Apostolado Seglar

 

P. CIRILO BERNARDO PAPALI, o.c.d.

Profesor en la Univ. Pontif. "de Prop. Fide",
en la Facul. Teolog. O. C. D. y en el Inst.
"Regina Mundl". Miembro de la Com. Pontif. de
Apostolatum Laicorum preparatoria del
Conc. Vaticano II

1962

 

ÍNDICE

Presentación, por el Emmo. Cardenal Fernando Cento

Aviso del autor

 

PRIMERA PARTE

EL LAICADO Y SU FUNCIÓN EN LA IGLESIA. EL APOSTOLADO EN GENERAL.

I.-La hora de los seglares           

Crisis moderna.-Los laicos en la Iglesia primitiva.-Los' laicos en la Edad Media.

II.-¿Qué es un "laico"?

Definición de laico. - Instituciones seculares.

III.-Puesto que ocupa el seglar en la Iglesia.

Posición del laico en la Iglesia.-Actividad de los laicos en la Iglesia.

IV.-Fundamentos de la actividad cristiana.

Carácter sacramental. - Participación del Sacerdocio de Cristo.-Dones carismáticos.

V.-Apostolado de la Iglesia.

Extensión del apostolado de la Iglesia.- Sujeto directo de la Redención.-Sujeto indirecto de la Redención.-Diversas formas del apostolado eclesiástico.

 

SEGUNDA PARTE

VI.-Diversas formas del apostolado seglar            

Actividad de los seglares por delegación eclesiástica. - En la administración de los Sacramentos. - En la 'predicación. - En la cura de almas.-En la administración de los bienes temporales de la Iglesia.

VII.-Los seglares y las órdenes inferiores al sacerdocio 

Observaciones.

VIII.-La Acción Católica

Definición de la Acción Católica.-¿"Participación" o "colaboración"?-¿Qué es lo que confiere el "mandato"?-Intervención de la Jerarquía en la Acción Católica.-Amplitud y límites de la Acción Católica.-La Acción Católica no es la única forma de apostolado seglar.-Algunas modificaciones en el concepto de Acción Católica, introducidas por Pío XII.

IX.-Actividad de los católicos.

Actividad de los católicos en el orden espiritual.- Apostolado de los seglares en el orden temporal.

X.-"Consagración del mundo"

¿Hay realmente valores naturales?-Actitud del cristiano ante el mundo.

Bibliografía 

 

 

 

 

 

Es para mi un placer, atendiendo al deseo del P. General de los Carmelitas Descalzos, escribir estas líneas para la segunda edición del precioso libro del R. P. Papali, O. C. D., titulado APOSTOLADO SEGLAR, y con mayor gozo por ser Cardenal Protector de dicha Orden y por ser el autor miembro de la Comisión Pontificia de "Apostolado de los Seglares", a la cual ha prestado siempre su importante y admirable colaboración; además, como Cardenal Presidente de la misma Comisión Pontificia, me es muy grato expresarle este testimonio de agradecimiento a su esfuerzo y diligente trabajo.

Este queridísimo hijo de Santa Teresa no necesita presentación, pues es sobradamente conocido por sus muchos escritos, publicados tanto dentro como fuera de su Orden. Hizo sus primeras publicaciones en la India, su patria; más tarde en Italia, donde es profesor, desde hace muchos años, en el Pontificio Ateneo Urbano de Propaganda FideJ en Roma, donde explica el método pastoral que se ha de usar en las misiones, historia de las religiones, Filosofía india y lengua sánscrita. Además, dados sus muchos conocimientos, es profesor del instituto Regina Mundi y en la Facultad Teológica de su Orden.

Este libro, APOSTOLADO SEGLAR, es fruto de sus lecciones en dichos centros. Ha recogido en esta obra concisa sus enseñanzas, avaladas por una óptima riqueza de documentos, publicadas primeramente en la revista Ephemerides Carmeliticae (septiembre 1958) en una redacción más breve. Más tarde fueron traducidas al inglés y publicadas en la revista norteamericana Theology Digest (otoño 1960).

El autor no pretende dar en su obra una exposición completa de la doctrina sobre el apostolado seglar, sino ofrecer solamente las líneas fundamentales. Así expone el significado de la palabra ".laico", que muchas veces se aplica de un modo análogo a las religiones no clericales, a los institutos seculares y al pueblo cristiano; después puntualiza sobre el puesto que ocupa el seglar en la Iglesia y sus actividades, según los fundamentos teológicos.

No es extraño, por lo tanto, que, agotada la edición latina, muchos deseen su reimpresión. Es indiscutible que la cuestión del apostolado seglar tiene en estos momentos máxima actualidad y que por eso mismo esta obra será de gran utilidad para todos aquellos que, por diversas razones, teóricas o prácticas, se dedican a ella. La importancia que esta cuestión tiene en la misma Iglesia aparece claramente en el hecho de que se haya constituido una Comisión especial sobre la misma, para preparar el Concilio Ecuménico.

 

Felicito, pues, de lo intimo del corazón a su autor y auguro un rotundo éxito a esta segunda edición de su obra.

 

 

Roma, 19 de marzo de 1962.

 

FERNANDO CARDENAL CENTO

 

 

 

 

 

 

 

 

Este trabajo fue primeramente elaborado el año 1956 para las explicaciones de cátedra en la universidad "Propaganda Fide" y publicado en ".Ephemerides Carmeliticae" el año 1958. Ahora se edita de nuevo para satisfacer múltiples exigencias. He preferido conservar el texto integro, añadiendo solamente en notas algunas citas de documentos pontificios, para que nadie piense que he utilizado indebidamente conocimientos adquiridos como Miembro de la Comisión Pontificia para el Apostolado de los Seglares, preparatoria del Concilio Vaticano II. Por otra parte, no veo la necesidad de cambiar lo expuesto. Espero sin embargo que, en un futuro próximo, una vez que se publiquen las Actas del Concilio, pueda preparar una nueva edición de esta obra, ampliada, ciertamente, y modificada en cuanto sea necesario.

Me es sumamente grato expresar mi más sincero agradecimiento al Emmo. y Rvmo. Cardenal Cento, Protector de la Orden del Carmen Descalzo, Presidente de la Comisión Pontificia para el Apostolado de los Seglares, quien, por su benevolencia para conmigo, se ha dignado bendecir esta obra y presentarla al público; igualmente a los Superiores que con paternal solicitud promovieron y llevaron a feliz término la edición de este libro.

 

Finalmente, a los pies de la Reina del Mundo y Auxilio de los Cristianos deposito este humilde obsequio.

EL AUTOR

 

PRIMERA PARTE

EL LAICADO Y SU FUNCIÓN EN LA IGLESIA
EL
APOSTOLADO EN GENERAL

 

               CAPITULO I  LA HORA DE LOS SEGLARES

                   Crisis moderna

"Ha llegado la hora, ¡amados hijos! -decía Pío XII en una exhortación al pueblo romano- ha llegado la hora de efectuar el avance decisivo; es hora de sacudir el funesto letargo; de que todos los buenos, los que se preocupan por la suerte del mundo, se reúnan y estrechen sus filas; hoy debemos repetir con el Apóstol: es hora ya de que despertemos de nuestro sueño (Rom. 13, 11); pues está cerca .nuestra salvación. Hay que renovar al mundo entero desde sus fundamentos, hay que transformarlo de salvaje en humano, de humano en divino, es decir, según, el  corazón de. Dios". [1]

Exhortaciones de este tenor son frecuentes en los documentos de los últimos Sumos Pontífices. El mismo Pío XII dijo en cierta ocasión a un seglar insigne que toda la esperanza de la Iglesia estriba en los seglares santos[2]. Y es fácil descubrir una renovación universal del celo apostólico por parte de los seglares: señal evidente del influjo del Espíritu Santo en la Iglesia. No es una novedad, dentro de la Iglesia, el apostolado seglar. Es sin embargo algo insólito la intensidad con que hoy se practica. Nunca, si exceptuamos los primeros siglos, ha tenido una manifestación tan universal.

Y debe tenerse presente que tales manifestaciones extraordinarias del Espíritu corresponden a las necesidades particulares de nuestro tiempo. El apostolado seglar, necesario siempre, se hace indispensable cuando la sociedad humana de tal manera se aparta de la Iglesia,, que viene a resultar casi impenetrable el apostolado de la Jerarquía. Es lo que sucedió con el mundo pagano en los primeros siglos de la Iglesia; y es lo que está sucediendo también con la sociedad moderna después de la revolución religiosa, cultural, industrial y política de los tres últimos siglos. Es el seglar fiel quien debe servir de lazo entre el reino celestial y el terreno, como miembro que es de uno y otro con pleno derecho. Así podrá la Iglesia por medio de él como a través de los vasos capilares, vivificar espiritualmente todo el cuerpo de la sociedad humana. Decía Pío XII en una alocución a los Cardenales, el 20 de noviembre de 1946: "en este sentido, Venerables Hermanos, los fieles, y más en concreto, los seglares, están en primera línea de la vida de la Iglesia; para ellos es la Iglesia el principio vital de la sociedad humana. Deben, por tanto, ellos, sobre todo ellos, tener clara conciencia de su pertenencia a la Iglesia, más aún, de ser la misma Iglesia, es decir, la congregación de los fieles en la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los Obispos unidos con él"[3].

Se hace aún más necesario hoy el apostolado de los seglares por ser el número de sacerdotes insuficiente para cumplir los oficios estrictamente sacerdotales y por la escasez de vocaciones al sacerdocio. Ya en su primera Encíclica Summi Pontificatus, Pío XII se lamentaba de esa penuria de vocaciones: "Ya que hoy los sacerdotes son, por desgracia, menos de los que sus incumbencias requerirían, pudiendo aplicarse también a nuestra época la sentencia del divino Salvador: es mucha la mies y pocos los obreros; resulta inestimable la ayuda que a los sagrados ministros presta la diligencia de algunos seglares, que, uniéndose a la jerarquía eclesiástica, alimentan un noble y ardiente deseo de entregarse, haciéndonos concebir las mejores esperanzas. Los ruegos que la Iglesia dirige al Señor de la mies, para que envíe obreros a su mies, cobran el sentido que les confieren las necesidades peculiares de nuestra época; que la obra del sacerdote, impotente con frecuencia y obstaculizada, sea felizmente sustituida y llevada a término"[4]

                   Los laicos en la Iglesia primitiva.

Se impone, pues, el retorno al fervor apostólico de los primeros cristianos, que con su generosa ayuda merecieron ser auténticos colaboradores de Cristo y de los Apóstoles. La colaboración de los seglares en la misión del Señor está bien clara en los Evangelios. No eran sacerdotes, ni probablemente llamados al sacerdocio, aquellos "setenta y dos" que el Señor mandó a predicar en los lugares que él debía recorrer después[5] (5). Pueden considerarse éstos los primeros apóstoles seglares. Y muchas fueron las mujeres' colaboradoras de Cristo, que iban tras él y le servían[6] (6); en primer lugar, la Samaritana que, en seguida de haberse convertido, trajo hacia el Señor a toda su ciudad[7]. Y muchos de los que fueron curados por Jesús o librados del demonio se hicieron predicadores suyos, como advierten con frecuencia los evangelistas[8]. El caso del ciego de nacimiento demuestra cuan valientes defensores de Jesús resultaron algunos[9]. ¿No fueron, acaso, las devotas mujeres que velaban junto al sepulcro las escogidas por el mismo Señor para ser las primeras en anunciar su resurrección a los mismos Apóstoles, que aún dudaban?

Los Apóstoles siguieron el ejemplo de su Maestro asociándose fieles que cooperasen en el cumplimiento del oficio apostólico. En los Hechos leemos que Apolo comenzó a predicar ya antes de haber sido bautizado, y él mismo había recibido su instrucción de Aquila y Priscila [10]. San Pablo hace mención, en las Cartas, de numerosos colaboradores suyos (véanse, por ej., los encargos y saludos al final de la Carta a los Romanos). El Apóstol da bien a entender los grandes servicios que le ha prestado la cooperación de los seglares. Escribe al final de la Carta a los Corintios: "Un ruego voy a haceros, hermanos: Vosotros conocéis la casa de Estéfana, que es la primicia de Acaya y se ha consagrado al servicio de los santos. Mostraos deferentes con ellos y con cuantos como ellos trabajan y se afanan.

Me alegraré de la llegada de Estéfana, de la de Fortunato y de la de Acaico, porque han suplido vuestra ausencia. Han traído la tranquilidad a mi espíritu y al vuestro. Quedadles, pues, reconocidos" [11].

El mismo Señor infundió eficacia a este apostolado, otorgando en mayor abundancia los carismas al principio de la Iglesia, como aparece en los Hechos. Las persecuciones intensificaron, dándole al mismo tiempo un campo más amplio, el apostolado de los seglares: "Los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la palabra de Dios"[12]. Este celo apostólico de los fieles fue una ayuda inmensa en la expansión de la Iglesia durante los siglos inmediatamente posteriores a los tiempos apostólicos. Escribía Pío XII, en Evangelii Praecones: "Es igualmente manifiesto a todos que la fe cristiana debe su propagación por las vías consulares, no sólo a Obispos y Sacerdotes, sino también a magistrados, soldados y nobles ciudadanos. Muchos cristianos cuyos nombres hoy nos son desconocidos, recién imbuidos de la fe católica y ardiendo en deseos de propagar la nueva religión que habían abrazado, se esforzaron por abrir camino a la verdad evangélica; a ellos se debe que en apenas cien años el nombre y la virtud cristianos llegaran a todas las ciudades más importantes del Imperio Romano" [13].

                   Los laicos en la Edad Media

Más, a medida que avanza la Edad Media, por diversas razones, el celo apostólico de los seglares disminuye. He aquí cómo se expresa Ms. Gérard Philips:   "Hacia ya mucho tiempo que el sentimiento religioso de la Edad Media se iba debilitando. Brillaba exteriormente en todo su vigor, mas en lo interior estaba ya penetrado por la ignorancia y el conformismo. Todos pedían inútilmente la reforma in capite et In membrls. Sólo la rebelión de Lutero logró que las autoridades emprendiesen en serio la tarea de la reforma;  y cuando, por fin, llegó la contra-Re-forma, ya fue demasiado tarde para gran parte de la Europa cristiana [14]. Son muchas las causas de esta indiferencia de los seglares. "El ideal monástico", que con tanta insistencia se presentaba entonces como la verdadera norma de vida cristiana, infundió en muchos seglares un sentimiento de  inferioridad. El  estado seglar aparecía como una especie de condescendencia con la humana fragilidad, y por tanto, poco apto para las tareas apostólicas. El Decreto de Graciano hace suyas estas palabras de San Jerónimo: "Hay dos especies de cristianos. Una es la de los que se dedican al servicio divino, a la oración  y  contemplación,  a   quienes  conviene alejarse del tumulto de las cosas temporales. Estos son los clérigos, consagrados o convertidos a Dios, pues "kleros", en griego, es lo que en latín llamamos "sors". De ahí que esos hombres se llamen clérigos, es decir, elegidos por suerte. A todos les ha elegido el Señor para ser suyos. Estos son reyes, pues se gobiernan a sí mismos y a los otros en la virtud, y de este modo poseen en Dios un reino. Es precisamente lo que indica la corona sobre su cabeza (...) o Hay otra especie de cristianos, que son los seglares. "Laos" significa pueblo. Estos pueden poseer las cosas temporales, pero solamente para hacer uso de ellas. Nada hay, en efecto, más indigno que despreciar a Dios por las riquezas. A éstos se les permite casarse, cultivar la tierra, hacer justicia, mover los juicios, poner sobre el altar las oblaciones, entregar los diezmos. Y de este modo se podrán salvar si, además de estas buenas obras, evitan los vicios"[15]. En una Bula a los Premostratenses, fechada el 1 de febrero de 1090, escribía Urbano II: "Dos maneras de vida se han propuesto los fieles desde los comienzos de la Santa Iglesia: una, acomodada a la flaqueza de los débiles; otra, que confirma a los fuertes en su vida santa; la primera se queda en la humilde Segor, la segunda se eleva hasta la cumbre del monte; aquélla expía sus pecados con lágrimas y limosnas, ésta se enriquece en méritos eternos con el esfuerzo cotidiano; los que siguen la primera, más imperfecta, gozan de los bienes de la tierra; los que siguen, por el contrario, la otra, más elevada, desprecian y abandonan esos bienes. Esta última, libre por una gracia espiritual de las cosas terrenas, se subdivide en dos ramas, que tienen casi una misma finalidad: la de los canónigos y la de los monjes"[16]. Poco después, en 1093, repetía el mismo Sumo Pontífice estas palabras al aprobar la Congregación de Canónigos de San Pablo, en Narbona[17] (17). Tal doctrina es, sin duda, exacta. Pero con motivo de tales afirmaciones y de otras semejantes, surgió en la mente de algunos la idea de que los seglares tienen bastante con salvar a duras penas su propia alma, sin preocuparse de otros ideales más elevados.

Mientras mantuvo todo su vigor la Unión del Estado y la Iglesia, componiendo una única república cristiana, o reino de Cristo, fue causa de muchos bienes para la Iglesia. Se concebían Estado e Iglesia como dos cuerpos con una sola cabeza, Cristo, o como los dos costados del único cuerpo de Cristo. Pero esta misma idea de la unión trajo consigo la necesidad de marcar con mayor claridad la distinción entre las incumbencias de uno y otro. Necesidad tanto más urgente por la continua intromisión del Poder temporal en los negocios eclesiásticos. Escribía el Card. Humberto: "... del mismo modo que los clérigos deben estar ajenos a los negocios del siglo, así también se prohíbe a los seglares ingerirse en las cosas eclesiásticas (...); los seglares ordenen y cuiden solamente de lo suyo, es decir, de lo del siglo, y los clérigos atiendan exclusivamente a lo que les concede su estado, o sea, a los negocios eclesiásticos"[18]. En muchas pinturas de aquel tiempo, el Reino de Cristo se figura compuesto de dos grandes grupos: de un lado, el Papa, con los Obispos y los clérigos; de otro, el Emperador, con sus príncipes, hombres y mujeres seglares.

Esta marcada distinción entre clérigos y laicos, entre negocios seculares y negocios eclesiásticos, se entendió muy bien mientras la sociedad entera se mantuvo unida y bajo la potestad de la Iglesia. Pero, al comenzar la Edad Moderna, el Estado civil, en muchas naciones, se rebeló contra la Iglesia, apartándose de ella. Entonces la situación del laicado católico resultó extremadamente ardua y delicada; por un lado se halló envuelto en las actividades de la sociedad civil, privada ahora de la íntima unión que tuviera en otro tiempo con la Iglesia; de otra parte, no estaba suficientemente adiestrado en las actividades de la Iglesia.

La Eclesiolagía, como parte especial de la Teología, es de origen más reciente. Dieron ocasión a su nacimiento los errores de Lutero y de Cal-vino sobre todo. En consecuencia, cuida casi exclusivamente de probar qué la Iglesia fue instituida en forma jerárquica. Se comprende que en aquel ambiente y en aquellas circunstancias, la Iglesia fuese presentada de manera unilateral. Más en el ardor de la disputa algunos llenaron a usar expresiones exageradas. Esto dio pie a los enemigos de la Iglesia para acusarla de clericalismo. Y aun algunos católicos llegaron a creer que los seglares tienen poca o ninguna actividad dentro de la Iglesia. Por ejemplo, Bismarck, comparando la religión católica con la protestante, afirma que ambas se apoyan en bases enteramente distintas: la Iglesia católica, según él, puede existir perfectamente y obtener su fin con sólo sus clérigos; puede continuar existiendo sin la comunidad; puede igualmente sin comunidad celebrarse la Misa; la comunidad es ciertamente útil para que la Iglesia ejercite en ella su actividad jerárquica, pero no es en modo alguno necesaria para su existencia.

Según los protestantes, por el contrario, sólo en la comunidad se halla el fundamento de toda la Iglesia; no puede, sin ella, existir culto alguno; toda la organización de la Iglesia Protestante estriba en la comunidad[19].

Pío XII, en su alocución al Primer Congreso Internacional del Apostolado Seglar, se opone abiertamente a tan injusta generalización, demostrando cómo a pesar de las circunstancias desfavorables, el Espíritu Santo ha suscitado siempre en la Iglesia verdaderos apóstoles seglares[20]. Dirigiéndose igualmente a los Socios de la Acción de Obreros Cristianos Belgas, recibidos en audiencia el 11 de septiembre de 1949, refutación de las calumnias que los enemigos les exhortaba a que su conducta fuera luminosa han lanzado contra la Iglesia, acusándola de haber privado, por envidia, a los seglares de toda actividad personal, rehusando admitirles a colaborar en su campo [21].

               CAPITULO II ¿QUE ES UN "LAICO"?

 

Laós, de donde está tomado el nombre de Laico, significa en griego pueblo. Es muy usado en el Antiguo Testamento para designar al "Pueblo de Dios". En la versión de los Setenta sobre todo, el término recibe este sentido exclusivamente religioso. En el Nuevo Testamento se encuentra algunas veces- la palabra laós para designar sencillamente el pueblo o la turba. Mas también aquí pronto prevaleció el sentido religioso, significando pueblo de Dios o pueblo elegido, como puede verse en los escritos de los Apóstoles: "Simón nos ha dicho de qué modo Dios por primera vez visitó a los gentiles para consagrarse de ellos un pueblo (laós) a su nombre"[22]. "Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo (laós) adquirido... Vosotros, que en un tiempo no erais pueblo (laós), ahora sois pueblo (laós) de Dios: no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis conseguido misericordia"[23]. En los textos citados laós se contrapone claramente a gentiles. Laós significa, por tanto, en el lenguaje apostólico, pueblo elegido, o sea los fieles, que también reciben el nombre de hermanos, santos, cristianos, etc.

El significado de laós se determino aún más en la época posterior a los Apóstoles. Fue menester marcar bien la diferencia no sólo entre cristianos y paganos, sino también dentro del cristianismo, entre sacerdotes y no sacerdotes. Entonces se reservó la palabra "laico" para designar al pueblo cristiano, como distinto del clero. La distinción aparece por vez primera en los escritos de San Clemente de Roma. En este sentido, laico se contrapone a clérigo. A mediados del siglo tercero surge una nueva categoría de fieles que hacen aún más complicada la terminología. Son los monjes. El monje tiene que ser, por fuerza, clérigo o laico. De ahí que la división en tres categorías no sea del todo adecuada. Pasado algún tiempo, clérigos y monjes fueron englobados en el mismo grupo, en oposición al estado laical. El motivo de esta fusión entre clérigos y monjes fue su creciente semejanza, al irse dedicando también los monjes al culto, mientras los clérigos les imitaban en el celibato.

Entre tanto, la palabra "laico" fue perdiendo su primitivo significado religioso y su hálito de santidad, para revestir significación de algo "profano". En una antigua traducción latina de la Sagrada Escritura se nos habla de "panes laicos", por oposición a los panes de la proposición[24] . El mundo moderno aún ha llevado esta palabra a un sentido más profano. En labios de algunos políticos y sociólogos, "laico", "laical", "laicismo", indican no ya algo profano o seglar, sino francamente antirreligioso.

                   Definición de "laico"

El Código de Derecho Canónico no nos da una definición explícita del laico, como lo hace con el clérigo. Aun la misma palabra emplea muy raramente. En general, prefiere los términos "fieles", "fieles cristianos". Leemos en el canon 107: "Por institución divina existen en la Iglesia clérigos y laicos, aun cuando no todos los clérigos son de institución divina; unos y otros pueden ser "religiosos". La Tercera Parte del libro segundo trata de los Seglares. Comienza con el canon 682, que dice así: Los seglares tienen derecho a recibir del clero, en conformidad con las disposiciones eclesiásticas, bienes espirituales y, en primer lugar, los auxilios necesarios para su salvación". A continuación habla de las Asociaciones de fieles y emplea casi siempre este mismo término: fieles (*).

(*)   I Sínodo Romano.

208. Con el nombre de laicos se designan en los artículos del presente Sínodo aquellos que, habiendo recibido el bautismo, son miembros del Cuerpo Místico de Cristo, gozan en la Iglesia de personalidad jurídica (cfr. Can. 87). se distinguen de los clérigos y religiosos y están sujetos a la legítima Jerarquía.

209.     El laico tiene una personalidad insuprimible en la Iglesia y, por lo mismo, en el sentido y límites de los sagrados cánones, goza de derechos inalienables. Por tanto, todo conato de renunciar al propio Bautismo, además de ser un pecado gravísimo, es inválido.

210.     § 1.   Por razón de su dignidad y del fin sobrenatural al cual han sido llamados,  los laicos no pueden contentarse  con  una  vida  naturalmente  honesta, sino que deben tender también a una vida sobrenaturalmente buena, preocupándose,  sobre todo,  de vivir siempre  en gracia de Dios.

212. § 1. Todos los católicos, según sus posibilidades, apoyen y defiendan su propia religión, teniendo presente que cualquier incerteza u omisión equivaldría a una ayuda prestada a los enemigos de su fe.

214. El orden universal, establecido por Dios, exige que la economía no sea separada de la moral; recuerden, por tanto, los fieles, que deben obedecer a las normas de la moral también en su actividad económica.

