ADORACIÓN

Reconocimiento lleno de gratitud

¿Qué significa «adorar»? ¿Se trata, quizá, de una actitud de otros tiempos, sin sentido para el hombre con-temporáneo? No; una oración muy conocida, que muchos rezan por la mañana y por la noche, comienza precisamente con estas palabras: ««Te adoro, Dios mío, te amo con todo mi corazón». Al amanecer y al atardecer, el creyente renueva cada día su «adoración», es decir, su reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, por-que el hombre sólo puede realizar-se plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios por encima de todas las cosas (...).

En la Pascua Cristo crucificado y resucitado manifestará plenamente su divinidad, ofreciendo a todos los hombres el don de su amor redentor. Los santos acogieron este don y llegaron a ser verdaderos adoradores del Dios vivo, amándolo sin reservas en cada momento de su vida. Con el próximo encuentro de Colonia, la Iglesia quiere volver a proponer a todos los jóvenes del tercer milenio esta santidad, cumbre del amor.

¿Quién mejor que María puede acompañarnos en este exigente itinerario de santidad? ¿Quién mejor que ella puede enseñarnos a adorar a Cristo? Que ella ayude especial-mente a las nuevas generaciones a reconocer en Cristo el verdadero rostro de Dios, a adorarlo, amarlo y servirlo con entrega total.

(Ángelus. Domingo 7 de agosto de 2005.)

Nada hay más importante que la adoración

Juan Pablo II había elegido para esta Jornada Mundial de la Juventud el tema: »Hemos venido a adorarlo» (Mt 2, 2) (...).

El padre Delp afirmó una vez que no hay nada más importante que la adoración. Lo dijo en el contexto de su tiempo, cuando era evidente que una adoración destruida destruía al hombre. Con todo, en nuestro nuevo contexto de la adoración perdida, y por tanto del rostro perdido de la dignidad humana, nos corresponde de nuevo a nosotros comprender la prioridad de la adoración y hacer que los jóvenes -así como nosotros mismos y nuestras comunidades-sean conscientes de que no se trata de un lujo de nuestro tiempo confuso, que tal vez no nos podemos permitir, sino de una prioridad. Donde no hay adoración, donde no se tributa a Dios el honor como primera cosa, incluso las realidades del hombre no pueden progresar.

(Discurso en el encuentro con los obispos de Alemania, Jornada Mundial de la Juventud. Colonia. Do-mingo 21 de agosto de 2005.)

De la adoración, a la celebración eucarística

La adoración llega a ser (en la celebración eucarística) unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra «adoración» en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra sólo será posible en el segundo paso que nos presenta la última Cena. La palabra latina para adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser.

(Homilía de la misa de la Jornada Mundial de la Juventud. Colonia - Explanada de Marienfeld.
Domingo 21 de agosto de 2005.)