TEMA 44.

AMOR Y SEXUALIDAD.

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3. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN

3.1. La sexualidad en nuestro mundo

Sexo, hoy

Hemos hecho referencia ya al cambio tan importante que nuestra sociedad ha dado en lo que al tema de la sexualidad se refiere. Nuestra sociedad, por diversos factores muy largos de explicar, se ha sexualizado. Desde una represión total hasta la comercialización de la sexualidad que hoy padecemos, hay un largo trecho recorrido.

Esta extensión de la sexualidad, este paso podríamos decir de la clandestinidad a la publicidad, le ha hecho perder en calidad y en profundidad. Si sexualidad y amor vienen tradicionalmente unidos, hoy asistimos a la disociación de ambos, quedando reducida la sexualidad solamente a sexo. Lo importante ya no es la expresión amorosa que implica la sexualidad; ésta queda reducida a genitalidad, a búsqueda constante de meras sensaciones, cada vez -como es lógico- más difíciles de conseguir. El sexo es hoy sexo-consumo o sexo-mercancía. Como bien afirman algunos especialistas, esta situación es signo o síntoma de regresiones a etapas infantiles de la sexualidad o, hasta incluso, un signo patológico. Dicho en otras palabras, la sexualidad es hoy, en muchos casos, no un medio de realización personal y de edificación de la persona, sino un instrumento de alienación.

Para M. Vidal, en este contexto de erotización social, hay una serie de rasgos psicológicos que definen nuestros comportamientos sexuales. Los reseñamos brevemente:

- Decadencia de las formas de comportamiento institucional y ritual en favor de una mayor libertad de los criterios individuales. Las relaciones vienen marcadas por una mayor individualidad y un mayor tono afectivo, frente a los comportamientos marcados socialmente.

- Hay privatización e interiorización de las experiencias amatorias.

- Psicologización de la sexualidad; es decir, reducción del peso social, satisfacción de los deseos individuales liberados de las trabas impuestas por la sociedad.

P. Ricoeur ha analizado profundamente esta pérdida de sentido que está sufriendo hoy la sexualidad. Por un lado, nos dice, la sexualidad ha caído en la insignificancia; se ha reducido el sexo a una función biológica sin misterio alguno. Por otra parte, la exacerbación; la sexualidad aparece como compensación de las frustraciones sociales. Finalmente, se produce la caída en el absurdo, la decepción del sentido. Sólo quedan, eliminando todo sentido, el placer instantáneo y sus artificios.

Los jóvenes

Donde más claramente se pone esto de manifiesto es en el mundo juvenil. El desconcierto, la crisis de valores en la que están sumidos muchos jóvenes, tienen, en el terreno de la sexualidad, su escaparate más llamativo. Será en ellos, precisamente, donde el sexo, entendido en clave de consumo, adquiera sus rasgos más sobresalientes: <<amor pleno>> como una exigencia normal; éxito sexual entendido en clave de prestigio, al mismo nivel que el éxito social o económico; reducción de la sexualidad a la genitalidad; disociación radical de la sexualidad y la fecundidad; se acepta como moralmente buena la norma estadística, etc.

Los jóvenes de hoy quieren vivir a tope, experimentarlo todo, probarlo todo. Tener todo tipo de experiencias, y, entre ellas, con un lugar destacado, las eróticas. Es el fruto del contexto de permisividad social en el que los jóvenes se desenvuelven, contexto permisivo del que, dicho sea de paso, no son los últimos responsables.

Instalados en la ética del todo vale, el posicionamiento de los jóvenes ante la sexualidad está marcado por un subjetivismo radical, una privatización absoluta que rechaza toda posible interferencia exterior y un presentimiento que le hace ocuparse sólo del momento presente.

No es difícil explicarse desde aquí el choque frontal de los jóvenes con las normas y criterios morales de la Iglesia. Como señalan las encuestas, es éste el punto donde el vacío Iglesia-juventud es mayor.

