El concilio de Nicea

 

El Concilio I de Nicea es el primer Concilio Ecuménico, es decir, universal, en cuanto participaron unos trescientos obispos de todas las regiones donde había cristianos. Fomentado por Constantino tras haber logrado con su victoria contra Licinio en el año 324 la reunificación del Imperio, que también deseaba ver unida a la Iglesia, que en esos momentos estaba sacudida por la predicación de Arrio, de donde se deduce que hubo un tiempo en que el Hijo no existió, por tanto Dios fue siempre Dios pero no siempre fue Padre; el Hijo no pertenece a la esencia del Padre sino que es creado y producido; el Hijo es Dios por participación y no por esencia.

Las principales enseñanzas de Arrio condenadas en Nicea aparecen en el anatema que sigue a la exposición que el concilio hace de la fe católica. Podemos sintetizarlas en seis proposiciones:

a) el Verbo no es eterno ya que «hubo un tiempo en que no existía»

b) el Verbo no existía antes de ser engendrado c) fue hecho de la nada

d) no es de la misma sustancia o esencia que el Padre);

e) es una criatura

f) posee una naturaleza mudable y, en virtud del libre albedrío, es capaz del bien y del Mal.

Afirmaban que el Hijo de Dios no es eterno pretendían establecer la diferencia entre el Padre y el Hijo en base al atributo divino de la eternidad, atributo que correspondería solamente al Padre; el Hijo sería de distinta naturaleza por ser posterior en el tiempo. Basilio, en cambio, negará enérgicamente que la unión Padre-Hijo se dé solamente en el tiempo; esa unión, dice, va más allá de todos los siglos y no existe intermedio alguno entre el que engendra y el engendrado . El Hijo existe antes de los siglos y S. Juan lo ha puesto de relieve cuando dice: «En el principio existía el Verbo El Hijo guarda con el Padre una unión natural y, por tanto, eterna.

También del Espíritu Santo se dice que no es eterno con el fin de mostrar su desemejanza con el Padre. Basilio responde con una fórmula llena de solemnidad: el Espíritu Santo existía, preexistía y estaba en compañía del Padre ya antes de todos los siglos también en cuanto a la eternidad está unido con el Padre y el Hijo, o lo que es lo mismo, coincide con ambos en la noción de eternidad . Por ser eterno como el Padre y el Hijo, está justificado el decir que coexiste con ellos; coexistir significa lo mismo que consorcio eterno y resulta perfectamente adecuado para expresar la existencia antes de los siglos y la duración sin fin. Según el concilio de Nicea, (el 20 de mayo del 325 D.C.) una de las características de la herejía arriana es calificar al Hijo como hechura

y criatura del Padre. El arrianismo piensa, en efecto, que no hay diferencia alguna entre el Hijo y las criaturas . La herejía arriana enseñaba que el Verbo no existió desde siempre, y que, por ser engendrado no era increado, sino hecho y hecho de la nada por ello no era posible comunión alguna entre el Padre y el Hijo ni que el Padre engendrara a alguien de su misma naturaleza .

Para Basilio ni el Hijo ni el Espíritu Santo provienen de una sustancia anterior común a las tres divinas Personas. Pero tampoco proceden de la nada: ambos proceden del Padre, pero no por eso son criaturas ya que proceden de un modo radical y esencialmente distinto; tan distinto que ese modo de proceder da testimonio de su divinidad. Sólo el Hijo y el Espíritu Santo proceden del Padre en el sentido más auténtico y pleno. Ambos proceden en sentido estricto, aunque de diferente manera: el Hijo por generación y el Espíritu Santo de un modo que nos resulta desconocido e inefable. Nicea condenó a quienes afirmaran que el Verbo es capaz del bien y del mal, es decir, de voluntad mudable los arrianos sostenían así porque pensaban que se seguía ineludiblemente del hecho de que Cristo poseyera el libre albedrío. Paralelamente, también del Espíritu Santo dirán que es capaz del mal es decir, que no tiene la santidad por naturaleza pero, precisamente, dirá Basilio, la diferencia que se da entre el Espíritu Santo y los poderes celestiales consiste en que aquél tiene la santidad por naturaleza mientras que éstos la poseen de una manera participada los ángeles tienen una naturaleza mudable y, en virtud de su libre albedrío tienen capacidad de hacer el bien y el mal; en exacta contraposición con el modo de ser y calidad de naturaleza de los poderes celestiales, Basilio afirma que el Espíritu Santo es fuente de santidad; posee una santidad no recibida graciosamente, sino poseída esencialmente, coesencialmente con el Padre y el Hijo y llena completamente su naturaleza. Pero el atentado más fuerte contra la verdadera doctrina del Hijo y del Espíritu Santo es el que supone que ni uno ni otro poseen la misma naturaleza, la misma esencia (oúcrla) que el Padre.

