reside principalmente en el descubrimiento del citado mecanismo de selección natural como motor de la evolución, que realizaron él y Russel Wallace independientemente 9. La teoría que formula es de una indudable belleza, que deriva de la sencillez del concepto y de la calidad de su exposición. Tiene además la virtud de que para comprenderla no se requiere una formación matemática o científica. Pero, ¿es una teoría científica?, ¿es una teoría correcta?

El caso es que Darwin y Russel Wallace formularon la teoría de la selección natural sin soporte experimental ni justificación suficiente, ya que en su época se desconocían los mecanismos de la herencia, que todavía hoy guardan muchos secretos. Tampoco contaban con un soporte paleontológico adecuado. No se basaron en experimentos reproducibles, sino en su intuición. Por consiguiente, creo que no se elaboró una teoría científica, sino una hipótesis filosófica, de tipo materialista. Además, Darwin tuvo un gran éxito en difundir y justificar la idea de la evolución, que aunque no era suya, comúnmente se le atribuye. Por último, tuvo otras contribuciones valiosas en biología, geología y botánica.

La evolución biológica creo que no es discutible, ante la abrumadora colección de evidencias que la soportan. Lo que sí admite discusión en nuestra época son los procesos que intervienen en ella. Negar la evolución biológica sería tan arriesgado como negar la evolución geológica, aunque no exista parecido alguno entre ambas evoluciones; mientras que la geológica sigue el principio de la estabilidad creciente (entropía creciente y energía potencial decreciente, salvo los cataclismos provocados por fuerzas telúricas o meteoritos), la evolución biológica sigue justamente el camino opuesto. Para que pudieran compararse, la evolución geológica tendría que ser capaz de producir el Taj Majal.

Para explicar la evolución biológica Darwin propuso una combinación de cambios graduales y supervivencia del más apto, que no ha resistido el paso del tiempo sin importantes rectificaciones. Su teoría se modificó entre 1.930 y 1940 con el nacimiento de la llamada Teoría Sintética de la Evolución, o Nueva Síntesis. Luego ha experimentado notables transformaciones adicionales, llegando en 1.972 de la mano de Eldredge y Gould al concepto de Equilibrio Interrumpido, según el cual los grandes cambios evolutivos ocurren en el transcurso de muy pocas generaciones en un entorno virtualmente aislado 10. Estos nuevos planteamientos prácticamente arrinconan el principio “Natura non facit saltum” y reducen el papel del gradualismo a un mecanismo para la homogeneización y equilibrado de las grandes masas de población. Pero, ¿cómo pueden producirse en corto tiempo los grandes cambios evolutivos?

Charles Darwin no pudo encontrar la causa de los cambios graduales, aunque afirmó que la casualidad no le parecía una causa convincente 11. Sus seguidores han sido mucho menos prudentes en ese aspecto, adoptando firmemente el principio de que los cambios hereditarios se producen de forma aleatoria.

Si consideramos una partícula, o incluso un cuerpo rígido, veremos que su estado en un instante determinado puede definirse con precisión razonable utilizando un conjunto no muy numeroso de variables físicas, por ejemplo, del orden de cien. Para una célula viva la situación es muy diferente, ya que el número de variables que definen su funcionamiento en un mamífero es de unos tres mil millones, que es el orden de magnitud del número de pares-base de su dotación genética. Esta prodigiosa variabilidad es la consecuencia de una propiedad singular de la biología: que la parte contiene al todo.

Habiendo tantas unidades de información almacenadas en una célula, parece razonable pensar que, a pesar de los sofisticados métodos de corrección de errores que incorporan las mismas, para una población suficientemente grande pueden introducirse por azar algunos errores de codificación en alguna de las células que contienen la información que se transmite sexualmente: esto es, que se produzca una mutación aleatoria simple en un gameto, e incluso que llegue a heredarse. Otra cosa muy distinta sería que pretendiésemos que, una vez producida una mutación, ocurriera otra que desarrollase las consecuencias de la mutación anterior. Para ello tendría que afectar a un par-base determinado y la probabilidad de que eso ocurra por azar es extremadamente baja, dado el enorme número de variables.