Quizá alguien pueda decir que el retrato que hemos dibujado es muy pesimista. Es cierto que no faltan aspectos positivos y valores muy importantes en la vivencia actual de la sexualidad. Entre otros, el haber desterrado tabúes ancestrales que propiciaban una vivencia angustiosa y culpabilizada del mundo afectivo; no obstante, creemos que el panorama actual nos pide, como educadores en la fe, una catequesis cuidadosa que haga descubrir y asumir a los jóvenes las dimensiones profundas del amor humano que conducirán al joven hasta Dios Padre, amor fuente de todo amor.

3.2. Criterios básicos de una ética sexual

Este panorama de permisivismo y confusión, nada favorable para nuestra acción educativa, puede terminar propiciando en los educadores de la fe un clima de pesimismo y confusión. Necesitamos unos criterios morales básicos, capaces de orientarnos en nuestra acción educativa sin inclinarnos hacia ninguna de las dos tentaciones posibles: un rigorismo intransigente o un relativismo permisivo.

El criterio primero, por prioridad y por importancia, de una ética sexual es la persona. Es el misterio de la persona el que debe estar a la base de toda moral sexual. La sexualidad, por tanto, debe orientarse a la realización global de la persona. De este modo, ya tenemos el primer criterio ético. Debemos rechazar como inmorales todas las vivencias de la sexualidad que reduzcan a la persona humana a la categoría de objeto.

Así pues, diremos que un comportamiento sexual es bueno, moralmente hablando, si hace al hombre más persona, si nos personaliza. La sexualidad aparece entonces como un factor armónico del crecimiento personal que se encuadra en la dinámica progresiva de crecimiento al que estamos invitados todos.

En resumidas cuentas, la sexualidad entendida como cosa, como mero capricho, como consumo, no la podemos situar en el marco que hemos diseñado. Despojado de su profundo significado humano, la vivencia de la sexualidad es inmoral.

El hombre, si realmente quiere ser persona, tiene que vivir abierto hacia los demás. Jesús de Nazaret, modelo de persona para todo creyente, es el hombre que le define como ser para los demás. El hombre es, esencialmente, apertura a los otros, oblatividad, donación, entrega.

En esa apertura a los otros juega un papel esencial la sexualidad. Cuando nos relacionamos con otra persona, lo hacemos desde nuestro ser persona sexuada, como varón o como mujer. Así pues, el significado fundamental de la sexualidad humana es la realización del encuentro interpersonal.

Pero para que esta relación nos haga crecer y madurar, tiene que ser una relación de amor, es decir, personalizada y personalizante, no únicamente arrastrada por el deseo biológico o, lo que sería aún peor, por el egoísmo personal. La apertura al otro en la sexualidad tiene que ser un lenguaje de amor. Sexualidad y amor no pueden disociarse, van unidos inseparablemente. El amor no se hace, se vive. El amor, criterio último venimos diciendo de la sexualidad, es exigente. Implica donación y entrega. No es auténtico, si no hay escucha y respeto del otro. Lleva a la renuncia personal, a la capacidad de ver al otro como otro y reconocerlo como tal. Lleva a la responsabilidad y al compromiso por el otro. Este amor oblativo, de donación y aceptación, se vive en el marco de la diferencia sexual. Hombre y mujer, en el plano de una completa y total igualdad en lo que a dignidad se refiere, están referidos el uno al otro. Esta relación heterosexual deberá ser vivida de manera diversa conforme a la evolución psicológica de la persona; cada etapa de esta evolución posee una forma diversa de relación.

Si hemos dicho que la sexualidad es donación y es apertura, no podemos caer en una especie de individualismo a dos; el comportamiento sexual debe abrirse al nosotros social. El amor y la sexualidad no pueden cerrarse en el ámbito de la intersubjetividad, tiene que abrirse al mundo de lo social.

Sexualidad y maduración

Como hemos visto, la riqueza de significados y matices que posee la sexualidad nos emplaza a defender una visión de la misma que no puede ser clausurada en el ámbito del mero goce egoísta.

Como personas, somos seres sexuados. Nuestro modo de sentir, de relacionarnos, de expresarnos está marcado por nuestra condición de varón o mujer. Tiene, por tanto, una dimensión de globalidad que afecta a la existencia humana toda. Por ello, no podemos ceder a las agresiones reduccionistas que recortan la sexualidad a objeto de consumo o mero pasatiempo. La sexualidad tiene que ser una fuerza vivida por el sujeto como dinamismo de maduración, es decir, como fuerza constructiva del yo. De ahí que no podamos echar en el olvido el carácter progresivo de la maduración sexual. La maduración sexual debe integrarse en la maduración global de la persona.