De las afirmaciones del Evangelio relativas al hambre, a la sed, al sueño y a las pasiones (ira, emoción, llanto, etc.) de Cristo, los arrianos inducían que Jesucristo no podía ser Dios, porque era mutable y pasible.

Maximino, obispo arriano de África en el siglo IV habla de la Encarnación como de ad humana contagia et ad humanam carnem descendere, cosa incompatible con el Padre que es: innatus, infectus, invisibilis; en este sentido atribuye sólo al Padre el texto de 1 Tim 6, 15s que habla de la inmortalidad e invisibilidad de Dios, y que la unidad entre Dios Padre y Cristo es una unidad moral, producida por la unión de voluntades.

La fe arriana se basa en que el Hijo: «valuntate et praecepta Patris se encaminó

a la pasión y muerte, como él mismo dijo: Padre, pase de mí este cáliz; pero no lo que yo quiero, sino lo que quieras tú (Mt 26, 39.59); y el Apóstol afirma y dice: hecho obediente al Padre hasta la muerte, y la muerte de cruz (Phi! 2,8)

En sus orígenes, Cristo era considerado ante todo como un Mesías, en definitiva un ser mortal, el cual había sido elegido por Dios para realizar sus designios y que por ello podía llamársele Hijo de Dios; a esta doctrina se la llama adopcionismo. Sin embargo, en la Iglesia cristiana fue creciendo en importancia la opinión de que Cristo había preexistido como Hijo de Dios a su encarnación humana en Jesús de Nazaret, y que había descendido a la Tierra para redimir a los seres humanos; a esta nueva doctrina se la denomina encarnacionismo. Esta nueva concepción de la naturaleza de Cristo trajo aparejados varios problemas teológicos, ya que se discutió si en Cristo existía una naturaleza divina o una humana, o bien ambas, y si esto era así, se discutió la relación entre ambas (fundidas en una sola naturaleza, completamente separadas, o relacionadas de alguna manera).

El encarnacionismo prendió fuertemente en el mundo gentil, y especialmente en el occidente del Imperio Romano, mientras que las iglesias orientales defendían nociones más cercanas al adopcionismo. Arrio había sido discípulo de Pablo de Samosata, un predicador oriental del siglo III, y creía que Cristo era una criatura, aunque concedía que había sido la primera criatura formada por el Creador.

En la lucha de los encarnacionistas contra los arrianos hay varios factores a tomar en cuenta, como trasfondo de la discusión doctrinal:

 Había una lucha de poder entre la Iglesia de Roma y las iglesias orientales, en una época en que la supremacía de la primera no estaba bien asentada todavía. Las iglesias orientales apoyaron a Arrio, mientras que las occidentales tendieron a apoyar a los encarnacionistas.

 Pablo de Samosata había sido apoyado por la reina Zenobia de Palmira, enemiga mortal del Imperio Romano, y el emperador tendía a apoyar el encarnacionismo.

 Por razones psicológicas, el encarnacionismo gustaba más a las clases acomodadas del Imperio (que vivían en Grecia o Roma), mientras que el Adopcionismo gustaba más a las clases empobrecidas (las que predominaban en las regiones orientales del Imperio).

San Atanasio, secretario de San Alejandro, obispo de Alejandría, y el mismo obispo, se enfrentaron acaloradamente con Arrio. Para calmar las disensiones. Constantino, que practicaba la religión mitraica y se ocupaba de restablecer la paz religiosa y el orden civil envió cartas a San Alejandro y a Arrio censurando sus acaloradas controversias relativas a asuntos sin importancia práctica y aconsejándoles que se pusieran de acuerdo sin demora. Para suavizar la situación, fue enviado Osio a Alejandría, que vio imposible reducir al primero y opinó por la celebración de un concilio. Juntóse éste en Nicea de Bitinia el año 325, con asistencia de 318 obispos, presididos por el mismo Osio, que firma el primero después de los legados del papa, en esta forma: Hosius episcopus civitatis Cordubensis, provinciae Hispaniae, dixit…. Aquel concilio, el primero de los ecuménicos, debe ser tenido por el hecho más importante de los primeros siglos cristianos, en que tanto abundaron las maravillas.

