La afirmación de la belleza como ''el esplendor de la verdad''

Intervención en el Aula Magna de la Universidad San Pablo-CEU el 15 de noviembre de 2003 dentro del V Congreso Católicos y Vida Pública

 María Dolores de Asís Garrote. Catedrática emérita de Literatura en la Universidad Complutense y Extraordinaria de la Universidad San Pablo-CEU11/03/2004

 

"La belleza es el esplendor de la verdad", afirmó Platón en El Banquete. Se trata de un diálogo en el que el tema fundamental es el amor. El hombre poseído de amor, según el discurso de Sócrates que recoge su discípulo en este diálogo, se siente atraído en un principio por un cuerpo hermoso y después por todos los cuerpos, cuyas bellezas son todas hermanas. Éste es el primer grado de amor. Sigo glosando el texto griego. El segundo grado del amor consiste en el enamoramiento de las almas bellas, de los sentimientos, de las acciones bellas, de las ciencias cuyo conocimiento inspira los discursos más bellos de la filosofía. Y por fin, el tercer grado es la ciencia de lo bello. "Hombre afortunado aquél a quien le es dado contemplar la ciencia de lo bello", escribe Platón, y prosigue en las palabras que pone en boca de Diotime, la extranjera de Mantinea: "Si alguna cosa da valor a esta vida, es la contemplación de la belleza absoluta" (PLATON: Diálogos: Fedón o la inmortalidad del alma. El banquete o del amor. Gorgias o de la retórica, Espasa Calpe, Madrid 1982 página 167).

Hay que recordar aquí que Platón recoge en su pensamiento lo que fue el ideal del hombre griego, ya presente en los textos homéricos y que después se verá reforzado por escritores como Píndaro, Esquilo, Sófocles, Tucídices o Jenofonte. Es el ideal contenido en la expresión "kalos kai agathos", "lo bello y el bien", entendiendo por "bien" también "la verdad", "la libertad" y "la justicia", en una correspondencia etimológica en la que el término "agathos" es utilizado para expresar, indistintamente, cada uno de estos conceptos. A lo largo de la historia de la antigüedad griega, puede corroborarse cuanto aquí se dice, algo recogido por la cultura de occidente a través de Roma, conquistadora de Grecia pero, como los mismos romanos expresaron continuamente, totalmente conquistados por la sabiduría griega y contribuidores de que dicha sabiduría estuviese presente en la Europa occidental.

Volvamos al discurso de Platón. Las últimas páginas de El Banquete se refieren a cómo el amor se eleva hacia la contemplación de la belleza suma, que el filósofo identifica con Dios. Así se lee en este diálogo: "Préstame ahora toda la atención de que seas capaz. Quien esté iniciado en los misterios del amor hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en un orden conveniente todos los grados de lo bello, llegado al término de la iniciación, descubrirá de repente una maravillosa belleza, la que era el objetivo de todos sus trabajos anteriores: belleza eterna, increada e imperecedera. […] Si alguna cosa da valor a esta vida, es la contemplación de la belleza absoluta. […] ¿Qué pensar de un mortal a quien le fuera dado contemplar la belleza pura?". Y sigue el filósofo desde esa correspondencia entre belleza, bondad y verdad hasta llegar a identificar la virtud, la famosa "areté" helena, como el camino para ser amado de los dioses (obra citada, páginas 166 y siguientes).

Es bien sabido que la herencia del mundo griego clásico se instaló fundamentalmente en el oriente alejandrino y que tuvo una gran vigencia en los primeros siglos cristianos. No es extraño, por tanto, que sean los ortodoxos quienes han elaborado, partiendo del pensamiento griego, una visión bíblica de la belleza. Sin embargo, no quiero dejar de referirme, antes de ocuparme del mundo ortodoxo, a aquel pasaje conocidísimo de San Agustín en el libro X, capítulo XXVII de Las Confesiones: "Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma, y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba: y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero que Vos estabais conmigo, y yo no estaba con Vos; y me alejaban y tenían muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser, si no estuvieran en Vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mi sordera. Brilló tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyentó mi ceguedad. Hicisteis que llegara hasta mí vuestra fragancia y, tomando aliento, respiré con ella, y suspiro y anhelo ya por Vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis y me encendí en deseos de abrazaros. (San Agustín, Las confesiones, traducción del R. P. Fray Eugenio Ceballos, Madrid, Saturnino Calleja, 1876 páginas 594-595).

