ELECCIÓN
VocTEO
 

Es la benevolencia gratuita y amorosa con que Dios se relaciona con la humanidad y por la que realiza un proyecto salvífico, ordenado a hacer a los hombres partícipes de su propia vida, justificándolos por medio de Cristo en el Espíritu y glorificándolos. Puede definirse también como el maravilloso designio divino en favor del "hombre concreto, que en Jesucristo, como criatura y como pecador es llamado, justificado, santificado y glorificado por Dios» (M, Lohrer): en este sentido, es justo afirmar que la elección es «la suma del Evangelio" (K. Barth), La elección, entendida como acción histórica con que Dios llama a Israel, a la humanidad, al pacto salvífico, tiene como antecedente la predestinación, es decir, una toma de posición en favor de y como punto final la glorificación eterna del hombre. La una y la otra, según Pablo, se realizan en Jesucristo (Ef 1,4-5): la elección, además, está destinada a toda la humanidad (1 Tim 2,4), El concilio de Quercy (853) recuerda que "Dios quiere que todos los hombres se salven, sin excepción (1 Tim 2, 4), aunque no todos se salvan» (DS 623): esto significa que, si alguno no goza de la salvación, esto se debe a que algunos se sustraen de forma culpable y autónoma de la voluntad de Dios: "el hecho de que algunos se salven, es un don que se les hace: el hecho de que algunos se pierdan, es por su culpa» (Ibíd,). De esta manera, mientras que se subraya la gratuidad de la elección divina y la primacía absoluta de la gracia, se rechaza una visión de la predestinación como división arbitraria de la humanidad en dos grupos: los que se salvan y los que se condenan (teoría de la doble predestinación).

En la comprensión del misterio de la elección, no hay que caer en las redes del individualismo "¿por qué el uno se salva y el otro no? »: la elección se refiere a la comunidad de Israel, a la comunidad eclesial, a la comunidad humana. Ni hay que caer en el abstractismo metafísico, olvidándose de que el Dios que elige es el Padre que envió al Hijo y al Espíritu para que el mundo se salve. Además, al reflexionar en la elección, hay que evitar también toda forma de pelagianismo y de semipelagianismo, insistiendo en la absoluta gratuidad de la elección misma.

La elección por parte de Dios tiene una dimensión protológica, en el sentido de que antes de su actuación concreta en y por Jesucristo en favor de la humanidad, supone la eterna voluntad benéfica del Padre: en este sentido, es posible entender la elección como predestinación eterna, es decir, por parte del Eterno, en relación con la historia.

La elección tiene además una dimensión escatológica, en el sentido de que indica el destino al que Dios llama al hombre. La protología y la escatología de la elección estimulan la fe en el proyecto y la bondad de Dios y la esperanza en la realización cierta de su designio; al mismo tiempo, la elección provoca al creyente y a la comunidad al amor y al compromiso personal, como respuesta a la llamada de Dios. El destinatario de la elección es la comunidad (Ef 1,4-6); la Iglesia es la unidad de los que han sido «elegidos según la presciencia de Dios Padre, para obedecer a Jesucristo y para ser rociados con su sangre» (1 Pe 1,1-2). Lo mismo que Israel es el pueblo elegido por Dios para que sea en la historia "luz" para los pueblos, también la Iglesia es elegida en Cristo, por pura gracia de Dios, para que sea a su vez en el mundo signo e instrumento del amor divino. Esto significa, entre otras cosas, que la elección no puede ser considerada como una propiedad o una posesión; por eso, mientras que hay que desechar toda presunción de haber sido elegidos por los propios méritos, o bien de haber sido de alguna manera "conducidos a tal salvación", aun sin una adhesión al provecto de Dios, hay que eliminar al mismo tiempo toda forma de desesperación, ya que Dios es fiel y no falta a las promesas de su amor. Además, la comunidad que experimenta la elección tiene que saber que no está libre de tentaciones: "la elección tiene un carácter de lucha (...). se mueve en el terreno de la tensión entre la fe y la infidelidad» (M. Lohrer). Aun albergando la certeza de la elección, los creyentes tendrán que desterrar siempre la falsa seguridad, ser vigilantes respecto a las propias traiciones contra la bondad divina; y cuando hayan sido fieles, tendrán que doblar las rodillas y dar alabanza a Dios, que permite a sus hijos responder santamente a su llamada.

