ADVIENTO
BENEDICTO XVI

Que el Señor pueda venir a través de nosotros. María, ejemplo

Queridos hermanos y hermanas

Con la celebración de las prime ras vísperas del primer domingo de Adviento iniciamos un nuevo Añ( litúrgico. Cantando juntos los sal mos, hemos elevado nuestro cora zón a Dios, poniéndonos en la acti tud espiritual que caracteriza esto tiempo de gracia: ,vigilancia en 1: oración» y «júbilo en la alabanza» (ci Misal romano, Prefacio II de Ad viento). Siguiendo el ejemplo de Ma ría santísima, que nos enseña a viv: escuchando devotamente la palabr de Dios, meditemos sobre la brev lectura bíblica que se acaba de prc clamar. Se trata de dos versículc que se encuentran al final de la Pr mera Carta a los Tesalonicenses d san Pablo (1 Ts 5, 23-24). El primero expresa el deseo del apóstol para la comunidad; el segundo ofrece, por decirlo así, la garantía de su cumplimiento. El deseo es que cada uno sea santificado por Dios y se conserve irreprensible en toda su persona —espíritu, alma y cuerpo- hasta la venida final del Señor Jesús; la garantía de que esto va a suceder la ofrece la fidelidad de Dios mismo, que consumará la obra iniciada en los creyentes.

Esta Primera Carta a los Tesalonicenses es la primera de todas las cartas de san Pablo, escrita probablemente en el año 51. En ella, aún más que en las otras, se siente latir el corazón ardiente del apóstol, su amor paterno, es más, podríamos decir materno, por esta nueva comunidad; y también su gran preocupación de que no se apague la fe df esta Iglesia nueva, rodeada por un contexto cultural contrario a la fe er muchos aspectos. Así, san Pablo con cluye su carta con un deseo, podríamos incluso decir, con una oración El contenido de la oración, comc hemos escuchado, es que sean san tos e irreprensibles en el momentc de la venida del Señor. La palabr central de esta oración es venido Debemos preguntarnos qué signifi ca venida del Señor. En griego e parusía, en latín adventus, adviento, venida. ¿Qué es esta venida? ¿Nos concierne o no?

Para comprender el significado de esta palabra y, por tanto, de esta oración del apóstol por esta comunidad y por las comunidades de todos los tiempos, también por nos-otros, debemos contemplar a la persona gracias a la cual se realizó de modo único, singular, la venida del Señor: la Virgen María. María pertenecía a la parte del pueblo de Israel que en el tiempo de Jesús esperaba con todo su corazón la venida del Salvador, y gracias a las palabras y a los gestos que nos narra el Evangelio podemos ver cómo ella vivía real-mente según las palabras de los profetas. Esperaba con gran ilusión la venida del Señor, pero no podía imaginar cómo se realizaría esa venida. Quizá esperaba una venida en la gloria. Por eso, fue tan sorprendente para ella el momento en el que el arcángel Gabriel entró en su casa y le dijo que el Señor, el Salvador, quería encarnarse en ella, de ella, quería realizar su venida a través de ella. Podemos imaginar la conmoción de la Virgen. María, con un gran acto de fe y de obediencia, dijo «sí»: «He aquí la esclava del Se-ñor». Así se convirtió en «morada» del Señor, en verdadero «templo» en el mundo y en "puerta» por la que el Señor entró en la tierra.

Hemos dicho que esta venida del Señor es singular. Sin embargo, no sólo existe la última venida, al final de los tiempos. En cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Ésta es la voz del Señor, que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra vida personal. Ésta es la venida del Señor.

Esto es lo que queremos aprender de nuevo en el tiempo del Ad-viento: que el Señor pueda venir a través de nosotros.

Por tanto, podemos decir que es-ta oración, este deseo expresado por el apóstol, contiene una verdad fundamental, que trata de inculcar a los fieles de la comunidad fundada por él y que podemos resumir así: Dios nos llama a la comunión consigo, que se realizará plenamente cuando vuelva Cristo, y él mismo se compromete a hacer que lleguemos preparados a ese encuentro final y decisivo. El futuro, por decirlo así, está contenido en el presente o, mejor aún, en la presencia de Dios mismo, de su amor indefectible, que no nos deja solos, que no nos abandona ni siquiera un instante, como un padre y una madre jamás dejan de acompañar a sus hijos en su camino de crecimiento.

Ante Cristo que viene, el hombre se siente interpelado con todo su ser, que el apóstol resume con los términos «espíritu, alma y cuerpo», indicando así a toda la persona humana, como unidad articulada en sus dimensiones somática, psíquica y espiritual. La santificación es don de Dios e iniciativa suya, pero el ser humano está llamado a corresponder con todo su ser, sin que nada de él quede excluido.

Y es precisamente el Espíritu Santo, que formó a Jesús, hombre perfecto, en el seno de la Virgen, quien lleva a cabo en la persona humana el admirable proyecto de Dios, transformando ante todo el corazón y, desde este centro, todo el resto. Así, sucede que en cada persona se re-nueva toda la obra de la creación y de la redención, que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo van realizando desde el inicio hasta el final del cosmos y de la historia. Y como en el centro de la historia de la humanidad está la primera venida de Cristo y, al final, su retorno glorioso, así toda existencia personal está llama-da a confrontarse con él —de modo misterioso y multiforme– durante su peregrinación terrena, para encontrarse «en él» cuando vuelva.