Partiendo de aquí, podemos deducir un criterio ético importante. Son limitaciones en el comportamiento sexual todo aquello que impide este proceso evolutivo. ¿De qué modo un determinado comportamiento sexual bloquea esta maduración? Es lo que los psicólogos llaman fijaciones, regresiones, inmadureces.

Ya hemos dicho que la relación sexual es oblatividad, entrega, apertura al tú del otro. No existe auténtica sexualidad si no es en la apertura de un yo a un tú, en un encuentro madurativo y plenificador para ambos. Así, pues, todo comportamiento que contradiga esta referencia a la alteridad no puede considerarse auténticamente sexual. Estamos ya en condiciones de poder afirmar lo siguiente: la sexualidad es expresión de amor. Este es el gran criterio ético. En la medida en que un gesto sexual exprese esta realidad, y todo lo que ella significa, podrá recibir el calificativo de comportamiento éticamente plausible.

Y el amor es la gran fuerza personalizada y personalizante con que cuenta el hombre. De ahí que sea preciso valorar los comportamientos sexuales en este esquema general. Un mismo comportamiento tendrá resonancias muy diversas en una persona o en otra según sean las circunstancias en las que ambas se encuentren.

Finalmente, para clausurar este apartado, tenemos que recordar que, como educadores en la fe, somos también responsables del crecimiento humano de las personas. No hay fe madura sin personas maduras. Hoy más que nunca es necesaria una rigurosa y profunda formación sexual de nuestros jóvenes. Sujetos responsables de esta tarea son fundamentalmente los padres, a los cuales deberá apoyar también la escuela y, en nuestro caso, la comunidad creyente, sobre todo a través de la catequesis, plataforma sólida de transmisión de los valores éticos y religiosos en relación con la sexualidad.

3.3. Algunos temas concretos de moral sexual

El diálogo heterosexual debe adecuarse a una serie de exigencias ya apuntadas: lenguaje de amor oblativo y receptivo: desde y para la diferencia sexual, con diversidad de formas conforme a la edad evolutiva y al grado de comunicación que se quiere establecer entre las personas que se comunican.

Sería muy complejo detenernos aquí a desarrollar en profundidad todos los temas sobre los que es conveniente hacer una reflexión. Apuntaremos, muy brevemente, algunas notas sobre aquellos que más directamente inciden en nuestro quehacer cotidiano como catequistas. La brevedad de nuestro comentario hará que solamente podamos apuntar algunas ideas centrales de un modo muy esquemático; nos faltaría abordar los matices que todos estos problemas poseen. Con la bibliografía que ofrecemos al final del tema podremos profundizar en aquellas partes que más nos preocupen.

El autoerotismo

Nos encontramos ante un comportamiento que no es solamente un problema sexual, sino que afecta más ampliamente a toda la estructura psíquica del ser humano.

Lo primero que llama nuestra atención al respecto es que se trata de una realidad muy frecuente entre jóvenes y adolescentes. Por otra parte, también ha desaparecido la importancia que se concedía a este tema en otros tiempos. Hoy se discute, o al menos se duda, de la doctrina tradicional que edifica este comportamiento como un grave desorden moral.

Desde la perspectiva psicológica, podemos decir que, si es verdad que la persona humana madura en la apertura al otro, la masturbación es una acción que encierra a la persona en sí misma. En un momento tan complejo y delicado como puede ser el de la adolescencia, la masturbación aparece como autodefensa frente a un entorno incomprensivo y hostil.

Debemos distinguir también entre la masturbación como un comportamiento aislado y la masturbación como un comportamiento habitual. En este segundo caso, se convierte en una limitación real para la evolución psicológica y sexual posterior.

En el caso de los adolescentes la masturbación viene a ser manifestación de un enclaustramiento del joven en sí mismo que le impide una maduración psicosexual adecuada. En el caso de la masturbación en personas adultas, ésta es síntoma de problemas más profundos no resueltos.