La elección es también un principio de servicio. Del amor de Dios surge la elección, pero ésta es comienzo de una tarea: lo mismo que para Israel, también para la Iglesia la elección es no un privilegio que se pueda gozar egoístamente, sino un principio de responsabilidad que hay que ejercer en el mundo.

Para comprender bien la elección, hay que considerar además que su fuente y su causa es el Padre: el Padre está en el origen, no sólo de los dinamismos necesarios intratrinitarios (procesiones), sino de los dinamismos libres (acciones ad extra); la elección y los elegidos son el testimonio vivo del amor infinito del Padre clementísimo. Jesús, el Hijo encarnado, es aquel en el cual, por medio del cual y con vistas al cual tiene lugar la elección (cf. Ef 1,4-6.11). Él es quien desde siempre, en cuanto Hijo, es objeto de la benevolencia del Padre y recibe de él la vida divina. Al hacerse hombre, Cristo se convierte en el elegido por excelencia: nadie goza más que él de la gracia de la presencia de Dios. Por este motivo, puede ser por una parte el mediador adecuado de la elección, aquel gracias al cual llega a la historia la bondad del Padre: por otra parte, es el modelo a cuya imagen quiere Dios formar a los hombres. La elección es hacerse "hijos en el Hijo», "hijos adoptivos", que llaman a Dios "Abba» (Rom 8,29; Ef 1,5). No hay que olvidar que la elección en Jesucnsto se realiza "por la vía del Calvario" es decir a través de la obediencia y de la humildad del Hijo, "hasta la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2,8): a Jesús "Dios lo trató por nosotros como al propio pecado" (2 Cor 5,2] 1; Cristo sufrió el abandono del Padre (Mc 15.34), anuló el documento de nuestra deuda por medio de la cruz (Col 2.14), tomó sobre sí nuestros dolores (1s 53,4) y el "no" del Padre al pecado del hombre. En este sentido, hablar de elección es hablar de cruz. La elección y los elegidos son el testimonio tangible del amor infinito, humilde y obediente del Hijo.

Como elección gratuita y llamada a la salvación por parte del Padre por medio del Hijo, la elección remite al Espíritu Santo: en efecto, sólo gracias a su obra pueden los hombres reconocer el señorío de Jesús ( 1 Cor 12,3), nacer a una vida nueva (Jn 3,5-6), hacerse «hijos en el Hijo» y llamar a Dios «Abba» (Rom 8,15; Gál 4,6). Sólo gracias al Espíritu pueden los elegidos recibir el consuelo divino de la vocación a una vida "santa en el Santo». En este sentido, la elección y los elegidos son el testimonio vivo de Aquel que es el amor del Padre y del Hijo: el Paráclito. Consciente del misterio de la elección, el creyente vive ante todo la apertura a Cristo, el único en el que somos salvados. Está llamado, además, a dedicarse a su propia salvación "con temor y temblor» (Flp 2,12). sabiendo que siempre le queda la posibilidad de rechazar o despreciar el ofrecimiento del Padre. Vive finalmente en la esperanza, soñando con los ojos abiertos en cumplimiento de la obra que ha comenzado el Dios trinitario, mediante su compromiso amoroso y vigilante.

G, M. Salvati

 

Bibl.: M, Lohrer, La gracia como elección del hombre en MS, IV II. 732-789', M Fliek Z. Alszeghy El evangelio de la gracia. Sigueme. Salamanca 1974. 259-328: J Vermev., El Dios de la promesa, el Dios de la alianza, Sal Terrae, Santander 1990: L, de Lorenzi, Elección, en NDTB, 474-490: J Guillén Torralba, La fuerza oculta de Dios; la elección en el A.T. Valencia 1983