Si pensamos en el número de mutaciones, perfectamente coordinadas, que separan un pájaro de un reptil, intuiremos que la edad del universo es incomparablemente menor que el tiempo necesario para conseguir que el azar, con la colaboración de la selección natural, genere ese conjunto de mutaciones ordenadas y aditivas; especialmente si tenemos en cuenta que las etapas intermedias del proceso pueden tener un bajo valor adaptativo, al no disponer de la funcionalidad conseguida al final del proceso y estar sujetos a sus inconvenientes respecto a la funcionalidad inicial.

Se me ocurre que el darwinista radical sería como un optimista que sentase a un chimpancé recién traído de la selva ante un piano de concierto, con la esperanza de que el simio, inspirado por el azar, interpretase una bella versión de la sonata 23 “Appassionata” de Beethoven. El optimista podría pensar que esa interpretación se acabaría produciendo siempre que se le diera al chimpancé tiempo suficiente, pero el sentido común y la teoría de las probabilidades enseñan que, en términos prácticos, se trata de una aspiración imposible.

Esta larga exposición tiene el propósito de hacer ver que no se ha probado científicamente que el azar, junto con la selección natural, sea la causa de los cambios importantes en la evolución de las especies. La creencia tan frecuente hoy en día, en un modelo de evolución basado en el azar, reúne todas las características que definen el sustantivo superstición.

Volver al índiceLa aparición de la vida

Con la aparición de la vida ocurre algo parecido a lo descrito en los párrafos anteriores. Charles Darwin, en una carta escrita en Febrero de 1882 12, pocos meses antes de su muerte, expresaba la esperanza en que algún día se llegase a demostrar la posibilidad de la aparición de seres vivos a partir de la materia inorgánica, de forma natural. Evidentemente, no se trataba de una teoría científica, sino de una especulación filosófica acorde con su deseo de perfeccionar su marco teórico materialista.

Podemos afirmar sin lugar a dudas, que la probabilidad de que la vida emergiera de la materia en un momento cualquiera, era nula previamente a dicho momento. Como explica J. Monod 13, la justificación de esta afirmación deriva del concepto de probabilidad, al aplicarlo con carácter previo a un hecho singular (cuya repetición no se conoce que se haya producido nunca), entre todos los sucesos posibles del universo. A pesar de sus convicciones materialistas, Monod consideraba la aparición de la vida como un enigma, ya que en el supuesto (altamente improbable) de haberse producido la síntesis casual de un gen, este no hubiera podido funcionar, porque el m e canismo de traducción del código genético requiere la presencia de al menos cincuenta componentes macromoleculares complejos, cuya especificación se encuentra a su vez codificada en el propio ADN.

El paso espontáneo de la materia desordenada a la vida (que implica materia altamente ordenada), choca frontalmente con la segunda ley de la termodinámica, que establece la regla del desorden creciente. De acuerdo con esa ley, el aumento del orden (disminución de la entropía), sólo puede conseguirse si alguien realiza un trabajo. Se requiere un sujeto con el adecuado conocimiento y capacidad de acción, que además del aumento del orden produzca un aumento mayor del desorden en otro punto del universo.

Una vez creada la vida, su multiplicación sí puede realizarse sin violar la segunda ley, pues una célula viva tiene toda la información necesaria para reproducirse, y la capacidad de extraer materia y energía del medio en el que se desarrolla.

Imaginen que cae al suelo desde el borde de una mesa una copa de fino cristal llena de vino. De no ser por la dichosa segunda ley de la termodinámica podríamos aspirar a que la copa se recompusiera perfectamente a partir de sus trozos dispersos, recolectara por sí sola hasta la última gota del vino derramado y saltara hasta colocarse de nuevo, intacta, al borde de la mesa. Aunque la idea nos parezca absurda, hemos de admitir que ese tipo de fenómenos improbables, irrepetibles y contrarios a la razón y a la lógica de la naturaleza, se han considerado posibles desde la antigüedad, con el calificativo de milagros.

La fe materialista no se preocupa demasiado por la teoría de las probabilidades ni por la termodinámica, así que no es nada difícil encontrar personas que expresan solemnemente su convencimiento de que la materia generó la vida espontáneamente, y que además piensan que ese criterio responde a una verdad demostrada científicamente: la superstición se manifiesta de nuevo.