Éticamente, la masturbación, en cuanto conducta que bloquea la maduración de las personas, no puede valorarse positivamente. Es cierto que este acto tendrá significado y resonancias diversas en cada persona, pero como valoración objetiva tendremos que rechazar esta conducta. La masturbación no sólo niega la finalidad procreativa de todo acto sexual, como afirma la doctrina oficial de la Iglesia; sino que, también tendremos que añadir y subrayar, empobrece el sentido dialogal y de apertura al otro, que implica el amor humano. En la masturbación la sexualidad está separada de su contexto de amor.

Este criterio general y objetivo debe ser leído a la luz de las situaciones particulares de cada persona; en esa valoración subjetiva nos será de gran ayuda contar con las aportaciones de las ciencias humanas.

De lo dicho podemos ya deducir algunos criterios y pautas a la hora de la acción pastoral. Ante todo, evitar sentidos de culpa o frustraciones de cualquier tipo. No debemos centrarnos en la materialidad de la masturbación aisladamente considerada. Hay que conectarla con la maduración progresiva de la persona. La masturbación afecta a diversos estratos de la personalidad humana; según prevalezca uno u otro así será la valoración de la misma.

No lo olvidemos; lo que se busca, y en ese contexto debe ser leído el comportamiento masturbatorio, es el desarrollo armónico de la persona. En la medida que lo bloquea, más o menos, el juicio ético deberá ser diverso. Por tanto, podemos afirmar que existe una gradualidad, dependiendo de la identidad del acto, del número de acciones, del momento evolutivo por el cual pasa la persona, del estrato humano que quede comprometido: biológico, psicológico, personal, etc.

Existe un más y un menos, que estará muy en dependencia de la edad de la persona en cuestión; no es lo mismo un adolescente que un adulto.

En conclusión, debemos, como educadores, situarnos en el contexto de la maduración personal; ayudar al joven a superar los comportamientos masturbatorios para ayudarlo también a crecer en sus relaciones interpersonales, en su dimensión de entrega y servicio a los demás, etc. De todos modos, siempre existirán situaciones delicadas y difíciles que exigirán la intervención de un experto en psicología.

Las relaciones prematrimoniales

Nos encontramos frente a otra realidad, con una muy alta frecuencia estadística; además es vivida por los jóvenes sin un particular sentido de culpa. Es algo que muchos aceptan con plena naturalidad.

Para fijar un criterio válido que nos oriente sobre la licitud o ilicitud de estas relaciones, nos parecen insuficientes los planteamientos tradicionales que se basaban simplemente en la no orientación procreativa de la relación y el hecho de buscar un placer sólo permitido en el matrimonio. Tampoco nos parecen aceptables aquellos planteamientos que parten de una actitud pragmática, ya a favor, ya en contra, para justificar esta relación: sentido de culpa, valor de la virginidad, embarazo no deseado; o, para su justificación: tener una prueba de la complementariedad sexual de la pareja, un aprendizaje para el matrimonio, etc.

La coordenada en la que deberíamos situarnos es la siguiente: la dimensión interpersonal del gesto sexual en cuanto lenguaje de amor, y la dimensión vinculante que debe poseer una relación sexual para que sea auténtica.

De ahí que no podamos hacer una misma valoración, por ejemplo, de una relación esporádica, del encuentro sexual de una pareja de adolescentes o de una pareja estable de novios que buscan expresar su amor.

El gesto sexual es expresión de un amor total y definitivo, de una entrega y comunicación radicales. ¿Puede darse esa vinculación tan profunda fuera del matrimonio? Creemos que es el matrimonio el ámbito particularmente adecuado para poder realizar un amor que exprese ese grado de entrega y definitividad.

¿No puede realizarse esto fuera del matrimonio? ¿Una pareja de novios no pueden vivir un amor generoso y estable? Ciertamente pueden darse relaciones de parejas donde esta realidad se viva incluso mejor que en algunos matrimonios. Pero tendremos que ser muy cautos para que no resulte que terminemos siendo víctimas de un egoísmo solapado, o de una falsa ilusión.

La relación sexual prematrimonial carece de otro rasgo fundamental del amor entendido como donación total y exclusiva: la socialización. El amor heterosexual es apertura del yo y el tú al nosotros social. Víctimas de una excesiva privatización del amor, hemos perdido el sentido de la dimensión social de toda relación heterosexual.

