PARÁBOLA
VocTEO
 

El término «parábola», que aparece 47 veces en la versión griega del Antiguo Testamento y 50 veces en el griego del Nuevo Testamento, hace referencia sobre todo a un tipo particular de narración que ha recibido una atención privilegiada en la exégesis bíblica del siglo xx. Siempre resulta difícil definir la parábola bíblica: se trata de un fenómeno comunicativo que puede más bien describirse que definirse. Sin embargo, al tener que ofrecer una definición de la parábola, se puede entender con ella un relato anfibológico que, remitiendo a otro acontecimiento o relato, lleva a cabo un proceso en que se compromete al que lo oye.

Ante todo la parábóla se presenta como «relato anfibológico» es decir, como narración con un doble significado, que transmite continuas referencias a los acontecimientos o a las situaciones que la han engendrado. Se ha escogido adrede hablar de «anfibología» más bien que de «ficción» o «falsedad» va que la misma trama narrativa, presente en la parábola, puede referirse a sucesos que han acontecido realmente, que no han sido inventados. De hecho, no pocos autores opinan que la parábola evangélica del «administrador astuto» (Lc 16,1-8) se refiere a una situación histórica realmente sucedida en tiempos de Jesús.

Por consiguiente, el problema no consiste en la dimensión ficticia o real del relato parabólico, sino en su capacidad de remitir a otra cosa.

Además, la parábola se propone crear un compromiso progresivo entre el autor, el texto y el destinatario. Desde este punto de vista resulta reductivo concebir la parábola como una modalidad a través de la cual el narrador, por ejemplo Jesús, se propone enseñar ciertas verdades que de lo contrario resultarían incomprensibles, como el concepto de «Reino de Dios». La tendencia que se deriva de esta valoración equivocada se concreta en los continuos intentos de «conceptualizar» las parábolas; sería una tarea propia del exegeta liberar el concepto o mensaje de la parábola del ropaje envolvente de la misma. La parábola realmente, en el momento en que se narra, pierde su misma naturaleza de relato que hace pensar en otra cosa. Por eso la parábola no sólo es interpretada, sino que interpreta la realidad.

El proceso de «compromiso» presente en la parábola afecta ante todo al narrador, que al contar una parábola no intenta simplemente hacer una crónica, exponer una historia o proponer una alegoría. Al contrario, prescindiendo de las finalidades específicas, intenta no solamente enseñar o dialogar con el interlocutor, sino «implicarlo» en la narración. Este proceso de implicación, visto desde la perspectiva del narrador, se logra tanto mejor cuanto mejor permite y, en último análisis, obliga al destinatario a entrar en la trama misma de la narración. La parábola contada por Natán a David resulta perfectamente lograda cuando obliga al mismo David, a su pesar, a sentirse comprometido en la narración (cf.2 Sm 12,1-14). En ese caso, la preocupación fundamental del narrador consiste en ofrecer señales implícitas que remitan a los acontecimientos que subyacen a la parábola; éstos, a su vez, se harán explícitos solamente en el epílogo del relato.

Además, este proceso de implicación, particularmente significativo en la parábola, afecta al mismo relato.

Más aún, bajo algunos aspectos, la implicación que opera el relato respecto al narrador y al destinatario, resulta más compleja de lo que el mismo narrador había pensado en la confección de la parábola. Quizás, en la narración de la parábola del «padre misericordioso", Lucas no había pensado en todas las implicaciones que esta parábola podía determinar en la realidad del padre que remite a Dios mismo (Lc 15,1 1-32). Sin embargo, para este nivel de implicación es necesario captar en la medida de lo posible el contexto histórico o sociológico en el que se inserta la parábola. Por eso mismo, explicar la parábola del sembrador (Mc 4,1 -9) a partir del contexto agrícola de la Palestina de aquel tiempo es muy distinto de comprenderla en un contexto agrícola occidental o contemporáneo. En el primer caso, el sembrador hace lo que resultaba más lógico para los campesinos de aquel tiempo: sembrar antes de arar. En el segundo caso, el mismo sembrador parecerá un necio, al ser incapaz de sembrar en los amplios espacios del terreno arado anteriormente. Así pues, aunque las parábolas pueden ser leídas en diferentes contextos, es necesario tener en cuenta los contextos más pertinentes, para que no quede desnaturalizado su sentido hasta tal punto que llegue a resultar incomprensible.

El que más se ve invitado a un compromiso en la narración parabólica es el destinatario. Ciertamente, la narratología contemporánea manifiesta que todo relato lleva a cabo un proceso de implicación; pero quizás en ninguna relato como en el parabólico es tan característico este proceso. Efectivamente, el destinatario se considera al principio como totalmente extraño al relato parabólico; si no fuera por las preguntas imprevistas que el narrador coloca para introducir la parábola (cf. Mc 4,21-30), o bien por la misma autoridad del narrador, se vería incluso inducido a la distracción. Pero progresivamente se va operando un proceso de «fusión de horizontes", por el que la situación de la parábola corresponde a la propia, y el oyente pasa de una situación de mero espectador a la de actor parabólico. Cuando el lector no es solamente aquel que es interpretado por la parábola, sino también aquel que interpreta la parábola, es necesario que no caiga en la trampa de la alegoría. Se ha dicho que la parábola recuerda aspectos implícitos del suceso original; pero esto no significa que cada uno de los elementos de la parábola remita a una realidad significada, convirtiéndose en alegoría. En otras palabras, detenerse por ejemplo en qué es lo que puede corresponder al símbolo del «ternero cebado" (Lc 15,23) significa confundir la parábola con la alegoría.

Por lo que se refiere a las parábolas de Jesús, aunque resulta exagerado considerarlo inventor de las parábolas, lo cierto es que a menudo éstas forman parte de su anuncio original del Reino (Jeremias). Además, es significativo que, para el Nuevo Testamento, solamente en los evangelios propiamente dichos se refieren parábolas: Pablo no utiliza nunca este arte tan adecuado para persuadir. En términos cuantitativos es difícil establecer el número de parábolas evangélicas: se va de un mínimo de 35 a un máximo de 72. El problema se plantea cuando hay que decidir la inclusión en las parábolas de las comparaciones o de las metáforas evangélicas. De todas formas, aunque el concepto de parábola puede ampliarse a varias expresiones, es necesario no definirlo todo como parábola, va que en ese caso nada sería parábola, sino tan sólo relatos evangélicos que remiten a sucesos subyacentes mediante el proceso de implicación trazado brevemente.

En la historia de interpretación de las parábolas merecen especial mención las aportaciones de A. JUlicher C. H. Dodd, Jeremias, E. Fuchs y las más modernas de E. JUngel, R. W, Funk, . D. Crossan, P. Ricoeur Dupont y V. Fusco.

A. Pitta

Bibl.: C, H. Peisker Parábola, en DTNT 111, 286-293; Y Fusco, Parábola/Parábolas, en NDTB, 1309-1409. . Jeremias. Las parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella 1992; íd., Interpretación de las parábolas, Verbo Divino, Estella 51994; C, H. Dodd. Las parábolas del reino, Cristiandad, Madrid 1974, D. de la Maisonneuve, Parábolas rabínicas, Verbo Divino, Estella 1985; Grupo de Entrevernes, Signos y parábolas, Semiótica y texto evangélico, Cristiandad, Madrid 1979.