OBLIGACIÓN
VocTEO
 

Es la imposición de un deber -del latín obligatio (de obligare: atar)- que lleva consigo el bien moral. Éste no es un puro dato que deje indiferente a la libertad: es también una tarea que suscita la fidelidad. No hay libertad de opción en presencia del bien o del mal: bonum est faciendium, malum est vitandum. No se trata de un añadido de naturaleza autoritaria, emotiva, social, cultural, utilitaria, es decir, de una función de algo distinto del bien: la obligación forma una sola cosa con él, surge de su misma esencia, como un bien que es al mismo tiempo propio de la persona e imperativo de sus exigencias.

En efecto, la persona no es un simple dato. objeto de un saber que no obliga a nada: es una conquista y un objetivo, objeto de un conocer proyectivo y finalizado. El ser humano no coincide con su estar-ahí es un deber ser: lleva inscrito el deber en su propio ser. La verdad-dignidad de la persona que la conciencia conoce como bien, la libertad la reconoce como deber. Es un reconocimiento intrínseco a la conciencia del bien, que no sólo constituye un límite para la libertad, sino que significa su promoción y su afirmación.

Efectivamente, la libertad es y se realiza a sí misma en una opcionalidad (libre albedrio) indiferente: en ese caso se trataría de una libertad abocada a la angustia de la insignificancia. La libertad se afirma a sí misma vinculándose a las exigencias ineludibles e irrenunciables del bien significativo y finalizador de la persona humana. Asumiendo como deber lo que éste significa como ser, la libertad se carga plenamente de sentido y lleva a cabo una tarea de creación (de realización de la persona).

Vinculada creativamente al bien que hay que hacer y al mal que hay que evitar, la libertad es igualmente inmune de la necesidad y del determinismo.

Porque la obligación moral no actúa sobre la libertad como una fuerza coactiva y por tanto predeterminante y mortificadora, sino en la libertad, como sintonización y conformación dinámica con los significados y los finalismos del bien. El deber que exige el bien no es para la libertad una necesidad física de no poder obrar de otro modo (deber-necessitas, massen), sino una obligación moral de no tener que obrar de otro modo (deber-obligatio, sollen). De manera que, dejándose obligar por el bien, la libertad excluye consciente y voluntariamente la posibilidad contraria. La libertad se vincula siempre al bien en presencia de la posibilidad física de optar por el mal.

La obligación del bien no anula la posibilidad física del mal, sino que deslegitima su posibilidad moral.

El desconocimiento o la desatención de la obligación moral constituye de todas formas una fijación o represión infantil de la libertad. Ésta no está ya bajo el principio del bien, sino del placer,. de la ventaja, de la autoridad, de la situación, de la opinión prevalente, de la estadística, de la moda y de todos aquellos hechos y personas que tienen un poder de determinarla. Con la diferencia de que la determinación del bien es una promoción liberadora, mientras que cualquier otra determinación es un condicionamiento reductivo.

Así pues, no hay comportamiento ético sin obligación La obligación está en el origen de la ética en el contexto de bien-valor y es inseparable de ella: es algo así como su dinámica interna: tengo que hacer una acción porque es buena, no es buena porque la tenga que hacer. El deber moral no se acredita por mandatos y prohibiciones, sino por la formación de las conciencias en los valores en que toma cuerpo el bien y en el amor que éste suscita. Este amor es una exigencia de respeto, que no puede soslayarse sin traicionar culpablemente a la libertad.

Para el cristiano la obligación moral es intrínseca al dinamismo de la caridad: expresa su exigencia ineludible.

Caridad es ser amados por Dios, que afecta a la libertad como amor exigente de Dios, englobando todos los bienes queridos por Dios y confiados a la responsabilidad del hombre. La caridad da un valor salvífico a la obligación moral. Ésta expresa las exigencias de una realización ultrahumana del bien: la de finalizarse en el «reino de Dios y su justicia'" (Mt 6,33), que es nuestra justificación. De manera que sustraerse de la obligación moral es desmentir el dinamismo salvífico de la gracia en mí mismo y en el radio de la reverberación eclesial y social de mi falta de compromiso.

La obligación de la caridad es para Pablo todo lo contrario de la de la ley Ésta es coactiva, porque el hombre carnal (sarkikós) la experimenta como contraria a su querer más íntimo: «ley del pecado y de la muerte» (Rom 8,28)

La obligación de la caridad, por el contrario, es una tarea liberadora de gracia -«ya no estáis bajo la ley sino bajo la gracia» (Rom 6,14)- que suscita en el hombre espiritual (pneumatikós) la libertad exigente de los hijos de Dios (Rom 8,21), como fidelidad por connaturalidad al bien (Rom 8,5-6.9: Gál 5,18-23).

M, Cozzoli

Bibl.: F. BOckle, (Ley o conciencia), Nova Terra, Barcelona 1970; A. Cortina, Ética sin moral, Madrid 1986; K. L. Aranguren, Ética. Revista de Occidente 1958: E, Gusán, Razón y pasión en ética, Madrid 1986: C, Diaz, yo quiero, Salamanca 1991.