FEMINEIDAD 
VocTEO
 

Concepto esencial en el momento presente, pero evidentemente denso en equívocos, incluso en el plano de la terminología.

Todas las características consideradas como "específicamente femeninas», a lo largo de los siglos, se deducían de forma un tanto simplista y unilateral de la naturaleza biológicas de la mujer y se iban inculcando cada vez más profundamente en el proceso de educación y de socialización de las mujeres. El silencio que se les imponía en la cultura y en la experiencia religiosa hizo que en la teología, y particularmente en la ética cristiana, las mujeres fueran inexistentes como sujeto, aunque desgraciadamente demasiado presentes (como símbolo o como asechanza) en sectores muy concretos, vinculados estrictamente con el cuerpo y la sexualidad.

 Tras la primera fase del neofeminismo (años 60-70) que, comprometido sobre todo en la plena reivindicación de la paridad en todos los terrenos, tendía a sostener la equivalencia de los dos sexos en el plano de la dignidad y de la capacidad, vino una segunda fase que tendía más bien a privilegiar la diferencia sexual, con el convencimiento de que buscar la promoción y la emancipación según parámetros solamente masculinos podía contribuir a reforzar el dominio de la imagen masculina, reforzando entonces la discriminación.

Este tema está hoy ampliamente en discusión y ve una gran variedad de posiciones a las que no es posible hacer justicia ni siquiera aludir ligeramente a ellas dentro de la brevedad de estas páginas.

En la historia de la tradición cristiana occidental (que no se puede separar de la tradición de la cultura occidental sin más) se encuentran diversos modelos de relación entre los sexos: unos tradicionales y otros recientes, unos pertenecientes al patrimonio de la masa y otros monopolio de una élite. Históricamente el que ha dominado ha sido el modelo subordinacionista, según el cual la mujer, igual al hombre en el orden de la gracia, es inferior y está subordinada a él por naturaleza en el orden de la creación (y por tanto en la familia, en la sociedad, en la comunidad eclesial..,). Durante el último siglo, bajo el impulso de movimientos de pensamiento nacidos fuera de la Iglesia, este modelo se ha ido gradualmente superando y hoy puede decirse que ningún autor serio, cristiano o no cristiano, se atreve a sostenerlo, aunque es verdad que las tendencias subordinacionistas teóricamente superadas pueden aflorar de nuevo de varias maneras en la mentalidad y en las costumbres. En nuestro siglo, sobre todo tras la difusión de la psicología de Jung, se ha difundido ampliamente el modelo de la "complementariedad", según el cual cada uno de los dos sexos tiene características específicas y necesita del otro para llenar a su propia plenitud existencial y espiritual. Sin embargo, se suele hablar de complementariedad sólo a propósito de la mujer respecto al hombre y este modelo no pone en discusión el androcentrismo dominante, e incluso puede reforzarlo.

Las instancias del feminismo histórico y del neofeminismo dirigían necesariamente la atención a la conquista de la paridad de derechos, lo cual es premisa indispensable, pero no suficiente, para toda evolución ulterior del problema. Son evidentes las limitaciones de un modelo simplemente paritario, privado de dialéctica relacional: la diferencia - que no excluye, sino que postula la misma dignidad y las mismas posibilidades- está en función de la relación y del encuentro.

Nos parecen igualmente graves e históricamente más opresivos los riesgos de un modelo que apunte tan sólo hacia la diferencia, sin valorar la paridad y la reciprocidad de los dos sexos Una manifestación histórica particular de este equívoco, importante por su s derivaciones literarias y por la fascinación ambigua que puede seguir ejerciendo todavía hoy sobre el psiquismo de los hombres y de las mujeres, es la imagen de la " Mujer Eterna" (formulación de Gertrudis von le Fort) o del "eterno femenino" (Ewig Weibliclze, consagrado por el Fausto de Goethe, que recoge sugerencias mucho más antiguas); una idealización a-histórica cle la femineidad arquetípica y sublimada que parece reconocerle a la Mujer ( no ciertamente a las mujeres) una gran importancia y una función casi salvífica, mientras que remacha y consagra la discriminación, la colateralidad, la anomalía del ser mujer y no condena la atribución exclusiva al hombre de la función propia de mediador de la trascendencia.

Es muy difícil hablar de la diferencia sexual o de la "vocación» femenina sin reconstituir de alguna manera las antiguas funciones. La vocación femenina, en sus líneas fundamentales (prescindiendo por tanto de las especificaciones existenciales irrepetibles), no es una cosa distinta de la vocación común del ser humano que se experimenta como inserto en el plan de la salvación, y el campo de significados de espacios abiertos a la vocación humana común es virtualmente ilimitado.

El modelo de la reciprocidad -o de la paridad en relación- parece ser hoy el único modelo de relación en conformidad con una óptica redimida. Hay que subrayar que este modelo, a diferencia de todos los anteriores que se refieren implícitamente a un escenario histórico firme, postula una exigencia de transformación de todo el contexto humano y cultural y, en particular una opción valiente de revisión y de conversión permanente por parte de la Iglesia.

Así pues, es urgente promover la liberación de la teología cristiana, del lenguaje religioso y de la liturgia, de aquella hipoteca sexista que todavía las condiciona, empañando la visibilidad en términos humanos del acontecimiento de la salvación, procediendo para ello a la elaboración compartida de una teología y sobre todo de una vivencia cristiana auténticamente paritaria, relacional e integral.

En ese sentido se ha comprometido la corriente teológica que hoy (quizás con un término poco adecuado) se suele llamar teología feminista, afín en muchos aspectos a las diversas corrientes de la teología de la liberación.

Además de las relaciones concretas entre el sexismo y la violencia institucional, en el dominio institucionalizado del hombre sobre la mujer y en las funciones sexuales rígidamente definidas, la teología feminista descubre una manifestación fundamental de la raíz común que da origen a todo pecado: el miedo a la diversidad y al diálogo, el rechazo del otro, el espíritu de poder en su acepción "satánica". Por eso, la emancipación completa y el reconocimiento de la paridad de la mujer en todos los ámbitos sociales, culturales y eclesiales, no atañe ni debería preocupar sólo a las mujeres, dado que el empeño en este sentido va dirigido a la edificación de una relaciones interpersonales - y también intrapersonales más auténticas.

L. Sebastiani

 

Bibl.: J. Marías, La mujer en el siglo xx, Alianza, Madrid 1980; AA, VV , La mujer, realidad y promesa, PS, Madrid 1989; Mujer y cristianismo, en lglesia viva 126 (1986) (número especial dédicado al tema); K, Stern. El carisma de la femineidad, San Pablo, Madrid 1977; AA, VV , La mujer realidad y promesa, PS, Madrid 1989; C. Amorós (dir), 10 palabras clave sobre mujer, Verbo Divino, Estella 1995.