Volver al índiceLa inteligencia artificial

En el libro 18 de la Iliada, Homero relata que Hefesto poseía sirvientes artificiales: “...salió cojeando, apoyado en dos estatuas de oro que eran semejantes a vivientes jóvenes, pues tenían inteligencia, voz y fuerza, y hallábanse ejercitadas en las obras propias de los inmortales dioses...”. Para los griegos del siglo 8 a. C. se trataba de una fantasía inalcanzable para un hombre, pero factible para alguien como Hefesto, que además de dios era un habilísimo artesano.

En los 2.800 años transcurridos desde Homero, el hombre ha adquirido conocimientos y habilidades que entonces parecían reservadas a los dioses. Multitud de seres vivos se nos revelan ahora como máquinas biológicas; controladas por una programación y capaces de reproducirse y de perfeccionarse por sí mismas. Por otra parte, la microelectrónica y la informática nos permiten construir máquinas que ejecutan a gran velocidad, tareas que requieren destreza y también capacidad para tomar algunas decisiones. De esa situación surgen inevitablemente dos grandes preguntas: ¿Es el hombre simplemente una máquina biológica muy avanzada? ¿Podría el hombre construir, con medios materiales, un ser artificial semejante a sí mismo?.

El filósofo Karl Popper, ampliamente respetado por sus contribuciones a la teoría del conocimiento científico y a otros campos de la filosofía, realizó aportaciones importantes a la lo que él llamaba el problema cuerpo-mente. Popper considera 14 que nuestra realidad está compuesta de tres mundos: el material o mundo 1, el de las experiencias subjetivas o mundo 2, y el de los conceptos y productos de la cultura humana o mundo 3. Son tres caras de la realidad claramente relacionables, pero separadas y distintas.

Popper tiene en cuenta 15 diversos planteamientos del problema de la relación cuerpo-mente. Para el materialismo radical o fisicalista, (que probablemente es el más extendido) el mundo 2 y el mundo 3 no existen en sí mismos, sino que son partes del mundo 1. En consecuencia, no sería admisible considerar la existencia de estados subjetivos de conciencia, sino de procesos puramente físicos entre partículas materiales dentro de la estructura del cerebro. En esa hipótesis fisicalista, la creación artificial de una conciencia semejante a la humana, sería solamente una cuestión de tiempo. Popper señala que el materialismo fisicalista tiene una sustentación filosófica sumamente débil, porque en ella subyace un problema de recursividad: los argumentos y métodos que se emplean para afirmarla pertenecen claramente a los mundos cuya existencia se niega. Además, existen numerosos experimentos, tales como las paradojas visuales, que ponen de manifiesto para un mismo fenómeno físico, la discrepancia entre las percepciones del conjunto cerebro-sentidos y la expresión del yo consciente.

Popper describe y critica otras variantes filosóficas, adscritas al materialismo o próximas al mismo, tales como el Pan-siquismo, el Epifenomenalismo, el Paralelismo, la Teoría de Identidad y el Materialismo Promisorio. La hipótesis que prefiere Popper no es materialista, sino interaccionista, para la cual los mundos 1, 2 y 3 existen y se relacionan e influyen mutuamente.

En el interaccionismo, el yo consciente es el protagonista del mundo 2 y el creador del mundo 3. Su naturaleza y propiedades han sido objeto de la filosofía desde sus orígenes y al día de hoy el debate sigue totalmente abierto. Es un objeto de estudio de singular dificultad, ya que debe analizarse y explicarse a sí mismo.

El progreso de las ciencias neurológicas permite trasladar el estudio de la conciencia, del terreno de la filosofía al laboratorio, contrastando las hipótesis con los resultados de la experimentación. De eso se ha ocupado el neurofisiólogo John C. Eccles en profundidad y al parecer con acierto, ya que obtuvo en 1.963 el premio Nobel de medicina.

Como fruto de la investigación y también de sus intuiciones, Eccles expone 16 la hipótesis de un yo consciente que obtiene datos del cuerpo y de su entorno, a través de la exploración incesante de unas áreas cerebrales de enlace, que se encontrarían en el hemisferio izquierdo. El Yo integra la información, consulta y graba datos en la memoria y toma las decisiones ejecutivas que le corresponden, las cuales se traducen en órdenes voluntarias que se transmiten a los músculos, si bien de forma mucho más lenta que para las acciones involuntarias. El Yo no tiene dimensión espacial y no está constituido por elementos del mundo material, motivo por el cual aunque sus efectos sean evidentes, no aparece nunca bajo la punta de un bisturí.

