El Bautismo, fuente de la vocación Miguel Salazar S.,
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Miguel Salazar S.
En su homilía en la
misa final del Sínodo de América, el Santo Padre planteó con palabras breves
y enfáticas el reto que tiene delante el Pueblo de Dios en nuestras tierras:
«Ha llegado el tiempo de
Para ello, resulta
particularmente importante detenerse a reflexionar acerca del Bautismo y el
lugar que ocupa como fundamento sacramental de la vida cristiana y de la
misión de
En estas páginas
vamos a buscar ahondar simultáneamente en dos direcciones: por un lado, en
la transformació
Vamos a tratar pues de ir poniendo de relieve, desde distintas aproximaciones, estos dos aspectos, tomando conciencia de aquello que ya está presente en el bautizado por el mismo hecho de haber participado en el misterio reconciliador al recibir el sacramento, así como de las exigencias que implica para la cooperación humana el dinamismo que el sacramento origina y fundamenta.
El Bautismo, fundamento de la vida cristiana
A. La ontología de la vida cristiana
En los tiempos de crisis de la verdad, de nihilismo antropológico y espiritual que nos ha tocado vivir, está siempre presente el riesgo de perder de vista el realismo de la vida cristiana. En un contexto en el cual la cultura está marcada por el agnosticismo funcional, la opción por la vida de fe empieza muchas veces a aparecer como una más entre las varias alternativas que se le ofrecen al "consumidor" de satisfactores espirituales, las cuales, por su mismo carácter de productos de consumo, se consideran como carentes de todo lazo ontológico con la realidad, suscitadas más bien por los "gustos del cliente". La afirmación de que nuestra vida cristiana es algo "dado", que los cristianos acogemos y que entraña un contacto con la realidad y en particular con la ontología del ser humano, aparece en ese contexto como una pretensión inaudita que suscita rechazo.
También muchos
cristianos pueden empezar insensiblemente a vivir su fe de ese modo,
perdiendo la convicción de que su opción vital supone la acogida de una
verdad válida para todo ser humano. Esto se da particularmente cuando se
entiende la fe cristiana como una serie de prácticas personales o de un
pequeño grupo, y se reduce el compromiso cristiano a una opción personal e
individualista, perdiendo dinamismo apostólico y evangelizador. La
incapacidad de muchos cristianos para situarse críticamente frente al mundo
y la cultura parece ser una consecuencia de este debilitamiento de la
conciencia de la dimensión ontológica y antropológica de la fe, que se
fundamenta en el realismo sacramental del Bautismo. Esta pérdida de
conciencia parece subyacer también a algunas propuestas pastorales que
plantean
Reflexionar sobre el
Bautismo como fuente de vocación y misión del cristiano significa recordar
la verdad fundamental de que nuestra vida cristiana tiene en su fundamento
un acontecimiento sacramental, es decir un hecho concreto, histórico, real
incluso en el sentido físico, que ha acontecido en un momento determinado de
nuestras vidas. La vida cristiana se origina en el acontecimiento del
Bautismo, el cual -nos enseña el
Catecismo- «significa y realiza la muerte al pecado y la entrada
en la vida de
Esto significa
también que la vida cristiana no se basa en primer lugar en la decisión
humana de emprender el camino del seguimiento de las enseñanzas evangélicas,
sino que tiene su primer fundamento en la iniciativa de Dios que sale al
encuentro del ser humano mediante un signo eficaz específico, que como hecho
histórico, concreto y real, transforma su existencia y funda una vida nueva.
La acción cooperadora con la que el ser humano corresponde a la gracia
santificante supone el don ontológico original del Bautismo, y surge
precisamente como respuesta a él. La vida cristiana no es, pues, producto de
la invención del ser humano, sino fruto de la apertura consciente y libre a
una transformació
El hecho de que la
vida cristiana tiene un fundamento ontológico sacramental se puede percibir
también en la transformació
Ahora bien, si el
Bautismo transforma ontológicamente al ser
humano, es necesario afirmar al mismo tiempo que lo presupone, como capaz de
acoger la gracia de la filiación, y que lo conduce a la plenitud a la que
está llamado. Esta afirmación no es más que la verificación en el plano
sacramental de la antropología desarrollada por el Concilio Vaticano II. En
efecto, si es verdad que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado», y que sólo Él «manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»
(7),
entonces es necesario afirmar que la naturaleza humana sólo puede encontrar
su verdadera plenitud a partir de la gracia bautismal. Por eso
Si la búsqueda del ser humano halla respuesta a todas sus inquietudes y anhelos sólo en el encuentro con Jesucristo Revelador y Reconciliador, el Bautismo es el sello sacramental y la garantía ontológica con que la iniciativa de Dios sale al encuentro no sólo de las preguntas que el ser humano se hace, sino de todas las hambres que brotan de lo más profundo de su ser. Por el don del Bautismo, acogido por el ser humano desde su naturaleza dotada de libertad y abierta a la comunión, se abre para él la posibilidad de afianzar su permanencia en la realización de su vocación y dignidad, y de desplegar su ser acogiendo y haciendo efectiva la misión a la que está llamado desde toda la eternidad. La vida humana verdadera es precisamente la vida cristiana, y por eso el Bautismo es la respuesta sacramental de Dios al hambre de plenitud presente en la naturaleza misma del ser humano.