220. Los católicos no se dejen pasivamente dominar por el progreso técnico, sino diríjanlo a gloria del Creador, al desarrollo de la personalidad humana, al bienestar y paz universal.

 

Hablando con propiedad, el laico debe definirse: el fiel cristiano, o sea, "un hombre viador, bautizado y perteneciente a la Iglesia visible"; éstos son precisamente sus elementos positivos. Son los clérigos y religiosos los que necesitan de ulterior determinación. Prácticamente, "laico" se toma en sentido negativo, como contra distinto de clérigo o religioso. En consecuencia, se definen también de modo negativo, señalando, más que sus propiedades, aquello que no es. En este sentido pueden llamarse laicos a "aquellos fieles que no están ordenados ni siquiera destinados al sagrado ministerio por la tonsura, ni, por otra parte, se han obligado por medio de los votos públicos a un abandono total del mundo". Todo parece negativo en esta definición. Contiene, sin embargo, un elemento positivo: sus relaciones con el mundo. Los seglares no huyen del mundo como los religiosos, ni se les prohíbe el cuidado de las cosas temporales como a los clérigos. Su vida se desarrolla totalmente dentro del mundo, y son ellos el vínculo que necesariamente debe existir entre el orden espiritual y el temporal. Bajo este aspecto podríamos definir al laico: es el cristiano que, viviendo cristianamente en medio del mundo, se esfuerza por ganar para Cristo el mundo material y todo lo perteneciente al orden temporal. Esta idea positiva del laicado es la que actualmente se está imponiendo cada día con más claridad en las mentes de todos. En ella quedan incluidos los múltiples aspectos del apostolado moderno.

                   Institutos seculares

Ya hemos dicho anteriormente que la clasificación de los religiosos ocasionó cierta confusión en la distinción de los fieles en clérigos y laicos. Esta última división pertenece a la estructura esencial de la Iglesia visible. El estado religioso pertenece más bien a la vida de la Iglesia, por cuya autoridad ha sido elevada a categoría jurídica dentro de la misma Iglesia. En otras palabras: el estado de perfección proviene de Cristo; las normas jurídicas, concretas y seguras para conseguirlo son obras de la Iglesia. "Las otras dos categorías de personas canónicas, clérigos y seglares, son de origen divino, al que se añade la institución eclesiástica. Surgen de la naturaleza misma de la Iglesia, en cuanto es una sociedad jerárquicamente ordenada. Existe además una clase media entre clérigos y laicos, a la que unos y otros pueden pertenecer. Son los religiosos, cuya razón de ser estriba totalmente en sus íntimas relaciones con el fin mismo de la Iglesia, al que tienden con especial eficacia y medios adecuados"[25]. Como ya hemos advertido, los religiosos, aun los que no son clérigos, más que a los seglares, se asemejan a los clérigos por su apartamiento del mundo y sus actividades ordinariamente espirituales. Gozan además algunos privilegios clericales, y con mayor facilidad se les encomiendan ocupaciones propias de clérigos. Se distinguen, pues, claramente de los laicos propiamente dichos.

La reciente aparición de los Institutos Seculares agravó la dificultad ya existente en la clasificación de los fieles. Lo mismo que podemos preguntarnos que si los religiosos son clérigos o laicos, así ahora nace, la duda acerca de los miembros de esos Institutos: ¿Son religiosos o seglares? Vamos a responder a esta pregunta, para que se vea claramente en qué sentido tomamos aquí la palabra "laico".

Los Institutos Seculares, como las Ordenes Religiosas, abrazan ambos estados, el de clérigos y el de laicos: "Se llaman Institutos Seculares, para mejor distinguirlos de otras asociaciones ordinarias entre los fieles, las Sociedades, clericales o laicales, cuyos miembros han profesado observar en el mundo los consejos evangélicos, con el fin de adquirir la perfección cristiana y darse al apostolado"[26]. Sin embargo, por lo que diremos a continuación, se verá cómo tales Institutos se ordenan más bien a los laicos.

Se les llama "Seculares" para distinguir los miembros del Instituto de los "Regulares", que son los verdaderos religiosos, hablando jurídicamente. Lo esencial en el concepto jurídico de "religioso" son los votos públicos y una forma de vida determinada por la Regla y las Constituciones. En los Institutos, por el contrario, los votos son privados, y el modo de vida, fuera de lo indispensable para adquirir la perfección evangélica, se rige -por las circunstancias de lugares y personas, y las exigencias del apostolado. Esa nota de secularidad es esencial para el concepto jurídico del Instituto: "Al elevar esta asociación de fieles a la categoría superior de Instituto Secular, y siempre que se realice alguna nueva ordenación, general o particular, de cualquier Instituto, nunca debe perderse de vista el carácter propio y específico de los Institutos, que es el ser seculares, pues aquí apoya toda la razón de su existencia. Nada hay que quitar de una seria perfección cristiana, bien fundada en los consejos evangélicos, y en lo esencial auténticamente religioso. Pero sin olvidar que esa perfección debe practicarse en el mundo y, por consiguiente, en conformidad con la vida del siglo en todo aquello que no sea incompatible con los deberes de esa misma perfección"[27] (27).

La Sagrada Congregación de Religiosos, el día 19 de marzo de 1948, declaró perjudiciales todas aquellas cosas "que no conformaban con la naturaleza y la finalidad de los Institutos Seculares, como son, por ejemplo, un hábito que no esté conforme con el modo de vida de un seglar, la vida común tal como se lleva en las Ordenes Religiosas y otros modos de vida que en la organización externa pueden equipararse a éstos"[28].

El objeto de esa "secularidad" es el siguiente: "Llevar vida de perfección en todo momento y lugar; aun en casos en que la vida estrictamente religiosa no sería posible o conveniente; procurar una profunda renovación cristiana de la familia, de la profesión, de la sociedad civil, poniéndoles en contacto íntimo y constante con una vida de perfección y consagrada enteramente a la virtud; ejercer el apostolado en lugares, tiempos y circunstancias inaccesibles a sacerdotes y religiosos. Para todos estos fines pueden muy bien servir los Institutos"[29]. De aquí se ve también claramente cómo los Institutos son más apropiados para seglares. En el ejercicio de su apostolado los miembros son totalmente y en sentido estricto laicos. "Debe practicarse con fidelidad ese apostolado de los Institutos Seculares, que no sólo se desarrolla en el mundo, sino además como que nace del mundo, y, por consiguiente, en sus formas, circunstancias y lugares se adapta mejor a la vida del mundo"[30] (30).

No puede, sin embargo, llamarse seglar en todo rigor el estado de esos miembros. Es un estado de perfección; pues sus miembros se obligan por los votos a la observancia de los consejos evangélicos. La Constitución apostólica Provida Mater Ecelesia asigna a los Institutos dos fines de igual importancia: "Adquirir la perfección cristiana y entregarse de lleno al apostolado"[31]. El primero se obtiene con la observancia de los consejos; el segundo, con la forma seglar de vida, Son, pues, religiosos en sentido teológico y seglares en sentido jurídico; religiosos en su vida interior, seglares en sus actividades externas (*Tal vez deberían llamarse Religiosos Seculares.). "Los Institutos Seculares, por el estado de perfección que profesan y por la entrega total al apostolado a que se obligan, tienen una misión mucho más elevada, en orden al apostolado y a la perfección, que los demás fieles alistados en la Acción Católica o en otras Asociaciones piadosas puramente seglares"[32]. "Por la Constitución apostólica Provida Mater Ecclesia, los Institutos Seculares se cuentan con todo derecho entre los estados de perfección ordenados y aprobados jurídicamente por la Iglesia, pues, aunque viven en el mundo, se consagran con aprobación eclesiástica al servicio de Dios y de las almas y poseen una organización interdiocesana y universal con diversos grados"[33].

Tenemos, pues, una vida religiosa desarrollándose en un ambiente de mundo. Es el movimiento contrario a aquel otro tradicional en el que el religioso por su apartamiento del mundo, se asemejaba al estado clerical. Podría del siguiente modo expresarse la diferencia que media entre la vida religiosa concebida tradicionalmente y esta otra más nueva: la esencia del estado de perfección consiste en la total renuncia al mundo, provista de un carácter permanente y firme por la pronunciación de los votos. A esta renuncia se añade, según el concepto tradicional de vida religiosa, una mayor o menor separación del mundo, que completa la renuncia y facilita su práctica. En los Institutos, por el contrario, se impone únicamente la renuncia, no el alejamiento del mundo. Aquí radica la distinción entre seglares y los miembros de un Instituto. Estos se obligan a una renuncia plena y actual del mundo. Mientras que los fieles están, en verdad, obligados a un abandono potencial, del mundo, debiendo estar dispuestos a privarse de cualquier bien temporal que se oponga a la gloria de Dios o a la salvación de su alma, mas no tienen ninguna obligación de renunciar simplemente al mundo. Por lo dicho resulta evidente que los miembros de un Instituto no pertenecen a la categoría de los seglares propiamente dichos: se hallan en estado de perfección del mismo modo que los religiosos. En su manera de vida, sin embargo, y en el apostolado se asemejan a los seglares. Todo lo que en el presente estudio digamos acerca del apostolado de los seglares deberá aplicarse también a los miembros de los Institutos, a no ser que lo impida el contexto; por ejemplo, cuando nos referimos al apostolado de los padres de familia.

 

               CAPITULO   III PUESTO QUE OCUPA EL SEGLAR EN LA IGLESIA

Para fijar con exactitud el lugar que ocupa el seglar dentro de la Iglesia es preciso delinear antes con brevedad la naturaleza y estructura de ésta.

1) La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, ampliación y complemento de la Encarnación, permítasenos la expresión. El Verbo no se contentó con unir a su Persona hipostáticamente una sola naturaleza humana. Quiso además incorporar a El todos los elegidos de manera incomprensible, pero real. Por eso, en la terminología de S. Agustín, la Iglesia es el mismo Cristo, el Cristo total: "Congratulémonos y demos gracias por haber sido hechos no sólo cristianos, sino Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia de tener a Dios por cabeza nuestra? Llenaos de espanto, alegraos, pues hemos sido convertidos en Cristo. Pues si El es la cabeza, nosotros somos los miembros; el hombre completo, él y nosotros"[34]. Y en otro lugar: "No consiste Cristo sólo en la cabeza, y no en el cuerpo, el Cristo entero es la cabeza y el cuerpo"[35].

Pío XII explica la naturaleza de este Cuerpo Místico en su Encíclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943: es una realidad sobrenatural, no una pura ficción mental. Se distingue, sin embargo, del cuerpo físico y del moral. En el cuerpo físico se da una verdadera e intrínseca unión entre las diversas partes, pero las partes pierden su propia individualidad y actividad autónoma, a pesar de la estrecha unión con que se juntan para formar ese cuerpo único. Por otra parte, en el cuerpo moral las partes continúan con su carácter individual, y su unión es sólo externa y accidental: en el Cuerpo Místico, a pesar de la plena individualidad y personalidad de cada miembro, el Espíritu Santo, como alma que es del Cuerpo Místico, informa todos sus miembros y los reduce a una verdadera unidad sobrenatural. En fin, la Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, es anterior a sus miembros, y en esto se distingue de cualquier sociedad humana. No nace ella de sus miembros: la Iglesia engendra a la Iglesia, dice maravillosamente S. Agustín[36].

2) "Dos vidas-escribe S. Agustín-posee la Iglesia: una en fe, otra ya manifiesta; la primera, de trabajo durante ei tiempo de su peregrinación ; la segunda, de reposo en la mansión eterna; una, en el camino; la otra, en la patria; una consiste en el esfuerzo de la acción; la otra, en la recompensa de la contemplación...; una de ellas es buena, aunque desventurada; la otra es más perfecta y además dichosa"[37].

Ahora tratamos de la Iglesia que peregrina, y en ese estadio transitorio continúa siendo un misterio y un sacramento. La Iglesia militante consta de dos elementos esenciales, que son su vida interna e invisible y, por otra parte, su organización externa y visible. Del mismo modo que en Cristo se dan juntas la Divinidad oculta y la Humanidad visible; y en los sacramentos igualmente hay una gracia invisible y un signo externo. Vida interna de la Iglesia es la gracia; estructura externa es su organización jerárquica visible.

Si la miramos desde el primer punto de vista, la Iglesia es la Comunión de los Santos; bajo el otro aspecto, es una obra de Salvación[38]. El Espíritu Santo es el principio de su unidad interna; de la exterior lo es la autoridad jerárquica. No se deben separar al hablar de la Iglesia estos dos aspectos, el de incorporación y el institucional. Cristo, por medio del Espíritu Santo, comunica vida interna a la Iglesia. Es igualmente Jesucristo quien, por medio de la jerarquía, la amaestra, gobierna exteriormente y santifica, proporcionando a los fieles los medios de salvación y los instrumentos de la gracia, como son la regla de la fe, las normas de vida y los sacramentos. La actividad invisible de Cristo y la visible están estrechamente unidas entre si. La invisible tiene un ámbito mucho más amplio que la visible y puede sustituir la ausencia de ésta cuando halla impedimentos. Si se dan las dos juntas, la invisible se acomoda a la otra; de este modo nunca existe oposición entre las inspiraciones del Espíritu Santo y las directivas de la Jerarquía.

                   Posición del laico en la iglesia

Con estas nociones podemos ya determinar el lugar que corresponde a los seglares en la Iglesia:

a) Hay en la Iglesia desigualdad por lo que se refiere al ministerio e identidad de vida. La desigualdad se ve por los pocos que son elegidos para representar la persona de Cristo en la enseñanza, el gobierno y la administración de los sacramentos. Están por encima del resto de los fieles. Tal preeminencia y poder no les pertenecen en propiedad. Son de Cristo, que es el agente principal, cuya acción conserva toda su eficacia, sean dignos o indignos los ministros. Pero los ministros, como personas individuales, son también cristianos y, por consiguiente, necesitan de los mismos medios de salvación que los demás fieles. En este punto es idéntica la vida de todos los fieles. Escribe S. Agustín: "Por nuestro oficio de dispensadores tenemos cuidado de vosotros, mas queremos asimismo ser cuidados junto con vosotros. Para con vosotros somos pastores, mas somos ovejas, como vosotros, sometidos al verdadero Pastor. Tenemos ante vosotros el oficio de doctores y somos al mismo tiempo vuestros condiscípulos en la escuela del gran maestro"[39] (39). En otro lugar: "Cuando me aterra el pensar qué soy para vosotros, me consuelo pensando que soy uno de vosotros. Para Vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristianó. Aquél es nombre del oficio recibido, éste lo es de la gracia; aquél trae peligro, éste salvación... Por tanto, si me causa mayor alegría el haber sido rescatado junto con vosotros, que el hecho de ser superior vuestro; procuraré entonces serviros con mayor abnegación, como manda el Señor, para no ser ingrato al precio con que merecí ser consiervo vuestro"[40].

b) La Jerarquía, como órgano autorizado de la acción visible de Cristo en la Iglesia, es sin duda su parte más importante. Sin embargo, la Jerarquía no es ella sola toda la Iglesia, del mismo modo que los cimientos y las columnas no son toda la casa; han de venir piedras y ladrillos a "completar lo que aún falta". Por eso escribía San Pedro a los primeros cristianos: "Vosotros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual"[41]. San Pablo amplía esta misma figura: "Por tanto, ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, en quien bien trabada se alza toda la edificación para templo santo del Señor, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu"[42] (42). De aquí la gran paradoja: lo más digno se ordena a lo de más bajo nivel, la Jerarquía a los fieles, y no al contrario, los fieles a la Jerarquía: "Todo es vuestro; ya Pablo, ya Apolo, ya Cefas, ya el mundo, ya la vida, ya la muerte, ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro, y vosotros de Cristo y Cristo de Dios"[43] .

Dice S. Agustín: "No hemos sido hechos Obispos para nosotros mismos sino para vosotros, a quienes comunicamos el sacramento y la palabra del Señor"[44] (44); en otro lugar: "¿Qué sería de nosotros si vosotros desaparecierais? Una cosa somos como personas privadas y otra distinta lo que poseemos en orden a vosotros. En cuanto personas individuales, somos cristianos; clérigos y Obispos somos sólo para vuestro bien. No se dirigía San Pablo a clérigos, Obispos ni sacerdotes cuando decía: vosotros sois miembros de Cristo. Hablaba a la turba. Hablaba a los fieles, a los cristianos: vosotros sois miembros de Cristo"[45]  (*).

c) Además de la Jerarquía-visible, que es la Autoridad, existe dentro de la Iglesia una gradación invisible que, por analogía con la anterior, podría denominarse jerarquía de méritos. Esta no tiene por fuerza que coincidir con la anterior. Mientras que los instrumentos de la gracia son administrados sólo por la autoridad jerárquica, esa manera de comunicarse la gracia llamada Comunión de los Santos depende también mucho de la jerarquía de méritos. Por eso los Pastores en algunas ocasiones son apacentados por sus ovejas.

Por otra parte, la forma jerárquica de la Iglesia visible es una institución provisional, pasajera, sólo para el tiempo de peregrinación. En la Patria la Iglesia ya no tendrá necesidad de doctrina, leyes ni sacramentos: allí Cristo hará felices a los suyos por sí mismo y no por medio de ministros. No obstante el carácter sacerdotal continuará en los bienaventurados para mayor gloria suya. Mas el orden fundamental se establecerá en el cielo a base de los méritos, jerarquía de gracia y de gloria.

Concluyamos con las palabras de Pío XII, ya citadas anteriormente: "Los seglares no solamente pertenecen a la Iglesia, sino que son la misma Iglesia"[46].

                   Actividad de los laicos en la Iglesia

Existe en la Iglesia una doble actividad: la acción infinita de Cristo, que lo es todo, y la "infinitesimal" de los fieles que, debido a la gracia, ayuda algo. La actividad espiritual de los fieles brota necesariamente de su orgánica e íntima unión con Cristo, que es la Cabeza. No hay miembro en un organismo viviente que pueda permanecer pasivo, sino que deben todos, para conservar la vida, obrar e influir de alguna manera con su actividad en todo el cuerpo. Esta mutua influencia de todos los miembros y la consiguiente circulación de la vida espiritual a través de todo el Cuerpo Místico es lo que se llama Comunión de los Santos. En esa actividad Interna del Cuerpo Místico, todos los miembros reciben la gracia y además se convierten en centros para la distribución y el aumento de la gracia, más o menos potentes, según su mayor o menor colaboración con ella De este modo pueden prestar ayuda a las necesidades de los demás, especialmente por medio de la oración. Hasta los miembros en apariencia más humildes pueden muy bien ser verdaderos apoyos de las columnas de la Iglesia. Escribía Pío XII en la Encíclica Mystici Corporis: "del mismo modo que en nuestra constitución mortal participa todo el cuerpo del dolor que aflige a un miembro, y los miembros sanos prestan sus cuidados a los enfermos, así también en la Iglesia cada miembro no vive sólo para sí, sino que ayuda a los demás, prestándose mutuamente apoyo, para común alivio de todos y para una más amplia edificación de todo el Cuerpo (...)- No debe, sin embargo, creerse que la estructura del Cuerpo de la Iglesia, ordenada o, como algunos prefieren llamarla, orgánica conste de solos los diversos grados de la Jerarquía. Ni tampoco, como pretenden los defensores de la sentencia contraría, se compone únicamente de cristianos carismáticos, aunque estos privilegiados con dones extraordinarios nunca ciertamente han de faltar en la Iglesia... Es más, no debe olvidarse nunca, y mucho menos en las actuales circunstancias, que los padres y madres de familia, los padrinos y madrinas en el bautismo, y sobre todo los seglares que unen sus esfuerzos a los de la jerarquía eclesiástica en la difusión del reino de Cristo, ocupan un puesto honroso, aunque con frecuencia humilde, dentro de la sociedad cristiana. También ellos pueden, con la inspiración y ayuda de Dios, alcanzar la santidad heroica que, por especial promesa de Jesucristo, nunca ha de faltar en la Iglesia"[47] (47).

               CAPITULO IV FUNPAMENTOS DE LA ACTIVIDAD CRISTIANA

                   a)   Carácter sacramental

En él descubre Santo Tomás el primer fundamento de la actividad cristiana. Escribe en la Suma Teológica: "Los sacramentos de la nueva ley tienen dos finalidades: ser remedio contra los pecados y disponer el alma en lo que se refiere a dar culto a Dios, según las normas de la vida cristiana. Ha sido siempre costumbre que lleve alguna señal todo el que es destinado a un determinado  oficio:   antiguamente,  por  ejemplo, los soldados, al ser alistados en el ejército, recibían una marca en el cuerpo, como signo de que estaban destinados a un oficio corporal. Es, por tanto, muy natural que el hombre reciba también por medio de los sacramentos un carácter espiritual, ya Que por medio de ellos se le encomienda una misión espiritual, ordenada a dar culto a Dios"; y continúa:  "Decimos, pues, que los fieles cristianos son destinados a recibir en premio la vida eterna por el sello de la predestinación divina. Su deputación a los actos correspondientes a la Iglesia terrestre se hace imprimiéndoles un sello espiritual, que llamamos carácter. "Como ya hemos dicho, los sacramentos de la ley nueva imprimen carácter. Ya que somos destinados por medio de ellos a dar a Dios culto según los ritos de la religión cristiana... Consiste el culto de Dios en recibir lo divino y comunicarlo a otros. Para ambas actividades se requiere una potestad; pues para dar una cosa a alguien es necesario tener potencia activa, y pasiva para recibirlo. El carácter, por tanto, trae consigo un poder espiritual en orden a las cosas pertenecientes al culto divino"[48].

Por lo que se refiere a los seglares, son dos los sacramentos que imprimen carácter: el Bautismo y la Confirmación. La Confirmación es propiamente el sacramento del apostolado. Escribe Santo Tomás: "El hombre recibe la vida espiritual por medio del Bautismo, que es una regeneración espiritual. Con la Confirmación se le infunde una edad adulta en la vida del espíritu"[49]. "En este sacramento se comunica la plenitud del Espíritu Santo, que da al alma la fortaleza correspondiente a la edad perfecta. Ahora bien: cuando llega el hombre a su perfecto desarrollo, comienza a comunicar a otros sus operaciones; anteriormente vive casi exclusivamente para sí mismo"[50]. "Se ve claramente, por analogía con la vida corporal, que la actividad del hombre recién nacido es muy distinta a la que ese hombre realiza una vez llegado a la edad perfecta. Por eso en el sacramento de la Confirmación el cristiano recibe potestad para ejecutar nuevos actos sagrados, además de aquellos que ya hacía por la potestad bautismal. Porque en el Bautismo se confiere la facultad de poner por obra las cosas que se refieren a su propia salvación individual; mas en la Confirmación recibe fuerzas para luchar espiritualmente contra los enemigos de la fe"[51]. El aspecto católico de la Confirmación brillaba más en los primeros tiempos de la Iglesia. Entonces los simples fieles, al infundírseles el Espíritu Santo, recibían también, por regla general, los carismas, que les convertían en profetas y predicadores.

                   b)   Participación del Sacerdocio de Cristo

Nuevo fundamento del apostolado seglar es el Sacerdocio de Cristo, del que, según S. Pedro, participan todos los fieles: "Vosotros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo... Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido"[52]. No debe, sin embargo, confundirse el sacerdocio espiritual, común a todos los fieles, con el sacerdocio ministerial recibido en la ordenación, que es el sacerdocio propiamente dicho. Ya decía sabiamente Pió XII en una alocución a Cardenales y Obispos, del día 2 de noviembre de 1954: "Por lo demás, no puede negarse ni ponerse en duda que los fieles poseen un cierto sacerdocio, que debemos reconocer y estimar en su justo valor. Pues el mismo Príncipe de los Apóstoles, en su primera Carta, dirigiéndose a los fieles, se expresa así: "Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido." Poco antes había afirmado que poseen los fieles un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo. Sea cual fuere el verdadero sentido de este título y de la realidad a que se refiere, es indudable que ese sacerdocio común a todos los fieles, sublime y misterioso, se distingue del sacerdocio propiamente dicho no sólo en grado, sino en su misma esencia. Este consiste en la potestad de ofrecer el sacrificio de Cristo mismo, representando la persona del Sumo Sacerdote, que es también Cristo"[53].

No se reduce, sin embargo, a pura metáfora el sacerdocio de los fieles. Es una realidad espiritual fundada en el carácter sacramental, aunque diversa del sacerdocio que poseen los ministros ordenados. Dice Santo Tomás: "También los fieles son deputados a recibir y comunicar a los demás todo lo que se refiere al culto divino.

Y ésta es precisamente la finalidad del carácter sacramental. Toda la parte ritual de la religión cristiana proviene del sacerdocio de Jesucristo. Es, por tanto, evidente, que el carácter sacramental es particularmente carácter de Cristo, a cuyo sacerdocio se configuran los fieles por medio del carácter sacramental, que no es más que una participación que Cristo les concede de su propio sacerdocio"[54] (54).

¿Qué objeto tiene ese sacerdocio espiritual? No otorga a los fieles el derecho a ofrecer el sacrificio de Cristo, en persona del mismo Cristo. Les da, sin embargo, la facultad de unirse a Cristo y colaborar con El en su obra de salvación, o, como dice enérgicamente el Apóstol, "de suplir lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia"[55] (55). Aunque los méritos de Jesucristo eran suficientes por si solos, no quiso El contentarse con ellos, sino que prefirió hacernos, además de redimidos, redentores. La Iglesia es complemento de Cristo, a pesar de que, como advierte muy bien San Agustín, Cristo y la Iglesia no son más que Cristo solo. De igual modo Jesucristo se dignó acoger los méritos de los fieles como complemento de su mérito infinito (*). Ha obrado por sí mismo la redención de todos, pero al mismo tiempo ha dispuesto que no sea aplicada a los individuos sin que éstos, con su cooperación, "suplan lo que falta a las tribulaciones de Cristo", para sí mismos y para los demás. Los fieles deben asociarse espiritualmente a Cristo, como oferentes y víctimas de su sacrificio. Aun el mismo sacerdote ordenado que, en persona de Cristo, ofrece el sacrificio del mismo Cristo, no puede sacar para sí fruto alguno, a no ser que se asocie espiritualmente a Cristo. Lo primero es obra sólo de Cristo, y el ministro interviene como mero instrumento; el asociarse es ya una colaboración del hombre que le hace participar personalmente del sacrificio de Cristo, "supliendo lo que le falta a las tribulaciones de Cristo". Esto' último es lo que consiguen los fieles con su sacerdocio espiritual. Algunos autores han querido denominar a las dos especies de sacerdocio "sacerdocio de autoridad" y "sacerdocio de santidad", respectivamente, como fundados en la potestad del Orden y en la gracia santificante. Mas no parecen acertadas las expresiones.

                   c)   Dones carismáticos

La actividad de los fieles  encuentra  en los carismas un apoyo extraordinario, milagroso y, por consiguiente, eficacísimo. Mas por lo mismo que se trata de una cosa extraordinaria, que remedia necesidades también extraordinarias de la Iglesia, no quiso Jesucristo fundarla con carácter perpetuo. Por eso, aun cuando los Apóstoles poseyeron tales dones, no se transmiten a sus sucesores por razón de sucesión. Cuando lo exige una necesidad de la Iglesia, suscita Dios personas dotándolas de estas gracias, sean clérigos o laicos, indistintamente. Sabemos por los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de S. Pablo que en la Iglesia primitiva fueron muchos los fieles que gozaron de carismas. "Aún estaba Pedro diciendo estas palabras cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que oían la palabra, quedando fuera de sí los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro de que el don del Espíritu Santo se derramase sobre los gentiles que les oían hablar en varias lenguas v glorificar a Dios"[56]. "A uno le es dada por el Espíritu la palabra de la sabiduría; a otro, la palabra de la ciencia, según el mismo Espíritu: a otro, fe en el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros; a otro, profecía; a otro, discreción de espíritus; a otro, género de lenguas; a otro, interpretación de lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu que distribuye a cada uno según quiere"[57].

Aunque los carismas vienen directamente de Dios, sin mediación de la Jerarquía, puede, ésta, sin embargo, juzgar con pleno dominio de su valor y moderar su uso público en la Iglesia. Todo el capítulo 14 de la Primera Carta a los Corintios es una instrucción dirigida a los carismáticos, en la que San Pablo expone detalladamente cada uno de los carismas, su relativa importancia y utilidad, el modo cómo deben comportarse los carismáticos en qué orden conviene hablar en la Iglesia, etc. Termina con estas palabras que nos hacen ver cómo la Jerarquía eclesiástica mantuvo siempre su autoridad en esta materia: "¿Acaso creéis que la palabra del Señor ha tenido origen en vosotros o que sólo a vosotros ha sido comunicada? Si alguno cree ser profeta o estar dotado de algún carisma, reconocerá que esto que os escribo es precepto del Señor. Si alguno lo desconoce, será él desconocido. Así que, hermanos míos, aspirad al don de profecía y no estorbéis hablar en lenguas; pero hágase con todo decoro y orden"[58].

Según Santo Tomás, los carismas se ordenan propiamente al apostolado: "La gracia gratis data se concede para que el hombre ayude a los demás a convertirse a Dios. Esto no puede el hombre hacerlo moviéndoles interiormente, cosa que pertenece a sólo Dios.

Puede, sin embargo, moverles externamente por medio de la enseñanza y de la persuasión. Por eso la gracia gratis data se extiende a todas aquellas cosas de que el hombre necesita para instruir a otros acerca de las cosas divinas qué superan la capacidad de la razón humana. Tres son estos requisitos: en primer lugar, es necesario que el hombre posea un perfecto conocimiento de las cosas divinas, para que pueda enseñarlas a los demás. Que pueda luego demostrar lo que afirma; de lo contrario, su doctrina carecedería de toda eficacia. Por último, poder expresar con claridad a los oyentes las verdades que tiene su mente"[59].

Puesto que Dios distribuye libremente tales gracias, cuando quiere y a quien quiere, nadie debe esperarlas ni organizar su apostolado contando anticipadamente con ellos. No se pueden, por consiguiente, tomar como fundamento ordinario de la actividad apostólica. Más nunca faltaron en la Iglesia, como advierte Pío XII en su carta Encíclica Mystici Corporis[60]. Muchos "movimientos" religiosos en la Edad Moderna, de benéfico influjo en la Iglesia, confirman esta verdad. He aquí algunos ejemplos: Lourdes, Fátima; devociones al Sagrado Corazón de Jesús, a la Medalla Milagrosa; la Obra Pontificia de la Propagación, y la de San Pedro Apóstol; Congresos Eucarísticos Internacionales: Conferencias de San Vicente de Paúl; la Legión de María... Todos ellos han comenzado por iniciativa de simples fieles, generalmente mujeres algunos de los cuales recibieron de Dios revelaciones e inspiraciones extraordinarias.

               CAPITULO V APOSTOLADO DE LA IGLESIA

"Apóstoles" es una forma adjetival derivada del verbo griego "apostéllo" (enviar). Los griegos la empleaban antiguamente para designar una expedición, sobre todo si era naval, o una entera flota enviada con un fin determinado. De ahí pasó el término a significar misión en general. Poco a poco esta palabra se introdujo también en el lenguaje de los judíos, debido en primer lugar a la traducción de los Setenta, donde "Apostólos" aparece frecuentemente con el significado de enviado. Mas, entre los judíos, "apostólos" no se aplica exclusivamente a una misión religiosa. El Código de Teodosio (c. a. 436) dice que los judíos "llaman apóstoles a todos aquellos que, mandados por el patriarca, exigen a su debido tiempo el oro y la plata"[61]. A primeros del siglo cuarto escribía Eusebio de Cesárea: "Suelen todavía los judíos llamar apóstoles a los que distribuyen las cartas circulares de sus gobernantes"[62].

En los Evangelios es donde recibe esta palabra su sentido estrictamente religioso. No son apóstoles todos los "enviados", aunque hayan sido mandados por el mismo Cristo. No se les llama apóstoles, sino simplemente discípulos, a aquellos setenta y dos que el Señor envió a predicar. Para que alguien sea Apóstol es necesario que sea elegido y designado por Jesucristo personalmente. Los Evangelios presentan la elección de los Apóstoles como un acontecimiento de trascendental importancia: "Aconteció por aquellos días que salió El hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sí a los discípulos y escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre de Apóstoles"[63]. "Subió a un monte, y llamando a los que quiso, vinieron a El, y designó doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder de curar las enfermedades y expulsar a los demonios"[64]. La prolongada e íntima convivencia con Cristo es una de las condiciones indispensables para ser verdadero Apóstol. Cuando decidieron los Apóstoles poner a otro en lugar de Judas el traidor, fue precisamente ésa la primera cualidad que exigían en los candidatos antes de presentarlos a Dios: "Ahora, pues, conviene que de todos los varones que nos han acompañado todo el tiempo que vivió entre nosotros el Señor Jesús a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue tomado de entre nosotros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección"[65]. De ahí se explica la preocupación continua de San Pablo por demostrar que ha visto muchas veces a Cristo y que ha recibido de El personalmente la doctrina y el Apostolado: "Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio por mí predicado no es de hombre, pues yo no lo recibí o aprendí de los hombres, sino por revelación de Jesucristo"[66]. "¿No soy libre yo? ¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús Nuestro Señor? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol, al menos para vosotros lo soy, pues sois el sello de mi apostolado en el Señor"[67]. Entendiendo la palabra en este sentido estricto, los apóstoles son solamente los doce (incluyendo en esta fórmula a Pablo, que hace el número trece.

Mas no faltan en el Nuevo Testamento ocasiones en que "apóstol" se emplea en sentido amplio y menos propio. San Pablo, al enumerar los carismáticos cita entre ellos a los apóstoles: "Según la disposición de Dios en la iglesia, primero Apóstoles, luego Profetas, luego Doctores, etcétera"[68], casi lo mismo se dice en Ef. 4, 11. Leemos en la Carta a los Romanos: "Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de cautiverio, que son muy estimados entre los apóstoles y fueron en Cristo antes que yo"[69]. Probablemente en los dos primeros textos, y ciertamente en el tercero, "apóstol" no se emplea en sentido estricto, ampliado únicamente a los doce. Se refiere más bien a los que, dotados de gracias especiales, instruían y gobernaban a los fieles. El uso impropio de este vocablo fue reformado por la tradición, hasta el punto de que actualmente todos llaman apóstoles a los misioneros que evangelizan. Orígenes llega a dar el título de apóstola a la Samaritana, por haber anunciado Cristo a sus conciudadanos[70]. La misión y la predicación son dos elementos esenciales en el concepto de apóstol: el primero por su misma etimología, y el segundo por expresa voluntad de Cristo. Son, pues, verdaderos apóstoles aquellos a quienes la autoridad competente manda a predicar el Evangelio en pueblos de infieles o no cristianos.

Más no se reduce a esto el oficio apostólico. Apóstoles son también los que gobiernan la Iglesia; y en este sentido, los Obispos son propiamente apóstoles por sucesión. Una vez que apostolado se entiende en sentido amplio, no hay razón para restringirlo a la tarea evangelizadora de los apóstoles, y no extenderlo igualmente a su oficio pastoral. Hoy existe la tendencia a llamar apostolado a toda actividad de la Iglesia, ya se dirija a propagar el evangelio entre los infieles, ya se ordene a intensificar la vida espiritual entre los fieles. Al decir actividad de la Iglesia, no se entiende solamente la de la jerarquía, que obra en nombre de la Iglesia; incluimos también a los fieles que, por su propia cuenta, siempre en conformidad con las normas de la Iglesia, trabajan por la prosperidad del reino de Cristo. Es este sentido amplio el que damos a la palabra en el presente estudio sobre el apostolado de los Seglares. Podríamos definirlo del modo siguiente: Toda actividad del Cuerpo Místico de Cristo ordenada a continuar la obra de Cristo aplicando progresivamente los frutos de la redención. Después de lo dicho anteriormente, la definición no necesita comentario. Tal vez resulte oscura la última cláusula. La hemos añadido para que se advierta que la Iglesia perpetúa la obra de Cristo aplicando sus frutos, y no siendo causa de ella, como lo fue Cristo.

Antes de que pasemos a estudiar el apostolado de los seglares, es necesario determinar bien el ámbito del apostolado eclesiástico en general, del que forma parte el apostolado seglar.

                   Extensión del apostolado de la Iglesia

Siendo la misión de la Iglesia llevar adelante la obra de la Redención, debe su actividad extenderse a todo aquello que sea capaz de ser redimido. Doble es el sujeto de la Redención.

                        a) Sujeto directo de la Redención

Son las almas humanas, para cuya salvación fue fundada la Iglesia. Por tanto, pertenece a ésta todo lo que directa o indirectamente se refiere al fin último del hombre. Debe consiguientemente disponer no solamente de medios espirituales, sino que también tiene derecho a los medios temporales, y aun materiales, sin los cuales no puede el hombre, en las actuales circunstancias, conseguir su fin sobrenatural. Se equivocan, pues, los que usando de una fórmula simplista, pretenden limitar la actividad de la Iglesia a lo puramente espiritual. Decía Pío XII: "Contra tales errores hay que defender abiertamente y con tesón que la actividad de la Iglesia no se circunscribe en modo alguno a las "cosas estrictamente religiosas", como suelen decir, sino que abarca al mismo tiempo todo lo que se refiere a la ley natural y su institución; interpretarla y aplicarla, bajo el aspecto moral. La observancia de la ley natural, por explícita ordenación divina, forma parte del camino por donde el hombre debe dirigirse hacia su fin sobrenatural. Pues bien: única guía y protección, en lo que toca al fin sobrenatural, es en este camino la Iglesia (...). Hay muchas y muy graves cuestiones en sociología, ya sociales, ya político-sociales, que afectan a la ética, a las conciencias, al bien de las almas. No puede jamás decirse que éstas caen fuera de la autoridad y del cuidado de la Iglesia. Aun fuera del orden social existen cuestiones, no estrictamente religiosas, sobre materias políticas de cada nación en particular o de todas juntas, que entran ya dentro del orden moral, inquietan a las conciencias y pueden además, cosa que sucede con frecuencia, exponer la consecución del fin a gravísimo riesgo. He aquí como ejemplo algunas de esas cuestiones: finalidad y límites del poder civil; relaciones entre los individuos y la sociedad; la existencia de lo que llaman "Estados Absolutistas", nacidos de cualquier principio; el laicismo total del Estado, de la vida pública y de la enseñanza; aspecto moral de la guerra; si es o no legítima, tal como se hace en nuestros días, y si un hombre auténticamente cristiano puede tomar parte en ella; los lazos y motivos morales con que las naciones se hallan mutuamente unidas y obligadas"[71].

Por lo dicho se ve claramente que la autoridad y la acción de la Iglesia se extiende a todo lo espiritual, y aun a lo material y temporal, en cuanto es esto un medio para alcanzar el fin sobrenatural, o pone en juego principios religiosos o morales. Esta es su extensión y éstos son al mismo tiempo sus límites.

                        b) Sujeto indirecto de la Redención

Es a las almas humanas, a quienes primaria y principalmente se ordena la Redención. Pero también el mundo material puede ser redimido. Ya se comprende que tal Redención debe entenderse en sentido amplio y analógico. La creatura irracional no es susceptible de elevación al orden sobrenatural, y, por consiguiente, no puede tampoco haber sido privada de él. No obstante, habiendo sido el mundo material creado por causa del hombro, cuando éste fue elevado al orden sobrenatural, también el mundo se dignifica y eleva por medio de él; y pierde nuevamente esa "ordenación", al desviarse el hombre de su finalidad. El mundo cayó por el hombre y con el hombre, y en este sentido necesita redención. "Porque el continuo anhelar de las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sola ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo"[72]. ¿De qué creaturas habla aquí San Pablo? San Agustín piensa que se refiere al hombre, en quien, como verdadero microcosmos, está compendiada toda la creación. Mas confiesa al mismo tiempo la dificultad de este pasaje: "Este capítulo resulta oscuro porque no se sabe qué es lo que llama creatura. Según la fe católica, llamamos creatura todo lo que Dios Padre ha hecho por medio de su Hijo Unigénito en unión con el Espíritu Santo. Con el nombre de creatura no se designa, pues, solamente los cuerpos, sino también nuestras almas y espíritus. Dice el Apóstol que las criaturas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; como indicando que nosotros no somos creaturas, sino hijos de Dios, y para participar en la libertad de nuestra gloria es liberada la creatura de su servidumbre. Continúa San Pablo: sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros; parece decir que uno cosa somos nosotros y otra distinta la creatura"[73]. Mas según la mayoría de los Santos Padres, por ej., San Juan Cristóstomo, San Cirilo de Alejandría, San Juan Damasceno, a los que se unen casi todos los exégetas modernos, la "creatura" de que habla el Apóstol es el mundo material, aunque no mirado en sí mismo, sino en la relación íntima que tiene en el hombre[74]. Por tanto, la creatura "fracasada" y "necesitada de redención" no son las cosas materiales sin más, sino en cuanto están sujetas al dominio y al uso del hombre. Este, como pontífice de la creación, debe dirigir hacia Dios las creaturas irracionales y hacerlas conseguir el fin de su existencia, haciendo uso de ellas para gloria de Dios. Si el hombre no lo hace, la creación queda frustrada en su tendencia. Necesita, por tanto, redención, en un sentido analógico por cierto, pero no puramente metafórico. Adviértase que también el cuerpo y todas las perfecciones naturales del cuerpo y alma del hombre quedan comprendidas en este objeto secundario de la redención. Por eso el Apóstol añade, en el texto que hemos citado antes, que también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos aún esperando la redención de nuestro cuerpo.

Cristo es, pues, Redentor no solamente de las almas, sino también de toda la creación material. El rey del reino espiritual, y además de todo el orden temporal: "Tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nombre: Rey de reyes, Señor de señores"[75]. Escribía Pío XI: "Se equivoca radicalmente quien crea estar exenta del imperio de Cristo hombre, las cosas civiles. Ha recibido del Padre tan absoluto dominio de la creación, que todas las cosas le obedecen a su arbitrio"[76]. Este derecho le tiene Cristo no sólo en cuanto Dios, sino también como Redentor: "¿Qué otra cosa podríamos imaginar mas consoladora y dulce para nuestra reflexión que ésta: Cristo nos gobierna por derecho hereditario, y además por un título adquirido: el de la redención?"[77]. Dice Santo Tomás: "Con la victoria de la cruz Jesucristo mereció la potestad y el dominio sobre las naciones"[78] (78).

Jesucristo encomendó también a su Iglesia este fin secundario de la Redención: el de llevar de nuevo el mundo material a Dios. Mas no lo hizo en el mismo grado que el ñn primario. Comunicó a la Iglesia una potestad absoluta en su reino espiritual, de manera que pueda ella tratar por sí misma y con toda autoridad las cosas que se refieren a la salvación de las almas. En lo tocante al reino temporal. Cristo no dio a la Iglesia potestad alguna, como tampoco él había ejercido dominio temporal durante su vida sobre la tierra. Dice Santo Tomás: "Todas las cosas están sujetas a Cristo, según la potestad que recibió del Padre sobre todas ellas, conforme a las palabras de San Mateo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Mas no le están todas sujetas, si lo entendemos de la ejecución de su dominio. Esto sucederá en el futuro, cuando se cumpla en toda su voluntad, salvando a unos y castigando a otros"[79]. Diríamos más exactamente que, pudiendo ejercer libremente su autoridad, con infinita sabiduría prefirió no hacerlo. Escribe a este propósito Pío XI en la Encíclica antes citada: "Pues en más de una ocasión, cuando los Judíos y aun los mismos Apóstoles pensaban erróneamente que el Mesías iba a devolver la libertad al pueblo y restablecer el reino de Israel, cuidó bien de quitarles esta vana esperanza... Ante el Presidente romano confesó públicamente que su reino no es de este mundo... Por otra parte, se equivoca radicalmente quien crea estar exentas del imperio de Cristo hombre las cosas civiles. Ha recibido del Padre un dominio tan absoluto en la creación, que todas las cosas le obedecen a su arbitrio. Mas no quiso en modo alguno ejercer este dominio mientras vivió sobre la tierra. Y, a pesar de que El rehusó la posesión y el cuidado de las cosas humanas, permitió entonces y sigue permitiéndolas a los que las poseen. Dice muy bien el verso: "No quita los reinos de la tierra quien viene a darnos los celestiales"[80]. Jesucristo entregó a la Iglesia plenos poderes en su reino espiritual, dejando a las legítimas autoridades civiles el gobierno y la administración de este reino, que depende ciertamente de El, ya que toda potestad deriva de El (*). Continuará tal dualidad en el reino de Cristo hasta que en su última Tenida (parousía) sean creados cielos y tierras nuevos, y entonces todo formará un único reino de Dios'. "Después será el fin cuando entregue a Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nada todo principado, toda potestad, todo poder. Pues preciso es que El reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. Cuando dice que todas las cosas están sometidas, evidentemente no incluyó a Aquel que todas se las sometió; antes cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas"[81]. Esto sucederá en la Parousía.

Mientras tanto, estos dos reinos, el espiritual y el temporal, permanecen en su mutua distinción. Ambos independientes en su propio campo (aunque el temporal tenga su fin subordinado al del espiritual), ambos autónomos, deben, sin embargo, colaborar a fin de que el reino de Cristo adquiera su pleno desarrollo. La dualidad lleva inherentes algunos problemas que tocan a la conciencia cristiana. Por eso decía San Agustín : "Como estamos compuestos de alma y cuerpo, y hemos de usar de las dos cosas temporales para el sustento de nuestra vida mortal, es necesario que, en cuanto a esta vida se refiere, estemos sujetos a las autoridades, es decir, a los hombres que administran en justicia los negocios de este mundo. Mas tenemos, por otra parte, la facultad de creer en Dios y caminar hacia su reino. Bajo este aspecto, no podemos someternos a nadie que intente privarnos de aquello precisamente que Dios nos ha dado para conseguir la vida eterna. Sé halla en gran erró? quien, por el hecho de ser cristiano, se cree dispensado de pagar el tributo o los impuestos y de respetar debidamente a las autoridades que lo exijan. Sería, por el contrario, aún más grave el error del que creyese que su fe está también bajo el poder de los administradores de los bienes temporales. Hay que guardar la norma ordenada por el Señor: dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. En aquel reino a que hemos sido llamados no existe algún poder temporal. Pero mientras estemos de camino, mientras llega' el tiempo en que será destruido todo principado y toda potestad, sobrellevemos la situación en que nos coloca el orden actual de la sociedad humana, obrando siempre con sinceridad, pues más que a los hombres obedecemos a Dios que nos lo manda"[82] .

La Iglesia no ejerce por sí misma el apostolado en torno al objeto secundario de la redención, sino por medio de los fieles. A éstos -pertenece renovar el mundo y conquistarlo para Cristo: habiendo sido el hombre quien destruyó la ordenación del mundo irracional, apartándolo de Dios, ha determinado Jesucristo que sea de nuevo ordenado hacia Dios por medio del hombre redimido. Trataremos de esto más adelante, al hablar del apostolado de los seglares en particular.

                   Diversas formas del Apostolado eclesiástico

Existen dentro de la Iglesia dos formas de actividad: la de Cristo Cabeza y la de sus miembros. Jesucristo obra visiblemente en su Iglesia por medio de la Jerarquía El apostolado jerárquico es, por tanto, autoritario, oficial, efectuado públicamente y en nombre de la Iglesia. La actividad de la jerarquía se llama misión institucional, por haber sido fundada con carácter permanente por Jesucristo, de donde le nace continuamente toda su autoridad y todos los medios de que dispone para dilatar el reino de Cristo.

El apostolado de los fieles se basa también en el carácter sacramental, como antes dijimos; mas su ejercicio actual obedece a la inspiración del Espíritu Santo. Suele por esto llamarse misión de parte del Espíritu. Tal inspiración del Espíritu Santo, siendo como es una gracia actual, no proporciona al apostolado la continuidad y regularidad que le otorga la anterior. Se concede a los fieles según la exigencia de las necesidades de la Iglesia. Es frecuente, pero siempre transitoria. Además le falta autoridad, ya que los fieles no obran en persona de Cristo. Su apostolado no es oficial, o público, ni hecho en nombre de la Iglesia (a no ser que se trate de un encargo especial de la jerarquía, cosa del todo innecesario para que exista un verdadero apostolado seglar). Es un apostolado personal y privado.

El alcance de este apostolado no se extiende a todo el ámbito espiritual de la actividad jerárquica. Por otra parte, abarca todo el mundo profano, aun en los aspectos acotados a la jerarquía. Pero es siempre la jerarquía quien, según los casos, gobierna, dirige o al menos vigila el apostolado de los seglares.

Antes de terminar este capítulo, queremos dar una nueva división del apostolado en directo e indirecto. La distinción tiene lugar especialmente cuando se trata de apostolado ejercido con un fin espiritual, ya sea por clérigos, ya por seglares. El apostolado se llama directo, cuando los medios escogidos para obtener ese fin espiritual son también espirituales (v. gr., los sacramentos, la predicación, la catequesis); es indirecto, si los medios son temporales (como son: el cuidado de los enfermos, la educación profana, etc.). En el primero coinciden el objeto de la obra con la intención de quien la ejecuta; en el segundo, siendo temporal el objeto de la acción, la actividad resulta espiritual sólo por la intención del que la lleva a cabo.

 

SEGUNDA PARTE

FORMAS CONCRETAS DE APOSTOLADO SEGLAR

 

CAPITULO VI DIVERSAS FORMAS DEL APOSTOLADO SEGLAR

Para mayor claridad reducimos las diversas formas de apostolado seglar a las cuatro siguientes :

1) Actividades por encargo o delegación de la autoridad eclesiástica.-En rigor, esta actividad no pertenece al apostolado de los seglares, ya que éstos no pueden emprenderlo por propia iniciativa. Son instrumentos de la jerarquía. Es éste un caso de participación de los seglares en actividades propias de clérigos. Tales actos pueden ser clericales por su misma naturaleza, como la predicación y el administrar la Eucaristía; y pueden también ser profanos, aunque vinculados íntimamente a cosas espirituales, como, por ejemplo, la administración de los bienes temporales de la Iglesia. Esos actos, como advertía Pío XII en su alocución al segundo Congreso Internacional de Apostolado Seglar, deben considerarse apostolado seglar, cuando los ejecutan seglares. Un seglar no se convierte en clérigo por el hecho de que se le encomiende alguna actividad clerical[83].

2)  Acción Católica.- Es un apostolado estrictamente seglar en torno al fin primario de la Encarnación, y adoptado expresamente por la jerarquía como complemento de su propio apostolado. Se trata de actividades apostólicas que propiamente pertenecen a seglares, y que éstos pueden, por tanto, ejercer sin intervención de la jerarquía. Mas el hecho de que ésta lo tome como suyo confiere a este apostolado un carácter público dentro de la Iglesia.

3)  Actividad de los católicos en el orden espiritual.- Comprendemos  bajo  esta  denominación toda actividad de la Acción Católica, en que no interviene la jerarquía. Es, por consiguiente, un apostolado seglar privado, ya que en. él obran los seglares por propia iniciativa y autoridad.

4)  Actividad de los católicos en el orden temporal.- Esta labor se refiere al fin secundario de la Encarnación, según la explicación que hemos dado más arriba. Abarca todo el ámbito de lo temporal. Aquí solamente los seglares tienen plena libertad de acción.

 

Hemos ordenado las diversas formas de apostolado de tal manera, que se vea el diverso grado en que cada una depende de la jerarquía: comenzando por la primera, en que la dependencia es máxima, hasta la cuarta, donde es ya muy reducida.

                   Actividad  de  los  seglares por delegación eclesiástica

Toda actividad de la jerarquía como tal nace de su doble potestad de orden y de jurisdicción. La potestad de orden no puede ser delegada. Únicamente puede uno ser ordenado, pero entonces ya deja de ser seglar. En cambio, la potestad de jurisdicción puede muy bien delegarse a seglares, al menos a los varones. Y no faltan casos de ello en la historia de la Iglesia. La legislación actual lo prohíbe; así que no puede hoy ya delegarse a seglares la jurisdicción[84]. Mas al presente no se trata de delegar a seglares la potestad de orden o de jurisdicción, sino de encomendarles algunas tareas que por su naturaleza son propios de clérigos. Es solamente encargarles de algunos oficios clericales, debido al número insuficiente de clérigos. La participación de los seglares puede referirse a la administración de los Sacramentos, predicación de la palabra de Dios, cura cíe almas y administración de los bienes temporales de la Iglesia (*).

                        1. En la administración de los Sacramentos.

No todos los sacramentos exigen para su validez que quien los administra posea el carácter sacerdotal. El Bautismo puede administrarlo válidamente cualquiera, aunque sea un infiel, y en caso de necesidad lo haría lícitamente. El matrimonio es administrado por los mismos contrayentes, siendo el único sacramento en que el seglar es ministro ordinario. Tampoco el distri-guir la Sagrada ^Comunión exige en el ministro orden alguna para que sea válida, pues el sacramento ya existe. Habiendo necesidad, como sucede en tiempo de persecución, la Iglesia concede también a los seglares el poder de administrarla. Así se hizo en Tonkín, el año 1841, y en Méjico, en 1927. Ningún otro sacramento pueden válidamente administrar los seglares. Sin embargo, se difundió durante la Edad Media la costumbre de confesarse con seglares, cuando faltaba el sacerdote. Muchos teólogos atribuyen a esta ceremonia cierta eficacia sacramental. Se lee en el Suplemento de la Suma teológica: "La Penitencia, lo mismo que el Bautismo, es un sacramento de necesidad. Ahora bien: el Bautismo, por ser sacramento necesario, tiene doble ministro: uno a quien pertenece por oficio bautizar; y otro a quien se le concede en caso de necesidad. Lo mismo sucede con la penitencia: ministro ordinario de la confesión es el sacerdote; mas en caso de necesidad puede un seglar sustituir al sacerdote y oír las confesiones"[85]. Esta opinión medieval es hoy rechazada por todos.

Mucho más importante es el papel de los seglares en las funciones litúrgicas, sobre todo en ministerios que incumben a los que han recibido órdenes menores, pero que de hecho desempeñan hoy los acólitos y sacristanes. Aun los oficios mismos de Diácono y subdiácono pueden encomendarse a los seglares, como se hizo en los primeros siglos de la Iglesia. Ejemplo típico de esta costumbre antigua tenemos en la institución de las diaconisas. Estas ejercían muchos oficios que hoy solamente pueden desempeñar los sacerdotes y los que han recibido las órdenes sagradas. La prohibición es de origen eclesiástico. Por eso en los lugares de misión, donde los sacerdotes son insuficientes, se concede aún hoy a las catequistas permiso para ejercer ministerios sagrados no estrictamente sacerdotales.

                        2. En la predicación.

No nos referimos aquí a la enseñanza privada de la doctrina cristiana, cosa que pueden y en ocasiones deben hacer todos, sino a la enseñanza pública y oficial de la doctrina de la Iglesia. Esta pertenece exclusivamente a la jerarquía, en primer lugar a los Obispos, y de ella participan los sacerdotes aprobados. ¿En qué medida participan los seglares? Ciertamente no reciben autorización para hablar en nombre de la Iglesia. Puede, no obstante, la autoridad competente encomendarles enseñar públicamente. Sabemos de hecho que en los primeros tiempos del cristianismo los seglares, y en especial los carismáticos, predicaban públicamente en la Iglesia. En su Carta a los Corintios prescribe San Pablo el orden y las normas que se han de guardar en tales predicaciones[86]. También los fieles no favorecidos con carismas predicaban, cuando se presentaba la ocasión: "Los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la palabra de Dios"[87]. No estando en aquellos tiempos tan desarrollada la disciplina eclesiástica, la predicación se hacía sin especial encargo, con sola aprobación tácita de los Apóstoles.

A partir del siglo segundo se concede cada vez más raramente a los seglares la autorización para predicar públicamente. Aunque hasta el siglo cuarto no faltan casos en que se da tal concesión. Varios Obispos invitaron a Orígenes, siendo aún seglar, a predicar en sus Iglesias. Leemos en las Constituciones Apostólicas: "También los seglares pueden enseñar en público con tal que sepan hablar bien y sean de buenas costumbres"[88]. A partir de entonces la disciplina se hace cada vez más severa. Las Antiguas Normas Eclesiásticas ordenaban: "Por muy instruida que sea una mujer, nunca se le permita enseñar en asamblea donde hay varones" ; "El seglar no debe enseñar en presencia de clérigos, sin el consentimiento de éstos"[89]. San León finalmente reservó a los sacerdotes todo lo que sea predicación oficial: "Procuro que nadie, fuera de los sacerdotes del Señor, se arrogue el derecho de predicar: ni monjes, ni seglares, aun cuando posean mucha ciencia. Porque, aun siendo de desear que todos los hijos de la Iglesia estén bien instruidos, no se puede permitir que cualquiera, sin ser sacerdote, asuma el oficio de predicador. En la Iglesia, como cuerpo que es de Cristo, conviene que todo proceda ordenadamente: los miembros más nobles deben cumplir su oficio sin que se lo estorben los menos dignos"[90].

 

Durante los siglos XII y XIII algunos seglares promovieron "Movimientos" apostólicos de predicación. Pedro Valdo y sus discípulos dieron comienzo a sus "Homilías" en el norte de Italia. Habiéndoselo prohibido el Obispo de Lión, Valdo apeló a Alejandro III. "El Papa le acogió benévolamente, alabándole por el voto de pobreza voluntaria que había hecho, pero al mismo tiempo prohibiéndole a él y a sus compañeros al predicar, a no ser que se lo pidiesen los sacerdotes..."[91]. Aumentando los abusos, se volvió a prohibir en tiempo de Lucio III esta forma de predicación. Finalmente, Inocencio III, el 7 de junio de 1201, dio una solución de compromiso: "Todos los domingos pueden reunirse los fieles a oír la palabra de Dios en lugar a propósito para ello. Con licencia del Obispo de la diócesis, uno o varios hermanos de. bien probada fe y piedad muy reconocida, les exhortan con palabra eficaz a seguir buenas costumbres y practicar obras piadosas. Pero no traten de los artículos de la fe ni de los sacramentos de la Iglesia. Mandamos que ningún Obispo se oponga a dicha manera de predicación de los fieles, pues, San Pablo declara que no se debe apagar el espíritu"[92]. El mismo Inocencio III, en 1210, extendió la autorización "a clérigos y laicos" de la comunidad dé. Bernardo de Primavalle. El mismo Pontífice, al aprobar la regla de San Francisco, concedió licencia para predicar públicamente en las iglesias a Francisco y a sus religiosos, debiendo antes ser aprobados en un examen[93].

Últimamente los errores de la Reforma Protestante sobre la competencia de los laicos en los sagrados ministerios obligó a la Iglesia a dar normas más severas acerca de la predicación de los seglares. He aquí las ordenaciones más importantes del Código de Derecho Canónigo: "El cargo de predicar la fe en toda la Iglesia está encomendado principalmente al Romano Pontífice, y a los Obispos en sus diócesis respectivas" (can. 1327, párf. 1); "A nadie le está permitido ejercer el ministerio de la predicación, si no ha recibido misión del Superior legítimo, que le otorgue facultad especial o le confiera un oficio, el cual por disposición de los sagrados cánones, lleve anejo el cargo de predicar" (can. 1328); "La facultad de predicar sólo se concederá a los sacerdotes o a los diáconos, mas no a otros clérigos, como no sea con causa razonable a juicio del Ordinario, y en casos singulares" (can. 1342, párf. 1); "A todos los que no son clérigos, aunque sean religiosos, les- está prohibido predicar en la iglesia" (can. 1342, párf. 2). Por tanto, no pueden los seglares predicar en la iglesia. Mas fuera de la iglesia se les permite enseñar religión, aun públicamente, siempre con aprobación del legítimo Superior eclesiástico: “Para la instrucción religiosa de los niños el párroco puede y, si está legítimamente impedido, debe llamar en su ayuda a los clérigos, sobre todo a los que residen en el territorio de la parroquia, o también, si es necesario, a los seglares piadosos, en especial a aquellos que estén afiliados a la piadosa asociación de la “doctrina cristiana” u otra semejante erigida en la parroquia” (can. 1333; párf. 1). Participan igualmente con misión canónica en el ministerio de la enseñanza eclesiástica los catequistas legítimamente designados y los profesores de Universidades y Facultades aprobadas para la enseñanza de ciencias sagradas. Así lo ordena la Constitución apostólica Deus Scientiarum: “Para poder ser admitido en el Claustro de Profesores, es necesario tener antes la misión canónica de enseñar. Esta la concederá el gran Canciller, una vez obtenido el nihil óbstat de la Santa Sede”[94].

                        3.   En la cura de almas (*).

Al faltar el clero, a veces se hace necesario encomendar a seglares piadosos algunas tareas de la cura de almas[95] (95). Como hemos dicho antes hablando del oficio de enseñar, cuando afirmamos que los seglares participan en algunos oficios de la cura de almas, no hablamos de su jurisdicción sobre las almas. Se trata únicamente de algunos actos que ejercen por comisión. Ni nos referimos al cuidado espiritual que padres y tutores tienen de los niños; aqui hablamos de la cura de almas estrictamente pastoral, que de por si pertenece a la jerarquía. Por las Cartas de San Pablo advertimos que ya los Apóstoles encomendaron algunas tareas apostólicas a seglares de piedad profunda: "Un ruego voy a haceros, hermanos: Vosotros conocéis la casa de Estéfana, que es la primicia de Acaya y se ha consagrado al servicio de los santos. Mostraos deferentes con ellos y con todos cuantos como ellos trabajan y se afanan. Me alegraré de la llegada de Estéfana, de la de Fortunato y de la de Acalco, porque han suplido vuestra ausencia. Han traído la tranquilidad a mi espíritu y al vuestro. Quedadles, pues, reconocidos"[96] (96). También hoy se dan casos de éstos en misiones apartadas, que el sacerdote sólo puede visitar de tarde en tarde. En esos lugares el catequista, debidamente designado por el Superior eclesiástico, hace todos los oficios del pastor, exceptuando los estrictamente reservados al sacerdocio o a las órdenes sagradas: bautiza, asiste a los que contraen matrimonio, visita a enfermos y moribundos, preside en los funerales, los domingos y los días festivos lee el Evangelio a los fieles reunidos en la iglesia, les exhorta, dirige las oraciones de la comunidad y catequiza. En 1942, la autoridad eclesiástica irñ^ puso a los fieles de la misión de Urundi (África) la obligación "bajo grave" de asistir a estas reuniones  dominicales dirigidas  por  catequistas. También se debatió la  misma  cuestión  en el Concilio Plenario de la India (1950), mas no quisieron los Padres obligar "bajo grave". Pío XII, en su alocución al Segundo Congreso Internacional de Apostolado Seglar, elogiaba como forma verdaderamente clásica de apostolado seglar, la obra que llevan a cabo los catequistas en las misiones. Y añadía que en algunas regiones hace más fruto un misionero ayudado de seis catequistas que siete misioneros[97].

                        4. En la administración de los bienes temporales de la Iglesia.

Por lo que se refiere a los bienes temporales de la Iglesia (diócesis, parroquia, etc.) hay que partir de este principio fundamental: esos bienes pertenecen directamente a la Iglesia, no a la colectividad de los fieles. La Iglesia es una Institución previa que incorpora así los fieles, y no una comunidad resultante de la unión de los individuos. Por consiguiente, el derecho de administrar sus bienes es de la autoridad eclesiástica: del Sumo Pontífice para toda la Iglesia, de los Obispos y sus delegados para las diócesis, etcétera. Está excluida la idea de propiedad colectiva o de un derecho común de administración. Se puede sin embargo, y aun conviene en la administración servirse de la ayuda de los seglares. Ellos tienen más experiencia de administración de bienes temporales, y con esto se libra el clero de tener que descuidar su ministerio espiritual por atender a cosas materiales: "No es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios por servir a las mesas"[98].

Durante los siglos III y IV parece haber existido, al menos en África, una especie de Consejo de Seglares, encargados de la administración de los bienes eclesiásticos. Más no duró mucho tal institución. Muchos seglares en la edad media, sobre todo en los siglos X y XI, fundaron y dotaron iglesias, obteniendo en ellas el derecho de patronato. Cosa que originó graves disgustos a la Iglesia. Por lo general los patronos, más que como administradores se mostraron como verdaderos propietarios de esos bienes. Llegaron a entrometerse en el gobierno espiritual de las iglesias, poniendo y quitando capellanes, prescribiendo el orden de las funciones sagradas, etcétera. Hasta verse la Iglesia obligada a defender sus derechos y precisar mejor la naturaleza y los límites de la administración de bienes concedida, a los seglares

Puntos más salientes del Código de Derecho Canónico referentes a este asunto: "El Romano Pontífice es el supremo administrador y dispensario de todos los bienes eclesiásticos" (e. 1518); "Al Ordinario local pertenece vigilar diligentemente sobre la administración de todos los bienes eclesiásticos que se hallan en su territorio y no estuvieren sustraídos a su jurisdicción, salvas las prescripciones legítimas que le conceden más amplios derechos" (can. 1519, parí. 1); "Aun cuando por titulo legitimo de fundación o de erección o por voluntad del Ordinario local tengan los seglares alguna intervención en la administración de los bienes eclesiásticos, ésta, sin embargo, se hará toda a nombre de la Iglesia, y salvo el derecho del Ordinario de visitar, exigir cuentas y señalar el modo como se ha de llevar la administración" (can. 1521, párf. 2); "Reprobada la costumbre contraria, los administradores, tanto eclesiásticos como seglares, de cualquier iglesia, incluso de la catedral, o de lugares piadosos canónicamente erigidos, o de cofradías, están obligados a rendir todos los años cuentas de su administración al Ordinario del lugar" (1525, párf. 1); "Si además hay agregados otros, sean clérigos o seglares, para administrar los bienes de alguna iglesia, todos ellos forman el Consejo de Fábrica de la Iglesia juntamente con el administrador eclesiástico de que habla el Canon 1182, o su lugarteniente, que lo presidirán" (can. 1183, párf. 1); "El Consejo de fábrica debe procurar la recta administración de los bienes de la iglesia cumpliendo lo dispuesto por los cánones 1522 y 1523; pero de ningún modo se inmiscuirá en cosa alguna perteneciente al cargo espiritual" (can. 1184).

Todas las actividades hasta aquí enumeradas son verdaderas prácticas de apostolado seglar, cuando los seglares las realizan por encargo de la legitima autoridad eclesiástica. Mas en este caso no dependen de su iniciativa. Son más bien una participación de los seglares en la labor apostólica de la jerarquía, quien determina el sentido y el alcance de aquélla. En los apartados siguientes hablaremos del apostolado plenamente seglar. Pero antes queremos hacer algunas observaciones sobre una cuestión íntimamente unida con las anteriores.

 


 

               CAPITULO  VII  LOS SEGLARES Y LAS ORDENES INFERIORES AL SACERDOCIO

Se disputa hoy con interés sobre la conveniencia de restablecer las Ordenes anteriores al sacerdocio, devolviéndoles su antigua utilidad práctica. Sabemos, por los Hechos de los Apóstoles, que el Diaconado fue instituido para que los Apóstoles se viesen libres de ocupaciones no estrictamente sacerdotales, con el fin de poderse dedicar enteramente a la oración y predicación.

Pasando los siglos, por exigencias del sagrado ministerio, instituyó la Iglesia nuevas órdenes inferiores. Dice Santo Tomás: "En la Iglesia primitiva, por la escasez de ministros, los diáconos se encargaban de todos los ministerios inferiores, como se ve por lo que dice Dionisio en el cap. 3, De la Jerarquía Eclesiástica: "Algunos ministros están a las puertas cerradas del templo, otros cumplen con otros deberes de la Orden recibida, y les hay que presentan al sacerdote sobre el altar el pan sagrado y el cáliz bendito. La potestad del diácono resumía implícitamente todas estas funciones. Más tarde, al tomar mayores proporciones el culto divino, la Iglesia distribuyó entre diversas órdenes lo que antes había asignado a una sola"[99] (99).

Durante muchos siglos, esas Ordenes tuvieron el carácter de ministerios permanentes, es decir, que quien recibía alguno de ellos podía quedarse en él y ejercitarlo durante toda la vida. En otras palabras: las Ordenes menores, más que una potestad, eran un ministerio; si alguno, por ej.. se le ordenaba lector o acólito, era precisamente por la necesidad de alguien que cumpliera estos oficios.

A partir del siglo X se descubre un desplazamiento progresivo de la atención: ahora se fija más en la potestad que confieren las ordeñes que en su aspecto de servicio. Contribuyó a fomentar esta tendencia la opinión teológica, según la cual creían entonces que todas las órdenes, aun las menores,  imprimen  carácter  sacramental. Escribe Santo Tomás: "Sobre esto ha habido tres opiniones. Algunos han dicho que sólo el sacerdocio imprime carácter. Pero esto es falso. Porque ninguno, fuera del diácono, puede ejercer las funciones de diácono; prueba de que en la dispensación de los sacramentos tiene un poder que no poseen los demás. Por eso han creído algunos que también las Ordenes mayores imprimen carácter, pero no las menores. Cosa igualmente errada, ya que cualquiera de las Ordenes coloca al ministro por encima del pueblo, en lo tocante a la potestad de dispersar los sacramentos. Y como lo que coloca a alguien por encima de los demás es precisamente el carácter, es manifiesto que todos imprimen carácter. Prueba de ello es también que duran siempre y no pueden repetirse. Esta tercera sentencia es la más común"[100]. De este modo todas las Ordenes anteriores al sacerdocio se fueron considerando como un poder más que un oficio. Finalmente quedaron como meros escalones para llegar al sacerdocio. La actual legislación eclesiástica ordena: "La primera tonsura y las órdenes sólo deben conferirse a aquellos que tengan el propósito de ascender hasta el presbiterado y de los cuales se pueda razonablemente conjeturarse que han de ser algún día sacerdotes dignos"[101]; pueden, sin embargo, ejercer las órdenes ya recibidas aun cuando rehúsen recibir órdenes superiores, no puede el Obispo obligarlo a recibirlas, ni puede prohibirle el ejercicio de las ya recibidas, a no ser que tenga algún impedimento canónico o haya, a juicio del Obispo, alguna causa grave que lo impida"[102]. Tales Ordenes han desaparecido como ministerio, quedando únicamente como potestad simbólica. Los seglares son los que hoy cumplen las funciones de las Ordenes menores.

Los Padres del Concilio Tridentino, en la séptima sesión, día 15 de julio de 1563, decretaron: "Canon 17: que, en conformidad con los sagrados cánones, sean restablecidas al primitivo vigor de que gozaron en la Iglesia durante los tiempos apostólicos, las funciones propias de las órdenes menores, descuidadas durante algún tiempo en muchos lugares. Así no podrán los herejes tacharlas de inútiles. Con deseo ardiente de que cobre nuevo vigor aquella antigua costumbre, ordena este Santo Concilio que solamente los que han recibido órdenes menores puedan ejercer tales funciones; exhorta también y manda a todos y cada uno de los Prelados de las Iglesias que, en cuanto sea posible, procuren revalorizar esas funciones en las catedrales, colegiatas y parroquias, si son muy frecuentadas por el pueblo y los ingresos de la iglesia lo permiten... Si no hay clérigos célibes que cumplan las funciones de las cuatro órdenes menores, pueden hacerlo personas casadas, de buena vida, con tal de que no sean bígamos, tengan las necesarias aptitudes y usen tonsura y hábito clerical dentro de la iglesia"[103] (103). Mas estos deseos del Concilio nunca llegaron a realizarse. El motivo principal porque muchos anhelan la revalorización de las órdenes menores es la escasez, siempre creciente, de vocaciones sacerdotales. Sería mucho más fácil encontrar candidatos idóneos que quisiesen ejercer estas funciones no-sacerdotales, ya que no requieren tantas dotes de espíritu ni tan larga preparación teológica. Por eso está surgiendo en las Ordenes monásticas una "tendencia" a dar las órdenes menores a los hermanos donados y a los coadjutores seglares[104]. En el Congreso Internacional de Pastoral y Liturgia, celebrado en Asís, en septiembre de 1956, Mons. Wilhelm van Bekkun, S. V. D., Vicario Apostólico de Ruteng (Indonesia), pronunció un largo discurso sobre las necesidades particulares de las misiones en materia litúrgica. Entre ellas hizo referencia a la urgencia de restablecer el diaconado y las demás órdenes inferiores al sacerdocio, porque, según decía él, en muchos lugares de misión está decayendo la vida religiosa por falta de sacerdotes[105].

Algunos encuentran, además, otra ventaja en la repristinación de las órdenes, del diaconado en particular. De esta manera se aprovecharían las vocaciones tardías de muchos sujetos que, por su edad avanzada, no pueden ya soportar los pesados estudios que se requieren para el sacerdocio. Si se les ordena de diáconos, se entregarían con empeño al servicio de Dios y de las almas, pudiendo ser magníficos colaboradores del sacerdote en la cura de almas, administración de los sacramentos y, sobre todo, en la administración de los bienes temporales de la Iglesia, que fue el motivo principal de fundar el diaconado, según se ve en los Hechos de los Apóstoles.

Los que trabajan por la vuelta de las Iglesias protestantes ven el diaconado como la mejor solución al arduo problema que plantea la conversión de los "pastores". Vinculados como están a sus familias, no pueden ejercer el sacerdocio. Por otra parte, les sería muy desagradable verse reducidos a simples seglares. Suelen, además, estar dotados de muy buenas cualidades, y podrían prestar a la Iglesia grandes servicios, conservando al mismo tiempo su condición anterior.

Algunos desearían que los altos oficiales de la Acción Católica poseyeran alguna de las Ordenes menores. Aducen como razón que, por el mandato recibido, su actividad es pública en la Iglesia, y obran en cierto modo en nombre de ésta. Sería, pues, conveniente que recibieran también alguna potestad espiritual.

                   Observaciones

La presente cuestión no es tan sencilla como pudiera creerse a primera vista; para evitar confusiones hacemos algunas advertencias:

1)      La primera duda se refiere a la terminología: ¿si los seglares reciben las Ordenes menores, continúan siendo seglares? No es posible dar una respuesta categórica; en cuanto al Orden y al oficio son clérigos; en cuanto al modo de vida, seglares. Como ya hemos advertido anteriormente, los clérigos se diferencian de los seglares no sólo por razón del Orden, sino también por la manera de vida, .que es de retiro del mundo, cosa que, en nuestra hipótesis, no estarían obligados a observar los seglares ordenados de menores. Su situación es análoga a la de los miembros de los Institutos Seculares: en sentido teológico son religiosos, mientras jurídicamente son sólo seglares. No hay inconveniente en que la Iglesia, por la misma razón que se movió a fundar tales religiosos seculares, se decida igualmente a permitir seglares clérigos. De ser admitidos, formarían una categoría intermedia entre clérigo y seglares: una especie de raíz de la jerarquía hundida en la masa de los fieles. Pero está idea, como advierte Pío XII, no parece haber llegado al tiempo de su madurez[106].

2)      Adviértese, en primer lugar, que no se trata de ensanchar el ámbito del apostolado seglar; es más bien una ampliación y una intensificación del apostolado de la jerarquía. "Por institución divina, la jerarquía sagrada, en razón del orden, se compone de Obispos, presbíteros y ministros"[107]; pues bien: se trata de activar esta tercera categoría, que durante mucho tiempo ha permanecido infructuosa. Y si algún día se restableciera, será siempre de la jerarquía, como ha dicho Pío XII en las palabras ya citadas, la Acción Católica es una actividad que cae dentro del apostolado propiamente seglar, aun cuando realice la misión qué se le ha encomendado bajo las órdenes de la jerarquía. No se ve, pues, por qué hayan de recibir las órdenes menores algunos de sus miembros, a no ser que sean destinados a ministros eclesiásticos. Pero entonces ya no es razón de su pertenencia a la Acción Católica, sino por otros motivos. Fundamentos del apostolado seglar son la gracia y el carácter del Bautismo y la Confirmación.

3)      Una revalorización de las Ordenas inferiores al sacerdocio no lleva inherente la dispensa del celibato; en cuanto a las Ordenes mayores, no convendría en modo alguno dispensar de él. Por eso los religiosos laicos y los miembros de los Institutos Seculares parecen ser los más indicados para recibir las Ordenes mayores: poseen los miembros de los Institutos, además del celibato, un régimen de vida enteramente seglar, cualidad que ejo. algunas circunstancias les hace candidatos aún más aptos para ese ministerio. En las Ordenes menores no es tan grande la necesidad del celibato. Por eso, el Concilio Tridentino, al tratar de la restauración ae estas Ordenes menores admite a los casados (que no sean bigamos), siempre que sean idóneos para tales oficios, debiendo llevar en la iglesia tonsura y hábito clerical[108]. Aunque no será tarea fácil encontrar hombres que, no teniendo vocación sacerdotal ni religiosa, estén dispuestos a abrazar el celibato y a renunciar enteramente al mundo por el solo motivo de ejercer los ministerios de las Ordenes menores


 

               CAPITULO VIII ACCIÓN CATÓLICA

Comenzando a tratar del apostolado seglar propiamente dicho, damos la preferencia a la Acción Católica, que es una forma de dicho apostolado organizada por la autoridad. Expondremos, en primer lugar, el concepto de la Acción Católica que se ha tenido hasta el presente, añadiendo algunas modificaciones que en su estructura y organización Pío XII declaró oportunas.

Como ya hemos indicado antes, el apostolado de los seglares no es en sí mismo una institución orgánica u oficial, como lo es el apostolado de la jerarquía. Es más bien una actividad privada, dependiente de la iniciativa individual, que ha producido siempre en la Iglesia excelentes resultados. Pero en los tiempos modernos, a causa de la funesta separación entre la sociedad civil y la Iglesia, es aún más necesario intensificar el apostolado de los seglares y unirle más estrechamente al de la jerarquía. Todos los Papas, desde Pío IX, han reconocido esta necesidad, trabajando con sumo interés para dar al apostolado de los seglares una organización más eficaz. Pío IX debe ser considerado iniciador de la actual estructura de la Acción Católica, como confesaba Pío XI en su alocución del 3 de noviembre de 1928. Durante su pontificado se instituyeron diversas asociaciones de apostolado seglar: por ejemplo, Piusverein en Suiza, Ka-thoüscherverein en Alemania, Asociación de Laicos en España, Unión Catholique en Bélgica, Ligue Catholique pour la déjense de VEglise en Francia, Catholic Union en Inglaterra. También en Italia existían muchas asociaciones de este género. En 1874 fueron reunidas en Opere dei Congressi. A través de sus diversas instrucciones deja Pío IX una imagen suficientemente clara y completa, en lo que se refiere a los rasgos esenciales, de la Acción Católica actual.

León XIII dio aún mayor precisión a la idea recibida de su predecesor. En la Encíclica Graves de Communi (18 de enero de 1901) escribe sobre el modo de organizar las actividades del apostolado seglar: "La acción apostólica de los católicos, sea la que fuere, poseería una eficacia mucho mayor si todas sus asociaciones, conservando sus derechos, se uniesen bajo una sola guía, un único impulso. Oficio que queremos desempeñe en Italia el Instituto de los Congresos y Asociaciones Católicas, que tantas veces hemos elogiado. A él hemos encomendado Nos y Nuestro predecesor la dirección de la actividad unida de todos los católicos, siempre con la aprobación de los Obispos. Hágase otro tanto en las demás naciones, si existe en ellas algún organismo que pueda jurídicamente asumir tal autoridad sobré los demás"[109].

El continuo uso que de él hizo San Pío X dio a la expresión Acción Católica su verdadero valor y sentido propio. El 11 de junio de 1905, el Santo Pontífice publicó un documento sobre la Acción Católica con el título II fermo Proposito, donde dice, entre otras cosas: "Es amplísimo el campo de la acción católica, ya que nada de lo que directa o indirectamente se refiere a realizar la divina misión de la Iglesia queda fuera de él... Sabéis muy bien, Venerables Hermanos, cuánta ayuda han prestado a la Iglesia esas milicias de católicos que se esfuerzan por unir todas sus energías vitales, para acabar por todos los medios legítimos, con la civilización anticristiana; para introducir de nuevo a Jesucristo en la familia, en la escuela y en la sociedad; para rehabilitar el principio de la autoridad humana como vicaria de la autoridad de Dios; para mirar solícitamente por los intereses del pueblo y, ante todo, de los obreros y campesinos. Infundir en los corazones de todos las verdades religiosas, única fuente del verdadero consuelo en medio de las miserias de la vida, enjugar sus lágrimas, aliviar sus penas, esforzándose por mejorar su situación económica con oportunos remedios, procurando que reine la justicia en las leyes públicas, que se cambien o supriman las injustas; en una palabra: luchan con verdadero espíritu católico por defender en todo los derechos de Dios y los no menos sagrados de la Iglesia... Entre varias obras que se han fundado para obtener estos fines, todas ellas dignas de encomio, sobresale por su singular eficacia una de carácter general, llamada Unión Popular. Esta busca unir los católicos de todas las esferas sociales y, sobre todo, la gran masa popular, en torno a su centro común de propaganda doctrinal y de organización social"[110] (110).

También Benedicto XV, a pesar de las muchas desgracias que cayeron sobre la Iglesia durante su Pontificado se preocupó de la Acción Católica en varias de sus alocuciones y Epístolas. Para darle mayor eficacia, fundó un organismo con el nombre de "Giunta Direttiva dell'Asione Caito-Kecz".

Finalmente, Pío XI puso fin a esta gran obra, preparada con tanto cuidado por sus predecesores. El fue quien dio a la Acción Católica aspecto jurídico y carácter público dentro de la Iglesia. El apostolado seglar, que había sido hasta entonces una actividad privada y personal de algunos individuos, se convirtió en pública y oficial, ejercida en nombre de la Iglesia, como explicaremos a continuación. Pío XI llamó a la Acción Católica "pupila de sus ojos", y le dispensó todos los cuidados como a obra predilecta de su Pontificado: alrededor de 600 documentos dan testimonio de esta solicitud suya. El último apareció la víspera de su muerte. No ha sido menor el interés de Pío XII por este asunto. Ha esclarecido notablemente el concepto de Acción Católica, recomendándola continuamente en sus Carta y Alocuciones. A lo largo de este artículo haremos oportunas referencias a las enseñanzas auténticas de estos dos últimos Pontífices.

                   Definición de la Acción Católica (*)

En su carta del 13 de noviembre de 1928 al Cardenal Bertram, escribe Pío XI acerca de la naturaleza de la Acción Católica: "... si se mira bien esto, se ve claramente que la Acción Católica no tiene otra finalidad que la de hacer participar a los seglares del apostolado de la jerarquía. Pues la Acción Católica no consiste solamente en que cada uno se esfuerce por conseguir la perfección cristiana, aunque éste sea su fin primario: exige, además, un auténtico apostolado, común a todos los católicos, cuya orientación y actividad vayan de acuerdo con lo de los centros legítimamente instituidos y aprobados por la autoridad episcopal. La sagrada jerarquía, que da el mandato, dará igualmente apoyo y estímulo a los fieles que. así unidos, estuvieren siempre dispuestos a secundar sus empresas. La Acción Católica, lo mismo que la misión encomendada por Dios a la Iglesia y el mismo apostolado jerárquico, no es exterior sino espiritual, no política sino religiosa"[111]. En la precedente descripción de la Acción Católica hemos subrayado algunas frases que merecen especial consideración. Son, en el pensamiento de Ho XI, los elementos esenciales del concepto de Acción Católica, Expondremos brevemente y por separado los siguientes:

1)      qué significa "participación de los seglares en el apostolado de la jerarquía";

2)      qué se entiende por "mandato";

3)      qué parte cabe a la jerarquía de este apostolado de los seglares;

4)      alcance y límites de la Acción Católica;

5)      ¿se reduce todo al apostolado seglar a la Acción Católica?;

6)      concepto de Acción Católica que nos ha dejado Pío XII.

 

                        1.   ¿"Participación" o ".colaboración"?

En su célebre definición de la Acción Católica, Pío XI dice que es una "participación de los seglares en el apostolado de la jerarquía"; definición que repite en muchas ocasiones: en sus Cartas al Cardenal Bertram, al Cardenal Gasparri (24-1-1927), al Episcopado Colombiano (14-2-1934), en alocución a los Seminaristas de Roma (12-3-1936), y a las jóvenes de Acción Católica de Italia (19-3-1937), etc. Más de una vez confesó el Papa haber ideado esta definición con especial luz divina, añadiendo que es exacta por contener todos los elementos de lo que se intenta definir[112].

Aunque en otras ocasiones el mismo Pío XI usó de los términos de "colaboración" y "cooperación" como sinónimos de "participación". Así lo hace en la Carta al Episcopado Colombiano, cuando habla de lo necesaria que resulta "la ayuda diligente de los fieles, a la que hemos denominado con iluminación divina  "participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia"[113]; en una elocución a peregrinos de la Juventud Femenina de Acción Católica (6-4-1934), les decía que  "la Acción Católica es la participación o colaboración de los seglares en el apostolado de la Jerarquía"; llama igualmente a la Acción Católica cooperación de los seglares en el apostolado jerárquico, en el discurso que dirigió al IV Congreso Internacional de la Juventud Católica.

Pío XII usa muy raramente del vocablo "participación"; prefiere los de "colaboración" y "cooperación". Mons. Dubourg, Arzobispo de Besaneon, después de una audiencia con Pío XII, escribe en un artículo de La Croix (13-14-1947) que la razón de preferir "colaboración" es su mayor aptitud para expresar con más fuerza la distinción que en el apostolado existe entre la parte perteneciente a los seglares y la de la Jerarquía. Los seglares poseen una actividad suya propia, que no conviene aminorar ni confundir con la de la Jerarquía. Esta misma explicación da también el Cardenal Piazza, Presidente de la Comisión Episcopal para la Acción Católica de Italia, de que se haya sustituido "participación" por "colaboración" en los nuevos estatutos de la Acción Católica Italiana[114].

La diversa terminología de los Sumos Pontífices dio ocasión a la diversidad de opiniones entre los autores. Algunos teólogos, como el P. Dabín, piensan que la definición de Pío XI es "estrictamente teológica, debiendo, por consiguiente las palabras "participación en el apostolado de la jerarquía" tomarse en sentido riguroso y pleno. Es más: para éstos, el fundamento de la Acción Católica es cierta equivalencia existente entre esas dos actividades, la de la Jerarquía y la de los seglares[115] (115).. Según J. Leclercq, "la Acción Católica se ha convertido oficialmente en uno de los elementos constitutivos de la Iglesia"[116] (116). Ni faltan autores convencidos de que esta "participación" incluye también una cierta comunicación de la potestad jerárquica.

Contra tales exageraciones declararon los Obispos alemanes en la Conferencia de Fulda de 1933: "La Acción Católica es una participación en el apostolado de la Jerarquía, no en. la Jerarquía misma." Parecida a ésta es la declaración que hicieron los Cardenales y Arzobispos de Francia en marzo de 1946. Los excesos a que ha dado lugar la palabra "participación" parecen haber sido el motivo de que Pío XII la emplee con tanta reserva en sus documentos[117].

No faltan, por el contrario, pesimistas que no ven en la Acción Católica más que un nombre sin contenido, o lo que es peor, una forma de clericalismo disimulado. H. Úrs von Balthasar, en su obra El Lateado y el Clero (Einsiedeln, 1949), reprocha ásperamente a la Acción Católica el ser un organismo artificial, creado arbitrariamente por la suprema autoridad, que no es más que el esfuerzo desesperado del clero por continuar dominando en los seglares y en la esfera de lo temporal. Aún con mayor fuerza expresa E. Michel esta misma idea: "la unión de los seglares en la Acción Católica es una creación híbrida del moderno clericalismo, que busca de este modo librarse de su "ghetto" con ayuda de tales intermediarios, logrando únicamente traerlos consigo a él"[118].

Para esclarecer un poco tan difícil cuestión, ofrecemos algunas consideraciones:

a)      Como muchas veces ha afirmado Pío XI, la Acción Católica, en su esencia genérica, o sea, en cuanto apostolado seglar, no es cosa nueva en la Iglesia; lo es ciertamente en su forma orgánica actual. Con esta organización la Iglesia eleva el apostolado seglar de su condición privada e individual al nivel de lo público y oficial. La organización coordinada del apostolado de los seglares no es un intento del clero de reducir a normas la acción del Espíritu Santo, que se acomoda a las exigencias de cada época. Por lo demás, la organización oficial no absorbe toda la actividad apostólica de los seglares: les queda intacta como antes la facultad de entregarse a un apostolado personal.

 

b)      Además de coordenar el apostolado individual de cada seglar con el de los demás, la Acción Católica combina el de todos con el de la Jerarquía, insertándolo en éste. El hecho de que se integren y combinen no quiere decir que se confundan o se convierta uno en otro: ambos conservan su propia naturaleza distinta, pero se unen de manera que forman una serie, siendo uno continuación y complemento de otro. No se trata, por tanto, de comunicar a los seglares el poder y la actividad de la Jerarquía; ni la Jerarquía hace suya la actividad de los seglares ejerciéndola por medio de ellos. Es la unión e integración de ambas actividades, sin que ninguna salga de su propio campo, es un único apostolado de la Iglesia.

c)      ¿Qué palabra expresa mejor la integración del apostolado seglar en el jerárquico: "participación" o "colaboración"? Debe, ante todo, advertirse que no existe oposición alguna entre ellas. Se diferencian únicamente en que una hace resaltar un aspecto y otra otro, pero siempre dentro de la misma idea. Se completan mutuamente. "Participación" es más a propósito para dar a entender la unión íntima que existe entre el apostolado de ambos. Ponderando la importancia que tan íntima unión tiene en el concepto de Acción Católica, decía Pío XI, hablando a las Asociaciones Católicas de Roma (19-4-1931), que la Acción Católica perdería toda su razón de ser si se oscurecen, aunque sólo sea por un momento, estas ideas fundamentales o se afloja el vinculo esencial que la une con la Jerarquía. Mas conviene no perder nunca de vista la autonomía de la Acción Católica. Como advierte muy bien Pío XII, el apostolado de los seglares, aun cuando está íntimamente unido al de la Jerarquía, conserva siempre un campo suyo propio. Esta autonomía se pone más de relieve con el término "colaboración". Al tratar de determinar las relaciones de la Acción Católica con el apostolado de la Jerarquía, deben resaltar ambos aspectos por igual. Es una unión especial, en que se funden sin confundirse, y que espera del estudio de los teólogos y juristas una formulación más precisa. Mientras ésta llega, puede muy bien servir el vocablo "integración".

 

                        2.   ¿Qué es lo que confiere el "mandato"?

Escribe Pío XI en su carta al Cardenal Ber-trám:  "La sagrada Jerarquía, al mismo tiempo que el mandato, da también apoyo y estímulo a los fieles que, asi unidos, estuviesen siempre dispuestos a secundar sus empresas"[119]. Esta expresión es frecuente en sus documentos. También Pío XII hace referencia muchas veces al mandato. Nueva dificultad y nuevas controversias. ¿En qué sentido debe entenderse la palabra "mandato"? ¿Qué es lo que recibe la Acción Católica por medio de ese "mandato"?

Son pocos los que piensan que el "mandato" nada incluye; casi todos admiten que significa algo positivo. Según unos, indica la misión canónica en sentido estricto, por la que se comunica al mandatario una participación de la potestad jerárquica. De esta opinión es Monseñor Zacarías de Vizcarra, Asistente Eclesiástico de la Acción Católica Española, quien sostiene que los directores y los miembros de la Acción Católica con el mandato canónico reciben la potestad necesaria para participar oficialmente en el apostolado jerárquico, añadiendo que esa potestad que reciben es una participación del poder jurisdiccional de la misma Jerarquía[120]. M. V.'Pollet defiende esta misma opinión extremista: "La Acción Católica no es solamente colaboración o cooperación con la Jerarquía, sino además una verdadera participación de la potestad, de la autoridad y del mandato jerárquicos. La participación parece realizarse por vía de comisión o delegación, pues se trata de un mandato... La Acción Católica participa de la misión jerárquica en cuanto magisterial, y por cierto del magisterio ordinario..., no en lo que la Jerarquía posee de orden y jurisdicción"[121] (121); y continúa: "Es preciso que el participante y el participado tengan alguna cualidad común, que, en el caso presente, creemos sea el mandato apostólico. Se trata de un mismo mandato para todos. Lo recibieron los apóstoles, transmitiéndole por derecho divino a la Jerarquía. Finalmente, el Espíritu Santo, por medio del Romano Pontííice, ha hecho que se extienda también a los seglares por delegación o por comunicación"[122]. Esta última opinión parece muy peregrina y sin ninguna probabilidad, pues, según ella, la Iglesia se hubiera reservado para sí sola, durante casi veinte siglos, una potestad destinada a todos los fieles. El mandato de Cristo a los fieles ha sido siempre eficaz y puesto en obra. La Iglesia, según las exigencias de cada época, añade un nuevo mandato que, sin cambiar la naturaleza del apostolado seglar, le da una nueva estructura externa. Para otros autores, en cambio, "mandato" no tiene el sentido jurídico de comunicación de una potestad, sino el significado ordinario y literal de precepto, voluntad, norma, etc. Entre ellos se encuentra Arturo Lobo en su obra Qué es y qué no es la Acción Católica. Afirma el autor que recibir la Acción Católica el mandato de la Jerarquía significa sencillamente que está directa e inmediatamente a las órdenes de ella, como tantas otras asociaciones que reciben de la Jerarquía preceptos, consejos, estímulos, normas, etc. Según J. Sabater March, el "mandato" de que habla PíoXI es sinónimo de "voluntad y beneplácito"[123]. Del mismo parecer es el P. Regatillo, quien afirma que en el pensamiento de Pío XI, "mandato" tiene el sentido ordinario de precepto, norma, voluntad de la Iglesia[124]. Creemos que la raíz de la dificultad está en que los juristas en general, tanto los que admiten como los que niegan al "mandato" sentido canónico, pretenden reducir todo a las especies y divisiones jurídicas ya existentes en el Código. De aquí nace la tendencia de los autores a incluir sin distinciones la Acción Católica en una de las tres formas de Asociaciones de fieles descritas en el mismo Código; ése es igualmente el motivo de que unos vean en el "mandato" un contenido jurídico y otros crean que de jurídico no tiene nada. Mas unos y otros parecen olvidar que la promulgación del Código no coarta en nada la potestad de la Iglesia para fundar nuevas maneras de Asociaciones, cómo sé ve por la creación de los Institutos Seculares.

Por consiguiente, el "mandato" de que tratamos parece debe entenderse en un sentido especial y nuevo, que no es el sentido jurídico del Código, ni es tampoco un sentido meramente literal.

Por una parte, el mandato no comunica a los miembros de la Acción Católica potestad jerárquica, como tampoco se les encomienda ejerzan actividad alguna del apostolado jerárquico; les bastan sus propias actividades. Por otra parte, no sólo vincula a los seglares nuevamente a la Jerarquía por razón del mandato (en sentido de precepto y beneplácito), sino que además les confiere una nueva dignidad y un derecho nuevo. ¿Qué es, pues, el mandato? Podríamos explicar su naturaleza del modo siguiente: Por parte de la Jerarquía: La Jerarquía, en este caso, no se contenta con aprobar y dirigir, como hace con otras asociaciones laicales; ni se limita a erigir y gobernar, como suele hacer con las asociaciones de fieles que la Iglesia ha fundado, sino que además incorpora a sí misma este apostolado de los seglares, asumiendo junto a ellos la responsabilidad y ocupándose positivamente de su orientación. Por parte de los seglares: Estos someten libremente a la Jerarquía una actividad apostólica que podrían ellos ejercer sin depender directamente de aquélla; la adaptan de manera que sirva de complemento al apostolado de la Jerarquía, obteniendo de este modo el derecho a obrar en nombre de la Iglesia.

Tenemos una analogía con lo que sucede en la profesión religiosa. Los votos serán siempre una acción libre del individuo para con Dios. Puede, sin embargo, la Iglesia confirmar esa profesión con su autoridad, haciéndola de derecho público; entonces ya es una obligación a Dios no sólo por el individuo, sino por toda la Iglesia. El mandato, además de elevar la Acción Católica a la categoría de organismo público en la Iglesia, como lo hace la erección canónica con otras asociaciones, la incorpora a la Jerarquía, convirtiendo la actividad de sus miembros, mientras obran en virtud del mandato, en actividad de la Iglesia, que asume la dirección y responsabilidad. Es, en otras palabras, la elevación del apostolado seglar a un orden nuevo, sin cambiar la naturaleza: la actividad de los miembros de Cristo se convierte en actividad de todo el Cuerpo. Se les comunica algo jurídicamente indefinible: no es la potestad de orden o de jurisdicción, sino una especie de dignidad o de recho a obrar en nombre de la Iglesia, cosa de por sí reservada a la Jerarquía. Ha declarado el Congreso de Cardenales y Arzobispos de Francia que la palabra "mandato", frecuente en los documentos de la Santa Sede y del Episcopado francés, parece la más indicada para designar las relaciones que median entre la Jerarquía y las organizaciones seglares. El apostolado seglar no pertenece al mismo orden que el apostolado del clero. Los miembros de Acción Católica no son vicarios seglares, sino que ellos mismos tienen su propia y trascendental misión que cumplir en la Iglesia. Sin que pierda nada de su dignidad ni cambie su naturaleza, el apostolado organizado de los seglares recibe por medio del mandato carácter oficial y público dentro de la Iglesia. Pero sigue siendo enteramente apostolado seglar[125] (125).

                        3.   Intervención de la Jerarquía en la Acción Católica

Como afirmaba Pío XII en su discurso al Congreso Internacional de Apostolado Seglar, la actividad apostólica de los seglares puede depender de la Jerarquía en muy diversa medida. Tal dependencia alcanza su grado máximo tratándose de la Acción Católica, que es por excelencia el apostolado oficial de los seglares. Las demás actividades apostólicas de éstos, estén o no organizadas, gozan de la más amplia libertad, según lo pide su peculiar finalidad. Se les exige únicamente fidelidad a la doctrina ortodoxa y obediencia a las disposiciones legítimas de la autoridad[126].

En esa gradación de dependencia, el último puesto corresponde a las asociaciones puramente seglares, es decir, a aquellas que la Iglesia no ha erigido en persona moral. Sobre éstas la Iglesia se limita a vigilar, como haría con la actividad apostólica de cualquier cristiano particular. Un ejemplo típico de esto son las Conferencias de San Vicente de Paul. Habiendo preguntado el Sr. Obispo de Corrientes (Rep. Argentina) a la Sagrada Congregación del Concilio "si la Sociedad de San Vicente de Paúl estaba sujeta y en qué medida a la potestad del Ordinario del lugar", recibió esta respuesta de la Congregación: "El Ordinario del lugar tiene el derecho y el deber de vigilar para que en dicha Sociedad nada se haga contra la fe y las buenas costumbres. Si hubiera algún abuso, a él toca poner remedio"[127] (127).

Las asociaciones que han sido constituidas por la Iglesia están enteramente sujetas a la autoridad jerárquica, aunque ésta no se haga solidaria de su actividad. Se rigen por estatutos previamente aprobados por la Jerarquía.

La Acción Católica, además de ser erigida por la Iglesia, recibe de ella el "mandato", como hemos explicado anteriormente. De este modo la Iglesia asume la dirección y la responsabilidad de ese apostolado seglar, haciéndolo en cierto modo suyo. La unión y dependencia llegan aquí al más alto grado.

No obstante, a los seglares, miembros de la Acción Católica, les queda intacta su libertad de acción. Al decir que la Acción Católica es como un instrumento en manos de la Jerarquía, sólo queremos indicar, dice Pío XII, que la Jerarquía usa de ella, como Dios hace con las creaturas racionales, respetando su libertad[128]. Lo mismo dijo a los Delegados de la Acción Católica Italiana: la Acción Católica no solamente no excluye, sino que estimula positivamente la iniciativa personal entre sus miembros. Estos no deben conducirse como ruedas inertes engranadas en una gran máquina, incapaces de moverse sin el impulso central; ni son tampoco sus directores especie de jefes de una fábrica eléctrica, encargados únicamente de mandar, cortar o regular el curso de la electricidad por el vasto tendido[129].