Al fracasar la mediación de Osio, Constantino convocó el concilio de Nicea. El emperador puso a disposición de los obispos los medios de transporte públicos y las postas del imperio; incluso, aportó provisiones abundantes para el mantenimiento de los asistentes durante el Concilio. Eusebio de Cesarea habla de más de 250 obispos. San Atanasio, miembro del Concilio, habla de 300 y en su carta "Ad Afros" menciona explícitamente 318. Parece que el presidente fue, realmente, Hosio de Córdoba, asistido por los legados papales , Víctor y Vincencio.

El emperador Constantino decidió actuar para poner fin a las disputas teológicas, no porque estuviera especialmente interesado en la materia, ya que de teología sabía bien poco, sino porque podrían suponer a la larga un motivo de desestabilización social.

San Atanasio nos asegura que las actividades del Concilio no se vieron, de ninguna manera, perturbadas por la presencia de Constantino.

Fue el Concilio de Nicea, el 20 de mayo del 325 D.C., donde el partido anti-arriano bajo la guía de San Atanasio, diácono de Alejandría, logró una definición ortodoxa de la fe y el uso del término homoousion (consustancial, de la misma naturaleza) para describir la naturaleza de Cristo. ««Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...»» (Manual de Doctrina Católica Denzinger - Dz 54).

San Atanasio, reconocido como "Padre de la Ortodoxia", recibió una educación clásica y teológica de Alejandría, donde fue ordenado diácono y también nombrado secretario del obispo Alejandro. Como experto teológico en el Concilio de Nicea, En 328 sucedió a Alejandro como obispo de la sede sobre la que iba a presidir durante 45 años. Diecisiete de ellos los pasó en el exilio, que se le impusieron en cinco ocasiones distintas entre 335 y 366.

En reacción a los que negaban tanto la plena humanidad y la plena divinidad de Jesucristo, Atanasio explicó cómo el Logos, la Palabra de Dios, se unió con la naturaleza humana y cómo su muerte y resurrección venció la muerte y el pecado. Trabajó las implicaciones de pasajes bíblicos sobre la Encarnación y aseguró la unidad del Logos y la naturaleza humana en Cristo. Sostuvo que si Cristo no era de la misma naturaleza (homoousios, "tener el mismo ser") con Dios el Padre, entonces la salvación no sería posible y si Cristo no eran plenamente hombre, entonces la naturaleza humana no podía ser salvada.

Se había descubierto una fórmula que serviría como comprobación, aunque no simple de encontrar en las Escrituras, sin embargo resumía la doctrina de San Juan, San Pablo y el propio Cristo, "Yo y el Padre somos uno". La herejía, como destaca San Ambrosio, había provisto desde su propia vaina el arma para cortar su cabeza.

Si Cristo no fuera plenamente hombre y plenamente Dios, no podría llevar a cabo la salvación, puesto que sólo se salva lo que se asume (la humanidad) y sólo puede salvar quien tenga potestad para ello (la divinidad).

La consubstancialidad numérica es en la substancia, que es común a ambos. Si fuera en la persona (del Padre), caeríamos en el modalismo que temían los adversarios.

Tratando de las "personas", Gregorio de Nacianzo : "El nombre propio del sin principio, es Padre; del engendrado de modo sin principio, hijo; del que de modo no engendrado o procede hacia, el Espíritu Santo"

Ni el Hijo es el Padre, pues hay un solo Padre, sino lo que es el Padre, ni el Espíritu es el Hijo por (venir) de Dios, pues hay un solo Unigénito, sino lo que es el Hijo. Los tres son uno en la divinidad y lo uno es tres en las propiedades"

La "consubstancialidad" fue aceptada. Solamente trece obispos disintieron, y rápidamente se redujeron a siete. Hosio redactó las declaraciones conciliares, a las que fueron anexados anatemas contra aquellos que afirmaran que el Hijo alguna vez no había existido, o que no existía antes de ser engendrado, o que Él había sido hecho de la nada, o que Él era de una substancia o esencia diferente del Padre, o era creado o variable. Todos los obispos hicieron esta declaración excepto seis, de los cuales cuatro a la larga se retractaron. Eusebio de Nicomedia retiró su oposición a los términos de Nicea, pero no firmaría la condena de Arrio. El emperador, que consideraba la herejía como rebelión, propuso las alternativas de suscripción o destierro; y, en el terreno político, el Obispo de Nicomedia fue exiliado poco después del concilio, involucrando a Arrio en su ruina. El heresiarca y sus seguidores soportaron su sentencia en Iliria.

