Casa de oración
El Evangelio de Lucas 19, 45-48 nos muestra a Jesús santamente indignado al
ver la situación en que se encontraba el Templo, de tal manera, que expulsó de
allí a los que vendían y compraban animales para ser sacrificados porque se
había convertido en un verdadero mercado de ganado, en lugar de un servicio
para los peregrinos que venían de fuera. Jesús subraya la finalidad del Templo
con un texto de Isaías bien conocido por todos (56, 7): Mi casa será casa de
oración, pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones. Quiso el
Señor inculcar cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía
manifestar en el Templo por su carácter sagrado. Nuestro respeto y devoción
deben ser profundos y delicados, puesto que en nuestras iglesias se celebra el
sacrificio eucarístico, y Jesucristo, Dios y Hombre, está realmente presente
en el Sagrario.
Mi casa será casa de oración. Con frecuencia asistimos a ceremonias de
carácter político, académico o deportivo y advertimos enseguida que hay un
protocolo y una cierta solemnidad que dan al acto una buena parte de su valor
y de su ser. También entre las personas, el cariño se demuestra en pequeños
detalles y atenciones. Es el rito sencillo que el hombre necesita para
expresar lo más íntimo de su ser. El hombre, que no es sólo cuerpo ni sólo
alma, necesita también manifestar su fe en actos externos y sensibles, que
expresen bien lo que lleva en su corazón. Cuando se ve a alguien, por ejemplo,
hincar con devoción la rodilla ante el Sagrario es fácil pensar: tiene fe y
ama a su Dios. El Papa Juan Pablo II señala en este sentido la influencia que
tuvo en él la piedad sencilla y sincera de su padre: "El mero hecho de verle
arrodillarse -cuenta el Pontífice- tuvo una influencia decisiva en mis años
de juventud" (8). Pensemos hoy si para nosotros el templo es el lugar donde
damos culto a Dios, donde le encontramos con una presencia verdadera, real y
substancial. Pensemos hoy si al llegar a la iglesia lo primero que hacemos es
saludar al Señor, si somos puntuales para la Santa Misa, si hacemos con
devoción la genuflexión, si nos vestimos con recato y decoro.
Hoy asistimos en muchos lugares a un
ambiente de desacralización basado en una concepción atea de la persona.
Vemos con asombro que, incluso entre personas cultas, crecen las prácticas
adivinatorias, el culto desordenado y enfermizo a la estadística, a la
planificación: la incredulidad por todas partes. Y es que, en lo íntimo de su
conciencia, el hombre atisba la existencia de Alguien que rige el universo, y
que no es alcanzable por la ciencia. "No tienen fe. -Pero tienen superticiones"
(J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino). La Iglesia ha querido determinar muchos
detalles y formas del culto, que son expresión del honor debido a Dios y de un
verdadero amor. Todos los fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser "tan
cuidadosos del culto y del honor divino, que puedan con razón llamarse celosos
más que amantes. para que imiten al mismo Jesucristo, de quien son estas
palabras: El celo de tu casa me consume (Juan 2, 17)" (CATECISMO ROMANO, II,
n. 27).
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre