DECÁLOGO
VocTEO

 
El término «decálogo" es la denominación que se utiliza desde los tiempos patrísticos (Ireneo, Adv. haer., 4, 15, 1) para traducir la expresión hebrea 'aseret haddebadm o las "diez palabras», que se emplea en el Antiguo Testamento (Éx 34,28; Dt 4,13; 10,4) para indicar la lista de los mandamientos básicos de la alianza sinaítica. El redactor del Pentateuco quiso subravar la importancia del decálogo colocándolo al comienzo del código de la alianza. Por este mismo motivo figuraba también en el centro del shema, oración que sabían de memoria todos los judíos piadosos (Dt 6,4-9: 11,21).

El número "diez" se mantuvo siempre expresamente, a pesar de las dificultades que habían surgido de la formulación del primer mandamiento y del último. El Talmud, las Iglesias ortodoxas, etc., desdoblan por ejemplo el primer mandamiento, mientras que la Iglesia católica y la luterana mantienen la formulación unitaria del primero y desdoblan la del último.

Evolución histórica del texto. El Antiguo Testamento ofrece dos versiones del decálogo, una en Éx 20,2-17 y la otra en Dt 5,6-21. Las variantes más significativas entre sí son las de la formulación y motivación del descanso sabático y las relativas a la mujer El mandamiento del sábado, por ejemplo, se introduce en Éx 20,8 con el imperativo "acuérdate" (zekor), mientras que en Dt 5,12 se introduce por "observa» (schemor). También es muy distinta la motivación. En el primer caso (Éx 20,1 1) se refiere al relato de la creación (Gn 2,2), mientras que en el segundo alude a la historia de la liberación de Egipto (Éx 12,51). Por lo que se refiere al mandamiento sobre la mujer, Éx 20,17 coloca a la "mujer» detrás de la "casa del prójimo», como una cosa más entre las propiedades del marido, utilizando para las dos el mismo verbo (chamad), mientras que Dt 5,21 la coloca antes, claramente separada de los otros bienes y utilizando verbos diferentes: chamad para la mujer, 'awah para las demás cosas.

La composición de la primera versión (Éx 20,2- 17) lleva el cuño del elohísta. Por tanto. puede remontarse al siglo Vlll. La segunda es obra del deuteronomista (siglo Vll). Esto no excluye que algunos elementos, particularmente los de formulación negativa y apodíctica, puedan remontarse a tiempos más antiguos. Los autores han encontrado numerosísimos paralelismos en la literatura egipcia (por ejemplo, en el Libro de los muertos). Un material típicamente israelita es sin duda el de los dos primeros mandamientos ("No tendrás otros dioses fuera de Í No te harás Ido1os ni imagen tallada alguna"); se trata efectivamente de prohibiciones totalmente desconocidas en las culturas del Medio Oriente.

Ethos teológico del decálogo. Las dos versiones del decálogo comienzan con la autopresentación de Yahveh, en una formulación típicamente deuteronomista: "Yo soy el Señor tu Dios; yo te he sacado de Egipto, de aquel lugar de esclavitud» (Éx 20,2; Dt 5,6). En línea con los "preámbulos» de los tratados hititas de vasallaje (que se remontan al segundo milenio), la autopresentación de Yahveh como el gran bienhechor-liberador del pueblo de Israel sirve de fundamento ético y jurídico de las siguientes estipulaciones. Israel recibe de Dios los mandamientos como expresión de lealtad ('emet) recíproca (Dt 6,20-25). El Señor, que "enseñó a andar» a Israel (cf. Os 11,3) por los senderos de la libertad, le ofrece en los mandamientos la garantía de su ayuda futura y el instrumento para mantener válida la vocación a la libertad.

El ethos de los mandamientos no se basa, por tanto, en el derecho natural, sino en la relación dialógica entre unas personas. Se trata, por tanto, de un ethos de responsabilidad y de fe. Esta dimensión personal explica el dinamismo hermenéutico de carácter humanizante que los mandamientos han conocido a lo largo de la historia, según las exigencias impuestas por los cambios sociales del pueblo (cf. la evolución en la motivación del sábado). La fe es la que actúa siempre como fermento humanizante.