En un libro posterior 17, Eccles introduce nuevos datos para explicar las bases neurológicas de la conciencia y los mecanismos de comunicación entre los mundos 1 y 2, formulando una hipótesis que parece indemostrable, de actuación de campos cuánticos de probabilidad sobre microespacios sinápticos de las neuronas piramidales de la corteza cerebral.

El yo consciente percibe en cada momento sólo lo que el cerebro le transmite. No parece tener recuerdos propios, sino los que el cerebro le presta. Deja de percibir y de sentir cuando el cerebro duerme profundamente, o cuando se conmociona. No es consciente de todo lo que el cerebro conoce o experimenta, sino de aquellas informaciones que le son accesibles tanto por su ubicación en el cerebro como por la naturaleza de su contenido. Por ejemplo: el Yo no está informado de la situación de las innumerables variables hormonales que son ajustadas por el sistema nervioso de forma automática, ni sería capaz de tener conciencia de las actuaciones que se relacionan con el hemisferio cerebral derecho, si se interrumpiera la gran vía nerviosa que comunica ambos hemisferios.

Es evidente que el Yo permanece ajeno a los detalles del funcionamiento del cuerpo y del cerebro que le acogen, aunque tenga la tendencia a atribuirse la responsabilidad y los méritos de todas las actuaciones de estos. El neurobiólogo Antonio Damasio ha estudiado recientemente las emociones y sentimientos. Califica al Yo como “fugaz y estrecho” 18 y explica que las emociones son estados corporales provocados por las capas profundas del cerebro, en respuesta unos estímulos que llama “emocionalmente competentes”. Las emociones actúan desde el inconsciente y generan sentimientos que tienen acceso al Yo y pueden influir sobre sus decisiones. Todo esto nos lleva a pensar que no hay identidad entre el Yo consciente y la persona.

Eccles y Damasio coinciden en que tanto las percepciones y capacidades del yo consciente, como la configuración detallada de las neuronas, son el resultado de un proceso de experimentación y aprendizaje, que depende del patrimonio genético del cuerpo, de las características del medio material y cultural donde vive y del ejercicio de la voluntad del propio yo consciente. Creo que podríamos decir que el alma y el cerebro se construyen y sostienen mutuamente, mientras inventan y representan su papel en la tragicomedia de la vida.

Retomando el título del presente apartado, podemos recordar que el concepto de “inteligencia artificial” se suele asignar, según la definición de Turing a una máquina hipotética cuyas respuestas no pudieran distinguirse de las de un ser humano. Una máquina de esas características tendría que ser capaz de comprender las situaciones y actuar libremente en función de esa comprensión. Para los defensores de la inteligencia artificial, dicha capacidad de comprensión y decisión -equivalente a nuestro Yo consciente- residiría en un algoritmo programado en la máquina. Si pudiera diseñarse, el algoritmo (o procedimiento general de cálculo) se instalaría en cualquier máquina dotada con la velocidad y características funcionales correctas. El Yo de la máquina tendría la capacidad de interactuar con los componentes de la misma, sin ser en realidad un elemento material ¿alguien ha medido la extensión, color y peso de un algoritmo? Sorprendentemente, a través de la inteligencia artificial se llegaría de nuevo a una realidad dual y a la hipótesis interaccionista de Eccles-Popper.

Como se deduce de los párrafos anteriores, el Yo consciente sigue siendo un desconocido. Existen teorías al respecto, con diversas orientaciones, pero no hay ninguna que pueda considerarse como verdad demostrada científicamente. Seguimos sin poder explicar desde la Ciencia la causa del extraordinario salto cualitativo que hay entre el cerebro de un chimpancé y el de un ser humano. Las dos preguntas iniciales: ¿Es el hombre simplemente una máquina biológica muy avanzada? ¿Podría el hombre construir, con medios materiales, un ser artificial semejante a sí mismo?, no tienen hoy en día respuesta avalada científicamente, y solo se pueden contestar, en uno u otro sentido, desde el campo de las hipótesis filosóficas personales.

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La creencia en un modelo materialista de la realidad es una opción personal irreprochable. Lo que es objetable es la pretensión injustificada de convertir dicho modelo filosófico en verdad científica. Es el mismo problema con el que se enfrentó Galileo: una estructura social que pretendía imponer la interpretación de la realidad que mejor se adaptaba a sus convicciones religiosas, atribuyéndole la categoría de verdad científica indiscutible y obligando a los demás a aceptarla.

