SIETE SACRAMENTOS
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El concilio de Trento definió que los sacramentos propios y verdaderos de la Nueva Alianza instituidos por Cristo son siete, ni más ni menos (cf. DS 1601). Pero esta conciencia del número septenario de los sacramentos sólo fue madurando progresivamente en la teología, ya que la Biblia no nos ofrece ningún criterio en este sentido ni conoce un concepto de sacramento que pueda aplicarse a cada uno de los ritos designados luego con este nombre, aunque dé suficientes indicaciones sobre cada uno de los siete sacramentos.

Tampoco los Padres de la Iglesia, a pesar de que tratan de todos los sacramentos (con la finalidad práctica de la catequesis o para refutar las herejías), ofrecen una lista completa del septenario, subordinada al desarrollo de la definición de sacramento. Las listas empiezan a aparecer sobre todo a partir del siglo XI, cuando comenzó a profundizarse en el concepto de sacramento sobre la base de las definiciones dadas por san Agustín. San Pedro Damiani ( 1072) presenta una lista de doce sacramentos, en la que no están presentes, sin embargo, la eucaristía ni la ordenación; pero otros autores no esconden las dificultades de establecer el número preciso de los sacramentos, oscilando entre dos (bautismo y eucaristía) y un número sin precisar, pero notable, como hace san Bernardo. Fue la escuela de Abelardo la que ofreció una clave de solución a este problema, con la distinción entre «sacramentos mayores» o «espirituales», necesarios para la salvación, y los demás sacramentos de menor importancia, destinados sólo a incrementar la devoción de los fieles o a ofrecer los objetos necesarios para el culto.

Hecha esta distinción, no quedaba más que recopilar la lista de los «sacramentos mayores"; y fue Pedro Lombardo (IVSent.) en 1148 el que dio la enumeración de los siete sacramentos, distinguiéndolos de los otros ritos de la Iglesia y completando de este modo las listas anteriores del cardenal Roberto Pull (donde faltaba la unción de los enfermos) y de la Summa sententiarum (de donde estaba ausente la ordenación).

En el siglo XIII la lista de Lombardo fue aceptada por todos los grandes escolásticos, que expusieron detalladamente las conveniencias racionales del número septenario de los sacramentos. Y en el concilio de Lyón, en 1274, la Iglesia latina y la griega confesaron de común acuerdo el dogma del número septenario (DS 860). Esta rapidez en la difusión de esta doctrina sacramental sería inexplicable si hubiera sido una invención de Pedro Lombardo, sin fundamento alguno en la tradición.

En realidad, él no hizo otra cosa más que formular de manera más clara que los teólogos precedentes los datos de la tradición. Los sacramentos fueron siempre practicados con fe en su eficacia, pero su forma sistemática tuvo progresos, por lo que la afirmación de los siete sacramentos que producen la gracia ex opere operato no era evidente hasta entonces por falta de precisión en el lenguaje teológico.

Pero, ¿por qué precisamente siete sacramentos? ¿Qué razones hay para este número? Los teólogos han intentado responder a esta cuestión examinando sobre todo los efectos de los sacramentos y los fines por los que fueron instituidos. Alberto Magno, por ejemplo, pensaba que los sacramentos son siete porque estaban instituidos para combatir los siete vicios capitales.

Buenaventura, por el contrario, vio una correspondencia entre los sacramentos, las siete virtudes cristianas (las tres teologales y las cuatro cardinales) y las siete enfermedades causadas por el pecado (septiformis morbus) y que destruyen los sacramentos.

La explicación de santo Tomás de Aquino, aunque se sitúa en la misma línea de solución, es más amplia y articulada. El principio fundamental de santo Tomás es que el organismo sacramental abraza toda la vida cristiana, tanto de los individuos como de la Iglesia. Este principio se basa en la analogía existente entre la armonía de la vida natural del hombre y la de su vida sobrenatural, de manera que el desarrollo de la vida espiritual del cristiano sigue un camino semejante al de la vida corporal, que pasa por siete etapas, a fin de alcanzar la perfección respecto a la propia persona y respecto a la sociedad en que vive (S, Th. 111, q.65, a. 1). La motivación antropológico-eclesial de santo Tomás fue recogida más tarde por el Catecismo del concilio de Trento, por la encíclica Mystici Corporis, de Pío XII, y por la Constitución Lumen gentium 11, del Vaticano II.

También es común la motivación simbólica del número siete para indicar la totalidad. Algunos Padres ven en el número siete la suma de cuatro (que indica la inmanencia, lo físico, el cosmos) y de tres (que indica lo trascendente): es decir, se trata de la síntesis de lo visible y lo invisible, del Verbo encarnado, de la totalidad de Dios que pone ritmo a la totalidad de la existencia humana en la economía histórico-salvífica de la encarnación.

Los siete sacramentos entran en la constitución de la Iglesia como sacramento: son como las actuaciones vitales, aunque no las únicas, de la Iglesia en el tiempo. Pero algunos sacramentos ocupan un lugar primario respecto a los demás: el bautismo, en cuanto constitutivo del pueblo de Dios, y la eucaristía, que contiene a Cristo real y substancialmente, creando y expresando la comunión de los cristianos en el único Cuerpo de Cristo resucitado.

R. Gerardi

Bibl.: J Auer, Los sacramentos de la Iglesia, Herder, Barcelona 1983; G. Fourez, Los sacramentos y vida del hombre, Sal Terrae, Santander 1983; J. M. Castillo, Símbolos de libertad, Teología de los sacramentos, sígueme, Salamanca 1980; L. Maldonado, Iniciaciones a la teología de los sacramentos, Marova, Madrid 1977.