SIGNO SACRAMENTAL
VocTEO
 

Tradicionalmente los sacramentos se han definido como signos eficaces de la gracia. Ya Orígenes había afirmado que se habla de un signo cuando, a través de lo que se ve, se indica otra cosa. Y san Agustín: «El signo es una realidad que, más allá de la imagen de sí mismo que imprime en los sentidos, lleva al conocimiento de otra cosa".

También santo Tomás entiende por signo aquello a través de lo cual se 11ega a conocer una realidad ulterior (S.Th. III, q. 60, a. 4). El signo definido de este modo es un instrumento que (por la relación que tiene con otra cosa y por el mero hecho de ser conocido en esta relación suya) hace presente esa otra cosa a la potencia cognoscitiva. Por eso tiene que distinguirse de esa cosa y, en cuanto signo, depender de ella y ser por tanto más imperfecto que ella. Pero, para el que conoce, el signo tiene que ser mejor conocido que la cosa que significa, va que tiene que llegar a través del conocimiento del signo al conocimiento de la cosa significada.

Para constituir un signo se requieren entonces tres elementos: la realidad que se quiere significar, la realidad significante y la relación de significación que une al primer término con el segundo; este tercer elemento es el que determina formalmente el signo. Por eso mismo, el signo revela y esconde al mismo tiempo: revela otra cosa, que no es inmediatamente perceptible, pero nunca la expresa perfectamente.

Puesto que el valor manifestativo del signo depende de su relación con la cosa que significa, los signos se dividen esencialmente según la relación que tiene cada uno con la cosa significada: por consiguiente, los signos pueden ser naturales o convencionales.

Los sacramentos son signos; pero la categoría de signo no basta para definirlos. Son signos eficientes o eficaces; se necesita también, por tanto, la especificación de su causalidad.

Precisamente por las dificultades que encierra el recurso a la noción de signo, es frecuente en la teología actual el recurso al simbolismo para explicar la realidad sacramental. Es verdad que el símbolo no se identifica con el signo en general, ni con la imagen en especial: el signo se refiere a un campo semántico determinado; es decir, puede traducirse en una fórmula lingüística y se sitúa en el plano del discurso lingüístico. Pero en la vida del hombre hay experiencias que resulta sumamente difícil expresar a nivel lingüístico: experiencias de relaciones interpersonales, en el terreno estético, en el terreno religioso... Y entonces recurrimos a los símbolos, que son la expresión de una experiencia, fundamental y profunda, que asumen, traducen y disciplinan a nivel de la conciencia y que expresan y comunican. Donde no hay experiencia humana, vivida desde lo profundo del inconsciente, no existe ni puede existir un símbolo, ya que no habría nada que acoger y nada que comunicar. En oposición al simple signo, que se puede transponer inmediata y totalmente al lenguaje abstracto de los conceptos y necesita de su propio marco para hacerse comprensible, el símbolo no está ligado a una situación determinada y se dirige al hombre como tal. Su significado es obscuro e inagotable: el símbolo hace pensar... Hay un símbolo cuando unos elementos se combinan entre sí y forman un "conjunto», precisamente por ser tal y no una suma de trozos distintos. Éste es el significado etimológico de " símbolo ", Es la relación entre los dos términos, la comunicación establecida entre las dos partes, lo que "hace» el símbolo; es el operador de un pacto social de mutuo reconocimiento y por eso mismo un mediador de identidad. El campo semántico de la palabra "símbolo» se ha extendido a todo objeto, palabra, gesto, persona que, dentro de un grupo, permite algo así como una consigna, reconocerse e identificarse tanto con el grupo como con sus individuos. Y aquí es donde se coloca la comprensión más amplia de la realidad sacramental en clave simbólica (baste pensar sobre todo en el bautismo y en la eucaristía, pero sin caer en el reduccionismo simbólico y sin relegar la actividad simbólica al orden de los formalismos alienantes). A nivel pedagógico, la revaloración de la función simbólica ha llevado a tomar conciencia de la importancia de una educación en el simbolismo, incluso como momento esencial de una iniciación y de una formación litúrgica.

R, Gerardi

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