VIRGINIDAD
VocTEO
 

La virginidad cristiana es aquel don preciso dado por el Padre a algunas personas para que se entreguen solamente a Dios con un corazón sin dividir (cf. LG 42). Por la densidad simbólica del término, preferimos la palabra «virginidad" a otras, como «celibato" o «castidad consagrada" y aunque reconocemos una especial significatividad a la virginidad femenina, de suyo la virginidad cristiana trasciende la distinción sexual: ya el Pseudo-Clemente llama «vírgenes" a los hombres y a las mujeres (Epist 1 ad virgines, 2).

Hay que subrayar además que por muy lícitas y obligadas que puedan ser sus aportaciones, las ciencias humanas no pueden agotar el misterio de la virginidad consagrada en la Iglesia, que sólo resulta comprensible en su arraigo cristológico y en la interpretación de la fe.

Si en la fenomenología religiosa la virginidad y los actos sexuales están muchas veces ligados a lo sagrado y a las fuerzas cósmicas, la experiencia sexual es desacralizada en Gn 1. Para Israel la abstención de la relación sexual es abstención de lo «profano", antes de participar de alguna manera de la «santidad" de Dios (Éx 19,14s; 1 Sm 21,5). La virginidad se aprecia como integridad física de la mujer no casada (Éx 22.15; Lv 21,13), pero un estado permanente de celibato sigue siendo totalmente extraño a la mentalidad judía. En su conjunto, la tradición rabínica equipara el celibato al homicidio, porque se opone a la obra de la creación (Gn 1,27s): así, la hija de Jefté llora por su virginidad inútil (Jue 11.37s) y el celibato de Jeremías se convierte en signo de la desolación futura de Israel (Jr 16,lss). En el siglo 1 d.C. causará asombro la decisión de permanecer célibe de rabbí Simeón ben Azzai: «Mi alma se ha enamorado de la Torá. ¡Que piensen otros en la supervivencia del mundo!" (Génesis Rabbah 34. 14a).

Sólo en la plenitud de los tiempos de la encarnación (Gál 4,4) la virginidad encuentra fundamento y principio. Jesús se presenta como el Esposo de la alianza nupcial entre Dios y su pueblo (cf. la «virgen hija de Sión» de los profetas en Mc 2,19s: Mt 22,1-14. 25,1-13). En el loghion de Mt 19,10-12 Jesús, después de haber referido el matrimonio al designio original del Padre (Mt 19,3-9), afirma la existencia de un don que se da a algunos por la causa del Reino. El contexto histórico es la acusación dirigida a Jesús de ser un «eunuco", además de un «comilón y bebedor" (Mt 11,19). Defendiendo su misma vida virginal, Jesús la presenta como don del Padre. El texto tiene un fuerte sentido escatológico: el Reino por el que uno se hace eunuco está ya presente (cf. Lc 1 1,20). Con el acontecimiento pascual Jesús es «constituido Señor y Cristo" (Hch 2,36) y la Iglesia comprende que la causa del Reino se identifica con la de Jesús; él es el Reino de Dios en persona. La virginidad se enriquece con la referencia explícita a la persona de Jesús resucitado, sin perder su connotación escatológica. Virginidad quiere decir vivir con « el corazón sin dividir... para el Señor", afirma Pablo en el famoso pasaje de 1 Cor 7.

Su enseñanza sobre el matrimonio en la perspectiva escatológica se conjuga con la virginidad por el Señor: la virginidad es un chárisma, un estado de vida totalmente cristocéntrico y cristiforme (vv. 32-34). La misma virginidad de María, que profesa la Iglesia apostólica, es la primera virginidad evangélica auténtica en el seguimiento de Jesús. María recibe del misterio del Hijo su propia virginidad, don del Padre y entrega al Reino en la persona de Jesús (cf. Lc 1,26-35: Mt 1,16; 2,18-23).

En la Iglesia de los primeros siglos la virginidad es el segundo gran testimonio después del martirio. Nace el ordo de las vírgenes, a las que no es preciso imponer las manos, ya que sólo su decisión las hace tales (Traditio apostolica, 12). De la consagración personal en la casa paterna, bajo la autoridad del obispo, se pasa a una vida comunitaria, bajo una regla (Epist. 211 de Agustín y Regla de Cesáreo de Arlés). En la reflexión teológica los Padres comparan con frecuencia el matrimonio con la virginidad. El matrimonio es un bonum creacional que hay que defender contra los herejes (Teodoreto de Ciro, Haeret. Fabul. Y, 25: Juan Crisóstomo, De Virginit. 9-1 1; Agustín, De bono conjug. 16,21), pero que obliga a permanecer bajo el ataque de las pasiones. La virginidad es melius, ya que es una huida ascética de éstas (Juan Crisóstomo, In Epist. 1 ad Cor. Hom. 30,5; Jerónimo, Epist. 48,4); en el «corazón sin dividir» se recupera aquella unidad interior que el pecado había hecho abandonar (Agustín, Confes. X, 29); el estado virginal es el más idóneo para la contemplación de los misterios de Dios (Gregorio de Nisa, De Virgin. 5,11). Sin embargo, la virginidad sigue estando expuesta al riesgo del orgullo y es preferible una humilde vida conyugal a la virginidad orgullosa (Agustín, Enarr. in ps. 99, 13). Los Padres aluden con frecuencia a las relaciones entre María, Cristo y el fiel: la virginidad, la maternidad espiritual y la fe. La Iglesia es virgen porque conserva la integridad de la fe; de aquí su fecundidad espiritual, como ocurrió con María y como ocurrirá con toda alma virgen, es decir, íntegra en la fe (Agustín, Sec. 93, 1; 341, 5).

