REVELACIÓN
VocTEO
 

Acto libre por el que Dios comunica su misterio a la humanidad invitándola a compartirlo. La revelación constituye el fundamento de la fe y su referencia constante; la teología, que nace de la revelación. intenta comprender su misterio a la luz de la inteligencia.

El término "revelación» debe su origen al griego apokalyptein, que significa quitar el velo, hacer manifiesto; sin embargo, el uso que hace de este término la Escritura no puede reducirse a la terminología. En el Antiguo Testamento la revelación se expresa preferentemente por la expresión «palabra de Yahvé»; en efecto, según la concepción judía es imposible ver a Dios y sólo puede escucharse su voz. El Nuevo Testamento utiliza al menos 15 términos diferentes para hablar de la revelación, pero su referencia es siempre Jesús de Nazaret y su actividad; por tanto, la revelación es principalmente la descripción de su persona, de su actividad y de su enseñanza.

Es posible verificar una historia o una economía de la revelación, que tiene su origen en la creación y culmina en el acontecimiento Jesucristo.

1. La primera revelación, que se expresa a través de la naturaleza, puede llamarse revelación cósmica o natural. Se refiere al acto creativo de Dios, que permite ya un conocimiento de sí como de un Dios que ama. A través de esta revelación, se puede llegar a conocer a Dios (Rom 1,20); por tanto, lo creado se convierte en el escenario en el que el hombre bíblico ve cómo Dios sale por primera vez del silencio de su misterio.

2. Hay una segunda revelación llamada histórica. Se refiere sobre todo a las peripecias que constituyen la historia de Israel: la llamada de Abrahán con la promesa de una tierra y de un pueblo, la esclavitud en Egipto, la alianza y el don de la Torá, la deportación y las más variadas vicisitudes del pueblo se convierten en «palabras » con las que Israel comprende quién es Dios y qué relación lo une a él. La historia de este pueblo constituye el horizonte ineliminable de toda posible comprensión de la revelación; parece como si se llegara a una identificación entre los dos, de manera que en las mismas peripecias de la historia Dios se manifiesta en su realidad personal.

3. La tercera expresión de la revelación es la profética. Se reconoce en los diversos oráculos o en los signos proféticos que se realizan. Esta revelación pasa a través de la mediación personal de algunos hombres llamados a expresar las palabras mismas de Yahvé; escuchar o rechazar su palabra coincide con escuchar o rechazar a Dios. La revelación profética recorre las grandes etapas de la historia de Israel, como la alianza, la Torá y la fidelidad a Yahveh, pero las inserta en una perspectiva más profunda y más espiritual, para que nadie se quede en una relación puramente formal con Dios.

4. La cima de la revelación es la revelación crística. La revelación de la palabra se hace ella misma «carne» y el alfabeto de Dios toma cuerpo en el lenguaje de Jesús de Nazaret. Esta revelación, como indica la Dei Verbum en el n. 4, debe considerarse «definitiva» y «completa», ya que en Jesús Dios nos dice todo lo que, en su misterio de amor, quería comunicar a la humanidad.

La revelación que lleva a cabo Jesús es definitiva, porque en él se da a conocer plenamente el misterio de Dios. En efecto, él manifiesta que Dios es Padre, Hijo y Espíritu; esta revelación sólo podía hacerla él, que comparte con Dios su misma naturaleza. Por tanto, la dimensión trinitaria de la revelación es fundamental, ya que permite alcanzar la unicidad de la naturaleza divina y su relacionalidad diversificada en la economía de la revelación. Esta perspectiva trinitaria es la que permite ver la revelación de Jesús de Nazaret completa, pero al mismo tiempo abierta, ya que remite siempre al misterio más grande de Dios. Dios, aun revelándose, no se deja aprisionar en las redes de lo humano; las asume en plenitud y se hace conocer por medio de ellas, pero todo el lenguaje humano es incapaz de expresar la grandeza de su misterio.

La revelación constituye el fundamento de la fe porque en ella Dios no sólo se comunica a sí mismo, sino que en la persona del Hijo hace evidente su proyecto sobre el hombre. Al revelarse a sí mismo en la naturaleza humana, Dios revela al hombre a sí mismo: le permite descubrir el plan de salvación original más allá de la desobediencia del pecado y le invita de nuevo a reconciliarse con él. La revelación, que es ante todo signo del amor que quiere darse a conocer para que el amado sea feliz, supone también la dimensión soteriológica en cuanto que la condición real de la persona humana es la del pecado y de la desobediencia. Así pues, al revelarse. Dios no sólo se da a conocer a sí mismo y su misterio de amor, sino que al mismo tiempo salva a los hombres de la condición de esclavitud.

Puesto que Dios entra en la historia, su revelación se dirige hacia un cumplimiento definitivo que sólo se dará al final de los tiempos. Así pues, la revelación posee en sí misma una dinámica creciente que mueve a entrar en la plenitud del misterio sabiendo que éste sólo podrá ser conocido plenamente en la visión final. Esto significa que la verdad comunicada y expresada por la revelación se ha dado una vez para siempre, pero tiene necesidad de ir creciendo hasta alcanzar la plenitud en el acontecimiento escatológico (Jn 16,13).

La Iglesia ha reflexionado siempre sobre el misterio de la revelación; esto ha hecho que en las diversas épocas históricas haya explicitado algunos de sus aspectos, que permitían tener una visión más global del misterio. En el período patrístico, la revelación comienza a ser llamada también «traditio», «regula fidei» o «regula evangelii», para indicar que es la Palabra de Dios la que guía la vida de la comunidad. La Edad Media lee la revelación más bien como una «iluminación'. se convierte en «luz para la razón» y progresivamente se inclina hacia una comprensión de la revelación como un «conjunto de doctrinas». A partir del siglo XVl, la Iglesia se ve obligada a defender el carácter sobrenatural de la revelación contra los errores de diversos movimientos culturales que negaban su origen divino. Este movimiento alcanzó su cima en el concilio Vaticano I, donde por primera vez se tiene una Constitución dogmática sobre la revelación: la Dei Filius. Las perspectivas personalistas asumidas por el concilio Vaticano I y sobre todo el retorno a las fuentes bíblicas y patrísticas llevaron a una lectura de la revelación sumamente original y coherente por medido de la Constitución Dei Verbum, del concilio Vaticano II La revelación sigue siendo el misterio central, no sólo de la fe cristiana, sino de la historia de la humanidad, ya que constituye la exigencia esencial que encuentro al hombre abierto a entrar en una relación con lo divino. Sin embargo, la revelación posee su propia naturaleza que hay que respetar. en efecto, «revelar», si por una parte indica levantar el velo, por otra parte señala también que hay . que volver a poner el velo sobre lo que se había desvelado. La dialéctica del desvelar y del velar es constitutiva de la revelación cristiana. si no se quiere perder el carácter sobrenatural de su contenido.

R. Fisichella

 

Bibl.: R. Latourelle, Revelación. en DTF 1232-1289: Íd" Teología de la Revelación, Sígueme, Salamanca 51982; J. Alfaro. Revelación cristiana, fe y teología, Sígueme, Salamanca 1985; R, Fisichella, La Revelación: evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989; 1d" Introducción a la teología fundamental, Verbo Divino, Estella 1993.