MUERTE
VocTEO
 

La muerte es la conclusión de la existencia terrena e histórica del hombre, símbolo de la finitud humana, sufrida de forma impotente y pasiva: no está en manos del hombre poder evitarla. Con ella terminan los procesos biológicos fundamentales, pero también las relaciones sociales del hombre. La muerte es, por tanto, un acontecimiento que afecta a todo el ser del hombre. En las culturas humanas ha sido considerada como un fenómeno interno a la naturaleza, a pesar de que en el hombre se encuentra un dato que contradice radicalmente a esta conciliadora tanatología: la repugnancia angustiosa y la aversión instintiva a la muerte. Él núcleo vital más profundo del hombre tienden así, de una manera absoluta, a la superación de la muerte.

La cultura contemporánea mantiene ante la muerte una doble actitud: por un lado, el intento de apartar la muerte del contexto de la vida humana, como una realidad que hay que esconder o que ignorar, mientras subsistan las condiciones vitales y productivas del hombre; por otro lado, la filosofía y la ciencia muestran un notable interés por la muerte, convirtiéndola en el núcleo de sus reflexiones; el existencialismo ve en la muerte la única posibilidad para el hombre de vivir su existencia de manera auténtica, mientras que la ciencia no consigue todavía explicarse el porqué y el cuándo se inserta en el hombre el proceso de la muerte.

La teología propone una visión original de la muerte, que pone en el escenario a Dios mismo. En el Magisterio reciente de la Iglesia, la muerte se define como el mayor enigma de la condición humana (GS 18), pero que encuentra una formidable respuesta en el misterio de la salvación, sobre todo en su parte culminante que ve al Hijo de Dios, encarnado en la humanidad, asumir como suya la muerte del hombre. La muerte de Cristo es el momento más relevante de su misma existencia de Dios encarnado, en cuanto que asume desde dentro y voluntariamente la muerte, cifra del pecado del hombre, para aniquilarla con su muerte y resurrección; ésta es la señal de que Dios mismo considera de forma negativa la muerte, como un dato innatural, totalmente disconforme y extraño a sus intenciones de Creador.

La muerte maldita del hombre, de la que Crísto muere, revela la hipérbole de la gracia divina de justificación del hombre. Este acto de la Persona divina del Hijo, realizado en la humanidad de Jesús, ha transformado por completo a la muerte, en cuanto que él la ha sufrido no como consecuencia del pecado, sino con una libertad y una voluntad absolutas (Cristo es el- único hombre que vivió de esta manera la muerte), es decir, con absoluta exclusión en él de toda forma de inclinación al mal y a la nada. Cristo muere la muerte de Adán para obedecer en espíritu de fe a la voluntad de Dios, en antítesis total al hombre de los orígenes. Y a partir del Cristo pascual, esta muerte está pronta a volcarse, por medio del poder del Espíritu Santo, en los miembros de la Iglesia (primero en la celebración vital de los sacramentos y luego en la muerte personal, al final de la propia existencia histórica), a fin de realizar una sustitución global y universal de la muerte de Adán por la muerte de Cristo. Pero, lo mismo que para Cristo la muerte fue la experiencia límite de su caridad para con Dios y para con el hombre, así como el triste epílogo de su existencia terrena, a la que siguió sin embargo la entrada en la gloria con el acto de su resurrección, lo mismo ocurrirá también con el que muere en Cristo; ésta es la manera de alcanzar la dimensión escatológica del hombre. Así es como Dios ha injertado en la historia humana la esperanza de la existencia sobrenatural.

Esta óptica de fe lleva a cabo de forma retroactiva, partiendo del misterio pascual de Cristo, una etiología de la muerte, reconduciendo su existencia a una experiencia humana primordial, que fue la causa de la entrada de la muerte en el mundo de los hombres: el pecado (Gn 2-3; Rom 5,12). Desde entonces la muerte es un fenómeno de alcance universal y de duración paralela al cosmos.

Pero, si no hubiera habido pecado, ¿habría estado el hombre exento de la muerte? La Escritura no dice esto, sino que ve la muerte como signo claro de la lejanía del hombre de Dios y de su decadencia religiosa y moral. De aquí se puede deducir que, si el hombre no hubiera pecado, no habría existido esta muerte trágica: la muerte podría haber existido, pero totalmente privada de los caracteres negativos que la han convertido en el principal enemigo del hombre, y se habría vivido sencilla mente como una experiencia de tránsito para alcanzar la definitividad de la condición antropológica respecto al programa creativo de Dios. En este sentido hay que leer las afirmaciones magisteriales de la Iglesia sobre el origen de la muerte en el pecado original (DS 222, 371s, 1512, 1521, etc.). Ningún hombre está exento de ella, ya que todos están bajo la herencia del pecado.

Desde el punto de vista antropológico, la teología ha descifrado el acontecimiento de la muerte como separación de los dos elementos que constituyen la unidad del hombre: el cuerpo y el alma. Con la muerte el principio espiritual del hombre asume una condición de existencia independiente de la corporeidad. Este tipo de afirmaciones, aunque no entran en profundidad en el tema de qué es realmente el fenómeno de la muerte, implican sin embargo la asunción de una certeza: con la muerte, el alma del hombre alcanza su estado definitivo, comenzando una supervivencia sin relación directa con el propio cuerpo histórico, pero orientada a su reunión con él.

Más que el cese de las relaciones con la corporeidad, el estado del alma separada significa entonces que se verifica un cambio antropológico, una especie de suspensión de las relaciones, de la que sabemos muy poco. La muerte entendida en este sentido no es, por consiguiente, el fin del hombre entero, sino el comienzo de una condición nueva de existencia.

T. Stancati

 

Bibl.: K. Rahner, El sentido teológico de la muerte, Herder, Barcelona 1965; L. Boros, Mysterium mortis. El hombre y su última opción, San Pablo, Madrid 1972; J. L. Ruiz de la Peña, El hombre y su muerte. Antropología teológica actual, Aldecoa, Burgos 1971; 1d., El último sentido, Madrid 1980, 131154; O. González de Cardedal, Madre y muerte, Sígueme, Salamanca 1993; AA. VV La muerte del cristia,20, en Concilium 9:1 (1974), número monográfico.