DEPOSITUM FIDEI
VocTEO
 

La expresión depositum fidei se encuentra en las dos cartas de san Pablo a Timoteo ( 1 Tim 6,20; 2 Tim 1,14) y en relación con la noción de « doctrina de la fe». Significa propiamente el patrimonio de fe que, confiado a la Iglesia, exige ser transmitido por ella fielmente y explicado sin errores. Al «depositum fidei» pertenece la Palabra de Dios escrita, los dogmas, los sacramentos, la moral y el ordenamiento jerárquico constitutivo de la Iglesia. Pero hay que tener presente que, dada la naturaleza del mensaje de la revelación y del acontecimiento salvífico de Cristo, el «depositum fidei» no debe interpretarse como si fuera un simple catálogo de artículos o un inventario de cosas puestas unas junto a otras, sino que debe comprenderse más bien como la totalidad de las riquezas y de los bienes de la salvación, entregados a la Iglesia, y que ella comunica a los creyentes, actualizando sus contenidos con admirable prudencia, a fin de hacer inteligible, creíble y fecundo el patrimonio inmutable de verdad, saliendo al mismo tiempo al encuentro de las exigencias y de los interrogantes de los hombres y de los tiempos. Esta tarea de actualización es propia de todos los miembros de la Iglesia, aunque se practica por diversos títulos y, dada la naturaleza jerárquica de la comunión de la Iglesia (cf. LG, Nota praevia), la función de enseñar y de guardar auténticamente, y en determinados casos infaliblemente, corresponde a aquellas personas a las que se ha asegurado una asistencia particular del Espíritu Santo (2 Tim 1,14), es decir, a los sucesores de los apóstoles en el Magisterio y en el ministerio. En el contexto de la crisis modernista, el Magisterio reaccionó recordando y subrayando fuertemente la dimensión objetiva del depositum fidei, entendido como corpus o suma doctrinal de las verdades contenidas en la Escritura y en la Tradición.

Aun sin negar la exigencia de una explicitación del patrimonio de verdades confiado por Cristo a la Iglesia, se pone el acento en el elemento objetivo e intelectual de la doctrina de la fe (DS 3420; 3422).

En la encíclica de Pío XII Humani generis se subraya el papel de norma próxima del Magisterio en orden a la comprensión de la fe, por lo que el teólogo recibe el encargo de indagar las fuentes de la revelación (la Escritura y la Tradición) a fin de mostrar que las enseñanzas del Magisterio vivo se encuentran «explícita o implícitamente» en la sagrada Escritura y en la Tradición divina» (DS 3886).

En el discurso de apertura del concilio Vaticano II, Juan XXIII afirmaba la conciencia de la Iglesia de ser depositaria del mensaje de la revelación y de permanecer siempre en plena continuidad con el cuerpo doctrinal establecido por los concilios precedentes en perfecta continuidad con el origen apostólico. Sin embargo, el papa recordaba la necesidad de comunicar el patrimonio íntegro de fe de la Iglesia de forma idónea y adecuada al hombre contemporáneo, preocupándose de que el depósito de la fe sea cada vez más incisivo y eficaz desde el punto de vista existencial, y no sólo intelectual.

El papa declaraba que «una cosa es la substancia de la antigua doctrina del depositum fidei, y otra la formulación de su revestimiento». Esta afirmación tiene que entenderse en el contexto determinado por la preocupación pastoral. El pensamiento del papa no es el de sustituir las antiguas enunciaciones dogmáticas por nuevas formulaciones de fe, sino más bien indicar la exigencia de profundizar y de presentar la misma doctrina eclesial, teniendo en cuenta la mentalidad y la cultura del hombre contemporáneo.

Encontramos este mismo concepto en la Gaudium et spes y en el decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio. En la Constitución pastoral se lee que «se invita a los teólogos a que, manteniendo el método y exigencias propias de la ciencia teológica, busquen siempre el modo más adecuado para comunicar la doctrina a los hombres de su tiempo, porque una cosa es el depósito de la fe o sus verdades y otra cosa el modo de enunciarlas, con tal que se haga con el mismo sentido y el mismo contenido» (GS 62). En el Decreto se afirma que «Cristo llama a la Iglesia peregrinante a una perenne reforma que necesita siempre, por lo que tiene de institución humana y terrena, para que a su tiempo se restaure recta y debidamente cuanto, por diversas circunstancias, se hubiese guardado menos cuidadosamente, en las costumbres, en la disciplina eclesiástica o en el modo de presentar la doctrina, que se debe distinguir cuidadosamente del depósito mismo de la fe» (UR 6).

En 1973 la Congregación para la doctrina de la fe, en la Declaración Mysterium ecclesiae, considera los problemas relacionados con la interpretación del dogma y con la historicidad de las fórmulas de la fe y observa, en la línea de la Tradición y de las indicaciones del Vaticano II, que «las fórmulas del Magisterio fueron aptas desde el principio para comunicar la verdad revelada y que siguen siendo aptas para siempré a fin de comunicársela a los que comprenden rectamente» (ME 5).

Sin embargo, prosigue advirtiendo que esto no significa que en el futuro la fórmula siga siendo necesariamente apta para comunicar la verdad « en igual medida»; puede suceder entonces en esta perspectiva que sea necesario u oportuno hacer que las fórmulas dogmáticas del pasado vayan acompañadas de integraciones O explicaciones, con tal que el significado de las enunciaciones dogmáticas siga siendo verdadero y coherente con el depósito de la fe y con la enseñanza global de la Iglesia sobre la verdad revelada (cf ME 5).

Finalmente, hay que subrayar que el concilio Vaticano II declara que el depósito de la fe está encomendado a la Iglesia entera: «La sagrada Tradición y la sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, persevera constante en la fracción del pan y en la oración» (DV lO). En este sentido, el Magisterio jerárquico no debe considerarse como un apartamento aislado ni creador de la enseñanza de la Iglesia; tiene la función peculiar de interpretar auténticamente y de exponer fielmente el depósito de la fe, vigilando las expresiones teológicas y encarnando el mensaje en las nuevas situaciones históricas. En la autocomprensión actual de la Iglesia el depósito de la fe es una realidad compleja, pero vivificante, y según la afirmación de Pablo VI es «un depósito vivo en virtud de la fuerza de la verdad y de la gracia divinas que lo constituyen y por eso se le debe considerar como totalmente capaz de vivificar a todo el que lo reciba devotamente para sacar de él alimento para su vida» (Enchiridion Vaticanum, 1, 448).

G. Pozzo

 

Bibl.: J. R. Geiselmann, Depositum fidei, en LTK, 111, 236-238; Y Congar La tradición i las tradiciones, Dinor, San Sebastián 1964: G. O'Collins, Criterios para la interpretación de las tradiciones, en R. Latourelle - G, O'Collins, Problemas y perspectivas de teología fundamental, Sígueme, Salamanca 1982, 462-480.