Actualización. El lugar por antonomasia de actualización de los mandamientos en Israel fue el culto, dominado por la idea de la "memoria» (zikkarOn) del acontecimiento fundamental de la liberación y de la alianza del Sinaí, como puede deducirse del discurso de Moisés en Dt 29,1-14. Pero la actualización cultual iba dirigida esencialmente a la praxis: «Éstos son los mandamientos.., que el Señor vuestro Dios mandó enseñaros, para que los pongáis en práctica» (Dt 6,1).

En efecto, el decálogo estuvo siempre en el centro de la vida de Israel, adquiriendo un relieve particular durante el destierro, cuando, al faltar el templo y los sacrificios, se convirtió en el único signo visible de su autoidentificación como pueblo. Pero una vez pasada la emergencia del destierro, Israel no logró reinsertar los mandamientos en el cauce vital de la historia de la salvación. La concentración en el decálogo condujo de hecho a una distorsión hermenéutica de carácter objetivante y legalista de los mandamientos y dé la ley en general. La ley separada de la historia de la salvación, que la convertía en palabra viva y liberadora, acabó transformándose en instrumento de sumisión individual y colectiva.

El decálogo en la perspectiva cristiana. El restablecimiento de los mandamientos en su perspectiva auténtica y original tenía que llegar solamente con el mensaje del Nuevo Testamento. Delante del joven rico, Jesús pone de manifiesto la primacía absoluta del amor a Dios y al prójimo (Mt 19,16 y par.).

Esta orientación hacia el fundamento lleva, por una parte, a la concentración de todos los mandamientos en el del amor y, por otra, a enfocar el compromiso moral en la fe en Cristo, plasmación perfecta del amor del Padre. La interpretación ofrecida por Jesús, a pesar de que proclama la validez de la ley (cf. Mt 5,17), se percibe inmediatamente como radicalmente distinta de la de los maestros de la ley, como una «doctrina nueva» (cf. Mc 1,27).

La «novedad» introducida por Cristo respecto a la ley será el caballo de batalla del mensaje paulino. Para san Pablo la ley, como presentada por el judaísmo, forma parte de la tríada de potencias de las que nos ha liberado Cristo (Rom 5,20; 7 6). Para los redimidos la única verdadera prevaricación es volver a la ley (Gál 2,18). Si Pablo recoge luego el término «ley» para hablar del compromiso de los - cristianos, lo hará en un sentido totalmente diverso del que tenía en el judaísmo y en el mundo helenista. Se tratará realmente de la «ley del Espíritu de vida» (Rom 8,2), de la «ley de Cristo» (Gál 6,2), de la ley de la nueva alianza, escrita no ya como en un código en la piedra, es decir, en clave esclerotizante, sino en clave de interioridad de espíritu (2 Cor 3,6). Entendida de este modo, la ley de Cristo da a la moral cristiana aquella flexibilidad que le permitirá al apóstol portarse como judío con los judíos y como no judío con los no-judíos, para conquistar a todos para el Evangelio (1 Cor 9,19-23).

Siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia, a través de varias generaciones, encontró la clave de actualización del decálogo en su relación esencial con la vida que llevó Jesús. Sin embargo, la necesidad de acomodar la ética cristiana a las exigencias de la cultura de los tiempos transforma paulatinamente la clave de lectura de los mandamientos.

Baste recordar el encuadramiento del decálogo en el ámbito del derecho natural, propuesto por santo Tomás (5, Th. 1-11, q. 100, a. 1 c.) y por la teología moral tradicional que, hasta épocas muy recientes, estructuraron sus contenidos siguiendo el esquema de los mandamientos. Todavía hoy no faltan teólogos que ven en un modelo semejante el instrumento más adecuado para superar las especulaciones arbitrarias en el terreno de la moral. La inmensa mayoría de los teólogos de nuestros díás, en sintonía con las corrientes humanistas de nuestro tiempo y con las orientaciones del concilio Vaticano II (OT 16), piensa que la moral tiene que volver a la verdadera fuente cristiana, es decir, a la ley de Cristo, que no anula los mandamientos, sino que los asume en su positividad creadora.

L. Álvarez

 

Bibl.: F. García López, El Deuteronomio, una ley predicada, Verbo Divino, Estella 1989; Íd., El decálogo Verbo Divino, Estella 1994; H. Cazelles, Decálogo, en SM, 2, Barcelona 1982, 133-137' A. Exeler. l.f:}s diez mandamientos, Sal Terrae, Santander 1983; G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1, Sígueme, Salamanca 1968, 222-254,