Para garantizar mejor la autonomía de la Acción Católica ha dispuesto la Iglesia que todos sus directores sean seglares. La Jerarquía, aunque íntimamente unida a ella, queda siempre al margen, interviniendo en la aprobación y dirección lo estrictamente necesario para hacerse responsable de tal actividad. Algo semejante a lo que sucede entre el gobierno civil y el ejército. Es el gobierno civil quien decide si hay que hacer la guerra, contra quién y cuándo; pero la estrategia o modo de hacerla es ya asunto diverso, que pertenece a los jefes del ejército. Por eso Pío XII exhorta a los Superiores eclesiásticos a que estimulen las iniciativas entre los apóstoles seglares y escuchen las sugerencias de éstos, las soluciones geniales son debidas a los que están en vanguardia[130].

                        4.   Amplitud y límites de la Acción Católica

San Pío X, que ha sido en gran parte el autor de la denominación "acción católica", dejó ya definido en su Encíclica II termo Proposito, el ámbito de la Acción Católica: "Es amplísimo el campo de la Acción Católica, que de por sí nada excluye de lo que directa o indirectamente puede rferirse al cumplimiento de la misión divina de la Iglesia"[131]. Mas, cuando el Papa escribía esto, la Acción Católica no tenía aún -forma oficial. Por tanto, podrían sus palabras referirse a toda clase de apostolado seglar. Pero poseemos la clara aserción de Pío XI, fundador de la Acción Católica en su forma oficial: dondequiera se trate de la gloria de Dios o de la salvación de las almas, de distinguir entre el bien y el mal, de interpretar o llevar a la práctica la ley de Dios, hasta allí se extiende el campo de la Acción Católica. A todo lo que abarque el apostolado de la Jerarquía, se extiende igualmente el de la Acción Católica. Sin exceder los límites del mandato recibido, tiene un campo inmenso, aunque dentro de él tenga normas concretas sobre el modo de desplegar su actividad[132]. Igualmente, según Pío XII, el apostolado de la Acción Católica abarca todo el campo religioso y social: todo lo que pueda caer dentro de la misión y actividad de la Iglesia[133]. El ámbito de la Acción Católica, por consiguiente, coincide con el de la Jerarquía, si exceptuamos lo que se refiere a la potestad de orden y a la de jurisdicción. Tiene, pues, una amplitud inmensa, que incluye, además del orden espiritual, todo lo temporal y material que tenga relación con él En su mismo extensión se ponen ya de manifiesto los límites de la Acción Católica. Escribe Pío XI: "La Acción Católica, al igual que la misión encomendada por Dios a la Iglesia, y aun al mismo apostolado jerárquico, no es puramente exterior, sino también espiritual, no política, sino religiosa. Podemos, sin embargo, llamarla "social", ya que trata de difundir el reino de Cristo, cuya propagación trae a la sociedad el mayor de todos los bienes y otros que de él se derivan, son los llamados bienes políticos, que se refieren al estado general de la nación y son comunes a todos los ciudadanos, no a cada uno en particular. Todo esto puede y debe conseguirlo la Acción Católica si, observando fielmente las leyes divinas y eclesiásticas, se mantiene ajena a toda clase de partidos políticos"[134].

Por tanto, la Acción Católica, en cuanto tal, no se ocupa del orden temporal en sí mismo. La razón es manifiesta: el orden material queda fuera del campo de la Jerarquía. Por consiguiente, no puede ésta asumir la responsabilidad o hacerse cargo de la actividad de los fieles, en ese orden. La Acción Católica no comprende, pues, todo el apostolado de los fieles, sino solamente aquel que se desarrolla en el orden espiritual, entendiéndolo en el sentido amplio que le hemos dado más arriba. La acción de los católicos, en cuanto al objeto, es más amplia que la Acción Católica. En cambio, la Acción Católica es muy superior en lo que al orden espiritual se refiere, por &u vinculación orgánica al apostolado jerárquico y por su rango de actividad pública en la Iglesia. Podríamos también decir que coinciden en el objeto material, ya que nada humano existe en que no se mezcle algo de orden espiritual o moral. La diferencia formal está en que la Acción Católica mira al mundo únicamente desde el aspecto sobrenatural, mientras que la acción de los católicos incluye asimismo el orden temporal.

                        5.   La Acción Católica no es la única forma de apostolado seglar

Por el hecho de que la Acción Católica extienda su apostolado a todo el orden espiritual, no quedan excluidas otras organizaciones en ese mismo orden. La Iglesia, al instituir la Acción Católica, no pretende quitar importancia a otras asociaciones de fieles, ya erigidas por ella, ya por personas particulares. El apostolado individual de los fieles conserva en la Iglesia toda su necesidad y eficación. Bien ha puesto de relieve esta verdad Pió XII en su discurso al primer Congreso de Apostolado Seglar, afirmando que existen verdaderos apóstoles seglares, hombres y mujeres, que, sin pertenecer a la Acción Católica ni a otra alguna asociación aprobada por la Iglesia, despliegan una fecunda actividad; llamó la atención sobre la obra de aquellos seglares heroicos que, en regiones donde la Iglesia es perseguida como en los primeros siglos del cristianismo, suplen en lo posible, exponiendo muchas veces sus propia vida, al clero encarcelado, enseñan a los demás fieles la doctrina cristiana, fomentando en ellos el espíritu católico y la vida religiosa, les inculcan la frecuencia de los sacramentos y las prácticas de piedad, y en primer lugar la devoción a la Eucaristía. Contemplad, decía, a esos seglares en sus tareas; no preguntéis a qué organización pertenecen; admirad generosamente el bien inmenso que hacen; alegraos cuando veáis que muchos, guiados por el mismo Espíritu, trabajan fuera de vuestras filas por conquistar a sus hermanos para Cristo[135].

Todos los fieles tienen el deber de hacer apostolado, aunque no todos en forma rigurosamente organizada. He aquí cómo argumenta el Papa en el citado discurso: ¿Se puede afirmar que están todos llamados al apostolado, tomando este vocablo en un sentido único? Dios no ha concedido idéntica oportunidad ni las mismas cualidades para ello. No se puede pedir a una esposa o a una madre de familia, ocupada en la educación cristiana de sus hijos, en las labores domésticas y en ayudar al marido a sostener la economía familiar que se entregue a un apostolado de esa clase. No están, pues, llamadas a ejercer el apostolado organizado[136].

                        6.   Algunas modificaciones en el concepto de Acción Católica introducidas por Pío XII

El discurso de Pío XII (5-10-1957) al Segundo Congreso Internacional de Apostolado Seglar, ha dado nuevas orientaciones que, sin ser obligatorias, eran propuestas a la atenta consideración del mismo Congreso[137]. El motivo de introducir tal novedad es el siguiente: reservar el nombre "Acción' Católica" exclusivamente para designar una forma determinada de apostolado ocasiona en la mente, del pueblo cierto prejuicio contra las demás formas organizadas de actividad apostólica, como si no fueran auténtico apostolado. Es ciertamente un error el de muchos que identifican la Acción Católica con el apostolado orgánico de los seglares. Pero esta mentalidad está muy difundida y acarrea graves daños a 'Otras asociaciones de apostolado seglar que, a- pesar de su fecunda labor, pasan ordinariamente por secundarios y de escasa importancia. Y aun puede llegar el prejuicio a despojar de toda eficacia la actividad de aquéllas en las diócesis.

Para evitar este inconveniente, el Sumo Pontífice propone dos modificaciones: una, que se refiere a la terminología; otra, a la organización. En cuanto a la primera, debiera utilizarse en adelante la denominación "Acción Católica", nombre hasta el presente aplicado a una forma particular de apostolado organizado, para designarlas todas en general: el nombre de una especie se generaliza. Automáticamente la estructura de la Acción Católica debe cambiar igualmente: deja de ser una organización homogénea, para convertirse en federación heterogénea. Todas las asociaciones tendrán el carácter general de “Acción Católica”, conservando siempre su propio nombre y su naturaleza especifica. La innovación también afecta al “mandato”, La Acción Católica, entendida en el sentido global que acabamos de explicar, no habrá de recibir necesariamente el mandato; la jerarquía podrá libremente concederlo rehusarlo a cada uno de las asociaciones particulares de que esta compuesta. No es licito, sin embargo a los obispos dejar fuera de la Acción Católica a algunas de la asociaciones de apostolado seglar.

La reforma aporta varias modificaciones a la Acción Católica es sus dos notas esenciales:

1) Finalidad Universal. La Acción Católica se distingue de las demás asociaciones, sobre todo, por la universalidad de su fin, que abarca todo genero de apostolado. Ya lo había insinuado San Pio X en su encíclica  Il Fermo Proposito[138]. En su alocución a los delgados de la Acción Católica Italiana (3-4-1951) se expresa aún con mas fuerza Pío XII, diciendo que, mientras las demás asociaciones reciben el nombre de actividad particular a que cada uno desarrolla, esta se llama “Accion Catolica”, por tener una finalidad universal, ilimitada[139] (139). Mas ahora, con la innovación propuesta, este fin universal pertenecerá al conjunto de las diversas asociaciones federadas, conjunto que en adelante se denominará Acción Católica. Para que resulte la Acción Católica no es necesario que cada una de las asociaciones tenga el fin universal; basta que lo tengan entre todas. Esta idea no es completamente nueva en el concepto tradicional de Acción Católica. Ya en algunas regiones, donde no existía la Acción Católica en su forma unitaria, otras asociaciones de fieles con diversos fines se habían unido entre sí para formar una especie de Acción Católica de carácter federativo. Esta forma excepcional se convierte ahora en norma.

2) El mandato. Es la otra propiedad que hasta el presente se consideraba esencial en el concepto de Acción Católica, que, por el mero hecho de serlo, se presuponía haberlo recibido. Mas ahora la finalidad universal se traslada, de manera que ya no pertenece a las asociaciones particulares, sino al conjunto; paralelamente, el mandato ya no se concede a la Acción Católica en general, sino a cada una de las asociaciones; cuando pareciere conveniente. Además, deja el mandato de ser un elemento necesario de la Acción Católica.

¿Qué significa, pues, "Acción Católica" en su nuevo sentido? A nuestro modo de ver, el Sumo Pontífice ha querido designar con este nombre el conjunto de asociaciones dedicadas al apostolado seglar. No simplemente el apostolado seglar, sino el apostolado orgánico; ni tampoco las diversas asociaciones de por sí, sino su conjunto. El Papa no ha determinado cuál haya de ser la naturaleza de esta federación y cuáles los vínculos entre las diversas corporaciones. Lo deja al estudio de los peritos.


 

               CAPITULO IX ACTIVIDAD DE LOS CATÓLICOS

Para que mejor se entienda lo que vamos a decir en este capítulo, hacemos las siguientes observaciones:

1) Con el nombre de actividad de los católicos designamos todo apostolado, individual o colectivo, que los seglares ejercen por iniciativa privada[140]. Los organismos que erigen los seglares por su propia cuenta no adquieren categoría de persona moral en la Iglesia, y, por tanto, sus acciones son de derecho privado, como los de cualquier individuo. Puede, sin embargo, la Iglesia recomendar tales corporaciones, como lo hace con frecuencia. Se lee en el canon 684: "Son dignos de alabanza los fieles que se inscriben en asociaciones erigidas o al menos recomendadas por la Iglesia." Aquí se ve clara la distinción de las asociaciones piadosas en eclesiásticas (erigidas por la Iglesia) y laicales (fundadas por seglares y recomendadas por la Iglesia). A esta segunda categoría pertenecen las Conferencias de San Vicente de Paúl, la Legión de María, etc. Ante el estado civil pueden éstas gozar de personalidad jurídica, y de hecho así sucede en ocasiones (*).

2) No tratamos aquí del apostolado en su sentido estricto, sino en un sentido más amplio. Es difícil deslindar con precisión, afirma Pío XII, lo que pertenece al apostolado seglar propiamente dicho. Así, por ejemplo, podríamos preguntamos si son actividades apostólicas: la educación de los hijos por padres de piedad ardiente o maestros de vida auténticamente cristiana; la conducta de un buen médico católico, cuya conciencia no cede cuando entra en juego la ley natural o divina, y defiende enérgicamente la dignidad cristiana de los cónyuges y los derechos sagrados de la prole; la actuación de un político que trabaja por aumentar el número de viviendas proyectadas en pro de los menos favorecidos por la fortuna. Muchos lo niegan, por no ver en ello otra cosa que el cumplimiento de un deber. El Sumo Pontífice cree que es una labor de eficacia incomparable este sencillo cumplimiento del deber, que realizan miles y miles de fieles de una conciencia ejemplar[141].

3) La actividad de los católicos incluye, además de las actividades apostólicas de orden espiritual, aquellas de orden temporal que se refieren al fin secundario de la Encarnación.

                   1.   Actividad de los católicos en el orden espiritual

Es una cuestión que no necesita largas explicaciones. En el orden espiritual, la acción de los católicos tiene el mismo objeto y extensión que la Acción Católica. Este apostolado puede ser directo o indirecto, según que los medios utilizados para obtener su fin espiritual sean espirituales o temporales. Como ya hemos especificado, coinciden, en el primer caso, el fin de la obra y el del que la ejecuta; en el segundo caso, conservando la obra su ordenación a lo temporal, por la intención del individuo se convierte en actividad espiritual. De las asociaciones seglares mencionadas por el Código, podemos decir que las Cofradías se ocupan del apostolado directo, mientras las Pías Uniones del indirecto.

Es apostolado directo todo lo que hacen los fieles, individual o colectivamente, para fomentar el culto divino, la frecuencia de los sacramentos, prácticas piadosas, etc. Una de las normas principales de este apostolado es la instrucción religiosa. No se trata de la enseñanza oficial y pública, que, por delegación de la Jerarquía, ejercen algunos seglares, como, por ejemplo, los catequistas. Hablamos de la instrucción privada que todos los fieles pueden, y en ocasiones están obligados a hacer, para ayudar a la salvación de sus prójimos. Es un derecho, y al mismo tiempo un deber gravísimo y trascendental de los padres el de dar instrucción religiosa a sus hijos. Y esto no les pertenece por delegación de la Jerarquía, sino por institución divina. Todos están obligados por caridad, según las posibilidades de cada uno, a instruir en las verdades de la fe a cuantos las ignoran y si no es posible de palabra, al menos con el ejemplo.

Existe otra manera de magisterio que, aunque no público en sentido jurídico, lo es en sentido vulgar, es decir; se dirige a la multitud. Ejercen este magisterio los seglares competentes que con sus palabras y sus escritos propagan la fe católica. Su apostolado no es autoritativo, y, por consiguiente, carece de valor dogmático y moral en la Iglesia. Mas tienen autoridad los doctores ante el mundo, y de ahí nace su particularísima eficacia en el apostolado eclesiástico. Siempre ha habido en la Iglesia doctores y apologistas seglares, y sigue habiéndolos hoy día. León XIII elogia los servicios incalculables que su labor apostólica presta a la Iglesia: "Defender la integridad de la fe no es tarea exclusiva de la jerarquía. Todos están obligados, si la necesidad lo exige, a divulgar entre los demás su fe, instruir o corroborar a los ya creyentes, rechazar los ataques de los infieles[142] (...) Por derecho divino, el oficio de predicar y enseñar pertenece a los Obispos, encargados por el Espíritu Santo del gobierno de la Iglesia, y en primer lugar al Romano Pontífice (...) Con esto no se intenta excluir la colaboración de las personas privadas, y en particular a aquellas que Dios ha dotado de ciencia y ansias-de hacer el bien. Cuando las circunstancias lo pidan,- deben éstos, sin dárselas de doctores, divulgar entre los demás la doctrina que ellos mismos han aprendido de sus maestros. Tan oportuna y provechosa pareció a los Padres del Concilio Vaticano esta labor privada, que llegan a solicitarla: Rogamos por la misericordia de Jesucristo y mandamos con la autoridad del mismo Señor y Redendor nuestro, a todos los fieles cristianos, y en primer lugar a los que desempeñan cargos de gobierno o magisterio, que se apliquen con generosa entrega a destruir los errores que la Iglesia condena, haciendo brillar dondequiera la luz de la verdadera fe... [143]. Entre los deberes que tenemos para con Dios y la Iglesia, hay que contar sobre todo el que cada uno tiene de procurar con diligencia la difusión de la doctrina cristiana y su triunfo sobre el error"[144] .

El apostolado indirecto en el orden espiritual consiste, según hemos indicado ya, en utilizar medios temporales para la conversión o aprovechamiento de las almas. Mas no cualquier actividad temporal puede fácilmente convertirse en apostolado espiritual: es necesario que posea alguna aptitud natural para atraer a las almas. Los más eficaces son las obras de caridad, como: el cuidado de los enfermos y huérfanos, la educación de los niños, el socorro de los pobres, etc. En nuestros días, todo lo que contribuya a mejorar la condición del obrero o a suavizar la tensión existente entre las diversas clases sociales, es un medio magnífico de apostolado indirecto, por ser el más indicado para disponer los animos a recibir la verdad. Otros medios modernos, son, por ejemplo: la imprenta", el cine; la radio, la televisión, etc. Pueden también utilizarse como medios de apostolado indirecto los "scouts", "clubs" y otras corporaciones sociales. En un discurso del 5 de octubre de 1950, Pío XII dio bien a entender el ámbito inmenso de tal apostolado: no solamente los maestros y maestras, sino cualquier hombre o mujer pueden desplegar una labor apostólica eficacísima a través de su profesión. Mejor oportunidad aun tienen hoy los médicos, ingenieros y demás especialistas que, como miembros de la UNESCO u organismos similares, se encargan de la ayuda a naciones menos desarrolladas [145](145).

Con estas breves nociones sobre el apostolado seglar de orden espiritual, podemos ya explicar su actividad en el orden temporal, terreno reservado a ellos solos.

                   1. Apostolado de los seglares en el orden temporal (*)

Es uno de los puntos más importantes en la cuestión del apostolado de los seglares, pues sólo ellos pueden convenientemente desarrollar esta actividad, perteneciente al fin secundario de la Encarnación que, como ya dejamos explicado, es la redención y restauración en Cristo del mundo temporal y material. Jesucristo no quiso, mientras vivía en la tierra hacer uso de su dominio sobre el mundo, si quiere que actualmente lo haga la Iglesia. La nueva ordenación del mundo a Dios debe ser obra no de la jerarquía eclesiástica con su autoridad, sino de los fieles en particular, que lo conquisten sin violencias. La jerarquía forma a los cristianos, para que después los cristianos reformen al mundo. Vamos a deslindar antes un poco el apostolado espiritual indirecto del apostolado seglar de o orden temporal, pues hay peligro de confundirlos, ya que tienen muchas coincidencias externas y materiales :

1)      No se trata aquí del último fin del agente. Todo acto del cristiano, como de cualquier otro hombre, debe dirigirse en último término a Dios. El fin último de cualquier acto humano es siempre la gloria de Dios y la salvación eterna del que lo ejecuta en primer lugar, y luego de los demás. En esto coinciden el apostolado espiritual y el temporal.

2)      La diferencia fundamental entre las dos maneras de apostolado radica en el fin próximo de la acción:  ¿se identifican la intención del agente y el fin de la acción misma? En el apostolado de orden temporal, sí  (siempre que se trate de una acción naturalmente buena); en el apostolado espiritual indirecto el fin de la acción es solamente un medio para que el agente pueda conseguir un fin espiritual. En el primer caso, se busca el fin de la acción en si mismo; en el segundo, únicamente en orden a otra cosa. Un ejemplo: hace apostolado espiritual indirecto el médico misionero que se esfuerza por devolver la salud corporal a un enfermo, con el fin de que su alma esté mejor dispuesta a recibir la gracia de la conversión. Este busca ciertamente la salud, pero no como fin próximo, sino como medio para conseguirlo. Pongamos el caso de otro médico católico, lleno de caridad cristiana, que trabaja por la salud del enfermo, sin añadir otro fin próximo a su acción: para éste coinciden el objeto de la acción y su propia intención. Tratamos de averiguar si es un acto meritorio el de este segundo médico; si puede convertirse en auténtico apostolado.

3)      Adviértase que, en nuestras hipótesis, las acciones del segundo médico no carecen de último fin sobrenatural, sino solamente del fin próximo espiritual. Con relación al último fin, todos los demás fines, espirituales o temporales, no pasan de ser medios. Nuestra cuestión se plantea a la altura del fin próximo, y es la siguiente: ¿tiene el orden temporal en sí mismo algún valor que permita considerarlo fin próximo, o ha de ser por fuerza sólo medio ordenado a una ulterior finalidad espiritual? Intentaremos resolver este difícil problema.


 

               CAPITULO X "CONSAGRACIÓN DEL MUNDO"

¿Hay realmente valores naturales?

He aquí cómo plantea el problema Mrs. Gerardo Philips: "La cuestión es tal vez prematura, pero se propone frecuentemente. Abordémosla con plena sinceridad. No es raro entre los seglares creerse considerados por el clero cristianos de un grado inferior, a los que se concede -porque no se puede por menos-ocuparse de las cosas transitorias del mundo. A los ojos del sacerdote, nada tiene valor, fuera del Reino de Dios; y los "valores" temporales para él prácticamente no existen. Según ellos el mundo no es más que un puro medio para conseguir "otrn cosa". No les interesa que el mundo progrese. Sus obras e instituciones de caridad no son mas que ardides para atraer a las almas. Los seglares han tomado este asunto muy en serio y se creen obligados a defender denodadamente los bienes humanos contra las continuas incursiones del clericalismo. De aquí nacen conflictos a cada paso.

"Este problema, va de por sí muy arduo, te agrava con las contiendas de naturalistas y sobre naturalistas. Aquéllos proclaman la existencia de bienes naturales creados por Dios y entregados al hombre; y advierten que un larvado maniqueísmo quiere condenar el mundo, como si fuera obra del espíritu maligno; censuran ásperamente a los místicos por despreciar, llevados de sus ansias espirituales, toda realidad terrena. Los sobre naturalistas, por el contrario, temen que atribuyamos a la naturaleza una especie de justicia intrínseca e independencia absoluta, oscureciendo así nuestra orientación hacia Dios. Condenan los encantos de las cosas terrenas por el peligro de ser enredados en ellas. Con tono profético nos advierten que pasa la figura de este mundo: ¿para qué gastar nuestros esfuerzos en un edificio que se derrumba?

"Este es el crudo problema del humanismo cristiano. Ni católicos, ni protestantes, ni ortodoxos han podido eludirle. La cuestión, que no se resolverá a base de silogismos, alcanza a la entraña del Evangelio y pone en juego la existencia misma del cristiano seglar en cuanto tal"[146] (146).

Creemos que toda esta controversia desagradable parte de una equivocada posición inicial: tanto los naturalistas, que ven en el mundo material un bien absoluto, como los seudo-supernaturalistas, que no ven otra cosa que un mal irremediable, ambos contemplan el mundo desencajado de su natural perspectiva: su relación a Dios. Y, cuando a una creatura se la considera sin atender a su relación a Dios, se sigue forzosamente una de estas dos consecuencias: idolatría o iconoclasmo. El cristiano debe contemplar el mundo únicamente en cuanto dice relación con Dios, y entonces es una cosa esencialmente buena, ordenada a la gloria de Dios y provecho de las almas. Estas dos finalidades son en cierto modo equivalentes; podemos usar del mundo para gloria de Dios, beneficiándose de este modo nuestra alma o, por el contrario, usar del mundo para nuestro provecho espiritual, ordenándolo todo a gloria de Dios. Si profundizamos un poco, vemos en seguida que estos dos aspectos no son simplemente dos maneras de expresar una misma realidad; son dos conceptos bien distintos. Si el mundo se ordenara únicamente al provecho espiritual del hombre, no serían necesarios grandes conocimientos de trigonometría o astrofísica; pero si el mundo está hecho para gloria de Dios, debe el hombre perfeccionarlo como sólo él puede hacerlo. Por eso "tomó Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que le cultivase y guardase"[147] (*).

                   Actitud del cristiano ante el mundo

La doble finalidad que hemos indicado posee el mundo trae consigo una doble actitud de la mente cristiana hacia él: renuncia ascética éñ el plano subjetivo y personal, explotación generosa en el plano objetivo social. La primera se refiere al disfrute de las cosas temporales, la segunda a su rendimiento.

San Pablo define muy bien cuál debe ser la actitud personal de cada uno frente al mundo: "Digoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen; los que compran, como si no poseyesen, y los que disfrutan del mundo como si no disfrutasen; porque pasa la apariencia de este mundo"[148]. Todos los bienes temporales están hechos para servicio del hombre, pero no todos los bienes son útiles a todos. Es tan necesario renunciar a lo superfluo como poseer lo necesario; y existe mayor peligro, dada la corrupción de la naturaleza humana, en la abundancia excesiva de bienes temporales que en su carencia. Las mismas cosas imprescindibles deben poseerse con espíritu de renuncia: los peldaños de una escalera nos prestan servicio cuando les pisamos y continuamos adelante, no cuando nos detenemos a descansar en ellos. Para dar un ejemplo palpable de esta verdad, algunas almas reciben llamamiento a una vida dé completa renuncia aun a las cosas que comúnmente se consideran imprescindibles. No practican solamente el espíritu de desprendimiento, cosa que deben hacer todos los fieles, sino que abandonan realmente todo, en cuanto lo permite la presente condición de vida. Da vida de éstos realiza concretamente el triunfo del espíritu sobre la materia.

