PROVIDENCIA
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En latín providentia, en griego pronoia, indica el plan de desarrollo presente en la mente de Dios en relación con todos los seres creados y que su amor lleva a cumplimiento. Este plan abarca también la acción libre de las criaturas consideradas en su conjunto y en su singularidad.

En la cultura griega se desarrolló la convicción de un orden intrínseco al cosmos: la presencia de la necesidad, del hado, de la fortuna, tal como ocurre en el pensamiento de Parménides y Demócrito. Falta en ella un verdadero concepto de providencia, al no existir la noción de un Dios personal. Entre los trágicos, Sófocles admite intervenciones divinas en favor de los mortales. Platón parece ser que fue el primero en distinguir entre los hechos que suceden según la providencia y los que ocurren por necesidad: concibe el universo como un organismo unificado por el anima mundi. También los estoicos se sitúan en esta línea y afirman la existencia de un logos inmanente al cosmos que garantiza la armonía del todo. La doctrina de la providencia es un punto sólido del estoicismo, defendido por Crisipo, Séneca, Cicerón y puesto en discusión por los académicos. Su concepto de providencia es inmanente, cósmico, identificado con la necesidad de la naturaleza y de la razón: no deja espacio a la libertad del hombre. La confianza en la providencia debe conducir al sabio a afrontar los dolores de la existencia y la muerte con serena imperturbabilidad.

La Biblia presenta una perspectiva más profunda de la providencia en la medida en que afirma la absoluta omnipotencia y trascendencia de Dios Padre y la plena libertad del hombre. El Antiguo Testamento no da una definición de providencia, pero toda la historia de Israel está impregnada de la solicitud de Dios con sus criaturas. La experiencia de la providencia divina se deriva no tanto del orden cósmico como de las intervenciones de Dios en la historia, desde la creación hasta la elección de Abrahán (Gn 22,14), la liberación de Egipto y el camino por el desierto (Éx 6,15-18), el anuncio de los profetas (1s 45,7: Jr 27 5). Esta experiencia se recuerda y profundiza en los libros sapienciales (Éclo 42,15ss), abrazando no sólo al pueblo, sino también al individuo, En el Nuevo Testamento, la fe en la providencia encuentra en Jesucristo su plena manifestación. Jesús enseña a fundamentar la propia existencia en Dios y en la búsqueda de su Reino (Mt 6,33í: a no temer las persecuciones (Mt 10,28-31): a no buscar la seguridad en los bienes que perecen, ya que Dios se preocupa de sus criaturas (Lc 12,22-34). El vértice de esta confianza en la providencia se nos enseña en el Padre nuestro. Toda la enseñanza de Jesús va orientada a revelar que el hombre vive bajo la mirada providencial y amorosa del Padre, que está cerca de él. Ni siquiera el mal se escapa de la providencia divina, sino que está al servicio del plan de salvación. La certeza que guía la existencia del cristiano es que todo concurre al bien de los que aman a Dios (Rom 8,28).

Los Padres de la Iglesia defendieron la doctrina de la providencia contra los errores de su época (fatalismo, maniqueísmo, gnosticismo) y afirmaron la absoluta omnipotencia de Dios que se extiende a todas las criaturas y la intangibilidad de la libertad humana.

Agustín trató el tema de la providencia en el De civitate Dei, donde considera el desarrollo temporal en una perspectiva teológica con vistas al juicio como una lucha entre el bien y el mal, la fe y la incredulidad. Las vicisitudes históricas revelan la actuación de la providencia como acción benéfica y misteriosa de Dios, que no suprime la libertad.

Santo Tomás considera la providencia como el plan eterno que Dios tiene sobre el mundo, «la razón del orden de las cosas a sus fines» (5. Th. 1, q. 22, a. 1). La providencia abraza a todos los seres en su conjunto y en su singularidad, en cuanto que nada se escapa del conocimiento divino: sin embargo, Dios no actúa directamente en la ejecución de sus planes, va que quiere hacer que las criaturas -participen de su causalidad. Por este motivo, las causas necesarias producen efectos necesarios y las causas contingentes producen efectos contingentes. De esta manera la providencia divina no impone una necesidad a las cosas.

En el pensamiento moderno se ha perdido el significado de providencia y se le ha ido sustituyendo progresivamente por el concepto de "armonía pre-establecida" (Leibniz), de "astucia de la razón" (Hegel), del determinismo materialista del progreso. Frente a estas concepciones el mal se presenta como escándalo y el hombre reacciona en defensa de su libertad y autonomía; la casualidad ocupa el puesto de la providencia.

El Magisterio de la Iglesia afirmó la realidad de la providencia en el concilio Vaticano I ( 1870) contra el fatalismo pagano, el deísmo y el materialismo: "Dios protege y gobierna con su providencia todo lo que ha creado. Esta providencia se extiende con fuerza de un confín al otro y gobierna con bondad excelente todas las cosas" (DS 3003). La definición magisterial subraya la trascendencia de Dios contra todo inmanentismo y su soberanía y poder operante en la historia, contra el deísmo ilustrado.

La fe en la providencia está atestiguada en la vida cristiana en la oración de petición y en el abandono confiado en Dios Padre. La teología contemporánea subraya que la fe en la providencia no implica ninguna pasividad frente al cosmos y frente a la historia; al contrario, exige del creyente su colaboración activa con Dios para llevar todo lo creado a su cumplimiento.

E, C Rava

Bibl.: E, Niermann, Providencia, en SM, y 630-635: R, Garrigou-Lagrange, La provindencia y la confianza en Dios, Palabra, Madrid 1979; R, Guardini, Libertad gracia , destino, Dinor San Sebastián 1954: Ruiz de la Peña, Teología de la creación, Sal Terrae, Santander 1986, 124.128.