TRABAJO
VocTEO
 

La ética considera el trabajo como una actividad humana que encierra un aspecto de acción (realización del sujeto) y otro de producción (modificación de la materia, prestación de servicios).

En la enseñanza social de la Iglesia, el trabajo se opone al capital. Según las definiciones que se den del capital, bien como el conjunto de bienes, de instrumentos, o sea de cosas, o bien como uno de los agentes sociales, o sea, como el que posee los medios de producción, se modifica su relación con el trabajo. Ambas acepciones se realizan en unas condiciones socioculturales, políticas y económicas muy variables, de forma que la moral del trabajo constituye un capítulo importante y difícil de la moral social. El trabajo humano es el problema social central. No afecta sólo a la clase obrera, sino a todas las clases, a todos los países del Norte y del Sur. Humanizar la sociedad quiere decir hoy humanizar el trabajo.

La ética del trabajo necesita relacionarse ante todo con la teología del trabajo, que se ha elaborado significativamente en relación con los temas de la persona, de la creación y de la escatología. En la actual teología del trabajo se ha intentado recuperar el sentido del trabajo. A las dos finalidades tradicionales (el sustentamiento de uno mismo y del prójimo, y la comunicación interpersonal), el concilio Vaticano II añade la consideración del mismo como colaboración con el designio creador de Dios y con su obra redentora. En esta perspectiva se recupera el significado cósmico del trabajo y su posibilidad de hacer historia. La dignidad del trabajo humano se deriva de la dignidad de la persona humana. El valor moral del trabajo «permanece ligado directamente y sin medias tintas al hecho de que el que lo realiza es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir un sujeto que decide por sí mismo» (Laborem exercens, 6). A partir de la idea de persona, comprendida adecuadamente, el Magisterio social aclara el significado del trabajo, los derechos-deberes del trabajador; ofrece el criterio y la medida de la organización del trabajo y de los diversos sistemas económicos: qué producir, para quién y cómo producir.

Hay hechos nuevos que caracterizan al trabajo humano en nuestros días. Del proceso de tecnificación que invade todos los ámbitos del trabajo humano se deducen hoy cambios significativos. El fenómeno de la tecnificación es ambivalente: puede conducir a una mayor libertad o, por el contrario, a diversas formas de esclavitud; los trabajos tradicionales y las antiguas profesiones entran en crisis sin que el sujeto pueda hacer suya la nueva modalidad laboral; se registra el fenómeno del paro bajo formas macroscópicas intolerables; ha cambiado además el mismo concepto de trabajo y se plantea en términos nuevos la relación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de no-trabajo. El tiempo del no-trabajo se identifica a veces como tiempo de vida, en oposición al tiempo del trabajo, considerado y vivido como tiempo de constricciones en una perspectiva puramente instrumental.

Una ética adecuada del trabajo tiene que afrontar los cambios que caracterizan a la nueva cultura del trabajo y sobre todo la fuerte exigencia de crear y recrear un nuevo humanismo del trabajo. La humanización del hombre y de la mujer, la construcción de una convivencia humana más justa, fraternal y solidaria, pasa en gran medida a a través del trabajo, entendido en su acepción más amplia. En una mirada retrospectiva se pone de relieve que la ética del trabajo, en su instancia de humanización y de liberación, ha sido cultivada y realizada por el movimiento obrero y por sus organizaciones. El compromiso por un nuevo humanismo del trabajo tiene que seguir elaborándose en la historia y en la praxis. El trabajo humano está lejos de haber sido liberado en el Primer Mundo y, si abrimos las fronteras, que por ótra partes están ya abiertas, descubrimos la inmensidad de los problemas del trabajo que están esperando una solución. El trabajo humano no puede encerrarse ni comprimirse dentro de las exigencias de la tecnología y de la economía, sino que tiene que volver a las exigencias de lo humano y de lo social. Es necesaria la solidaridad de los trabajadores y con los trabajadores para conseguir importantes metas en el mundo laboral y en la sociedad entera.

Hay que referirse a esta solidaridad para luchar contra las grandes desigualdades que caracterizan a nuestras sociedades. La mayor es la que afecta a los que no tienen trabajo. El nuevo capitalismo ha logrado lo que no había logrado el antiguo: dividir a los trabajadores entre sí. En este contexto, bajo muchos aspectos, el movimiento obrero, considerado como el conjunto de trabajadores dependientes, tiene que recobrar la unidad y la solidaridad y comprometerse en objetivos generales.

El movimiento obrero debe comprometerse, en las nuevas condiciones del trabajo dependiente, a encontrar nuevas formas de solidaridad que sepan vencer todos los impulsos corporativistas y proponer formas concretas de proyección, dentro de las cuales los intereses individuales y los de grupo sepan vincularse con los intereses generales.

L. Lorenzetti

Bibl.: G. Mattai, Trabajo, en DTI, 1V 507521; NDTM, 1782-1797; M. D, Chenu, Hacia una teología del trabajo, Estela, Barcelona 1960; M. Riber, El trabajo en la Biblia, Mensajero, Bilbao 1986; Conferencia Episcopal de USA, Justicia económica para todos, PPC, Madrid 1987; R. Buttiglione, El hombre y el trabajo. Reflexiones sobre la encíclica «Laborem exercens", Encuentro, Madrid 1984.