La superación de la
situación actual de crisis de verdad que prescinde del realismo de la vida
cristiana supone hacer, pues, dos afirmaciones fundamentales. En primer
lugar, que la vida cristiana hunde sus raíces en el mismo fundamento
ontológico de la vida humana, y se basa no sólo en una elección de la
persona, sino en primer término en la realidad ontológica del Bautismo. En
segundo lugar, que el don del Bautismo nos es ofrecido por Dios -a través de
El sacramento del Bautismo
Ahondar en la
naturaleza del sacramento bautismal y abrirse al dinamismo al que da
fundamento será pues una exigencia ineludible de la vida cristiana, y una
condición imprescindible para que los esfuerzos por responder a
En esta definición se pueden distinguir tres elementos fundamentales. En el acápite anterior nos hemos referido ya a un aspecto del primero, según el cual el Bautismo es «el fundamento de toda la vida cristiana». El Catecismo añade, precisando los alcances de esta afirmación, que es «el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos». Toda la vida espiritual y la participación de la vida sacramental dependen del Bautismo.
En segundo lugar, el Catecismo indica que «por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios». El Bautismo da lugar a la vida nueva en el Señor Jesús. Ésta es la vocación del cristiano que tiene su raíz en el Bautismo: la filiación divina que recibe al ser liberado del pecado, y que debe hacerse vida concreta con su cooperación. Todas las vocaciones específicas a las que el Señor llama son participación de esta vocación a ser regenerados en el Hijo, el «Hombre nuevo», cuya gloria se manifiesta en cada cristiano de una manera única e irrepetible.
Esta vida nueva no
es únicamente una transformació
La misión depende,
como indica el Catecismo, de
la incorporación a
La figura del cuerpo
que el Espíritu inspira a San Pablo para expresar la realidad de
La vida cristiana
Esta plenitud de la
unidad y la comunión tiende a la perfección de la caridad, que es la esencia
de la vida cristiana. Por el Bautismo, como nos recuerda el Concilio, «todos
los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de
la vida cristiana y a la perfección de la caridad»
(15)..
El Bautismo es, así, el «fundamento de la existencia cristiana»
(16).. Esta vida cristiana que los hijos de
Para comprender la
transformació
En Ella resulta
claro también cómo la vocación a la vida cristiana, que alcanza una
especificació
Notas
1.
Juan Pablo II, Homilía durante la misa
de clausura de
2.
Catecismo de
3.
Catecismo de
4.
Catecismo de
5.
Catecismo de
6. Lug. cit. [Regresar]
7. Gaudium et spes, 22. [Regresar]
8.
Catecismo de
9. Catecismo Romano, 2,2,5. [Regresar]
10.
Catecismo de
11. Ver C.I.C., c. 209, § 1. [Regresar]
12. Gianfranco Ghirlanda, S.J., ob. cit., pp. 73-74. [Regresar]
13. Unitatis redintegratio, 22. [Regresar]
14.
Catecismo de
15. Lumen gentium, 40. [Regresar]
16. Tertio millennio adveniente, 41. [Regresar]
17. Ver 2Cor 3,18: «Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu». [Regresar]
18. Redemptoris Mater, 1. [Regresar]
19. Luis Fernando Figari, María y la vocación a la vida cristiana, Fondo Editorial, Lima 1995, p. 17. El subrayado es nuestro. [Regresar]
La vida cristiana que proviene del Bautismo incluye pues tanto la vocación del cristiano a participar plenamente de esa vida en su persona, como el llamado a cumplir una misión apostólica. Ahondaremos ahora en el primero de estos aspectos, que no es otro que la vocación de cada cristiano a vivir la plenitud de la santidad.
