TEOLOGÍA NARRATIVA
VocTEO


La teología narrativa es una manera de comunicar el mensaje cristiano que pone de relieve su carácter histórico y experimental, va que su último punto de referencia -es la vida de Jesús, el Cristo, y su aplicación o dimensión práctica nos remite a la vida de los creyentes. Por este motivo se exige un cierto tipo de discurso como, por ejemplo, la narración, que se adapta muy bien a la comunicación de mensajes y experiencias de salvación. Se trata, por consiguiente, de un sano complemento para una lectura de la fe cristiana demasiado conceptual o abstracta, que se olvida de aspectos importantes de esa misma fe.

La «teología narrativa" es también un método teológico que recupera el interés por las narraciones en que se expresa el núcleo de la fe cristiana, que intenta comprenderlas y estudiarlas para poder proponerlas de nuevo al mundo de hoy. Hablamos por tanto de una hermenéutica que intenta recoger el sentido de la narración, sin forzarla, para que esta narración encuentre un eco profundo en el corazón del hombre.

La «teología narrativa" ha encontrado su campo más fecundo de aplicación en la cristología, aun cuando la liturgia sacramental puede ser leída como narración dramática, o la teología moral y espiritual pueden recibir muchas inspiraciones a través de la narración. La cristología contemporánea es en gran parte narrativa, en el sentido de que intenta reconstruir la experiencia de Jesús partiendo de una investigación exegética e histórica. Las cristologías como la de E. Schillebeeckx o E. Jungel intentan acercar al lector a una historia viva, que conmueve e invita a una respuesta.

Hay otros motivos que pueden asociarse a la «teología como narración» o a la «teología a partir de la narración». Por ejemplo, la teoría de J B. Metz, según el cual la narración es el único lenguaje que nos permite recordar a las víctimas de la historia; la narración sería, pues, el único lenguaje ético verdadero, el que respeta el recuerdo de los caídos sin reducirlos a conceptos, a ideas, a causas históricas del progreso o de la dialéctica. En el centro de todos estos relatos se encuentra el de otra víctima, el Crucifícado, con el que se identificó Dios mismo, para que no fueran olvidadas esas víctimas. Y es precisamente en el campo de la cristología en donde la categoría "narración» se ha demostrado más fecunda, acompañando al fuerte renacimiento que ha conocido últimamente esta disciplina: las cristologías de E. Schillebeeckx, de E. Jungel y, de otros quieren ser cristologías narrativas o, al menos, plantear expresamente el carácter narrativo del acontecimiento de Cristo: historia de Dios mismo con los hombres, narración de un drama con un cariz que convierte a esta historia en un hecho distinto del de las otras narraciones, que no deja indiferente a quien lo escucha, sino que obliga a hacer una opción. Expresiones como «Cristo, parábola del Padre», o «Cristo, relato del amor de Dios», no son más que otras tantas versiones de esta misma tendencia.

Podemos preguntarnos cuáles son los "lugares teológicos» de la narración y sus posibilidades en el dinamismo de profundización de la fe. Fundamentalmente son:

- los relatos bíblicos que constituyen el punto de referencia central de todas las narraciones cristianas. Volver a leer la Biblia como narración significa recuperar su sentido de historia salvífica y ofrecer una forma de encuentro con la palabra que nos afecta, En este sentido no se trata de historias pasadas, ni tampoco de mitos que sea preciso desmitificar para descubrir su verdad íntima; se trata más bien de una comunicación directa de la voluntad salvífica de Dios que actúa en casos concretos, en biografías reales, pero que estimula además una imaginación capaz de concebir la relación entre Dios y el hombre en términos de tensión, de lucha y de esperanza;

- los relatos de la hagiografía cristiana, es decir, de las experiencias de los santos, de sus vidas narradas como ejemplo y camino de vida evangélica.

Una teología narrativa no es una reflexión de altas elucubraciones, sino más bien una comunicación a nivel de vida cotidiana, una teología con un perfil sencillo, si queremos, pero que no tiene miedo de contar las vidas de los santos, que no constituyen solamente una literatura piadosa, sino una provocación que estimula a seguirlos. La vida de un santo es todo un tratado de teología, sobre todo cuando contemplamos experiencias como las de Francisco de Asís, de Agustín o de Maximiliano Kolbe;

- el testimonio es la otra forma de narración cristiana: es el instrumento más eficaz de evangelización. Dar testimonio significa ofrecer nuestra propia experiencia como verificación del Evangelio y de sus propuestas. Por esto es necesario saber contar, poseer el arte de los narradores, que son capaces de iluminar el sentido mediante la continuidad de los acontecimientos;

- la celebración y la liturgia son otros lugares teológicos de la narración, en cuanto acontecimientos vividos en el tiempo, vinculados a la historia de las personas y de las comunidades, que dan su luz y su sentido asociando estas historias a sus pasos, a sus procesos en la historia de la salvación que Dios lleva a cabo con su pueblo.

La narración constituye un elemento inseparable de la comunicación y de la experiencias de la fe cristiana, pero no el único elemento. Al conceder un relieve a la narración o al carácter kerigmático del anuncio, no debe hacernos perder de vista otras dimensiones de la fe y de toda teología, sobre todo la racionalidad más formal y especulativa, que viene en ayuda de los cristianos necesitados de interpretar Y actualizar las narraciones en que se basa su esperanza. De esta síntesis entre la narración y la racionalidad interpretativa es de donde surgió el milagro del cristianismo.

L. Oviedo

Bibl.: C. Rocchetta, Teología narrativa. en DTF, 1480-1484; J B, Metz, La fe en la historia y la sociedad, Cristiandad, Madrid 1979; 1d., Breve apología de la narración. en Concilium 85 (1973) 222-238; H, Weinrich, Teología narrativa, en Concilium 85 (1973) 210-221. J N. Aletti, El arte de contar a Jesucristo,' Sígueme, Salamanca 1992.