PREEXISTENCIA
VocTEO
 

Categoría fundamental de la cristología, con la que se entiende la existencia eterna del Hijo de Dios, antes de la creación del mundo y de su entrada en la historia, realizada en la «plenitud de los tiempos» (Gál 4,4). Expresa, como es lógico, una verdad revelada con la aparición histórica de Jesús de Nazaret, el Cristo, el Hijo.

El Antiguo Testamento y el judaísmo intertestamentario llegaron a representarse y a hablar de una preexistencia de la Sabiduría divina (cf. Job 28,12-28; Prov 3,19. 8,22-36; Sab 7 12.25-30; 8,4; 9,lss; 'Eclo 1,1-10) y/o de la Torá/Ley (cf. Bar 3,33ss; P~OV 8,33; Sab6,18 Eclo 24,3-22ss), a través de las cuales Dios creó el mundo y lo conserva. Estas especulaciones tuvieron una influencia notable en la reflexión de la comunidad cristiana en su empeño por profundizar en la misión y en la identidad de Jesucristo.

Los datos que hay que tener presentes para comprender las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre Jesucristo y en particular sobre su identidad personal eterna son: el encuentro de los discípulos con el hombre Jesús de Nazaret y su fe gradual en él; la experiencia profunda que de él tuvieron después de su muerte y más tarde la plena comprensión de él a la que llegaron gracias a la presencia viva de su Espíritu y a la relectura de las Escrituras y de las tradiciones judías, especialmente de las reflexiones sobre la Sabiduría y la Torá, que antes recordábamos, hecha a la luz de estos factores.

Sobre este fondo hay que entender las afirmaciones neotestamentarias en las que se afirma la existencia eterna de Jesús antes de la creación del mundo; él es aquel por medio del cual Dios llamó a todas las cosas a la existencia en su origen (cf. 1 Cor 8,6; también Col 1,1 5- 17); Jesucristo es el Hijo que Dios envió a este mundo en la «plenitud de los tiempos» (cf. Gál 4,4; Rom 8,3); aquel que «vivía en la condición de Dios", pero que «se vació" de ella al entrar en este mundo, haciéndose obediente hasta la muerte, y que vive ahora glorioso junto al Padre (cf. Flp 2,611); el Logos/Hijo unigénito de Dios que vive en el seno del Padre, siendo él mismo Dios, hecho carne/hombre para revelar al Padre, dar a los hombres la vida divina y sacarlos de las tinieblas del mundo tcf. Jn 1,1-18); el Hijo que tenía su gloria junto al Padre antes de la creación del mundo y que, habiendo bajado al mundo y habiendo realizado su obra, vuelve a subir al Padre (cf. Jn 17); el Hijo, la irradiación de la substancia de Dios, a través del cual creó Dios el universo, en el que últimamente ha hablado a los hombres y ha realizado la redención de todos antes de sentarse glorioso a la derecha de Dios (cf. Heb 1 ,1 -3). La preexistencia del Hijo eterno de Dios, que se encarnó y se manifestó en el hombre Jesús confesado como Cristo/Mesías, es afirmada explícitamente en algunos de estos pasajes (cf, por ejemplo, Jn 1,1-3; 17,8 Heb 1 ,3), y en otros implícitamente (cf: Gál 4,4). En todos ellos se la ve como la raíz última del acontecimiento salvífico Jesucristo que se ha realizado en la historia.

La predicación y la reflexión teológica de los Padres profundizaron este dato de fe neotestamentario básico, recurriendo ampliamente a la reflexión filosófica neoplatónica del logos. En sus obras se encuentran claras afirmaciones sobre la eternidad del Logos que se ha revelado en Cristo (cf. Orígenes, Contra Celsum VII, 16, 65); sobre el mesías preexistente (cf Justino, Diálogos 45,4); sobre la Palabra que el Padre pronunció desde la eternidad en el seno de su divinidad y que fue pronunciada en el tiempo en Jesucristo (cf. Ireneo, Hipólito, etc.).

Sin embargo, la preocupación por salvar la absoluta trascendencia y unidad de Dios/Padre los llevó a veces a formular la preexistencia de Cristo como Verbo de Dios con expresiones parecidas a las que usaban los neoplatónicos para expresar la función vital, pero no divina ni eterna, del Logos como mediador entre Dios y el mundo.