Mas la renuncia total no es una negación de los "valores" temporales: hay un abismo entre la actitud del marxista y la del monje ante los bienes temporales. El marxista condena la propiedad privada (aunque él suele conservar la suya), como algo malo, al menos para los demás. El monje renuncia a la propiedad (sin condenarla) porque la cree una cosa buena, y, por tanto, digna de ser ofrecida a Dios. De ahí la sublime paradoja: los mayores defensores de la propiedad, de la familia y de la libertad son los que han renunciado a ellas.

La actitud integral del cristianismo con relación al mundo es un equilibrio entre el desprendimiento y la explotación: ser parco en el disfrute, y generoso en lo que se refiere a su explotación y mejoramiento. El asceta de Asís, habiendo renunciado al mundo, no por eso se hizo enemigo implacable del mundo, sino, todo lo contrario, cantor entusiasta de la naturaleza. Otro tanto hicieron los tres jóvenes en el horno ardiendo. La Iglesia repite hoy, en las fiestas, sus palabras de alabanza: "Bendecid al Señor todas las obras del Señor; cantadle y ensalzadle por los siglos"[149] . Por cierto, esto no es declarar la guerra.

Ha habido épocas en la historia de la Iglesia en que algunos confundían el cristiano desprendimiento del mundo con la indiferencia despectiva ante los "valores" temporales. Es lo que sucedió, por ejemplo, en tiempo de los apóstoles, cuando muchos cristianos creían que era inminente el fin del mundo. San Pablo se vio obligado a intervenir, reprendiendo ásperamente esta opinión insensata y la pereza de aquellos que, por seguirla, abandonaban toda labor material[150]. Lo mismo sucedió en los primeros siglos, cuando la Iglesia era perseguida por todas partes; era natural que muchos se sintiesen ajenos al mundo y no se preocupasen del' progreso de éste. Contribuyó también a esta confusión de ideas al tomar la perfección monástica, en espíritu y en la práctica, como norma de la perfección cristiana. El neoplatonismo fomentó mucho el desprecio de los "valores" temporales. Muchos santos Padres consideran al estado civil como un mal inevitable, consecuencia de la caída del hombre.

Mas estos sentimientos pasajeros no lograron debilitar el verdadero y profundo sentir de la Iglesia. Escribía Pío XII: "Ya desde los primeros siglos, desde la época patrística y sobre todo con motivo de la lucha espiritual contra el protestantismo y el jansenismo, la Iglesia ha tomado una posición bien definida a favor de la naturaleza,... Se ha mostrado siempre generosa en reconocer todo lo bueno y grande, aunque existiese antes que ella o fuera de sus dominios"[151].

Este es el inmenso campo de apostolado reservado a los seglares, donde ellos pueden ejercitarse libremente y cosechar abundantes frutos. Como ya hemos dicho, a la Iglesia toca formar a los cristianos, y a éstos pertenece reformar el mundo en sus valores naturales, inyectándole nueva vida cristiana. Escribía el Cardenal Suhard: "No se le pide al cristiano despreciar o denigrar al mundo, sino al contrario, elevarlo, santificarlo, para poder ofrecerlo como obsequio a Dios. En esto consiste la verdadera encarnación: la fuerza de Dios invade a la humanidad para elevarla e introducirla en la esfera divina." "El mantenerse unido a Dios en medio de la acción no requiere una mayor actividad. Exige únicamente-y ésta es una labor para toda una vida-que el cristiano se entregue a su tarea con una fe apasionada en la trascendencia divina, y con la convicción de que ella producirá las adaptaciones necesarias. Para el apostolado, tal como Jesucristo lo ha instituido, no es menos necesaria la fe viva que la técnica, la oración que el ingenio. Mejor dicho, une depende del otro. Se llega a los hombres pasando por Dios. En este sentido se ha llegado a decir que el apostolado está más allá de la contemplación"[152]. Solamente por medio de los apóstoles seglares podrá la Iglesia convertirse realmente en principio vital de la sociedad, y levantar el orden temporal a Dios. El Congreso de Cardenales y Arzobispos de Francia, en su declaración de marzo de 1946, escribía acerca del apostolado de los seglares: "La vida profana es el campo reservado a los seglares. Estos tienen la misión de cristianizarla, procurando, en las relaciones sociales, difundir su vida de gracia y de caridad. Están seguros de que, si ellos no lo hacen, no habrá nadie que les sustituya"[153].

BIBLIOGRAFÍA

NOTA.-Como ya existen bibliografías sistemáticas y bastante completas sobre el Apostolado seglar, las reseñamos aquí en primer lugar como fuentes, y después indicamos las más recientes publicaciones.

 

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

L'APOSTOLATO DEI LAICI: bibliografía sistemática. Univer-sita Cattolica del S. Coure; Ediwice "Vita e pensiero", Milano, 1957.

GUJCDE    BIELIGRAPHIQÜE    SUR    I/APOSTOLAT   DES    LAICS    [1957-

1951]:  Supplément au Bulletin "Apostolat des Laies", 1961, n. 2;  Piazza S. Callisto, 16, Roma.

 

PUBLICACIONES RECIENTES

ADVERSI, A.: II Laicato Cattolico: lineamenti storico-cano-

nistici. Editrice "Studium", Roma, 1961.

BONAVENTURA D'AR. :  La Testimonianza del Laicato Cattolico. Roma, 1962. Bosc, R.: La Société Internationale et l'Eglise: sociologie et moróle des relations internationes. Paris, Spes, 1961.

CAPPELLINI, E.: Azione Cattolica e Movimenti politici di ispirazione Cristiana nell'insegnamento di Pío XII. Pont.

Univers. Lateranensis, Roma, 1960.

GARRE, A. M.:   Prétres et La'ics, apotres de Jésus-Christ. Paris, Cerf, 1961.

DESMEDT, E.:   Le sacerdoce des Fideles. Bruges, 1961.

DOHEN,  D.:   Vertus  áu  chrétien  dans  le monde. Paris, 1961.

PEDERICI.  T.:   Speranza  dei  Laici.   Quaderni  Missionari n. 2;  Edizioni Missioni Consolata, Torino, 1961.

GUERRY: L'Eglise dans la mélée des peuples. Paris, Bonne Presse, 1961. HIEMERL, H.:  Kirche, Klerus und Laien. Wien, 1961.

HORNEF, J.: II Diaconato. Brescia, Morcelliana, 1961.

KLOSTERMANN, P.:   Das christliche Apostolat. Innsbruck Wienn-München, 1962.

THOMAS, J.:  L'apostolat du militant d'action catholique. París, Lethielleux, 1961.

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SEUMOIS, A.:  Apostolat: Structure théologique. Ed. tTrbanianae, Boma, 1961.

 

 


 


[1]           Alocución del 10-2-1952; Díscorsi e Radiomessaggi, t. 13, Tip. Poliglotta Vaticana, 1952, pp. 470-471; cfr. Alloc. ad paroecianos S. Sabae, del 11-1-953, Ibíd., t. 14, 1953, p. 453.

[2]           J. M. Perrin, L'heure des laics, París, 1954, en el proemio.

[3]           AAS (Acta Apostolicae Sedis), 38 (1946), p. 149.

[4]               ASS, 31 (1939), p. 443. Cfr. Pius XI, Epist. "Laectus sane nuntius", del 6-11-1929, al Cardenal Segura: Del conventu nationali Actioni Catholicae provehendae: "Es, por tanto, sumamente necesario en nuestros tiempos que todos sean apóstoles; es absolutamente necesario que los seglares no vivan desidiosamente, sino que estén prontos a la voz de la jerarquía eclesiástica, y que de tal modo ofrezcan a ésta sus servicios, que, orando, sacrificándose y colaborando activamente, contribuyan en gran manera al incremento de la fe católica y a la cristiana enmienda de las costumbres" (AAS, 21 (1929), p. 668).

 

[5]               Lc. 10, 1

[6]               Lc. 8, 1-3

[7]               Jn. 4, 28-30

[8]               Mc. 1, 45;  Mt. 9, 30-31

[9]                 ¿

[10]             Act, 18, 24-26.

[11]             l Cor. 16, 15-18.

[12]             Act 8, 4

[13]             ASS, 43   (1953), p. 511

[14]             Le  role  du  Itíícat   dans   l'Eglise,  Pai-ís/Tournai, 1954, p. 7

[15]             C. 7, e. XII, q. I (Friedberg,  I,  678).

[16]             Epistolae   et  privilegia,   58   (PL   (Garnier),   151, 338 C.).

[17]             Loc cit, 79 (ibíd., 360 BS).

[18]             Adversus simoniacos, III, 9   (PL  (Garnier),  143, 1153).

[19]             Die politischen Reden des Fürsten Bismarck, ed. Horts Kohl, t. XII, Stuttgart, 1894, p. 376.

[20]             "Gustan frecuentemente de decir que durante los cuatro últimos siglos, la Iglesia ha sido exclusivamente "clerical", por reacción contra la crisis que en el siglo XVI había pretendido llegar a la abolición pura y simple de la Jerarquía; y con este fundamento se insinúa que ya ha llegado el tiempo de que ella amplié sus cuadros.

            Semejante juicio está tan lejano de la realidad, que es precisamente a partir del santo Concilio de Trento cuando el laicado se ha encuadrado y ha progresado en la actividad apostólica. La cosa es fácil de comprobar; baste recordar dos hechos históricos patentes entre muchos otros: las Congregaciones Marianas de hombres que ejercitaban activamente el apostolado de los seglares en todos los dominios de la vida pública, y la introducción progresiva de la mujer en el apostolado moderno.' Y conviene en este punto evocar dos grandes figuras de la historia católica: una, la de María Ward, aquella mujer incomparable que, en las horas más sombrías y sangrientas, dio la Inglaterra católica a la Iglesia; otra, la de San Vicente de Paúl, indiscutiblemente en el primer plano entre los fundadores y los promotores de las obras de la caridad católica.

            Tampoco habría que dejar pasar inadvertida, ni sin reconocer su bienhechora influencia, la estrecha unión que hasta la revolución francesa mantenía en mutua relación en el mundo católico a las dos autoridades establecidas por Dios: la Iglesia y el Estado. La intimidad de sus relaciones en el terreno común de la vida pública creaba-en general-una especie de atmósfera de espíritu cristiano que dispensaba en buena parte del trabajo delicado al que tienen que entregarse hoy los sacerdotes y los seglares para procurar la salvaguardia y el valor práo tico de la fe" (Discurso del 14-10-1951; ASS, 43 (1951), pp. 784-785).

 

[21]             "Vuestra conducta debe ser una respuesta clamorosa a las calumnias de los adversarios que acusan a la Iglesia de que tiene a los seglares celosamente maniatados sin permitirles ninguna actividad personal y sin asignarles una tarea propia en su dominio. Ni es ni ha sido jamás ésta su actitud" (ASS, 41 (1949), pp. 549-550).

[22]             Act.  15,  14.

[23]             1 Pet. 2, 9-10.

[24]             1 Sam. 21, 4.

[25]             Const. apost. "Provida Mater Ecclesia", del 2-2-1947 (AAS, 39 (1947), p. 116).

[26]             Ibid, p.  120.

[27]             Motu proprio "Primo feliciten, del 12-3-1948 (A AS, 40  (1948), p. 284).

[28]             Instructio de saecularibus Institutis (AAS, 40(1948), p. 926).

[29]             Const, apost. "Próvida Mater Ecelesia”, del 2-2-1947 (AAS, 39 (1947), p. 116).

[30]             Motu proprio "Primo feliciten, del 12-3-1948 (AAS 40 (1948), p. 285).

[31]             AAS, 39  (1947), p. 120.

[32]             S. C. de Religiosos, instructio de institutis Saecularibus, del 19-3-148  (ASS, 40 (1948), p. 2S6).

[33]             Motu proprio "Primo feliciter", del 12-3-1948 (ib.d., pp. 285-286).

[34]             Tractatus in Jo. Evang., 21, 8  (PL  (Garnier), 35, 1568).

[35]             Loc. cit., 28, I,   (ibíd., 1622).

[36]             Cfr. Serm.. E92, 2 (PL, 38,  1012);   De sancta virginitate, 2 (PL (Garnier), 40, 397);  etc.

[37]             Tract. in Jo. Evaii'j., 124, 5 (PL (Garnier), 35, 1914).

[38]             Esto no ha de entenderse como si la Iglesia constase sólo de justos. Mientras peregrina en este mundo cuenta entre sus miembros justos y pecadores:  "No hay que pensar-escribe Pío XII-que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el  tiempo de esta peregrinación terrena, consta única mente de miembros eminentes de santidad, o se forma

            solamente de la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna, porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite. Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía. Ni la vida se aleja completamente de aquellos que, aun cuando hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando, y, por lo tanto, se hayan hecho incapaces de mérito sobrenatural, retienen con todo la fe y esperanzas cristianas, e iluminados por una luz celestial, son movidos por las internas inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo a su saludable temor, y excitados por Dios a orar y a arrepentirse de su caída" (Mystici Corporis, AAS, 35 (1943), p. 203).

[39]             Enarrationes in psalmos, 126, 3 (PL, 37, 1669).

[40]             Sermones. 340, I (PL, 38, 1483)

[41]             Sermones. 340, I (PL, 38, 1483)

[42]             . Ef 2. 19-22.

[43]             1 Cor. 3, 22-23.

[44]             Contra  Cresconium  Donatistam,   II,   13   (PL.   43. 474)

[45]             Sermones inediti, 17, 8 (PL, 46, 880)

                (*) El mismo san Agustín, hablando a los fieles, se expresaba asi: "Hermanos, no penséis que le Señor dijo estas palabras, Donde yo estoy allí estará también mi servidor, solamente de los obispos y clérigos buenos. Vosotros podéis servir también a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas, enseñando su nombre y su doctrina a los que pudiereis, haciendo que todos los padres de familia sepan que por este nombre deben amar a la familia con afecto paternal. Por el amor de Cristo y de la vida eterna avise, enseñe, exhorte, corrija, sea benévolo y mantenga la disciplina entre todos los suyos ejerciendo en su casa este oficio eclesiástico y en cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con El eternamente." In Evan. Joan., tract. 51, n. 13. Texto español de la B. A. C., Obras de San Agustín, t. 14 (Madrid, 1957), p. 295.

[46]             Cfr. más arriba la nota 3. - 47 -

[47]             AAS, 35 (1943), pp. 200-201

[48]          III, q. 63, a. I.

[49]              III, q. 72, a. I

[50]             Loc. cit., a. 2.

[51]             1 Pet. 2, 5, 9.

[52]             AAS, 46 (1954), p. 669

[53]             A AS. 46  (1954), p. 669. - 52

[54]             III, q. 63, a. 3.

[55]             Col. 1, 24.

            (*) "Misterio verdaderamente tremendo y nunca suficientemente meditado: que la salvación de muchos depende de las oraciones y de las mortificaciones voluntarías, ofrecidas con este fin por los miembros del Cuerpo Místico, y de la ayuda que Pastores y fieles, en primer lugar los padres y madres de familia, como cooperadores del Divino Redentor, les han de prestar." Pío XII, Mystici Corporis, AAS, 35 (1943), 213.

 

[56]             Act.  10, 44-46.

[57]             1 Cor. 12, 8-11.

[58]             1 Car. 14, 36-40.

[59]             I-II, q.  111, a. 4.

[60]             AAS, 35   (1943), p.  200.

[61]             III, tít. VIII, 14.

[62]             Comm. in Isaiam, 18 (PG, 24, 213 B).

[63]             Lc. 6. 12-13.

[64]             Mc. 3, 13-15.

[65]             Act.  1,  21-22.

[66]             Gal. 1, 11-12

[67]             1 Cor. 9. 1-2.

[68]             1 Cor. 12, 28;  casi lo mismo en Ef. 4, 11.

 

[69]             Rom.  16,  7.

[70]             Comment. in Jo., 13, 28 (PG, 14, 448 B).

[71]             Alocución a los Eminentísimos Señores Cardenales y a los Excelentísimos Señores Obispos, del 2-11-1954 (AAS,  (1954), pp. 671-673).

[72]             Rom. 8, 19-23.

[73]             De diversis quaestionibus  LXXXIII,  67,  I   (PL (Garnier), 40, 66).

 

[74]             Cfr. B. Cornely, Comm. in S. Pauli apostoli epístolas, t. I, Parisiis, 1896, pp. 424-434.

[75]             Apos. 19, 16.

[76]             Ene. "Quas primas", del 11-12-1925 (AAS, 17 (1925), p. 600).

[77]             Loc. cit. (ibid, p. 599).

[78]             III, q. 42, a. 1.

[79]             III, q. 59, a. 4.

[80]             (80)   Ene. "Quas primas" (AAS, 17  (1925), p. 600).

            (*) Pío XXI, en su discurso al X Congreso Internacional de Ciencias Históricas, celebrado en Roma, dijo sobre la independencia y mutua relación entre el orden espiritual y el orden material: "Llegamos así a tratar dos problemas que merecen una especialísima atención: las relaciones entre la Iglesia y el Estado, entre la Iglesia y la cultura...

            "León XIII ha encerrado, por decirlo así, en una fór--muía la naturaleza propia de estas relaciones, de las que nos da una luminosa exposición en sus Encíclicas "Diuturnum illud" (1881), "Inmortale Dei" (1885) y "Sapientiae christianae" (1890): los dos poderes, la Iglesia y el Estado, son soberanos. Su naturaleza, como el fin que persiguen, fijan los límites 'dentro de los cuales gobiernan "iure proprio". Como el Estado, posee la Iglesia también un derecho soberano sobre todo aquello de que tiene necesidad para alcanzar su fin, incluso los medios materiales. "Quidquid igitur est in rebus humanis quoquo modo sacrum, quidquid ad salutem animorum cultumve Dei per-tinet, sive tale illud sit natura sua, sive rursus tale in-telligatur propter causam ad quam refertur, id est omne in potestate arbitrioque Ecclesiae" ("Immortale Dei"). El Estado y la Iglesia son dos poderes independientes, pero que no por ello deben ignorarse y mucho menos combatirse; es mucho más conforme a la naturaleza y a la voluntad divina que colaboren en una mutua comprensión, puesto que su acción se aplica al mismo sujeto, es decir, al ciudadano católico. Sin duda que pueden surgir entre ellos casos de conflicto: cuando las leyes del Estado lesionan el derecho divino, la Iglesia tiene la obligación moral de oponerse.

            "Podrá tal vez decirse que, a excepción de pocos siglos -para todo el primer milenio y los cuatro últimos siglos-, la fórmula de León XIII refleja más o menos explícitamente la conciencia de la Iglesia; además, aun durante el período intermedio no faltaron representantes de la doctrina de la Iglesia, quizá una mayoría, que compartieron la misma opinión.

            "Cuando nuestro predecesor Bonifacio VIH decía, en 30 de abril de 1303, a los enviados del rey germánico Alberto de Habstaurgo: "... sieut luna nullum aliquid habet, nisi quod recipit a solé, sic nec aliqua terrena po-testas aliquid habet, nisi quod reeipit ab ecclesiastiea potestate... omnes potestates... sunt a Christo et a nobis tamquam a vicario lesu Christi", se trataba, quizá, de la formulación más acentuada de la llamada idea medieval de las relaciones del poder espiritual y del poder temporal; de esta idea, hombres como Bonifacio deducirán las consecuencias lógicas. Mas, incluso para ellos, se trataba aquí ni más ni menos que de la transmisión de la autoridad como tal, de la designación de su detentador, como el mismo Bonifacio había declarado en el Consistorio de 24 de junio de 1302. Esta concepción medieval estaba condicionada por la época. Quienes conozcan sus fuentes admitirán probablemente que hubiera sido sin duda más llamativo aún que no hubiese aparecido.

            "La Iglesia y la cultura: "La Iglesia católica ha ejercido una influencia poderosa, decisiva incluso, sobre el desarrollo cultural de los dos primeros milenios. Pero está bien convencida de que la fuente de esta influencia reside en el elemento espiritual que la caracteriza, en su vida religiosa y moral, basta el punto de que si este elemento espiritual viniese a debilitarse, su irradiación cultural, también, por ejemplo la que despliega en pro del orden y la paz social, debería también menoscabarse..."

            "La Iglesia católica no se identifica con ninguna cultura; su esencia se lo prohibe. Está presta, sin embargo, a mantener relaciones con todas las culturas. Reconoce y deja subsistir aquello que en ellas no se opone a la naturaleza. Pero en cada una de ellas introduce la verdad y la gracia de Jesucristo y les confiere así una impronta profunda; es mediante ella como contribuye con la mayor eficacia a procurar la paz del mundo" (AAS, 1955], pp. 677, 678, 680. 681. Texto español en Eccle sia, 152 tl955]2, p. (315).

 

[81]             1 Cor. 15, 24-28.

[82]             Expositio quarundam propositianum ex Epist. ad Rom., 72 (PL (Garnier), 35, 2083-2084).

 

[83]             (83) "Tomaremos como punto de partida de estas consideraciones una de las cuestiones destinadas a precisar la naturaleza del apostolado de los seglares: "El seglar encargado de enseñar la religión con "missio" canónica, con el mandato eclesiástico de enseñar, y cuya enseñanza constituye tal vez la única actividad profesional, ¿no pasa, por lo mismo, del apostolado seglar al "apostolado jerárquico"?

            Para contestar a esta pregunta hay que recordar que Cristo confió a sus mismos apóstoles un doble poder: en primer lugar, el poder sacerdotal de consagrar, que fue otorgado en plenitud a todos los apóstoles, y en segundo lugar, el de enseñar y gobernar, es decir, comunicar a los hombres, en nombre de Dios, la verdad infalible que íes obliga y fija las normas que regulan la vida cristiana.

            Estos poderes de los apóstoles pasaron al Papa y. a los Obispos. Estos, por la ordenación sacerdotal, transmiten a otros, en medida determinada, el poder de consagrar, mientras que el de enseñar y de gobernar es propio del Papa y de los Obispos.

            Cuando se habla de "apostolado jerárquico" y de apostolado de los seglares" hay que tener, por lo tanto, presente una doble distinción: en primer lugar, entre el Papa, los Obispos y los sacerdotes, por un lado, y el conjunto del elemento seglar, por otro; luego, entre el mismo clero, entre los que poseen en su plenitud el poder de consagrar y de gobernar, y los demás clérigos. Los primeros Papas, Obispos y sacerdotes) pertenecen necesariamente al clero; si un seglar fuese elegido Papa no podría aceptar la elección más que a condición de ser apto para recibir la ordenación y estar dispuesto a ser ordenado; el poder de enseñar y de gobernar, así como el carisma de la infalibilidad, le serían concedidos a partir del instante de su aceptación, incluso antes de-su ordenación.

            Ahora bien: para responder a la cuestión planteada es importante considerar las dos distinciones propuestas. Se trata, en el caso presente, no del poder de orden, sino de! de enseñar. De éste son depositarios únicamente los que están investidos de autoridad eclesiástica. Los demás, sacerdotes o seglares, colaboran con ellos en la medida en que ellos les otorgan confianza para enseñar fielmente y dirigir a los fieles (cfr. can. 1327 y 1328). Los sacerdotes (que actúan vi muneris sacerdotalis) y los seglares también pueden recibir el mandato que, según las casos, puede ser el mismo para los dos. Se distinguen, sin embargo, por el hecho de que el uno es sacerdote y el otro seglar, y que, por consiguiente, el apostolado del primero es sacerdotal y el del otro es seglar. En cuanto al valor y a la eficacia del apostolado ejercido por el que enseña religión, dependen de la capacidad de cada uno y de sus dones sobrenaturales" (AAS, 49 (1957), pp. 924-925).

 

[84]             Codex juris Canonici, can. 118. - 82 –

            (*) La Sagrada Congregación del Concilio, en respuesta dada el 22 de septiembre de 1959 al Obispo de Seckau (Austria), indicaba que muy bien podría hoy ponerse en práctica es norma dada en otro tiempo por Beenedicto XIV: "...Tercero: que aunque no ha sido introducida aún tal costumbre, el Obispo puede admitir, con causa grave y urgente, a su Sínodo a los seglares, pero sin derecho de voto."

 

[85]             Supplem., q. 8, a. 2.

[86]             1 Cor. ce. 12 y 14

[87]             Act. 8. 4.

[88]             L. VIII, c. 32  (PG, I, 1133).

[89]             Can. 37 y 38 (núm. ant. 99 y 98);   ed. G. Morin. S. Caesarü opera, t. III, Maredsoli. 1942, p. 93.

[90]             (Garnier), 54, 1045-1046).

[91] Apud Anonymum" Laudunensem, cit. ap. P. Mandonnet, Ordo de Poenitentia, París,  1807, p. 304.

[92] Tiraboschi,    Vaetera   humiliatorum   monumenta,, t. II, pp. 133-134.

[93] Cfr. Yves M. J. Congar, jalons pour une théoloyie du laicat, ed. 2, París,  1954, pp. 415-419.