Donde de un modo más claro se hace patente este carácter público del amor es en la institución matrimonial. La institucionalización del amor es la manifestación pública del compromiso de realizar el significado del amor. Además, de este modo el amor humano, siempre frágil, recibe el apoyo y la ayuda de la sociedad, y en el caso de las parejas cristianas, de la comunidad creyente. El carácter público del amor, algo esencial y no accesorio, es una garantía de la autenticidad antropológica de éste. El carácter público, por tanto, no desvirtúa el amor, sino que más bien lo afianza y apoya.

Pensamos que es dentro del ámbito del matrimonio donde mejor puede realizarse el ideal del amor heterosexual. Por ello, una relación prematrimonial realizará mejor este ideal en la medida que refleje con más claridad los valores de la vida matrimonial. El matrimonio comienza cuando se emite públicamente el consentimiento y ha sido sancionado por la autoridad competente. Sin embargo, puede ya vivirse esa mutua entrega y fidelidad antes de recibir el espaldarazo legal del consentimiento público.

¿Cuál debe ser nuestra actitud como educadores en este terreno? Por un lado huir tanto del autoritarismo como de la radical permisividad. Nuestra tarea es ofrecer a los novios orientación, iluminarles desde los valores éticos del Evangelio y desde el pensamiento de la Iglesia; ayudar a que sus proyectos de vida sean más auténticos y en ellos se realice, con una mayor transparencia, el ideal del amor entendido como entrega. Sin autoritarismos ni falsos moralismos, tendremos no sólo que acoger y acompañar, sino también presentar los valores y normas que deben orientar nuestra conducta.

La homosexualidad

Entendemos por homosexualidad un comportamiento sexual de aquellas personas que se orientan hacia individuos del mismo sexo. Nos dice M. Vidal que <<por homosexualidad entendemos: la condición humana de un ser personal que, en el nivel de la sexualidad, se caracteriza por la peculiaridad de sentirse constitutivamente instalado en la forma de expresión exclusiva en la que el "partenaire" es del mismo sexo>>. Por tanto, la homosexualidad queda desglosada en los siguientes rasgos:

- Se trata fundamentalmente del sentido global del ser humano; por tanto no es sólo ni principalmente un fenómeno sexual.

- La peculiaridad antropológica del homosexual se manifiesta principalmente en el nivel de la sexualidad; entendida ésta en un sentido amplio.

- La condición humano-sexual del homosexual se caracteriza por saberse instalado, de un modo exclusivo, en la atracción hacia compañeros del mismo sexo.

- Por ello será homosexual no el que lo es sólo comportamentalmente, sino sobre todo el que lo es constitutivamente. El que vivencia esta situación y quiere buscar cauces adecuados para su realización en cuanto homosexual.

- Por homosexualidad no entenderemos sólo los comportamientos homosexuales, sino la condición homosexual de un ser humano que, a través de sus comportamientos, busca la realización personal.

- La homosexualidad no implica de por si ningún rasgo de patología somática o psíquica.

El documento Persona humana (1976) aborda la postura oficial de la Iglesia al respecto de la homosexualidad. A juicio de este documento, <<son actos privados de su necesaria y esencial ordenación>>; <<por su intrínseca naturaleza son desordenados y no pueden ser nunca aprobados de modo alguno>>.

Pastoralmente el documento suaviza su postura distinguiendo entre homosexualidad como estructura y como ejercicio (homosexualidad adquirida por las costumbres y la influencia del entorno y la que parece innata o de constitución patológica, que sería incurable).

Sin llegar nunca a la justificación en tal comportamiento, la acción pastoral debe inspirarse en la comprensión y la acogida, ayudando al homosexual a integrarse en la sociedad, tantas veces hostil. También la culpabilidad debe juzgarse con prudencia, pues en muchos casos no hay del todo una responsabilidad personal en sus manifestaciones.

Las líneas abiertas en esta sencilla y escueta reflexión nos podrán ayudar a clarificarnos nosotros mismos y, sobre todo, a seguir buscando respuestas. Los interrogantes, las dudas y los vacíos siguen existiendo.