Bautismo en el Espíritu


¿Por qué hablar siempre del Bautismo en el Espíritu?
          Porque es el núcleo central de la Renovación Carismática Católica. Quien produce la renovación es el Espíritu Santo, por eso también nuestro nombre es “Renovación en el Espíritu Santo”.
          Porque nuestra renovación, la de la Iglesia y del mundo pasa por la experiencia de Pentecostés. Por eso el Papa Juan XXIII en su oración decía “Señor, danos un nuevo Pentecostés“, por eso el Papa Pablo VI expresaba que la gran necesidad de la Iglesia era tener “un perenne Pentecostés “y el Papa Juan Pablo II pedía “un nuevo Pentecostés para el mundo”.
          Porque el Bautismo en el Espíritu es lo central de Pentecostés. Como dice el P. Salvador Carrillo: ”Pentecostés fue ante todo el bautismo en el Espíritu Santo”.
          Porque la vida en el Espíritu es un nuevo nacimiento que se inicia o se renueva con el Bautismo en el Espíritu, según palabras de Jesús a Nicodemo: “...el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”... (Jn 3, 5-7).
          Porque es el corazón de la acción mesiánica de Jesús: “...el que viene después de mí los bautizará con Espíritu Santo y fuego“ (Mt. 3, 11);... ”aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda en él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo“ (Jn 1, 32).
          Porque, aunque hayamos tenido esa experiencia, necesitamos pedir siempre una nueva efusión del Espíritu Santo, como los apóstoles luego de haber tenido ya su Pentecostés.

Bautismo en el Espíritu y Pentecostés
          Tener la experiencia del Bautismo en el Espíritu es vivir un Pentecostés hoy. Son muchas las gracias comunes vividas tanto por los apóstoles el día de Pentecostés como por todos los que hasta hoy han tenido su Bautismo en el Espíritu, sean estos hombres, mujeres o niños, consagrados o laicos. Es gracia, donación divina, que al ser experimentada no deja duda de que es una gracia muy especial de Dios. Como señala Charles Whitehead, quien fue Presidente del ICCRS: “a todos el Espíritu los ancla en dos relaciones claves, con Jesús como Señor (I Cor 12, 3) y con Dios como Padre (Ro 8, 14-17).

¿Qué produce el Bautismo en el Espíritu?
          El Catecismo de la Iglesia Católica refiriéndose a la oración para pedir el Bautismo en el Espíritu Santo señala: “Pedimos al Padre y a Jesús que nos envíen su Espíritu Santo para que Él haga de nuestra viva una ofrenda viva para Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, el Señor, y nos permita participar en su misión por el testimonio y el servicio de amor a los demás” (Nº 1109). Pues bien es precisamente eso lo que produce el Bautismo en el Espíritu.
          La experiencia produce una fascinación por Dios. Se descubre por gracia divina, lo maravilloso, grande, santo, amoroso que es Él. Dios es mucho más de todo lo que se nos ha hablado o hemos leído sobre Él. Dios deslumbra a la criatura. Le revela, de pronto, como nos lo enseña la teología, que El es “lo totalmente otro”.
          La respuesta actual del hombre y la mujer de nuestros días al ser fascinados por Dios, es la misma que la de los discípulos en Pentecostés o que la de María al cantar el Magnificat, prorrumpiendo en un torrente de alabanza, “embriagada” de Espíritu Santo.
          El Bautismo en el Espíritu es quedar llenos del Espíritu Santo. Es recibir a Dios en abundancia, es tener la experiencia de ser invadido por Dios, sumergido en Dios, sellado por Dios. Por él Dios llega a todas las áreas de tu vida: la íntima y la pública, la personal y social. En lo personal invade tus pensamientos, emociones, sentimientos, conductas y actitudes. Lo invade todo produciéndose la coherencia de todo el ser.
Al ofrendar su vida a Dios y ser invadido por Dios la persona comienza un cambio espiritual radical, produciéndose una renovación de su vida. La fe ya no se queda en el nivel intelectual sino que impregna todo el ser, la relación filial con Dios nos hace exclamar “Abbá, Padre” (Rom 8, 15), se encuentra con Jesús vivo, y producto de esto, se empieza a responder con amor al amor de Dios infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Ro.5,5).
          Con lo anterior, se inicia una vida nueva, con los frutos nacientes que produce el Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, dominio de sí (Gal. 5,22). El primero de ellos, el amor, es el principal pues en él se tiene todo: “Buscad el amor “(I Cor 14, 1). Amor-caridad que la dulzura del Espíritu- que es Amor - produce en nosotros.
          Siendo el inicio de una vida nueva, no es de ninguna manera un punto de llegada o de perfección ya adquirida. Es el arranque de una vida nueva, de un nuevo caminar bajo el impulso del Espíritu, de comenzar a vivir en plenitud la vida cristiana.
          Tal arranque de vida nueva se realiza con un gozo indescriptible, formando con toda la comunidad de creyentes, una melodía ininterrumpida de alabanza y acción de gracias por el amor tan grande recibido, por la vida, la salud, la familia, la naturaleza, el trabajo, por todo.
          El Bautismo en el Espíritu al sumergirnos en Dios nos hace querer las cosas de Dios y como dice el P. Salvador Carrillo “nos equipa para la misión”. Se sale, como Pedro, como Pablo, a proclamar “contra viento y marea” que Jesús es el Señor y que bautiza en el Espíritu Santo.

