SER
VocTEO
 

Es el tema fundamental de la filosofía, en cuanto que ésta es ontología, es decir, doctrina del ente y de su ser, y por tanto también del Ser (= Dios); así pues, la doctrina del ser se compenetra inseparablemente con la doctrina sobre Dios. Por otra parte, en el horizonte de la revelación bíblico-cristiana, donde Dios nos manifiesta la intimidad de su Ser, se constituye además una interacción profunda (a veces implícita y a veces explícita) entre la comprensión puramente filosófica del ser y la iluminación sobre el ser que nos viene de la revelación de Dios.

1. El significado de la ontología como doctrina del ser entre la filosofía y la teología.- Ontología significa principalmente dos cosas: por un lado, aquella capacidad de la inteligencia humana de asomarse al logos, es decir, a la verdad, a la esencia, al sentido del ser.

Por otro, el hecho de que, precisamente a la luz del pensamiento, el ser llega al logos, esto es, se expresa como idea y como palabra que ofrece al hombre la verdad del ser. Esto no quiere decir que el pensamiento humano cree la verdad del ser sino que la encuentra inscrita en lo que es y entonces la manifiesta. Pues bien -como intuía ya la filosofía griega y como afirmó luego claramente la gran metafísica cristiana-, el logos-verdad como esencia del ser es huella de Dios, que es Ser y es Logos-Verdad; es obra de su acto creativo que puso el ser creado como verdadero reflejo de Sí mismo, de su Logos eterno.

2. Esbozo de historia de la ontologia en relación con el tema de Dios y de su autorrevelación.- Ha habido tres grandes perspectivas que han dominado la ontología, como manifestación del sentido del ser: la del Uno, la del Ser y la del Tiempo.

a) La ontologia del Uno es la que nos trazaron en el mundo antiguo Parménides, Platón (sobre todo en sus diálogos del Parménides y el Sofista, y en sus llamadas "doctrinas no escritas") y Plotino: Escoto Eriúgena en la Edad Media, Spinoza en la Moderna, pero también toda la gran tradición del pensamiento oriental. La idea dominante es que todo viene de lo Uno, es manifestación de ello y se reduce a ello. Pero lo Uno, precisamente por ser Uno, no puede comprenderse ni decirse; porque decir también solamente que lo Uno es, significaría poner una dualidad entre lo Uno y el ser (aparte de la dualidad entre lo Úno y el que habla de él), lo cual supondría que no se alcanza verdaderamente lo Uno. El aspecto positivo de esta ontología es el reconocimiento de la inefabilidad de Dios, de su absoluta trascendencia: el aspecto negativo es la visión tendencialmente impersonal de Dios mismo y la incertidumbre sobre la relación que existe entre lo Uno y las otras realidades (con el peligro de verlas como una emanación degradante y provisional de lo Uno.

b} La ontologia del Ser es la de santo Tomás, que encuentra ya sus antecedentes en Aristóteles, pero sobre todo en la revelación hecha por Dios a Moisés de su nombre: «Yo soy el que soy" (Éx 3,14) y en el gran concepto bíblico de la creación de las cosas de la nada. Aristóteles no parte de lo Uno, sino de lo que es y que encontramos en nuestra experiencia, y afirma que al ser se puede decir de muchas maneras (analogía), pero que el sentido fundamental (también análogo) es el de la substancia, lo que es en sí y tiene una consistencia propia. Lógicamente, la substancia en grado máximo es Dios, que no está sujeto al devenir como lo están las realidades de la experiencia.

Santo Tomás, a la luz de la revelación bíblica sobre el Nombre de Dios y sobre la creación, da un formidable paso hacia delante. En sentido propio, el Ser es sólo de Dios -él es el Ipsum Esse per se subsistens-, mientras que todas las cosas tienen el ser de El por participación. De esta manera se firma una clara distinción entre el Ser de Dios y el ser de las criaturas, pero al mismo tiempo se establece la posibilidad de decir también algo sobre Dios, en virtud del principio de analogía.

