PADRE
VocTEO
 

La imagen de Dios como Padre es esencial e imprescindible en orden a la revelación bíblica y a la confesión de la fe cristiana, que se abre con la fórmula Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso. En la sagrada Escritura y en la primera tradición cristiana el término Padre se le atribuye a Dios; cuando se dice Dios, sobre todo en el Nuevo Testamento, se entiende siempre al Padre, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

En los últimos decenios, sin embargo, la imagen de Dios como Padre ha sufrido diversas críticas por varias partes; en la relación entre el hombre y Dios-Padre se recapitulaban todos los motivos que se aducían para rechazar la religión cristiana y para justificar el ateísmo. El procesó de emancipación del hombre coincidió con un retroceso de la presencia de Dios Padre, a quien los cristianos comprenden e invocan como Padre de Jesucristo y de todos los hombres. Las principales contestaciones que han contribuido a poner en crisis la imagen de Dios Padre proceden de las críticas a la religión de Freud, del análisis sociológico de la Escuela de Francfort, de algunas resoluciones míticas debidas a las ciencias de la religión, del movimiento feminista (que desea tener carta de ciudadanía en la teología), del contexto sociológico en que se encuentra el mundo desarrollado occidental y norteamericano Al contrario, por lo que se refiere a los países en vías de desarrollo ya evangelizados, no se pone tanto en discusión la imagen de Dios-Padre, como más bien el problema de cómo anunciar que Dios es Padre en un mundo donde se pisotea y se humilla a la persona humana y su dignidad.

En el Antiguo Testamento la palabra Padre está presente en raras ocasiones y con ciertas reservas. El motivo se explica fácilmente: Israel tiende a liberarse de un cierto tipo de religiosidad de carácter tribal y desea distinguirse de las otras religiones que veían a su Dios como progenitor, aunque en sentido superlativo respecto a la figura humana de la paternidad. El término Padre que se atribuye a Dios es siempre metafórico y no expresa totalmente la naturaleza de Dios ni su relación con el hombre. En el Antiguo Testamento se habla mucho del Dios de los padres (Éx 3,13), del Dios de Abrahán, y de un pueblo,de Isaac y de Jacob, Israel, que es hijo no natural, sino de "elección» y «vocación», precisamente porque Dios es Padre (Éx 4,22; Os 1 1, 1 , Jr 31,9). Pero la paternidad de Dios con Israel está motivada por las intervenciones salvíficas en su favor. Aquí se ve claramente el paso de la concepción mítica a la histórica en el apelativo Padre que se da a Dios. En el Antiguo Testamento Dios es Padre porque establece una alianza, porque ha creado y crea todas las cosas (Dt 32,6; Mal 2,10). La idea de la paternidad de Dios guarda relación, no sólo con la de alianza o creación, sino también con la de promesa o futuro. Dios es Padre porque intervendrá, asistirá, salvará. La idea de Dios como Padre en el Antiguo Testamento no cubre por tanto la idea de sacralidad que era propia del "pater familias», sino que es crítica profética de toda otra paternidad, ya que solamente Dios puede ser llamado Padre. Por eso mismo el Antiguo Testamento excluye toda interpretación de carácter sexista del concepto religioso de padre: Dios conoce también los rasgos femeninos de la madre (1s 49,14-15; 66,13).

Pero la mejor comprensión de Dios como Padre la tenemos en el Nuevo Testamento, donde el término Padre designa explícitamente a Dios mismo.

Jesús es el Revelador del Padre; Díos es siempre el Padre de nuestro Señor Jesucristo; la paternidad de Dios puede comprenderse entonces a través de Jesús. Sólo recorriendo la historia y el significado de Jesús de Nazaret: se puede comprender la novedad cristiana de un Dios que es Padre. Pero lo mismo que en el Antiguo Testamento la categoría de Padre estaba mediada por la de alianza, en el Nuevo (al menos en la perspectiva sinóptica) esa mediación se realiza gracias a la categoría de Reino. Jesús, a través de su vida pública y de su predicación, no se anuncia tanto a sí mismo como el Reino de Dios. El Dios con el que se relaciona Jesús (la causa de Jesús es realmente la misma causa de Dios), es llamado y manifestado por él como Padre. Este es el título preferido; efectivamente, en la tradición joánica, el Padre, en labios de Jesús, es la definición habitual de Dios. En la perspectiva sinóptica los exegetas suelen identificar a menudo el uso del término Padre: a} en los loghia de Jesús; b} en sus plegarias.

