ICONO
VocTEO
 

En el lenguaje iconográfico, se entiende con el término icono cualquier imagen portátil, pintada o en mosaico. En el mundo grecorromano se conoce la existencia de imágenes que representaban al emperador o a otros personajes oficiales y que eran objeto de veneración en las ceremonias públicas.

En los tiempos antiguos son famosas las imágenes del siglo VI d.C. que se conservan en el monasterio de santa Catalina del Sinaí, las de Kiev, procedentes también del monasterio del Sinaí y trasladadas a Rusia por Ouspensky y las de los museos del Cairo, de París y de Berlín. Otras imágenes antiguas, aunque posteriores al siglo VI, se encuentran en algunas iglesias romanas. Se trata de imágenes de arte encáustica, es decir, producidas según la técnica pictórica de los colores disueltos en cera fundida, como nos informan Eusebio, Juan Crisóstomo y otros. Los sujetos que se presentan en esos iconos son la Virgen, Jesucristo, los santos y otros personajes. Estas imágenes recuerdan por su técnica y por su estilo los retratos de pintura encáustica de las tumbas de Fayoum y de Antinoe, que pueden fecharse en torno a los siglos II-IV.

Este género artístico constituye un elemento imprescindible de la adoración divina; por eso todos los ritos están siempre en estrecha relación con la presencia de las imágenes. Para Bizancio, la imagen se convirtió en la expresión visible, teológica y eclesiástica de la fe de sus ciudadanos. Las imágenes y toda obra artística se consideran como revelaciones del llamado tiempo litúrgico, cuando los personajes sagrados y los acontecimientos religiosos de épocas y de lugares diversos se representan juntos en un solo plano. El profundo significado teológico y espiritual que la Iglesia atribuye a la imagen se deduce con claridad del hecho de que ésta representa la victoria de la Iglesia contra las herejías, es decir, la victoria de la fe en la imagen, para cuya celebración se proclamó oficialmente la "Fiesta de la ortodoxia», que se celebra el primer domingo de cuaresma. La enseñanza teológica de Juan Damasceno definió y puso las bases para el culto a las imágenes por parte del creyente.

Así pues, la imagen no es una simple representación o un elemento ornamental o la representación figurativa de la sagrada Escritura, sino la expresión de la experiencia dogmática y litúrgica común. Constituye el punto inicial y la culminación de la fe de los cristianos, el pasado, el presente y el futuro de la historia de la salvación humana. Sus dimensiones escatológicas y salvíficas se revelan claramente al espectador; por eso la imagen se enriquece de un inestimable carácter educativo. El estilo expresionista, de estructura religiosa oriental, colabora en la familiarización del hombre con el mensaje de la salvación, de la manera más simple y creíble. El «silencio teológico» de la imagen actúa místicamente -según un conocido fenómeno oriental- en los corazones humanos. A pesar de la enconada oposición contra ella durante el período de los iconoclastas, que duró más de un siglo, la imagen, como consecuencia inevitable y elemento básico de la sabiduría y del pensamiento griego, triunfó como objeto histórico y artístico, asumiendo nuevas dimensiones teológicas y convirtiéndose en expresión de adoración en el mundo ortodoxo en los años que siguieron a la lucha inconoclasta. El acto de devoción frente a las imágenes se convirtió en el gesto de la teología cotidiana entre los bizantinos. El antinaturalismo, la perspectiva invertida, la sustracción de la materia, la manifestación expresionista de los rostros humanos pero también de los animales y de las plantas, la esquematización general y otros elementos secundarios de la deontología expresiva colaboran en la composición del icono bizantino. La aplicación de tonalidades cromáticas regulares, el uso insistente de los colores azul marino y dorado, sobre todo para traducir la luz increada de la teología ortodoxa, en que se mueven las figuras etéreas históricas de la 1glesia y la rica decoración, en la que se mezclan la fantasía oriental y la elegancia griega, son elementos artísticos imprescindibles en la realización pictórica de las imágenes. La iconografía ortodoxa no se sirve nunca de modelos humanos naturales, sino sólo de modelos idealizados y abstractos, de pureza y belleza cristiana. Además, se toman como modelo las imágenes antiguas y manuales tradicionales. Los pintores son de origen desconocido y sus obras siguen siendo anónimas, en señal de humildad, ya que viven en la eternidad y en la felicidad divina. Desde finales del siglo XVI circulan sistemáticamente manuales con modelos iconográficos o no y con ejemplos de personajes, de objetos, de fiestas, etc. Es conocido en este sentido el manual de Dionisio de Furná. La imagen, en movimiento eclesiástico y ecuménico de nuestros días, asume una nueva importancia teológica y una peculiaridad eclesiástica, ya que, por parte del mundo ortodoxo, constituye un testimonio claro y comprensible de la enseñanza patrística y litúrgica de la antigua Iglesia. Sus mensajes, que expresan la primera experiencia de la Iglesia, son capaces de iluminar el pensamiento teológico contemporáneo y de colaborar por el acercamiento eclesiástico de los pueblos de Dios. Esto se alcanza gracias a la imagen, que representa una especie de lenguaje común a toda la Iglesia y manifiesta la enseñanza ortodoxa de toda ella. El léxico artístico atestigua visiblemente y hace sensible el léxico teológico y de esta manera se proyecta en nuestra época como el medio visual por excelencia para la promoción del diálogo teológico entre las Iglesias. Por lo demás, la santificación de la sensitividad humana se realiza en el lugar sagrado, en donde la palabra se une a la imagen. Ésta se convierte en la expresión de aquel ser «a imagen y semejanza de Dios" en el hombre y en ejemplo de la santidad que él tiene que imitar.

El carácter ecuménico de la imagen bizantina es la garantía y la esperanza en una reconsideración de las cuestiones intereclesiásticas.

C P. Charalampidis

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