Finalmente, en el Concilio de Nicea del año 325 se aprobó el credo propuesto por Atanasio (y a lo que parece formulado por Osio), y la cerrada defensa del encarnacionismo hecha por Atanasio consiguió incluso el destierro de Arrio. Cuando éste fue perdonado el año 336, murió en misteriosas circunstancias (probablemente envenenado). La disputa entre encarnacionistas y arrianos iba a durar durante todo el siglo IV, llegando incluso a haber emperadores arrianos (el propio Constantino I el Grande fue bautizado en su lecho de muerte por el obispo arriano Eusebio de Nicomedia. Ulfila, obispo y misionero, propagó el arrianismo entre los pueblos germánicos, particularmente los visigodos ostrogodos y vándalos. Después del Concilio de Calcedonia del año 381, el arrianismo fue definitivamente condenado y considerado como herejía en el mundo católico. Sin embargo, el arrianismo se mantuvo como religión oficial entre los germanos hasta el siglo VI. El último rey germano en mantener el arrianismo fue Leovigildo, rey de los visigodos.

La adhesión al credo niceno fue general y entusiasta. Todos los obispos, excepto cinco, se declararon prestos a suscribir dicha fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia Apostólica. Los oponentes quedaron pronto reducidos a dos, Teonas de Marmárica y Segundo de Tolemaida, quienes fueron exilados y anatematizados. Arrio y sus escritos fueron también marcados con el anatema, sus libros fueron quemados y él fue exiliado a Iliria.

El concilio también fijó la celebración de la Pascua en el primer domingo después del primer plenilunio de primavera, siguiendo la praxis habitual en la iglesia de Roma y en muchas otras.

Fueron condenados los escritos de Arrio y tanto él como sus seguidores desterrados, entre ellos Eusebio de Nicomedia. Aunque no era arriano, Constantino gradualmente relajó su posición anti-arriana bajo la influencia de su hermana, quien tendía simpatías arrianas. A Eusebio y a otros se les permitió regresar y pronto comenzaron a trabajar para destruir lo hecho en el Concilio de Nicea. Por los manejos de Eusebio de Nicomedia, Constantino intento traer a Arrio de regreso a Constantinopla (334-335) y rehabilitarlo, pero murió antes de que llegara. Aprovechando la nueva situación, el partido arriano fue ganando terreno y logró el exilio de San Atanasio, quien ya era obispo de Alejandría, y de Eustaquio de Antioquía. Avanzaron aún más durante el reinado del sucesor de Constantino en Oriente, Constancio II (337-361), quien dio un apoyo abierto al arrianismo.

Se puede decir que, en realidad, el arrianismo resultó fortalecido después de su primera derrota superficial. Esta paradoja obedeció a una causa que se puede hallar en muchas formas de conflicto. El adversario derrotado aprende de su primer revés las características de la cosa que ha atacado; descubre sus puntos débiles; aprende la forma de confundir a su oponente y percibe los compromisos hacia los cuales el adversario puede ser conducido. Por consiguiente, después de esta prueba, el derrotado está mejor preparado que antes de la primera batalla. Eso fue lo que sucedió con el arrianismo.

Tras la muerte de Alejandro, Atanasio había accedido al episcopado en Alejandría. Fue una de las mayores figuras de la Iglesia en todo el siglo IV, que defendió con gran altura intelectual la fe de Nicea, pero que precisamente por eso fue enviado al exilio por el emperador.

Eusebio, que en 328 recobró el favor de Constantino, propició un período de reacción arriana. San Eustaquio de Antioquía fue depuesto bajo el cargo de sabelianismo, y el emperador envió su mandato de que Atanasio debía recibir de regreso a Arrio a la comunión. El santo rehusó firmemente. En 325 el heresiarca fue absuelto por dos concilios, en Tiro y en Jerusalén, el primero de los cuales depuso a Atanasio basado en falsos y vergonzosos fundamentos de mala conducta personal. Fue exiliado a Tréveris y su estadía de dieciocho meses en esos lugares cimentó más estrechamente a Alejandría con Roma y el Occidente católico.

