DIÁSPORA

En sentido tradicional se entiende por d. católica (o protestante, invirtiendo los términos) la situación sociológica de convivencia de una minoría de bautizados católicos con una mayoría de bautizados protestantes (d. en sentido estricto).

a) En sentido lato se puede entender por d. una minoría de bautizados católicos que vive en medio de una mayoría de no bautizados (d. de misiones), o también un núcleo de fieles católicos que viven en medio de una mayoría de católicos que, aunque bautizados, no tienen ya la menor conexión vital con la Iglesia y con su fe (d. en núcleo). Aparte de esto, hoy día es cada vez más típica la situación de la Iglesia que podríamos designar como d. pluralista. Nos referimos a la situación de una minoría de católicos creyentes que viven junto con católicos y protestantes bautizados que se han hecho indiferentes, y junto con verdaderos cris. tunos protestantes y con no bautizados y ateos en medio de una sociedad pluralista.

Aun enfocando la d. en sentido estricto, nos parecen demasiado restrictivas las definiciones de H.A. Krose («comunidades católicas que se han formado en zonas en otro tiempo puramente protestantes») y de A. Gabriel («existe d. allí donde una minoría católica se ve enfrentada con una población por lo menos doble de personas de otra creencia»).

b) En la definición de la d, en sentido estricto preferimos atenernos a los tres criterios establecidos por W. Menges: 1) situación estadística de minoría; 2) falta de presupuestos para que surja y actúe una comunidad eclesiástica donde queden integrados todos los hombres; 3 ) concurrencia del sistema de normas de la respectiva comunidad religiosa con el de la mayoría de otra creencia. E1 estudio de la d. debe procurar abordar esa realidad desde los más diferentes puntos de vista y disciplinas. Para ello deberá ante todo recurrir a la ayuda de la historia, de la geografía, de la estadística, de la sociología, de la psicología social y muy especialmente de la teología.

Sociológicamente hay que distinguir principalmente dos aspectos en el estudio de la d. En primer lugar habría que tener presente las relaciones internas de los fieles de la d., tanto las de los fieles entre sí, como las de éstos con sus sacerdotes y si tales católicos han nacido o no en el lugar, así como su índice de edades y su repartición según el sexo y la profesión y condición social; luego se ha de estudiar su participación en la vida de la Iglesia, la frecuencia de matrimonios entre miembros de distintas confesiones, la educación no católica de los niños, la observancia de las normas establecidas por la Iglesia, las posibilidades de contacto de los fieles con el sacerdote, etc. Es evidente que cuanto menor sea el número de católicos y cuanto más dispersos vivan éstos, tanto más difícil resultará la integración en una comunidad eclesiástica.

En el segundo aspecto sociológico habría que examinar la cuestión de las relaciones entre el grupo minoritario de creyentes y el grupo mayoritario de los que profesan otras creencias o ninguna. Aquí se dan naturalmente grandísimas variaciones según que los católicos se vean enfrentados con una hermética Iglesia nacional, o con una religión animística popular, o con una sociedad más o menos indiferente en materia religiosa. Todas estas relaciones con el grupo mayoriy tario están con frecuencia gravadas por reminiscencias históricas de opresión y discriminación, por una actual situación de inferioridad en la esfera económica, política y cultural, y por prejuicios de psicología social. La Iglesia en la d. puede adoptar formas sociales diversamente matizadas que dependen de su respectiva situación social y religiosa, su pasado, y de la situación social en general, etc. Es posible que presente la faz de una secta y se aísle más o menos del resto de la sociedad. Pero también puede adoptar la forma de comunidad, principalmente si vive en una sociedad pluralista y toma esta situación suya como una tarea que se le impone. Esta forma social de comunidad sin duda prevalecerá cada vez más en el futuro. La comunidad se caracteriza entre otras cosas por su fundamental apertura y su predisposición al diálogo con el resto de la sociedad y con sus problemas relativos a la vida del espíritu. El cambio de estructura sociológica de la Iglesia católica en numerosos países, por el que abandona su condición de «secta» o de Iglesia nacional - en la que coinciden pueblo e Iglesia y a la que pertenecen por principio todos los miembros de una nación o de una sociedad determinada-, para pasar a ser una comunidad; tiene consecuencias de gran envergadura en lo referente a las sanciones positivas o negativas de la Iglesia, a los ritos colectivos, a las posturas que se deben adoptar, e incluso a la configuración de las reflexiones teológicas. Es evidente que, en una Iglesia de tipo «secta» o de tipo «comunidad», el seglar asume un papel mucho más activo y responsable que en la Iglesia estatal, el comportamiento moral se rige más por persuasiones personales que por la amenaza de sanciones, se concede mayor atención a la participación personal de los fieles en los ritos, y los creyentes que poseen dones carismáticos gozan de un mayor aprecio, etc.