Además, se reconoce un ser -participado, finito- a las cosas creadas, que muestran así tener una consistencia en sí mismas, aunque totalmente derivada de Dios.

c} La ontología del devenir o del tiempo es la que se va afirmando en la Edad Moderna. Baste pensar en los dos grandes pensadores de este período: Hegel y Heidegger pero también en Nietzsche. A pesar de sus diversas posturas, todos ponen en el centro de la ontología el devenir, el tiempo. Introducen el movimiento, la dinámica en el ser, y por eso mismo tienen que hablar también del no-ser como momento interior de verdad y de vida del ser.

Lo pueden hacer (sobre todo Hegel) porque miran el misterio de la encarnación del Verbo («el Logos se hizo carne", dice Juan) y de su vaciamiento que culmina en la cruz (la kénosis de la que habla Pablo: Flp 2,7). Para Hegel se da incluso una coincidencia entre la realidad y la historia, entre el ser y el devenir, entre la substancia (el ser que es en sí) y el sujeto (como Hegel define al ser que, no siendo, se hace el otro): y es la concepción trinitaria del Dios cristiano (que introduce precisamente una dinámica, un «movimiento" en la comprensión del Ser divino) la que le ofrece el hilo conductor para su ontología. También para Heidegger el tiempo es central en su comprensión del Ser, tanto en el sentido de que el hombre es por esencia un existente histórico (Da-Sein), como en el sentido de que el Ser es la manifestación de la temporalización. Estos dos pensamientos, que resumen la perspectiva heideggeriana, están respectivamente en el centro de su primero y segundo período de pensamiento: expresados de forma emblemática en la obra Sein und Zeit (Ser y Tiempo} y en la conferencia Zeit und Sein (Tiempo y Ser), En Nietszche, finalmente, el ser queda disuelto en el devenir, en una perspectiva de finitud: en efecto, Nietzsche ve el «culmen de la meditación" en el esfuerzo por « imprimir al devenir el carácter del ser"; esto se lleva a cabo mediante el eterno retorno de lo siempre igual, en el que se cumple "el acercamiento más estrecho de un mundo del devenir al mundo del ser" (Voluntad de poder).

3. Hacia una ontología renovada. Como ha subrayado K. Hemmerle, «si Dios es trino y tiene como tal su historia en nuestra historia, se lleva a cabo una inversión en nuestra situación humana fundamental, en nuestro pensar y en nuestro ser, e incluso en todo ser.

Una inversión que supera toda medida en la contribución del pensamiento humano sobre Dios, sobre el hombre, sobre el mundo, sobre el Ser. Así pues, lo que permite integrar en una verdad superior las tres grandes perspectivas expuestas anteriormente, superando las unilateralidades evidentes de la primera y de la tercera, resaltando sus justas exigencias e injertando en el tronco de la segunda una penetración más profunda del misterio cristiano, es situarse en una perspectiva nueva (que es existencial e intelectual juntamente): la de Jesús, el Cristo, como Logos de Dios, que en la kénosis de la encarnación y de la cruz revela el ser como Amor. Éste es el corazón de la ontología en el horizonte abierto por la revelación cristiana. Se trata de un nuevo horizonte sobre el Ser, que de este modo se manifiesta en su pleno y verdadero logos, es decir, en su sentido último. En efecto, Jesús crucificado y resucitado nos revela el misterio del Uno como Trinidad, del Ser como Amor, teniendo por consiguiente también en sí mismo un momento de no ser, de «devenir" (cf. Jn 1,14), y nos muestra una relación nueva entre el ser de Dios y el ser de las cosas creadas (creación y divinización).

P. Coda

Bibl.: A. Keller, Ser en CFF III, 380-398: Tomás de Aquino, El ente y la esencia, Aguilar Madrid 1958: P. Ricoeur, Historia y verdad, Ed, Encuentro, Madrid 1990: d. Lafont, Dios, el tiempo y el ser Sígueme, Salamanca 1991: B. Forte, Trinidad como historia, Sígueme, Salamanca 1988.