En el primer caso tenemos once pasajes que pueden agruparse en tres series: el Padre, sin añadir ningún adjetivo posesivo; vuestro Padre, referido a los discípulos y nunca a los extraños; mi Padre, expresión que no encuentra nunca una correspondencia directa en el Antiguo Testamento y que expresa una relación especialísima y única de Jesús con Dios (esta expresión se sitúa sobre todo en los loghia de revelación y sirve para indicar una relación incomparable entre Jesús y Dios, su Padre); en estos contextos Jesús reduce su potestad plena y absoluta al hecho de que Dios se revela en él de forma extraordinaria y única.

Respecto a las plegarias de Jesús, el punto de referencia obligado es Mc 14,36 (se recoge esta tradición en los pasajes tan conocidos de Rom 8,15; Gál 4,6): Jesús llamaba a Dios Padre suyo, Abba (papá, papaíto), que expresa la extrema confianza que tenía con él, inaudita en el contexto judío. Está suficientemente demostrado (Jeremias, Michel) que el término abba constituye el fondo arameo de todas las invocaciones a Dios Padre en las oraciones de Jesús: en efecto, ni el arameo ni el hebreo en tiempos de Jesús tenían otra forma para expresar la invocación «Padre mío». Lo que más importa es que sólo Jesús y ningún otro piadoso israelita podía dirigirse así a Dios (en este sentido se trata aquí del caso clásico del criterio histórico de la desemejanza): ¡sólo el que tuviera semejante conciencia filial podía dirigirse de una forma tan confidencial a Dios! Pero la paternidad de Dios no se agota en Jesús, sino que a través de él se abre a todos aquellos a los que el Espíritu hace hijos, porque aceptan ser hermanos de Jesús: todos los hombres en Jesús pueden invocar a Dios como Padre, Abba, y sentirlo como tal; la revelación del Padre a los discípulos es la única cosa que puede dar sentido y reposo a la existencia humana.

En la literatura paulina los términos Dios (théos) y Padre (Patér) aparecen siempre unidos, sobre todo en las fórmulas breves de apertura y de terminación de las cartas y en las bendiciones finales, y siempre en un contexto litúrgico y de oración (Dios y Padre nuestro, Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo). La profundización teológica de Pablo considera siempre la palabra ((Padre» como nombre propio, no separado nunca de Cristo: el Padre es siempre Padre de nuestro Señor Jesucristo; él es el punto de partida y el fin de la obra redentora de Jesucristo. La obra de salvación parte de Dios Padre, se manifiesta y se media en el Hijo y finaliza en el Padre. El reconocimiento de la paternidad de Dios en Jesucristo va ligado para nosotros a la toma de conciencia de que somos hijos ya mayores de edad, liberados de la esclavitud y del miedo (Gál 4,1-7; 5,13). En la literatura joánica se nos presentan las íntimas relaciones entre el Padre y Jesús. El mensaje de la paternidad de Dios coincide con la idea de que el Padre es la Revelación y Jesús, su Hijo, el Revelador. Jesús se - dirige a Dios llamándolo e1 Padre o mi Padre. Ya el prólogo, en la expresión «junto a Dios » (pros ton Theón, con artículo) sirve para significar no sólo que el Padre es Dios, sino que el Logos es Dios como el Padre, está en el mismo plano que el Padre, está en relación con él, en obediencia al mismo. Ésta no es más que la transcripción histórica de la actitud de relacionalidad entre Jesús y el Padre, precisamente porque el Hijo está desde toda la eternidad «vuelto hacia el Padre». Las mismas polémicas entre Jesús y los judíos se referían en el fondo al hecho de que Jesús llamaba a Dios Padre suv - o y se ponía en el mismo plano que Dios (Jn 5,18; 7,1618.28; 8,54-59). Juan afirma expresamente la igualdad entre Jesús y el Padre (Jn 14,7-10), su intimidad con él (c. 17), en donde el centro del capítulo es la mutua inmanencia entre el Padre y el Hijo y donde esta relación se difunde a los discípulos (Jn 17 1 1), a los que se adhieren a la palabra de los discípulos (Jn 17 20-21) y al mundo (Jn 17 23). Las categorías joánicas que expresan todas estas realidades son significativas: estar en, una Sola cosa, perfectos en la unidad.

Las mismas consecuencias de carácter teológico de todo lo que se ha expuesto sobre el tema de Dios-Padre a nivel bíblico constituyen las premisas para descifrar el significado de la Tradición eclesial. El Padre es siempre el polo central de la existencia de Jesús, de su oración, de su causa. Jesús muestra un rostro inédito de Dios-Padre, como de Aquel que a través de su persona está sumamente cercano al mundo.