El
Papa Juan Pablo II afirma en
En el texto conciliar la santidad aparece en primer lugar como un hecho: los cristianos son ya «realmente santos» por el Bautismo. Hay un fundamento ontológico de santidad, en el cual se basa el desarrollo de la santidad del cristiano: la vida nueva en el Señor que le ha sido conferida al bautizado por su participación sacramental en el acto reconciliador del Señor Jesús. El Catecismo ahonda en esta realidad subrayando la radical novedad de la condición del bautizado: «El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creación" (2Cor 5,17), un hijo adoptivo de Dios (ver Gál 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2Pe 1,4), miembro de Cristo (ver 1Cor 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rom 8,17) y templo del Espíritu Santo (ver 1Cor 6,19)» (23).
Pero el Concilio no se queda en afirmar que la santidad es ya real en los
bautizados. También nos dice que «es necesario que con la ayuda de Dios
conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron»..
La vida cristiana acogida en el Bautismo constituye un principio dinámico de
crecimiento, que no ha alcanzado todavía la plenitud. En realidad, toda la
existencia cristiana es despliegue de la novedad cristiana acogida en el
Bautismo, como lo señala
Los obispos latinoamericanos en Medellín enseñaron por eso que «por el Bautismo el cristiano inició su configuración con Cristo que luego, por la acción de Dios y la fidelidad del hombre, ha de ir creciendo hasta llegar a la edad perfecta de la plenitud de Cristo» (25). El esfuerzo del hombre por responder con fidelidad parte de la conciencia del don inmenso del Bautismo, es decir, del misterio de haber muerto a la muerte para nacer a la vida nueva en el Señor Jesús. Esta conciencia lleva al cristiano a descubrir que la semilla de vida que ha sido depositada en su corazón debe madurar por la gracia y por la fe.
Si
el don del Bautismo es como una semilla de vida llamada a crecer y exige un
esfuerzo de cooperación, también lo exige la presencia, aun después del
Bautismo, de las consecuencias del pecado: «En el bautizado permanecen
ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la
enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las
debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que
El desarrollo del don de la vida cristiana recibido por el Bautismo supone pues un esfuerzo consciente de lucha y combate, como lo sugieren las esperanzadoras palabras del Concilio de Trento que cita el Catecismo. Este combate requiere de una cooperación activa con la gracia recibida. No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos (ver Mt 7,21), sino aquel que cumple con el designio divino. No basta con ser bautizado, sino que es necesario abrirse al dinamismo del Bautismo para, cooperando con la gracia recibida, irse transformando cada vez más, «hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13), en cuya muerte hemos participado para nacer a la nueva vida.
La dinámica fundamental de ese camino de combate interior y cooperación que conduce al despliegue del don de la vida de gracia, y al progresivo vencimiento de la concupiscencia, viene señalada también por la naturaleza misma del Bautismo: se trata del paso de la muerte del pecado a la vida nueva en el Señor Jesús.
El Papa Juan Pablo II enseña que mediante el Bautismo «Jesús une al bautizado con su muerte para unirlo a su resurrección (ver Rom 6,3-5); lo despoja del "hombre viejo" y lo reviste del "hombre nuevo", es decir, de Sí mismo» (27). Nuevamente, se trata ante todo de una realidad objetiva, presente ya en el bautizado por la misma recepción del sacramento. Pero esa realidad ontológica ha de ir haciéndose vida concreta en la vida espiritual del cristiano.
Esto implica asumir en la propia vida un doble dinamismo por el cual nos vamos asemejando cada vez más al Señor Jesús: despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. Ambos procesos son simultáneos y complementarios. Por un lado, ir rompiendo con el pecado, con los conflictos y rupturas en todas las dimensiones de nuestro ser, y sobre todo con la mentira, que nos hace esclavos de las concupiscencias del poder, el tener y el placer (ver 1Jn 2,16). Por el otro, ir revistiéndonos del hombre nuevo, acogiendo la gracia divina que el Padre derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo, para irnos asemejando cada vez más al Señor Jesús y poder repetir con el Apóstol: «es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
Ese camino progresivo de conformación con el Señor Jesús no es otro que el camino de crecimiento en la fe, como se puede deducir -una vez más- del sacramento del Bautismo.
En
efecto, como enseña el Catecismo,
«el Bautismo es el sacramento de la fe». «La fe que se requiere para el
Bautismo -añade- no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está
llamado a desarrollarse»
(28).