Desde el punto de vista de la tipología, la Iglesia de la d. tiende a formar dos tipos de fieles, que en la realidad no aparecen tan marcados, pero pueden reconocerse claramente. Tenemos por un lado al creyente de ghetto, que K. Rahner caracteriza así: «Crea un círculo, un ambiente artificial donde da la impresión de que no existe esta situación interna y externa de d., crea un ghetto.» Es significativo que el concepto de ghetto procede de la d. judía. E1 creyente de ghetto no quiere reconocer la situación existente de hecho. Se aísla en cuanto le es posible de la vida religiosa, social, política y cultural, y se crea sus propias instituciones, que las más de las veces no tienen la menor relación dinámica con la vida que le rodea, sino que con frecuencia representan un caso típico de «cultural lag», o sea de retraso cultural. El creyente de ghetto tiende a organizar sus instituciones como en los tiempos en que la sociedad era todavía más o menos creyente. Pero es también posible que la Iglesia produzca un tipo muy diferente de creyente, al que llamaremos el creyente abierto. Éste se sitúa en medio de la vida social. En cuanto se lo permiten sus fuerzas y sus aptitudes, vive y actúa en las instituciones en que se ve situado como profesional, como ciudadano, como padre de familia, etc. Su vida se desarrolla en gran parte entre personas de otra o de ninguna creencia; y él, como cristiano, trata de dar con su vida testimonio de Cristo, menos con palabrería que con su actividad leal y adecuada a la realidad.

Se comprende sin dificultad que la --> pastoral de la Iglesia de d. variará según el tipo de fieles que predomine. Humanamente hablando, la Iglesia del futuro sólo tendrá probabilidad de éxito si en su pastoral opta clara y resueltamente por los creyentes abiertos y los toma como norma. Esto no significa que la prudencia pastoral no imponga cierto retraimiento en determinadas situaciones. Pero este retraimiento sólo tiene sentido dentro de una perspectiva general de entrada misionera en el ambiente a largo plazo. En esta concepción de un apostolado abierto, misionero, frente al apostolado conservador y con mentalidad de ghetto, el principal quehacer debe consistir en inducir a los cristianos a una fe propia, existencial y personalmente comprometida. Sólo si el bautizado llega a esta fe propia, asimilada personalmente y probada en las dificultades, vendrá a ser un cristiano capacitado para la d., es decir, podrá mantenerse incluso en un medio hostil a la fe. « El cristianismo no será ya hereditario, sino libremente aceptado» (K. Rahner). De esta concepción apostólica de una Iglesia de d. deberá seguirse también una genuina adaptación de toda la vida de la Iglesia a la situación de d., no sólo en el mero plano de la «táctica social», sino también en el ámbito de la formulación de la fe (Schelsky). Más concretamente, se tratará de adaptar a la situación de d. las formas de expresión litúrgica, incluida la lengua, la manera de la predicación y el modo mismo de expresarse, e incluso la forma de la piedad personal. En términos teológicos, se tratará de volver a encarnar en este mundo nuevo el mensaje de Cristo. De esta concepción seguramente se desprenderá una posición distinta frente a un problema pastoral muy difícil: el matrimonio mixto.