Nuestra belleza

La belleza para los latinos, su esplendor, les va a llevar al bien, y desde allí a la contemplación de sí mismos, con ese sentimiento de caer en la cuenta de la debilidad de la condición humana, que ante la hermosura divina les mueve a la catarsis. De nuevo belleza, verdad, bien son términos intercambiables y unidos, y así lo ha visto el humanismo occidental elaborado desde esta tradición. La belleza como expresión de la verdad en el pensamiento platónico, y recogida, según se ha indicado pocas líneas antes, desde la formulación "Kalos kai agathos", también sirvió para asimilarla a lo que algún comentarista haya expresado como "explosión del ser"; ésa es la esencia de lo bello: la manifestación del ser. Por otro lado, la comunicación de lo bello encuentra un magnífico camino a través de la palabra.

Por ello, desde una perspectiva bíblico-cristiana, los comentaristas del Evangelio de San Juan relacionan el comienzo del texto: "En el principio era el Verbo" con el esplendor de la belleza suma, la del Verbo, segunda persona de la Trinidad hecha carne. Este esplendor se fija en la palabra. La palabra, por tanto, es también expresión del ser. En La carta a un humanista, escribía Heidegger en este mismo sentido: "La palabra es la casa del ser". Por la palabra, el ser humano llega al conocimiento. El pensamiento se estructura a través de la palabra. Desde esta perspectiva, voy a referirme de nuevo, y por vía de ejemplo, al filósofo antes citado, ya que puede ilustrarnos en cuanto al esplendor de la belleza que se manifiesta por la palabra en la obra literaria. Esplendor de la belleza que lleva, como se verá más adelante, al conocimiento del misterio humano y también al conocimiento del mundo.

Es bien conocido que Heidegger, después de haber escrito su obra Ser y tiempo y cuando estaba en busca de caminos que le pudieran llevar a la posibilidad de una metafísica, dedicó su tiempo al comentario de poetas alemanes: Georg Trakl, Stefan George, Hölderlin, Rainer Maria Rilke, y esto porque la palabra poética, una gran convicción del filósofo, se encuentra siempre en las cercanías del ser, nos revela el ser. Para justificar este giro en la trayectoria de sus publicaciones, puede ser ilustrativo que me refiera a sus ensayos titulados De camino al habla (Martin Heidegger: De camino al habla, versión castellana de Ives Zimmermann, Barcelona, "Odos", 1987). En el primero de ellos, titulado El habla, ya afirma que "lo hablado puro es el poema" (obra citada, página 15).

Y para demostrar cómo la palabra es el camino para la revelación del ser, en este caso el ser humano, se vale del comentario a un poema (lo hablado puro) de uno de sus autores predilectos, George Trakl. Es el siguiente:

Una tarde de invierno

Cuando cae la nieve en la ventana,
Largamente la campana de la tarde resuena,
Para muchos es preparada la mesa
Y está bien provista la casa.

En el caminar algunos
Llegan al portal por senderos oscuros.
Dorado florece el árbol de la gracia
De la savia fresca de la tierra.

Entra caminante en silencio;
El dolor petrificó el umbral.
Y luce en pura luz
En la mesa pan y vino.

A primera vista, es un poema comprensible. La versión alemana ofrece un aspecto formal clásico. Se trata de tres cuartetos alejandrinos sometidos, escrupulosamente, al ritmo y a la rima. El vocabulario no presenta ninguna dificultad, ya que es el de uso común en el habla cotidiana. Sólo resulta extraña la expresión "Dorado florece el árbol de la gracia / De la savia fresca de la tierra". A ella me referiré inmediatamente. Sin embargo, bajo una apariencia sencilla, esta habla poética revela, a través del símbolo, lo que es la existencia del hombre en esta Tierra.

