DONES DEL ESPÍRITU SANTO
VocTEO
 

 El profeta Isaías es el primero que  habla de los siete dones del Espíritu (1s 11,2-3) como de unos bienes que poseería el futuro Rey-Emmanuel. El profeta mira hacia él futuro y profetiza que algún día despuntará un nuevo reino sano y vigoroso en el que se cumplirán todas las promesas hechas a David. El espíritu de Yahveh reposará sobre él. La forma estable con que se le comunica el espíritu está muy cerca de la unción que recibirá el «Mesías", el "Christos», el Ungido.

Aquel día se cumplió cuando Jesús  en la sinagoga de Nazaret recordó otro texto mesiánico de Isaías (1s 61,1): «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres... Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía » (Lc 4,18.21).

El texto original de Isaías nos habla  sólo de seis espíritus o dones, pero la traducción de los Setenta y más tarde la latina de san Jerónimo, al introducir el término eusebeia/pietas, vio aquí siete dones, quizás por la importancia del número siete y porque en otros lugares de la Escritura se habla tanto metafórica como explícitamente de siete espíritus de Dios (cf. Ap 1,4; 3,1.2,1).

Orígenes, en la homilía sobre Isaías (PG 13, 227-230), ve representados los siete espíritus de Dios en la siete mujeres que van en busca de un "hombre" que pueda quitarles su «vergüenza".

Las siete mujeres son también una sola. No necesitan ni alimento ni vestido; tienen ellas solas su propio decoro. Los espíritus de Dios son siete y su enumeración es la siguiente: sabiduría e inteligencia, consejo y fortaleza, ciencia y piedad, y finalmente el temor del Señor. Sin embargo, sufren el oprobio por parte de otras: la sabiduría y la inteligencia. Utilizando 1 Cor 2, Orígenes nos la presenta así: la sabiduría de este mundo desprecia a la sabiduría "de mi Cristo" (PG 13 228). Y como quieren verse libres de este oprobio, buscan a un "hombre", Orígenes afirma además que el Espíritu de Dios se "posó" también sobre los profetas del Antiguo Testamento, empezando por Moisés, pero «moró solamente en Jesús".

Agustín, en el sermón 147 recurre a los siete dones para indicar la escala que hay que subir para llegar a la perfección cristiana (PL 39, 1524- 1526).

En su reflexión, Agustín empieza diciendo que el profeta comienza con el don de la sabiduría para llegar al del temor como el que desde la cima va bajando hasta nosotros. "Él terminó por donde nosotros tenemos que comenzar" (PL 39, 1524). Agustín piensa sobre todo en los cristianos: los cristianos reciben los dones del Espíritu, que son considerados como gracias que hay que añadir en un proceso ascendente ininterrumpido de perfección cristiana. Gregorio Magno (PL 75, 592593) les asigna una tarea concreta: la «sabiduría" modera la «necedad", el "consejo" remedia las «prisas", la «fortaleza" quita el «temor", la «piedad" acaba con la «dureza de corazón" y finalmente el «temor de Dios" destruye la «soberbia". Así pues, para Gregorio Magno los dones del Espíritu se conceden al cristiano para ayudarle a superar las diversas pruebas y tentaciones.

Gregorio acepta el planteamiento de Agustín y lo desarrolla en un sentido moral. Tomás de Aquino, en la secunda secundae de la Suma, trata de las virtudes y nos habla también de los dones. En la realidad tan compleja del hombre creado por Dios y provisto de medios convenientes para alcanzar su último fin, podemos distinguir dos planos, el natural y el sobrenatural, íntimamente unidos en el ser cristiano. En el plano natural encontramos -según santo Tomás- al alma dotada de sus facultades superiores, inteligencia y voluntad, que permiten al hombre- dirigirse libremente, siempre con la ayuda providencial de Dios, hacia su fin último, a pesar de las tendencias a veces contrarias de la parte sensitiva humana.

La función principal que Tomás asigna a las virtudes morales es la de facilitar al hombre su marcha guiada por la razón, va que es esta última la que tiene que tomar el mando en el camino hacia su fin último. De forma semejante las virtudes sobrenaturales tienen que ser estimuladas y guiadas.

Pero su naturaleza sobrenatural requiere una causa superior, o sea, el Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo, sus mociones e inspiraciones, tienen que encontrar un sujeto dispuesto y pronto a acoger estas mociones. Según santo Tomás no bastan para ello las virtudes sobrenaturales, sino que se necesitan "hábitos" correspondientes a esas virtudes. Entra aquí el discurso sobre los "dones" del Espíritu Santo. Tomás sostiene la diferencia entre «virtudes" y «dones" y defiende coherentemente que los dones se añaden a las virtudes sobrenaturales y hacen al hombre un «bien móvil" (Th. II-III, q. 19, a. 9: II-II, q. 68, a. 1 y 3) hacia la acción del Espíritu Santo.

El hombre entonces, enriquecido por las virtudes morales en el orden de la naturaleza y por las virtudes sobrenaturales con los dones del Espíritu Santo en el orden sobrenatural, puede ser guiado por la razón y por el Espíritu Santo y expresar de este modo su tendencia hacia la perfección cristiana y la visión beatífica.

Lo que importa es decir con santo Tomás que «los dones están ligados entre sí en la caridad, de manera que el que posea la caridad posee todo los dones del Espíritu Santo, y ninguno de ellos puede permanecer én un alma sin caridad" (S. Th. 1111, q. 68, a. 5). Los dones del Espíritu Santo no son un privilegio de algún alma particularmente dotada, ni se dan tampoco a un número restringido de genios o de héroes; al contrario, abren la posibilidad a una genialidad y a un heroísmo generales, ya que se dan a todos los que reciben en el bautismo la visita del Espíritu de Dios, independientemente de las cualidades y de las dotes naturales.

Según santo Tomás. los dones son necesarios a todos para la salvación, precisamente por la función que desempeñan de completar la participación divina en el hombre.

A. Tomkiel

 

Bibl.: A. Gardeil, Dons du Saint Esprit, en DTC, 1V 1754-1779; Ch. Bernard, Dons du Saint Esprit, en DSp, 111, 1579-1641; Y Congar, El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1983, 340-347