La situación de la Iglesia en la d. recuerda al cristiano muy de veras que, en término bíblico, él se halla en condición de paroikos. El residente no es ni ciudadano en todo el rigor de la palabra, con todos los derechos y deberes, ni completamente un extraño, que está abandonado sin protección a su suerte. El cristiano vive en tensión entre la obligación de comprometerse con este mundo y la conciencia de que su situación es pasajera. «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura> (Heb 13, 14). El cristiano mira hacia la consumación. Ef 2, 19 ha de entenderse también como anticipación del futuro: «Por eso no sois ya extranjeros y meros residentes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios.»

La Iglesia de la d. vive con especial intensidad la dialéctica fundamental entre el «ya ahora» y el «todavía no», entre « no ser del mundo» y, sin embargo, «haber sido enviado al mundo» (Jn 17, 16-18). La Iglesia de la d. sabe que es Iglesia del tiempo que media entre la ascensión y la consumación. Sabe que está especialmente expuesta a dos peligros. O bien se entrega de lleno al mundo conformándose a él en todos los puntos; y entonces adquiere plena ciudadanía en este mundo, pero traiciona su misión. O bien dirige su mirada únicamente a la consumación, atiende sólo a su fin; pero entonces olvida que ha sido enviada a los hombres, se hace extraña entre ellos y así traiciona también su misión. La Iglesia sólo responde a su misión si acepta su condición de residente, de pároikos, con derechos y deberes, pero también con conciencia de su estado de peregrinación y de que espera la consumación. Cuanto más viva la Iglesia (incluso de hecho) en la dispersión, entre gentes de otra creencia o sin creencias, tanto más reflexionará sobre su propia naturaleza, y tanto más se desentenderá de todas las actividades que a lo largo de la historia se le han impuesto o que ella misma se ha apropiado indebidamente. Y así aparecerá cada vez más claramente su auténtica esencia, mostrándose como continuación de la vida de Cristo en la historia y buscando, lo mismo que él, la salvación de todos los hombres.

La Iglesia de la d. se plantea con todo rigor la cuestión de la reunificación de todos en la fe, sobre todo cuando una pequeña minoría de católicos creyentes y abiertos vive juntamente con protestantes creyentes, o viceversa. La Iglesia de la d. evitará todo lo que pueda agudizar los contrastes, aumentar los prejuicios o profundizar los abismos de separación, aunque sin abandonar lo más mínimo de su propia fe. La Iglesia de la d. siente la división religiosa como un aguijón en su carne y reconoce su propia culpabilidad en esta división. Conoce la fundamental unidad en la fe, que la liga también con los que tienen otra creencia. La Iglesia de la d. en sentido estricto es consciente de construir el puente necesario entre ambas confesiones, y no permitirá nunca que se olvide en la Iglesia entera la cuestión de la unidad. Ve objetivamente las grandes dificultades que se oponen a la unificación de los cristianos, pero lleva en sí la virtud teologal de la esperanza (-> ecumenismo, c).

El cristianismo primitivo estaba familiarizado con la idea de la Iglesia en la d. (cf. Sant 1, 1; Pe 1, 1, o la carta a Diogneto 6, 8: «Los cristianos viven como huéspedes en lo perecedero, esperando lo imperecedero del cielo»). Al comenzar la era de -> Constantino pasó esta convicción a segundo término. Quizá esté reservado a nuestro tiempo el volver a despertar en la Iglesia esta conciencia de d. K. Rahner señala expresamente cómo la situación de d. en la Iglesia es un hecho «inevitable en la historia de la salvación», un hecho que de suyo no debería darse, pero que nosotros «hemos de reconocer como querido por Dios, en cuanto inevitable y no en principio, sacando de ahí las consecuencias oportunas». En este sentido la Iglesia del futuro ya comenzado será una Iglesia de la d., y tendrá una importancia decisiva el que los cristianos reconozcan esto y obren en consecuencia.

Norbert Greinacher