ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL
VocTEO
 

 Los sacerdotes, en virtud del sacramento del orden, quedan habilitados para realizar un ministerio específico en favor del pueblo de Dios, en relación con la transmisión de la salvación con el anuncio de la Palabra, la administración de los sacramentos y la dirección de la comunidad cristiana (LG 28a).

A los que reciben el signo sacramental de la imposición de manos se les confiere un «carisma», cuya existencia atestiguan las cartas pastorales, donde se habla del «don espiritual» o del don de Dios»: un don que no hay que descuidar, sino que ha de reavivarse continuamente (cf 1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6). Este «don espiritual», que proviene del Espíritu Santo, expresa una modalidad nueva de presencia y de acción del mismo Espíritu, que repercute en el ser y en el obrar del sacerdote. Este acontecimiento de gracia produce ante todo en el sacerdote una novedad existencial, es decir, la novedad de su ser en Cristo, configurándolo con él como ministro y representante suyo.

 a) Exigencia de santidad. Cristo es  modelo de la santidad sacerdotal. El sacerdote, por su configuración con Cristo, sumo y eterno sacerdote, tiene que esforzarse en conseguir la santidad subjetiva, mortificando en sí mismo las obras de la carne y comprometiéndose sin reservas en el servicio a los hermanos (cf. PO 12b).

La espiritualidad del sacerdote dimana del ministerio específico que está llamado a cumplir en la Iglesia al servicio del Reino de Dios en el mundo y se expresa en la caridad pastoral:

«Como guías y pastores del pueblo de  Dios, son incitados por la caridad del buen Pastor, que los empuja a dar la vida por sus ovejas, dispuestos incluso al supremo sacrificio, a ejemplo de aquellos sacerdotes que, aun en nuestros días, no se negaron a entregar sus vidas...» (PO 13).

b) La vida interior del sacerdote. Es  el ministerio lo que caracteriza a su espiritualidad. En el ejercicio de su ministerio, el sacerdote construye y madura su espiritualidad y por tanto su santidad personal. El  sacerdote debe dejarse interpelar y transformar por la Palabra de Dios. Y la lectura meditada tendrá que llevar a la interiorización del mensaje revelado. Por consiguiente, todo esto tiene que llevarlo a la contemplación amorosa y a un anuncio convencido del designio salvífico de Dios sobre cada individuo y sobre la humanidad entera.

La preparación a través de la escucha y de la meditación de la Palabra prepara el camino hacia el ministerio de los sacramentos, destinados a hacer de las gentes «una ofrenda consagrada por el Espíritu Santo, agradable a Dios» (Rom 15,16).

c) Paternidad espiritual. El sacerdote  unido a Cristo se convierte en artífice de la regeneración espiritual de los hombres y de la formación del pueblo  de Dios. Uno de los campos preferidos en que el sacerdote puede ejercer la paternidad espiritual es el de la dirección espiritual, sacramental o extrasacramental. Esta paternidad espiritual potencia y orienta en sentido específicamente apostólico aquella capacidad de amar y de entregarse que existe en el interior de todo ser humano.

d) Ascesis sacerdotal. El ministerio  del sacerdote será eficaz en la medida en que realice en su vida las instancias evangélicas de la ascesis cristiana. El ministro tiene que colaborar con Dios en la obra de su propia santificación, aceptando las exigencias de compromiso personal, de mortificación y de espíritu de sacrificio que supone - esta cooperación, recordando las palabras de Jesús: " El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga» (Lc 9,23).

A. Tomkiel

 

 Bibl.: J Esquerda Biffet, Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos 1985; A, Marchetti, Sacerdote, en DE, 111, 3l6-332; G.Thils, Naturaleza y espiritualidad del clero  diocesano, San Esteban, Salamanca l 960; AA. VV , El presbítero en la Iglesia hoy, Atenas, Madrid l994; Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (3l de enero de l ~44), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano l 994.