GRACIA
VocTEO
 

El término «gracia» (en griego cháris) se refiere al dinamismo de Dios, tanto en el ámbito de la creación como en la historia de la salvación del hombre caído, dirigido a producir en la criatura humana la apertura a la entrada elevadora y salvadora de Dios en histórica del hombre, para dar posteriormente lugar, escatológicamente, al acceso del hombre a la plena comunión con el Dios uno y trino (LG 2).

La gracia es, por consiguiente, el modo con que Dios escoge hacer partícipe de su esencia íntima al hombre.

Para ello la gracia divina modela la naturaleza humana en plena conformidad con los deseos de Dios. El Antiguo Testamento se presenta como la forma preparatoria de la intervención de Dios (Gn 1-3; 12,lss) a través de las etapas de la historia de Israel. A partir de la historia de los patriarcas, Dios establece vínculos de alianza cada vez más profundos con el hombre, que culminan en el nacimiento de Israel como pueblo liberado de la esclavitud, dotado de dignidad, identidad y porvenir (Éx 3; 33,19; etc.) y en el pacto de mutua fidelidad que Dios establece con él (Éx 34,6), en donde él se manifiesta al conocimiento del hombre dándole la ley de la existencia. La dialéctica entre la infidelidad de Israel a la alianza y la persistencia de la predilección divina (Dios nunca falla a su juramento), muestra la adecuación de Dios a la situación humana. Este interés histórico-salvífico de Dios por el hombre se proyecta luego hacia atrás, en las etiologías de Gn1-3, y esto produce un conocimiento nuevo y fundamental de Dios y de su gracia: él ha llevado a cabo la salvación del hombre porque es su dador de vida original y su Creador.

En el Nuevo Testamento está muy difundido el tema de la gracia, en cuanto que finalmente se ha cumplido la promesa del Antiguo Testamento: ha llegado el liberador escatológico.

No uno de tantos enviados, sino Dios mismo ha hecho su entrada en la condición humana para cambiar substancialmente su naturaleza y su dirección. El término gracia está presente en Lucas y en Pablo, pero su contenido es un tema que recorre todo el Nuevo Testamento. La cima de esta tematización de la gracia es la narración de la pasión y muerte sacrificial de Cristo. Pablo indica en el misterio pascual de Cristo el contenido de la gracia (Rm 8,32) y señala en la persona del propio Cristo la forma esencial y definitiva de la misma (2 Cor 13,13). Él objetivo que Dios quiere alcanzar con la Pascua de Cristo es la modificación radical de la condición humana: de la injusticia a la conformidad plena con sus deseos. Así pues, la gracia es un don gratuito de Dios al hombre, precisamente mientras que es pecador y no merecía entonces más que el juicio de condenación por parte de Dios; como tal, la gracia no depende de la observancia de los mandamientos.

Las consecuencias de esta bajada histórica de la gracia divina hasta el sacrificio de Cristo son, para el hombre: la adopción filial que Dios hace en el hijo de los que creen en Cristo (Rom 8,16ss), el comienzo para ellos de la vida escatológica (Rom 5,21; 6,23); para Dios: la culminación perfecta de su gloria, extendida por todo el mundo (Rom 5,2) por la obra de Cristo y del Espíritu en la Iglesia.

En la edad patrística la teología de la gracia seguirá substancialmente dos direcciones: la occidental, típicamente agustiniana, de la gracia como iniciativa absolutamente primaria de Dios, que actúa de manera autónoma, mientras que la participación del hombre es sólo posterior (rigidez de posición, debida a la herejía pelagiana). Esta teología de la gracia fue reelaborada en la época medieval por Tomás de Aquino y la gracia se expresó como una realidad que se hace presente como cualidad añadida al alma humana (habitus), cuyo dinamismo se va diferenciando lógicamente de manera admirable en sucesivas distinciones respecto a Dios y respecto al hombre.

La escolástica posterior exagerando esta orientación, tenderá a una configuración abstracta de la gracia, francamente desorientadora y criticada por la teología actual. Con la teología luterana y en el debate teológico entre la escuela tomista y la molinista surgieron duras polémicas sobre la gracia.

La orientación teológica, oriental, por el contrario, se muestra más propensa a ver la gracia como una obra personal de los tres Sujetos de la Trinidad en el hombre: una divinización progresiva del mismo realizada en la historia por obra del Padre, del Hijo y del Espíritu. La finalidad de este dinamismo operativo (la gracia) es la entrada o inhabitación de las tres Personas divinas en el hombre. El Magisterio teológico católico ratificará en varias ocasiones, en contra de las herejías sobre la gracia, que ésta es absolutamente necesaria a los creyentes, tanto para cumplir los mandamientos como para resistir y evitar el pecado, dado que la voluntad humana está gravemente debilitada por el pecado de origen (DS 225-227,' 396). La persistencia de la libertad humana bajo la gracia significa que ésta no la aplasta sino que la hace verdaderamente libre.

En la economía divina la gracia hace que los deseos más elevados del hombre coincidan perfectamente con lo que Dios quiere, y esto representa para el hombre el mejor modo posible de ser (DS 238-248). Los decretos del concilio de Trento condenarán la concepción de la gracia de los reformadores como extrínseca y superpuesta al hombre, habiendo quedado la voluntad humana, totalmente destruida por el pecado original, estática y pasiva (DS 1554ss). Al contrario, la gracia tiene en Cristo su lugar personal e histórico, pero que se actúa en la obra de santificación que el Espíritu Santo lleva a cabo en la Iglesia, para extender y desarrollar históricamente, a nivel personal y comunitario, la presencia de Dios Uno y Trino en el hombre, para dirigir luego toda la economía de la gracia a su cumplimiento escatológico: la función íntima del misterio trinitario de Dios.

T . Stancati

Bibl.: K. Rahner, La gracia como libertad, Herder, Barcelona 1972; H. Rondet, La gracia de Cristo, Estela, Barcebna 1966; G, Philips, Inhabitación trinitaria y gracia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1982; M. Flick - Z. Alszeghy, El evangelio de la gracia, Sígueme, Salamanca 1965;  Auer El evangelio de la gracia, Herder, Barcelona 1975; A. Ganoczy, De su plenitud todos hemos recibido, Herder, Barcelona 1991.