Por ello, «en todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer
después del Bautismo». Esto lo
manifiesta el hecho de que «
La
fe, «garantía de lo que se espera; prueba de las realidades que no se ven» (Heb
11,1) es, como enseña San Juan de
Esa
exigencia de crecimiento en la fe se manifiesta en primer término como una
exigencia de integralidad. Se trata de vivir una
fe que abarque todas las dimensiones del ser humano: su mente, su corazón y
su acción. La fe -enseña el Santo Padre en
Para que la fe se haga integral debe ir creciendo, hasta ir transformando a la persona en toda su realidad. Para ello es necesario un esfuerzo consciente y sistemático por ir abriéndose y respondiendo al dinamismo transformante de la fe. Un testimonio claro de esta dinámica es la llamada "Dirección de San Pedro" que el Espíritu inspiró al Apóstol en su segunda carta: «Poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad» (2Pe 1,5b-7).
No basta con la fe inicial. San Pedro nos enseña que a ella hay que añadir progresivamente -poniendo «el mayor empeño» (2Pe 1,10)- todas las demás virtudes que va enumerando en una cadena que concluye con la consumación en la caridad. Se trata de una dinámica de cooperación activa, para no quedarse «inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo» (2Pe 1,8). Caminando por esa senda, la fe irá desplegándose en la vivencia de las otras dos virtudes teologales. La fe es el fundamento sobre el cual se asientan la esperanza y la caridad, pero al mismo tiempo sin la esperanza, que sostiene el esfuerzo de crecimiento, y la caridad, que es la plenitud hacia la que tiende la vida cristiana, la fe queda vacía (ver 1Cor 13,2).
Este camino de crecimiento de la fe tiene como fundamento el Bautismo. La huella ontológica de la incorporación a Jesucristo ordena todos los dinamismos de la naturaleza humana hacia la vida cristiana. Por eso el camino de la fe es también de alguna manera el camino del encuentro con uno mismo: el bautizado ha sido renovado radicalmente, y es una nueva creación, participa de la naturaleza divina como hijo adoptivo de Dios y miembro de Cristo y es templo del Espíritu Santo. Además, recibe la gracia santificante, que le permite vivir las virtudes teologales y acoger los dones del Espíritu Santo (32) que lo sostienen en el caminar.
Notas
20. Christifideles laici, 16. [Regresar]
21. Christifideles laici, 17. [Regresar]
22. Lumen gentium, 40. [Regresar]
23.
Catecismo de
24. Christifideles laici, 10. [Regresar]
25. Medellín, Religiosos, 1. [Regresar]
26.
Catecismo de
27. Christifideles laici, 12. [Regresar]
28.
Catecismo de
29.
Catecismo de
30.
Un amplio elenco de las referencias en que San Juan de
31. Veritatis splendor, 88. [Regresar]
32.
Ver Catecismo de
El
camino de desarrollo de la fe no se refiere únicamente al perfeccionamiento
personal del cristiano, a su vocación a la santidad. Este crecimiento de la
fe personal está, como indicamos más arriba,
indesligablemente unido a la misión que el Señor encomienda a cada
uno en
Con
el Bautismo el fiel empieza a participar de la misión del Pueblo de Dios.
Esta dimensión apostólica del Bautismo se manifiesta de manera más plena en
En
La
identidad apostólica marca pues al bautizado tan profundamente como el
Bautismo mismo. La incorporación a
La
misión que forma parte de la identidad de todo bautizado implica y exige el
cumplimiento de la misión propia a la que cada uno está llamado en el
servicio de
Esta misión común pero encomendada a cada uno de manera singular da lugar a
unos deberes apostólicos específicos, pero supone también el derecho de
trabajar en el servicio evangelizador, tanto personal como asociadamente,
como lo recuerda el Código de Derecho
Canónico con respecto a los laicos
(37)..
Como respuesta a la conciencia de ese deber y en ejercicio de ese derecho
han surgido en los últimos tiempos múltiples formas de apostolado laical,
tanto personal como sobre todo asociado, entre las cuales hay que destacar
de forma particular los movimientos eclesiales. El derecho de asociación
nace de la misma naturaleza de comunión de
El
surgimiento de nuevas formas asociativas en el empeño apostólico surge de la
misma naturaleza del Bautismo. El empeño apostólico de cada bautizado, así
como de las distintas asociaciones en que se integran, realiza la misión de
La
misión apostólica que proviene del Bautismo confiere la participación en el
oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo. Esta participación vale
para todos los fieles cristianos en cuanto bautizados, y es necesario
afirmarla de manera particular con respecto a los laicos, «fieles
incorporados a Cristo por el Bautismo, que forman parte del Pueblo de Dios
ejerciendo desde su propia vocación la función sacerdotal, profética y real
de Cristo, y que en tal sentido ejercen tanto en
La participación en el oficio sacerdotal se da ante todo por la unión de los fieles al sacrificio de Jesucristo en «el ofrecimiento de sí mismos y de todas sus actividades (ver Rom 12,1-2)» (41), que se plenifica en la participación de la oblación eucarística. Exige vivir una espiritualidad de la vida cotidiana, en la cual «todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso espiritual y corporal..., e incluso las mismas pruebas de la vida», vividos en el Espíritu, «se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (ver 1Pe 2,5)» (42).