Los arrianos estaban dispuestos a admitir que Cristo había sido de la esencia divina, pero no plenamente Dios; no increado. Cuando los arrianos comenzaron con esta nueva política de compromiso verbal, el emperador Constantino y sus sucesores la consideraron como una oportunidad honesta de reconciliación y reunión. La negativa de los católicos a dejarse engañar quedó a los ojos de quienes así pensaban como mera obstinación; y a los ojos del Emperador, como una rebelión facciosa y una desobediencia inexcusable. "Aquí estáis vosotros que os llamáis los únicos verdaderos católicos, prolongando y envenenando innecesariamente una mera pelea facciosa. Debido a que tenéis los personajes populares detrás de vosotros, os creéis amos de vuestros seguidores. Tal arrogancia es intolerable. Vuestros adversarios han aceptado el punto principal. ¿Por qué no podéis acordar la disputa y restablecer la unión? Al resistiros estáis dividiendo a la sociedad en dos bandos; estáis alterando la paz del Imperio y estáis siendo tanto criminales como fanáticos."

Constantino ordenó a Alejandro, obispo de la Ciudad Imperial, darle la Comunión en su propia iglesia . Arrio triunfó abiertamente; pero mientras andaba pavoneándose, la tarde anterior al día en que iba a tener lugar este acontecimiento, murió de un repentino desorden, al que los católicos no pudieron dejar de atribuir a un juicio de los cielos. Constantino entonces no favoreció más que a los arrianos.

No obstante, fue bautizado en sus últimos momentos por el prelado de Nicomedia.

La muerte del arrianismo en el Este  se produjo cuando los conquistadores árabes convirtieron a la masa del Imperio Cristiano Oriental en un pantano, pero la herejía no moriría aun por siglos y crecería en algunas tribus germánicas que habían sido evangelizadas por predicadores arrianos, las cuales la traerían de nuevo al Imperio en el siglo V con la invasión de Occidente. Aunque todavía se encuentran grupos de cristianos-arrianos en el Oriente Medio y el Norte de África, el arrianismo profesado como tal desapareció hacia el siglo VI.

No obstante, bajo forma mitigada, el arrianismo permanece hasta hoy implícito, al menos bajo algunos aspectos, entre los protestantes, especialmente por su rechazo a la Santísima Virgen en cuanto Madre de Dios: pues si Jesucristo no es verdaderamente Dios —¡arrianismo!— y hombre, María Santísima no es Madre de Dios y no ejerció entonces una participación excelsa en la obra de la Redención, lo que es contrario a la fe.

Bajo el astuto rótulo de Teología de la Liberación se designa a una amalgama de errores de los más disparatados en materia de teología, filosofía, sociología, economía, etc.

Ella es fruto de los errores teológicos y filosóficos que penetraron en la Iglesia a fines del siglo XIX y que fueron condenados por San Pío X (Papa de 1903 a 1914) bajo la denominación de modernismo. Tales errores pretendían adaptar a la Iglesia y al pueblo fiel al espíritu y a los errores del mundo y de la vida "moderna", los cuales buscan satisfacer el orgullo y la sensualidad dejados en el corazón humano por el pecado original.

El arrianismo revivió por un momento en el caos general de la Reforma. Intelectuales dispares, incluyendo a Milton en Inglaterra y presumiblemente a Bruno en Italia, y todo un grupo de franceses, presentaron en los Siglos XVI y XVII doctrinas que intentaban reconciliar un materialismo modificado y una negación de la Trinidad con alguna parte de la religión cristiana.

 

Tras el concilio de Nicea

Cuando se sugirió el primer compromiso con el arrianismo, Atanasio ya era arzobispo de Alejandría. Constantino le ordenó readmitir a Arrio a la Comunión. Atanasio se negó, por lo que fue exiliado a la Galia, pero el Atanasio en el exilio resultó ser aún más formidable que el Atanasio en Alejandría. Su presencia en Occidente tuvo el efecto de reforzar el fuerte sentimiento católico de esa parte del Imperio. Los hijos de Constantino que se sucedieron uno tras otro en el Imperio, vacilaron entre una política de asegurarse el apoyo popular, que era católico, o bien asegurarse el apoyo del ejército, que era arriano. Más que otra cosa, la corte se inclinaba por el arrianismo porque le molestaba el creciente poder del Clero Católico organizado como rival del poder secular del Estado. El último y el más longevo de los hijos de Constantino – Constancio – se hizo decididamente arriano. A Atanasio lo exiliaron una y otra vez, pero la causa que defendía siguió aumentando en fuerza.

