Buscar a Dios
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual
Podemos buscar algo por dos motivos: porque lo tuvimos y se nos perdió, o porque
nos enteramos de que existía y queremos verlo.
Quizá muchos han tenido la experiencia de "tener a Dios". Dios es el ser más
cercano que existe, pero también el más misterioso e inaferrable. Cuando creemos
que lo hemos "atrapado", se nos escapa y nos deja desorientados, perplejos,
abatidos. Otras veces parece que queremos dejar de buscar, y en esos momentos
quizá se nos hace cercano, nos susurra algo con el viento de la tarde o con la
sonrisa de un anciano cargado de canas y de ternura.
Buscar a Dios implica tener el corazón preparado. No es posible salir tras sus
huellas cuando tenemos tal bullicio interior que ni nos deje escucharnos a
nosotros mismos... No es posible caminar hacia Él si estamos atados a las mil
cosas y pequeñeces de todos los días. No es posible exigirle que baje a nuestras
raquíticas medidas, si no ponemos de nuestra parte un poco de esfuerzo para
poder salir del cerco del propio egoísmo y pequeñez.
Tal vez quizá alguno repita todavía hoy la frase del Museo del Ateísmo de un
país dominado por los comunistas: "El hombre hizo a Dios, luego Dios no
existe". Quien la escribió y quien la repite quieren olvidar que fue Dios
quien nos hizo (también a ellos), y que todavía hoy mira, entre los bastidores
de la historia, lo que hacemos los hombres, sus hijos vagabundos e inquietos...
Dios. Esta sencilla palabra nos dice mucho, y, sin embargo, nos desconcierta.
Habrá quien prefiera no escucharla, no leerla, no tener que saber nada de este
Ser que juega con las nubes en las tardes de verano y que sonríe tibiamente tras
el Sol invernal. Que se zambulle en el mar con los delfines o que viste de luces
parpadeantes los cielos más oscuros.
Dios. ¿No sentirá un poco de dolor ante la injusticia, la enfermedad, la muerte
de tantos hombres? ¿No sonreirá ante un acto de generosidad, un bebé que nace
del cariño de sus padres, un niño que ayuda a un anciano a cruzar la calle? ¿No
querrá sacudir el brazo del opresor y defender a la viuda y al huérfano? ¿Cómo
nos ve Dios? ¿Nos ve de veras?
Un poeta decía: "Dios está aquí o allá... tan cerca que me quemo, que me mojo
la cara con su espuma. Tan cerca que termino porque temo estarle haciendo daño
con mi pluma". Dios está aquí, entre las líneas de un periódico carcomido,
entre las hondas que cruzan el aire cibernético, entre los ojos que saben llorar
por sus pecados...
Dios. Lo veremos un día, cara a cara, por encima de los telones de los cielos.
Nos dirá lo mucho que nos quiso, y entonces, sólo entonces, descubriremos el
porqué de nuestras vidas. Valía la pena luchar por ese encuentro. Valía la pena
morir con la cruz al pecho. Dios, Dios, Dios...