Por
la participación en el oficio sacerdotal, «la vocación a la santidad está
ligada íntimamente a la misión»
(43). La santidad es la condición de todo apostolado eficaz, porque
nadie da lo que no tiene, y porque una predicación del Evangelio que no
tenga sustento en el testimonio de vida no tiene credibilidad. Como enseña
Santo Domingo, «el mejor
evangelizador es el santo, el hombre de las bienaventuranzas»
(44).. El primer campo de apostolado ha de
ser siempre el evangelizador mismo, permanentemente evangelizado, porque el
primer servicio evangelizador que el fiel le debe a
Pero la dimensión apostólica de la santidad personal sería incompleta sin la
predicación activa del Evangelio. La
participación en el oficio profético del Señor Jesús se da en el
testimonio explícito de la verdad evangélica, en la participación eficaz de
todos los fieles en la acción evangelizadora de
El
esfuerzo por responder al reto de la evangelizació
La
participación en el oficio real
convoca a los bautizados a «servir al Reino de Dios y difundirlo en la
historia. Los cristianos participan de este oficio del Siervo sufriente,
antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el
reino del pecado (ver
Rom 6,12); y después en
la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo
Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños (ver
Mt
25,40)»
(47).
Aquí entra en juego con toda su radicalidad la exigencia de un servicio
solidario a los pobres. Al mismo tiempo, el horizonte del Reino manifiesta
que la misión apostólica no queda en el ámbito personal, sino que se trata
de transformar todo lo humano mediante la «palabra de la reconciliació
Para terminar, es importante volver a la cuestión que nos planteábamos al
comienzo. ¿Qué aporta una reflexión en torno al Bautismo de cara a los retos
de
En primer lugar, suscita una conciencia renovada del fundamento antropológico realista que tiene la vida cristiana, y por lo tanto imprime nuevas fuerzas para evangelizar y sobreponerse al relativismo en que pretende sumir al cristianismo el agnosticismo funcional. La conciencia del Bautismo como don recibido y de las raíces ontológicas de la vida cristiana dan al apóstol vigor, confianza y esperanza en el empeño por hacer llegar la luz y la vida del Evangelio a todos los hombres y a todas las realidades humanas.
En
segundo lugar, y como consecuencia de ello, la reflexión en torno al
Bautismo nos da una conciencia clara de la grandeza del don recibido. El
Santo Padre nos exhorta a mantener esa conciencia: «Es particularmente
importante que todos los cristianos sean conscientes de la
extraordinaria dignidad que les
ha sido otorgada mediante el santo Bautismo»
(49).
Esta conciencia conducirá a un renovado sentido de la urgencia de ser fieles
a sus exigencias, viviendo una vida cada vez más santa, y asumiendo con
generosidad la misión apostólica por la cual todos participamos de la misión
de
En
tercer lugar -y quizás sea éste el aspecto más importante de cara a los
retos específicos de
Esto supone en los forjadores de
Miguel Salazar Steiger, laico peruano, es
miembro del Centro de Estudios para
Notas
33. Lumen gentium, 11. [Regresar]
34. Christifideles laici, 13. [Regresar]
35. Lumen gentium, 11. [Regresar]
37. Ver C.I.C., c. 225, § 1: «Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo». [Regresar]
38. Christifideles laici, 29. [Regresar]
39. Apostolicam actuositatem, 2. [Regresar]
40.
Luis Fernando Figari,
Horizontes de Reconciliació
41. Christifideles laici, 14. [Regresar]
42. Lumen gentium, 34. [Regresar]
43. Christifideles laici, 17. [Regresar]
44. Santo Domingo, 28. [Regresar]
45. Ver Lumen gentium, 35. [Regresar]
46. Redemptoris missio, 2. [Regresar]
47. Christifideles laici, 14. [Regresar]
48. Lug. cit. [Regresar]
49. Christifideles laici, 64. [Regresar]
50.
Ver Santo Domingo, 24:
«Hablar de Nueva Evangelizació
__._,_.___