Más de un científico ha optado por publicar libros divulgando los aspectos más atractivos de las materias de su especialidad. Como son libros destinados a un público amplio, en lugar de seguir el esquema riguroso de una publicación científica, contienen una mezcla expuesta con amenidad, de teorías científicas, datos experimentales y especulaciones filosóficas personales, generalmente de inspiración materialista. El resultado es que el lector poco crítico termina el libro con la vaga convicción de que las teorías filosóficas personales del autor son hechos demostrados por la ciencia.

¿Por qué hay hoy tantos científicos que profesan el más radical de los materialismos?. Es una pregunta difícil que deberían contestar expertos en sicología. A la espera de opiniones autorizadas, podemos observar que en épocas anteriores, la ciencia y la filosofía estaban muy unidas a la Iglesia. Por ejemplo, Roger Bacon y Guillermo de Ockhan, que crearon en la Edad Media las bases del método científico, eran monjes franciscanos. Con la Edad Moderna se iniciaron las discrepancias serias entre los científicos y el poder religioso, que dados los métodos de la época llevaron a más de un científico a prisión. Al perder la Iglesia poder en la sociedad civil, el mundo científico pudo actuar con más libertad y creo que reaccionó divulgando teorías filosóficas que le facilitaran su autonomía, restándole fundamento a las doctrinas religiosas que constituían la base y el origen del poder de la Iglesia.

En este contexto, es interesante recordar a Gregor J. Mendel, quien formuló en Marzo de 1.865 tres leyes que revolucionaban la comprensión del fenómeno de la herencia, con aplicación inmediata a los procesos biológicos y a la evolución de las especies. A diferencia de la teoría de la selección natural, las leyes de Mendel cumplían irreprochablemente los principios del método científico, ya que se basaban en experimentos reproducibles e incorporaban un modelo matemático que permitía prever con exactitud el resultado de nuevos experimentos. La teoría de Mendel se publicó con detalle en 1.866 (siete años después que El Origen de las Especies) y se difundió adecuadamente, pero no tuvo eco alguno y cayó de inmediato en un olvido, tan injusto como absurdo, que duró 34 años. ¿Tuvo algo que ver con el olvido que la teoría de Mendel parecía contradecir el concepto de gradualismo darwiniano?, ¿Y la condición de monje agustino de su autor?

Volver al índice2. Esterilidad del materialismo

Las nuevas generaciones, criadas en una sociedad consumista, confiadas en una ciencia que pretende resolverlo todo sin salir del ámbito material, sujetas a la lluvia persistente de la propaganda materialista, se orientan hacia una interpretación del mundo poco estructurada y ajena a lo espiritual, en la que no hay legitimidad que no pueda cuestionarse y en la que los valores seguros parecen ser el bienestar y el poder. Hay un elemento de inestabilidad en esa configuración, pues alcanzar dichos valores no proporciona la felicidad, ni siquiera la tranquilidad, ¿Por qué?

Hay sufrimiento; se experimenta directamente o está a la vista durante toda la vida y siempre ha sido así para todo el mundo, como se deduce del siguiente texto budista, de 2.500 años de antigüedad y que forma parte del Sermón de Benarés:

“El nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son sufrimiento.
La aflicción la lamentación, el dolor, el abatimiento y la desesperanza son sufrimiento.
Estar unido a aquello que disgusta, y separarse de aquello que gusta, es sufrimiento.
No obtener lo que uno quiere es sufrimiento.
Los cinco agregados para aferrarse son sufrimiento”

De forma semejante, en el Qohélet (Eclesiastés) leemos:

“Vi debajo del sol que no ganan la carrera los más veloces, ni la lucha los más fuertes; que no hay pan para los prudentes, ni riqueza para los inteligentes, ni favor para los sabios. Porque el tiempo de la desgracia les llega a todos ”

Otra forma más actual de expresar lo mismo es el siguiente diálogo tomado de “Las sirenas de Titán” ( Kurt Vonnegut, 1959 )

-Usted se acerca a un hombre y le dice; “¿Como van las cosas, Joe?” Y él contesta: “ Oh, muy bien, no podrían andar mejor” Y usted lo mira a los ojos y ve que las cosas no podrían andar peor. Cuando usted llega al fondo, descubre que todo el mundo lo está pasando miserablemente, y digo todo el mundo.-