Los arrianos rígidos, estaban dirigidos por un tal Aezio (Ezio) de Antioquía, calderero primero, luego platero, más tarde médico y finalmente diácono de Antioquía. Buen dialéctico, árido y seco en sus silogismos, identificaba la esencia divina con la noción de «no engendrado», evidentemente propia del Padre, resultando de ello que el Hijo, lejos de ser consustancial o al menos semejante al mismo, venía a ser totalmente diferente (anhomoios).

En el conciliábulo de Antioquía, en 341, depusieron a Atanasio, eligiendo en su lugar a Gregorio. El nuevo obispo penetró en Alejandría con gente armada, y San Atanasio hubo de retirarse a Roma, donde alcanzó del papa San Julio la revocación de aquellos actos anticanónicos; pero el emperador Constancio persiguió de tal suerte al santo Obispo, que éste se vio precisado a mudar continuamente de asilo, sin dejar de combatir un punto a los arrianos de palabra y por escrito.

A la muerte de Constantino (a. 337), se levanta una fuerte reacción antinicena contra los hombres que más decididamente habían propugnado su credo y la doctrina del homousios, como los papas julio 1 y Liberio, Osio de Córdoba, S. Atanasio de Alejandría, Marcelo de Ancira, Eustacio de Antioquía, etc.

Convocóse al fin un concilio en Sardis, ciudad de Iliria, el año 347. Concurrieron 300 obispos griegos y 76 latinos. Presidió Osio, que firma en primer lugar, y que propuso y redactó la mayor parte de los cánones, encabezados con esta frase: Osius Episcopus dixit. El sínodo respondió a todo: Placet. San Atanasio fue restituido a su silla, y condenados de nuevo los arrianos. Otra vez en España Osio, reunió en Córdoba un concilio provincial, en el cual hizo admitir las decisiones del Sardicense y pronunció nuevo anatema contra los secuaces de Arrio.

Las persecuciones se alargarían. El año 362, en Alejandría, unió Atanasio a los ortodoxos semiarrianos con él mismo y el Occidente. Cuatro años después cincuenta y nueve prelados macedonios, es decir, hasta entonces anti nicenos, se sometieron al Papa Liberio. Pero el Emperador Valente, un feroz hereje, todavía ponía devastación a la Iglesia.

Teodosio I, un español y católico, gobernaba todo el Imperio. Atanasio murió en 373; pero su causa triunfó en Constantinopla, arriana por largo tiempo, primero por la prédica de San Gregorio Nacianceno, luego en el Segundo Concilio General (381), cuya apertura presidió Melecio de Antioquía. Desde este momento el arrianismo en todas sus formas perdió su lugar dentro del Imperio.

Su desarrollo entre los bárbaros fue más político que doctrinal. Ulfilas (311-388), quien tradujo las Escrituras al maeso-gótico, enseñó una teología acaciana a los ostrogodos del Danubio; reinos arrianos surgieron en España, África, Italia. Los gépidas, hérulos, vándalos, alanos y lombardos recibieron un sistema que eran tan poco capaces de comprender como de defender.

Ulfilas divulgó el credo arriano: Creo que sólo hay un Dios Padre y en su Hijo unigénito, nuestro Dios y Señor, creador y hacedor de todas las cosas, como el que no hay nadie. Por lo tanto hay un Dios de todo, que es también Dios de nuestro Dios, y creo en el Espíritu Santo como un poder iluminador y santificador. Como Cristo dice tras la resurrección a sus Apóstoles: "Y he aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros: mas vosotros asentad en la ciudad de Jerusalem, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto" (Lucas, 24.49) y después "Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me sereís testigos en Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1.8) Ni Dios ni Señor, sino el ministro de Cristo; no igual, pero sujeto y obediente en todas los aspectos al Hijo. Y creo que el Hijo está sujeto y obedece en todo a Dios Padre.

Comprenderemos mejor su significado si la calificamos como un intento Oriental de racionalizar el credo despojándolo del misterio en lo concerniente a la relación de Cristo con Dios.