PECADO
VocTEO


El concepto de pecado se configura de manera peculiar dentro del panorama propio de las categorías morales, debido a la consideración de tipo religioso que generalmente lo contextualiza. Por esta razón, aunque en la tradición griega clásica no falla el concepto de transgresión, no se encuentra en ella el concepto técnico de pecado. Presente en la casi totalidad de las tradiciones religiosas del mundo, posee un papel decisivo en la comprensión de la salvación inherente a todas las religiones, así como en la autocomprensión del individuo religioso.

En el hebraísmo y en el cristianismo la reflexión teórica y existencial sobre el pecado se hace más compleja y puntual. En el Antiguo Testamento es evidente el esfuerzo por expresar progresivamente la multiforme realidad de la transgresión, del fallo y de la culpa en sus elementos profanos, jurídicos, teológicos y religiosos, como atestigua la misma riqueza de la terminología que se emplea. En los Setenta se percibe el intento de profundizar en la condición fundamental de pecado, más allá de cada acto pecaminoso, mientras que en el judaísmo posterior prevalece el aspecto legal de la transgresión de los preceptos de Dios contenidos en la Torá.

En el Nuevo Testamento el término (amartía) indica no sólo el acto pecaminoso, sino la condición del hombre y finalmente una fuerza personificada (Mc 2,5; Lc 11,4. Rom 3,9. 3,20; Gál 3,22; 1 Tim 5,22~24; 2 Tim 3,6; 1 Pe 4,1). También está presente la idea de la salvación del pecado, realizada por Cristo y ofrecida a todos (Lc 5,8; Lc 737. 1 Jn 2,2), y la idea de la conversión, que expresa el cambio de vida, la nueva orientación del hombre hacia Dios (Mt 3,2; Hch 3,19). El pecado (y sus consecuencias) es perdonado por el sacrificio de Cristo, que en la vida sacramental da al hombre una nueva vida (Rom 1,24-31; 5,21.6,2; 8,3).

La reflexión teológica posterior hasta nuestros días se ha esforzado en precisar y presentar estas características fundamentales de la revelación. El elemento religioso y moral revelado, que representa la revelación sobre la esencia del pecado, no puede separarse de la dimensión antropológica del hombre. Por tanto, toda la reflexión posterior lleva a cabo una clarificación progresiva de la naturaleza del pecado de la relación que existe entre el pecado y la persona (tanto en sus opciones puntuales como en la orientación global de su vida), de las formas diversas que asume el pecado en la historia de la humanidad.

Las distinciones que se suelen establecer entre el pecado como acto y el pecado como condición del hombre: entre pecado actual y pecado original (este último muy discutido en la actualidad, sobre todo en relación con la responsabilidad del individuo); entre pecado material (considerado en su objeto) y pecado formal (considerado en la conciencia que tiene el agente de haber cometido un pecado); entre pecado venial, mortal y de muerte (Mt 6,12; 25,41-46. Rom 1,24-32; 1 Cor 3,10-15; 6,9-1Ó); entre pecado individual y social (entendido este último como estructura de pecado de determinadas realidades); entre pecado de comisión y pecado de omisión; entre pecado contra Dios, contra uno mismo y contra el prójimo; entre de pensamiento, de palabra y de obra; entre pecado espiritual y carnal..., atestiguan, más allá de su valor intrínseco, el largo camino de reflexión que se ha llevado a cabo para determinar los elementos estructurales del pecado según diversas formalidades teoréticas y experienciales. La multiplicidad de los puntos de referencia permite una pluralidad de definiciones descriptivas, según el fundamento que se tome en consideración (relación con la ley, relación con la voluntariedad de la persona, relación con el los fines del hombre, etc.). Entre las definiciones más comunes de la tradición encontramos las dos de san Agustín: «Algo que se hace, se dice o se desea contra la ley eterna (factum vel dictum vel concupitum aliquid contra legem aetemam)» (Contra Faustum, 1, XXII, c. 27) y «alejamiento de Dios y orientación hacia las criaturas (aversio a Deo et conversio ad creaturas)» (De libero arbitrio 1, 1, c. 6).

El pecado se configura de manera peculiar como un acto humano, estructuralmente desordenado, que tiene, por consiguiente, una cualificación moral negativa. El aspecto del desorden (inordinatio), subrayado con sagaz insistencia en la sistemática de santo Tomás (S. Th. 1-11, qq. 71 -81), expresa tanto la voluntariedad y la intención del acto humano como e1 carácter objetivo de la realidad que constituye el objeto de dicho acto, calificándole) como desorden.

En nuestra época parece ser que, mientras que se va perdiendo el sentido del pecado, se acrecienta el sentido de culpa: fenómeno que podría interpretarse como una consecuencia de la pérdida de sentido que se deriva de la secularización de la vivencia existencial.

Recientemente se ha venido afirmando igualmente la idea de que existe una orientación de fondo de la vida del individuo (opción fundamental) que implicaría una valoración menor de la gravedad de cada uno de los actos pecaminosos.

Aun admitiendo que, por definición, la opción fundamental como actitud que ha ido madurando a lo largo de los años de vida moral no queda anulada por un acto concreto, parece que puede afirmarse que un pecado, en cuanto que se realiza en cada ocasión libre y deliberadamente, sigue siendo una carencia objetiva de bien, ligera o grave.

Según la tesis original de santo Tomás, el pecado grave se distingue del venial por la ruptura de la orientación finalizadora de la vida hacia Dios (S. Th. 1-11, q.88).

T Rossi

 

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