¿Por qué pedir cada día una nueva efusión del Espíritu?
          Decía al comienzo que los apóstoles, según nos dice el Libro de los Hechos, varias veces quedaron “llenos del Espíritu Santo“ (Hech, 2, 4; Hech, 4,31). Es decir  se volvió a repetir dicha efusión, pero en el segundo caso en relación a una solicitud particular “Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía“ (Hech. 4, 29).
          La respuesta a dicha oración fue que “Acabada la oración tembló el lugar donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía“ (Hech. 4,31).
          Este texto da mucha luz para comprender la necesidad de pedir siempre en la Renovación Carismática que volvamos a ser llenos del Espíritu Santo, no obstante haber pasado ya por esa experiencia fundamental.
Los apóstoles que luego de Pentecostés salieron a predicar con poder y valentía que Jesús había resucitado, luego sienten de nuevo el miedo que los lleva a pedir: “concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía“. Dios escucha su súplica y el Espíritu Santo les concede lo pedido en oración.
          Es también lo que pasa con todos nosotros. En los apóstoles y en todos los que hemos recibido el sacramento del Bautismo, mora el Espíritu, pero a veces no se nos nota o parece que está dormido. ¡Cuántas veces no andamos llenos de miedo, porque nos apareció una enfermedad o hay un problema en la casa, porque tiembla nuestro puesto en el trabajo, porque un hijo va por mal camino o parece incorregible!
          Sí, ¡siempre vamos a estar inmerso en los problemas! Siempre, mientras seamos caminantes que van a la patria definitiva, necesitaremos la ayuda del Espíritu Santo Consolador, siempre necesitaremos suplicar a Dios su Espíritu, porque en Él todo lo podemos y sin Él no podemos nada.
          También Jesús estaba lleno del Espíritu Santo desde su concepción en el seno de María, sin embargo quiso recibir el bautismo en el Jordán, y sobre él volvió a posarse el Espíritu (Lc 3, 22).
          Siendo así, nuestra actitud y plegaria debe ser llamar al Espíritu Santo sin cesar, porque junto con responder a nuestras necesidades, al ser Él el infinito puede acrecentar y ahondar en cada instante nuestra capacidad de acogerlo. Cuanto más suplicas al Espíritu que venga a ti, más abre en ti profundidades insospechadas para recibirle, de manera que te sientes acuciado por un deseo cada vez mayor de ser lleno de Él. Como dice San Gregorio de Niza: “Vas de comienzos en comienzos, por comienzos que no tienen fi n”.
La liturgia de nuestra Iglesia nos dice lo que hace en nosotros el Espíritu Santo: mora, ora, consuela, ilumina, cura, refresca, ablanda, calienta, suaviza, fortalece. Llámale, entonces, simplemente, como el sediento al borde de la fuente de agua viva, porque quedará calmada tu sed de Dios, pero no se apagará porque el Espíritu abrirá en ti un deseo infinito de Dios.