[94] (94) Const, apost. "Deus scieniiarium", del 14-5-1931, art. 21 (.AAS, 23 (1931), p. 251).

(*) "La labor que hay que llevar a cabo en el apostolado del presente y del futuro no será posible de ningún modo sin la ayuda de los seglares al apostolado jerárquico en un grado mayor de lo que ha sido hasta ahora. Precisamente las experiencias de apostolado en las turbulentas y casi desesperadas circunstancias de los últimos años han demostrado cuan profunda y necesaria es esta ayuda y qué poco muchas veces el sacerdote, con la mejor voluntad, puede hacer sin la yuda de los seglares." "Pío XII, Radimensaje al LXII Congreso de los católicos alemanes, 5 de septiembre 1948, AAS, 40 (1948), 419-420. Texto español en Ecclesia, VIII2 (1948), p. (313).

[95] En las Ordenes y Congregaciones religiosas no clericales, los Superiores o Superioras, por comisión de la Iglesia, ejercitan verdaderamente la cura y el régimen de las almas en muchas cosas; pero de éstos no hablamos aquí no siendo seglares propiamente dichos en el sentido más arriba explicado.

[96] 1 Cor. 16, 15-18

[97] Una palabra sobre el empleo de los catequistas. Asia y África cuentan con 1.500 millones de habitantes; unos 25 millones de eatólieos,,eon 20.000 a 25.000 sacerdotes y 74.000 catequistas. Si se añade a este número los maestros, que son a menudo los mejores catequistas, se llega a 160.000. El catequista representa quizá el caso más clásico de apostolado seglar por la naturaleza misma de su profesión y porque suple a la escasez de sacerdotes. Se calcula por los misioneros de África, al menos, que un misionero acompañado de seis catequistas consigue más que siete misioneros" (AAS, 49 (1957), p. 937).

[98] Act. 6, 2.

[99] Supplem., q. 37, a. 2.

[100] Supplem., q.  35, a.  2.

[101] Codex Juris Canonici, can. 973, 2

[102] Loc. cit., can. 873, 2

[103] Concilium Tridentinum...,  ed. soc. Goerresiana, t. IX, Friburgi Brisgoviae, 1924, pp. 627-628.

[104] scribe H. R. Philippeau: "Un movimiento se dibuja, sin embargo, en el seno de algunas agrupaciones monásticas o canonicales, como la Trapa, Fremostratenses. a favor de la colación de las órdenes menores a conversos o coadjutores laicos, destinados al servicio práctico de la liturgia. ¿Se extenderá este movimiento hasta los grupos de clérigos mayores y de empleados de la Iglesia? El porvenir lo dirá. Nos basta haber señalado sus raíces tradicionales y jurídicas.

Hacemos notar a este propósito que, para acrecentar el prestigio de los indispensables colaboradores laicos del clero misionero en tierras ínfleles, una reciente decisión de la Propaganda autoriza a algunos de ellos a recibir las órdenes menores y a prestar, servicio en las reuniones culturales, sin exigirles por eso que renuncien al matrimonio y a la vida conyugal, ni que aspiren a recibir más tarde las órdenes mayores. Es un paso considerable en !a. dirección indicada en Trento y tan olvidada después" i'Les orares mineurs, in La vie spiritvelle. Supplement, 10 oaout 1849\ pp. 176-177).

Por lo que se refiere a la segunda afirmación, es decir, que la S. Congregación de Propaganda Pide haya concedido que algunos cooperadores laicos se ordenen de las órdenes menores, advertimos que, después de una diligente búsqueda en la sede de dicha organización, no hemos podido encontrar nada que pueda servir de fundamento a semejante aserción.

[105] Cfr. The Liturgical Revival in the Service of the Mission, in The Assisi Papers..., Collegeville (Minn), 1957, pp. 110-111: se da en lengua inglesa la conferencia, tenida en alemán.

[106] "Hasta aquí no hemos considerado las ordenaciones que preceden al presbiterado y que, en la práctica actual de la Iglesia, no se confieren más que como preparación para la ordenación sacerdotal. La función encomendada a las órdenes menores la vienen ejerciendo desde antiguo los sellares. Nos sabemos que en la actualidad se piensa en introducir un orden de diaconado concebido como función eclesiástica independiente del sacerdocio. La idea, hoy al menos, no está madura todavía. Si lo llegara a estar un día, nada cambiaría en cuanto Nos acabamos de decir, excepto que este diaconado ocuparía su lugar con el sacerdocio en las distinciones indicadas por Nos mismo" <_AAS, 49 (1957), p. 925

[107] Código de Derecho Canónico, can. 108

[108] Cfr. más arriba nota 103

[109] Leonis XIII P. M. acta, t. 21, Romae, 1902, p. 17

[110] Damos el texto conforme a la versión oficial latina aparecía en Acta Sanctae Seáis 37 (1904/5), pp. 744, 747-748, 755: cfr. Píi X P. M. Acta, t. 2, Roiriae, 1907, pp. 114, 117-118, 122-123.

 

(*) "En nuestra primera Encíclica hicimos ya resaltar los múltiples y graves motivos que imponen hoy, en todos los países del mundo, la necesidad de reclutar a los seglares "para el pacífico ejército de la Acción Católica, con la intención de tenerlos por colaboradores de la Jerarquía eclesiástica..." Y ahora queremos, con toda la urgencia de la caridad "que nos incita", renovar la exhortación y llamamiento de nuestro predecesor Pío Xtt "sobre la necesidad de que todos los seglares de tierras de misiones, nutriendo con su gran número las filas de la Acción Católica, colaboren activamente con la Jerarquía eclesiástica en el apostolado". Sin embargo, no se insistirá nunca lo bastante sobre la necesidad de adaptar convenientemente esta forma de apostolado a las exigencias y condiciones locales. No basta tratar de implantar en determinadas regiones lo que se ha hecho en otras partes,.. La Acción Católica es una organización de seglares "con propias y responsables tareas ejecutivas; de ahí que sean los seglares quienes compongan sus cuadros directivos". Juan XXIII, Princeps Pastorum, AAS, 51 (1959), pp. 855-57. Texto español en Ecclesia, XIX2 (1959), p. (694).

(*)   Sínodo Romano. Can. 640.

§ 1.   La Acción Católica es una asociación de laicos que, según sus propios estatutos, bajo la directa y especial dependencia de los Obispos, coadyuva a la Jerarquía eclesiástica en el ejercicio de su misión por el triunfo del Reino de Dios en los individuos, en las familias y en la sociedad.

§ 2. Se ha de insistir de modo especial en nuestros días en la necesidad de esta colaboración, por cuanto el clero, debido a su escasez, se halla en la imposibilidad de satisfacer por sí mismo a todas las exigencias del apostolado y porque muchas obras apostólicas son convenientes o posibles sólo a los laicos.

 

[111] Epist. "Quas notas"  (AAS, 20  (1928), p. 385).

[112] Cfr. Epist. "Observantissimas litteras accejñmusí", al Episcopado de Colombia, 14-2-1934 (AAS, 34 (1924), p. 248): "no sin divina inspiración dijimos..."; véase también Civardi, Manuele di Azione Cattlica. ed. 12, Roma, 1952, pp. 24-25

[113] Cfr. más arriba nota 112

[114] Citado en R. Spiazzi, La missione dei laici, Roma, 1952, p. 234

[115] L'apostolat laique, Mayenne, 1931, p. 82.

[116] Essai   sur   l'Action   catholique,   Bruxelles,   1929, p. 42

[117] Cfr. Ivés M. J. Congar, jalons por une théoloyie du Mcat, ed. 2, París, 1954, p. 510

[118] Cfr. G. Philips, Le role du la'icat dans l'Eglise, París, 1954, pp. 154-15.

[119] AAS, 20  (1928), p. 385.

[120] Curso de Acción Católica, Madrid, 1947, nn. 49, 50 y 52. Nótese, sin embargo, que a partir de esta tercera edición el autor ha mitigado mucho su sentencia.

[121] De Actione Catholica principa theologiae thomisticae dUuciáata. in Angelicum, 13   (1936), p. 456, nota  1 (de la página anterior).

 

[122] Ibíd., pp. 455-456

[123] Derecho   constitucional   de  la  Acción   Católica, Barcelona, 1950, pp. 47-48.

[124] Institutiones juris Canonici, t. I, Santander, 1951, p. 554.

 

[125] Cfr. Documentation catholique, 43 (1946), pp. 740, 743-744.

[126] AAS, 43 (1951), p. 789.

[127] Decreto del 13 de noviembre de 1920 (AAS, 13 (1921), p. 135).

[128] AAS, 43 (1951), p. 789.

[129] Ibíd., p. 377.

[130] ibíd., p. 789.

[131] Cfr. más arriba nota 110.

[132] "¿Cuál es el campo asignado a la Acción Católica? No hay dificultad en responder que ésta debe llegar a todas partes; es como decir que su campo está donde quiera que entre en juego la gloria de Dios, el bien de las almas, la razón, el juicio autorizado entre el bien y el mal, la ley de Dios, la aplicación de ésta... A todas partes adonde llega el  apostolado   jerárquico,  allá  debe llegar también, llamada por el mismo Apostolado en su ayuda, la Acción Católica... Esta, dentro de los límites de su mandato, tiene un campo propio ilimitado;   si bien en este campo tiene un medio peculiar de empeñarse” (Dis curso a los dirigentes de la Acción Católica de Roma, 19 de abril de 1931).

[133] Alocución a los Delegados de la Acción católica Italiana, 3-3-1951;   in AAS, 43  (1951), p. 375.

[134] (134)   A AS, 20 (1928), p. 385.

(*) .Juan XXHT, en su alocución a los miembros de Acción Católica "des Milleun independants", les decía el 12 dé mayo de 1961: "Vuestra tarea es una tarea de evangelización. sois los enviados de la Iglesia en vuestro medio ambiente, sus misiones, sus apóstoles, pero eí apostolado, como bien sabéis, no es una empresa humana, con finalidades temporales. Es una empresa divina, plenamente sobrenatural en su origen y en sus fines.

"... Los Obispos, por su parte, asocian cada vez más en su actividad no sólo a los sacerdotes, que son sus cooperadores, sino también a determinados fieles, con-fiándoles la evangelización de los diversos estratos sociales; vuestro apostolado es un apostolado organizado.

"Si, pues, la unión es necesaria entre vosotros, fácilmente comprenderéis cuánto más necesaria es con el Obispo, cabeza del apostolado en la 'diócesis. La presencia aquí de una representación tan nutrida del episcopado francés muestra claramente que sois conscientes de ello.

"Esta unión con el Obispo encierra diversas consecuencias referentes a vuestra actividad. La primera es, que debéis manifestar con entera confianza a vuestros superiores espirituales vuestras realizaciones," vuestros proyectos, las dificultades encontradas en el ambiente a vuestro apostolado, vuestras sugerencias para vencerlas; y que reflexionéis con ellos en vista de una mayor eficacia de vuestras iniciativas apostólicas.

"La segunda, que después de haber referido filialmente, os sometáis con entera docilidad a las decisiones del superior de la diócesis, aun cuando ello suponga a veces sacrificar un punto de vista o preferencia personal. Con este precio, lo sabéis bien, vuestro apostolado será verdaderamente de la Iglesia, verdaderamente fructuoso, ciertamente bendecido por Dios." Texjto francés en AAS, 53 (1961), 324-26.

 

[135] AAS, 43 (1951), pp. 787-783.

[136] Ibíd:, P.-787.

[137] "Para resolver esta dificultad se piensa en dos reformas prácticas: una, de la terminología, y, como corolario; otra, de estructura. En primer lugar, sería necesario devolver al término "Acción Católica" su sentido general y aplicarlo únicamente al conjunto de movimientos apostólicos seglares organizados y reconocidos como tales, nacional o internacionalmente, ya sea por los Obispos en el ámbito nacional o por la Santa Sede en cuanto a los movimientos que aspiran a ser internacionales. Bastaría, pues, que cada movimiento particular fuera designado por su nombre y caracterizado por su forma específica y no según el género común. La reforma de estructura seguiría a la fijación del sentido de los términos. Todos los grupos pertenecerían a la Acción Católica y conservarían su nombre y autonomía, pero todos ellos juntos formarían, como Acción Católica, una unidad federativa. Cada uno de los Obispos quedaría libre de admitir o de rechazar a determinado movimiento, de confiarle o no su mandato, pero no .le correspondería rechazarlo como si no fuera Acción católica por su misma naturaleza. La realización eventual de semejante proyecto requiere, naturalmente, atenta y prolongada reflexión. Vuestro Congreso puede ofrecer una ocasión favorable para discutir y examinar este problema, al mismo tiempo que otras cuestiones similares.

Parece necesario, al llegar a este punto, dar a conocer, al menos a grandes rasgos, una sugerencia que nos ha sido comunicada muy recientemente. Se señala que reina en la actualidad un penoso malestar bastante ampliamente extendido, que tendría su origen, sobre todo, en el uso del vocablo "Acción Católica", Este término, en efecto, parecería reservado a ciertos tipos determinados de apostolado seglar organizado, para los que no entran en el cuadro de la Acción Católica así concebida-se afirma-aparecen como de menor autenticidad, dé importancia secundaria, menos apoyadas por la Jerarquía, y permanecen como al margen del esfuerzo apostólico esencial del elemento seglar. La consecuencia parecería ser que una forma particular de apostolado seglar, es decir, la Acción Católica, triunfa en perjuicio de las otras, y que se asiste al embargo de la especie sobre el género. Más aún, prácticamente, se le concedería la exclusiva, cerrando las diócesis a aquellos movimientos apostólicos que no llevasen la etiqueta de la Acción Católica" (AAS, 49 (1957), p. 929).

 

[138] Acta Santae Sedis, 37 (1904-5), p. 755; cfr. Mas arriba nota 110

[139] "Vosotros en cambio os llamáis sencillamente "Acción Católica" porque, teniendo un fin general y no partículas y específico, no sois un eje firme en torno ai cual gravite el mecanismo de una cualquiera organización, sino más bien un lugar adonde todos acuden, donde se reúnen y organizan los católicos de acción" (.AAS, 43 (1051), p. 375).

 

[140] Como es natural, empleamos la terminología hasta ahora en uso, ya que la propone el Sumo Pontífice aún no se ha introducido en el uso; cuando ésta se difunda, todo apostolado organizado de los seglares en el orden espiritual queda incluido bajo la Acción Católica, y el término "acción de los católicos" designará el apostolado individual de los seglares en el orden espiritual y toda actividad de orden temporal que se refiera al fin secundario de la Encarnación. Por lo demás, el estudio conservará todo su valor.

(*) Que tales Asociaciones puedan, a veces, ejercer con mayor eficacia su apostolado y servir mejor al fin de la Iglesia permaneciendo puramente -laicas que si fuesen eclesiásticas, claramente lo da a entender el Decreto ya citado de la s. Congregación del Concilio, cuando escribe acerca de las Conferencias de San Vicente Paúl:

"Más bien los Romano-; Pontífices desearon que conservase su carácter de Asociación laica o no eclesiástica, en particular Gregorio XVI y Pío IX; los cuales juzgaron cosa acertada que tomase el carácter de obra laica, humilde ayuda del clero, no sometida a él y que así constituida podría servir los intereses de la religión" (Vida de Osanam, escrita por su hermano; traduc. italiana, p. 109). A saber: "Era fácil comprender que la unión de espíritu se habría roto tan pronto como cada Obispo biera organizado las conferencia de su propia diócesis y redactado sus estatutos según a él le hubiera parecido más conveniente" (ibid.).

"De aquí que la Asociación nunca se preocupó de tener personalidad jurídica en la Iglesia y, por el contrario, procuró obtenerla de la autoridad civil, para poder recibir legados y otras donaciones, sin las cuales no hubiera sido posible realizar con el provecho con que se hizo su .programa de regeneración de las clases más necesitadas.

"No obstante esto, es decir, que las Conferencias de San Vicente no sean una Asociación eclesiástica en sentido propio, tuvieron desde el principio y han conservado siempre una estrecha unión con el clero y las autoridades eclesiásticas. Aun cuando no están presididas efectivamente por el párroco, él es, o en su lugar otro pío sacerdote, el presidente de honor, que espiritualmente las dirige y en el sacrificio hace de verdadero asistente eclesiástico, sino espontáneamente pedido por la Asociación misma, guiada por aquel instinto verdaderamente cristiano que impele, en el ejercicio de las obras de caridad, a buscar ayuda y dirección en la autoridad de la Iglesia, a la que corresponde primariamente promover y favorecer tales obras.

"De ella decía León XIII (Ene. Humanum genus), hablando a los Obispos: "En este orden, no queremos dejar de mencionar aquella Asociación llamada de San Vicente, por el nombre de su fundador, tan altamente edificante y ejemplar y tan benemérita de las clases más humildes. Es sabido cuáles son sus empresas y sus propósitos: dedicarse enteramente a socorrer a los pobres y desgraciados, y esto con perspicacia y modestia admirables; la cual es tanto más apta para el ejercicio de la caridad cristiana y más oportuna para el remedio de las miserias, cuanto más procura permanecer oculta." Tales alabanzas y recomendaciones se refieren a una Asociación que nunca fue erigida por la autoridad eclesiástica, ni por ella regida, sino por los mismos seglares; la cual, sin embargo, ha conservado siempre con las autoridades de la Iglesia una unión mayor que muchas Asociaciones y Hermandades verdaderamente eclesiásticas" (ibid. AAS, 13 (1921), 138, 140, 141). Casi lo mismo podría decirse de otras varias Asociaciones de seglares, sobre todo dé la Legión de María.

 

 

[141]  AAS.  43   (1951),   p.   787

[142]  II – II q. 3, a. 2, ad 2

[143] Constit. "De Filius", hacia el final.

[144] Lit.   encic.   "Sapzeníiae   christianae",   10-1-1890  (Leons XIII P. M. acta, t. 10, Romae, 1891, pp. 19, 21-22).

[145] "A este respecto, no-podemos-dejar de confirmar las observaciones que hicimos en nuestra al III Congreso Mundial de la unión Mundial de Maestros Cristianos, en Viena: "Pertenezca o no la actividad profesional de los maestros y de las maestras-católico-al-apostolado de los seglares en sentido propio, estad convencidos queridos hijos e hijas, de que el maestro cristiano, que por su formación y su abnegación está a la altura de su tarea, y que, profundamente convencido de su católica, da ejemplo -de ello a la juventud que le ha sido confiada, -como cosa espontánea y convertida en él en segunda naturaleza, ejerce al servicio de Cristo y de su Iglesia una actividad parecida al mejor apostolado de los seglares" (5 de agosto de 1957). Puede aplicarse esta afirmación a todas las profesiones, y principalmente a las de médicos o ingenieros católicos, sobre todo en la hora actual, en que están llamados en los territorios poco desarrollados y en las zonas de misión al servicio al servicio de los Gobiernos locales o de la UNESCO y de otras organizaciones internacionales, y dan con su vida y el ejercicio de su profesión el ejemplo de una vida cristiana plenamente madura" (AAS, 49 (1957), pp. 928-929).

(*)   "En general, como hemos dicho, no querer tomar parte  alguna en la vida pública sería  tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común. Tanto mas cuanto que los católicos, en virtud de la misma doctrina que profesan, están obligados en conciencia a cumplir estas obligaciones  con toda fidelidad. De lo contrario, si se abstienen políticamente, los asuntos públicos caerán en manos  de personas cuya manera  de pensar  puede   ofrecer  escasas   esperanzas   de   salvación para el Estado. Queda, por tanto, bien claro que los católicos tienen motivos justos para intervenir en la vida política de los pueblos. No  acuden ni deben acudir a la vida política para aprobar lo que actualmente puede haber  de  censurable   en  las  instituciones  políticas   del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pongan, en lo posible, a servicio sincero y verdadero del bien público, como procurando infundir en todas las venas del Estado, como savia y sangre vigorosas, la eficaz influencia de la religión católica... De esta manera, los  católicos  conseguirán  dos resultados  excelentes.   E) primero, ayudar a la Iglesia en la conservación y propagación  de los  principios  cristianos.  El  segundo, procurar el mayor beneficio posible al Estado, cuya seguridad se halla en grave peligro a causa de nocivas teorías y malvadas pasiones"  (León XIII, Immortale Dei, ASS, 18, pp. 177-179. Versión española:   BAC, Documentos Políticos, pp. 216-219).

 

[146] Le role du laicat dans l'Eglise, París, 1954, p. 64; cfr. R. Spiazzi. La míssione dei laici, Roma, 1952, pp. 297-298.

[147] (147)   Gen. 2, 15.

(*) "Por todas partes... en donde auténticos valores de arte y de pensamiento son susceptibles de enriquecer la familia humana, la Iglesia está dispuesta a favorecer y alentar tales esfuerzos del espíritu. Ella misma, como sabéis, no se identifica con ninguna cultura, ni siquiera con la cultura occidental, a la que su historia se halla estrechamente ligada. Porque su misión pertenece a otro orden, al orden de la religión, y de la salvación eterna de los hombres. Pero la Iglesia, que goza de una tan rica juventud, incesantemente renovada con el soplo del Espíritu Santo, permanece dispuesta siempre a reconocer, más aún, a acoger y fomentar todo lo que constituye honor de la inteligencia y del corazón humano en las otras parte del mundo distintas de esta vertiente mediterránea, que fue cuna providencial del cristianismo...

"En este campo es necesario recordar también lo que sugirió nuestro inmediato predecesor Pío XII: a saber, que es deber de los fieles "multiplicar y difundir la Prensa católica en todas sus formas" y preocuparse asimismo de las "técnicas modernas de difusión y de cultura, pues es conocida la importancia de una opinión pública formada e iluminada". No todo podrá hacerse en todas partes, pero es preciso no dejar pasar ninguna buena ocasión para proveer a estas reales y urgentes necesidades, a pesar de que a \eces "el que siembra no es el mismo que el que recoge".

"Por eso ella provee también en los territorios de misión, con toda la generosidad posible, 'a iniciativas de carácter social y asistencial que son de gran utilidad para las comunidades cristianas y para los pueblos en medio de los cuales aquéllas viven. Cuídese con todo de no estorbar el apostolado misionero con un complejo de instituciones de orden puramente profano. Limítese a aquellos servicios indispensables de fácil manutención y uso, cuyo funcionamiento podrá ser puesto lo antes posible en manos de personal local, y dispónganse las cosas en modo que el personal propiamente misionero tenga posibilidades de dedicar las mejores energías al ministerio de enseñanza, de santificación y de salvación." Juan XXIII, Princeps Pastorum, AAS, 51 (1959), 844, 845, 846. Texto español en Ecclesia, XIX2 (1959), p. 691-092).

[148] 1 Cor. 1. 29-31.

[149] Dan. 3, 57.

[150] Cfr. 1 Thes. 2, 3.

[151] Alocución al X Congreso internacional de Ciencias Históricas, in AAS, 47  (1955), p. 674.

[152] Le sens de Dieu, París,  1948, pp. 45 y 49-50.

[153] Documentation Catholique, 43 (1946), p. 742.

(*) "Por otra parte, incluso independientemente del reducido número de sacerdotes, las relaciones entre la Iglesia y el mundo exigen la intervención de los apóstoles seglares. La "consecratio mundi" es, en lo esencial, obra de los seglares mismos, de hombres que se hallan mezclados íntimamente con la vida económica y social, que forman parte del gobierno y de las asambleas legislativas. Del mismo modo, las células católicas que deban crearse entre los trabajadores de cada fábrica y en cada ambiente de trabajo, para conducir de nuevo a la Iglesia a los que se hallan separados de ella, no pueden ser constituida más que por los mismos trabajadores.

"Que la autoridad eclesiástica aplique también aquí el principio general de la ayuda subsidiaria y complementaria; que se confíen al seglar las tareas que éste puede cumplir tan bien e incluso mejor que el sacerdote y que, dentro de los límites de su función o de los que traza el bien común de la Iglesia, pueda actuar libremente y actuar su responsabilidad...

"Sn ocasión precedente Nos hemos evocado la figura de estos seglares que saben asumir todas sus responsabilidades. Son, dijimos, "hombres constituidos en su integridad inviolable como imágenes de Dios; hombres orgullosos de su dignidad personal y de su sana libertad; hombres justamente celosos de ser los iguales de sus semejantes en todo lo que se refiere al fondo más íntimo de la dignidad humana; hombres apegados de manera a su tierra y a su tradición". Tal conjunto de cualidades supone que se ha aprendido a dominarse, a sacrificarse, y que se sacan sin cesar luz y fuerza de las fuentes de salvación que ofrece la Iglesia.

"E1 materialismo y el ateísmo de un mundo en el que millones de creyentes tienen que vivir aislados, obliga a formar en todos ellos personalidades sólidas. ¿Cómo resistirán si no a los influjos de la masa que los rodea? Lo que es verdad para todos lo es en primer lugar para el apóstol seglar, obligado no solamente a defenderse, sino también a conquistar." Pío XII. Discurso a los participantes en el II Congreso Internacional del Apostolado Seglar, 5 de octubre 1957. Texto español en Ecclesía, XVH2, AAS, 49 (1957), 927-928. (1957), p. (1187 s.).