Reparemos, en primer lugar, en el título: Una tarde de invierno. Hace referencia, en el mundo de símbolos en el que se mueve el expresionismo, a la existencia humana. Y la existencia se contempla, desde la tarde, en el declinar de la vida, con la connotación de que este tiempo es tiempo de invierno, del acabar las estaciones. En el primer cuarteto, se describe la tarde de invierno desde dos espacios: el externo, en el que cae la nieve sobre la ventana, y el interno, en el que está preparada la mesa. El segundo cuarteto se refiere al caminar humano, para algunos por senderos oscuros. Y es aquí donde introduce la metáfora: "Dorado florece el árbol de la gracia / de la savia fresca de la tierra". Se habla del árbol de la gracia, un árbol que está enraizado en la Tierra, pero su tronco y sobre todo sus ramas miran al cielo. Se refiere a que lo sagrado, la gracia, salva lo humano, aquello que está enraizado en la Tierra.

En la tercera estrofa, se invita al caminante, a todo hombre, a que penetre en la casa iluminada, en silencio, pero a la vez se advierte que "el dolor petrificó el umbral". Se trata de una clara alusión a la muerte, ese umbral que hay que pasar para llegar al interior de la casa, en la que está preparada la mesa con el pan y el vino. Hemos de recordar aquí la idea del banquete, idea que se repite en la literatura mística, especialmente una alusión al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. También, volviendo al banquete, se capta que en la mesa provista no faltan los alimentos necesarios, el pan y el vino, que algunos comentaristas interpretan como una alusión a la Eucaristía.

Arte y pensamiento

Hasta aquí hemos establecido un diálogo del pensamiento con la poesía. Se ha comprobado que poesía es palabra que habla. El hablar de la palabra poética (lo subrayo de nuevo) se dirige a la revelación del ser, de la belleza, de la luz. Algún biblista, al comentar los días de la creación, se refiere a que la primera palabra de la Escritura es la de "hágase la luz", equivalente a "hágase la belleza". El esplendor del primer día de la creación es también el esplendor de la belleza.

Finalmente, me voy a detener en dos aspectos de este esplendor. El primero es el de que la experiencia estética puede ser un camino para la experiencia religiosa. El segundo, que la belleza de la palabra, y no sólo me refiero a la palabra poética sino a la poética del texto literario en general, es camino de conocimiento del hombre y del mundo. Paul Evdokimov, en su obra L'art de l'icône, theologie de la beauté (Capítulo III, páginas 18 y siguientes, Desclée de Brouwer, 1972), trae a colación los testimonios de los distintos padres del oriente hasta el siglo IV para subrayar que la experiencia estética de aquellos cristianos desembocaba en una experiencia religiosa: San Cirilo de Alejandría, San Basilio, etc. precisan que lo propio del Espíritu es ser el Espíritu de la belleza. No son pocos los pasajes de sus obras que han llegado hasta nosotros, unos fragmentos en los que se detienen en la contemplación de la belleza de la creación para elevarse a la belleza eterna del artífice y, por tanto, nos transmiten una sincera experiencia religiosa.

Por otra parte, la belleza de los textos literarios en sí se orienta hacia una manifestación y esclarecimiento del misterio de la condición humana. Las obras maestras de la literatura, de todos los tiempos y lugares, han contribuido, y siguen contribuyendo, a que sus lectores adquieran un mayor conocimiento de sí mismos y del mundo en el que viven. Ésta es la gran revelación de los textos literarios. A este respecto, es importante volver a recordar los ensayos de Heidegger sobre el habla, que él inicia con una breve frase que después glosará hasta la saciedad: "El habla, habla"; o aquella otra frase del filósofo alemán: "La palabra poética se sitúa en las cercanías del Ser". Y este Ser, con mayúsculas, es belleza suma y esplendor de la Verdad.