¿Quién bautiza en el Espíritu Santo?
          A veces se escucha decir que tal persona me bautizó en el Espíritu Santo, por el efecto que produjo en su vida la oración realizada por ella.. Pero no es sí. El bautizar en el Espíritu Santo es exclusivo de Jesús, define la obra esencial de Jesús: “...aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo “(Jn 1,33).
          El don del Espíritu anunciado por los profetas en el Antiguo Testamento (Ez 36, 26- 27; Jr 31, 31-34) es derramado por Jesucristo resucitado: “A este Jesús Dios le resucitó... Y exaltado por la diestra de Dios ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido que ha derramado sobre nosotros“ (Hech 2, 33).
          El derramamiento del Espíritu Santo que realiza Jesús lo hace sobre todos los que creen en él y le rinden su vida: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, el que crea en mí, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él “(Jn 7, 37-39).

Seminarios de Vida en el Espíritu y Bautismo en el Espíritu
          El medio más habitual en que Jesús ha realizado el Bautismo en el Espíritu o nueva efusión del Espíritu en la Renovación han sido los Seminarios de Vida, especialmente en el momento de la oración para pedir la efusión. Sin embargo, he observado en algunas zonas del país que en los Seminarios no hay proclamación kerygmática sino catequesis y a veces no hay oración para pedir el Bautismo en el Espíritu. Por eso el Plan de Acción Nacional de la RCC para 2007-2008 ha dado tanta importancia a la formación de equipos para la realización de los Seminarios devolviéndole a estos su potencia evangelizadora.
          Sí, hay que revalorizar los Seminarios proclamándose con el poder del Espíritu el inmenso amor que Dios nos tiene y los temas centrales del Kerygma: que Jesús murió pero que ha resucitado, Jesús que salva, que es Señor y Cristo y que como tal bautiza en el Espíritu Santo. Los temas del anuncio y la forma de presentarlos son el medio para que la persona pueda llegar al arrepentimiento y la conversión, que son la antesala para recibir el Espíritu Santo: “Al oír esto, los judíos dijeron con el corazón compungido ¿Qué hemos de hacer? Pedro les contestó: Convertíos y que cada uno se haga bautizar en el nombre de Jesucristo y recibiréis el don del Espíritu Santo “(Hech 2, 37-38).

Oración para pedir el Bautismo en el Espíritu o una nueva efusión
          En la efusión o Bautismo en el Espíritu se concentra la gracia más propia de la Renovación. Es allí donde Jesús derrama su Espíritu. Es allí donde Jesús inunda, baña, llena con su Espíritu. Es lo central de la Renovación.
          La oración para pedir la efusión debe realizarse considerando tres componentes, que se interrelacionan entre sí, como dice el P. Cantalamessa: el amor fraterno, oración e imposición de manos.
        
Amor fraterno. El Espíritu Santo es esencialmente amor. Por eso el primero y principal fruto que produce el Espíritu Santo es el amor. Y por eso, es tan importante insistir que quienes oran por la efusión del Espíritu hayan tenido su Bautismo en el Espíritu y estén llenos de amor. El ambiente adecuado para la oración por la efusión es un clima de verdadero amor en torno al hermano por el que se va a pedir la efusión.
         
Oración. Del bautismo de Jesús se dice que: “mientras oraba se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él “(Lc 3. 21). Asimismo, fue mientras oraban que los apóstoles quedaron todos llenos del Espíritu Santo (Hech 1, 14). Por lo tanto, la oración es un componente central. Es una oración en que se pide a Jesús que bautice en el Espíritu Santo a la persona por quien se ora para que el Espíritu Santo haga de su vida una ofrenda viva para Dios.
         Imposición de manos. Por la imposición de las manos se invoca al Espíritu Santo que inunde a la persona. La imposición de manos acompaña la oración en la que se pide el derramamiento del Espíritu.
          La experiencia ha demostrado en la Renovación que Jesús derrama su Espíritu cuando se lo pide en oración. Esta donación suele ser en el momento mismo de la oración, pero a veces ocurre antes o después de ella. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que como el Espíritu sopla donde quiere y como quiere se puede recibir una efusión espontánea del Espíritu sin saber nada del bautismo en el Espíritu, como ha ocurrido en la vida de muchos santos.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fi eles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.

por Héctor Ortiz V.