VIDA TEOLOGAL Y VIDA MORAL
VocTEO
 

Este tema abarca las dos dimensiones fundamentales del ser cristiano, la existencial y la ética.

1. Dimensión existencial. La vida teologal es la autorrealización de la persona en la dinámica de su relación con Dios, fundamento último de la realidad. Constituye el aspecto experiencial y operativo del movimiento real y físico del hombre hacia Dios (X. Zubiiri). Las modalidades de la vida o experiencia teologal dependen de la visión que el individuo tiene de sí mismo, del mundo y de Dios. Para el cristianismo esta experiencia de Dios es ante todo experiencia de participación en el ser de Dios (deiformidad). El creyente contempla a Dios como una realidad trascendente, no más allá del hombre, sino actuando en el hombre a través de un dinamismo de vida, que se nos ha dado en Cristo y que es impulsada y guiada por el Espíritu.

a) El universo simbólico de la vida.

Es el mundo a través del cual se expresa todo el mensaje salvífico del Nuevo Testamento. Dios es vida y quiere hacer partícipes de esa vida a todos los hombres. Se utilizan entonces las imágenes de la " familia» : generación, nacimiento, adopción. Dios es ante todo el «Padre». La confesión de la paternidad de Dios se convirtió muy pronto en una fórmula estereotipada para el cristianismo, como puede observarse en las fórmulas de saludo y de despedida de las cartas paulinas (Rom 1,7. 1 Cor 1,3; 12,3; etc.). Dios es Padre en primer lugar de Cristo, el Hijo primogénito (Lc 2,7. Rom 8,29), el predilecto (Mt 3,17). La filiación de Cristo tiene un carácter mesiánico-escatológico. Él ha sido constituido Hijo de Dios con poder y, consiguientemente, Mesías y Señor, mediante la resurrección de entre los muertos.

- La vida en Cristo. En Cristo todos nos hacemos hijos de Dios. La prueba de que somos hijos de Dios, escribe Pablo en Rom 8,12-17 es que hemos recibido el Espíritu de hijos adoptivos, por medio del cual gritamos: «Abba! ¡Padre! » El cristiano entra de forma efectiva en el dinamismo de vida del Padre a través de su inserción en Cristo muerto y resucitado. La integración en Cristo tiene un punto de partida y un proceso de desarrollo. Al comienzo está el amor de Dios que precede y que genera todas las expresiones restantes de amor. La expresión del amor de Dios a la humanidad es ante todo la entrega del Hijo (Jn 3,16) y con él y en él la llamada a hacerse hijos en el Hijo.

Pero en la llamada (vocación) está también la gracia que atrae (Jn 6,44) y que da la capacidad (2 Cor 3,6) de responder a través de la opción radical por Cristo. Semejante opción, sellada por Dios a través del bautismo, representa para el creyente una traspersonalización vital: "no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál 2,20; cf. Flp 1,21).

- Bajo la guía del Espíritu. El proceso de vida es pilotado (Gál 5,18) por el Espíritu de vida que está en Cristo Jesús (Rom 8,2), el cual es también prenda de la plenitud futura a la que estamos destinados. De aquí el carácter de «tensión» del dinamismo de la vida teologal. Al quedar insertos en el acontecimiento de Cristo muerto y resucitado, hemos entrado «ya» en el ámbito de la vida eterna. Somos "nueva criatura» (2 Cor 5,17. Gál 6,15) en el verdadero sentido de la palabra. Pero delante de nosotros, peregrinos hacia la patria de los resucitados, se abre el espacio del «todavía no», el espacio de la lucha cotidiana contra el pecado (Rom 6,12). Aquí no hay marchas de dos velocidades, una para los mediocres y otra para los perfectos, ya que todos han sido llamados igualmente a alcanzar la plenitud.

- La dialéctica gracia-pecado. La vida teologal ofrece un ángulo de positividad esencial, que consiste en la novedad radical de la vida traída por Cristo.

Pero también tiene otro ángulo negativo. La muerte que abre la puerta a la resurrección de Jesús ha sido en realidad una muerte a la muerte y a la fuerza operativa de la misma que es el pecado (Rom 6,10). Por eso, en el cristiano sigue estando viva la connotación al hombre viejo (Rom 6,6). El «ahora» del hombre nuevo remite a un "antes» (poté) de negatividad y de pecado (Rom 6,20). Por eso el simbolismo de la filiación y de la nueva vida recuerda otro simbolismo, a saber, el del paso de la negatividad a la positividad.

A este simbolismo pertenecen los campos semánticos de redención (adquisición), liberación, salvación, purificación, reconciliación. Así pues, tanto desde el punto de vista del dinamismo de la vida nueva como desde el de la superación del pecado, la vida teologal es constitutivamente teocéntrica (Dios Padre es el verdadero organizador del proyecto salvífico), cristocéntrica (Cristo es el protagonista histórico del acontecimiento), pneumatológica (el Espíritu es el propulsor de la nueva vida), eclesiológica (es en el ámbito de la Iglesia, cuerpo de Cristo, donde se actúa el dinamismo salvífico para los creyentes) y finalmente escatológica (la vida teologal es ya realmente experiencia de la vida definitiva).