El carácter problemático de esta representación de la preexistencia apareció con claridad en la propuesta doctrinal de Arrio, sacerdote de Alejandría (comienzos del siglo IV) y en la controversia que ésta suscitó: el Verbo de Dios que se encarnó en Jesucristo es una realidad eminente, anterior al mundo, aquel de quien se sirvió Dios para crear y redimir el mundo, pero no es de naturaleza divina ni es eterno como Dios. El concilio de Nicea (325) afrontó y aclaró definitivamente la controversia: El Logos que se encarnó en Jesucristo para la salvación del mundo es el Logos/Hijo de Dios mismo, consubstancial al Padre y eterno como él, que en el curso del tiempo se hizo hombre, naciendo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo (cf DS 125-126). Con esta definición conciliar la Iglesia antigua proclamaba su fe en la divinidad y eternidad de Cristo, asentando con firmeza una verdad que en adelante no podría va negarse.

La aceptación de esta interpretación del testimonio neotestamentario por parte de toda la Iglesia obtuvo la aceptación de la mayoría, pero no fue del todo pacífica, obstaculizada entre otras cosas por motivos de índole política. De todas formas, la fe católica siguió construyéndose sobre esta base.

El concilio 1 de Constantinopla proclamó que el Logos fue engendrado «antes de todos los tiempos" (cf. DS 150); a continuación muchos Padres (especialmente Agustín y León Magno) y algunos pasajes de documentos conciliares hablaron del doble nacimiento del Logos: el nacimiento eterno del Padre anterior al tiempo y el nacimiento de la Virgen María en el curso del tiempo (cf, por ejemplo, DS 357; 504; 536; 572, etc.).

Toda la tradición teológica posterior, con algunas excepciones, mantuvo y reflexionó sobre la preexistencia del Hijo encarnado en Jesucristo que había definido Nicea. El pensamiento racionalista y laico moderno, viendo en Jesucristo solamente el aspecto humano, rechazó la idea de la preexistencia considerándola como «dogmática" y «mitológica". Por el contrario, la verdad y el carácter irrenunciable de la preexistencia del Hijo encarnado en Jesucristo fue defendida valientemente por la mayor parte de los teólogos tanto católicos como protestantes. La teología cristiana tiene que dar razón de la fe en la filiación eterna de Jesucristo en diversos frentes. En esta tarea de sana «apologética" está llamada a destacar:

a} la originalidad de este punto doctrinal, que especifica al cristianismo y que por tanto constituye el verdadero "artículo sobre el que permanece o cae la fe cristianan;

b} tiene que hacer surgir esta afirmación fundamental a partir del acontecimiento Jesucristo, tal como lo hizo el Nuevo Testamento y como hemos señalado anteriormente:

c} cualquier interpretación del acontecimiento Jesucristo que no contenga la afirmación de la preexistencia del Sujeto divino no da razón del dato revelado:

d} no basta con afirmar, como hacen algunos teólogos contemporáneos, que Dios, uno y único, «se hizo presente" de forma única e insuperable en su historia para ofrecer la salvación a la humanidad, etc.

El Nuevo Testamento habla del Padre que envió a su Hijo, del Logos que estaba junto a Dios y que se hizo hombre. Por tanto, el Hijo es un sujeto divino, distinto de Dios Padre y del Espíritu, que en el tiempo se hizo sujeto de aquella peripecia y parábola histórica, anclada en la eternidad de Dios, que es Jesús de Nazaret. La confesión de la preexistencia eterna del Hijo hecho hombre en Jesucristo es el presupuesto de la visión cristiana de Dios como comunión eterna dialógica de Personas (Padre, Hijo n Espíritu) y del anuncio cristiano del hombre como invitado con toda la creación a participar en la vida de comunión divina.

G. Lammarrone

Bibl.: M. Bordoni, Encarnación. en NDT, 366-389. J N, D. Kelly Primitivos credos cristianos, Secretariado Trinitario, Salamanca 1980; W Kasper, Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 1976; R. Schnackenburg. Esbozo de cristología sistemática, en MS,III-II, 505-670; D. Wiederkehr, La cristología del Nuevo Testamento, en MS. III-II,245-412.