Para Miguel Benzo 19 el origen del sufrimiento está en que “el hombre es un ser que no coincide con sus propios límites” y se encuentra permanentemente insatisfecho a causa de su ansia de plenitud. Es evidente que el materialismo no puede resolver esa insatisfacción. Cuando la soledad, la inseguridad, la tristeza o el amor, desbordan los diques que los separan de la rutina cotidiana, puede ocurrir que el materialista aparente, de convicciones poco estructuradas, se manifieste como espiritualista y religioso, revelando, aunque sea brevemente, convicciones ocultas en su “yo” profundo. Muchas veces es la presión social la que dificulta que se afirme y desarrolle ese “yo”, capaz de superar la somera visión del materialismo.

Volver al índice3. Alternativas al materialismo

En la antigüedad se intentaba a veces reducir costes reutilizando pergaminos. Se raspaban hasta borrar, total o parcialmente la escritura inicial y se escribía nuevamente sobre la misma superficie. Esos pergaminos, que reciben el nombre de palimpsestos, pueden inspeccionarse con medios técnicos modernos y recuperar la escritura subyacente, que muchas veces es de mayor interés que el texto de la superficie.

La primera lectura de la realidad se correspondería con lo que en el apartado 2 d) describíamos como el reino de lo obvio. Puede accederse a otras interpretaciones, considerándolas como contenido oculto de un palimpsesto que debe descifrarse. Para ello se han de utilizar claves que otorguen un significado de orden superior al conjunto de lo percibido. Dichas claves son, en general, teorías más o menos estructuradas que se encuentran en el mundo de la cultura. La filosofía, la teología, la historia, etc. contienen diferentes claves, a veces contradictorias y en algunos casos estúpidas o incluso perversas. Por último, no puedo dejar de mencionar que también hay teorías de la realidad que son consecuencia de patologías mentales, las cuales carecen de interés para el propósito de este estudio por ser irracionales.

El materialismo es una de las posibles claves. Como vimos en las secciones anteriores, utiliza los recursos del mundo de la cultura y del mundo de los sentimientos, para repudiar la existencia de ambos mundos y afirmar la existencia exclusiva del mundo físico, con el efecto de consolidar y aislar el reino de lo obvio. Pero hay otras claves alternativas al materialismo, que proporcionan un significado y una finalidad a la realidad percibida, considerándola como parte (o como manifestación) de otra realidad de orden superior al puramente material.

La elección y configuración de la clave para conocer el significado de la realidad, ha de ser una tarea rigurosamente personal; una Ars Magna para la conciencia, que ocupa y justifica toda una vida.

Cuando se admite la existencia de una realidad distinta y superior al orden material, los problemas de origen que señalábamos en el principio de este trabajo, se resuelven dirigiéndolos a ese nivel espiritual. El mundo espiritual no puede percibirse con los cinco sentidos, ni siquiera comprenderse desde nuestro espacio material. En ese nivel es donde se encontraría el Creador de nuestra realidad.

Si se considera con objetividad, el planteamiento creacionista es estrictamente racional, ya que todo lo que observamos en nuestro universo nos lleva a creer que no hay efecto sin una causa que le precede y que el azar tiene un papel trivial en la vida real. Por otra parte, el Creador del universo no puede ser parte del mismo, ya que la capacidad de auto-creación es contraria al sentido común.

El concepto biológico de evolución es perfectamente compatible con la intervención creadora consciente, que sustituye al azar como fuente de las mutaciones en los grandes cambios evolutivos. De esa forma, el papel que le queda al azar es aquel para el que está capacitado: originar los pequeños ajustes que se producen en los largos períodos de equilibrio de las poblaciones.

Opino que el acto de creación más notorio es el Big Bang. Es asombroso pensar que nos lo recuerda permanentemente la radiación de Penzias, una señal de microondas de poca intensidad, predicha por Gamow en 1.948 y observada por primera vez en 1.965 de forma accidental por Penzias y Wilson, que por ello recibieron el premio Nóbel. La señal se recibe desde cualquier dirección del espacio profundo y constituye el rescoldo de la gigantesca explosión que originó la materia, la energía, el espacio y el tiempo hace unos 13.000 millones de años.