Las fuentes bíblicas y patrísticas, por consiguiente, indican que la virginidad cristiana no puede comprenderse sin una confrontación con la experiencia conyugal: si los Padres se resienten de algunas ideas filosóficas de la época, lo cierto es que el matrimonio y la virginidad son para ellos «dos modos de expresar y de vivir el único misterio de la alianza de Dios con su pueblo» (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 16). La comparación continúa en la historia de la teología. Dentro del sistema de santo Tomás la virginidad es una virtud, parte de la castidad (S. Th. 11-11, q. 151), especificación a su vez de la templanza. La virginidad es más adecuada para la contemplación que la continencia conyugal (S. Th. 11-11, q. 152, a. 2); por tanto, hay que preferirla por estar ordenada al bien del alma en la vida contemplativa (Ibíd., q. 152, 4).

Contra la opinión de los reformadores, que atribuyen al matrimonio una consideración de valor superior, el concilio de Trento condena a los que anteponen el estado matrimonial al virginal (sessio XXIV cap. 10). La afirmación de Trento es al mismo tiempo clara y prudentemente «negativa». Para el Magisterio reciente, el estado virginal es de suyo superior al conyugal. Así en la Sacra virginitas, de Pío XII, en la Sacerdotalis coelibatus, de Pablo VI, y en la Familiaris consortio, n. 16, de Juan Pablo II.

También el concilio Vaticano II apunta en la misma dirección (LG 42; 0T 10). Por otra parte, para expresarse a sí misma, la experiencia virginal depende en su lenguaje simbólico del lenguaje conyugal, utilizado indiferentemente para los varones y para las mujeres. Es lo que ocurrió con los santos Padres.

Luego, con san Bernardo, santa Clara de Asís y santa Catalina de Siena, en las obras de Matilde de Hackerborn y de Gertrudis de Helfta, donde la vida claustral de las vírgenes se compara con una constante liturgia nupcial; para acabar con la gran mística carmelitana. La liturgia captó su idea fundamental en la bendición sobre las vírgenes consagradas. " De esta manera las llamas a realizar, más allá de la unión conyugal, el vínculo esponsal con Cristo, de quien son imagen y signo las bodas». La confrontación constante entre virginidad y experiencia conyugal señala en el valor la razón de existir de la virginidad, "opción carismática de Cristo como esposo exclusivo» (Juan Pablo II, Redempt. donum, 11). Como todos los dones y carismas, la virginidad nace del misterio pascual de Cristo, "nuevo Adán, espíritu dador de vida» (1 Cor 15,45), recibiendo de él sus dimensiones cristológica, eclesial y mariana, escatológica.

En su total entrega al Padre, Cristo es autor, esposo e hijo de la virginidad (cf. oración de consagración de las vírgenes). El seguimiento de Cristo en la virginidad es participación de su mismo misterio. Y por consiguiente, crucifixión. Este subrayado es tanto más correcto cuanto mas crece hoy la percepción de la relación entre el matrimonio y la integración de la personalidad humana. Nacida de la fe, sólo en la fe la cruz virginal se abre al misterio de la gratuidad y de la vida; la virginidad y la fecundidad espiritual nacen ambas del misterio pascual de la cruz (cf. Jn 19,25-30).

En María tanto la generación física de Jesús como la participación en la maternidad espiritual de la Iglesia se realizan en el Espíritu Santo. Lo mismo que María y la Iglesia, la vida virginal se abre a la fecundidad espiritual en la línea de la promesa hecha a Abrahán (Gn 15,5): la virginidad y la maternidad pertenecen a la Iglesia como a María, así como a toda alma creyente (Isaac de la Estrella, Sermo 51).

Finalmente, la virginidad cristiana es signo de la futura resurrección (cf. Mt 12,25), mucho más que retorno al estado original de inocencia, como a veces pensaban los Padres. Los que han recibido va ahora el carisma de la J virginidad se encaminan hacia la caridad (LG 43), como signo en el tiempo de Reino eterno del Señor Jesús: «Habéis comenzado a ser lo que nosotros seremos. Poseéis y J a ahora la gloria de la resurrección», escribía Cipriano a las vírgenes (De habitu virginum, 32).

Gregorio de Nacianzo pudo cantar. "Prima virgo, sancta Trinitas» (Carmina 11, 2). Más allá del lenguaje de la paradoja, la Trinidad es virgen por ser totalmente gratuita en sí y en su acto de donación, tanto ad intra como ad extra.

En esta línea misteriosa creemos que se inserta la praecellentia de la virginidad sobre el matrimonio (0T 10): en una especie de " connaturalidad » con lo divino; el amor virginal es un amor primordial, que precede al mismo amor conyugal. Pero la experiencia conyugal auténtica, hecha también de amor y de sacrificio fecundo (LG 41; GS 48s), sirve para guardar la verdad del amor de las vírgenes, para que no caigan en el absurdo de los que, "como no son de un hombre, creen que son de Dios; como no aman a nadie, creen que aman a Dios» (C. péguy).

V. Mauro

Bibl.: G. Moioli, Virginidad. en DE, 591600; A. Auer Virginidad, en CFT. 1V 458466; D. Thalammer, Virginidad y celibato. Un servicio sin división a la Iglesia, Verbo Divino, Estella 1969; J, Álvarez Gómez, Virginidad consagrada: ¿realidad evangélica o mito socio-cultural, Claret, Madrid 1977. M. Thurian, Matrimonio y celibato, Hechos y Dichos, Madrid 1966; L. Legrand, La doctrina católica de la virginidad, Verbo Divino, Estella 1969.