Jesús es ciertamente derivación radical de Dios-Padre, pero el Jesús que se dirige al Padre supone a un Padre que se dirige a Jesús, ya en un «diálogo» anterior, comenzado en la eternidad. Jesús pertenece a la esencia eterna del Padre, el cual es cognoscible en su relación con el Hijo sobre todo en el misterio pascual que revela la novedad de Dios como Amor. El esfuerzo de elaboración doctrinal de la fe creyente ha intentado siempre salvaguardar cómo Dios es Padre desde toda la eternidad y cómo la economía de la creación y de la redención se vincula a Dios-Padre a través de Jesucristo; de este modo Dios podía ser llamado Padre, Creador y Señor (pantokrátor) Todo el esfuerzo por precisar y aclarar las relaciones de paternidad y de filiación tienden entonces a demostrar que Dios es Padre desde toda la eternidad y que la generación del Verbo no debe entenderse en sentido subordinacionista, sino que significa la transmisión de su misma substancia. Las definiciones dogmáticas de Nicea y de Constantinopla son, por una parte, el resultado de encendidos debates para aclarar cuál es la fe recta de la Iglesia y, por otra, la premisa para nuevas reflexiones. La manera de entender a Dios Padre, a nivel no sólo de precisión lingUística sino también teológica, parte por consiguiente de aquellas definiciones: Nicea establece la co-eternidad del Logos con el Padre y Constantinopla afirma que el Espíritu Santo (como el Hijo) no es ciertamente una criatura dependiente, sino que pertenece a la monarchia del Padre. La teología oriental exaltará así la figura del Padre, en quien encuentra su origen la unidad de la Trinidad. Por eso el Padre es principio sin principio (anarchos anarché) no ha sido engendrado por nadie (aghennesía), engendra eternamente al Hijo y por medio del Hijo espira al Espíritu Santo. El Padre es entonces fuente y término de la divinización del hombre y del cosmos. La teología occidental, por su parte, quiere cerrar el camino al arrianismo, partiendo de la unicidad de la esencia divina y declara la consustancialidad y la co-esencialidad de las personas divinas.

De este modo los procesos vitales en Dios quedan un poco nublados en comparación con la tradición oriental.

En este esquema la naturaleza divina, y no el Padre en primer lugar es expresión de la unidad de la Trinidad. La persona del Padre se define por las relaciones opuestas de subsistencia por vía de generación, a través de la cual se distingue del Hijo, y de espiración activa por la que se distingue de la persona del Espíritu Santo. En la tradición latina se desarrolló igualmente una línea personalista (Ricardo de San Víctor, Alejandro de Hales, san Buenaventura) que vio en la persona del Padre la unidad de los procesos vitales en Dios y por tanto de la Trinidad.

Hay que reconocer que, sobre todo en el caso de la teología latina, se asistió posteriormente a una esterilización de la doctrina sobre Dios-Padre, reducida a disputas terminológicas de escuela, que la relegaba al mundo de las cuestiones abstractas y alejadas de la vida concreta. La teología contemporánea intenta hoy descubrir las motivaciones ideales de la doctrina clásica sobre la paternidad de Dios en orden al Hijo eterno, al Hijo encarnado y a los hombres como hijos de Dios, pero procurando ilustrar mejor el carácter paradójico del monoteísmo cristiano como monoteísmo trinitario. Es el acontecimiento histórico-salvífico de Jesucristo muerto y resucitado el que preserva la imagen de Dios Padre de las interpretaciones mitológicas antiguas o proyectivas modernas. La realidad de Dios como Padre hace referencia a la obra de la salvación en Cristo y en el Espíritu. La imagen de Dios padre no puede servir nunca de cobijo a ninguna figura de autoridad paterna, política, materna: todo simbolismo aplicado a Dios es siempre caduco, ya que la paternidad del Dios de Jesús tiene siempre una función crítica contra cualquier absolutización humana. En el anuncio actual de la fe cristiana no habrá que temer, por tanto. la presentación de Dios como Padre; en efecto, el verdadero contenido que subyace a esta figura no está condicionado por las críticas de carácter sociológico, psicológico, mitológico, feminista, etc., sino por la instancia metaftsica que evoca la imagen Padre. Decir que Dios es Padre significa declarar su trascendencia absoluta, pero también, a través de Cristo, su compromiso en la vida de los hombres: es Padre de todos los hombres y precisamente por esto el mundo puede encontrar más solidaridad, más justicia, más fraternidad. Sólo por el hecho de que los hombres tienen todos ellos la misma dignidad de hijos de un mismo Padre, pueden superarse las discriminaciones, pueden caer las barreras, pueden anularse las divisiones.

N Ciola

Bibl.: Jeremias. Abba, El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1981 : AA, VV , Dios es Padre. Secretariado Trinitario, Salamanca 1991; F:-X. Durrwell, Nuestro Padre. Dios en su misterio, sígueme, Salamanca 1990: . M. Pohier En el nombre del Padre, Sígueme. Salamanca 1976: N. Silanes, Dios, Padre nuestro, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991.