Mucho más discreta tuvo que ser la aparición de la vida: un proceso puntual que no ha podido dejar registros fósiles. No obstante, la ausencia de repeticiones y la evidencia de su imposibilidad como proceso natural, que describimos con más detalle en el apartado 2 a), apuntan claramente a un acto de creación.

Una vez llegados, de la mano de la lógica, al convencimiento de que existe un Ser que tiene la responsabilidad de la creación y que ese Ser no forma parte del mundo material, se abren ante nosotros los caminos de la religión. Son variados en apariencia y semejantes en lo fundamental, pero quedan fuera del alcance del presente estudio.

Al reconocer la existencia de Dios, nos encontramos con que la realidad adquiere un nuevo significado. La perfección que observamos en la materia y en la vida, nos indican que la sabiduría de su Autor supera todo lo imaginable: por consiguiente, su obra ha de tener un objetivo. El hombre deja así de ser “el resultado de un proceso sin propósito y materialista” (según expresión del paleontólogo darwinista G. G. Simpson) 20 y pasa a ser hijo de un Dios que ha creado al universo mediante Su sabiduría y Su poder. La vida del ser humano se llena de sentido: aprender y experimentar, para vivir sin miedo intentando seguir las pautas de conducta que creemos que Dios establece. La identificación de la misión personal no es sencilla ni inmediata, sino consecuencia del esfuerzo para interpretar las claves de la realidad, al que nos referíamos en los primeros párrafos de este apartado.

Volver al índiceReferencias bibliográficas

(1) Karl Popper y John C. Eccles - The Self and its Brain - Ed. Routledge & Keagan Paul plc (1.983); Capítulo E-2: Conscious perception. Pág. 252.

(2) Antonio Damasio - En busca de Spinoza. Ed. Crítica S.L. (2.005) Capítulo 5: Cuerpo, cerebro y mente. Pág. 189.

(3) Roger Penrose - La nueva mente del emperador Ed. Grijalbo Mondadori (1.999) Cap. 5: El mundo clásico. Pág. 285

(4) Karl Popper y John C. Eccles - Op. cit. Capítulo P-2 The Worlds 1, 2 and 3; Pág. 36.

(5) José Ferrater Mora - Diccionario de Filosofía. Tomo III Materialismo dialéctico: pags. 2147-2149.

(6) Karl Popper y John C. Eccles - Op. cit. Dialogue VII (Popper) Pág. 500.

(7) Jacques Monod - El azar y la necesidad- Ed. Barral (1971) Prefacio: Pág. 9.

(8) Jacques Monod - Op. cit. Capítulo 1: Extraños objetos; Pág. 15.

(9) Manuel Tamayo H.- Charles Darwin y el darwinismo - http://www.monografias.com/trabajos5/darwin/darwin.shtml Capítulo 9: Sus libros sobre evolución.

(10) John C. Eccles - La evolución del cerebro: creación de la conciencia - Ed. Labor (1.992) Capítulo 1: La evolución biológica; Pág. 7.

(11) Charles Darwin- El Origen de las Especies - Ed. Bruguera Libro clásico (1.967) Capítulo V: Leyes de la variación; Pág. 197.

(12) Charles Darwin- Op. cit. Prólogo del Doctor Rafael de Buen; Pág. 20.

(13) Jacques Monod - Op. cit. Capítulo VIII Las Fronteras; Pág. 158.

(14) Karl Popper y John C. Eccles - Op. cit. Capítulo P-2 The Worlds 1, 2 and 3; Pág. 36.

(15) Karl Popper y John C. Eccles - Op. cit. Capítulo P-3 Materialism Criticized; Pág. 51.

(16) Karl Popper y John C. Eccles - Op. cit. Capítulo E-7: The self conscious mind and the brain; Pág. 355.

(17) John C. Eccles - La evolución del cerebro: creación de la conciencia - Ed. Labor (1.992) Capítulo 8: La cuestión cerebro-mente en la evolución; Pág. 177.

(18) Antonio Damasio - Op. cit. Capítulo 4: Desde que hubo sentimientos; Pág. 135.

(19) Miguel Benzo Mestre - Teología para universitarios - Ed. Guadarrama (1961) Capítulo I: El hombre como problema; Pág 45.

(20) Leandro Sequeiros Sanromán: Cincuenta años de debates entre Biología, Filosofía y Teología- Proyección (Granada, 1.999) Pags 137-154. Capítulo: George Gaylord Simpson y la Paleontología de mediados del siglo XX.