Que María santísima, Virgen fiel, nos guíe a hacer de este tiempo de Adviento y de todo el nuevo Año litúrgico un camino de auténtica santificación, para alabanza y gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

(Homilía en las primeras Vísperas del primer domingo de Adviento. Sábado 26 de noviembre de 2005.)

Tiempo de despertar la esperanza

Este domingo comienza el Ad-viento, un tiempo de gran profundidad religiosa, porque está impregnado de esperanza y de expectativas espirituales: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para recordar el nacimiento del Redentor siente una sensación de alegría, que en cierta medida se comunica a toda la sociedad. En el Ad-viento el pueblo cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, eleva su mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es la vuelta gloriosa del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, se arrodilla ante el pesebre. La esperanza de los cristianos se orienta al futuro, pero está siempre bien arraigada en un acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de la Virgen María: «Nacido de mujer, nacido bajo la ley,, como escribe el apóstol san Pablo (Ga 4, 4).

El Evangelio nos invita hoy a estar vigilantes, en espera de la última venida de Cristo: ,Velad —dice Jesús—: pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa» (Mc 13, 35.37). La breve parábola del amo que se fue de viaje y de los criados a los que dejó en su lugar muestra cuán importante es estar preparados para acoger al Señor, cuando venga repentinamente. La comunidad cristiana espera con ansia su «manifestación», y el apóstol san Pablo, escribiendo a los corintios, los exhorta a confiar en la fidelidad de Dios y a vivir de modo que se encuentren ««irreprensibles« (cf. ZCo 1, 7-9) el día del Señor. Por eso, al inicio del Ad-viento, muy oportunamente la liturgia pone en nuestros labios la invocación del salmo: «Muéstranos, Se-ñor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 84, 8).

Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios. A este propósito, quisiera recordar también hoy la constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: es un texto pro-fundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero, en particular, al número 39, titulado «Tierra nueva y cielo nuevo«. En él se lee: «La revelación nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2Co 5, 2; 2P 3, 13) (...). No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra». En efecto, recoge-remos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal. María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en es-pera del Señor.

(Ángelus. Primer domingo de Ad-viento. 27 de noviembre de 2005.)

Camino de esperanza (salmo 136)

En este primer miércoles de Adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración como preparación para la Navidad, meditamos el salmo 136, que se ha hecho célebre en la versión latina de su inicio, Superflumina Babylonis. El texto evo-ca la tragedia que vivió el pueblo judío durante la destrucción de Jerusalén, acaecida en el año 586 a.C., y el sucesivo y consiguiente destierro en Babilonia. Se trata de un canto nacional de dolor, marcado por una profunda nostalgia por lo que se había perdido.

Esta apremiante invocación al Se-ñor para que libre a sus fieles de la esclavitud babilónica expresa también los sentimientos de esperanza y espera de la salvación con los que hemos iniciado nuestro camino de Adviento.

La primera parte del salmo (cf. vv. 1-4) tiene como telón de fondc la tierra del destierro, con sus ríos y canales, que regaban la llanura de Babilonia, sede de los judíos deportados. Es casi la anticipación simbó lica de los campos de concentra ción, en los que el pueblo judío —en el siglo que acaba de concluir— su frió una operación infame de muer te, que ha quedado como una ver güenza indeleble en la historia de la humanidad.

La segunda parte del salmo (cf. vs 5-6), por el contrario, está impregna da del recuerdo amoroso de Sión, la ciudad perdida, pero viva en el con zón de los desterrados. En sus palabras, el salmista se refiere a la mano, la lengua, el paladar, la voz y las lágrimas. La mano es indispensable para el músico que toca la cítara, pero está paralizada (cf. v. 5) por el dolor, entre otras causas porque las cítaras están colgadas de los sauces.

La lengua es necesaria para el cantor, pero está pegada al paladar (cf. v. 6). En vano los verdugos babilonios «los invitan a cantar, para divertirlos» (cf. v. 3). Los «cantos de Sión« son «cantos del Señor» (vv. 3-4); no son canciones folklóricas, para espectáculo. Sólo pueden elevar-se al cielo en la liturgia y en la libertad de un pueblo.

Dios, que es el árbitro último de la historia, sabrá comprender y acoger según su justicia también el grito de las víctimas, por encima de los graves acentos que a veces asume.

(Audiencia general. Miércoles 3( de noviembre de 2005.)

 

Llevar la alegría a los demás

Éste es el verdadero compromiso del Adviento: llevar la alegría a lo; demás. La alegría es el verdadero regalo de Navidad; no los costosos regalos que requieren mucho tiem po y dinero. Esta alegría podemos comunicarla de un modo sencillo: con una sonrisa, con un gesto bueno, con una pequeña ayuda, con un perdón. Llevemos esta alegría, y la alegría donada volverá a nosotros. En especial, tratemos de llevar la alegría más profunda, la alegría de haber conocido a Dios en Cristo. Pidamos para que en nuestra vida se transparente esta presencia de la alegría liberadora de Dios.

(Homilía en la misa de la parro-quia de Nuestra Señora de la Consolación de Roma. Domingo 18 de diciembre de 2005.)