CXCI
REUNIÓN DE LA COMISIÓN PERMANENTE
DE
LA CONFERENCIA Episcopal ESPAÑOLA
Madrid,
18-19 de febrero de 2003
1.
La amenaza de guerra en Irak es causa de honda preocupación en todo el mundo y
también en España. Muchos obispos se han pronunciado ya a este respecto en sus
diócesis. Nosotros, en nombre de la Conferencia Episcopal Española, y en unión
con el Santo Padre Juan Pablo II, deseamos decir también una palabra que ayude
a iluminar la conciencia de los católicos españoles y que les sostenga en su
oración ferviente y en su compromiso en favor de la paz.
2.
Los peligros en que están hoy la paz y
el bien común de la Humanidad son graves, como se pone de manifiesto en la dramática
situación de Oriente Medio y de Tierra Santa,
en los conflictos, entre otros, de África y de Hispanoamérica, y en el
terrible azote del terrorismo. Estos grandes males deben ser evitados y
combatidos por todos los medios lícitos, eliminando situaciones que los
alimentan y les ofrecen cobertura.
3.
«La cuestión de la paz no puede
separarse de la cuestión de la dignidad y de los derechos humanos»[1].
No toda forma de paz es expresión de justicia y de orden. Siendo indiscutible
la necesidad de mantener un orden internacional justo, que salvaguarde el «bien
común universal»[2]
y vele por el cumplimiento de los acuerdos firmados por los Estados, se ha de
afirmar, como ha hecho el Papa Juan Pablo II, que “la guerra nunca es un medio
como cualquier otro, al que se puede recurrir para solucionar las disputas entre
las naciones”[3].
El servicio a la paz y al orden entre los pueblos exige que no se acuda a la
destrucción y a la muerte que la guerra comporta, a no ser en situaciones en
las que, de un modo probado, no exista ya ningún otro medio disponible y sea
fundada la esperanza de no producir males mayores de los que se desea evitar[4].
4.
En el momento actual, hay que agotar
todos los medios pacíficos para evitar la guerra y, en todo caso, respetar la
legalidad internacional en el marco de las resoluciones del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas. Nos unimos de todo corazón a las gestiones del Santo
Padre en favor de la paz y deseamos que encuentren eco positivo entre los
gobernantes de modo que, no desfallezcan en los nobles esfuerzos por mantener el
bien común universal y sepan eliminar toda razón que pudiese justificar el uso
de esa “solución extrema” que es la intervención armada. En palabras de
Juan Pablo II: «El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad
entre los Estados, el ejercicio tan noble de la diplomacia, son los medios
dignos del hombre y de las naciones
para solucionar sus contiendas»[5].
5.
El recurso a la guerra es una de las
decisiones políticas que, sin duda alguna, tiene que ver con principios morales
ineludibles[6].
No podemos olvidar a este respecto lo que recientemente ha dicho Su Santidad el
Papa Juan Pablo II: «Como recuerda la Carta de la Organización de las Naciones
Unidas y el Derecho Internacional, [el recurso a la guerra] no puede adoptarse,
aunque se trate de asegurar el bien común, si no es en casos extremos y bajo
condiciones muy estrictas, sin descuidar las consecuencias para la población
civil, durante y después de las operaciones»[7].
6.
La paz es posible; las guerras son
evitables, pues no son ningún producto necesario del destino ciego, sino que
tienen su raíz última en los pensamientos y las decisiones equivocadas de los
hombres, que las incitan o las provocan. Ante la amenaza de la guerra, se pone
de manifiesto la necesidad de la conversión del corazón para la promoción de
una auténtica cultura de paz. La paz verdadera exige el respeto y el cultivo de
la verdad, de la justicia, del amor y de la libertad, auténticos pilares de la
paz, como recordaba el Beato Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris
hace cuarenta años[8].
La conversión implica, en último término, la vuelta de toda la persona a
Dios, a Jesucristo. Él es nuestra paz (Ef
2, 14). Los creyentes nos abrimos a Él de modo particular por la oración.
Rogamos, pues, de nuevo a todos que oren por el don supremo de la paz. La
Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, en el que la
Iglesia implora la paz para sí misma y para toda la familia humana. Pedimos al
pueblo cristiano que participe
asiduamente en su celebración. Con el Papa invitamos al rezo del Rosario,
en este año especialmente dedicado a esta “oración orientada por su
naturaleza hacia la paz”, para que, interiorizando con María el misterio de
Cristo, aprendamos “el secreto de la paz” y hagamos de él “un proyecto de
vida”[9],
que con sus acciones genere compromisos en favor de la verdad y la justicia de
las que brota la paz.
Madrid,
19 de febrero de 2003
[1] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003 (8.12.2002), 6; cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes (7.12.1965), 78; Catecismo de la Iglesia Católica (11.10.1992), 2302-2306.
[2] Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et Magistra (15.5.1961), 71; Id., Carta Encíclica Pacem in terris (11.4.1963), 100; 103; 138; 140; 155; 167; cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003 (8.12.2002), 5.
[3] Juan Pablo II, Discurso al cuerpo diplomático (13.1.2003), 4.
[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica (11.10.1992), 2309.
[5] Juan Pablo II, Discurso al cuerpo diplomático (13.1.2003), 4.
[6] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (24.11.2002), 4.
[7] Juan Pablo II, Discurso al cuerpo diplomático (13.1.2003), 4; cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes (7.12.1965), 79-82; Catecismo de la Iglesia Católica (11.10.1992), 2307-2317.
[8] Juan XXIII, Carta Encíclica Pacem in terris (11.4.1963), 1; cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003 (8.12.2002), 3.
[9] Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (16.10.2002), 40.