b} La clave de lectura de las virtudes teologales. El dinamismo de la vida teologal suele describirse, particularmente en la ascética cristiana, en la clave operativa de las virtudes (amor, esperanza y caridad). Pero hemos de reconocer que los teólogos contemporáneos muestran una especie de alergia frente a este planteamiento, por motivos de orden semántico e histórico. De hecho, bíblicamente, el término « virtud» (areté) tiene poco relieve teológico. En el Nuevo Testamento sólo se usa 5 veces, y siempre en línea con el sentido habitual de la cultura helenista (cf Flp 4,8; 1 Pe 2,9. 2 Pe 1,3.5). Por otra parte, en 2 Pe 1,5 se puede observar la distinción entre «virtud» y «fe» : «procurad añadir a la fe la virtud, a la virtud el criterio...». Es sintomático que Pablo, que concede tanta importancia al papel de la fe, de la esperanza y de la caridad, no hable nunca de ellas en términos de «virtud». Esto se debe atribuir probablemente al propósito de evitar que estas virtudes teologales puedan interpretarse según las categorías de la ética griega, es decir, como simples resultados del esfuerzo humano. Otro motivo de la desconfianza antes se6alada puede radicar en el progresivo vaciamiento teológico de las virtudes, que comenzó ya en la época inmediatamente pospaulina, así como en el riesgo de fragmentación de la vida cristiana, en detrimento de su unidad esencial.

A pesar de ello, hay que admitir que las virtudes teologales, si se toman en profundidad, son esencialmente recíprocas, La fe, como respuesta integral del hombre a la autodonación de Dios en Jesucristo, no puede expresarse adecuadamente más que en clave de fidelidad en el amor y como confianza total en la lealtad de Dios.

2. Dimensión ética

a} El imperativo cristiano como obediencia radical a la gracia. En la visión protestante la vida teologal se desarrolla exclusivamente en la esfera trascendente, sin ninguna verificación en el orden empírico. En la construcción del Reino de Dios todo debería jugarse en el nivel del ofrecimiento de «gracia» (indicativo), a la que el hombre tiene que responder mediante la obediencia radical (imperativo). La esfera del obrar histórico seguiría siendo tarea de la iniciativa del hombre (R. Bultmann).

b} El imperativo cristiano como compromiso histórico. Aunque los teólogos protestantes, como Bultmann, se refieren en este terreno con frecuencia al Nuevo Testamento, hemos de decir que la doctrina neotestamentaria, particularmente la de Pablo, es muy distinta. La cartas paulinas conceden ciertamente una gran importancia a la descripción del existencial cristiano, fruto de la inserción personal en Cristo. Pero la configuración del hombre nuevo se nos da en clave operativa: « Por medio del bautismo hemos sido sepultados junto con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo fue resucitado..., también nosotros caminemos en una vida nueva» (Rom 6,4).

Más adelante se indican claramente las implicaciones que encierra este «caminar»: «Ofreced... Vuestros miembros como instrumentos de justicia para Dios» (Rom 6,13). Respecto a los frutos negativos del hombre viejo, los que produzca el creyente tendrán que ser frutos de santidad (Rom 6,20-22). Pablo destina normalmente la segunda parte de sus epístolas a la descripción de los frutos concretos que tienen que producir sus corresponsales.

c} Las mediaciones del compromiso cristiano El mismo apóstol indicará con claridad las mediaciones a través de las cuales tendrá que pasar el creyente del imperativo radical (aspecto inmediato del indicativo) a la identificación de los imperativos concretos.

La mediación fundamental es la « razón» que, renovada interiormente, tendría que formular los juicios prácticos (aokimázein), a partir de una correcta distinción de lo que es bueno y agradable a Dios (Rom 12,2). Otra mediación fundamental es la «ley de Cristo» (Gál 6,2), entendida como la constelación de los criterios de valor que fueron va operativos en Jesucristo. En 1 Cor 2, 16 se afirma que tenemos la sabiduría de Dios porque estamos en sintonía con la "mente» de Cristo, es decir, con sus sentimientos y su forma de pensar (cf. Flp 2,5).

Así pues, la vida teologal tiene como fundamento el don (gracia de Dios) que nace del acontecimiento irrepetible de la muerte y resurrección de Jesús, en el que hemos sido insertos mediante la opción fundamental de la fe. Este acontecimiento, de orden religioso, tiene como aspecto indisociable el imperativo de hacemos cada vez más lo que va somos. A través de la mediación operativa de la razón y del criterio de la ley de Cristo, el creyente está en disposición de actuar su nueva creaturalidad en Cristo de forma pragmática e histórica.

a} Lo específico de la ética cristiana. Lo específico tendrá que buscarse en la radicación indicativa, que alcanza inmediatamente al existencial humano en cuanto tal. En este sentido resultan demasiado restrictivas las soluciones ofrecidas tanto por los promotores de la llamada «ética autónoma» (A. Auer, F. BOckle, J. Fuchs, etc.) como por los defensores de la «ética de la fe» (B. Stoeckle). Los primeros ponen lo «específico» en la «intencionalidad» en las «motivaciones», en el "nuevo horizonte de comprensión" : los otros, por el contrario, en la aportación material de normas éticas específicas por parte de la fe. Esta última propuesta parece ignorar que la vida teologal se construye sobre el respeto de la razón y sobre el reconocimiento de la misma como instrumento heurístico del bien y de la verdad práctica. El hombre redimido construye su propia existencia, no al margen de lo humano, sino a partir de lo humano actuado plenamente.

L. Álvarez

Bibl.: L. Álvarez Verdes, El imperativo cristiano en san Pablo. La tensión indicativo-imperativo en Rm 6. Análisis estructural, Valencia 1980; 1, de la Potterie - S. Lvonnet, La vida según el Espíritu. Sígueme, Salamanca 1967; R. Schnackenburg, Mensaje moral del Huevo Testamento. Herder Barcelona 1991.